Partida Rol por web

[Durante la travesía rumbo al Descanso]

Laurien se mantenía sobre la montura gracias a estar cogida al cuerpo del hermano rostro de plata mientras buscaba la forma de no quedarse dormida.

- No fui yo hermano, fue Fenre, yo solamente soy el instrumento de su voluntad... El hermano Kotzträppus y yo vinimos a investigar al cementerio y vimos como unos extraños cuervos parecían estar mirándonos... Y, al poco escuchamos un disparo que resultó ser del hermano von Bassenheim y entonces... Los pájaros nos atacaron y los muertos cobraron vida.. ¿Y vos? ¿Dónde estabais? ¿Descubristeis algo interesante? - Asintió a su pregunta - Si, lo llevo conmigo... Claro, podéis guardarlo vos. Intenté abrirlo junto a Kotzträppus pero él no lo consideró apropiado. 

[Durante la travesía rumbo al Descanso]

Sintió el tacto de Laurien al aferrarse a su cintura. Rozó sus manos en cierto instante notándolas ateridas de frío. El rostro de la profetisa estaba próximo a su hombro y en la cadencia de sus palabras se apreciaba con perfecta claridad que estaba exhausta. Ser Gherim sospechaba que de algún modo había rebasado sus límites aquella noche.

—Esta aldea... Lo que representa... Trae demasiados recuerdos —dijo sin explicitar nada más, como si pensase en voz alta por un momento. —Solo he descubierto que la guerra ha regado con cicatrices esta tierra. Cicatrices de heridas que nunca terminarán de cerrar. Todos... Sin excepción... Todos están marcados. Todos ellos.

Ser Gherim pareció reflexionar sobre las palabras de Laurien, mas no dijo nada durante un largo instante. Asintió ante la confianza depositada en él por Laurien para custodiar el cofre durante la noche. Luego, quizás deseaando corresponder esa confianza, habló:

—¿Creéis en la redención, hermana? —preguntó de repente. —¿Puede un hombre enmendar los errores de su pasado? ¿Puede un hombre... ser perdonado por los pecados del padre?

No parecía que el Ejecutor contemplase la posibilidad de hallar una respuesta afirmativa a la pregunta, pero dejó a su interlocutora portar la llama de la esperanza.

Llegando al Descanso del Alacrán, ató a su yegua albina al poste y ayudó a Laurien a desmontar. Se quitó la capa y la envolvió con ella para darle calor mientras la conducía lacónico hasta una de las habitaciones que el Maestre había alquilado a la tabernera. Consideró inapropiado acompañar a Laurien hasta el interior, así que decidió despedirse de ella en el umbral de la puerta.

—Buenas noches, hermana. Dormid tranquila pues velaremos por vuestro sueño —dijo con ese tono estoico y marcial que le caracterizaba cuando consideraba que debía mantener a toda costa su rol de Ejecutor.

Dispuesto a desaparecer por el pasillo, se detuvo en seco.

—No fue Fenre, hermana. Fuísteis vos —La miró de soslayo, sus ojos centelleando al reflejo de las llamas danzantes que iluminaban el pasillo. —Fuísteis vos.

La taberna está en silencio. Tus compañeros van hacia sus habitaciones. El primer turno de guardia es el tuyo. Desde las ventanas del pasillo del primer piso puedes cubrir toda el área norte-este, pero el área sur-oeste solo puede ser vigilada desde la planta baja, desde el salón donde la clientela bebe y come. Claro que a estas horas ya no hay nadie por allí. Todo está a oscuras. Subes y bajas la escalera, siempre atento a las ventanas y hacia los peligros que puedas encontrar allí.

No hay nada. Ni monstruos, ni brujas, ni muertos vivientes... tan solo la inquietante neblina que cubre el pueblo, y que ahora, si no te falla la vista, se ha vuelto más densa. Hasta hace unas horas solo llegaba hasta los pies. Ahora, en cambio, llega a la altura de las rodillas.

Eso es lo que estás meditando cuando el ruido de un cuerpo cayendo de bruces contra el suelo despierta tus sentidos. Rápidamente acudes a la planta baja a ver qué está sucediendo allí.

