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Las nieblas de Mnemósite

Xana - IV

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25/05/2010, 21:59
Richard

Xana encontró a Richard sentado junto a una fuente, en la plaza principal. No le costó encontrarlo: un daevar de dos metros resaltaba tanto entre los tayahar como una mosca en la leche. Se hallaba mirando el agua, concentrado en sus pensamientos y con una expresión indescifrable en la mirada. Cuando Xana se acercó a él, no la miró. Entrelazó una mano con la otra y habló en tono grave.

-Le habría roto la cabeza a ese chico por ti, Xana. Aunque no se lo mereciera. Si se hubiese atrevido a atacarte, le habría arrancado un brazo.

Se volvió y la miró, con el ceño fruncido.

-Sólo es un idiota. Un guerrero auténtico aprende a no dejarse llevar por las provocaciones. Tú no sólo te dejas llevar, sino que encima las empiezas. -Negó con la cabeza-. He intentado ayudarte. No me dejas. Y ya no sé qué hacer contigo. No quiero ser tu padre, pero a veces me siento como tal. Te lo dije, ¿recuerdas? La diferencia de edad... confundir sentimientos... -Chascó la lengua-. No sé si estás buscando en mí un amante o un maestro, pero no puedo ser las dos cosas a la vez.

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27/05/2010, 17:27
Xana Haller-Reisberger

Xana se limitó a asentir con calma. Sus pies parecían no tocar el suelo. Pese sus ojos enrojecidos, sus mejillas hinchadas con el rubor del llanto y su respiración lenta y suspirante, la chica se movía con algo que nunca antes había tenido.

Gracia.

Se sentía como si no pesase. Su cabeza parecía querer tirar de ella, elevarla, hacer que tocase las nubes. Desde la punta de los cabellos hasta las de los dedos, Xana se sentía ligera. No caminaba como lo hacía siempre, pasos fuertes, energicos, rápidos, como si pisase con rabia hasta el suelo. Ahora se movía lentamente, tentativamente. Tímida como una niña, pero a la vez con un aire que la envolvía como un halo, y era cualquier cosa menos infantil. Su ímpetu seguía ahí, se percibía en el cuerpo fuerte y definido, en las piernas torneadas, en la firmeza de la carne bajo las ropas mientras caminaba, como borracha, como ida, los músculos fluyendo bajo su piel en una danza. Como si no pesase, como si se hubiese pasado la vida encogida para huir de los golpes y hoy, por primera vez, se hubiese erguido sobre sus pies, tentativa, como una flor que se abre. Como un pajarillo recién emplumado que extiende sus alas y se pregunta si sa atreverá a volar. Sus ojos, aunque reflejan miedo y tristeza, están en calma. Relucen en la luz inclemente del sol, de un color cobrizo lívido y cambiante. Sonríe. Es una sonrisa triste, pero es una sonrisa. No la mueca desagradablñe que hace cuando está llena del furor de la lucha, o de deseo, o pensando en algo. Ni la sonrisa de compromiso que pone cuando quiere ser agradable o no meterse en discusiones. Es una sonrisa auténtica, como una de las pocas que el maestro de armas ha logrado arrancarle, casi contra su voluntad. Y está llena de ternura.

Lo se- dijo, a media que seguía andando y se sentaba en la fuente. Miró a Richard. Suspiró y cerró los ojos. Sonrió de nuevo. Por un instante, pareció sentirse en paz, y el cambio en sus facciones era suficiente para dejar a alguien que la hubiese conocido sin aliento. Sus pómulos se suavizaron. Su mandíbula se difuminó, y pequeñas depresiones aparecieron en sus mehjillas. El halo de su pelo, contra la fina espuma de la fuente, parecía una capa de hojas cuando movió con delicadeza una mano para apartarse un mechón de la cara, redonda y agradable. Juntó las piernas y encogió un poco el vientre, tímida, casi frágil. Su aspecto era casi...

dulce.

Y entonces lo entendió. Había pasado algo. Xana estaba, por fin, por primera vez desde que la conoció, en calma. A gusto. No estaba viendo a la Xana que todos habían visto, la xana bestial y combativa. Estaba viendo, por fin, a la joven dulce y honesta en que podría convertirse si tenía a alguien para guiarla. Quizás nunca amable. Nunca inocente ni vierginal, ni tímida, ni apocada. Pero honesta y valiente, y también agradecida y leal.

Por un instante, fue maravilloso. Entonces abrió los ojos y le miró.

Que grandes parecen cuando está emocionada o triste. Parecen tan grandes como un sol de cobre hundiéndose en el mar, como si pudiesen tragerte entero.

Y estaban tristes. Destilaban tristeza, y miedo. Pero también resolución, y deseo. Y ternura. Una ternura infinita, como jamás habría pensado que la tao pudiera sentir.

Se que lo habrías hecho, Richard. Y que Abel Cristo me perdone por haber estado tan cerca de obligarte.

