Partida Rol por web

Antes de marchar el Slaad gris te mira con atención, como reparando en ti de golpe. Tras unos instantes de mirarte fijamente se vuelve a alejar sin decir nada más.

Si no haces nada pasaran 9 horas sin más incidentes, a las 6 horas se habrán curado los puntos de vida de la herida que te da un -5 a todo, a las 4.5 horas se te dará agua. Si quieres hacer algo entre esas 9 horas indícamelo antes de seguir.

Durante los siguientes minutos se escuchan vítores por parte del enemigo, gritos que al cabo de unos minutos desaparecen y que al rato se dejan de escuchar las voces del enemigo. 9 largas horas después Harold vuelve a estar preparado para lo que venga, nadie a intentado molestaros. Damrod indica que en los últimos minutos se vuelven a escuchar voces de Tsathar, como si ellos también estuviesen nerviosos por algo.

Aengrist, Dios del orden en el Campo de Escarcha y de los caballeros de la Orden del Hierro aparece ante vosotros - " Hijo mío, el enemigo está apunto de conseguir su objetivo, es ahora o nunca, requerimos vuestro sacrificio para defender el impío objeto caótico capaz de hacer posible la entrada de un Dios del Caos maligno en este plano. El enemigo acaba de conseguir en estos mismos momentos la sangre de la tierra, capaz de anular el campo tele-portador que protege el acceso a la piedra negra. Con mi aviso, rompo todos los pactos entre dioses, todas las treguas acordadas, pero el enemigo es poderoso y si se abre el portal, el Caos entrará en este plano y una nueva gran guerra dará comienzo. Se que lo que pido es algo casi imposible de hacer, pero si hay alguna posibilidad por pequeña que sea, es ahora o nunca. Benditos seáis Harold mi más fiel servidor y Damrod el cazador, que la Ley esté con vosotros " - La imagen desaparece tal y como surgió dejándoos desolados y fríos en esta profunda tumba.

Enseguida pensáis sobre ello, al parecer la llave según sabéis conducía a la sangre de la tierra y de alguna manera el enemigo en este mismo instante acaba de conseguirla. Si la tiene, tendrá que llevarla de regreso hasta el tele-portador del laberinto y allí acceder con los viales al monolito negro. Pocas son las opciones que os quedan, pocos los recursos, en apenas un día todo se ha torcido, todo. Pero quien sabe, quizás estos dos inquisidores puedan sacar fuerzas especiales en estos momentos tan nefastos, quizás....

Cuando la ventisca desapareció y los últimos copos de nieve se derritieron sobre el suelo, ahora con una capa de escarcha que se dispersaba rápidamente, parpadeó al fin y se puso en pie. Había caído de rodillas, atónito, nada más aparecer Aengrist. Casi no podía creerlo. Si no fuera porque Harold estaba casi como él, habría pensado que estaba alucinando. Pero era real, y aquello lo cambiaba todo.

—Se acabó el sigilo y huir. Si no detenemos a los tsathar habremos fracasado, y nuestra derrota se llevará demasiadas vidas. Aunque muramos, debemos evitar que entren al monolito.

La perspectiva de la muerte ya no le atemorizada. Hubo un tiempo en que habría querido correr, pero ya no. Solo importaba el deber.

Harold despertó tras una noche de pesadillas y sueños perturbadores. Había visto la Flota de los Muertos ascender a la superficie y devastar con una gran ola la flota de drakkars del puerto de Argluf, allá en el norte, había visto negros tentáculos llevándose a aldeanos y pescadores a las sombrías profundidades del mar. Del océano se alzaba el Tentáculo Susurrador de Secretos Imposibles, y sus inmundos seguidores entraban en frenesí, mientras las solas palabras del dios del Caos llevaban a los hombres a la locura. Había visto aquella isla convertida en un gigantesco erial, una tierra quemada con un grotesco símbolo de Arioco grabado a fuego en los campos y en las colinas, un círculo de invocación de kilómetros de radio. El foco de una invasión como no se había visto en siglos, como nadie que viviera ya, salvo tal vez los elfos del hielo de Arnhëim, había conocido nunca. Había visto a los Caballeros resistir a la desesperada, había visto el Glaciar asaltado y atacado por miles de catapultas en llamas. 