Es Tanya, la torpe camarera del Descanso del Alacrán, que ha tropezado en medio de la oscuridad.

—¡Retruécanos! —exclama la chica, acariciándose la cabeza, allí donde se ha golpeado—. Oh, hermano, disculpad, ¿os he despertado? Yo vivo aquí, en la taberna, junto con Izolda, y bueno, veréis... he tenido un sueño horrible. Soñé con dos personas, un hombre y una mujer jóvenes, en medio de una batalla entre ejércitos. Había soldados, mosquetes, espadas, cañones, picas... ¡era una carnicería! ¡Y se sentía tan real! Como si yo misma estuviera en el combate. El hombre y la mujer morían en medio de la batalla. Al final del sueño pude ver que sus restos eran velados aquí, en Novokovo, junto con los de cientos de otros aldeanos que murieron combatiendo en la última guerra.

>>Ese sueño me ha traído unas memorias espantosas, hermano. Veréis, yo soy huérfana. Mis padres murieron combatiendo en la guerra —la voz de la chica sale temblorosa—. Se alistaron por presión de los demás aldeanos, tras el incidente del granero. Fueron obligados a ir a la guerra... y murieron. Tras eso me crié en el orfanato, hasta que comencé a trabajar en esta taberna. Oh, por Fenre, qué sueño espantoso. Bajé aquí a buscar un vaso de agua y, bueno... tropecé. ¿Sabéis? Creo que no soy la única que ha tenido ese sueño.

Una vez en el Descanso del Alacrán cada cual se dirige a su habitación. Heinrich se hace cargo del primer turno de guardia, y escuchas sus pasos marciales yendo del salón de la planta baja al primer piso donde están los dormitorios, y luego haciendo el recorrido inverso, una y otra vez, como buen vigía. 

¿Duermes? No. Estás a medio camino entre el sueño y la realidad, quizás tu cuerpo descansa, pero tu mente está en el cofre de la extranjera, que Laurien tan fácilmente te entregó. Por momentos, el cofre se siente como un fragmento de hielo entre tus prendas, adormeciendo tus miembros hasta volverlos negros; de a ratos, más bien pareciera una hoguera en miniatura, un pequeño astro calcinándote de a poco. La fisonomía del objeto indicaría que se trata de algo liviano, pero hay una pesadez sobrenatural en él, algo que quiere arrastrarte hacia algún averno ciclópeo.

Este cofre, intuyes, puede ser la solución que tanto anhelas o la perdición de cientos de almas.

Entretanto, tus oídos divagan por los rincones de la taberna. En algún lugar de la planta baja oyes a Heinrich conversando con la camarera Tanya. En la habitación contigua a la tuya el maestre está pasando las páginas de un libro, imbuido en una lectura voraz.

Tu cordura pende de un hilo. Todas las explicaciones que tu mente había elucubrado para los inquietantes sucesos de Novokovo se han quebrado en mil fragmentos. Causas, efectos, acciones, reacciones; todo se ha desvanecido como vapor ante sol, como sombra ante el candil, como aquel espectro que se apersonó en el cementerio para advertiros de lo que pasaría si os quedáis en la aldea.

Es demasiado. Buscas refugio en el papel, en las letras que escribió un Patriarca, es decir, la cabeza del Dicasterio, en este caso un hombre llamado Nikolai Burov. El libro tiene casi cien años, pero viendo lo que sucedió esta noche, se mantiene tan vigente como antaño. El Patriarca Nikolai Burov destila odio. Las páginas están saturadas de una violencia inusitada, del deseo de ver a las brujas detenidas, torturadas y quemadas.

¿Qué es lo que hace que una persona posea sensibilidad mágica? El libro explica que las mujeres son más proclives a ella que los hombres. Es por eso que hay más brujas que brujos. Los científicos de la Universidad de Oldenburg, dice el Patriarca, creen que la aptitud mágica se debe a una deformación del lóbulo parietal derecho del cerebro. Pero para el Patriarca aquello son patrañas. La ciencia no puede explicar qué es la magia simplemente porque la magia está fuera del orden natural. No requiere explicación alguna. La aptitud mágica se debe a una conexión con planos etéreos, realidades inabarcables e inasibles por el hombre.

