Partida Rol por web

La máscara de la Muerte Roja

El gran baile

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04/07/2013, 22:10
Director

 

Al llegar la séptima semana de su reclusión, y cuando la Muerte Roja causaba los mayores estragos entre la población, el Príncipe Próspero ofreció a sus aliados y fieles sirvientes un divertimento especial. Un suntuoso baile de máscaras, de la más insólita magnificiencia. Aquella mascarada era un cuadro voluptuoso, celebrado en el salón más amplio y lujoso de aquel inmenso palacio. Muebles de la más noble talla, ricos tapices, ostentosos ornamentos. 

A pesar de la profusión de ornamentos de oro que aparecían aquí y allá o colgaban de los techos, en aquella estancia no había lámparas ni candelabros. No había tampoco grandes arañas de cristal. Pero en los corredores paralelos al salón, y opuestos a cada ventana, se alzaban pesados trípodes que sostenían un ígneo brasero cuyos rayos se proyectaban a través de las vidrieras e iluminaban la estancia con brillantes colores, produciendo vivos resplandores dotados de movimiento sinuoso e hipnótico. 

Todos los manjares que uno pudiera desear, todo el vino que uno era capaz de beber, estaban servidos en cantidades que quizá resultaban excesivas. Los músicos arrancaban notas de sus instrumentos, las voces de los bardos animaban la velada. Regias parejas ataviadas con prendas suntuosas danzaban, reían o hablaban. Sirvientes portando bandejas cargadas de copas, esquivando los giros deshinibidos de los bailarines. Doncellas que se abanicaban mientras cuchicheaban y estallaban en suaves risas y sonrojos. 

Aquella prometía ser una noche para recordar. Y aún Próspero no estaba disfrutando de ella, pues su silla, de mayor talla y porte que las demás, se encontraba vacía. La danza de sus invitados a aquellas horas comenzaba a resultar errática, y la ebriedad de algunos era un hecho reflejado en sus pupilas danzarinas y sus palabras estiradas. 

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04/07/2013, 23:21
Reloj

En medio del gran salón, contra la pared del poniente, se apoyaba un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo se balanceaba con un resonar sordo, pesado, monótono. Y cuando el minutero había completado su circuito y la hora iba a sonar, de las entrañas de bronce del mecanismo nacía un tañido claro y resonante, lleno de música.

Mas su tono y su énfasis eran tales que, a cada hora, los músicos y bardos se veían obligados a interrumpir momentáneamente su ejecución para escuchar el sonido, y las parejas danzantes cesaban por fuerza sus movimientos durante un instante.

En aquella alegre sociedad reinaba entonces el desconcierto y, mientras aún resonaban los tañidos del reloj, era posible observar que los más atolondrados palidecían y los de más edad y reflexión se pasaban la mano por la frente, como si se entregaran a una confusa meditación o a un ensueño. Pero apenas los ecos cesaban del todo, livianas risas nacían en la asamblea.

Los músicos y bardos se miraban entre sí, y sonreían dejando a un lado la insensatez mientras se prometían en voz baja que el siguiente tañido del reloj no provocaría en ellos una emoción semejante. Mas, al cabo de tres mil seiscientos segundos del Tiempo que huye, el reloj daba otra vez la hora, y otra vez nacían el desconcierto, el temblor y la meditación.

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05/07/2013, 01:21
Chiara

Chiara observa la fiesta ligeramente apartada, desde detrás de su máscara de plumas azuladas que hace un juego perfecto con su vestido de muselina, adornado con pequeñas y delicadas plumas de seda tejida. Su pelo cae en una cascada de suaves ondas a su espalda, adornados sus cabellos con pequeñas perlas cuidadosamente colocadas en cada bucle.

La joven no puede evitar fijarse en que algunas de sus amigas se encuentran en la fiesta, la tímida Martina y la rebelde Elisabetta están en la misma sala. Siente ganas de ir a divertirse con ellas, pero hay algo que no permite que su ánimo se distienda, manteniéndola en tensión y con el ceño ligeramente fruncido en un gracioso mohín. — ¿Dónde está Próspero?

