Partida Rol por web

Sus compañeros no comprendían la magnitud del problema que se presentaba ante ellos. Ciertamente cualquier vínculo que podrían haber hecho con la anciana era suficiente como para que no centrarán su atención en ella ni en su maligna invocación. Si no la detenían ahora, era muy probable que la situación se retorciera a niveles irreparables. Estaba en un verdadero apuro.

Y luego tenía un problema más inmediato: caninos gigantes sedientos de su sangre y guiados por un impulso antinatural por defender a Gretel de su intento por detenerla. No podría llegar a ella si seguía intentando proteger su vida golpeando con el bastón al lobo. ¡Sigmar! ¡De saber que esta empresa se pondría tan peligrosa habría decidido esperar en el campamento!

Golpeó al suelo una vez más, sin darle al animal furioso. Y gritó:

—¡Necesito ayuda! ¡No puedo llegar a la nodriza sin perder la garganta en el proceso!

no tuve tiempo de lanzar una sola flecha, los lobos habían llegado, ya sabía que aquellos ojos no auguraban nada bueno, por lo que tiro mi arco y saco mi hacha, el lobo había fallado su ataque, pero tenía la oportunidad de intentar meterle yo un hachazo a la criatura.

Salvo la bestia cánida que se está cebando con la sangre del elfo, el resto de animales yerran o son esquivados por los valientes héroes que pugnan por abrirse paso hasta la hoguera de ominosos colores y la demoníaca forma sombría que se va formando en su interior.

El elfo rabió de dolor, pero no iba a ceder ante aquella criatura. De nuevo lanzó dos ataques, con el primero la criatura esquivó con gracilidad, pero se había movido hacia el lado que el Asûr pretendía, y clavó su arma con fuerza y decisión en el cuello de la criatura. - ¡Ayé, Ayé mala bestia, cae y no te levantes! - 

Sacando el arma de un tirón, miró alrededor por ver quién estaba más apurado, y luego a la hechicera, viendo que tenía vía libre hacia ella*. Recordó las palabras del "comerciante" y supo lo que tenía que hacer. Había que frenar a la vieja sin perder un segundo, y detenerse a ayudar a alguno de sus compañeros era precisamente para lo que la vieja bruja había convocado o hechizado a estos animales, para ganar tiempo. 

No iba a ser así. - ¡Aguantad! - dijo a sus compañeros. Quizá si la detenía rápido, las bestias se rindieran o salieran corriendo.

Con una astuta y grácil maniobra el elfo despacha al lobo con un tajo que le cercena la cabeza, apagando para siempre el rojizo brillo de sus ojos. El asur se vuelve a colocar en guardia, su mirada clavada en la anciana que le devuelve la mirada con odio y un asomo de duda se refleja en sus ojos.

¡¡¡No pares mujer, ya queda poco, solo un poco más y lo habrás logrado!!! ¡¡¡AGUANTA TE DIGO!!! La terrible voz que surge de la hoguera espolea a la anciana como si de un latigazo se tratase y con un gruñido sigue recitando el canto en ese maldito lenguaje gutural y malévolo... Las llamas multicolores de la hoguera comienzan a girar vertiginosamente creando un remolino que asciende hacia las alturas y aumentando su resplandor.

Los lobos, espoleados quizás por la demoníaca voz se lanzan con una furia renovada sobre sus oponentes, consiguiendo uno de ellos morder a Gherard aunque, con destreza o fortuna, consigue aparatarse en el último momento recibiendo tan solo un arañazo. 

La peor parte la lleva el cazador pues poco habituado al combate cerrado no consigue quitarse de enmedio cuando el terrible cánido le muerde con fuerza y odio en las partes pudendas, apretando con sus afilados colmillos para después mover salvajemente la cabeza a un lado y al otro para terminar arrojando a Burkhard como un guiñapo a un lado. Con un terrible grito el cazador queda en el suelo agarrándose con las dos manos la entrepierna mientras nota el cálido y húmedo tacto de su propia sangre.*

Lenna, por su parte, consigue agacharse justo cuando el lobo saltaba hacia su garganta pasando sobre ella sin producirle ningún daño.

