Partida Rol por web

La camioneta les dejó muy cerca de la zona donde empezaba a llegar gente dispuesta a ayudar. Un hombre de pelo gris tomó el liderazgo y empezó a dar instrucciones.

—¿Están localizados? —preguntó Michael.

El hombre no le hizo caso, estaba afanado explicando al resto de voluntarios el plan de acción. Michael se quedó a la espera de instrucciones.

El viaje a la mina fue silencioso. El frío era palpable y aunque en menor medida fuera de la ciudad, los destrozos del terremoto se dejaban ver allá donde cualquiera mirase. Las pocas palabras que se escuchaban eran para lamentar lo ocurrido o comentar lo que iban viendo a su paso por las diferentes instalaciones...

El viaje duró unos 30 minutos más o menos. A la llegada el silencio desapareció, dejando ver el gran revuelo que había por todos los lados. Un grupo de unos quince mineros están increpando a los guardias de seguridad de la mina para que los dejen pasar. A su lado hay otros grupos de ciudadanos que ya han llegado en algún transporte anterior.

El hombre que daba instrucciones observó a los recién llegados, dio un suspiro y paso la mano por su pelo. Se puso en pié encia de una vagoneta que estaba medio caída y dio un par de gritos antes de que todos se callaran y le miraran.

- Atención todo el mundo. Estamos preparando una expedición de rescate, pero los montacargas que descienden a las galerías están averiados. Sin 100 metros de profundidad, así que nadie va a bajar hasta que lo hayamos arreglado y la salida de los montacargas esta derrumbada, ahora mismo estamos analizando la viabilidad de abrir una entrada por allí. - 

- ¡¡ Y que será de nuestros compañeros. No tenemos tiempo para eso !! - Gritó rompiendo el silencio uno de los mineros, que enseguida fue coreado y seguido por los del grupo. 

El sonido de uno de los motores de los montacargas hizo que todo el mundo guardara silencio de nuevo. Parecía que iba a arrancar, pero el fuerte y seco golpe derribó las pocas ilusiones que se hubieran podido hacer los presentes...

- Maldita sea, - Dijo uno de los mineros desistiendo de hacer nada y mirando a sus compañeros, que formaron un pequeño corrillo y se pusieron a hablar. 

- Los nuevos voluntarios- Dijo el hombre de pelo gris, vamos a ir formando grupos. Cuando veamos la seguridad de cavar un agujero en la salida necesitaremos gente para cavar. Otros se irán preparando para atender a los heridos... - 

Todavía se pudo escuchar algún quejido hacia aquel hombre, que parecía ser por lo que se decía el responsable de la mina en ese momento...

Michael se quitó la chaqueta quedando en mangas de camisa en disposición de aquel hombre que escupía ordenes desde la vagoneta. Asintió con el gesto rudo deseoso de ayudar.

Michael no tenía conocimientos de minería así que, lo más prudente era esperar a que alguno de los que llevaban las riendas organizaran los grupos de ayuda y hacerlo en la medida de sus posibilidades.

Dio un golpe en el hombro de Norman.

—Me temo que nos tocará poner a prueba esos músculos —dijo tratando de quitarle tensión a la escena.

-Así es. Por suerte ya estoy acostumbrado al trabajo duro-respondió con resignación.

Si no se arreglaban esos montacargas, Norman veía pocas posibilidades de poder sacar a los mineros con vida (si es que quedaban supervivientes), pero no sería él quien llevara la contraria a los que estaban al mando. Tomó una pala en cuanto pudo y arrimó el hombro. Sería el destino el que dictase sentencia sobre la suerte de esos pobres hombres.

Por el camino llegaba Howard en su coche trayendo con él a Meredith y Eva. Aparcó con cierta prisa cerca de donde estaban los voluntarios y mientras se bajaba del vehículo saludó a sus amigos.

—Déjenme acompañarlos. En mis tiempos practiqué la escalada y espeleología¹ y aunque llevo tiempo sin usar un arnés hay cosas que nunca se olvidan.

Para cuando Howard, Meredith y Eva llegaron, Michael y Norman estaban esperando instrucciones para comenzar a cavar. Los ánimos seguían iguales, y la llegada de nuevos voluntarios no supuso un gran recibimiento o agradecimiento. Parecía que estaban a punto en cualquier caso de ponerse a repartir tareas...