Chiara se mueve entre la gente, acostumbrada a que nadie le preste demasiada atención, demasiado ocupados con sus intrigas políticas para hacerle caso a la joven amante del Príncipe, de origen humilde. — Quizá está preparando algún tipo de sorpresa especial, o planea hacer una entrada triunfal... — Todas estas ideas pasan por la mente de Chiara mientras sus ojos, teñidos de preocupación, no dejan de pasear por la sala, en busca del Príncipe. — Tan sólo espero que no le haya pasado nada...

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05/07/2013, 04:31
Juliana

Durante la noche Juliana había comido con moderación. Tras acompañar durante los primeros bailes a distintos caballeros había pasado un rato sentada, siguiendo la música y a la gente con la mirada. Conversaba con todo aquel que quisiera acercarse, y lucía una sonrisa espléndida.

A pesar de haber dejado atrás sus mejores años, ella seguía manteniendo el porte de su juventud y lucía su figura con un vestido entallado de color hueso con detalles verdes.

Su máscara era dorada, con relieves que mostraban pequeñas hojas enredándose por toda su superficie, recordando a una planta trepadora.

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05/07/2013, 08:01
Cecile

Los ojos de Cecile se abrieron como platos. Ya había asistido en otras ocasiones a las fiestas del Príncipe, pero ésta no era menos increíble, en absoluto.

La impresión no consiguió paralizar su cuerpo más que unos segundos. Se adentró en la fiesta sin pensárselo dos veces, mirando a su alrededor la hermosa decoración, la comida y, por supuesto, el vino.

Empezó con moderación, pero el ambiente empezó a cargarse de ebriedad y Cecile no podía resistirse al aroma del vino. Además, la música que acompañaba todo aquel festín animaba todavía más a la mujer, que tan sólo escuchar el sonido de los laúdes empezó a bailar al son de su melodía, destacando sobre el resto e ignorando los posibles comentarios que pudieran hacer otras doncellas sobre sus peculiares danzas.

Por lo general, Cecile mantenía sus ojos cerrados dibujando una expresión placentera en su rostro, disfrutando de la música y del amargo sabor del vino en su paladar. Sólo los entreabría para observar a los demás, sobre todo en dirección a los bardos, seleccionando sus melódicas voces para acabar fijándose sólo en una de ellas.

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05/07/2013, 09:05
Fabiano

Moviéndose con maestría entre los danzantes gracias a la costumbre adquirida por años de trabajo, el chambelán Fabiano va acercándose a los invitados para ocuparse personalmente de algunas de sus peticiones más extravagantes.
No resolvía por si mismo esas empresas, pero su papel es dirigir al servicio, y como tal necesita saber qué desea cada uno de ellos.

Pese a las máscaras, sabe reconocer a todos los invitados, a fin de cuentas ese es su trabajo, y no habría llegado hasta ahí sin saber hacerlo bien.

Esquiva el salto de un danzarín y se acerca a uno de los invitados *.
- Mis disculpas, ¿todo está a su gusto o desea algo?

Notas de juego

* Al jugador que quiera.

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05/07/2013, 09:57
Lucrezia

Lucrezia bailaba con la seguridad de una mujer acostumbrada al movimiento de la corte, educada para hacerlo como una dama más. Escondida tras una máscara de los mismos colores pastel que su vestido, algo menos sobria por las enredaderas doradas que parecían encaramarse a ella, iba cambiando de pareja con cada movimiento de las piezas, y educadamente saludaba a cada uno. Entre baile y baile, aprovechaba para sacar su abanico de entre los pliegues de su vestido y darse algo de aire. Estar encerrada le daba calor, y así además evitaba de forma graciosa el olor que iba generándose en el sitio con tanta gente bailando, perfumes varios, comida y bebida. Hablaba con casi todas las personas con las que se encontraba, se reía de sus chanzas e incluso se aventuraba, a pesar de que no sabía si su humor caía en gracia a todos, a hacer alguna ella también.

Su abanico se agitaba mucho más cuando sonaba aquel reloj. Todo parecía pararse en aquel momento, y ella por unos segundos también, pero conforme sonaba la última campanada y todos iban recomponiéndose, ella comenzaba a abanicarse muy rápidamente para quitarse el sofoco que le generaba aquel aire enrarecido y pesado que el pasar de las horas le llenaba los pulmones y le acaloraba el cuerpo. A lo mejor sería que pensaba en que, aunque aún su cuerpo no hubiera empezado a ajarse hacia la ancianidad, el tiempo no dejaba de ser un recordatorio de que ya no era la dulce muchacha que era cuando quedó embarazada de su primogénito, ni siquiera era ya su madre... Lo había perdido. El tiempo pasaba inexorable, hora tras hora y día tras día, y donde ella fue una jovencita casadera bien educada, ahora era casi ya una abuela. La juventud pasó, y solo aquellas fiestas tan opulentas le hacían sentirse un poco más revitalizada. Aún tenía vida por delante, y a pesar de que su reputación se hubiera ensuciado por un desgraciado desliz, no estaba aún condenada al aislamiento ni a que la repudiara la sociedad por mala madre.