Y, como el punto en el que una infección entra en el cuerpo de un enfermo, aquella isla era el foco, el centro. La puerta por la que el Caos invadía, inundando el mundo con su locura. Los muertos se apilaban en las calles, en los campos, se congelaban en el yermo helado. Y todo surgía allí, allí donde ellos estaban. 

Despertó con sudor perlando su frente. Se levantó en silencio, sacudiéndose las nieblas del sueño. Una parte de él quería descartarlo todo como una pesadilla, pero sabía que no lo era. Demasiado real, demasiado detallado. Era una profecía. Desde que se había convertido en Exorcista Sagrado, el hilo que le unía con Aengrist no le daba solo poder, sino la capacidad de predecir el futuro. Normalmente no usaba esos conjuros, pero las premoniciones más poderosas podían aparecer sin que las solicitara. 

Miró a Damrod, y trató de transmitirle tranquilidad y apoyo, aunque no le salió muy bien. Ver el mundo sumido en la guerra no le había dejado precisamente una sensación agradable. Le indicó que le ayudase con la armadura, y, como habían hecho tantas y tantas veces, fue colocando y ajustando las placas de duro acero del norte, maltratadas por el tiempo y los innumerables combates, cada muesca un ataque mortal evitado, cada abolladura un hereje golpeado, cada rasguño una oración de batalla. Y, mientras la colocaban, rezó. Lo hacía siempre que se levantaba, para que se le concedieran sus conjuros, pero esa vez rezó con necesidad, con desesperación, rezó con auténtica, pura y sedienta devoción. 

Apoyó la frente en la cruz de la espada, arrodillado, y susurró entero el Voljärnem Algund, desde el principio hasta el final, pasando por sus cuatrocientos versos como si volviera a estar en la capilla central del Glaciar en una de sus noches de estudio. Sus labios entonaron la letanía durante una hora entera, mientras notaba los conjuros volver a él, el hilo de poder restallar como un látigo. Pero no era suficiente, no lo era. No podía enfrentarse a la gran fuerza que debían combatir solo con aquello. ¿Cómo iba a detener su temible visión de todo el Caos invadiendo el plano material solo con sus fuerzas?

-Por favor, Aengrist...-rezó, con lágrimas asomándole a los ojos. Parecía un niño perdido llamando a su padre, y era así como se sentía- Por favor... si estás ahí, dime algo... dime lo que debo hacer. Dame una señal, una palabra, una ayuda... por favor...

Las lágrimas corrieron por sus mejillas, resbalando por el gorjal de la armadura, casi invisibles contra el duro acero. Harold suplicó, suplicó de corazón. Y entonces, lo sintió. Las lágrimas se congelaron al instante sobre el metal, convertidos en pequeños cristales de hielo, y la temperatura descendió abruptamente en la sala hasta que pareció que había sido teleportado a la cima del Glaciar. Y lo sintió... sintió cómo su hilo se volvía loco, explotaba, estallaba multiplicado y expandido como si un riachuelo hubiera roto una presa y se hubiera convertido en torrente, en mar embravecido. Lo que antes era una sola gota de divinidad, ahora era un océano, le bañaba por completo, podía sentir su reconfortante frío en el rostro. Antes de abrir los ojos, ya sabía lo que era, y, aun así, hasta que no los abrió no pudo creerlo. 

Pero allí estaba, claro y perfecto como un amanecer de invierno, destellante y puro como una cascada congelada a mitad de su movimiento. Abrió los ojos y ahí estaba Él, en cuerpo y alma, cercano, real. Tangible. Su armadura de hielo azul aún mostraba las marcas que los humanoides le habían hecho durante la batalla del Glaciar, la ventisca a su alrededor hacía refulgir las junturas clavadas en las gruesas placas, y en sus manos, la Rompehielos destellaba como una estrella congelada, como el sol a través de un muro de hielo, como un río congelado solo en la superficie. Un poder que no era de este mundo envolvía todo su ser, toda su figura. Harold cayó de rodillas, y tocó con la frente el suelo al inclinarse, mientras sus lágrimas se congelaban al momento que salían de sus ojos. Ni siquiera encontró palabras, era como si su alma fuera iluminada desde dentro, como si todo su cuerpo se llenara de luz, de fuego, de sol. Podía sentir su energía inundando sus venas, desbordando su alma, su espíritu. 