Tienes razón. Tienes razón en todo lo que has dicho. Me he portado como una niña. SOY una niña. Una niña malcriada y egoísta. Me has intentado enseñar algo bueno, algo que valga la pena , y yo sólo he cogido lo que me interesaba para meterlo en una fantasía enfermiza en la que yo no tenía la culpa de nada y todo habían sido los demás. Has sido más padre para mí de lo que fue nunca mi propio padre, y sin embargo no te he hecho más caso que a él.  Me has dado amor. Me has dado protección. Me has dado sacrificio. Cuando lo que me habría merecido por mi egoísmo son azotes y desprecio. Y cuando finalmente me encontre con ese desprecio, me dolió tanto que se me abrieron los ojos.

Te he utilizado. Ojalá pudiera decir que no te quería. Ojalá todo fuese tan fácil. Te dejaría que me destrozases a golpes y sería feliz de haber cogido la opción fácil. Pero no puedo. Te mereces algo mejor. Te mereces algo mucho mejor.

Te quería, Richard. Te quiero. Pero nunca supe querer. Cuando estaba dolida corría a refugiarme en tus brazos. Y Dios, que feliz era. Que protegida me sentía. Cómo me botaba el corazón de agradecimiento en el pecho. Pero nada de eso cambia que sólo estaba buscando mi propio beneficio. Huir. Sentirme bien. Sentirme a salvo. Nuna pensé en toda mi rabia, en todo mi odio y mi violencia. Nunca me paré a pensar en cómo te afectaba a tí, tú que habías vivido a través de todo ello, que lo habías dejado atrás, que quizás estuvieses empezando a olvidarlo.

Soy una fruta venenosa, Richard. Estoy tan llena de egoismo y fantasías negras y despreciables, que corrompo todo lo que toco. No creas que no lo vi. No creas que no te vi la cara cuando estrangulabas a ese guardia. Cuando empalaste a Rosamund contra la pared. Yo sabía que no eras así, Richard. Sabía que todo eso estaba pasando porque yo estaba cerca. Estabas recordando lo que era el ser como yo, y no me importaba.

La joven alzó la cabeza y cerró los ojos. Suspiró de nuevo.

Pero me daba igual. Quería tenerte. No quería soltarte aunque eso te destruyera. Yo... hablé con esa chica... con esa Saira. Me hizo algo... me dio... paz para pensar, y lo que vi. ¡Lo que vi, Richard! Todo mi egoísmo, todas mis mentiras. Soy una asesina de mi sangre. Les maté a todos, incluso antes de que le rompiese el cuello a mi hermano, cuando empecé a odiarles en lugar de tratar de simplemente vivir con ello. Y quizás te mate a ti también. ¿Y si ese chico hubiese sido demasiado fuerte? ¿Y si otro día hubiese perdido los nervios y tu te hubieses hecho matar por protegerme? Habrías muerto por mi egoísmo, y probablemente no hubiera tenido la decencia de llorarte. Hubiese fabricado otra historia, hubiese encontrado a otra persona a quien odiar por tu muerte, hubiese vuelto a decirme que no fue culpa mía.

No te lo mereces, Richard. Nunca he sabido ser tu alumna, ni tu amante, y no me he ganado en absoluto que seas mi padre. Te quiero, pero se que mi amor no es lo que necesitas. No como es. No tan egoísta, tan mezquino, tan aprovechado. Tan malsano. Tan perverso. Yo...

Xana respiró pesadamente. Temblaba como una hoja. Sabía que las suguientes palabras le podían romper el corazón, una vez. Tal vez la última. Tal vez nunca pudiese reponerse. Pero tenía que decirlas. Tenía que decirlas o nunca sabría sus verdaderos sentimientos, ni los de Richard. Nunca sería libre. Nunca sabría la verdad.

Si quieres saber si alguien te ama, déjale ir. Se que te amo. Por eso tengo que hacerlo.

No tienes por qué ser ninguna de las dos cosas. Si quieres, me iré de aquí. Tu has dado tu palabra. Yo la mía. Pero la mía no vale tanto como para obligarme a estar si no quieres. Si quieres que me quede, intentaré cambiar. Intentaré ser... algo que puedas amar s sin que te haga daño. Lo prometo. Lo juro. Lo juraré por todo lo que quieras. No se si podré, Richard. No se si podré. Pero si aún queda ni la más minima onza de amor en mí, te la daré entera. Si no quieres que me quede, me iré. No te haré sufrir más. No te haré luchar contra nadie por mí. No te ultilizaré más. Se que no tengo derecho a pedir más oportunidades, pero...

La voz se le fue y Xana bajó los ojos, pero al poco se obligó a mirar al daevar. Le quería con toda su alma. Ahora entendía eso, ahora sentía casi lo que debía sentir Mineth, lo que era el amor de un corazón puro, sin venenos ni odios. Nunca le había querido así, sin un rastro de deseo, ni de lujuria, no por ser su amante, su maestro, su mentor. Por ser quien era y por haber estado allí.

¿Demasiado tarde?

Eso es lo que quedaba por ver para ver como acabaría toda esta historia...

