Partida Rol por web

Hace tiempo que ha anochecido. La fría oscuridad lo envuelve todo y agarrota las articulaciones de tus doloridos miembros. te maldices por haber bajado la guardia al buscar un buen sitio donde acampar. Lo creías haber encontrado en un pequeño oasis. ¡Qué estupidez! ¿Acaso naciste ayer? Los asaltantes eran muchos, pero habrías partido algunos cráneos si no te hubiesen encontrado despellejando un conejo recién cazado. Solo pudiste golpear a uno antes de que las tinieblas se apoderasen de tus sentidos. Se lo han llevado todo: caballo, armas, agua y el dinero que llevabas en las alforjas.

Por suerte y por algún motivo desconocido, tenían prisa y se olvidaron de rebuscar en tu ropa. Descubres con alegría que siguen contigo las cinco monedas que llevabas ocultas en un bolsillo interno de tus ropajes.

Con esa calderilla como única pertenencia, caminas sin dirección por un sendero que acabas de encontrar. Sabes que estás en la parte meridional de Zamora, no muy lejos de la frontera con Koth. Agradeces que tus sandalias pisen tierra batida después de un par de leguas de terreno pedregoso y vegetación espinosa.

A medida que avanzas en silencio, notas que a tu alrededor se van definiendo siluetas colosales y estáticas, como guardianes amorfos que velan por la extraña paz de la llanura solitaria.

Desde el momento que me pareció empezar a ver esas colosales siluetas, anduve con más cuidado... con más sigilo. Al principio intenté apartarme de ellas, esquivarlas, pero cuando comprendí que iban a seguir ahí, inmóviles y acechantes decidí acercarme.

No sabía si me estaban mirando o se habían percatado de mi estúpida presencia, pero antes de pasar por el medio de tan altivas formas, siendo un blanco fácil, a si que iba de la manera más sigilosa posible hacia éstas. Quería saber si eran reales o un simple espejismo fruto de mi imaginación.

"Si fuese un espejismo ya podía intentar encontrar algo de agua pronto porque podría ir a peor y hacerme volver sobre mis pasos. También algo de sombra para poder descansar algo no me vendría mal. Significaría mi muerte." - pensé. - "Si son estatuas, en alguna cara tiene que haber sombra."

Piensas que tal vez tu mente te engañe y sea un espejismo, pero aún así vas moviéndote sigilosamente. Contienes la respiración y te acercas con cautela a la sombra ciclópea más cercana al camino. Es demasiado estática como para estar viva, pero entre lo que has vivido y lo que te han contado, sabes que el mundo está poblado por criaturas que no responden a lo que esperas de un ser animado. Cuando estás cerca, respiras con alivio. Apoyas una mano en su superficie dura y fría. Es una pared en ruinas.

Estos muros de piedra son vestigios del poder que antaño tuvo Zamora, cuando era un reino orgulloso y convencido de su superioridad respecto a sus vecinos hirkanios e hiborios. Los pueblos que se autoproclaman civilizados se desploman por el paso de los siglos y la podredumbre de su corrupción. Ahora Zamora es un reino en decadencia, hasta el punto que dicen que su rey pasa el tiempo borracho para eludir el temor que lo posee.

Decides que ya has dedicado demasiado tiempo a esas piedras y vuelves al camino.

Finalmente esas siluetas no eran más que muros, y como tal me aportaron una buena sombra. Pude sentarme a descansar un poco y aprovechar ha hacer un poco de inventario, necesitaba saber con qué más me habían dejado abandonada esos malnacidos. Pronto me di cuenta de que no llevaba más que mis ropajes con mis sandalias y esa bolsita que siempre se nos había enseñado a guardarla bien... "nunca te fíes de un nemedio" recordaba para sus adentros mientras se reía "robamos muy rápido, y engañamos mejor".

Se levantó y se puso en marcha de nuevo, con un aire ya más renovado y más segura, pues ya sabía un poco más de dónde estaba y de a dónde dirigirse. Se sacudió sus escasos ropajes y volvió al camino con paso firme y atento, sabiendo ya en que dirección tenía que tomar para llegar a la ciudad.

Después de descansar un rato y quedarte bajo la sombra de las ruinas, caminas una hora más hasta que percibes a lo lejos que el cielo sin estrellas se torna amarillo, señal inequívoca de presencia humana. ¡Ya creías que ese camino no llevaba a ninguna parte! Aceleras la marcha y no tardas en ver campamentos desperdigados a ambos lados del camino, con las hogueras iluminando rostros que te ignoran. Forman racimos alrededor del camino y de la puerta de una ciudad amurallada.

El ver un halo de luz amarilla en la oscuridad de la noche me reconforta, me hace saber que voy en la buena dirección.

Sigo por el camino hasta que ya de forma visible comienzo a ver las hogueras de una forma más clara. Hay personas a su alrededor, las cuáles me ignoran. 

“Si una viajera en la oscuridad entre las sombras no les causa curiosidad… ¿Quién soy yo para interrumpir su silencio?” Pensé.