Gherard sabía que tenía que detener a la anciana conforme iban pasando los instantes de aquel demente enfrentamiento. Los lobos amenazaban con arrancarle la carne a dentelladas de los huesos y el viento, que crecía con fuerza, había adquirido un aroma a azufre que se quedaba aferrado a su garganta causándole náuseas. Conforme el demonio se hacía más presente y empezaba a gritarle órdenes a la nodriza para que lo liberase en el plano material el pegajoso aroma se intensificaba. Su nariz brotaba sangre de la carga sobrenatural de energía del caos que se presentaba en aquel sitio.

Debía detenerla, a como diese lugar. Sin importar el riesgo. Cualquier cosa sería mejor que permitir la entrada de un demonio al reino mortal.

Centró la mirada sobre la silueta de frau Gretel. Quién bailaba ausente en su ritual alrededor de la hoguera. Sus labios empezaban a entonar unas susurrantes y melodiosas palabras. El idioma arcano de los vientos de la magia.

Salmodió para sus adentros, en silencio. Tardó una fracción de segundo en concentrar su poder en la palma de su mano. Luego tardó una fracción de segundo más en transportar toda esa energía concentrada a las yemas de sus dedos; que se habían alzado hasta apuntar a la mujer que bailaba y gruñía al rítmico son demoníaco del corazón de la bestia del Caos que invocaba.

La energía voló como un grupo de proyectiles que dejaban una estela azulada al moverse a gran velocidad hacia frau Gretel. El intento desesperado de Gherard por detenerla con magia podría tal vez ser suficiente como para distraerla e interrumpir el hechizo.

—¡Grettel! ¡Detenga esta locura! ¡Piense en los niños! —gritaba Lenna mientras evitaba con habilidad las dentelladas del lobo.

Al escuchar el ahogado grito de su compañero, la muchacha se giró sutilmente para ver al lobo enganchado a su entrepierna.

—¡Burkhard! —exclamó esbozando una mueca de dolor.

Con un poderoso tajo lateral la fiel hachuela barbada atravesó el costado del lobo, despedazando costillas y órganos vitales. El animal se derrumbó debido al impacto, pereciendo instantes después.

La hochlandesa cruzó fugazmente la mirada con el elfo, que ya se disponía a correr en dirección a la anciana. Luego se viró hacia sus otros compañeros y trató de desconcertar al resto de lobos.

—¡Venid a morder esto, perritos! —bramó al tiempo que golpeaba el hacha en el abollado escudo para hacer ruido.

Los proyectiles mágicos impactan sobre la Grettel que ahogando un quejido siguió entonando su maléfica sonata acompañado por un cada vez más entusiasta demonio que ve como las barreras entre su plano y este van desapareciendo permitiéndole ir afianzando su existencia entre los mortales...

El asur se acerca a ella corriendo con un gesto de fría determinación en su rostro mientras Burkhard se retuerce en el suelo agarrándose la entrepierna, Lenna se acerca dando golpes a su escudo para recabar la atención del lobo que le ataca y Gherard queda expuesto tras lanzar su hechizo...

Todos notáis como el tiempo se ralentiza, todo empieza a moverse a cámara lenta, los sonidos se distorsionan, todo está llegando a su final pero ¿qué clase de final? 

El elfo asintió a Lenna mientras fijaba su mirada en la bruja, ya no anciana, si no servidora de los poderes maléficos del Caos. La forma que se llegaba a intuir pero que no debía estar allí, la voz que les había hecho temblar y sentir un frío en su alma, el hedor sulfuroso que impregnaba el aire, daban fe de ello. 

Fârandar sentía cierta lástima por la anciana, pero ello no detuvo su mano, pues si le permitían terminar su pérfida magia, moriría mucha gente y el Caos habría dado un pasito más en aquel mundo que los ancestros del Asûr habían jurado defender. 

Con un trote ligero y engañosamente lento, se lanzó a por la anciana con el escudo protegiendo su pecho, pues parecía que a cada paso que daba la temperatura aumentaba, en apenas tres pasos, el elfo estaba sudando copiosamente, y tres pasos más hacían que su cara ardiera y empezara a oler a pelo quemado. Con un golpe de fondo, clavó la espada en el costado de la anciana, por donde salió un chorro de sangre. - No debiste ceder a tus impulsos, bruja. Este no era el camino. - 

Sacó la espada, intentando cubrirse de la figura demoniaca con el escudo, que poco a poco comenzaba a ponerse tremendamente caliente. 