Y entonces habló. A veces, en el Norte, los rayos caían tan rápida y tan súbitamente, tan increíblemente brillantes al reflejarse en el hielo, que parecían tornar blanco el mundo entero. A veces, el trueno caía tras ellos tan poderoso y resonante que podía sentirse como si la vibración viniera del esternón, como si resonara en los huesos. 

Su voz fue aquello, pero también mucho más. Fue el rayo que torna el mundo blanco, el trueno que resuena en tu corazón, pero también fue el arcoiris que aparece tras una tormenta invernal; fue el calor de una hoguera en pleno invierno, que devuelve la vida a las articulaciones; fue sol, fue luz, fue plata fundida bajando por las canaletas de la Forja del Corazón del reino de los enanos. Fue el invierno amable, el invierno que permite la tierra regenerarse y los cultivos volver a crecer. En sus palabras estaba todo lo que Harold era, todo por lo que Harold luchaba. Sintió que la marca de su voz se grababa profundamente en su alma, como si estuviera hecha de nieve y ahora tuviera sus pisadas marcadas en ella. Notaba el trueno resonar por todo su cuerpo. Le pareció que el mundo era más brillante, más concreto, más vivo. Le recordó todo aquello por lo que merecía la pena luchar... y todo aquello por lo que estaba dispuesto a morir. 

Podía ser que la situación fuese funesta, terrible, desesperada: pero en el corazón de Harold nunca había habido más dicha. ¿Puede existir mayor ventura, mayor alegría y plenitud que la de saber, con toda seguridad, claro como el hielo al amanecer, cuál es tu deber, concreto y sin fisuras, y ser capaz de realizarlo? Harold tardó un momento en levantarse, respirando con dificultad. El dios había desaparecido, pero no se había ido. Jamás se iría ya del alma de Harold, pues estaba clavado en su corazón, profundo como las raíces de un árbol milenario. Aún podía sentirlo, a su lado, junto a él, con su mano en su hombro. La ventisca que arreciaba en el interior de su corazón ya jamás se extinguiría. 

Cuando por fin se levantó, se subió la celada del casco, y Damrod pudo ver que su rostro no era el mismo, que había cambiado para siempre. Sus ojos estaban iluminados, encendidos como ascuas, era un hombre con una determinación nueva y un propósito firme y más seguro que las montañas del Norte. 

—Se acabó el sigilo y huir. Si no detenemos a los tsathar habremos fracasado, y nuestra derrota se llevará demasiadas vidas. Aunque muramos, debemos evitar que entren al monolito.-dijo Damrod, y Harold asintió.

-Es la hora del deber, compañero. Es la hora de resistir, la hora de servir a la Inquisición y al mundo entero. No temas, porque mi Señor me ha bendecido con el poder para detener al Caos. La ventisca ahora es parte de mí... y puedo desatarla. 

Entre susurros, le explicó su plan. Era un plan loco, arriesgado, enrevesado: pero en los ojos de Harold se veía la seguridad, la iluminación. Lo expresó con tal confianza que parecía sencillo. Tras ello, tocó el hombro de Damrod y el suyo propio, y dijo:

-Señor, ayuda a tus hijos caminar por tus tierras, haz que el yermo nos sea tan leve como la hierba fresca. 

Las botas de Harold y Damrod emitieron un resplandor azul, aunque de entrada no notaron ningún efecto especial. 

-Ahora, vamos. 

Ambos echaron a correr hacia el teletransporte, para esperar a sus enemigos. 

Dos asaltos después de haber escuchado la llamada de Aengrist en nombre de la Ley, vuestros pies brillan como si su suela estuviese hecha de fina nieve, pura y blanca, pero con unas puntas romas como si fuesen crampones. Tras ello Harold ilumina una piedra.

Si he entendido bien, ahora lanzas snowsight y a Damrod vista ciega, tras esos 5 asaltos, lanzáis tormenta de nieve y echáis a correr mientras cae nieve. ¿ correcto ?