A su hija Elisabetta la vigilaba más de cerca que a cualquier otra cosa que pasara ante sus ojos. Aunque ella le hubiera jurado mil veces que su desliz no volvería a repetirse, su confianza ya se había resentido; y había trabajado demasiado en mover hilos para controlar de alguna manera el daño que había hecho a su familia, como para que volviera a pegar un "resbalón". Mientras la miraba, oyó la voz de Fabiano, el chambelán. La sobresaltó, pero ella exageró todavía más la sorpresa. 

- ¡Oh, qué sobresalto! - Exclamó y rió pomposamente, como hacía siempre. - Sí, todo perfecto, mi querido Fabiano. Muchas gracias. Bueno, ahora que lo pienso hace algo de calor, pero supongo que es por estar bailando. Debería ir a por algo de vino fresco...

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05/07/2013, 10:38
Enzo

Todos bailaban, reían y exageraban sus ya de por sí pomposos gestos... cuanta hipocresía. Enzo, que había sido educado como un campesino no era amigo de aquellas fiestas, se bebía y se comía por hacerlo y lo que sobraba se tiraba, su difunta madre jamás había probado, ni siquiera imaginado muchos de los manjares que con tanta indiferencia los invitados desechaban para no parecer indecorosos... aquello tenía que ser pecado. Con cada día que pasaba en la corte del príncipe, más convencido estaba que estaba perdiendo su alma, pero debía seguir adelante, ya no había marcha atrás. Por ello ponía gran empeño en aprender lo necesario para que sus modales de campesino pasaran lo más inadvertido posible...

Enzo, iba vestido con sus mejor ropa, en aquella ocasión había elegido un traje escarlata y negro, llevaba el pelo suelto y se ocultaba el rostro con una máscara negra de base y con adornos escarlatas y pequeños rubíes semejantes a lágrimas alrededor de los ojos.

El muchacho contemplaba a los invitados con aparente desinterés, mientras le dedicaba furtivas miradas a la silla de Próspero, el príncipe se estaba tomando su tiempo, y eso sólo podía significar que algo estaba tramando.

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05/07/2013, 11:21
Nicola

Nicola se encontraba sentado, en una de las mesas más apartadas, contemplando de vez en cuando el baile de los cortesanos... Los giros y vueltas, giros y vueltas... Aquella pantomima, fingiendo que no ocurría nada. Pero aquello al caballero le daba igual. Ya había vaciado una frasca de vino, e iba a buen ritmo con la siguiente, sin embargo aún no se encontraba suficientemente ebrio. Quizás era debido a su constitución, o quizás aquella noche los hados habían decidido que no conseguiría ahogarse en vino. Pero el hecho era que aún no había caído dormido en los brazos de Morfeo y Dionisio.

"Sobre todo, de Dionisio" pensó, vaciando otra copa. 

Mientras las máscaras de otros tantos cortesanos eran alegres, llenas de vivos colores y divertidas formas, la suya era totalmente blanca, de un color blanco hueso, y los ojos no lucían una expresión divertida o soñadora, sino que parecía tener el ceño fruncido. Se había tomado la libertad de pintar unas gotitas rojas cerca de los ojos, ya que le parecía divertido, en cierta manera, hacer gala de manera sutil de aquello que les tenía encerrados allí dentro.

Su único entretenimiento, aparte de beber vino, era dar vueltas en la mesa a su puñal, cuando no lo estaba usando para partir algún pedazo de asado. Con la punta apoyada en la mesa, le daba vueltas una y otra vez, perdiendo su mirada en los giros y destellos del filo. Como siempre que llegaban las campanadas del reloj, el puñal dejaba de girar, y Nicola se perdía aún más en sus profundidades, quizás recordando días mejores en los que era el terror de los enemigos de Próspero.