El don que Fenre concede, la magia, es usada por algunos para obrar el mal. Exterminar a estas personas es un deber. El libro relata algunos famosos casos de brujería, como el de Anastasia Bolotyn, una hechicera negra del siglo quince. Tras años buscándola, los inquisidores dieron con ella y le cortaron la cabeza, pero aun así Anastasia volvió de la muerte para vengarse de sus captores. Así de poderosa era su magia.

El Patriarca sugiere atacar a las brujas donde más les duele: si la bruja aun tiene corazón y el mal no se ha apoderado por completo de su alma, entonces guarda afecto por algo. Ese algo debe ser destruido. Solo así la bruja revelará su identidad. Amenazar y torturar a sus seres queridos: ese es el único camino para que la bruja, un ser artero y escurridizo por naturaleza, salga de su guarida. El fin justifica los medios. Nada es demasiado para el Dicasterio, y mucho menos para la Inquisición, que no es otra cosa que el brazo armado del Dicasterio.

Si un usuario de magia negra no es eliminado de inmediato, se corre el riesgo de que su poder aumente. Aquello fue lo que sucedió con Anastasia Bolotyn. No haber dado con ella a tiempo le permitió volverse más fuerte. Decenas y decenas de personas murieron por culpa de los inquisidores que no cumplieron con su cometido a tiempo.

El verdadero peligro reside en que una bruja pase de utilizar la magia natural que le ha sido dada por Fenre a dominar la magia de sangre, aquella que permite invocar demonios del plano de las sombras, aquello que nunca jamás debe entrar en contacto con el mundo del hombre. La magia de sangre se sostiene a base de sacrificios humanos. Si una bruja aprendiera a conjurar los terrores del inframundo, entonces, dice el Patriarca, válganos Fenre, ¿cuántos miles morirían?

[Durante la travesía rumbo al Descanso]

Laurien escuchaba con calma las palabras del hermano Rostro de Plata y su voz parecía calmarla y relajarla, aunque no entendía bien el motivo de aquello pero al menos le permitía cerrar los ojos y dejar que la brisa acariciara su piel. 

- Es como si el mal y la oscuridad hubieran arraigado en estas tierras, como si estuviera adueñándose de las vidas de quienes aquí habitan... 

Hablaba entre susurros, dejando que el movimiento de la yegua y la voz de él templaran su ánimo y abriendo los ojos cuando él hizo aquella curiosa pregunta.

- Si, creo en ella... ¿Por qué? Cada ser puede tomar un camino equivocado en algún momento de sus vidas y después por diversas circunstancias personales, divinas o circunstanciales regresan al buen camino... Aunque, en ocasiones deben hacer penitencia o sufrir en ese camino... 

Cuando llegaron la joven agradeció la ayuda, bajando con cautela y dedicándole una cálida sonrisa a él especialmente cuando la acompañó hasta la puerta de la habitación mientras se abrigaba con su capa, una que aún desprendía parte de su calidez. 

- Gracias hermano Rostro de Plata, descansad vos también

Le contestó con una cálida y dulce sonrisa aunque cuando él dijo que había sido ella y no Fenre su rostro se volvió algo más sombrío recordando las palabras de la bruja, lo que provocó que se abrazara a sí misma con cierto temor, recordando los susurros y murmullos que escuchaba de niña cuando la llamaban bruja.

- Buenas noches...

Respondió con un susurro mientras cerraba la puerta con cautela y se acercaba hasta la cama poniéndose su camisón y metiéndose entre las sábanas, aunque mantuvo la capa del hermano Rostro de Plata pegada a ella, como si le transmitiera seguridad y calma. 