Con tremendas dificultades y haciendo acopio de un gran coraje el guerrero asur consigue perforar la frágil piel de la anciana, introduciendo el afilado vértice de su hoja entre la tercera y cuarta costilla, atravesando pulmón y corazón, produciendo una muerte casi instantánea, tanto que la vieja ya está muerta antes de caer al suelo. En ese momento los cánticos cesan, los lobos se quedan quietos, como congelados, todo se detiene por un segundo.

¡¡¡MALDITO SEAS, ASUR!!! Estaba tan cerca, tan cerca.... 

Los lobos con un gañido dan media vuelta y se alejan de la zona a toda velocidad con el rabo entre las piernas. La hoguera comienza a perder intensidad mientras la figura en el centro de ella comienza a tililar, desvaneciéndose gradualmente. Señala con un dedo al elfo mientras una mueca de odio se dibuja en su faz.

Eres mío, tu alma será mía, voy a corromper todo aquello que toques y al final me suplicarás ser mi esclavo, ya lo verás.... Ya lo verás....

La altura de las llamas desciende de manera drástica y una explosión de energía surge desde su centro, derribándoos con fuerza. Al levantaros, de la hoguera apenas quedan unos rescoldos humeantes y, al lado, el cuerpo inerte de frau Grettel tendido sobre un charco de su propia sangre. La ominosa sensación que atenazaba vuestros corazones ha desaparecido y la oscura y silenciosa noche se vuelve a adueñar de la situación.

El golpe de la anciana al caer al suelo marcó el fin de la contienda propiamente dicha, y un suave y firme movimiento circular de la muñeca del guerrero expulsó la poca sangre que había quedado en la punta de la espada.

Los ojos de Fârandar se dirigieron a la figura del fuego por encima del escudo, bajándolo poco a poco mientras su pelo plateado ondeaba detrás de él debido a una repentina corriente de viento caliente que se había levantado con epicentro en la hoguera. El aire quemaba, mientras el elfo entrecerraba los ojos verdemarinos para no perder de vista a aquel ser. Como combatiente experimentado, sabía que perder de vista al enemigo un segundo era suficiente para exponer tus defensas y recibir un golpe mortal. 

Las palabras del demonio sonaron dulces a los oídos del Asûr, que con su inquebrantable voluntad* y chulería, sonrió ligeramente mientras le señalaba con la punta de su arma. - No te temo demonio, mis ancestros han acabado con miles como tú, tus palabras son sólo el quejido de un ser derrotado que pugna por recuperar algo del orgullo perdido. Ven si te atreves, te estaré esperando. - con cada frase, variaba ligeramente su postura, ora alzando la barbilla orgulloso, ora dando un golpe de revés en diagonal al suelo para enfantizar sus palabras, ora llevándose la empuñadura a la barbilla para retar a aquel maldito ser, pero estaba en su naturaleza, expresar con gestos sus palabras, algo que les caracterizaba en el viejo mundo. 

En días posteriores se mostraría preocupado a veces, perdida la adrenalina del momento, luchando consigo mismo para tranquilizarse ante la amenaza de un ser como aquel, pero pronto su alegría interna, su despreocupación por problemas futuros, y sus ganas de vivir le harían olvidar aquel juramento. 

¿Quién podía saber lo que el destino les depararía a todos? 

Pero eso sería luego. Ahora, Fârandar cayó cuan largo era al recibir de lleno la explosión, y aunque aturdido, consiguió enderezar la cabeza y mirar hacia sus compañeros. - E....estoy bien. - 

El aluvión de energía golpeó a Lenna, desplazándola por encima del tendido cuerpo del cazador. Con cierto miedo levantó la cabeza para ver qué todo había terminado.

—¿E-estáis bien, Burkhard? —atinó a decir mientras palpaba el pecho del guía—. ¿Herr Ludeker?

Tras comprobar que todos estaban bien, la muchacha se apresuró a llegar hasta el apuesto soldado asur y el cuerpo inerte de la enajenada curandera. Mientras ayudaba a reincorporarse al elfo, no pudo evitar esbozar una mueca de disgusto y pena por el fin de la vieja. Ella lo había buscado y así había terminado. Y si su difunto padre hubiera requerido justicia en algún momento, ya no quedaba nadie para reclamar.

