Partida Rol por web

El Duque se quedó unos instantes en silencio y chasqueó la lengua.

- Esto no me lo esperaba, os lo digo de corazón - retrocedió un par de pasos.

- Todo lo que sucede va más allá del honor, las promesas o la valentía... es cuestión de lógica y de coherencia. No voy a negar mi decepción, pero sois almas libres de elegir y ya la elección ha sido tomada - después de aquello cerró los ojos.

- Entonces no me dejáis más remedio que contemplar en primera persona si realmente sois dignos de haber llegado hasta aquí y de soportar el peso de vuestras elecciones - en un rápido gesto chasqueó los dedos.

- ¡Barones! ¡Ante mi! - gritó alzando la voz mientras que sus ojos se tornaron del blanco más puro, como si estuviese canalizando un poder más allá del uso convencional.

Un escalofrío recorrió vuestro cuerpo cuando comenzasteis a notar como una niebla negra comenzaba a materializarse entre vuestra posición y la del Duque... ¿estaba a punto de ocurrir lo que os estabais temiendo?

Unas líneas empiezan a dibujarse en el suelo. Como si alguien dejara caer gotitas de sangre a gran velocidad y desde diferentes puntos dibujando un octógono perfecto. En el centro de éste un humo liláceo empieza a formarse, denso, concentrado como una columna en el centro del octógono. Tan denso que podría parecer una espuma. A medida que crece el octógono empieza a desdibujarse. Finalmente emerge de esta columna Fu-Sei.

Iba cubierto por una armadura de escamas metálicas y mal forjadas, gruesas y desiguales. Su piel era roja como la sangre y detrás de dos enormes cuernos caía una gran melena blanca. Podía medir dos metros y era de un tamaño enorme vieras por donde le vieras. Sus prominentes colmillos sobresalían de su sonrisa exhalando un vapor denso y liláceo en cada respiración. Sus garras reposaban a ambos lados del cuerpo sin tocar la exageradamente descomunal katana que desde su cintura arrastraba en su vaina de otros dos metros.

Cuando su pie descalzo, rojo, enraizado por las venas que recorrían su piel, se arrastró fuera del octócono, el dibujo se terminó de desdibujar en unas motas casi imperceptibles que volaron hasta sus acorazados antebrazos cerrándose entorno a ellos como grilletes invisibles.

Fu-Sei apretó los dientes. Odiaba a los barones, y a los duques, y a los mortales y a todo cuanto le rodeaba. La orden le había sido dada y como siempre la cumpliría con la mayor ferocidad posible.

Caminó dando un rodeo a los tres aventureros - He visto que eres el mejor de los guerreros Theodore, caballero del este. - Su voz sonaba como dos cristales arañándose uno al otro - Así pues, empezaré contigo - Despacio. Fu-Sei desenvainó su arma capaz de cortar más aún el sonido de su propia voz - Y recuperaré la espada que robaste en mis dependencias - 

El demonio esperó paciente a que Theodore se encarara con él. Tenía una postura marcial peligrosa, capaz de defender y atacar y durante un minuto que pudo parecer una hora entera. Fu-Sei y Theodore intercambiaron la mirada estudiando el primer golpe. Fu-Sei, por supuesto fue quien preso de la impaciencia arremetió contra Theodore

Theodore que ya esperaba el golpe, le hubiera ensartado el pecho sacándole el impío corazón pero no esperaba la velocidad ni la fuerza del brutal demonio por lo que apenas pudo levantar la espada para detener la de FuSei. Ambos así quedaron. Filo contra filo, a escasos palmos el yelmo de Theodore de los carmesíes ojos de Fu-Sei cuya sonrisa entreabierta dejaba escapar ese ponzoñoso aliento que a través del yelmo se podía sentir capaz de levantar la piel. - Cuando te mate, héroe del este, voy a devorar el corazón de cada uno de tus compañeros

Un rumor, un zumbido apenas audible empezó a reverberar a través de los espléndidos suelos. Los cristales de las vidrieras vibraban inquietos mientras el rítmico quejido iba, lenta y constantemente, creciendo en intensidad..cada vez más molesto, más doloroso.

Una de las luminosas alas de las residencias del Duque parecía apagarse poco a poco, sustituido su grácil brillo por una opacidad rojiza. Los ojos os lagrimeaban al ser alcanzados por esos impíos rayos de luz roja, cada vez más molestos, más dolorosos.

Aguantando la respiración, oís como unos pesados pasos van acercándose por un oscuro pasadizo...hasta que finalmente, una figura emerge de él. Se trata de un elfo de gran altura, envuelto en una ornamentada armadura de cristal negro y oro. Su rostro, apenas cubierto por una máscara dorada, es de hermosas y delicadas facciones, pero su gesto, de hastío y odio, arruina su belleza.

