Partida Rol por web

La Sociedad Fénix

Sur le ciel de Paris (Capítulo 6)

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20/09/2012, 20:10
Director

Cuando volvieron a materializarse, estaban exactamente en el mismo sitio. Sin embargo, cuando miraron alrededor, no vieron cadáveres en sus camillas, solo a una enfermera que tiró su carpeta con los ojos muy abiertos. Adrienne miró al cielo, y vió que este era azul y luminoso.

Salieron del hospital, y se sumergieron en la marabunta de París. Coches por doquier, guardias de tráfico, panaderias que desprendían un sabroso olor, elegantes bistró repletos de parisinos que les miraron con curiosidad, niños jugando con las palomas en el parque. Adrienne cayó de rodillas, y comenzó a reirse. La luz había vuelto a su rostro.

Corrió por la calle como una niña, y Durand fue tras ella. Tupolev, preocupado, les siguió de cerca. Estaba tan entusiasmada que no reparó en que iban cargados de armas. Al llegar frente al Louvre, un pelotón de soldados con sus característicos uniformes azules de pantalones rojos, se detuvo al verles.

-Vaya por Dios... -dijo Ness.

-¡Arriba las manos!

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20/09/2012, 20:21
Director

La celda se cerró tras ellos, y Durand volvió a repetir que debían avisar a los Curie inmediatamente. Volver, para pudrirse en una celda. Sus armas habían sido confiscadas, y seguían vistiendo la misma ropa sucia. Aunque, por decencia, a Candance le habían dado una gabardina larga, para que se cubriese.

Tupolev intentaba guardar la calma, mientras Artemis pensaba en la paradoja de volver en el tiempo para pudrirse en la cárcel. Entonces, Ness comprobó que su comunicador estaba intacto, y Tupolev realizó la llamada a los Talbot. La historia que hubo de contar, fue larga. Pero la respuesta, fue más que significativa.

-Vamos para allá. Todos. Hablaré con el presidente Faure.

Dos horas más tarde, tuvieron la visita de un viejo conocido.

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20/09/2012, 20:26
Inspector LeDuc

LeDuc llegó acompañado de los Curie, que vestían unos extraños mandiles de plomo.

-Disculpen las molestias, pero esto es necesario. Cierren los ojos.

Madame Curie les tiró encima un líquido jabonoso, y debieron ducharse y despojarse de su ropa luego. Esa ropa fue llevada a incinerar, y a ellos les dieron otra para que se vistieran y adecentaran.

-Ahora que ya están descontaminados, les comunico que el presidente Faure ha decicido declarar el estado de sitio en París, que caerá bajo mando militar. Mi último acto como inspector de policia en jefe... por encima del poder militar, es entregarles estos salvoconductos.

Los fue repartiendo.

-Les facultan a poder portar sus armas en el territorio francés, con dispensa especial del presidente, siempre que no las usen contra ciudadanos desarmados.

Los guardias abrieron la reja del pasillo de la prisión.

-Ahora, si son tan amables, les llevaré ante la nueva autoridad competente. Y, por Dios, espero que lo que dijeran fuera cierto.

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20/09/2012, 20:32
Director

Les poilus. Los soldaditos. Así les llamaban con cierta sorna los civiles. Los soldados de uniformes azules marchaban por el campo de marte, bajo la sombra de la torre eiffel, mientras coraceros de la guardia republicana patrullaban con sus sables al hombro.

El coche del inspector se detuvo en el edificio de la exposición universal, ahora cuartel general de la defensa del sector militar de Île de France. En su interior vieron un ir y venir constante de correos del ejército, oficiales y puestos de radio y telégrafo, que usaban la torre como repetidor para comunicarse. Le Duc les guió a través del enjambre de burocracia militar, hasta el despacho del comandante, el general Rigaud. Tuvieron que esperar a que terminara de despachar unos asuntos antes de que pudiera atenderles.

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20/09/2012, 20:40
General Rigaud

Su ordenanza le habló mientras él miraba el mapa, con el chacó quitado y sobre la mesa.

-El general Joffre y el octavo ejército avanzan hasta la línea de defensa del Marne. Hemos recibido un telegrama del mando británico diciéndonos que lanzarán un ataque de diversión en Bélgica, para tratar de distraer a las fuerzas alemanas.

Rigaud señaló el mapa con el dedo, insistente en el punto.

-Los combates en la frontera han sido un desastre. Las tropas se repliegan y el Marne debe ser nuestro bastión. ¿Cual es el número de tropas que hay en la capital?