O, quizás, meditando sobre la cercanía y certeza de la muerte. 

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05/07/2013, 12:33
Martina

Martina se encontraba sentada en una de las mesas más apartada. No muy lejos de la mirada sobreprotectora de su padre Giuseppe, la chica no se alejaba mucho de su progenitor nunca.

Su máscara era de colores dorados y plateados y dejaba al descubierto poco de la cara, no tenía decoración alguna para evitar llamar la atención en exceso.

La chica no solía asistir a estas celebraciones, le llenaba de rabia estar rodeada de gente y no poder apartarse del regazo de su padre, conocer gente nueva y poder hablar con sus amigas sin que él las mirase mal.

La joven Martina alejo la vista un poco del centro de la sala y se fijó en Chiara, una de las pocas amigas de las que disponía. Sentía ganas de acercarse y hablar con ella para distraerse pero en cuanto se levantase de la silla su padre correría rápidamente a su lado para evitar que se alejase. Ciertamente frustrante…

Y así pasaría la noche entera para la dulce chica, apartada de todo y sin poder hablar con nadie.

En ocasiones es mejor quedarse en casa…

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05/07/2013, 14:41
Attilio

Atillio entró triunfánte por la sala, dedicándo sumejro sonrisa a las damas allí presentes, iba vestido con sus mejores galas, sedas del reino de Persia las cuales consiguio en uno de sus viajes,sedas de variados colores con piedras brillantes bordadas, no llevaba máscara, y llevaba su laud colgado a un hombro.Él sabía donde estaba su lugar, al lado de los demás bardos, así que se acercó a ellos.-¿Me permitís una sátira?-Preguntó educadamente.

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05/07/2013, 18:06
Giuseppe

Giuseppe salió de su encierro mental, justo cuando el reloj "tocó" su canción y ensimismo a los presentes.

Su mente divagaba de pensamiento en pensamiento pero el último, antes de "despertarse" de su ensueño quedó grabado en su cabeza.

Mientras sus ojos no se apartaban de su dulce y bella hija su mente no paraba de torturarle. Tras siete semanas de "encierro", Giuseppe empezaba a estar cansado y astiado. La vida en estas paredes se empezaba a tornar aburrida. Desde luego el príncipe se esmeraba en tener contentos a sus invitados. Fiestas, comida, bebida y más fiestas comida y bebida...

Sólo los más necios no podían estar aburridos... Aquel encierro, por muy placentero que fuese, no dejaba de ser un encierro... aunque claro... fuera era bastante probable que tampoco se estuviese mejor... con lo cual Giuseppe, a pesar de saber hacer lo correcto para él y para su hija, no podía evitar sentirse frustrado..

Cogió su copa de vino y bebió un largo trago. Sin duda, aquella noche necesitaba ser, especialmente, un necio...

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05/07/2013, 20:45
Lautone

La máscara de calavera que llevaba puesta le dejaba libre la boca y que delicia para el propio Lautone... estaba cerca de Elisabetta y aunque no le hacía demasiado caso, estaba pendiente de ella, al menos, a su manera.
El tuerto estaba disfrutando del espectáculo mientras devoraba una manzana roja como la sangre; en cierto modo era irónico que llevara esa máscara, pero en realidad era un pequeño homenaje a todos los muertos por aquella enfermedad... muchos se lo tomarían como una burla o una provocación y aquella idea que se le pasaba por la mente de Lautone le sacaba sonrisas cargadas de suficiencia.

Mordía el fruto prohibido con fuerza, abría la mandíbula y daba un sonoro bocado que solo él era capaz de oír ya que la música disfrazaba casi todos los sonidos de la sala... pero realmente, el noble Lautone, no estaba muy contento con la fiesta. A su juicio, el príncipe se había pasado en su pompa - que desperdicio de comida... ¿y si nos espera un encierro prolongado? estúpido - pensó mientras sonreía... mitad muerte mitad sonrisa irónica. A Lautone le costó mucho despegarse del espejo ya que se veía "mortalmente" arrebatador, pero no era momento para perder el tiempo adulándose a si mismo.

En cierto momento se acercó a Elisabetta y sin perder aquella sonrisa se interesó por ella por segunda vez en toda la velada - ¿Todo bien? - le preguntó escueto dejándose de formalismos.