Heinrich no dejaba de mirarse el antebrazo mientras hacía la patrulla. Le escocía aún un poco, y sin duda tardaría en curar del todo. No obstante, procuraba no prestar demasiada atención a aquel dolor, y si al exterior. En una de sus rondas, cuando estaba en el piso superior, escuchó un fuerte ruído en la estancia inferior. Desenfundó rápidamente la pistola con una mano y el estoque con otra. Toda precaución era poca. Al bajar se dio cuenta que era la amable, pero torpe, camarera. Guardó las armas:

-Ah, eres tú- dijo con cierto alivio.

Escuchó con atención la historia que la moza le contaba mientras se acomodaba en una mesa, e invitaba a Izolda a hacer lo mismo. Al término del breve relato, Heinrich calló pensativo unos instantes, para acabar diciendo:

-Entiendo. Y os entiendo, yo también sufrí esa guerra siendo joven. No se lo deseo a nadie. ¿Puede ser que esos sueños, sean evocaciones de aquella guerra y de las buenas gentes de este pueblo que fueron a morir inútilmente a ella?

El batidor escuchó con antención, aunque era más una cortesía que otra cosa, pues ya sabía la respuesta y en su cabeza y desde el inicio, la pregunta era otra.

-Entiendo. Veo que es algo habitual en el pueblo tener este tipo de sueños*. Por algún casual...¿empezaron al mismo tiempo que la niebla y todos los problemas recientes del pueblo?.

De nuevo, Heinrich escuchó pacientemente. Tenía una petición, pero quería crear un ambiente comprensivo y amable para aquella joven.

-¿Reconocéis a las figuras que se velan en este pueblo? ¿Podríais describírmelas o incluso dibujarlas? Me estaríais ayudando mucho. De corazón os lo pido.

Infames revelaciones atormentaban a Cornelius, privándole de cualquier oportunidad de descanso para su mente quebrada y su viejo cuerpo gastado.

Una vez solo en su celda, buscó con pesadumbre entre sus cosas, y del fondo de una pequeña cajita de madera añeja, extrajo los últimos pellizcos de hierbazul que le quedaban.

Con temblorosas manos, y con los hombros lastrados del peso de los tenebrosos acontecimientos, preparó en una larga pipa traslúcida, en algún cristal o piedra tallada, su mezcla para fumar.

Envuelto en una nube de humo, y tras leer durante largo rato, el erudito alcanzó la ansiada serenidad mental que tanto necesitaba, no así el descanso de sus sentidos, heridos y asustados.

Comprendía su labor como Inquisidor del Dicasterio. Podía aceptar los métodos utilizados hace un siglo por sus predecesores y las consecuencias de la inacción ante una amenaza tan oscura. Pero le dolía profundamente el hecho de tener que aceptar la idea de que el fin justifica los medios, apoyar la crueldad en ninguna de sus maneras y hacer de la tortura y la muerte herramientas de fe y redención.

No podía, su naturaleza no se lo permitía. En lo más profundo de su corazón, una pequeña llama de esperanza luchaba por no apagarse. 

¿Y si pudieran encontrar otra manera?...

Apenas tenían tiempo...

Aun así, sintiéndose resignado y diminuto en un gigantesco tablero del enrevesado juego de fuerzas desconocidas y terribles, decidió llegar hasta el final de este asunto; por sus compañeros, porque ese era su cometido, y deseando que Fenre iluminara con su gracia su camino, que ahora no podía ver, en aquella Novokovo entre tinieblas.

En calma y acrecentado, arropado por la calidez de su yerba aliada, Cornelius al fin logró alejar tan oscuros pensamientos y centrarse en lo que mejor sabía hacer, en su labor, que era poner orden y relacionar las diferentes pistas que habían extraído de sus investigaciones aquel primer intenso día con su aciaga noche.

Entonces recordó la cajita de Shadha.

Como impulsado por un resorte, el anciano se irguió, se sacudió los pesares, alcanzó su bastón; con el manuscrito de Burov bajo el brazo, salió de su dormitorio, y llamando quedo a la puerta contigua, donde Ser Gherim se alojaba, rompió la quietud de la noche moribunda con la esperanza, y casi convencimiento, de que El Halcón guardaría vigilia.

Tenían mucho trabajo por hacer.

Y por la gracia de Fenre lo llevarían a cabo.
 

