Partida Rol por web

pobre del que se cruce en nuestro camino senrtencio al tiempo que ajusto la bayoneta al cañón - Hoy abandonamos el servicio del emperador aunque tengamos que obligar a los ruskis a hacernos prisioneros por las buenas o por las peores.Por mis cojones , vamos! .Me lanzo hacia adelante dispuesto a destripar a todo el que se ponga enfrente

Así que las primeras señales de lo que iba a ocurrir llegaron un poco más tarde, cuando los cuatro o cinco mil rusos que holgazaneaban sobre la hierba vieron aparecer, de pronto, una compacta fila de uniformes azules que se dirigía hacia ellos a la carrera y pegando unos gritos que helaban la sangre. Mucho se ha discutido después la reacción de los ruskis, pero en esencia fue del tipo anda, Vladimir, qué cosa más rara, por ese lado debían estar nuestros artilleros y resulta que aparecen otros con uniforme azul, yo creía que iban de verde los nuestros, te vas a reír pero por un momento he creído que eran franceses, fíjate, si hasta la bandera parece francesa, estoy de lo más tonto esta mañana, cómo van a ser franceses si están hechos polvo en el flanco derecho. El caso es que, bien mirado, esa bandera no parece nuestra, ¿verdad? Oye, pues ahora que lo dices, tampoco eso que gritan me suena a ruso. Vaspaña, algo así como Vaspaña, pero francés tampoco es. A ver. Espera. Trae el catalejo. Hostia, Vladimir. Los franceses.

Unos dicen que gritábamos Viva España y otros que Vámonos a España, pero el caso es que los cuatrocientos, o lo que quedaba de nosotros, desembocamos en la llanura frente a Sbodonovo a la carrera, con las bayonetas por delante y la furiosa energía que te proporciona la desesperación.
Mucho se discutió después el asunto, y la mayor parte coincidimos en afirmar que pretendíamos caer prisioneros para terminar de una vez, antes de que los húsares y los coraceros de Murat volviesen a cargar a nuestro lado creyendo ayudarnos contra los ruskis. Es cierto que los cañones de los Iván nos había hecho sufrir mucho y todavía íbamos calientes a pesar de haber empitonado a los artilleros; pero la verdad es que al llegar a la llanura nuestra intención era seguir hasta las filas rusas y allí adentro, una vez a salvo de nuestra propia caballería, arrojar las armas. El problema fue que los Iván se lo tomaron por la tremenda y mantuvieron el equívoco, o sea, nadie ataca así, en línea recta y a la bayoneta, a puro huevo, si no lo tiene muy claro. Así que espérame un momento, Vladimir, que ahora vuelvo. Sí, a retaguardia voy. A por tabaco.

Cuatro mil hombres saliendo por pies ante cuatrocientos es un espectáculo que no se dio con frecuencia en la campaña de Rusia. El movimiento de pánico se propagó como una ola, y las primeras filas ruskis echaron a correr. Las segundas hicieron lo mismo al pasar junto a ellas las primeras, y los de las últimas, que vieron a toda la vanguardia dar la vuelta y venírseles encima, se volvieron atropellándose unos a otros, desbordados los oficiales, y salieron zumbando hacia Sbodonovo, maricón el último, metiéndose por las calles del pueblo en dirección al río y al puente de la carretera de Moscú. Y nosotros corriendo detrás, esperad, pringaos, aquí hay un malentendido. Pero claro, en eso que algunos rusos se vuelven y nos descerrajan unos cuantos tiros, y a Manolo el mano y a Paco el sevillano los dejan secos en plena carrera, y empezamos a cabrearnos mientras vemos caer a unos cuantos más, colegas de los tiempos de Dinamarca, tiene guasa escaparte de unos y de otros para que un tovarich te pegue un tiro a última hora. Y en esas que llegamos junto a un abedul para darnos de boca con un ruski lleno de cordones y entorchados, con cara de resaca y pinta de mandar mucho, que no para de preguntar por un tal Igor, vete tú a saber quién coño es el Igor de las narices. Total, que el sargento Ortega intenta explicarle que nos rendimos, pero el otro dice algo de que los Rudolfkovski mueren pero no se rinden. Ortega, que es un buenazo, intenta explicarle pacientemente que no, míster, quienes nos rendimos somos nosotros, aquí, españolski tovarich, a ver si te enteras. Napoleón kaput, nosotros querer ir a España, ¿ capito? O sea que fini la guerre. Pero el ruski mira alrededor, ve a toda su tropa corriendo como conejos y a nosotros tiznados de humo, con las bayonetas manchadas de sangre de los artilleros que acabamos de cepillarnos allá atrás, y se cree que le estamos vacilando, o sea, estos hijoputoskis quieren quedarse conmigo. Así que saca una pistola y le descerraja al sargento Ortega un tiro a bocajarro, pumba, que le chamusca las patillas, menos mal que el Iván tenía el pulso fatal aquella mañana. Y claro, Ortega se cabrea y ensarta al ruski en el abedul de un sablazo, para que aprendas, gilipollas, que no se puede ir de buena fe, hay que joderse, chavales, con aquí el capitán general. Y eso que se lo dije bien clarito. A todo esto, los Iván corren por ahí diciendo que nos hemos cargado al príncipe Rudolfnosequé, y todos venga a correr más todavía, y en estas llegamos ya a las primeras casas del pueblo, con los rusos cruzándolo a toda prisa hacia el puente y la carretera de Moscú, entrando por un extremo y saliendo por el otro como si fueran a hacer un recado, a toda leche.

