Partida Rol por web

Tras poner al corriente al capitán este decide que seáis vosotros los que busquéis a la anciana pues no cree que ande muy lejos y disponéis de los servicios de Burkhard para encontrar su rastro. De mientras se irán preparando los desayunos y a las bestias de tiro para el inicio de la marcha pero os esperarán antes de partir. 

Eso sí, si en una hora no la habéis hallado volvéd aquí y organizaremos una partida de búsqueda más grande. Espero que eso no ocurra pues no quiero demorar mucho la salida pero necesitamos a Frau Gretel con nosotros.

«¿Cómo es posible que nadie haya visto a la vieja salir?», se preguntaba Lenna mientras examinaban los derredores de la tienda de los huérfanos. «Sí, se habrá marchado de madrugada. Pero a todas horas hay vigías guardando el perímetro».

—Vamos, maese Grosskopf. Confiamos en su habilidad —dijo para tratar de animar al guía, al tiempo que se rascaba la cabeza sin encontrar ella nada que pudiera ser de ayuda—. ¿Creéis que ha podido ir a por hierbas? ¿O a... hacer sus necesidades? Los críos no me han sabido decir.

Definitivamente la anciana que cuidaba de los niños había desaparecido, aquello no me gustaba, puede que fuera tiempo perdido, pues habría exploradores de los hombres bestias y posiblemente la hayan atacado, pero si querían buscarla, no iba a decir que no, ya que podía hacer algo, "voy yo primero, no quiero que nadie quite el rastro por error, no intentéis adelantarme o nos arriesgamos de perder el rastro" y mientras busco huellas o alguna pista, oigo Lenna, pero respondo sin girar la cabeza "no lo se, puede que si encuentro una pista sepamos lo que ha pasado y porque ha desaparecido".

El asûr asintió cuando se propuso organizar una partida de búsqueda. - Sí, debemos encontrarla lo antes posible, estos bosques son muy peligrosos. - 

Era posible que hubiera salido a por hierbas o sus necesidades, pero era raro que si hubiera sido así, sin decir nada. 

Cuando el caballero eltharin mencionó lo peligroso que era el bosque y recordando lo que había ocurrido durante su viaje hasta ahora, Lenna echó instintivamente la mano al mango de la hachuela, y ahí la dejó mientras avanzaban.

—Si, si, conocemos sus métodos —respondió al cazador, echando una mirada de refilón al elfo—. No se preocupe, maese Grosskopf. Usted olfatee y nosotros le cubrimos la espalda.

Burkhard con su seriedad y profesionalidad habitual rápidamente encuentra el rastro de Frau Grettel que, según él crre, no estaba tomando medidas para ocultar su rastro. 

Tras unos diez minutos internándoos en el Gran Bosque de repente el cazador hinca la rodilla al suelo y alza la mano derecha con el puño cerrado. Ya lleváis un tiempo con él para saber que es la señal de alto y que os agachéis. ¡Ha visto algo!

Entre las ramas y unos arbustos vislumbráis, en medio de un claro, la figura de la anciana con un cuchillo en una mano y un manojo de hierbas en la otra, alzadas a modo de rendición mientras tres figuras espigadas y vestidas con tonos pardos, verdes y ocres la apuntan con unos arcos. 

Explícate, bruja, o nuestras flechas atravesarán tu negro corazón.

El acento, la silueta, los ropajes y los arcos terminan como identificarlos como elfos silvanos, algo cada vez más raro de ver. Parece que aún no se han percatados de vuestra presencia... Parece.

El elfo Asûr hincó rodilla en tierra al ver el signo del explorador, y poco a poco se acercó donde él, viendo la escena de la anciana siendo amenazada por tres guerreros elfos silvanos con arcos. Fârandar no sabía qué estaba pasando, pero no iba a permitir así como así que tres de sus lejanos primos acabaran con la vida de la anciana curandera del pueblo. - ¿Va ser que una débil anciana provoca que tengáis tan poca vergüenza de amenazar con acabar con su vida? - dijo, saliendo de entre dos árboles con tranquilidad y las manos bien a la vista, sonrisa en la cara y tono bromista.