La mirada de Nalnwalme, llena de desprecio, recorre la estancia. Notáis el dolor que sufristeis cuando liberasteis a las concubinas durante un instante y os encogéis de dolor.
El Barón sonríe:
Estúpidos hasta el fin... -dice con voz firme, sin dejar de avanzar. La oscuridad le acompaña..
Antes de morir, deberéis compensarme Continua hablando mientras desenvaina una larguísima espada plagada de dañinas runas.
Con vuestra sangre La hoja metálica roza el suelo, vaporizándolo, las runas murmuran y ríen, maliciosas.
Y vuestra carne! El Barón dirige una mirada de deseo en dirección a Syrid. La mirada de Nalnwalme augura años de sufrimiento..de locura y desesperación. Su imagen se desvanece...

Reaparece al lado de la guerrera del norte en un susurro, su ataque traicionero y letal.. Tu carne, pequeña zorra norteña.. y lanzando un brutal golpe con el mango de la espada, destinado a dejar fuera de combate a la hermosa joven

Druth ya imaginaba lo que se les venía encima desde el momento en que El Duque llamó a sus Barones. En un primer instante se sorprendió de ver que sólo aparecían dos de ellos, quienes por sus aspectos únicamente podían ser Fu-Sei y Nalnwalme. Sin embargo, al ver la brutalidad con la que caían sobre sus dos compañeros, escogiéndolos y repartiéndoselos como si fueran piezas de caza, supo que bastaría con dos Barones para derrotarlos a los tres.

"Gideon, ahora te necesitaríamos más que nunca luchando a nuestro lado" pensó el pelirrojo, recordando a su desparecido compañero mago, preguntándose qué habría sido de él. Tal vez había sido mucho más afortunado que ellos.

Druth observó que Fu-Sei escogía como contrincante a Thedore, mientras que Nalnwalme se decantaba por Syrid. Sabía que su compañera era lo suficientemente fuerte como para darle mucha guerra el Barón élfico, pero el recuerdo de la forma en que habían sido ejecutadas las concubinas de Nalnwalme cuando ellos habían intentado liberarlas, sin éxito, aún era intenso en Druth, por lo que no lo dudó ni un segundo. Si tenía la oportunidad de librarse de uno de los Barones, empezaría por Nalnwalme. Mientras el elfo se centraba en Syrid, el guerrero se lanzó contra el Barón élfico, tratando de descargarle un hachazo por la espalda antes de que la espada alcanzase a Syrid.

La llamada del Duque a sus secuaces era la prueba final si querían salir con vida de la Torre y acabar con aquel mal. Por un momento Syrid pensó que todos los Barones acudirían ante el reclamo de su amo pero no fue así y sólo dos hicieron acto de presencia. Eso podía jugar a su favor ya que, al fin y al cabo, ellos eran tres y habían vencido ya numerosos obstáculos. Pero con lo que no contaba la norteña era con la sensación de pánico que heló su corazón mientras su confianza mermaba.

Mientras uno de los Barones se centró exclusivamente en Theodore el otro, alguien que reconoció como Nalnwalme pues, por unos instantes, pudo sentir en sus carnes y en su alma todo el dolor y sufrimiento que habían padecido las mujeres que habían intentado liberar en sus estancias. Sintió una repulsión inmediata y un temor desconocido hasta el momento heló su sangre al ser consciente que ella podía acabar como una de esas pobres desgraciadas.

Intentó centrar toda su atención en los recuerdos de su gente y de su tierra, repitiéndose una vez más el motivo de su misión y, cuando sintió que el ánimo volvía a ella, agarró con fuerza su espada dispuesta a acabar de una vez por todas con aquel mal que había gobernado durante demasiado tiempo aquellos dominios. Pero Nalnwalme era demasiado rápido y, cuando estaba a punto de lanzar su ataque comprobó que el Barón había desaparecido.

El leve instante de indecisión fue fatal para ella pues, sin darse cuenta el Barón se encontraba a su espalda dispuesto a acabar con su vida para siempre. Pudo ver, por el rabillo del ojo, el movimiento de una cabeza en llamas que con su bravura característica se lanzaba directo hacia Nalnwalme. Sonrió agradecida sabiendo que, si ella caía, Druth la vengaría, vengaría a todos los que habían caído a manos de aquellos que habían traicionado todo en lo que creían.

Desvió un segundo la mirada para mirar a su otro compañero, el silencioso y valiente guerrero del este, esperando que él tuviera mucha más suerte de la que había tenido ella. Aquel podía ser el final de Syrid pero ella sabía que vendrían otros. Muchos otros que, tarde o temprano, acabarían con el tiránico y malvado gobierno de aquella maldita Torre que debería ser derruida hasta sus cimientos.

Las figuras que aparecieron ante ellos comenzaron a tomar forma. Dos de los barones se presentaban ante ellos. Theodore  preparó su espada y escudo, dispuesto a enfrentarlos. Mayor fue su sorpresa cuando uno de ellos le habló con cautela. Fu-Sei lo desafiaba a un enfrentamiento, amenazándole.

Se encontraba dispuesto a combatir, su contrincante hizo el primer movimiento. Sus armas se juntaron en un sonoro estruendo. Ambos mirándose a los ojos mantenían con fuerza los vibrantes filos.