Su ordenanza consultó la lista.

-12.000 hombres del sexto cuerpo de ejército a su mando, señor. Más 4.000 de caballería.

Negó, despacio.

-Demasiados. La policía puede ayudarnos a proteger la capital. Mande un telegrama a los coroneles de los regimientos de caballería décimo y tercero, deben marchar hacia el Marne inmediatamente.

-Si mon general.

Rigaud se quedó estudiando el mapa.

-¿Como demonios podemos enviar 6.000 hombres al Marne en menos de 48 horas con el ferrocarril colapsado?

Su ordenanza carraspeó.

-Hay varios civiles que quieren hablar con usted.

-En orden de llegada, por favor.

Un hombre de barba gris se acercó, quitándose la gorra. Estaba esperando antes que ellos.

-¿Quien es usted? -dijo el general, alzando el mentón, mientras se ajustaba de nuevo el cinturón.

-Soy François Destalle, mi general. Antiguo cabo del sexto de infantería en la Guerra Franco-Prusiana. Ahora taxista, señor. Represento a las compañías de taxi de París.

Rigaud parpadeó, despacio.

-Taxista... Bueno, hemos combatido en el mismo polvo y vertido la misma sangre. ¿Que desea, Destalle?

-Transportar a sus tropas, mi general.

El ordenanza de Rigaud se lo quedó mirando, y luego al taxista, con una sonrisa.

-Los taxis de París son suyos, para transportar a sus soldados al frente. Solo necesitamos gasolina.

Rigaud se quedó mirándolo en silencio.

-Que le den lo que necesite, Deschamps, lo que necesite -estrechó su mano- Francia estará en deuda con ustedes, los taxistas de París. Todo un ejemplo.

-Mi general, no se merecen. Recuerde la revolución. El pueblo y el ejército son una misma cosa.

Emocionado, palmeó su espalda, y le despidió a la puerta de la oficina. Luego, se fijó en ellos.

-Ah, LeDuc. Son ellos, ¿No? El presidente me han dicho que son lo mejorcito que tenemos en el servicio secreto. Que tienen datos para mi, sobre el enemigo.

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20/09/2012, 20:57
Mijail Tupolev

El ruso se adelantó, y se quitó el sombrero que llevaba. Luego se cuadró y le saludó. Al fin y al cabo, estaban en guerra, era un aliado, y además un oficial superior.

-Contraalmirante de la Armada Imperial Rusa Mijail Tupolev, general. Permítame informarle de que París será atacada dentro de cinco días, por aire.

Se acercó a la mesa y le dió los detalles, durante más de quince minutos. Detalles sobre las armas del enemigo, sobre sus aeronaves, sobre sus tropas. También le puso al corriente de la Sociedad Fénix, y de los poderes y aptitudes de los allí presentes (hubo que hacer alguna demostración, para sorpresa de los militares). En suma, todo lo que sabía.

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20/09/2012, 21:02
General Rigaud

Rigaud se había sentado, tratando de digerir todo aquello. Dió un sorbo al café pero compuso un gesto de asco, ya que estaba frío. Luego, reflexionó durante un par de minutos, mientras seguía escuchándose de fondo el ruido de las máquinas de escribir.

-Engendros mecánicos antromoformos con ametralladoras, topacios explosivos y viajes en el tiempo. En otras circunstancias, mandaría a que les llevaran al loquero. Sin embargo...

Buscó un periódico, y lo sacó, tirándolo sobre la mesa.

-Esto es de ayer, sobre la victoria en el Índico. El hombre de la foto de archivo rusa y usted, Tupolev, son idénticos. Además, lo que usted ha dicho sobre las tropas alemanas es cierto, he recibido informes similares de mis espías. Así que, ¿Como podemos defender París? ¿Que necesitan?

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20/09/2012, 21:06
Doctor Irvin Ness

El doctor esperaba esa pregunta, y sonrió.

-Hay que blindar la Torre Eiffel, y poner artillería antiaérea en los tejados de los edificios más altos. Las ametralladoras son bastante útiles, aunque los cañones funcionan mejor a gran altura.

El señor Octopuss saltó sobre la mesa y analizó el mapa. Todos se lo quedaron mirando como si no dieran crédito.

-Necesitamos poder transitar libremente por París y recoger nuestras cosas. Hay unos amigos, de la sociedad, vendrán mañana, imaginamos, recibanles bien, y comuniquenoslo. Necesitamos que la defensa sea coordinada y ágil.

Puso unos comunicadores sobre la mesa, del estilo del enemigo.