 Era una locura, lo era. Todo parecía como salido de un cuento cómico, como si de pronto les hubieran jugado una broma macabra pero al ver cómo huían, a García casi le entraron ganas de descojonarse de risa, finalmente no habían conseguido lo que querían pero lo que querían quizás no era lo mejor para todos ellos. De todas maneras, no les quedaba más que seguir adelante, detrás de aquellos rusos que despavoridos huían cual si hubieran visto un fantasma. No se negó la oportunidad de una sonrisa, más al ver por allí la sábana blanca, ya no tanto, revoleando escondida en algún bolso. Estaba cansado y hambriento de tranquilidad pero también estaba de mejor ánimo que la última vez.

-¡Antes que sigan matando rusos, vamos a ver si los alcanzamos, señores!

Ahora sí, esbozó una carcajada limpia, que sueno estruendosa y extraña entre tanto desastre y griterío, luego con fuerza continuó el camino, sabiendo que sus hombres lo seguirían y encontrarían algo más que hacer que no fuera entregarse y rendirse, aunque quizás ya nadie tenía ganas de pelear, lo más seguro era que tuvieran que hacerlo de nuevo viendo que habían fallado en su intento de ir a casa. Meneó la cabeza, se acomodó el arma y reemprendió el camino.

-¡Qué me aspen si esto no es para reírse!

Me había pasado un rato tan concentrado en no perder ninguno de mis miembros con eso de estar demasiado cerca del enemigo, que para cuando quise agarrar de nuevo mi rifle viendo que podía mantenerme lo suficientemente lejos como para disparar que para cuando me fijé en que los rusos estaban corriendo como si hubieran visto al mismísimo diablo no entendía qué era lo que había pasado.

Mi primera reacción fue la de echar un vistazo a mis espaldas, esperando ver un grandísimo pelotón de hombres o incluso una legión de espectros, pero no, no fue así, estábamos nosotros y los que ya estaban, que tampoco es que fuéramos muchos como para que se llevaran aquel susto y encima, ni siquiera bien organizados.

- ¿ Pero qué me he perdido?

Definitivamente no entendía absolutamente nada.

- Estos rusos están como cabras...

Las palabras del capitán me hicieron observarle con una sonrisa, pues verle reir era cuanto menos gracioso, pero la situación era dada como para ello y luego negué con la cabeza.

- Creo que debemos llevar a uno demasiado feo con nosotros... corren como nenas...!

Más animado ahora, seguí los pasos de nuestro capitán...

Emilio intentaba olvidar a los compañeros caídos tan cerca e intentaba mantener el humor en una situación tan rocambolesca:

- "¡Venga chicos, que vamos ganando!" - Exclamo con una clara sorna mientras se quitaba el pañuelo aprovechando el aire más limpio tras las líneas de artillería.

No tardaría en volver a necesitarlo por culpa de la caballería a la carga.

Se acercó al capitán que parecía bastante atacado de los nervios según seguían torciéndose los planes.

- "Mi capitán, si los rusos huyen y el grueso del ejército les sigue en rauda persecución... ¿No sería posible rezagarnos atendiendo a los heridos o algo parecido y aprovechar el calor del combate para huir antes de llegar al pueblo?"

Miro a su alrededor para situarse entre el humo y polvo que se levantaba.

Ortega se ajusto el barbuquejo del colbac y se sacudió el polvo. Quitar la sangre iba a ser más difícil. Esta suerte sólo se aliaba con los héroes y había que aprovecharla. Tras una batalla así, cuando vuelves a casa es con honores y todo eso, y te puede permitir vivir cómodamente toda la vida. Y Ortega quería estar guapo al final. Lo peor parecía haber pasado, así que dejó de apretar los dientes y relajó las manos crispadas en torno al mosquete, todavía con la bayoneta calada. Y estrenó una amplia y heróica sonrisa. Entonces vio a un muchacho confundido, era español y jovencito por la pinta, y había perdido el mosquete. 