La velocidad del barón era asombrosa. Nunca en su vida se había enfrentado a un ser tan veloz. A medida que el combate avanzaba, sus reacciones eran más lentas.

La espada y katana se golpearon nuevamente, luego Fu-Sei hizo un giro y atacó, por poco Theodore lo detuvo con su escudo. Pero no esperaba una fuerte patada en su costado derecho. El impacto hizo doblar su cuerpo, permitiendo que el filo de la katana se deslizara por el escudo, golpeando su yelmo. Que suerte tenía de llevarlo en ese momento.

El barón dio un salto atrás y rápidamente  lanzó una estocada aprovechando su breve aturdimiento. Theodore dio un quejido cuando el filo atravesó su hombro.

Ambos se volvieron a separar y observándose caminaban trazando un invisible círculo.

La norteña se revolvió con gran velocidad, casi sobreponiéndose a su cegador golpe. De no haber estado herida y agotada, habría sido verdaderamente peligrosa -se dijo Nalnwalme. Fintó el golpe con la empuñadura mientras golpeaba con la rodilla y la inexperimentada guerrera no pudo responder. Un satisfactorio crujido, quizás la mandíbula, quizás el pómulo, fue su deliciosa recompensa. Syrid cayó inconsciente, quizás para no despertar nunca más. Nalnwalme sonrío lascivamente al contemplar su cuerpo caído...la sanaría y, una vez recuperada, la volvería a romper y la volvería a sanar, una y otra vez, hasta convertirla en un títere sin voluntad ni alma.

No habia tiempo, sin embargo, para ensoñaciones. El héroe del Oeste se abalanzaba sobre Nalnwalme, rápido como un bisonte...y tan previsible como uno. Nalnwalme giró sobre si mismo, evitando la brutal acometida de Druth. Su hoja se deslizó sobre el flanco del bárbaro, abriendo y carbonizando la carne hasta las costillas. Los engranajes de las piernas del elfo chirriaron indignados por el súbito giro. El elfo llevaba décadas batallando y ni su aguante ni su velocidad eran las de antaño...y, sin embargo, los héroes De la Rosa, eran, a su lado, como infantes con armas de madera.. Sois ridiculos rio Nalnwalme, excitado..aunque en su voz se notaba un nota de decepción No puedo creer que vencieseis a mis hombres

Theodore se revolvió bien, pero nada podía hacer contra las embestidas de Fu-Sei. El demonio atacó una y otra y otra vez. Sin dar tregua al guerrero. La gigantesca katana del demonio subía y bajaba y Theodore detenía los golpes uno tras otro alzando los brazos cansados para escudo y espada detener las terribles acometidas. El demonio mantenía la vista fija en él, con los colmillos apretados y el aliento venenoso saliendo entre sus dientes.

Un aura carmesí, un fuego rojo que no alcanzaba a desprender calor alguno, sino que burbujeaba empezó a envolver la piel del demonio sobresaliendo como el fuego de una fragua por cada uno de los resquicios de su armadura. La gran melena blanca que alcanzaba el suelo por sus espaldas comenzó a erizarse al tiempo que abría los ojos y las palabras arcanas que oscilaban en sus muñecas se separaban en su vano intento de contener al demonio.

El guerrero pelirrojo sintió un fuerte dolor en las costillas al sentir la hoja de Nalnwalme hundiéndose en su cuerpo, aunque ese dolor no era nada comparado con el que sintió al ver caer a Syrid, no supo si muerta o inconsciente. En cualquier caso, el héroe del Oeste, enfurecido, continuó enfrentándose a Nalnwalme, con la esperanza de poder acabar con el Barón élfico antes de que la vida le abandonara.

-Tus hombres eran débiles -le espetó a Nalnwalme, con dureza, mientras intentaba descargar su hacha de doble filo sobre el pecho del elfo. El hombretón sentía la sangre de su herida manando de su cuerpo, aunque logró sobreponerse al dolor-. Nos fue fácil matarlos. Puede que pronto te reúnas con ellos...

Nalnwalme se encaró nuevamente a Druth, esperando confiado una nueva acometida salvaje.  Sin embargo, Druth cambió hábilmente su empuñadura y, sorprendentemente para un hombre de su tamaño, atacó desde abajo.  Un rápido golpe al Barón elfico en el pecho, con más precisión que potencia.

La armadura cristalina de Nalnwalme se quebró, estallando en mil pedazos, como si el hacha hubiese golpeado un punto débil de la misma.   El Barón retrocedió, recomponiéndose con rapidez...su cuerpo, ahora a la vista, era una amalgama de carne ennegrecida sujeta por cadenas y engranajes que giraban enloquecidos dentro de tubos translúcidos.

Un hilillo de sangre surgía de la comisura de los labios del elfo...que empezó a reír..una risa burlona, cargada de malsana alegría.Uuuh...Acabemos de una vez -Exclamó Nalnwalme imitando la aguda y poco varonil voz del guerrero del Oeste  - O el cuerpo de Syrid acabará enfriandose