-Contactenos a través de esto. La torre hará de amplificador. Yo necesito que contacten con el gobierno británico y me traigan inmediatamente todos mis inventos aquí. Especialmente una máquina voladora que guardo en un hangar de Edimburgo. Mi ama de llaves les dirá donde está.

Tamborileó los dedos sobre la mesa, cayendo en la cuenta.

-También necesitamos cosas que vuelen. No se, prototipos de aeroplano. ¿Tienen globos de observación como los británicos? Habría que situarlos alrededor de la torre como defensa...

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20/09/2012, 21:12
General Rigaud

El general hizo un gesto a Deschamps, que comenzó a anotarlo todo, mientras el general jugueteaba con un bolígrafo en la mano. Con su última pregunta, sonrió con evidente satisfacción.

-Tenemos algo mucho mejor que eso, monsieur.

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20/09/2012, 21:14
Director

30 minutos más tarde. A las afueras de París.

El jeep militar se separó de la carretera, entrando en la campiña por el camino. Se acercaron a un edificio semejante a una granja, junto a unos hangares. Vieron que la granja no era tal, sino una especie de torre de observación adosada a un edificio pintado de rojo y blanco.

Sentados en unas hamacas, unos muchachos con el uniforme azul les vieron llegar. Luego, alguien tocó un silbato, y los soldados se aprestaron a ponerse en formación. No eran más de diez. Otros soldados, que si llevaban casco y fusil, se mantuvieron vigilando el perímetro.

-¡Atención, el general Rigaud!

El general bajó del vehículo, y el pequeño convoy se detuvo. Ellos bajaron más tarde, y le siguieron. Hubo un pequeño intercambio de saludos entre los militares, y luego el general indicó que abrieran los hangares. En su interior, había una serie de aeroplanos militares similares a los de los alemanes. Eran diez en total.

Durand sonrió, satisfecho. Eran diez, pero quizá bastarían para defender París.

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20/09/2012, 21:22
General Rigaud

El general se giró a mirarles con satisfacción, todavía con las manos a la espalda.

-Les presento a la nueva Fuerza Aérea Republicana. Hasta ayer, solo un proyecto. Mañana, quizá, una realidad. Estos diez jóvenes pilotos les ayudarán a defender los cielos de París. Todo lo que necesiten de ellos, pidanselo.

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22/09/2012, 05:33
Artemis Marie Sowreston

En un abrir y cerrar de ojos todo cambiò como por arte de magia, en un momento se sentìa miserable y al siguiente agradecida por una segunda oportunidad o lo que sea que fuere aquello, encontrarse sumergida en un mundo donde sus compañeros y ella podìan hacer màs que sòlo intentar salvar al mundo, la hacìa sentirse orgullosa de quiènes y què eran ellos porque ya estaba claro que aùn cuando ella no era màs que una simple mortal con valentìa y diestra en el arte de las armas, los verdaderos magos eran Ness y Candy. Se sintiò conmovida por el llanto de Adrienne.

De hecho casi habrìa llorado con la francesa de no ser porque no tuvieron nada de tiempo para aquello ya que como un balde de agua frìa fueron apresados. La joven no sabìa si reìr o llorar, vamos, estaba claro que lo lògico serìa llorar pero dadas las circunstancias, el destino habìa sido muy perro pero por suerte ellos aùn funcionaba el comunicador y los Talbot eran lo suficientemente ràpidos como para que la estancia tras las rejas, fuera apenas de un par de horas. Artemis querìa saltar en un pie, los Curie le parecìan la estampa màs bella que hubiese visto nunca y aunque cerrar los ojos para ser 'limpiada' por esos polvitos no le hizo mucha gracia, obedeciò para alegrìa de los presentes y de ella misma aunque de un modo muy secreto.

-Seguro que no habìa otro modo... Vaya magia-pensò.

¿Dudaba de ellos? Bueno, tampoco culpaba a Le Duc, despuès de todo su historia era bastante inverosímil, a ella le hubiera costado unos cuantos dìas de sueño creerla pero por suerte ya tenìan sus salvoconductos y sus armas, antes se habìa sentido tan desnuda como Candy sin ellas pero ahora volvìa a estar completa. Los trasladaron, ella iba en silencio, de pronto le parecìa que cada quien tenìa algo que pensar, que cada quien tenìa sus propios problemas y no creyò conveniente interrumpir a nadie. ¿Ella no los tenìa? Quizàs sì pero no era algo que fuera a resolver de momento, para ello necesitaba de Tupolev, el asunto era de dos.