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27/05/2010, 19:57
Richard

Richard no dejó de mirarla en ningún momento. Para cuando terminó, tenía los ojos brillantes y cuajados de lágrimas, pero éstas no llegaron a romper. Se puso de pie y la rodeó con los brazos, estrechándola fuerte contra él. Estuvieron incontables minutos. Tantos que cuando se soltaron el sol había descendido casi hasta el atardecer.

El daevar la tomó de la barbilla y volvió a mirarla a los ojos.

-Intentémoslo.

La besó y la abrazó con fuerza otra vez. Los tayahar que paseaban cerca de la plaza los observaron con recelo, pero no les importó.

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30/05/2010, 10:47
Xana Haller-Reisberger

Xana se hundió, agradecida, entre los brazos de Richard. Había venido sin saber si volvería a verle, y el alivio fue tan grande que le temblaron las piernas y tuvo que agarrarse con fuerza al daevar para lograr apoyo.

Siempre me sujeta cuando estoy a punto de caer. Siempre puedo apoyarme en él. No es cuestión solo de fuerza, del cuerpo o de la mente. Es porque si es él quien está al lado no tengo miedo. No tengo que fingir, no tengo que intentar seguir adelante como sea. Puedo apoyarme en él. Se que me cogerá antes de que caiga. Por Abel Cristo, ¿como he podido llegar a esto? ¿Qué habría hecho si me faltase?

Cuando finalmente reunió ánimos suficientes para separar la cabeza del pecho de Richard y mirarle a los ojos, volvió a sonreír otra vez. Una sonrisa de verdad- Como hacía... ¿cuanto? Apenas unos minutos. Pero ya parecía que hubiesen pasado años. Cuando se dio cuenta de cómo el tiempo había parecido pararse, la joven ya no tuvo dudas. Había hecho una elección.

No. No nos limitemos a intentarlo. Hagámoslo. Si esto puede funcionar con alguien, es contigo. Creo que solo te dije esto una vez, y estaba asustada y exaltada por el combate. Ahora te lo puedo decir con la cabeza fría y sin miedo. Cuando te oí hablar, ahora, se me fueron todas las dudas. Te quiero. Quizás no seas lo único bueno que me ha pasado en la vida, pero desde luego eres lo mejor. No se que me espera en el futuro, salvo muchas pruebas y muchas dificultades. Ni siquiera se cuánto durará ese futuro. Pero ahora se una cosa. Se al lado de quién quiero estar cuando llegue.

Como para significar sus palabras, Xana se inclinó y besó a Richard de nuevo. Por supuesto, no necesitaba confirmación de nada. Sabía que el daevar también la quería. Lo había visto es sus ojos a medida que hablaba. Entrelazando la mano con la suya, se dirigieron de vuelta a la casa.

Mientras caminaban, Xana pensó en todo lo que la esperaba. Pyotr. Mañana se cruzarían otra vez. Irina. La tumba. Sandalphon. Todas las cosas que la habían mortificado  estarían allí, pero había dejado de tener miedo. Sabía que sería dificil contenerse, que sería difícil confiar, no perder los estribos, mantenerse firme. Pero lo haría. No se permitiría más indulgencias. No se escondería tras su pasado, no se dejaría llevar por la ira, por el camino fácil. Ya había estado a punto de costarle más de lo que podía permitirse perder, y estab decidida a que no pasase de nuevo, nunca más. Se lo debía a alguien. A alguien demasiado valioso para no cumplir.

Esa noche, fue a buscarle a su habitación. Con una sonrisa y las mejillas sonrosadas, como la primera vez. Como si lo volviese a ver por primera vez. En cierto sentido, era así. Por fin había admitido lo que sentía, no solo ante él, sino ante sí misma. Era como quitarse una venda de los ojos, y en la tenue luz de la noche kushistaní, fue como si el cuerpo del deaver revelase un secreto nuevo a cada caricia, como si cada suspiro que le arrancaba fuese una confesión de algo que se le había escapado hasta entonces. Estuvieron así toda la noche. A veces haciendo el amor, a veces simplemente acurrucada contra el, trazando pensativamente la línea de sus huesos y músculos con el dedo, disfrutando del nuevo color de su piel y del calor de su aliento, como si hubiese sido la primera vez que se veían. Sin miedo ni a vivir ni a morir, Xana se lanzó, a veces llevó las riendas, a veces dejo que su cuerpo se plegase a las manos de Richard, sin sentir en ningún momento un cambio de poderes, sólo armonía. Un tipo de armonía que sólo podía expresar con su cuerpo y con su devoción, dándose por completo, y tomando cuando se lo ofrecían.

La noche pasó demasiado rápido. Xana supo que estaría agotada a lo largo del día, pero la oleada de calor que le subió por el pecho desde el estómago cuando Richard le acarició la nuca y le dijo que deberían vestirse e ir con los demás le dijo a las claras que había merecido la pena.

La tao y el maestro de armas salieron de nuevo al patio. A enfrentarse a una nueva vida. Quizás sólo durase unos días, pero ya valía más que toda la que había dejado atrás.