El abogado por su parte se fijó en que un grupo de gente, presumiblemente mineros por su indumentaria, parecían estar preparándose para algo que claramente no era cavar un agujero. Unos pocos de ellos preparaban alguna mochila, con cuerdas, cascos y algunas linternas. Revisaban lo que parecía mapa que tenían sobre una caja de suministros...

- Muy bien - Dijo el capataz - En breves os asignaremos tareas. - Tendremos que organizarnos por turnos, no sabemos como de profundo o peligroso será, así que necesitaremos que los mineros del lugar nos guíen en términos de seguridad. Haced caso a lo que os digan. No tardaremos más de 15 o 20 minutos en ir llamándoos - 

Los mineros se detuvieron a escuchar. Varios negaban con la cabeza enfadados y otros se dedicaron a seguir mirando el mapa y a hablar acaloradamente...

La enfermera miró a su alrededor para hacerse una idea de la situación. No era demasiado tranquilizadora. El caos y la destrucción, aunque quizás menos que en la ciudad, eran claramente perceptibles. A todo eso se unía un estado de enfado e indignación palpable en los mineros, quienes no podían esperar más para ponerse en marcha y rescatar a sus compañeros. Sin embargo, no parecían confiar en los extraños para ayudarlos. No eran bienvenidos.

Acompañó a Howard hasta donde estaban Norman y Michael y, después de intercambiar un par de palabras con ellos, el capataz pareció ver llegado el momento de poner en marcha el grupo de rescate. Se acercó a su marido y le dio un beso en la mejilla. Se mantuvo un momento en esa posición para susurrarle al oído.

– No hagas locuras, ¿de acuerdo? No quiero tener que ir a visitar al nuevo héroe de Bloomsfield a su tumba.

Antes de marchar donde estaba el capataz le pidió a Michael que cuidara de su viejo amigo.

– Cuida por favor de este cabezota. No dejes que haga tonterías que, aunque él no lo crea, ya no es un jovenzuelo.

Avanzó hasta el lugar donde estaba el hombre que parecía dar las ordenes allí.

– ¡Disculpe! Soy enfermera. Si necesitan de gente que cuide a los heridos puedo ser de ayuda.

- Muy bien muy bien - Dijo asintiendo al ofrecimiento de Meredith -  Hasta que no encontremos a alguien puede esperar por allí - Señaló con la mano a una zona no muy determinada, volviéndose y siguiendo sus conversaciones con un par de mineros.

Fue entonces cuando mando llamar a unos cuantos mineros de los que estaban reunidos, quedando solamente tres de ellos ya preparados para lo que estuvieran planeando. El último del grupo que caminaba hacia el capataz de cabellos grises se detuvo al lado de Meredith...

- Señorita, si quiere ayudar de verdad a nuestros compañeros debería ir a habar con ellos - Dijo señalando a esos tres mineros, que miraban curiosos a su compañero y la enfermera...

La enfermera siguió las indicaciones de aquel hombre y se acercó a los tres mineros.

- Disculpen, caballeros. Me han dicho que quizás pueda ayudarles. Soy enfermera. ¿Se encuentran heridos?

Cuando Meredith se acercó a los mineros, estos la miraron con cierta desconfianza. Una mirada a quien la había mandado bastó para que uno de ellos asintiera.

- No, pero vamos a... - 

- Pero que haces Daniel. Es una mujer maldita sea, no podemos meterla allí. Por muy enfermera que sea joder - Dijo uno de ellos mirando de arriba abajo a Meredith.

- Nuestros amigos pueden estar heridos. Si vamos a ir a por ellos prefiero ir con una enfermera por si acaso - 

El tal Daniel asintió, y el tercero habló también.

- Will tiene razón. Pero necesitaremos a más gente. No podemos ir nosotros cuatro solos, y el resto están distrayendo al capataz. -

Will miró a Meredith, que solo podía contemplar aquella conversación. Este se dió cuenta y dio un paso hacia ella.

- Verá señorita. La mina cuenta con diversos accesos antiguos a lo largo de la montaña que actualmente están en desuso. El capataz no quiere arriesgare a ir por allí ya que no hay seguridad de que los accesos sean seguros, pero nosotros y nuestros padres construimos esta mina. Sabemos que es seguro. Solo que ese cobarde prefiere que nuestros compañeros mueran y aparentar que ha intentado salvarlos a intentar hacerlo de verdad - 

- Hay 100 metros de profundidad hasta el fondo de la mina, no llegaremos a tiempo cavando desde aquí. Tenemos que llegar por otro camino y ver si podemos hacer algo con los montacargas desde abajo. - Esta vez fue Daniel de nuevo quien habló. A lo que añadió - Necesitamos encontrar a alguien más que nos ayude.... - Dijo finalmente mirando hacia sus compañeros, y oteando la gente que había por la zona para ayudar...