Mientras avanzaba miraba en todas direcciones, era un lugar seguro en apariencia pero habìa aprendido que cuando habìa guerra, nada estaba seguro por completo. Las traiciones y los hombres que las ejecutaban podìan aparecer en cualquier lugar pero bueno, dejò de pensar en ello cuando finalmente los pusieron ante Rigaud. A veces pensaba que los observaban como si fueran las piezas de un museo, bichos raros y otras veces se convencìa de que lo eran y que casi era mejor eso que ser un montòn de tontos arriesgando su vida sin sentido. Y entonces, por un momento breve, casi romàntico se sintiò extasiada por lo que acababa de escuchar y el gesto de los civiles, la guerra hacìa hèroes a diestra y siniestra pero tambièn muchos criminales, esperaba que los primeros fueran los màs. Pacientemente todos esperaron hasta que la conversaciòn con los taxistas terminò y fue su turno.

¿Los estaba alabando o los estaba ofendiendo? Artemis parpadeò un par de veces, como si el diablo le hablase por dentro sintiò que le hervìa la sangre pero se calmò casi enseguida, el pobre hombre debìa tener un lìo mental considerable y ellos sabìan que habìa mucho màs en juego de lo que en verdad aquel podìa entender. Acariciò sutilmente su arma mientras Tupolev explicaba lo acontecido que acontecerìa en unos dìas, si, complicado y divino al mismo tiempo, habìa cosas que mejor no intentar entender, era como poner un espejo enfrente de otro y encontrarse con una imagen infinita. Luego fue el turno de Ness, tenìa muy claro lo que iban a hacer, la joven sonriò levemente por fin, su diablo se estaba yendo al..., infierno.

-¿Algo mejor que los globos de observaciòn? Ya se està tardando para enseñarnos...

Iba a decirlo en voz alta pero estaba mucho màs serena desde que, bueno, desde la ùltima noche en La India. Y nuevamente fueron traslados, empezaba a pensar que los cinco dìas restantes los pasarìan de una instituciòn a otra, mientras no terminasen en una mental, ya les valìa. Observò las avionetas, eran una opciòn excelente, hasta le pareciò ver satisfacciòn en màs de un hombre de los recièn llegados, ella tambièn estaba contenta.

Tenìa que funcionar, no habìan llegado hasta allì para nada.

Y ahora se sentìa que verdaderamente estaban listos. No osò decir nada, preferìa, de momento, dejar que el mundo girase.

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22/09/2012, 14:31
Candance Urquart

El estado de Candy era de bloqueo total.
Ya le daba igual hasta estar desnuda, había fracasado y la enmienda a su fallo era…
No podía seguir negándolo, era su destino, llevaba siglos esperándolo. Su cuerpo no resistiría otro despertar del Asha y si elegía no luchar todos morirían, no había futuro para ella. Siempre lo había sabido, incluso deseado pero ahora estaba Irving… la maldición de las Ashas se estaba cumpliendo paso a paso.

Inanna rabiaba por salir, su furia la abrasaba por dentro haciéndole temer que el mas mínimo estímulo le hiciera perder el equilibrio y esta aflorara y arrasara con todo sin miramientos. Lo único que hacía que Candance siguiera existiendo era Irving, ese ser maravilloso. Le miraba con admiración, se desenvolvía como el genio que era organizando y creando  ¿Cómo, después de todo lo vivido, de todo su esfuerzo, de su amor, podría dejarlo solo?
Abrazaba la bandolera con sus cosas, milagrosamente había podido rescatarla del fuego con un rápido golpe de aire, ya que ella no saldría de esta al menos dejaría algo que probara su existencia y ayudara a las Ashas que vinieran después de ella.
Se consoló pensando en que su yo del pasado aún estaba en la India disfrutando de una dulce luna de miel y, si cumplían la misión con éxito esa Candance viviría para siempre con su amado doctor. Una paradoja muy cruel.
Todo el cuerpo le temblaba, en ese estado no servía para nada, aunque analizando la situación… hasta que no comenzara la batalla ella no hacía otra cosa que sobrar, al fin y al cabo… no era más que un arma. Iría a casa, alejaría a Amina de aquel caos, arreglaría lo mismo para sus centros benéficos y empleados y se prepararía para lo que estaba por venir. El fin.
-General…
Masculló con timidez desde su posición rezagada
-¿Podría alguien llevarme a mi casa? No soy muy útil en estas lides estratégicas y debo realizar mis propios preparativos. Por favor.