Sus armas estaban enfundadas, y el porte era todo lo tranquilo que podía simular, intentando no parecer una amenaza. - Y nada menos que tres hijos de los bosques. Bienhallados. - una ligera reverencia con la mano derecha con forma de cuenco en el pecho, como recogiendo su corazón, para luego extenderla ofreciéndolo. - Menudo susto nos ha dado, Frau Grettel. Los hombres bestia vienen buscando nuestro rastro, seguramente andarán ya sobre él, así que no es nada sensato alejarse del grupo. Tenemos que llegar a nuestro destino cuanto antes. - tampoco es que estar con el grupo supusiera mayor diferencia si los hombres-bestia les pillaban, claro.

Dejó que el resto tuvieran también cosas que decir, expresar la indignación del pueblo y la ocupación de la anciana, si los elfos silvanos veían que venía de varias partes, tendría más credibilidad. 

En vista de que el caballero elfo tomaba la iniciativa para entablar una gentil conversación con sus congéneres, Lenna se acercó lentamente hasta la anciana, esbozando siempre la mejor de sus sonrisas.

"¿Gentil?", pensaría ella si era la definición correcta. No tenía claro que una gracieta fuera la mejor forma de entrar en la situación, pero quería suponer que se trataba de humor eltharin, y que sería bien acogido por los que tenían ahora mismo la sartén por el mango.

—Frau Gretel, es peligroso que se aleje del campamento en busca de ababoles —dijo a la anciana mientras la tomaba de los hombros y trataba de ponerla detrás de los varones del grupo, conteniéndose las ganas de insultarla por meterles en este lío—. Además, los pobres niños sufren con su ausencia. Sabe que puede confiar en los duchos cazadores para que le recolecten algunas hierbas durante sus escarceos por el bosque si hace falta, ¿verdad?

Debido a la parca experiencia que tenía en el trato con los eldar, la muchacha trató de permanecer en un segundo plano y dejar que sus compañeros llevaran la conversación.

Aquello estaba siendo de lo mas raro, que la mujer estuviera atrapada, no me extrañaba, es mas, me lo esperaba, pero me sorprende que sus captores son elfos silvanos, habían oído que eran muy escurridizos, así que ellós eran muy raro, pero lo que si me llamaba la atención es el hecho de que llame a la mujer bruja, no creo, sobre todo basándome en lo que se, aunque el único elfo que conozco es Fârandar, es que no creo que acusen a los primeros que pasen como brujos como si lo hacen los campesinos, aunque lo mejor dejaba que ellos hablasen mientras me quedo en segunda linéa observando, con mi arco y una flecha sacada, vigilándoles, pero sin cargar el armas, intentando sacar una imagen de que estaba preparado para pelear, pero que solo iba a vigilar.

Al entrar en escena los elfos silvanos, sorprendidos sin duda, os apuntan con sus arcos. Burkhard os ha guiado a una posición de ventaja frente a unos hijos del bosque, proeza que no pasa desapercibida por el elfo que encabeza el grupo aunque tras el saludo de Fârandar parece relajarse mínimamente y alza una mano y los demás bajan sus armas. Tras ello se lleva la mano al corazón devolviendo el saludo al asur pero con el ceño fruncido. Bienhallado tú también... Observa sin disimular su desprecio a los humanos que lo acompañana. ¿Débil anciana dices? A estas horas y recogiendo ese tipo de hierbas, podrá ser muchas cosas pero débil seguro que no es. No aceptamos servidores de los poderes ruinosos en nuestros bosques... ¡Los colgamos de una árbol!

Frau Gretel, visiblemente temblando muestra el manojo de plantas y con voz trémula dice: ¿Éstas, decís, mi buen señor? Os aseguro que no las recogo si no para preparar unas tisanas y unos emplastes para el dolor de las articulaciones de mi gente. Os juro por Sigmar que no soy una amenaza para ustedes... Decírselo, por favor, que a mi no me creen. Os dice con lágrimas en los ojos.

Los elfos silvanos, inquietos, miran a su líder a que tome una decisión mientras éste, con los ojos entrecerrados medita sobre cual será el mejor curso de acción. La tensión se palpa en el aire.

¿A dónde os dirigís y qué esa historia de hombres bestia que os persiguen?

—Tranquila, frau Grettel. No pasa nada —repetía Lenna para tratar de calmar a la anciana.

«¿Qué tendrán de malo esas hierbas?», se preguntaba entretanto la muchacha.