Lenna se arrodilló frente al rostro de la anciana. Pasó la mano por la tez del cadaver, cerrando sus ojos mientras le dedicaba una silenciosa oración a Morr.

—Debemos enterrarla, aquí, con sus seres queridos —dijo mientras examinaba los ropajes de la anciana* para ir aligerando el cuerpo.

Al volver al campamento las gentes de allí, ansiosos de saber de Frau Grettel, se retraen al veros las caras. Solo el capitán se acerca a vosotros y os lleva a un aparte donde le ponéis al día de los sucedido. Notáis la tristeza en su mirada, mezclada con determinación. Ella eligió ese camino y ese camino solo llevaba a la muerte. Muchas gracias por lo que habéis hecho, quién sabe lo que podría haber ocurrido si ese ser hubiera quedado libre en el Imperio. Yo.... Yo no creo que hubiera sido capaz de asestar el golpe mortal.

Tras un rato la comitiva se vuelve a poner en marcha y a medio día llegáis a las murallas de Ravenstein donde los guardias os dejan pasar con gesto adusto y sois recibidos por el alcalde de la ciudad. Tras hablar con el capitán acuerdan cederles unos terrenos intra muros para que los refugiados puedan acampar e ir construyendo sus nuevos hogares, contribuyendo al crecimiento de la población. 

Vuestras proezas son, rápidamente de dominio público y todo el mundo os trata de héroes para arriba. Os resulta difícil pagar una ronda, o una comida, siempre hay alguien que se adelanta y el posadero se niega a cobraros las habitaciones. Lo cierto es que después de tantas penurias y sufrimientos os sentís cómodos aquí, no tanto como para estableceros pero sí como para pasar un par de semanas viviendo la vida del héroe...

Para Gherard no había una gloria encerrada en la derrota de la anciana bruja Gretel. Al ver su cuerpo tendido sobre el suelo en un charco de su propia sangre, su muerte solo funcionaba como un recordatorio. Un eterno mensaje de lo que le esperaba a cualquier necio que manipulase los vientos de la magia a un nivel más allá de lo que sé es capaz de comprender. La muerte vendría tarde o temprano, ya sea con acero o bajo el látigo de sus oscuros patrones.

El recién descubierto hechicero reanudó su marcha con incógnitas en su cabeza, y sus labios no volvieron a emitir sonido alguno hasta que llegaron a Ravenstein.

Al menos podía permitirse descansar en aquel sitio. La comida era buena y la compañía prometedora. Lástima que no hubieran suficientes motivos para quedarse en aquel lugar, estaba seguro de que podría ser interesante vivir como una leyenda junto a los hombres y mujeres que se salvaron junto a él. ¿O fue gracias a él?

Se tomaba su tiempo en llegar al fondo de aquella conclusión, el vino era bueno ayudándolo a meditarlo. Aunque sus intereses en Ravenstein empezaban a desaparecer, tal vez debería dedicarle una última visita a sus compañeros para preguntarles acerca de sus siguientes movimientos.

—Con el tiempo, sus heridas sanarán y lo que vivieron en el bosque se habrá quedado en el pasado. ¿Que haréis vos, herr Burkhard? ¿Fraulein Lenna? ¿Maese Fârandar? Es obvio que del vino y los chismes uno no puede vivir para siempre, tristemente...

La vuelta con el resto del pueblo en éxodo fue lo que el elfo esperaba, caras largas, tristeza, algunos lloros de los más pequeños, pero en general, la gente aceptaba con una rapidez inusitada las noticias y el nuevo sino de la antaño tan querida curandera y mujer sabia del pueblo. - Los humanos tienen una capacidad de adaptación que asusta. - pensó el elfo, perplejo por el comportamiento general tan estoico de todos, con unas pocas excepciones, curiosamente entre los denominados "líderes" del grupo. 

Pensando que aún tenía mucho que aprender, pero contento de seguir adelante hacia su destino final, no tardó en dejar atrás en su mente lo sucedido y encarar con su habitual socarronería élfica lo que les depararía el futuro. - Lenna, hemos evitado una muy grave situación, no estoy contento con lo sucedido, pero alguien tenía que hacerlo o hubiera sido mucho peor. Hacemos buen equipo, me gustaría continuar a tu lado, si te parece bien. - le dijo en un aparte, alejado de los oídos indiscretos del resto. 