Notas de juego

Basicamente Candance se separa de vosotros en el Grand Palais y no os acompaña a conocer a los aviadores

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23/09/2012, 12:56
Adrienne Rosseau

Todo había sucedido demasiado deprisa, sin tiempo para la reflexión, para asumir el fondo de una realidad casi inaprensible, incomprensible para la mente de Adrienne. Pero ahora, desaparecida la adrenalina, con tiempo para pensar, Adrienne era un torbellino de emociones, un árbol cuyas ramas eran agitadas por un violento huracán donde el miedo era el componente principal.

Los recuerdos de su estancia en el dirigible de los hermanos Wright eran absolutamente vívidos y como fotogramas en rápida sucesión, se veía a sí misma visitando aquel complejo producto de la ciencia, durmiendo en su camarote abrazada a Durand, abrazando a Candance sacudidas por un fuerte viento, escuchando el rápido y violento tableteo de las balas disparadas en rápida sucesión y los aviones caer o estallar en violentas llamaradas en su vuelo mortal. Y sin pausa, el ataque al dirigible, su caída sobre un París devastado por una extraña arma, la llegada bautizada con fuego enemigo hasta el improvisado hospital de campaña dirigido por los Curie. Los gritos, el dolor, el olor de la sangre, de los fluidos procedentes de intestinos incapaces de retener su contenido. Los disparos ejecutores que ponían fin a las vidas de hombres, mujeres, ancianos y niños. Y el viaje en el tiempo, la visión de un París incólume, como si todo hubiera sido una pesadilla de la que hubieran despertado a tiempo.

Pero no, no era cierto. Seguía sin comprender qué azar de la ciencia los había enviado a un pasado reciente y tampoco se esforzaba por comprenderlo. Le era indiferente. Solo las imágenes de algo que no había ocurrido y que, sin embargo, había vivido eran lo que imperaban en su cabeza, incluso cuando cerraba los ojos, incluso cuando lloraba encerrada en el baño, abrazando su vientre. Momentos en los que deseaba huir, alejarse de los horrores de la guerra, de la muerte y de la destrucción. No por ella, sino por el pequeño ser que crecía en su vientre y al que ya amaba por encima de todas las cosas. Mas los rostros desfigurados por el abrasador calor de la mosntruosa bomba abatida sobre su amada ciudad, los lamentos y gritos de dolor que alcanzó a oír, las miradas perdidas que llegó a sorprender, el agotamiento en los rostros de los Curie y la desesperanza en sus ojos. Adrienne podía llorar por ver Notre Dame en ruinas, pero solo eran piedras. Pero el eco de los disparos rematando heridos desgarraba su alma y ante ello, sabía que no podía huir.

-¿Qué mundo te dejaría si huyera y no peleara por evitar el imperio de la destrucción y del mal, si no peleara por los valores con los que crecí y por los que otros pelearon en el pasado? -murmuraba mientras acariciaba su vientre que apenas dejaba asomar la incipiente curva de su maternidad.

Y ahora, del brazo de su esposo, pálida y ojerosa, los ojos aún enrojecidos, asistía en aquel aeródromo de las afueras de París a la presentación de unos jóvenes pilotos sin interés alguno. Tal vez ellos pudieran suponer la diferencia entre la victoria y la derrota, lo ignoraba. Ness tendría su oportunidad de jugar con sus juguetes de destrucción, contraatacar a lo que sin su trabajo no hubiera sido posible. Le miró, sintiéndose en parte culpable por el ramalazo de odio visceral que sintió contra él. ¿Qué llevaba a un hombre a pensar solo en generar armas de tal poder que pudieran destruir una ciudad como París o Londres o Moscú? Sí, si no hubiera sido por él, por su trabajo, nada de aquello estaría ocurriendo. Daba igual que su trabajo hubiera sido robado o no, utilizado por otros o no. En un futuro por ocurrir había caído la capital de su amada Francia. Pero en el contexto de una guerra, ¿se hubieran atrevido a emplearla contra Berlín? ¿Acaso importaba tanto quién manejaba la destrucción de cara a legitimarla? ¿Acaso los niños no eran niños, fueran de un país u otro?

Candance ni siquiera iba a estar presente por más tiempo en aquella representación de orgullo patrio bajo la forma de flota aérea. Era obvio para cualquiera que vivía su propio infierno particular y cualquier intento de traspasar los límites impuestos por ella estaban abocados al fracaso. La cubría un aura de fatalidad que solo podía llevar a pensar en la muerte.