Como impulsado por un resorte, el anciano se irguió, se sacudió los pesares, alcanzó su bastón; con el manuscrito de Burov bajo el brazo, salió de su dormitorio, y llamando quedo a la puerta contigua, donde Ser Gherim se alojaba, rompió la quietud de la noche moribunda con la esperanza, y casi convencimiento, de que El Halcón guardaría vigilia.

Tenían mucho trabajo por hacer.

Y por la gracia de Fenre lo llevarían a cabo.

_{- Hermano Rostro de Plata, ¿estáis despierto?} 

El enmascarado inclinó la mirada, cogitabundo tras las palabras de Laurien.

—El buen camino... —repitió en voz baja. —A veces creo que simplemente no hay camino, solo... pasos en la oscuridad —confesó con un semblante ausente. —Todos somos huérfanos necesitados del calor de un padre. De una manera u otra, todos anhelamos un pasado mejor —La miró fugazmente a los ojos, no con miedo, desde luego; pero ese aire asustadizo con el que un niño admira por primera vez una escultura de hielo a la luz del amanecer. —Vuestro don... Esa visión de la que sois portadora... —Negó despacio con la cabeza. —¿Os habéis preguntado alguna vez si nace realmente de Fenre?

Se hacía tarde. Laurien estaba agotada físicamente. Era poco cortés por su parte hostigarla con esas preguntas, aunque había deseado hacérselas mucho antes en una intimidad como la que compartían en ese momento.

—Perdonadme. Debéis descansar. Olvidad mis preguntas. Eran de todo punto improcedentes —dijo tensando la mandíbula, a todas luces molesto consigo mismo.

Cuando ella le deseó un plácido descanso, él se sorprendió a sí mismo.

—Gherim —desveló. —Mi nombre es Gherim. Buenas noches, hermana —saludó con una leve inclinación de cabeza y atravesó el pasillo con paso presuroso.

—Maestre —pronunció una voz tétrica y cavernosa a su espalda.

Rostro de Plata estaba ataviado para la guerra, su reluciente peto cubriéndole el pecho y sus dos aceros bien ajustados a su tahalí, con la particularidad de que había intercambiado su tradicional capa púrpura por un capote algo ajado de un color parduzco con una esclavina que había reclamado a la tabernera. Su pierna malherida ahora presentaba un vendaje de campaña decorado con una gruesa mácula sangrienta, un tributo a la sangre derramada en aquella aterradora noche en Novokovo.

—Siempre vigilante —se permitió añadir con una torva sonrisa de las que inquietaban al viejo Cornelius. —La hermana Laurien yace durmiendo en su habitación. Me disponía a conducir a mi yegua al establo. ¿Qué os aflige? —preguntó.

Daba la sensación de que en los planes de Ser Gherim van Wayden no entraba descansar tras la larga jornada de investigación, desafíos y emociones fuertes.

En medio del océano embravecido que eran sus emociones, aferrándose al maltrecho esquife de su cordura, un Kotzträppus empapado y aterido, minúsculo en la galerna, a oscuras y temblando. Alzada la cara, contraria al cielo más vasto y más lejano que jamás hubiera existido; crispada, contra las rachas de agua heladora, en una sonrisa de dientes desesperados y prietos. 
No había nada; sólo noche y gelidez. 

Cornelius perdió pie. A punto estuvo de caer por la borda y ser consumido por aquel océano inmenso; logró asirse a las pobres tablas del suelo, que desvencijadas y escasas de brea, empezaban a hacer aguas.
Y no siendo más que un bulto paupérrimo, tembloroso, vencido, pegaba su rostro al suelo; el anciano, derrotado. 
Lloraba su soledad y extravío.

Se filtraba la salmuera entre las grietas del suelo del bote en descomposición, y en su derrota pudo ver el viejo un fulgor anaranjado, al fondo, bajo las baldas y el agua. Introdujo los dedos en las grietas y arañó, tiró, apalancó hasta que consiguió empezar a arrancarlas.

