Partida Rol por web

-Segundo aviso, número 94-

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-Maldita sea, acabo de borrar uno, y ya me sacan otro- Comentó Warren despreocupado, aunque a decir verdad, había bajado el ritmo demasiado, sabía que iba a ser su última noche, pues no creía poder aguantar mucho más en la carrera....

Apretó el paso, quería por lo menos ver un nuevo (aunque dificil) amanecer.

El mosqueo de Simon había servido al menos para olvidarse durante un rato del cansancio, aunque este sabía que no tardaría en volver. La noche comenzó a caer y a refrescar... Simon se puso de nuevo su chubasquero para evitar que el viento de la noche le jugara una mala pasada.

A la gente le encantaba juzgar a los demás... ¿he juzgado yo a alguno de estos tipos o les he dado algún discurso sobre moralidad? pensó Simon... ¿Porqué la gente no puede preocuparse de sus asuntos y dejar a los demás tranquilos?... 

Ahí estaba la luna, como espectador de excepción para esta macabra carrera contra los límites del cuerpo humano. Ella allí arriba, imperecedera, observando como estas míseras pulgas andaban hacia su propia muerte, como lémings empujados por la propia masa informe de su misma especie.

Qué poco nos distinguíamos de esos animales. Si algo nos distinguía era la consciencia de lo que hacíamos, pues ellos actuaban por instinto, por lo cual no había nada que objetarles. Pero nosotros lo hacíamos a sabiendas, y eso nos situaba, a mi parecer, en un escalafón más bajo.

Miré atrás cuando aquellos dos chavales cayeron de bruces y los remataron contra el asfalto. Tragué saliva, no andaba yo muy lejos de sentirme desfallecer así. Un calor que subía desde mis piernas entumecidas y agarrotaba todo mi cuerpo me hacía creer que iba a caer de un momento a otro. Pero, incomprensiblemente, aún aguantaba el ritmo. En ese momento creí que no podría detenerme aunque quisiera. Mis piernas ya no sabían hacer otra cosa.

Me desmoralicé. Así era. No vería un nuevo amanecer, lo sentía en mis huesos de la misma manera que mi piel sentía el frío de la noche.

Ignoré a todos y continué caminando, pues no podía hacer otra cosa.

La negrura de la noche silueteaba la brillante luna con un resplandor que no parecía natural, bajo su tétrico halo todo daba la impresión de ser posible, incluso la aparición de los más oscuros y pesadillescos temores. Sumado al marco de irrealidad que gobernaba a quien, fatigado en exceso, ya dudaba hasta de las cosas más simples y ciertas, dio como resultado que a Henry le pareciera ver, al fondo de la cola, junto al ahora menos incombustible Aki, una figura familiar cuya presencia hizo que el corazón le diera un vuelco y un estremecimiento de puro pánico le recorriera como una exhalación la columna.

Allí, detrás suyo, a unos metros, se encontraba el degollador, la mirada que le había dedicado, junto a una malévola sonrisa, indicaba claramente que venía a por él. Sin atreverse a volver a mirar atrás para confirmar o desmentir la sustancialidad de tan temible aparición, Henry apretó el paso, quería avisar a los soldados, gritarles que abatieran al asesino de su esposa, al cruel ser que había sido capaz de acabar con ella delante de sus propios ojos, sin que él, contemplando el acto horrorizado totalmente bloqueado por la mayor sensación de terror que hubiese podido imaginar posible, pudiera hacer nada.

Ningún sonido salía de su boca, apenas lograba respirar jadeante, buscando oxígeno con el que reclamar la redención de unos músculos ya haítos de pecado, cansados de seguir funcionando para alguien que no merecía vivir. Con ahogo, acelerado, casi llegando a la cabeza de la marcha, con los ojos desencajados y el rictus propio de quien se sabe a punto de morir de un modo terrible, el número tres avanzaba como si la larga marcha acabara de empezar y no llevasen más de cien kilómetros a sus espaldas. Como si de repente tuviese prisa, mucha prisa, por morir.

La Autopista, a 9,5 kilómetros de Pittsfield. 20:32 horas.

La noche era más cálida que la anterior. Esta vez no hacía viento ni ninguna nube emborronaba el cielo. Los participantes pasaron junto a algunos grupos de espectadores que animaban a sus favoritos. A nadie le importaba ya la gente. Caminaban con la cabeza gacha, medio dormidos medio despiertos. Hasta el imperturbable Aki comenzaba ya a dar muestras de cansancio, recibiendo su primer aviso.

Varios disparos volvieron a sobresaltar al grupo. Dos chicos más habían caído. Unos tres o cuatro minutos después sonó otra salva y otro cuerpo se vino abajo. Entonces los que iban los primeros comenzaron a apartarse. Alguien se había sentado en la carretera: era McVries.