Y ella, Adrienne, se sentía del todo impotente. Sentía que no podía hacer nada, que en aquel tablero no había lugar para ella. Su mente era una niebla de confusión y la angustia la atenazaba, oprimiendo su estómago. Y entonces vio la sonrisa satisfecha de Durand mientras contemplaba las diez máquinas voladoras. Salivó al tiempo que una violenta arcada la sacudía. Se deshizo del brazo de su esposo, el ancla que aún la mantenía cuerda y corrió unos cuantos pasos antes de detenerse junto a un árbol y vomitar. El acre sabor de la hiel inundó su boca e incapaz de mantenerse en pie, cayó de rodillas en el suelo, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla.

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24/09/2012, 15:53
Durand Rosseau

La imagen de una París devastada aún se encontraba en la mente de Durand. ¡Como olvidarlo! No tenía palabras para describir lo que sintió nada mas ver la bella capital de su país reducida a escombros. Se sintió impotente, por no haber podido detener aquella catástrofe. Pero sobretodo sintió ira: ira hacia sus enemigos, a aquellos que habían provocado tal catástrofe,  que habían provocado todo este sufrimiento. Y de la ira pasó rápidamente a la idea de venganza. Venganza por sus compatriotas muertos, venganza por toda aquella guerra cruel y sin sentido alguno.

Pero quien iba a decir que aún había solución para toda aquella dantesca situación. Un nuevo invento del doctor les llevó a retroceder una semana a la fatídica fecha. Era imposible de creer, pero lo cierto era  que Durand se encontraba de nuevo en París... ciudad que se encontraba tal y como recordaba cuando se marchó. ¡Parecía tan irreal la idea de que tal magnífica ciudad pudiera ser destruida! pero lo cierto era que en una semana ocurriría sino ponían todo el empeño para evitarlo. 

Se encontraban en ese instante en el aeródromo, viendo a los jóvenes pilotos que defenderían con su vida la nación. Se enorgullecía de esos jóvenes muchacho, pero también se mostraba triste: ¡tanta juventud que perdería la vida en aquella guerra sin sentido!. Mas no quedaba otra salida. La vida de muchos dependía de aquellos hombres y de ellos mismos. Sonrió ante la presencia de aquellas máquinas (una sonrisa orgullosa y triste al mismo tiempo)... y su sonrisa desapareció de sus labios tan rápido como había aparecido, al contemplar como su mujer se deshacía de su brazo y correr. Durand no lo pensó, siguió a su esposa unos pocos pasos para ver como vomitaba. Preocupado, se acercó hacia ella:

¿Estas bien, mon amour?- pregunto, temeroso de que a ella y al niño, pudieran ocurrirle algo malo- ¿quieres que llame para pedir un médico?

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24/09/2012, 16:10
Candance Urquart

Se despidió de sus compañeros con un cansado gesto, los hombres y Artemis estaban demasiado ocupados y tan solo abrazó fuertemente a Adrienne
-Mi casa es vuestra casa, si en cualquier momento necesitáis descansar, comer o lo que sea tenéis mi teléfono,no dudéis en venir. Cuídate mucho y no te canses hermana.


Llegar a casa y encontrarlo todo igual, perfecto, le perturbó.
La brisa mecía las hojas de los árboles musicalmente creando una atmósfera mágica de quietud y nadie respondió a su saludo de entrada, tal parecía que la mansión estuviera vacía congelada en el tiempo.
Se sentó en la chess long de la entrada y se quitó los incómodos botines que le había proporcionado la policía. Descalza recorrió la casa silenciosamente en busca de Amina, viendo que no la encontraba en los lugares habituales se dirigió a su cuarto en la zona del servicio.
Creyó escuchar un rumor y se movió por el pasillo con más sigilo aún, no quería asustar a su pupila, llegando a la puerta detuvo su mano, iba a girar el pomo cuando reconoció los arrumacos posteriores al amor. No pudo evitar afinar el oído con curiosidad, efectivamente era la voz de dos personas arrullandose en farsi. Una era Amina y la otra, por el timbre de voz, parecía Meriem, una pequeña belleza persa de piel dorada, nariz aguileña y ojos como ventanas que cantaba en su compañía. Las escuchó llamarse la una a la otra “Mi gacela” y “mi Luna”, sonrió de forma contradictoria y se marchó en silencio dejando que las amantes disfrutaran de la lúbrica resaca.
Condujo sus pasos hasta el dormitorio donde tiró la bandolera sobre la cama desparramando su contenido, cambio las feas ropas por un kaftán verde y se dejó caer atravesada en el colchón mientras inspiraba profundamente acariciando las sábanas, agradables recuerdos inundaron sus sentidos a la par que observaba la alianza, así estuvo durante un rato hasta que se levantó camino del despacho.


