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Las sombras de la rebelión: Castilla, 1520 [INCONCLUSA]

Valladolid

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02/09/2008, 00:10
Director

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02/09/2008, 00:10
Director

Valladolid, Enero de 1520.

Acostumbrado al suave clima del mediterráneo, Valladolid te parece una ciudad hostil y fría. La infinita alegría de los habitantes de Nápoles, su despreocupada actitud ante los desastres de la vida, su humorismo y el colorido de sus vestimentas... nada de eso encuentras en esta ciudad seca, abigarrada, plena de hombres enjutos y de rostros chupados, de letrados vestidos de negro, de envarados sacerdotes, de escondidas viudas, de soldados circunspectos, de nobles severos, de frailes hoscos. Esta ciudad, que se agazapa en torno a un río, al que llaman Esgueva, y que emana un olor pútrido y desagradable, que te hace añorar con más afán si cabe el olor a cítricos de los alrededores de tu casa en Nápoles. Todo es oscuro en Valladolid: tanto, que acabas conjeturando que el sol, si pudieras llegar a verlo, apenas te haría un rasguño en el hombro. Las gentes caminan apesadumbradas cuando llega la noche, como si bulleran hacia el centro secreto de la tierra, hacia el tribunal que eximirá sus culpas y los redimirá de la pesada carga de ser los defensores de la fe, los sojuzgadores del prójimo, un pueblo consagrado al celo y la piedad.

Y eso es Valladolid. Una ciudad de jueces, de abogados y de tribunales. Una ciudad que juzga. Una ciudad en la que se encuentra el máximo órgano judicial de la corona de Castilla, la Chancillería de Valladolid, el tribunal supremo del reino. Sin duda el poder permea completamente esta ciudad, por otra parte miserable, retrepada en sí misma e insalubre.

Y cuando Alejandro de Zucchi atraviesa sus puertas, una noche fría de Enero, no puede evitar la sensación de sentirse él mismo juzgado...

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02/09/2008, 02:27
Alejandro de Nápoles

Aquella ciudad es demasiado oscura, demasiado negra. Creo que la putrefacción llena sus calles, que los peligros acechan. Definitivamente, las sombras ocultan algo más que las formas del pavimento. Incapaz de contenerme y no mirar alrededor, intento escudriñar las mentes de los oscuros paseantes. Peones negros, faltos de voluntad, ¿qué clase de ciudad es esta? Pensé encontrar una hostilidad más directa, pero las ratas y demás alimañas sombrías parecen sólo moribundos susurros, pero no por ello menos peligrosas.

Cuando entro en esa corte de justicia, esa sensación me repugna, me ofende. ¿Quién es nadie para juzgarme a mí? ¿Acaso el más antiguo de mi Clan deja salir su oscura esencia en este lugar dejándome clara mi posición ante él? No, yo tengo posibilidades, él me las ha dado, el espera grandes cosas de mí. Son sus fichas negras, vanidosas, que creen ser ellas quienes gobiernan el tablero cuando no son más que marionetas, pero todas insidiosas, de lengua y acciones con ponzoña embebida.

Irguiéndome, tratando de demostrar quién soy, voy hasta el centro de esa entrada y miro alrededor, a la espera de reconocer a la persona con quien tenga que dirigirme o una respuesta acerca del lugar al que ir.

Notas de juego

¿Qué hay dentro? o.o

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04/09/2008, 13:30
Director

Caminas hasta el interior de la ciudad, cruzándote con taciturnos monjes y reconcentrados letrados camino de sus casas o monasterios. Sabes dónde encontrar al príncipe, eso no es problema. Has leído la historia un par de veces, en la bodega del barco. La casa de un noble castellano con ciertas esperanzas de entrar al servicio de la corona. La misteriosa desaparición de ese noble en una misión diplomática, y las historias que los mortales hacen correr desde entonces. Sus herederos no se deciden a tomar posesión de la casa: una noche, el blasón esculpido en piedra en la fachada de la casa aparece salvajemente destruído. Otra noche, se produce un incendio en la mansión, y durante cinco veces cinco noches se produce una guerra muda, encubierta, entre los habitantes más escurridizos de Valladolid. Eso fue la revuelta anarquista. Eso fue hace 100 años.