-Toma, muchacho-le dije ofreciéndole el mío. Después desnudé mi sable, con un siniestro siseo metálico que habría helado la sangre de los ruskies si la artillería y los aullidos y griterío de los hombres lo hubieran permitido. Al muchacho, por su parte, se le iluminaron los ojos de agradecimiento- estate cerca de mi-le dije por fin. No sólo podría protegerle, si no que si caía muerto, podría recuperar mi mosquete.

Y en esas que llegamos junto a un abedul para darnos de boca con un ruski lleno de cordones y entorchados, con la nariz roja y los ojos entornados; sin duda se había puesto fino a vodka la noche anterior. Parecía un gerifalte importante, uno de esos pisaverdes cabronazos. Esta es la mía, me dije.

-Tovarich, nosotros españoles, no alosanfán-le dije con una amplia sonrisa, tocándome alegremente el pecho, mas él sólo repetía Igor, Igor... Pero qué Igor ni que niño muerto. ¿Era maricón o qué el ruski este? 

-Igor no, Ortega tovarich, amigo. Espanish-ruski tovarich. ¡Joder, me va a disparar!...

¡Joooooder, si algo odiaba Ortega era que le dispararan así por la buenas! Estaba todavía medio borracho y asustado, quizás por eso falló el tiro; por eso o porque la virgen del Rosario me tenía en muy alta estima. El resto fue instintivo: un movimiento rápido y le desjarreté la gorja. Se echó las manos al cuello, sangraba a borbotones, abundantemente. Nada bonito de ver. Así que acabé con su sufrimiento, ensartándole contra el jodido abedul.
 

El resto pasó muy rápido también. Y pronto, ya estaba la tropa en el mismísimo pueblo. A veces -y sólo a veces- la guerra no era tan difícil como contaban nuestros abuelos. Ironía macabra del destino.

genial estos ruskis tienen aun mas hambre que nosotrosDigo mientras guardo el escaso botín que he conseguido hasta ahora: un trozo de pan duro, algo apenas identificable que parece carne con gusanos y una cantimplora que huele a alcohol hasta cerrada.A ver si pillamos algún oficial por que los soldados ruskis están tan pelados como nosotros.pego un generoso trago de la cantimplora para limpiar el polvo de la garganta y la paso.Probadlo,al menos esto calienta como el aguardiente y sabe casi igual de mal. Lo que daría por un vino fresco y algo de comer que no sepa a cuero viejo.

Me río. Una carcajada profunda y grave que resuena entre los rusos, la estepa y los franceses. Una risa que no parece tener sitio entre toda esta muerte pero ahí está. Siento calidez y paz en mi interior. Calidez y paz en medio del caos. Siento al Padre.

—Fusilero Mínguez, espero ser ese feo y que los rusos huyan de nosotros— digo siguiendo el tono de broma.

Avanzo un poco más, esquivando a un par de rusos, alejándome de un caballo francés e intentando no perder de vista a mis compañeros. Escucho al Navarro hablar de ganar.

«Ganar, perder. Me temo que ninguna de las dos cosas está sucediendo. Ahora somos miembros del ejército francés y ganamos a los rusos, antes éramos españoles y perdimos ante Napoleón. ¿Quién sabe qué seremos dentro de dos días» pienso mientras echo mano al arma, temeroso de lo que pueda venir a continuación.

Vuelvo en mi justo a tiempo para ver como el Sargento Ortega degüella a uno de los rusos. La sangre mana a borbotones regando la tierra. Me he acostumbrado tanto a la sangre que ni me molesto en dedicarle más de un par de segundos. El enemigo espera. El que sea.

—¡Adelante, a por ellos!— grito.

«No hay rituales para los rusos, nadie les facilita el paso al otro lado. ¿Quién soy para decidir quién si y quién no? Debería cumplir con mis obligaciones espirituales antes que con las terrenas pero las primeras me costarían la vida. Sigamos pues»

Emilio cada vez estaba más desanimado, el cansancio y las bajas iban haciendo mella en él y en su habitual buen humor.

El estruendo de la guerra daba paso a una calma que sabía que era artificial y que solo era el preludio de que algo peor estaba por venir.

Ya no sabía que era peor: los franceses, los rusos o estar en medio de la nada sin un objetivo claro.

Seguía esperando una orden del capitán para ver como salían de aquella.