-----------oOo-----------


Cerró la puerta de la calle tras la salida de Meriem y quedó extrañada de ver unos roñosos zapatos en la entrada. Amina abrió los ojos como platos y salió corriendo al encuentro de su maestra. Justo la encontró colgando el teléfono con gesto algo cansado.
La miró con ojos entre asustados, extrañados e interrogantes, un sudor frio recorría su espalda pensando en que quizás la había descubierto. Candance sonrió en silencio y salió de detrás del escritorio para cogerla de la mano y llevársela al rincón de los cojines.
-Será mejor que nos sentemos cómodas

Empezó a preparar el narguile mientras hablaba

-Acabo de hablar con el señor Gugenhein. Hace tiempo contactó conmigo muy interesado en producir nuestros espectáculos en América, me asustaba cruzar el charco pero no es momento de andarse con reparos tontos, así que he aceptado su oferta, pasado mañana la compañía saldrá para allá contigo incluida. Quiero presentarte como nuestra nueva estrella.
La miraba de vez en cuando, como una madre que da instrucciones a su hija, la pobre turca no estaba entendiendo nada de lo que estaba pasando.
-Yo iré mas tarde, he encontrado un comprador para la mercancía de la tienda y quiero supervisar el empaquetado y transporte. El consistorio de la ciudad quiere abrir un museo de arte oriental y ha ofrecido un más que justo precio por los principales lotes.
Cogió entre sus manos el carbón y lo prendió poniendo a funcionar así la pipa. Inspiró un par de veces para calentar el agua y exhaló el perfumado humo mientras se recostaba cambiando a un semblante más tierno.
-Amina… ahhh no se por donde empezar, han pasado tantas cosas… Todo ha cambiado
Se quedó pensativa dando vueltas a la alianza en el dedo, suspiró y la miró con sumo cariño

- Eres tan preciosa, diligente, sensible, inteligente y con tanto talento… la mejor amiga, alumna y compañera que hubiera podido desear… Se que albergabas ciertos sentimientos hacia mi y lamento no haberte correspondido, perdóname, pero ese no es mi camino.  Aún así me preocupa tu futuro, quiero que seas feliz, que te realices como persona, que se te valore como mereces… No era ajena a que entre Meriem y tu había surgido algo
Amina se sonrojó pero Candance le levantó el rostro con la mano
-Me alegra saber que has encontrado alguien que te quiere bien. Es una buena chica y aunque joven, ha sufrido lo suficiente como para saber lo que es importante de verdad, debeis cuidaros la una a la otra. Solo con la mitad de la atención que me has prestado a mi ya la harás la persona más feliz del mundo.
Sonrió y le puso las manos en la cabeza a modo de bendición
-Que Dios os bendiga ángel mío
Finalmente laabrazó besándola en la frente, le costó aguantarse las lágrimas, la quería mucho, muchisssssimo y no sabia como despedirse de ella sin preocuparla, de ahí la mentirijilla de la venta de los lotes.
-¿Qué te parece si hacemos las maletas y esta noche cenamos en la terraza bajo las estrellas? Puedes intentar enseñarme a hacer hojas de parra rellenas

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24/09/2012, 20:19
Adrienne Rosseau

-¿Estás bien, mon amour?¿Quieres que llame para pedir un médico?

¿Cuánto hacía que se conocían, que se amaban? Una eternidad desde aquel funesto día en que cruzó el umbral de la puerta de su casa para comunicarle la muerte de su padre, un día en el que perdió al hombre que más había querido y en el que descubrió al que habría de ser su complemento, su yang, su amor verdadero. Años de amor y pasión, de mutuo respeto, equilibrio y una vida plagada de aventuras. ¿Qué había sido de aquel hombre que parecía saber de forma instintiva lo que le pasaba incluso antes de que ella se diera cuenta? ¿Dónde se encontraba el Durand para el que una mirada era un mensaje fácilmente desentrañable? ¿Por qué su marido, para el que siempre había sido un libro abierto, se comportaba ahora como si no la conociera?

Las palabras de Durand, cargadas de preocupación, revelaban igualmente ignorancia y fueron como un guante contra la mejilla de Adrienne. Un volcán pareció entrar en erupción en sus entrañas y un magma de frustración, humillación y furia se elevó por todo su ser, creando coladas de indignación y rabia. Su mano enjugó con un seco gesto la lágrima de su mejilla y tragando la hiel que amargaba su boca se puso en pie, valiéndose del cercano árbol.