Ahora, la abandonada casa del Conde de Oñate es sólo un rumor, una historia para asustar a los niños que no comen su comida. Aunque en realidad albergue la residencia del príncipe de Valladolid.

Así pues, encaminas hacia ella tus pasos.

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06/09/2008, 18:26
Caballo blanco

Ahora te diré lo que veo, ahora te lo diré, sólo tienes que esperar, sólo tienes que mirar.

M

I

R

A

R

¿qué? ¿Mirar qué? El suelo del palacio está enfebrecido, el suelo del palacio son baldosas blancas y negras. El suelo del. El suelo. ¿¿No es gracioso??

Delirante, fuiste tú.

Fuiste tú, fuiste tú el que quiso venir el que nos hizo venir quiero decir. Es lo que hay. ¿Seguro? NO sé sí será seguro. Peón de reina, déjame pasar, vengo a ver a tu señor (no es eso lo que le has dicho al guardia del príncipe pero nosotros sabemos que es lo que le querías decir).

Y ahora te deja pasar fuiste tú. Fuiste tú el que nos trajo aquí quiero decir. No hay rencor, no de las piezas. Pero no olvides, no olvides, que el suelo está formado por escaques blancos y negros y que tú aún no has preparado tu jugada...

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06/09/2008, 18:35
Lope de Salazar

Lope de Salazar, un hombre alto y escurridizo que luce un largo pelo blanco, te recibe sin ningún asomo de sonrisa o protocolo. La espaciosa habitación en la que tiene lugar la entrevista se encuentra en un estado de conservación deplorable. No hay guardias, ni sirvientes, ni ningún tipo de signo que convierta al lugar en un representante del poder de la Camarilla en la ciudad y lo distinga de la corte de un príncipe feudal, tal y como sucedía en la Edad Oscura. Tampoco te ofrece una silla. Mira largamente hacia tu figura, perdido en vagas ensoñaciones, y entonces, señalando la caja de piezas de madera que sujetas entre tu brazo y tu costado, dice, con una voz densa y oscura:

-¿Vos jugáis al ajedrez?

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07/09/2008, 17:07
Alejandro de Nápoles

Mi voz suena en un murmullo conforme me voy acercando a la estancia, queriendo que se callen esas piezas rebeldes.

Callaos de una vez.

En cuanto entro, miro al hombre, de arriba a abajo, observando su falta de etiqueta para los recibimientos oficiales. Sin embargo, me limito a contestar, mirando primero hacia los enseres que llevo y luego hacia él, fijamente.

Al ajedrez jugamos todos, pero si se refiere a esto... —alzo un poco lo que llevo— sí, suelo jugar.

 

Me acerco un poco más a él, dando un par de pasos.

 

Soy Alejandro de Nápoles, antiguo general de las tropas aragonesas y fiel sirviente de la Camarilla napolitana —no quiero andarme con rodeos, supongo que debe haber sido informado de mi llegada, así que no hay necesidad de demorar el punto en el que dejar las cosas claras— bajo el mando de Marsilio di Castilnuovo. Supongo que habréis sido informado días atrás de mi próxima presencia en este lugar.

 

Intento no dejarme llevar por lo que me han dicho, pero quizás sea verdaderamente poco más que un alfil y sea fácilmente manipulable, tal y como, según Harfleur, las sombras pueden estar influenciando su actuar. Ése será mi cometido, averiguarlo y no permitir que la Camarilla sea derrotada. No obstante, el gesto reflexivo de Salazar me hace pensar que quizás merezca una seria conversación sobre su política.

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09/09/2008, 16:52
Lope de Salazar

El hombre desecha la presentación con un gesto vago de su mano.

-¡Bah! ¿Y a quién le importa quién sois? ¿Así que jugáis? Bien. -Eleva la voz, para dirigirse al guardia que ha quedado custodiando la puerta- ¡Álvaro, traednos un tablero de ajedrez!

Luego se encamina hacia la pared, y dispone dos sillas junto a una mesa, cerca de la ventana. Allí, la luz de la luna ilumina lo suficiente como para jugar. Con un gesto más imperioso que cortes, te conmina a sentarte, mientras el hace lo mismo.