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05/07/2013, 21:19
Fausto

Como no podía de ser de otra forma, el príncipe se había encargado de ofrecer un exquisito banquete. Era claro que mas que la comida deliciosa por cierto, lo que me atraía era el vino. Después de todo solo soy un hombre. ¿Qué hombre no disfruta de una buena bebida?

El tiempo se comienza a acumular y nuestro anfitrión no hace acto de presencia, lo que incomoda sobremanera a los nobles del lugar. ¿A que se debe tanto interés en un hombre teniendo un banquete frente a nosotros? Los bardos animan la velada y yo dejo que el vino irrigue mis sentidos. Mientras observo con detenimiento lo buena que está  Cecile y lo muy bien que baila. Entonces noto la extraña sensación que me produce el reloj.

Atrapados en un banquete con un irritante reloj y un benefactor desaparecido. ¿Donde está mi pluma cuando la musa llama a ami puerta?

  

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05/07/2013, 22:40
Salvatore

Bien sabido era que Salvatore no tenía estima a la mitad de los presentes allí, sin embargo el uso de máscaras le proporcionaba el anonimato necesario como para poder comportarse con normalidad, sin necesidad de ir con pies de plomo cada vez que abría la boca.

Danzaba como el resto, bebía como el que más, si aquella iba a ser una de las últimas noches de su vida iba a aprovecharla como nadie y mientras durase el efecto del alcohol olvidaría que allí él siempre fue el enemigo.

Cuando se le acercó Fabiano preguntando si todo estaba bien no pudo hacer otra cosa más que sonreirle, coger una copa y tentarle a beber mientras le empujaba esta contra el pecho. -¡Brindemos!

Cualquier excusa era buena para beber. "¿Y por qué brindamos? Bah, da lo mismo..."

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06/07/2013, 00:49
Patricia

Los días pasaban lentamente como sombras que se alargan al atardecer, preludio de la noche oscura que pronto nos envolvería en un mutismo doloroso como el de la enfermedad que fuera de las seguras murallas de palacio seguía alzándose, señora de las calles y de los campos que un día fueron el hogar de sueños y esperanzas, de vivencias y miserias.

No estamos muertos. Es lo que nuestro anfitrión trata de decirnos, pues alguno de nosotros aún necesitamos que nos lo recuerden, habiendo olvidado ya la vida que antaño solíamos gozar. Atrás ha quedado una vida sin preocupaciones, sin angustias y sin pensar con gran pesar "¿qué será de nosotros?" pues aún nada se sabe del mal que acontece en el mundo real, lejos de estos lujosos salones, de éste delicado manjar, de estas majestuosas notas y de sus sublimes invitados; lejos de esta extraña sensación asfixiante de haber vivido esta misma gala millones de veces con anterioridad, con diferente escenario, con distintos disfraces, pero lo mismo una y otra vez...

Entro en la sala con mi familia, siguiendo a mis padres y con mi hermana del brazo. Esta vez el disfraz es el mismo para todos; no hay distinciones a primera vista como sucede normalmente. Para tal ocasión, me decanté por un vestido beige con brocados dorados y pedrería en el corset. Para la máscara, opté por una de rejilla, enmarañada, completamente dorada y con pedrería en la frente, en formación de abanico, y por las mejillas de manera dispar. Y para decorarlo todo, una amplia sonrisa para todos a pesar de mi confusión interior. Sobretodo, mayor es la sensación tras cada tañido del imponente reloj del salón.

Llevo a mi hermana a la pista de baile, tratando de bailar con ella hasta que algún apuesto bailarín pida de bailar con ella. Lo que sea para que no se percate de la situación que estamos viviendo. Cuánto más ajena a todo sea, mayor será su felicidad.

- Y bien, Fionna... ¿Qué me decís? ¿Hay algún antifaz de su interés? -comento a mi hermana menor de manera discreta, sonriendo de manera despreocupada y tratando de conseguir impregnarme de la sensación reinante del lugar.

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06/07/2013, 08:46
Fionna

Fionna entra de la mano de su hermana al baile y aunque todos vestían con trajes similares, Fionna llevaba un lazo de color café oscuro que combinaba perfectamente con el vestido. Estaba un poco nerviosa por no poder ver la cara de los otros acudientes y los sonidos del reloj taladraban sus oídos. El príncipe Próspero no estaba, cosa que le extrañaba un poco, pero antes de que pudiera examinar un poco en busca de un rostro conocido, su hermana la lleva a bailar.