Estaba sentado con las piernas cruzadas y los ojos cerrados. Parecía un fraile apartado del mundo. Y sonreía.

-Bueno muchachos, hasta aquí he llegado. Es hora de sellar el pasaporte.

Nadie dijo nada. La gente pasaba junto a él como si fuera una roca y los marchadores un río. Los soldados se acercaron presurosos. Sólo Barkovitch se aventuró a apretarle ligeramente el hombro al pasar junto a él.

Los soldados colocaron sus armas junto a la cabeza de Peter. Unos segundos más tarde todo había terminado. Quedaban 53 en pie.

-Abraham, tu navaja se me hace cada vez más apetecible -comentó Barkovtich con gesto cansado-. Estoy seguro de que yo seré el siguiente. Vaya grupo de locos que somos... Malditos jodidos suicidas...

La noche iba a ser dura, y seguramente su tumba, pero Chris lo sabía, hacía tiempo que lo había asumido, solo le quedaba la esperanza de quedar entre los 50 primeros, aparte de su chanchullo con el seguro, todo el dinero que tenía ahorrado, lo apostó a que quedaba entre esos puestos. Si lo conseguía, sus supernenas conseguirían otro buen pico

lo suficiente como para curar a mi mujer, y que las dos se larguen de este puto pais de mierda.

-No creo que pase la noche, así que va a ser hora de irme despidiendo de todos-

No sonaba triste, si no a absoluta certeza.

Para Henry la "Larga Marcha" se había convertido en "Escapa de tu Asesino", una modalidad de espectáculo que incorporaba a un reputado asesino en serie como estrella invitada y que parecía consistir en ver cuanto podía aguantar el muchacho sin llorar sangre, a tenor de las preferencias del degollador, en grandes cantidades y por el gaznate. Para hacerlo aún más interesante su pierna izquierda seguía sufriendo abundantes calambres por lo que solo le era realmente útil un paso de cada tres, los dos pasos que tenía que arrastrarla, junto a las miradas llenas de angustia que lanzaba detrás suyo, y el estremecimiento de puro pánico que le producía contemplar, abrumado más allá de toda posible descripción, a su más temido enemigo, le hubiesen dotado de un aire algo cómico sino fuese por el marco en el que se producían los acontecimientos.

Cada vez que sonaban los disparos un aterrado Henry miraba atrás para comprobar si los soldados habían descubierto ya al espontáneo y lo habían abatido. Pero no, siempre el que caía era uno de los competidores que había alcanzado su pasaporte, el degollador continuaba detrás, a la misma distancia, con la misma mueca que pretendía ser una sonrisa, sin dar muestras del menor cansancio ni la menor prisa por acabar con su víctima; era evidente que estaba disfrutando con la caza.

Ver a Peter sentado en la carretera atrajo su atención, quiso decirle que se levantara, que el degollador le haría trizas, pero le daba miedo hablar. Temía que si el degollador le escuchaba aceleraría el paso. Miró adelante y continuó avanzando en dirección a Pittsfield.

Tal vez cuando llegue a la ciudad se me permita descansar como lo está haciendo Peter.

Cerró los ojos un momento al escuchar el disparo, esta vez no miró atrás para comprobar si era el degollador el que había recibido el tiro.

Akinlabi comprueba como su masaje no ha servido de nada, sigue exactamente igual de cansado que antes y no puede hacer nada al respecto, más allá de apretar los dientes y continuar la marcha.

Al pasar junto a McVries solo puede mirarle con una mezcla de lástima y temor, porque le da que aunque supere la noche para cuando llegue el amanecer estará totalmente agotado... no cree que le vayan a responder las piernas mucho más.

Muy a pesar que sentía las piernas con un agarrotamiento que era rayano al dolor, que las plantas de los pies se quejaban a cada nuevo paso, que el jadeo constante dejaba atrás un pedazo más de su propia compostura, junto con el vaho que desprendía. Muy a pesar de todo ello, continuaba adelante.

Mc Vries se sentó y, muy en su línea, se despidió de los demás con una sonrisa y con esa forma de ser que parecía tener todo bajo control.

Pronto más de la mitad habrían sucumbido al beso de los rifles. La negrura de la noche se tragaba nuestras vidas y nuestras esperanzas. Cuando veíamos que incluso Aki parecía convertirse en humano, pocas opciones parecían quedar para el resto. Sólo caminar para no ser más que otro grano de arena que cae por el agujero de cristal del inmenso reloj en el que estamos metidos.

Tic, tac, tic, tac... el tiempo medido en pasos, las campanadas resonantes en el eco de los disparos.