Aprovechas el tiempo que media hasta que os traen el tablero para escrutar al príncipe, que parece no encontrarse nada incómodo en silencio. Sus maneras son extravagantes, sin duda, pero no es de la línea de Malkav: de eso estás bastante seguro. En realidad, ni siquiera parece un príncipe: carece de la afectación aristocrática de Marsilio de Castilnuovo, de la autoridad cotidiana de Gilbert d´Harfleur o incluso de la relamida astucia de uno de esos Señores Tremere. Tampoco está tan rematadamente loco como Uberto, claro, lo cual al menos, piensas, está bien.

Pronto llega el tablero y te ves obligado a suspender tus pensamientos. Las fichas se alinean en sus escaques. El príncipe parece concentrarse, y tú haces lo mismo. Aunque una partida nunca te resulta aburrida, crees que podrás aprovecharte de la situación para intentar sonsacar algo a tu adversario. El problema es que si te concentras demasiado en la conversación, tu juego se resentirá, y a juzgar por su comportamiento, te da la impresión de que si no logras impresionar al príncipe, perderá cualquier interés por ti.

Notas de juego

Vamos a rolear la partida así:

Harás tres tiradas de Astucia + Estrategia. De cada tirada, tu elegirás los éxitos que quieres dedicar a jugar y los que quieres dedicar a preguntar. Tanto tus posibilidades de ganar la partida como de que el príncipe responda con información útil a la pregunta aumentan a medida que más éxitos destines a una cosa u a otra.

Un ejemplo. Primera ronda, haces tu tirada y sacas 4 éxitos.

-Puedes pasar de hacer una pregunta esta ronda al príncipe y destinar tus 4 éxitos al juego. Eso probablemente haga que la partida empieze a marchar bien para ti, pero no habrás conseguido información.
-Puedes, por el contrario, destinar los 4 éxitos a intentar sonsacar al príncipe. Es muy probable que así el príncipe conteste a la pregunta que quieras formularle, pero estarás perdiendo la partida.
-O puedes dividir los éxitos como quieras (2 a la partida, 2 a la pregunta, 3 y 1, etc...)

¿se entiende, más o menos?

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09/09/2008, 21:25
Alejandro de Nápoles

Lo miro con fuerza, clavando mis ojos en su figura, calculando mis reacciones a las suyas, extrañas para alguien que ha asumido el cargo que tiene, faltas de la etiqueta esperada para un Príncipe.

En silencio, un silencio observador, espero que prudente, me siento según su voluntad. Empieza el juego y muevo con precaución. Considero mejor observar la forma en que juega, cómo reacciona a mis ataques y trampas, antes de confiarme. Por un tiempo me dejo arrastrar por la incesante marcha de las piezas, el baile de las manos sobre el tablero. Si acaso él supiera cuánto se pone en juego con una mera partida, ¿o acaso lo sabe? ¿Acaso entiende él en esa, para otros simple, metáfora, su verdadera posición en el tablero que es la vida real? Lo entienda o no lo entienda, he aceptado el reto, y mi dignidad, parte del honor con el que llevo mi corona de marfil, depende de esta contienda silenciosa bajo la luz de la luna.

Notas de juego

 Dejemos esta ronda sin palabras de por medio. No he vuelto a tirar por no saber si tú tienes aún que tirar por él o.o Ya me dirás :P

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12/09/2008, 00:29
Lope de Salazar

El tacto de las piezas resbalando sobre el tablero. La sensación de controlar la batalla con un solo golpe de vista. Eso era algo que no sucedía en la guerra. En el ajedrez, nunca. Solo dieciseis piezas contra dieciseis piezas; sin refuerzos, sin sorpresas, sin elementos extraños, ni traiciones. Sin política. Sólo una inteligencia contra otra. Con las mismas fuerzas.

Y la partida había empezado bien, aunque el príncipe, metódicamente callado, no era un mal jugador. Había adoptado una estrategia quizá demasiado prudente, mientras que tú trataste de concentrar el juego en el centro del tablero. Ninguno de los dos estaba mal situado, si bien tenías una leve ventaja que podías aprovechar manteniendo tu nivel de juego como hasta ahora.

Pero el tiempo pasaba, y el príncipe seguía en silencio...

Notas de juego

Segunda ronda.

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13/09/2008, 01:29
Alejandro de Nápoles

Entre el ajetreo de las fichas, aunque ello suponga distraer ligeramente mi atención, le pregunto, como quien no pone mayor importancia en ello:

¿Qué me decís acerca de las habladurías sobre usted? —pregunto—. He oído cosas no muy agradables de vos y quería constatarlo preguntándole personalmente.