Está claro que me están viendo, una extraña en la oscuridad no era fácil de ocultar y menos de obviar, a si que mis pasos son firmes y consecutivos. Continúo mi camino entre el fulgor de las hogueras, ya que éstas me proporcionaban la suficiente luz como para continuar.

Ignoras las hogueras que hay a ambos lados y a medida que te acercas a la muralla, ves que la concentración de edificios en mal estado, algunos de ellos en ruinas, y de barracas, entoldados y carpas es abrumadora. El camino y sus ramificaciones laberínticas están llenas de gente de toda procedencia. Te llaman la atención los juegos de azar improvisados encima de cajones de madera, los buhoneros subidos a tarimas que proclaman a los cuatro vientos las bondades de sus quincallas, las rameras y prostitutos que se insinúan a los transeúntes. Uno con un entrepierna enorme te llama con el brazo. En medio de la marabunta, te cuesta avanzar.

Te abres paso con mucha dificultad y de pronto tienes un presentimiento. Llevas una mano al bolsillo que albergaba tus pocas monedas y ¡está vacío! ¡Algún perro malnacido de dedos largos te ha robado!

"Toda esta gente, esos usureros... ya no sé cuando me robaron, si cuando le gané al buhonero o cuando me entretuve con el prostituto..." - se lamentó siguiendo su camino. Sea como fuere ya le habían quitado lo que le quedaba, salvo el buen rato que acababa de pasar.

Maldices por ser tan despistada. Ya es la segunda vez que te roban en un poco espacio de tiempo. La próxima vez, puede que te quiten la vida o se aprovechen de ti, al no tener nada que darles. Te das cuenta de que estás rodeada de potenciales ladrones. La próxima vez no te pillarán desprevenida y pagarán con su miserable vida por el atrevimiento de robarte.

Te hallas ante una de las entradas de Hazor. Sus puertas están abiertas de par en par y los dos guardias que la custodian están ocupados bebiendo y charlando con sendos prostitutos. Levantas la cabeza y calculas que la muralla tiene unos veinte pies de altura. Está construida con piedra granítica y hasta que te alcanza la vista tiene su mitad inferior ennegrecida y pintarrajeada. En la parte superior ves que hay mellas extrañas, como si alguien se hubiese llevado los bloques que faltan.

-¡Oiga! ¡Escuche!

Alguien está tirando de tus pantalones. Miras hacia abajo y ves a un enano kushita de piernas retorcidas y apoyado en una muleta tosca de madera.

Por fin estaba ante Hazor. No sabía como pero había llegado sorteando todos los peligros. Ahora tocaba superar una nueva prueba, cruzar la puerta.

Mientras es hallaba mirando la entrada, Ingela nota que le están tirando del pantalón, baja la mirada y ve al enano que le pregunta algo, sin entender palabra de lo que éste le dice levanta la mirada de nuevo y espera el momento oportuno para entrar en la ciudad.

El enano parece que persiste en llamar tu atención. Es negro de piel, aunque va algo tapado con los harapos pestilentes que lleva puestos. Un olor nauseabunda sale de su boca, llena de dientes amarillentos. Al no hacerle caso, intenta ponerse delante tuya.

-Por piedad. ¿Tendrías alguna monedilla para un camarada tullido?

- No, no te entiendo no sé lo que quieres - dijo Ingela.

Acto seguido volvió a levantar la mirada ignorándolo, pues seguía sin entender al enano, y dudaba que él le hubiera entendido.

El enano kushita cambia la expresión de su rostro y empieza a retroceder sin mediar palabra hasta que desaparece en la marea humana.

Te sitúas entre la muchedumbre que entra y sale de la ciudad y cruzas las puertas con la vista puesta en los guardias que supuestamente supervisan el tránsito. Siguen concentrados en sus placeres y no prestan atención a nada más.

Ahora te encuentras en una calle más o menos recta que se tuerce a la izquierda a unos mil pies de ti. A cada lado se levantan hileras de casas de adobe, piedra y madera separadas por esquinas que desembocan en callejones. Notas que las casas a tu izquierda están en mejor estado de conservación que las de tu derecha, que es a donde se dirige la mayoría de los transeúntes. Junto a las puertas hay una casucha de madera con un rótulo que indica que son unas letrinas.

¡Por fin! Ingela añoraba las calles llenas de gente por todos los lados... tantas víctimas a las que poder robar...

Reconocía claramente las casas que tenía frente a ella, y rápidamente fue andando entre ellas en dirección al mercado, no tenía oro encima, pero podría conseguir algo, a parte allí habría mucha más gente, tan apretada, que no notarían si alguien les toma prestado algo, pues continuamente había empujones, esquivas y caídas accidentales al suelo... tantas oportunidades para robar... no podía dejarlo pasar.

Deambulas por las callejuelas llenas de bazares y negocios de todo tipo, entoldadas de forma intermitente, con carne seca, verduras y frutas colgando de estacas y emparrados. Los gatos, perros, cerdos, cabras, gallinas y vacas comparten suelo con las personas, y todos emanan aromas apestosos que se mezclan de forma casi irrespirable. Por suerte, en pocos minutos te habitúas.