Lejos de entrar más del mar, una roja calidez bañaba su rostro yerto. Arrancó otro tablón, y más luz y calor, y otro, y otro más, así hasta que de un gran agujero en el piso brotaba una alta columna de fuego, enroscada en vivas lenguas, chasqueando como látigos, y fundiendo la tormenta.

Tal altura alcanzó la pira, que se elongaba hasta el firmamento, prendiendo de nuevo un sinfín de luceros y una luna embustera.

Cornelius estaba seco ya, y reconfortado; mostraba su faz y sus brazos a la lumbre colosal, que consumió la tempestad primero, después el negro cielo, luego el oscuro mar.

El erudito volvía a estar cálido, quieto, sentía su sangre en los dedos, la tibieza en la piel; el lastre hermoso, dorado y templado contra su pecho.

Lo acunaba. Como un bebé. 

Su fe. 

Ante un gran hoguera, una columna hasta el cielo, en una aurora sin miedo.

Cornelius se giró, despacio, cálido, agradecido por la presencia de su hermano. 
Posó sus ojos en el Inquisidor, como un cansado padre que se ha visto superado en paciencia por su hijo. 
Lentamente, alzó su mano izquierda, y con el índice académico extendido, dibujó suavemente el contorno de la máscara de plata de Ser Gherim, apenas rozándola, como si una gota de lágrima cayera resbalando por ella.

- Creo que os entiendo, ahora
>> No hay otra manera...

Sucedió algo de todo punto inusual.

Rostro de Plata pareció netamente sorprendido por la extraña reacción del Maestre, más aún por sus enigmáticas palabras.

—¿¡...!? —De modo inconsciente apretó la mandíbula.

A pesar de su humor bonachón y un rictus extrañamente afable para el estándar inquisitorial, Cornelius Kotzträppus era un hombre bastante más inteligente y sagaz de lo que sugerían las meras apariencias. Ser Gherim, hombre taciturno y entregado al silencio en el interior del Dicasterio, era buen conocedor de las controvertidas formas y la aparentemente inacabable sabiduría que atesoraba el anciano, encontrando repulsivo tratarle con la frialdad que dispensaba a otros cazadores de la Inquisición.

—¿Qué queréis decir? —acabó preguntando Gherim en un lacerante susurro, creyendo comprender mucho más de lo que habría deseado en las críptica declaración del Maestre.

—Hablad...

Por algún motivo, Gherim van Wayden sintió en aquel momento que el Maestre era un confesor aún más efectivo que el temible hermano Llagas y Pústulas, que si bien era capaz de extraer morbosas e incluso fantasiosas declaraciones de sus reos muy convenientes para los crematorios públicos de la Inquisición, era de todo punto inútil para arrebatarle la mismísima Verdad al silencio.

No tienes nombre.

Hemos luchado contigo todo el día, 
y ahora se acerca la noche,
la oscuridad de la que surgimos buscando; 
anónimo, te retiras y nos dejas curando
las contusiones y huesos dislocados.

No hay remedio para el fracaso del lenguaje. 
Los físicos nos dicen cuánto mides, 
los químicos los ingredientes de tu pensamiento. 

Pero nadie dice quién eres, 
ni por qué habrías de abordarnos
en las inocentes marchas de vocabulario 
y azotarnos con tu silencio. 

Morimos, morimos sabiendo 
que resistes infinitamente
en la frontera del gran poema.

 
-No está conmigo el enigma, mi buen hermano cetrero. Mi encomienda , así como la de nuestros compañeros, no va más allá del cumplimiento de un voto, misión de adalides del Dicasterio.

>>Abandonad por un momento vuestra soledad y decidme. Ese será vuestro libramiento.
Hablad de aversión, de venganza. De vuestro algo melancólico y secreto.

>>Comprendida la amenaza, mis manos ofrezco dispuesto. ¿Creéis justo, pues, que vos me contéis lo demás? ¿Compartiréis conmigo vuestro íntimo y pesado cometido? ¿Vos, espiritual vindicador enigmático?

No soy un hombre de muchas caras. La máscara que uso es una.

>>Decidme hermano, contadme, pues el alba se aproxima, y acometeremos nuestra labor. Y la fe es mi único pertrecho.