Mi mirada no se levanta del tablero, continúo evaluando, uno tras otro, los movimientos de mi contrincante para reaccionar adecuadamente.

Notas de juego

Uso 2 para la partida y 1 para preguntarle.

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13/09/2008, 19:22
Lope de Salazar

En cuanto dejaste la pieza sobre el tablero supiste que te habías equivocado, aunque la trampa era inteligente: su alfil comía tu peón de torre, y se acercaba lo suficiente como para que en dos movimientos cayera bajo tu caballo. Sin alfiles, le sería muy difícil proteger a su rey de tu reina.

Pero no se iba a comer tu peon de torre. En lugar de eso, un mísero peón avanzó una casilla, protegido uno de sus flancos por el borde del tablero. Por sí mismo no era una amenaza, pero abría al juego una segunda torre. En el peor momento posible.

-¿Qué me decís acerca de las habladurías sobre usted? He oído cosas no muy agradables de vos y quería constatarlo preguntándole personalmente.

La partida se estaba acelerando y necesitabas de toda tu concentración. La ventaja inicial decrecía por momentos, pero aún tenías recursos para vencer una partida tan igualada. Entonces la voz de Salazar se alzó sobre el juego.

-No sé quién sois, hijo, pero conozco poca gente que confirme alegremente las cosas no muy agradables de sí mismo que dicen los demás. -Dijo el príncipe con una media sonrisa-. Dirigir una ciudad es duro. Valladolid es dura. Pronto lo aprenderéis.

 

Notas de juego

Tercera rondaaaaaaa

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13/09/2008, 20:45
Alejandro de Nápoles

Tiene razón, pero no era precisamente ésa la respuesta que buscaba. Quizás me estoy centrando demasiado en el juego, pero es que el juego es más importante. Si pierdo contra alguien que no sea Uberto, directamente sobre mí, estaré dando rienda suelta a las piezas negras para tomar el tablero y buscarme a mí sin que mis defensas surtan efecto alguno. Por ello, me centro en el juego, y mi voz, cuando sale, sale ligeramente distraída, tratando mientras tanto de entrever sus argucias y truncar sus líneas de ataque.

Tenéis razón... Quizás deba pasar más tiempo con vos para acostumbrarme a la dureza de vivir en Valladolid y ver directamente cuán dura es dirigirla —añado—. Además sois un digno contrincante, lo cual no es precisamente fácil de encontrar.

Notas de juego

Gasto un punto de Fuerza de Voluntad para añadir un éxito automático. Gasto ese mismo éxito en hablar y los otros cuatro en la partida.

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16/09/2008, 23:08
Lope de Salazar

Esta vez, tus palabras arrancan una sonrisa a Salazar.

-Muchacho, llevo en este lodazal apestoso más tiempo del que puedo recordar. Y aún así no he aprendido nada: si lo que deseas es instruírte, te aconsejo que vayas hasta Madrid, Burgos o Toledo. Monçada, Montalbán o Paulo de Cesena estarán encantados en enseñarte la dureza de estas tierras. Aunque probablemente te cortarán la cabeza como primera lección, así que tendrás que conformarte con el viejo Salazar. -Mientras habla, mira al tablero reflexivamente; al cabo de un rato, hace una mueca de disgusto y se incorpora- Bah, en cinco jugadas más habrás ganado.

Tras levantarse, camina ágilmente hasta el otro cabo de la habitación y toma una pesada llave del cajón de un escritorio ajado.

-Toma. Sube hasta el segundo piso. A la derecha hay un pasillo: tu habitación es la segunda a la izquierda. Sube y deja tus cosas, y luego baja a contarme qué demonios quieren esos Tremere de mí o de mi ciudad.

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18/09/2008, 14:22
Alejandro de Nápoles

Sin duda parece un hombre inteligente y ciertamente carismático. De esperar en un Príncipe. Pero no vengo a instruirme, no necesito que nadie me enseñe nada, lo que quiero es vigilar los movimientos de esta ciudad con respecto al Sabbat.