Mientras abrazaba a la vieja para consolarla la hochlandesa trató de arrancar una ramita del manojo, con el objetivo de revisarlo más tarde con sus compañeros, si es que no pudiera hacerlo con la propia anciana antes.

—¡A Ravenstein! —respondió Lenna, irrumpiendo en la conversación y esperando no resultar ofensivo para los silvanos—. El poblado de Unterbrok recibió un rabioso asalto que pudimos repeler, no sin bajas. Un contingente mayor de hombres bestia se ha reunido ahora, y la única forma de sobrevivir que hemos visto ha sido huir y refugiarnos lo antes posible en un poblado mayor y mejor defendido. Esta pobre gente ha dejado toda su vida atrás —concluyó con la mirada puesta en la curandera.

El Asûr relajó el cuerpo, algo engañoso en cierta medida porque al estar relajado, podía reaccionar más rápido ante cualquier ataque, aunque dudaba que pudiera esquivar una flecha silvana desde ésa distancia, pero la intención era evitar tensiones, cosa que al parecer funcionó cuando los otros elfos, a instancias del que parecía mandar, bajaban sus arcos.

- Como bien dice mi compañera, estamos huyendo de un ataque de Hombres-Bestia. El ataque que rechazamos matando a varios de los suyos, incluido al minotauro que cayó bajo el filo de mi espada, fue comandado por uno de sus chamanes, quienes buscaban raptar a un médico y llevarlo ante su líder, el cual se dice está herido. Tenemos un explorador que consiguió la portentosa hazaña de introducirse a hurtadillas en el campamento de su fuerza principal y ver al líder, un hombre de tez cadavérica, grande y tenebroso, con una gran armadura negra. Con toda probabilidad, hayan atacado el pueblo de nuevo con una fuerza mayor, encontrándoselo vacío, y ahora estén tras nuestro rastro. Hemos ofrecido ésta información a la gente con la que nos hemos cruzado, para intentar evitar que les pillen por sorpresa, pero la gente no es muy dada a confiar de extraños, y menos en éstos tiempos. - complementó Fârandar, apoyando la historia de su compañera y dando información extra. - Mal asunto que aún queden ejércitos del Caos de importancia por aquí. - 

La acusación a la curandera no había pasado desapercibida, y a pesar de las protestas de la anciana y de las palabras de Lenna, no parecía que los elfos estuvieran muy convencidos. - No he visto practicar ningún tipo de magia a ésta anciana, y con todos los años que lleva viviendo en el pueblo, ninguno tampoco nos ha referido nada al respecto, muy al contrario, es muy querida por sus emplastes y soluciones naturales, y supongo que la hechicera elfa que llevamos con nosotros se hubiera dado cuenta que era una bruja y nos hubiera advertido*, así que aunque entiendo que estéis tensos por todo lo que está pasando tras el ataque del enorme ejército del Caos, acusar a alguien de brujería sin pruebas no es el estilo de los elfos, ¿correcto? ¿O resulta que sólo por coger hierbas ya es prueba suficiente? ¿Vamos a ser tan cejijuntos y cortos de miras como los enanos o tenemos un poco más de sentido común? - dijo, con la esperanza de, exagerando un poco el asunto, se dieran cuenta de que quizá se estaban extralimitando. 

El elfo enarca una ceja al oír a Lenna y ver como disimuladamente adquiere una ramita del manojo de plantas de Frau Gretel y tras escuchar a Fârandar alza las manos en ademán apaciguador. Sea, esas hierbas tienen más de un uso y uno de ellos ciertamente es el de realizar apósitos y remedios. Nos dejamos llevar por la primera impresión... Inclina ligeramente la cabeza a modo de reconocimiento. Mis disculpas, pero deberíais tener más cuidado la próxima vez, anciana, no todos mis compatriotas son tan dados a pedir explicaciones como yo. 

Mira a Fârandar a los ojos. Son tiempos aciagos estos que vivimos, el Caos avanza tanto que hasta algunos de los tuyos habéis decidido tomar parte en la contienda y salir de vuestras torres. No, no me malinterpretes, no busco pelea, por lo menos no aquí ni ahora. Iremos a investigar sobre esa hueste de la que habláis pero mucho me temo que pertenecen a Grok el Carnicero un peligroso guerrero del Caos, servidor de Khorne. Mal asunto si han decidido desplazarse hacia Ravenstein. Os deseo la mejor de las suertes...