-¿Que si me encuentro bien, Durand? -siseó como una cobra enfurecida, en un murmullo solo audible por él-. ¡Cómo puedes hacer esa pregunta! -la mirada de Adrienne cuando se volvió hacia su marido eran ríos ardientes de basalto fundido-. Has visto lo mismo que yo, has vivido un futuro horrible donde no había lugar para nosotros y nuestro hijo, para nadie ¿y aún me preguntas cómo me encuentro? Mal, Durand Rosseau, terriblemente mal. Así es como se siente su esposa ya que muestra tanto interés por conocer su estado -la voz de Adrienne se había transformado y parecía capaz de congelar las llamas del infierno-. Pero no tiene de qué preocuparse. Siga divirtiéndose con sus... aviones de juguete, disfrute de sus juegos de guerra y de lo que sea que ahora llena esa cabeza que tiene sobre los hombros. Y no, no necesito un médico. Necesito un marido, pero he debido de perder en algún lugar el que ya tenía. Me conformaré con regresar a mi casa. Sola -apuntilló con firmeza, pese a la palidez de su rostro-. Pediré un taxi -dijo poniéndose a caminar con viveza para detenerse a escasos metros y volverse hacia Durand-. Y señor Rosseau, le aconsejo disfrute de las excelencias de un hotel hasta que recuerde que tiene una esposa. Una esposa y un hijo.

Adrienne lanzó una última mirada en torno, deteniéndose un instante en los aeroplanos, y luego caminó sin mirar atrás hacia la entrada del aeródromo. Una vez allí, detuvo a un joven oficial.

-Disculpe, ¿sería tan amable de pedirme un taxi? -su petición, amable, fue hecha en un tono duro y serio que provocó que el joven se cuadrara instintivamente.

 

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26/09/2012, 00:28
Amina Aksu

Amina se sentó a su lado y la miró con cierta prudencia. No sabía si al descubrir "su secreto" iba a prescindir de sus servicios. La verdad es que uno no sabía muy bien que esperarse cuando hablabla con Candance. Podía resultar firme, y otras veces cambiante y peligrosa como un torbellino.

-Una nueva estrella. Pero, señora, el punto central del espectáculo... Es usted. ¿Quiere decir, que yo me convierta en la nueva estrella? El público quiere a madame Aliká. Si no está, no habrá espectáculo.

Parpadeó, recordando los modales más elementales.

-¿Quiere un té?

Le costaba creer que aprobara su relación con su amiga.

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26/09/2012, 11:30
Durand Rosseau

Durand recibe la contestación de Adrienne como un mazazo. Desconcertado, no sabe que decir... esa duda es tiempo mas que suficiente para que su esposa salga de allí y se dirija a por un taxi. Se queda allí, quieto, analizando lo ocurrido y sin saber que hacer. No sabía que pensar. No se había esperado las palabras de su mujer. Palabras llenas de furia y de ¿tristeza?

Hay dios...- murmura, ¿como podía haber estado tan ciego? ahora se daba cuenta de la pena que se desprendían de las palabras de Adrienne. Pena por toda aquella situación, donde los hombres se enorgullecían de la maquinaria de guerra y del patriotismo, y no tenían en cuenta lo que realmente importaba: la vida de los jóvenes que iban a luchar en el frente. O la vida de miles de inocentes que murieron en un futuro que ellos mismos habían visto. Durand se dejó llevar por ver la imagen de una orgullosa Francia reflejado en los pilotos y dejó de lado todo lo que ello implicaba.

Idiota- pensó mientras corría hacia su mujer, esperando solucionar aquella situación. Afortunadamente, aún no se había marchado. 

Adrienne, espera- le dijo, mientras se acercaba hacia ella- lo siento... simplemente, lo siento. No era mi intención comportarme así- añadió- sabes que no me gusta toda esta situación, pero me he dejado llevar. Una tremenda estupidez por mi parte. No quiero esto, no quiero todo esto, solo...- no sabía ni lo que decía- a ti, y a nuestro hijo, y que esto acabe, acabe de una vez. Por el bien de todos.

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27/09/2012, 22:17
Director

Cuando el taxi llegó, Adrienne no esperó a más razones. Se montó, y dió con la puerta en las narices a Durand. El coche se alejó, dejándole allí con un palmo de narices. Ness y Tupolev le miraron con preocupación, y hasta el general se había girado al ver la situación con una curiosidad de quien ve los toros desde la barrera.