Tras la partida de Jesse, me queda poca gente o casi nadie con quien charlar.... así que decido centrarme en sobrevivir. Intento que mi cabeza no se deje afectar por las sandeces de los bocazas que me acompañan en este viaje sin retorno.

Intento forzar un poco para acercarme a hablar con alguien interesante.... El papi de las supernenas... Nop, tanto buen rollo me haría vomitar arco-iris, ¿El niño guapo? Paixo... Igual se piensa que le tiro los tejos.... Abraham... tambien paso... un puto suicida, era lo que faltaba... Timmy? Tampoco, igual confunden su cabeza con un nido de cóndores y nos atacan por robarles los huevos.... ¿El narizotas....? Paso, aunque su cara me suena mucho, pero no es má que un pobre fracasado.... ¿quien me queda?... Aki.... bueno, pues iremos a darle la brasa a Aki.....

Buenas.... ¿tiene hora? le digo a Aki.

Justo estaba el supersticioso Akinlabi pensando en el reloj, que quizá estuviese maldito porque su anterior dueño murió y desde que lo tiene está cada vez más cansado y le va todo peor cuando apareció Simón con su pregunta.

- Claro si, aquí tienes, mírala tu mismo...

Aprovecha la ocasión para en un movimiento relámpago quitarse el reloj de pulsera y metérselo en el bolsillo a Simon para inmediatamente después y sin esperar respuesta apretar el paso y salir disparado hacia la cabeza del pelotón.

Una vez que consigue alejarse unos metros, se vuelve ligeramente y le dice:

- ...y no hace falta que me lo devuelvas.

Varias muertes más sellaron aquel trayecto, y él seguía en pie ¿Alguna vez pensó en llegar tan lejos? Nunca, pero ¿Para qué? Aquello no serviría de una maldita mierda... Sentía que sus fuerzas iban llegando al límite. Ya quedaba menos.

Había llegado la noche otra vez. Las fuerzas flaqueaban cada vez más. Hasta Aki comenzaba a desfallecer. Pero lo importante era seguir poniendo un pie delante del otro. De continuar hasta que el cuerpo dijera basta y reventara de cansancio. Y luego la dulce oscuridad del olvido.

La Autopista, a 2,3 kilómetros de Pittsfield. 21:38 horas.

A medida que La Larga Marcha se acercaba a Pittsfield, la espiral de muerte aumentó considerablemente. Los marchadores caían uno tras otro en lapsos de diez o quince minutos. Se iban desplomando como castillos de cartas o como fichas de dominó. El traqueteo de las armas de fuego se metió en el cerebro de los supervivientes. Algunos se tapaban los oídos para no escuchar; otros gritaban pidiendo silencio. Pero los disparos no cesaban.

Algo se rompió en el interior de Gary Barkovitch con la última muerte. Gritando incoherentemente corrió hacia Abraham y le metió las manos en los bolsillos. Inmediatamente los soldados levantaron las armas puesto que forcejear con otro marchador estaba penado con la muerte. Pero Gary sacó lo que estaba buscando del bolsillo de su adversario. Era la navaja con la que Abraham había empezado la marcha. La abrió con gesto experto y, sin pensárselo, se rebanó el cuello de oreja a oreja.

Inmediatamente un surtidor de sangre salpicó a Abraham de pies a cabeza. Barkovitch cayó de rodillas gorgoteando con la navaja aún en la mano. Abraham la recuperó y se alejó del cuerpo que chorreaba sangre como una fuente averiada. Algunos gritaron de terror. La gran mayoría siguió avanzando, ajenos ya a todo y todos. Barkovitch cayó hacia adelante mientras uno de sus pies aún se agitaba convulsamente. Quedaban 47 participantes.

Chris había logrado su primer objetivo, quedar de la mitad hacia adelante, hizo cálculos.

-Vale, he pasado la mitad, eso convierte las apuestas en un 4x1, entonces ya llevo.....4000 dólares-

Contaba con los dedos alguna cosa

-No está mal, cada vez que baje de decena, las apuestas aumentan en 2, no va mal la cosa-

Aquel fugaz pero alegre pensamiento le animó lo suficiente para continuar atento a no bajar el ritmo.

El haberse deshecho de aquel maldito reloj parece que da alas a Akinlabi, que recupera los metros perdidos y va acercándose a la cabeza del ya muy menguado pelotón. Es sobrecogedor el ver las caras que va adelantando, gente que está totalmente acabada pero que aún no se ha dado cuenta.

- Me parece que estoy desanimando a estos pobres muchachos al adelantarles así, creo que me quedaré aquí mismo.

Tras lo que se adquiere un ritmo normal de marcha y trata de mantenerlo.

La muerte de Barkovitch le queda atrás y no llega a enterarse exactamente de lo ocurrido, supone que no es sino otra baja más debida a la extenuación.