Y sin más palabras hace un gesto y los elfos se retiran, desapareciendo en las sombrías profundidades del bosque sin hacer un solo ruido...

Me quedo callado, prefería no tener trato con los elfos, mas allá de que me pagasen por mis servicios como explorador, pero parecía que la labia de Fârandar había salvado a la mujer, así que podíamos volver con el resto de la caravana, "lo mejor es que no perdamos tiempo, hay que volver antes de que se marchen y nos quedemos solos contra los hombres bestias" aunque no hacía caso de las palabras del elfo silvano, pero si temían al lider del caos enemigo, no quiero saber como sera en combate, pero de momento había que huir.

Fârandar de nuevo hizo un asentimiento de cabeza aceptando las disculpas del otro elfo, y asintió gravemente ante las palabras de éste sobre el Caos. - Gracias por la información. Que el viento os sea propicio y los árboles os protejan de vuestros enemigos. - dijo a modo de despedida cuando los elfos desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. 

Segundos más tarde, estaban de nuevo solos. El Asur se giró hacia la anciana con una mirada grave en el rostro, perdida la impostura que había estado manteniendo ante sus congéneres. - Anciana, por mucho respeto que os tengan los vuestros, lo que acabáis de hacer es una estupidez. Mirad lo ocurrido al padre, sabemos de que nos siguen, no es prudente alejarse así del resto. Si necesitáis recoger plantas medicinales y hierbas para emplastos, podéis pedir que alguien os acompañe. Yo mismo me ofrezco para vuestras próximas excursiones, pero sois el único referente para esos pequeños diablos, y el resto os necesitan también. - le dijo a la mujer, moviendo las manos y los brazos de una forma que quizá al resto le parecía exagerada, pero que era la forma natural de explicarse de Fârandar. 

Miró a Lenna de reojo, suponiendo que le apoyaría. - Como bien dice aquí nuestro amigo Burkhard, deberíamos volver cuanto antes. - recalcó, 

La saqueadora se despidió de los elfos con una ligera reverencia. Tomó a la anciana del brazo y mas por tenerla controlada que por ayudarla, ya que no parecía necesitarla, Lenna la fue acompañando hacia el campamento.

Quería tratar de alejarse de él, pero no pudo evitar agradecer al asur en silencio su desempeño con los silvanos y la reprehensión a la anciana. Sobre todo esto último alivió las ganas de Lenna de echarle una buena bronca a la señora. Sus esmeraldas rutilaron fugazmente al cruzarse con los inquietantes ojos de Fârandar al tiempo que asentía y empujaba ligeramente a la anciana para que se pusiera en marcha.

—Por favor, maese Grosskopf, guíenos de vuelta.

Dicho y hecho el cazador os guía de vuelta al campamento donde sois recibidos con alegría y júbilo, especialmente por los huérfanos que se arrremolinan alrededor de la anciana, abrazándola, tirando de su falda y haciéndole mil preguntas de a dónde había ido, mientras se dirige, como puede, al carro que tiene asignado. 

El capitán, visiblemente tranquilizado, da la señal de avance y la comitiva vuelve a ponerse en movimiento, internándose cada vez más en el Gran Bosque, oscuro y ominoso debido a que las ramas superiores de los árboles se entrelazan sobre vuestras cabezas impidiendo el libre acceso de la luz solar. 

Al mediodía, Burkhard, que se hallaba destacado como avanzadilla vuelve con malas noticias. Delante, a poca distancia, hay un cruce de caminos escenario de una emboscada y el camino está bloqueado por los cadáveres. Para pasar con los carros habrá que despejar el camino.

El capitán, Gunther, os designa junto a media docena de hombres, el sacerdote Otto y a Frau Grettel para asegurar el cruce, despejarlo y dar sepultura a los fallecidos como Sigmar manda mientras el resto de la caravana para a descansar.