Y en todo ese trajín no mantiene la calma más que la reserva de caballería cosaca, a la que alguien ordena que cubra la retirada. Así que, de pronto, cuando los del 326 vamos corriendo tras los rezagados rusos por la calle principal, todavía con intención de encontrar alguien a quien rendirnos, vemos aparecer dos escuadrones cosacos cargándonos de frente, sables en alto, atiza Gorostiza, esos no huyen sino que atacan. Y nos miramos unos a otros para decirnos hasta aquí hemos llegado, compadres, vete a explicarles nada a éstos. Se acabó lo que se daba.

O sea, que nos caen encima doscientos y pico jinetes cosacos haciendo molinetes con los sables y las lanzas, y el capitán García se da cuenta de que no hay espacio para formar el cuadro. Entonces nos ordena hacer fuego por secciones porque aquí no hay tovarich que valga, hijos míos, así que ya nos rendiremos otro día. Y tenemos el tiempo justo de escalonarnos la mitad del 326 en la calle, mientras la otra mitad se reagrupa detrás con la lengua fuera, y ya tenemos a los cosacos a treinta varas mientras García se planta a la derecha, sable en mano, y el alférez Muñoz a la izquierda. Y cuando los cosacos están a quince varas, García va y ordena primera descarga a los caballos, hijos míos, endiñársela por lo bajini para taponarles la calle a esos hijoputas. Y los de la primera fila, arrodillados, nos llevamos el fusil a la cara diciendo madre santísima, de esta no salimos ni hartos de sopa.

-Primera sección, ¡fuego!

Jodido. Eso era lo que pasaba por la mente de García. Todo a la mierda. Eso era lo que el capitán creía que pasaría pero no pensaba decirlo en voz alta porque no estaba para aquellas cosas, no sería él quien diera por muerto a su batallón cuando todos podían defenderse, aunque claro, defenderse y ganar eran cosas muy distintas y él lo sabía muy bien. Dio las órdenes, las más coherentes que se le ocurrían en aquel momento y se puso en posición, moriría él por todos si se pudiera pero sabía que no podía de ninguna manera ser así. Muchos años llevaba al frente como para saber lo que podía acontecer sin que nadie se lo dijera y seguro estaba de que muchos de ellos lo sabían también pero si alguien tenía muchos huevos para repartir, esos eran ellos.

-¡Ortega, recupere su mosquete! ¡Al chico lo quiero detrás de nosotros!

Sus palabras parecían perderse entre el griterío y el ataque pero no era así, sus hombres podían escucharlo muy bien por suerte para el capitán. Se encomió a Dios con palabras altaneras y altisonantes y todo comenzó de nuevo. El momento de paz había durado bien poco.

¡Cagonlahostia!-farfulla el sargento por lo bajini. Y tras escupir al suelo -el esputo suena como el restallar de un látigo- le arranca el mosquete de las manos al muchacho- ¡Los bisoños atrás de la fila, chico!¡No me lo hagas repetir! 

¡Treinta varas!¡Joder!¡sólo tendré opción de un disparo! Ortega deja el sable cerca para asirlo mientras ruede esquivando al caballo. Pero primero es lo primero. Así que, hinca la rodilla en tierra y trata de prender la mecha, cebar la cazoleta, meter la bala y en fin, todas esas cosas que se hacen antes de quitar la vida de algún hideputa que trata de hacer exactamente lo mismo contigo.

¡¡PUUUUUMMMMM!!

Ruido. El ruido lo domina todo durante unos segundos. Ruido de caballos, con sus relinchos y sus cascos golpeando esta árida tierra. Ruido de gritos, en ruso, en francés, en español. Ruido de mosquetes, de pistolas, de muerte, de sangre. Sólo hay ruido.

Por fin consigo deshacerme de la confusión y centrarme. Me sitúo a la izquierda, donde ha indicado el capitán. Por suerte ha pensado rápido y en nada nos ha organizado como buenamente ha podido.

«Este nuestro Capitán es un buen hombre. Dios nos lo conserve mucho tiempo, porque aún queda camino por recorrer y sin él será mucho más duro» pienso mientras me desplazo para poder posicionarme lo mejor posible frente a los rusos.

Escucho a alguien hablar de un arma perdida, de un muchacho, el capitán grita... tengo  miedo de confundirme de nuevo, de no poder centrarme. Rezo una oración rápida y esperanzadora antes de disparar.

«Rey poderoso, Dios verdadero, que templas las vicisitudes, ilumina el día con tu esplendor y el mediodía con rayos de fuego. Extingue la llama de las luchas, apaga el calor que daña; concede la salud a los cuerpos y la paz auténtica al corazón» murmuro.