Con los hechizos de raqueta de nieve en vuestros zapatos y la luz que porta Harold, salís corriendo hacia el sur. Al estar protegidos contra la detección de alineamientos del hechizo zonal, pasáis a través de el sin sufrir daño. Es unos segundos después cuando la luz ilumina cerca de la primera intersección, allí donde hace horas Damrod vió al enemigo tirando huesos con el conjuro de luz, siguen estando protegiendo la zona. Alertados por la carrera que lleváis y por la luz que portáis, comienzan a gritar a todo pulmón.

Asalto 1

Ranas 23

Damrod 23

Azote 17

Harold 12

No iba a salirles nada bien. Por el momento, se había acabado el factor sorpresa contra los primeros guardianes, y no había manera de esquivarlos. Debían matarles rápido o no habría posibilidad de alcanzar el otro lado antes de que el sacerdote y su ejército llegaran y tomaran posiciones. ¡Tsk! Correr era importante, pero si morían todo sería en vano.

Maldiciento en silencio, se detuvo de golpe, arco en mano, y gruñó. Había que acabar rápido, pero no podían debilitarse demasiado. Las opciones eran quedarse y esperar a que las ranas atacaran, o adelantarse a ellas e intentar matar al azote antes de que ordenara a sus mascotas embestir; el riesgo era grande, pero la posibilidad de que las sabandijas se quedaran sin guía era suficiente para jugársela.

Rápido como siempre, pasó junto a su compañero, hasta quedarse a unos metros de las ranas y, desde ahí, confiando en la suerte, disparó contra el Azote. La primera flecha le atravesó el hombro; la segunda, el corazón, apagando sus gritos. Uno menos, y tan solo tenía que resistir.

El Azote cae muerto antes de soltar a sus Ranas de caza contra los intrusos, su entrenamiento, sus instintos de cazadoras, no les sirven de nada, las Ranas calmadas apenas se dan cuenta de la caída de su entrenador, sus movimientos siguen lentos, mirándoos con sus grandes ojos sin párpados.

Estado de las Ranas, esperando órdenes de algún Tsathar en el único idioma que entienden, hasta entonces no parecen intentar atacaros.

Tras las Ranas, no hay iluminación ni en el pasillo del oeste ni en el del sur.

No había manera de saber si el ejército había cruzado ya la zona de teleportación y solo habían dejado a esos tres de guardia allí. Si el ejército había cruzado ya la zona, no había nada que pudieran hacer, porque era infranqueable sin los viales. Sin embargo, Harold creía que aún tenían una oportunidad, que aún podían detenerles. Al fin y al cabo, Aengrist le había encomendado la misión de hacerlo, por lo que tenía que ser posible. 

Damrod, rápido como siempre, alzó su arco, y dos flechas dejaron al entrenador seco en el sitio como si hubiera sido fulminado por el rayo. Su rápido ataque impidió que diera órdenes a sus animales, por lo que estos se quedaron observándoles con sus grandes ojos sin ánimo de hacer nada, o eso parecía. Tampoco se oía ni veía nada en ninguno de los pasillos. Harold avanzó despacio hasta ponerse delante de Damrod, con la espada desenvainada apuntando al suelo. Sin alzar la voz, susurró:

-Aengrist, mi cuerpo es tu templo, protégeme de aquellos que pretenden mancillarlo.

A continuación, sintiéndose sano y fuerte por el efecto de la energía positiva, susurró a Damrod:

-¿Alguna idea? ¿Crees que puedes convencerlas de que nos dejen pasar?

La luz vuelve a delataros, de los otros dos túneles aparecen dos grupos de Tsathar, dos Ranas terribles, un Azote y un Suplicante por cada lado. 

Asalto 2

Damrod 23

Azote y ranas 17

Harold y Suplicantes 12

Aquella espera lo estaba desesperando pero aquel descanso forzoso por así decirlo le ayudo a que ese terrible dolor de espalda desapareciera, se sentía con ánimos de continuar con lo que ya habían empezado pero no sabía muy bien que pasaba, por que estaba amarrado de manos?, por que Lokaug se negaba a hablar con él? Acaso no eran amigos?
-en que mierdas estas pensando maldita rana- murmuró ya algo obstinado por la mala atención de su anfitrión y de un tirón rompió las ataduras que lo detenían...

Aunque hace un rato que se marchó el líder Tsathar y con el parte del jaleo en la guardia enemiga, aún dura el hechizo de amistad.

¿ esperas hasta que desaparezca el efecto del conjuro ?

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