Un rato después llegáis a donde os dijo el cazador pero a pesar de que sabiáis lo que os esperaba no os esperábais semejante escena dantesca; dos carruajes, similares a los vuestros, están destrozados más allá de toda reparación posible, con las lonas hechas girones y parte de las cajas y bidones que contenían desparramadas por el suelo, todo abierto y vacío. Y alrededor de esta escena de destrucción los cadáveres. Hombres y mujeres, algunos con flechas alojadas en su cuerpo, otros con feas heridas y todos, sin excepción, muertos, allá donde su aciago destino los alcanzó. Sus ojos en blanco y sus muecas de terror y dolor junto con la mezcla de barro y sangre y los zumbadores insectos dando la pincelada final a tan horrible cuadro hacen que os cueste tragar saliva y no sabéis muy bien por donde empezar. Algunos de los hombres que os acompañan se van al borde del camino a vomitar mientras los otros boquean sin saber muy bien que decir o que hacer...

Gherard había intentado ayudar en lo que podía desde que había puesto un pie en el campamento. Aunque la ayuda de un mago nunca era bien recibida del todo en ninguna parte, no permitió que esto hiciese mella en su espíritu voluntario. Desde que se puso al servicio del capitán Gunther había esperado que sus talentos pudieran ser explotados de una manera más eficiente, no era que se quejase; nadie desea estar cerca del hacha cercenadora de un gor o al alcance de las flechas de sus más enclenques pero igual de maliciosos aliados.

Tras finalmente ponerse en marcha, pudo dar con los que se hacían conocer como los heroes de Unterbrok. Aquellos personajes habían visto de cerca los horrores de los que eran capaces los hombres bestia y tenían una noción de lo que podría tramar el chamán de su tribu. Tenía que llegar al fondo del asunto.

—Saludos, caballeros y dama. Mi nombre es Gherard Ludeker. Es toda una experiencia poder ver finalmente a los defensores de Unterbrok en carne viva. Serviré de ayuda con lo que pueda, pero os avisaré de antemano que tal vez no posea las capacidades de duelo que puedan poseer el maese elfo o la fraulein. Por los rumores que he escuchado vosotros habéis tenido encontronazos muy de cerca con los invasores hombres bestia, me gustaría saber más acerca de vuestra experiencia... Pues siento que la cruzada contra aquellas criaturas malditas apenas acaba de empezar.

Seguir con la jornada se había vuelto más desagradable conforme iban pasando las horas y la tarea de apartar un par de carromatos plantados de cadáveres se había vuelto la suya. Gherard se cubrió la boca con la muñeca para evitar las arcadas, aunque era imposible no sentir nauseas al ver los lechosos, perdidos ojos de los cadáveres. Era una visión que sin duda se quedaría en él por un tiempo.

La joven hochlandesa suspiró aliviada al regresar y ver como los pequeños diablos se volcaban en la anciana y le daban justo escarmiento. En seguida recogió sus bártulos y se puso en marcha.

Ya en el trayecto, un hombre que no había percibido anteriormente se les presentó. Una sutil y suspicaz mirada recorrió el cuerpo del tal Gherard antes de responderle.

—¡Oh! Es usted muy exagerado, herr Ludeker —respondió Lenna con una ligera reverencia, antes de sacudirse grácilmente el polvo de alguna manga y presentar luego al resto—. Mi nombre es Lenna, encantada. Y ellos son el señor Burkhard Grosskopf y Fârandar Clarândir. ¿Es usted oriundo de Unterbrok? ¿A qué se dedica?

El resto de la mañana Lenna lo pasaría apartada de los niños, charlando tranquilamente con alguno de los refugiados y ayudando en lo que pudiera. El estar alejada del runrún de gritos y lloriqueos le estaba sentando a gloria.

Al escuchar el aviso del cazador en la distancia Lenna se adelantó, curiosa y a la par preocupada, pues la voz agitada de Burkhard no auguraba nada bueno. Tras escuchar las nuevas, no pudo evitar maldecir en bajo por ser elegida para ayudar en tal engorrosa tarea.

Rezongando entre murmullos marchó la muchacha con el resto. Se extrañó de ver al veterano clérigo de Sigmar y a la curandera yendo junto a ellos. ¿Qué se supone que podrían hacer?

—Frau Grettel. Será mejor que se quede con los niños. No se preocupe, en cuanto limpi...ém... —dijo Lenna antes de quedar espantada por la terrible escena.

Sin poder contenerlo la muchacha se viró hacia un lado y echó las gachas del desayuno. Allí quedó luego, mirando al suelo por unos instantes, como queriendo borrar de su mente esos cadáveres mutilados y carbonizados.