>>Y vos sois el único, Besado por el fuego, que además porta otro lastre, ¿un sagrado apostolado, estimado Rostro de Plata, o se trata de algo más... personal?
 

El enmascarado nada dice en un primer instante.

Su semblante es comparable con el de un esbelta efigie del Segador, su faz velada por una estela de deslumbrante plata.

—Si la fe es vuestro único escudo, Maestre, entonces hablo ante un hombre desnudo —habla al fin, con esa aspereza que le caracteriza. Sus ojos esmeralda se pierden a través de la ventana de la estancia, en la lejanía de una noche sin estrellas.

—No es Fenre quien mueve mis pasos —admite en un raro atisbo de vulnerabilidad. —Y dudo sinceramente que Fenre los detenga en adelante —sentencia con todo el aplomo que acostumbran a atesorar sus palabras, volcando su mirada inclemente en el anciano.

—Soy hijo del Lobo de Hierro. Der Eisenwolf. El último vástago del Diablo que aterrorizó esta condenada aldea. Y eso es algo que no puedo cambiar. Durante toda mi vida me he aferrado a la esperanza de reencontrarme con él... De verle una última vez. De saber qué ocurrió en realidad... —Sucede un pesado y funesto silencio. —Cuando investigábais el cementerio me reencontré con el último jirón de mi pasado. El Rostro del Vacío. Y por primera vez en mucho tiempo, he sentido... —Su voz tiembla levemente, pero no se rompe. —...Piedad. Me... Me ha hecho comprender de dónde provengo. Quién soy. Era lo único que me importaba cuando vine aquí. Es lo único que me importa ahora. El círculo se ha completado. Irónico, ¿no creéis? Tras largos años, el cazador encuentra un último y débil rastro que conduce a su presa y entonces, en el último momento... —Gherim sacude la cabeza despacio con un leve encogimiento de hombros. —Me juré no perdonarles jamás. Lo hice sobre los cadáveres de mi hermana y mi madre, con su sangre aún fresca en mis manos. He querido verles arder desde entonces... pero he comprendido que la Muerte no tiene rostro.

Los puños del Ejecutor enblanquecen, la sangre congestionada de pura cólera.

Entonces el último de los Van Wayden confiesa.

—Durante toda mi vida he errado de enemigo, Maestre. Mas nunca más... Nunca más.

La mano de Gherim cae como la garra de un halcón sobre el hombro del Maestre, apresándolo.

—No debería haberos dicho esto... Temo que alargará vuestra noche y os privará de un necesario descanso —musita, siniestro. —Pero supongo que os habrán dicho que la curiosidad mató al gato, ¿verdad? Acompañadme, Maestre.

En su voz, el énfasis del exhorto.

Rostro de Plata no admitirá una negativa.

—¡Oh! ¡Sois veterano de guerra! Qué valentía la vuestra, hermano. Yo no podría pisar un campo de batalla, nunca, jamás, y no entiendo cómo es que tantos de mis vecinos se ofrecieron como voluntarios para ir a combatir. Fue por el incidente del granero, claro, aunque yo era una niña en aquel entonces, hace diez años. Y también es cierto que tantos otros se alistaron a la guerra presionados por los aldeanos más... enfáticos.

>>Ahora que lo decís, sí, estos sueños comenzaron junto con los demás problemas... al principio eran unos pocos quienes decían tener un sueño como este. Pero cada vez ha sido más gente. Esta noche me ha tocado a mí —dice con voz temblorosa—. Son imágenes de la guerra, de eso no hay duda. Pero el sueño estaba centrado en esta pareja, en un hombre y una mujer... es extraño, hermano, porque en el sueño sus rostros aparecen ensombrecidos.

La camarera accede a tu petición y dibuja a la pareja valiéndose de carbonilla y viejo pañuelo blanco. Tanya dibuja sorprendentemente bien. Además, te describe oralmente otros de sus rasgos. El dibujo muestra a una pareja joven, de unos 30 años. El hombre es alto, mide un metro ochenta, y aunque Tanya no dibujó su rostro, sí te dice que su cabello era oscuro. Viste ropas de tela basta, típicas de campesino: no era un hombre adinerado. Una herida en la garganta indica que murió atravesado por una pica.