Llegaron finalmente a Ravenstein y allí fueron pronto tratados como héroes. La gente necesitaba esperanza, y tras las historias contadas por los ex-lugareños, no les faltó ni la comida ni la bebida, ni preguntas o admiradores o admiradoras... 

Pero los días pasaban rápido cuando estabas a gusto y pronto surgió, a través del nuevo integrante del reducido grupo, Maese Ludeker, recién descubierto aprendiz de hechicero, y comerciante en sus ratos libres según él, la pregunta que a todos rondaba. 

- ¿Y ahora que? - repitió Fârandar. - Creo que he escuchado el rumor del avistamiento de un posible maestro de la espada vagabundo*, y entre otras cosas, tendría que entrevistarme con uno, aprender lo que pueda de él, y seguir mi camino, pero en realidad no tengo un destino concreto, más que perfeccionar mi arte con la espada y hacerme más fuerte. Acompañar a dama Lenna sería un placer. - dejó caer. 

Tras el expreso y desagradable entierro de la anciana en una zanja, la hochlandesa mantuvo un perfil bajo durante todo el camino. Enchumbada, molesta y apesadumbrada, guardó silencio durante todo el camino, únicamente reaccionando para ayudar al herido cazador en su doloroso andar.

—Yo tampoco —respondió escuetamente al capitán mientras miraba de reojo a alguno de sus compañeros.

Lenna se retiró en cuanto pudo para dirigirse al carromato de los huérfanos. Durante unos minutos observó a los niños dormir. Luego, y en silencio, se deslizó hacia el interior para acurrucarse en medio de ellos. Por la mañana les contaría lo que le había ocurrido a frau Grettel. Una historia fantástica en la que la anciana llegaba por fin a encontrar algo que largo tiempo había buscado, y en la que Tal y Rhya terminaban felizmente por abrazarla. No era ella muy dada a inventar este tipo de cuentos, pero su habilidad para mentir estaba suficientemente pulida como para convencer a un atajo de mocosos.

—Y ahora vosotros deberéis continuar creciendo fuertes, por ella. Prometedme que seréis fuertes y os apoyaréis para ganaros el sustento en este nuevo lugar. Confiad en vuestra familia de Unterbrok. No olvidéis de donde venís, ni los peligros del Gran Bosque.

Durante la última parte del viaje hasta Ravenstein y entre miradas suspicaces Lenna continuó ayudando de la misma forma que hasta entonces.

—Lo sé, Fârandar. Hiciste lo correcto, aunque me sigo resistiendo a pensar que no había otra forma de detenerla —respondió algo cortada cuando el apuesto asur quiso hablar con ella a solas—. En cualquier caso, supongo que... como bien dijo herr Ludecker, quien obra con los poderes oscuros en ningún caso puede acabar bien. Si ehm... Pronto llegaremos a Ravenstein. D-debo ir a... —terminó diciendo, algo sonrojada, al tiempo que se alejaba.

Al llegar a Ravenstein respiró alivada. Era el fin de este camino, el paso a otra cosa, o al menos eso pretendía ella. Después de haber fallado en cumplir una misión tan extraña como su empleador, y en la que sólo ella había logrado escapar. O al menos eso creía ella. Después de tan accidentado viaje. Aquí esperaba, con la fortuna que la había esquivado en Unterbrok, encontrar un contacto que le contara las nuevas del lugar y le ofreciera algo de trabajo. Aunque ciertamente las desventuras que había soportado con ese aguerrido grupo de varones le hacían pensar en otras vías. Y ese tipo...

El recibimiento de Ravenstein la tomó por sorpresa. Y desde luego aprovechó toda muestra de agasajo. Alegremente Lenna se fundió en abrazos con los unterbrokeños con que había trabado mayor relación durante el viaje, y con los niños. Aunque seguían sin gustarle, no podía negar que algo en su interior se revolvía cuando se despidió de ellos. 

De la misma forma que en Unterbrok, los días siguientes poco se pudo ver a la joven hochlandesa. Se la veía esquiva, no quería que nadie la acompañará en sus vagabundos por el pueblo. Atareada buscando a sus contactos y, como no, encargando nuevos ropajes y haciendo remendar los viejos, así ocupó la muchacha el tiempo.