Ando pensando en mi próxima jugada cuando se levanta. ¿Ha dejado de jugar? Frunzo el ceño ante tal falta de respeto, pero me callo, la prudencia es una virtud que escasea y debo agarrarme a ella si quiero conseguir mis objetivos. Con expresión seria, algo ofendido, me dirijo hacia el hombre y tomo la llave, en silencio por unos segundos hasta que lo miro.

Os agradezco vuestra hospitalidad —sentencio, de manera casi automática, sin verdadero agradecimiento. Que me dén órdenes no es mi papel por derecho, por mucho que deba aceptarlo para poder inmiscuirme secretamente en los secretos de esta ciudad y su relación con la guerra que se lleva a cabo.

Acto seguido, subo hacia donde me dice, para dejar las cosas que traigo a buen recaudo y bajo una vez más al encuentro de Salazar. Hemos de hablar varias cosas si vamos a pasar un tiempo compartiendo ciertas responsabilidades.

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18/09/2008, 19:38
Director

Valladolid, Enero, 1520.

Acostumbrado a la exuberante naturaleza de Monte Saja, Valladolid te parece una ciudad hostil y fría. La infinita densidad de la vida salvaje, el colorido de los árboles, la tranquilidad de la caza en solitario... nada de eso encuentras en esta ciudad seca, abigarrada, plena de hombres enjutos y de rostros chupados, de letrados vestidos de negro, de envarados sacerdotes, de escondidas viudas, de soldados circunspectos, de nobles severos, de frailes hoscos. Esta ciudad, que se agazapa en torno a un río, al que llaman Esgueva, y que emana un olor pútrido y desagradable, que te hace añorar con más afán si cabe el olor silvestre y perfumado de los alrededores de tu refugio en Monte Saja. Todo es oscuro en Valladolid: tanto, que acabas conjeturando que el sol, si pudieras llegar a verlo, apenas te haría un rasguño en el hombro. Las gentes caminan apesadumbradas cuando llega la noche, como si bulleran hacia el centro secreto de la tierra, hacia el tribunal que eximirá sus culpas y los redimirá de la pesada carga de ser los defensores de la fe, los sojuzgadores del prójimo, un pueblo consagrado al celo y la piedad.

Y eso es Valladolid. Una ciudad de jueces, de abogados y de tribunales. Una ciudad que juzga. Una ciudad en la que se encuentra el máximo órgano judicial de la corona de Castilla, la Chancillería de Valladolid, el tribunal supremo del reino. Sin duda el poder permea completamente esta ciudad, por otra parte miserable, retrepada en sí misma e insalubre.

Y cuando Pedro Garcés atraviesa sus puertas, una noche fría de Enero, no puede evitar la sensación de sentirse él mismo juzgado...

 

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18/09/2008, 19:39
Director

Valladolid, Enero, 1520.

Acostumbrado a la tranquilidad gótica de York, Valladolid te parece una ciudad hostil y fría. La serenidad de sus altas iglesias inglesas, la paz de sus amplias calles medievales, la cercanía de espesos bosques... nada de eso encuentras en esta ciudad seca, abigarrada, plena de hombres enjutos y de rostros chupados, de letrados vestidos de negro, de envarados sacerdotes, de escondidas viudas, de soldados circunspectos, de nobles severos, de frailes hoscos. Esta ciudad, que se agazapa en torno a un río, al que llaman Esgueva, y que emana un olor pútrido y desagradable, que te hace añorar con más afán si cabe el olor silvestre y perfumado de los alrededores de la Capilla de York. Todo es oscuro en Valladolid: tanto, que acabas conjeturando que el sol, si pudieras llegar a verlo, apenas te haría un rasguño en el hombro. Las gentes caminan apesadumbradas cuando llega la noche, como si bulleran hacia el centro secreto de la tierra, hacia el tribunal que eximirá sus culpas y los redimirá de la pesada carga de ser los defensores de la fe, los sojuzgadores del prójimo, un pueblo consagrado al celo y la piedad.

Y eso es Valladolid. Una ciudad de jueces, de abogados y de tribunales. Una ciudad que juzga. Una ciudad en la que se encuentra el máximo órgano judicial de la corona de Castilla, la Chancillería de Valladolid, el tribunal supremo del reino. Sin duda el poder permea completamente esta ciudad, por otra parte miserable, retrepada en sí misma e insalubre.