La mujer es más baja: un metro sesenta. Es delgada, como el hombre, y su cabellera es rubia ceniza. Viste prendas raídas pues ella también pertenece a un estrato social bajo. Tanya te indica que ella murió de dos disparos en el pecho. La camarera tampoco dibujó su cara, pues en su sueño estas dos figuras no tienen semblante. Pero hay algo llamativo en esta mujer: en su cuello lleva un collar de madera, con dos iniciales talladas a mano: M&G.

—El murió en la batalla. Ella estaba en el campamento, pero el ejército enemigo les atacó por sorpresa y... oh, por Fenre, ¡qué espanto! Todo esto me tiene con los pelos de punta, hermano. Ruego que me disculpéis, pero necesito volver a dormir. ¡Hasta mañana! ¡Vigilad bien, por favor!

La camarera se despide de ti. Tu turno termina. Subes por la escalera a tu habitación, al tiempo que Rostro de Plata abandona su dormitorio para iniciar su turno de guardia. El sueño es refrescante y reparador. A la mañana siguiente, el dolor en tu brazo ha desaparecido y estás listo para enfrentar los horrores que se avecinan.

"Acompañadme, Maestre". Y el Maestre, sin saber hacia dónde dirige, obedece a sus pies, ajados y tristes de tanto andar entre horrores. ¿Qué ofrece el enmascarado? ¿Una soga con la que escapar del abismo de la demencia? Quizás ya sea tarde para eso. Quizás el profesor Cornelius Kotzträppus no es más que un náufrago sin remedio en el mar de la herejía y el sinsentido.

El erudito vuelve a su habitación a recoger sus cosas. En el pasillo, Rostro de Plata se cruza con Heinrich, que está terminando su turno de guardia. El batidor ingresa a su cuarto y se tumba en la cama a dormir. El enmascarado baja por la escalera, hacia el salón principal, donde todavía reina la oscuridad y no hay nadie. Muy pronto se reúne con el profesor y, a lomos de Nébula, aquella fabulosa bestia albina, abandonan el Descanso del Alacrán.

El manto de neblina que cubría Novokovo es ahora más alto y denso. Si hasta hace unas horas llegaba hasta los tobillos, ahora lo cubre todo hasta las rodillas. Nébula ya conoce el camino: un kilómetro al noroeste de Novokovo, en las afueras del pueblo. Las aguas de un arroyo discurren con parca elegancia a la luz de los primeros rayos de sol que asoman entre nubarrones grises. A los lados no hay más que una arboleda triste y raquítica. Siguiendo el curso fluvial llegáis a la entrada de una cueva.

En su interior, rodeada de sombras, está Shadha al-Qanan, de las tierras del desierto, hasta hace poco prisionera en el cabildo, y ahora libre.

Está sentada sobre una roca, con las piernas cruzadas y las manos apoyadas sobre sus muslos. Su cabello está levemente despeinado y sus ropas arrugadas, pero en ella brilla la misma determinación de siempre. Es la confianza del hierro, la seguridad de una mujer que sabe que se romperá antes de doblarse.

—Enmascarado —dice, sin rastro de sorpresa en la voz—. Habéis vuelto. Cornelius Kotzträppus —saluda con un gesto de cabeza—. La última vez que nos cruzamos, nuestros caminos eran divergentes. El enmascarado buscaba sangre, yo buscaba salvación, y vos buscabais... ¿qué cosa? ¿Certezas? ¿Verdades?

>>Ahora mi camino y el del enmascarado son uno. Ambos buscamos lo mismo. Y si vos estáis aquí, supongo que es porque habéis venido a unir vuestro camino al nuestro. ¿Ya le habéis hablado acerca de nuestra misión? —pregunta a Rostro de Plata—. Si tenéis mi cofre, inquisidor, dádmelo ahora. El tiempo apremia, y cuanto antes comience el ritual, antes encontraremos a la portadora.