Aquella tarde en la posada se alegró nuevamente de verlos. Preguntó a Burkhard por sus bajos, y rió compartiendo algunos chascarrillos.

—No, no se puede. Pero es bueno de vez en cuando disfrutar de esos momentos, herr Ludecker. Nunca ase sabe cuándo serán los últimos —respondió sonriente al hechicero, al tiempo que alzaba su jarra—. No os apuréis. Estoy segura de que no pasará mucho tiempo hasta toparnos con algo de interés.

—¿Un maestro de la espada vagabundo? Yo he escuchado el de un maestro de hombres bestia que pide a gritos una espada en sus higadillos... Espero que estos muros puedan aguantar la embestida de esas criaturas. Y que las tropas imperiales muevan por fin sus posaderas hasta aquí y limpien la zona. 

Tras un buen rato de charla y cerveza, la joven se despidió de sus compañeros.

—Señores, ha sido un placer conversar con vosotros. Les deseo una grata noche y espero poder seguir disfrutando de su compañía en los próximos días —dijo mientras se acercaba sibilinamente hacia la espalda del elfo para susurrarle al oído lo siguiente—. Mi cuarto, en 20 minutos. Trae vino.

la bruja estaba muerta y la pelea había acabado, lo bueno es que no tenia que volver a preocuparme por la vieja, ya estaba muerta, pero sus ultimas palabras, puede que fuera la furia de alguien que iba a morir, pero no auguraba nada bueno, aunque se lo había dicho a Fârandar, podría afectarme de manera indirecta. 

El campamento estaba deseoso de saber que había sido de Frau Grettel, no sabían nada, pero el capitán una vez informado, parecía afectado, la verdad es que a mi no mucho, no me había relacionado mucho y sus desapariciones no me habían hecho que mejorase la situación, pero iba a guardarme mis ideas, "Era una bruja, se hizo lo que había que hacer por El Imperio y Talablecan" es lo unico que digo, antes de poder aprovechar el poco tiempo que pueda quedar para descansar antes de marchar, que no es mucho, pero lo bueno es que llegamos a nuestro objetivo sin incidentes, así que todo esta bien y puede que pueda pedir mi recompensa.

El elfo asintió ante las palabras de sus compañeros, desentrañando la sabiduría simplista que había en las mismas, pero a la vez, una gran verdad que algunos humanos se negaban a reconocer. El Caos era lo más peligroso que había, si le dejabas medrar pensando que podías controlarlo o que podías rechazarlo en cualquier momento, estabas muy, pero que muy equivocado, y eso era algo que su raza había aprendido de la peor de las maneras. 

Cuando dama Lenna se inclinó sobre él y le susurró al oído, casi se atragantó. No dijo nada y sólo asintió, dejando pasar unos segundos antes de girarse y mirarla mientras se iba. - Vaya con la gatita tímida. - pensó divertido. La verdad es que le estaba gustando de veras esta humana.

Aguantó pacientemente a que pasara casi todo el tiempo sugerido y pidió una botella de vino en la barra tras despedirse de sus compañeros y alejarse en dirección al cuarto de la mujer. La vida había que vivirla intensamente, no se sabía lo que podía pasar al día siguiente, y más siendo un guerrero. 

Era casi imposible no sentirse abrumado por la tensión que se creaba cuando aquel par estaba lejos del campo de batalla. No podía culpar a la señorita Lenna, pues Gherard asumió que en caso de conocer a una mujer elfa se sentiría igual de atraído por los rasgos perfectos de su raza. Era una respuesta natural ante aquella curiosidad que ella quería saciar.

Pero como orgullosa Hochlandesa que era tenia que hacerse desear ante quien corresponda su cortejo. Que curiosa era la manera de Lenna. Sabía ser una guerrera y a la vez una mujer.

El hechicero vio a Fârandar con expresión divertida. Sostenía el peso de su cabeza sobre un puño mientras negaba con un jocoso "tch tch tch".

—Oh, por favor, maese Fârandar. No hay que ser un hechicero para saber qué se le está agotando el tiempo para aprovechar la velada. No todo en el Imperio son hachas y porras, para vuestra especial fortuna.

Cuando sus compañeros se retiraron, Gherard se levantó del asiento y se aseguró de hacerlo con su jarra. Observó el vacío en su interior con melancolía y decidio que un trago más no le haría daño.