Ellas siempre se divertían juntas, sin importar las circunstancias en las cuales se encontraran. Su antifaz era dorado con piedrecillas brillantes en los bordes y unas plumas en la parte superior que combinaban con su cabello. Intentaba disfrutar del baile lo más posible, aunque había alguien en especial con quien le gustaría toparse. Aún no hablaría de eso con su hermana así que prefería disfrutar de ese momento.

- Bueno, ninguno por el momento, querida hermana. Pero espero que pronto haya algún antifaz que logre sorprenderme - le sonríe pícaramente y continúa el baile que su hermana había comenzado.

Notas de juego

Disculpen la tardanza. Estuve fuera todo el día XP

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06/07/2013, 11:32
Cecile

Cecile bailaba con los invitados que se le acercaban, aunque sabía que sus bailes eran difíciles de seguir por su aleatoriedad respecto los tradicionales bailes que practicaban los demás.

Era consciente de lo que ocurría fuera de ese lujoso refugio en el que se sentía tan protegida. Pero el vino no dejaba que su mente la alejara de la alegría que sentía en esos momentos.

El Príncipe no aparecía. ¿Qué estará tramando? Pero a Cecile sólo le importaba disfrutar bailando, bebiendo y sonriendo constantemente. Adoraba la música de los bardos, pero no encontraba la melodía que buscaba.

Finalmente, Attilio asistió a la jubilosa fiesta y se incorporó con los demás músicos. Eso es. La melodía de ese laúd es la que estaba buscando... Entonces, dirigió su extravagante baile en dirección al apuesto bardo, esperando, como en otras ocasiones esperaba impaciente el comienzo de las obras de Fausto. Aunque en este caso estaba dispuesta a danzar las notas que surgieran del laúd del bardo. Qué suerte tenemos de disponer de buenos artistas...

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06/07/2013, 16:22
Roderigo

Vestido con un sobrio traje oliva entro con mi mujer Camelia del brazo y mis dos retoños siguiéndonos. Parece que nos ha vuelto a "sorprender" con una fiesta. Saludo con una fina sonrisa en los labios a todos los presentes con los que me cruzo sin soltar del brazo a mi mujer.

- Camelia, querida, ¿no querrías hacerme feliz con un baile? - Le digo bajo en nuestra intimidad con una sonrisa casi divertida.

Mientras tanto dirijo rápidas y discretas miradas a mis dos hijas. Las más jóvenes de este... Encierro.

Notas de juego

Igual, yo estuve fuera de casa!

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06/07/2013, 17:10
Director

Unos gritos se elevan entre la música, las voces y el sonido del reloj. Al principio como una algarabía violenta, en la que varios hombres parecen mantener una disputa. Los bardos y músicos acallan la melodía, y entonces todos son capaces de distinguir varias pisadas presurosas que se encaminan hacia el gran salón. 

— ¡Prendedla!—reconocéis la voz grave e imponente del príncipe Próspero, justo antes de que las puertas frontales de la sala opulenta se abran en un exabrupto. Tras ellas, como vomitada por algo intangible, aparece una muchacha, que se precipita hacia los presentes con el rostro desencajado. 

Su piel sudorosa y sucia, sus harapos y su pelo enmarañado evidencian que se trata de una plebeya. Una campesina hambrienta, que a todas luces no presenta un buen aspecto. ¿Estará enferma? Os lo preguntáis mientras os alejáis de ella, temerosos de que pueda portar la semilla de la Muerte Roja consigo. A penas transcurren unos instantes en los que el desasosiego general hace de vosotros su presa, cuando un grupo de cuatro guardias irrumpen tras ella. 

Sin ninguna clase de miramiento, agarran su cuerpo de constitución liviana y la obligan a postrarse en el suelo. Uno de los caballeros desenvaina su espada, y la alza entre sus brazos, para dejarlos caer entonces. Se escucha un grito desgarrado y entonces, un sonido húmedo y metálico.

El carmesí de la sangre brota a borbotones del cuello de la muchacha  en el momento en el que su cabeza es separada del resto de su cuerpo, salpicando todo lo que se encuentra a su alrededor mientras algunos de los presentes evitan mirar y otros se obligan a digerir la escena. Varios incluso la contemplan, impasibles. Al fin y al cabo, ¿cuál es el valor de la vida de un campesino?