– Entiendo. –respondió Meredith a Will y, pasando la mirada por cada uno de los tres mineros, para hacerles ver que tomaba en serio sus palabras, continuó–. Y creo que sé quien puede ayudarles en su empresa.

Buscó contacto visual con Howard y le indicó que se acercara y trajera con él a Michael y a Norman.

– Pueden confiar en estos hombres. Están dispuestos a ayudar y son de confianza.

Trató de tranquilizar a los mineros con esas palabras y esperó a que llegaran su marido y sus dos amigos hasta donde se encontraban para presentarlos a los demás y explicarles lo que la acababan de explicar.

—Comprenderán que quiera acompañar a mi esposa.— dijo Howard intentando aparentar más entereza de la que sentía en esos momentos —Confío plenamente en sus conocimientos del subsuelo y estoy seguro de que el camino será todo los seguro que pueda ser en estas condiciones. Espero serles de ayuda en lo que necesiten.

Michael torció el gesto mientras levantaba la vista hacia los hombres que trataban de organizar los trabajos. Finalmente se encogió de hombros y asintió.

—Si están seguros, y Meredith así lo cree, les acompañaré si puedo ser de ayuda.

Para cuando Norman llegó ya se había discutido un plan de acción. No pudo escuchar mucho sobre el mismo, pero al parecer había una ruta alternativa por la que acceder, y necesitaban voluntarios.

-Cuenten conmigo.

Ahora sólo quedaba rezar para que aquella condenada mina aguantara un poco y no le diera por desplomarse sobre sus cabezas.

Eva Brown, que había subido en el coche con Howard y Meredith, se acercó también al grupo al ver a Michael. Escuchó con atención las indicaciones de los mineros y al ver que ya habían tomado una decisión se dirigió a ellos.

- Yo me quedaré aquí. Me han pedido que intente contactar con los mineros, que compruebe si hay algún muerto y en tal caso si también me puedo comunicar con ellos para saber el estado del resto - Puso un poco cara de circunstancia, pero continuó - En fin, suerte en vuestra expedición. - 

Sin más se despidió, dándose media vuelta y acercándose a un par de mujeres que parecían estar esperándola.

Los mineros os miraron primero a vosotros y luego entre ellos. Se presentaron uno a uno. Sus nombres eran Daniel Smith, Ramón Esparza, Will Robertson. Se habían equipado ya con varias cuerdas y algunas linternas; pero os instaron a revisar los varios cajones que tenían allí para que os hiciérais con lo que considerarais oportuno^[1].

- No carguéis demasiado; para llegar al acceso más cercano hay que bordear la cordillera montañosa durante media hora de camino hasta encontrar un viejo túnel. Tampoco cojáis candiles. Si el terremoto ha liberado algo de gas en la mina lo último que querríamos es eso - 

Los mineros terminaron de pertrecharse y esperaron a que estuvierais listos para partir de inmediato.

Una vez listos, se pusieron los tres a la cabeza de la comitiva. La caminata era monte a través; por suerte no demasiado exigente. El desnivel era muy progresivo; y tras unos cuarenta minutos de caminata, avistaron un claro junto a un risco en el que se aprecia una gruta que se introducía en la montaña.

- Ahí es - Dijo Daniel acelerando el paso hasta llegar a la entrada. 

En la entrada de la gruta había unas viejas y oxidadas vagonetas donde probablemente se cargaba el mineral, así como unos gastados raíles que penetran en la oscuridad. Aparentemente, todo lleva muchos años abandonado...

- Parece estar en buen estado. Hemos hecho bien en venir. - Ramón sonrió, mirando a sus compañeros así como a sus nuevos acompañantes en aquella "misión".

Howard no sabía bien con qué pertrecharse así que recogió casco, un rollo de cuerda y alguna herramienta que le facilitase la escalada o abrirse paso en un posible caso de derrumbe.

Luego se quedó a la espera de las órdenes que le dieran los mineros que, sin duda, tenían mucha más experiencia que él en ese caso.