Y cuando Jacob Arkwright, acompañado de Hans de Mühlberg y Aletheia de Lancaster, atraviesa sus puertas, una noche fría de Enero, no puede evitar la sensación de sentirse él mismo juzgado...

 

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18/09/2008, 19:45
Director

Valladolid, Enero, 1520.

Acostumbrado a la exuberante naturaleza de la Selva Negra, Valladolid te parece una ciudad hostil y fría. La infinita densidad de la vida salvaje, el colorido de los árboles, la tranquilidad de la caza en solitario... nada de eso encuentras en esta ciudad seca, abigarrada, plena de hombres enjutos y de rostros chupados, de letrados vestidos de negro, de envarados sacerdotes, de escondidas viudas, de soldados circunspectos, de nobles severos, de frailes hoscos. Esta ciudad, que se agazapa en torno a un río, al que llaman Esgueva, y que emana un olor pútrido y desagradable, que te hace añorar con más afán si cabe el olor silvestre y perfumado de los alrededores de tu refugio en centroeuropa. Todo es oscuro en Valladolid: tanto, que acabas conjeturando que el sol, si pudieras llegar a verlo, apenas te haría un rasguño en el hombro. Las gentes caminan apesadumbradas cuando llega la noche, como si bulleran hacia el centro secreto de la tierra, hacia el tribunal que eximirá sus culpas y los redimirá de la pesada carga de ser los defensores de la fe, los sojuzgadores del prójimo, un pueblo consagrado al celo y la piedad.

Y eso es Valladolid. Una ciudad de jueces, de abogados y de tribunales. Una ciudad que juzga. Una ciudad en la que se encuentra el máximo órgano judicial de la corona de Castilla, la Chancillería de Valladolid, el tribunal supremo del reino. Sin duda el poder permea completamente esta ciudad, por otra parte miserable, retrepada en sí misma e insalubre.

Y cuando Sura Soho atraviesa sus puertas, una noche fría de Enero, no puede evitar la sensación de sentirse él mismo juzgado...

 

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18/09/2008, 20:05
Director

Caminas hasta el interior de la ciudad, cruzándote con taciturnos monjes y reconcentrados letrados camino de sus casas o monasterios. Sabes dónde encontrar al príncipe, eso no es problema. Has leído la historia un par de veces, en la bodega del barco que os ha traído desde Inglaterra. La casa de un noble castellano con ciertas esperanzas de entrar al servicio de la corona. La misteriosa desaparición de ese noble en una misión diplomática, y las historias que los mortales hacen correr desde entonces. Sus herederos no se deciden a tomar posesión de la casa: una noche, el blasón esculpido en piedra en la fachada de la casa aparece salvajemente destruído. Otra noche, se produce un incendio en la mansión, y durante cinco veces cinco noches se produce una guerra muda, encubierta, entre los habitantes más escurridizos de Valladolid. Eso fue la revuelta anarquista. Eso fue hace 100 años.

Ahora, la abandonada casa del Conde de Oñate es sólo un rumor, una historia para asustar a los niños que no comen su comida. Aunque en realidad albergue la residencia del príncipe de Valladolid.

Así pues, encamináis hacia ella vuestros pasos.

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18/09/2008, 20:05
Director

Caminas hasta el interior de la ciudad, cruzándote con taciturnos monjes y reconcentrados letrados camino de sus casas o monasterios. Sabes dónde encontrar al príncipe, eso no es problema. Has leído la historia un par de veces, de camino a Castilla. La casa de un noble castellano con ciertas esperanzas de entrar al servicio de la corona. La misteriosa desaparición de ese noble en una misión diplomática, y las historias que los mortales hacen correr desde entonces. Sus herederos no se deciden a tomar posesión de la casa: una noche, el blasón esculpido en piedra en la fachada de la casa aparece salvajemente destruído. Otra noche, se produce un incendio en la mansión, y durante cinco veces cinco noches se produce una guerra muda, encubierta, entre los habitantes más escurridizos de Valladolid. Eso fue la revuelta anarquista. Eso fue hace 100 años.

Ahora, la abandonada casa del Conde de Oñate es sólo un rumor, una historia para asustar a los niños que no comen su comida. Aunque en realidad albergue la residencia del príncipe de Valladolid.

Así pues, encaminas hacia ella tus pasos.