Partida Rol por web

Llorando Pecados

...con olor a muerte

Cargando editor
17/02/2010, 08:48
Director

Los tres hombres se abrieron paso en dirección opuesta a la corriente de cubos de agua que penetraban en la cocina. Atravesaron el pasillo lateral y alcanzaron la puerta que comunicaba con el patio interior del recinto. Una corriente de aire helado les recibió. Resultó refrescante.

Allí fuera reinaba la misma actividad frenética que en el interior. Tres sirvientas se turnaban para ir sacando el agua del pozo, que era dividida en cubos cargados por camareros.

Sobre todo aquel ajetreo un manto de nubes observaban caprichosas el humo y las llamas sin decidirse a soltar su preciada carga.

No había rastro de Bruce por ningún sitio.

Cargando editor
17/02/2010, 19:20
William McDonald

-Caballeros, dudo que el joven Bruce, a pesar de su ímpetu, sea el factótum de este incendio, temo que su intención fuera otra. Así que yo iría directamente a buscarle a las habitaciones. ¿Me... entienden ustedes...?

Notas de juego

Ya estoy aquí. Sólo posteo para saludar, ya me pondré al día!

;)

Cargando editor
17/02/2010, 20:54
Margarett Heisell

Margarett Heisell se dejó llevar por el pasillo, camino de la Sala de Lectura, del brazo de Sir Bartley. Su frente estaba cubierta por una fina pátina de sudor que brillaba levemente a la luz de las lámparas y que le proporcionaba un aspecto ligeramente enfermizo. Su mano libre extrajo de la bocamanga un impecable pañuelo de batista que se pasó por la cara y el ambiente quedó impregnado por un suave olor a agua de lavanda. El viejo aroma, un gusto heredado de su ya difunta madre, le devolvió un ápice de tranquilidad, de paz, una sensación aumentada por cada paso que daba y la alejaba de aquella mujer.

Su última mirada la había atravesado, y el mensaje encerrado en ella no dejaba lugar a dudas o a dobles interpretaciones. La deseaba muerta. Un liviano suspiro, que sonó casi como un quejido, brotó de su boca.

-Agárrense a mí, pronto estaremos en la biblioteca y todo habrá pasado – oyó decir a Sir Bartley a su lado, con un tono de voz sereno que el temblor del brazo que Margarett sujetaba, desmentía -. ¡Esto es una locura! ¿Qué más podría ocurrir esta noche?

- Una muerte. Un asesinato respondió casi de forma inconsciente, dando forma a sus pensamientos-. O varios.

Tras sus palabras, Margarett se encerró en un mutismo que casi habría de durar hasta llegar a su destino. No deseaba conversación alguna. Simplemente debía pensar, reflexionar. Sobre la anciana. Ella era la pieza clave de todo aquello. Todo en ella, sus palabras, su lenguaje corporal destilaba odio, un rechazo profundo y visceral hacia la persona de Margarett. ¿Por qué?, se preguntaba. Cuando aquella mañana había montado en el carruaje para dirigirse a la estación de trenes de Edimburgo, nada la tenía preparada para los acontecimientos que habrían de desarrollarse horas después, allí, en WetStones.

 

Cargando editor
17/02/2010, 20:56
Margarett Heisell
Sólo para el director

¿Tan solo han transcurrido unas horas? Es como si hubiera pasado media vida. Margarett, tus huesos ya están viejos y cansados. Tal vez no hubiera sido mala idea quedarse en casa y olvidar mis deseos de contemplar el cadáver de James. Pero ya es tarde. No, ni siquiera eso. Es muy tarde. He visto sus ojos, su mirada, la promesa encerrada en ellos. Pero, ¿por qué yo? ¿Por qué me quiere muerta? Piensa, Margarett, piensa. Si algo puede salvarme, será mi cabeza. Recapitulemos. Pero para eso, hagamos tabula rasa. Debo olvidarme de cuanto creía saber, de mis expectativas y ceñirme solo a lo que ha ocurrido en estas últimas horas. Hechos, solo hechos. Fui llamada con la excusa o bajo el pretexto del fallecimiento de James. Pero él no ha muerto. Y sin embargo, el cebo tendido fue prontamente mordido por todos nosotros y hemos acabado en WetStones. No es necesario ser demasiado lista para saber que todo se reducía  atraernos a este páramo, alejado de la mano de Dios y cortarnos la retirada, lejos de la civilización y de la ley de Dios y del hombre, con los altos muros de la mansión. Las mismas puertas que atravesamos para llegar hasta la Sala de Lectura se fueron cerrando de la mano de Charles Buchanan conforme las traspasábamos. Ahora bien, ¿quién es el artífice de tal artimaña? ¿James? Me resisto a creerlo. Cualquiera de nosotros habría acudido a donde fuera si él nos hubiera llamado. No, me siento más inclinada a pensar que todo es obra de la que se ha demostrado como protagonista principal de esta pantomima. La anciana. La supuesta hermana de James. Y, sinceramente, no me sorprendería comprobar que James también está tan atrapado como nosotros. Pero, si tengo razón, ¿por qué y para qué nos desea ella aquí? ¿Por qué me quiere en WetStones? Venganza. Esa es la palabra. Ignoro en qué medida esta terrible palabra afectará a los demás. Ahora mismo, solo me importa en la medida que me incluye a mí. ¿Cuál es el origen de su odio hacia mí, ese odio palpable, denso, masticable? – se preguntó Margarett Heisell.

Su rostro se volvió, entonces, primero hacia Sir Bartley. Por un instante pensó en si él podría darle una respuesta. Después, casi inadvertidamente, su mirada se posó en las pálidas y asustadas facciones de Eminé Leary. Y la expresión de Margarett pareció transfigurarse. Recordaba cómo se sintió cuando, tras su abandono, supo que James Duff había contraído nupcias con Eminé Leary. Su resquemor, su sensación de pérdida absoluta, el odio y el dolor contenidos, habían borboteado en el caldero formado por sus entrañas y se habían volcado no solo sobre su antiguo amante, sino también sobre su joven esposa. Margarett volvió a fijar la mirada al frente, avanzando un paso tras otro, mientras daba forma a sus pensamientos.

¿Hermana? Lo dudo. Jamás James se expresó en tal sentido. Lamentablemente, Lord Alexander no hizo comentario alguno cuando le formulé mi extrañeza al respecto. Tal vez debería haber insistido, pero no tiene sentido recriminarme acerca de este extremo. ¿Es posible que fuera la amante de James cuando este me conoció y que se viera relegada a un segundo plano, como lo sería yo años después? ¿De ahí la razón de su odio hacia mí? O tal vez todo sea aún más sórdido de lo que pienso. Cuando conocí a James, este había enviudado cinco años atrás de Lady Maria Caroline Manners. ¿Es posible que ella no muriera? Absurdo. Totalmente absurdo. Pero, ¿y si fuera cierto? La edad de la dama es poco mayor que la mía, aspecto que cuadra en esta terrible revelación. Y de ser cierto, justificaría su proceder.

 

Cargando editor
17/02/2010, 20:58
Margarett Heisell

- Sir Bartley, deberá disculpar la extrañeza de mi siguiente pregunta, pero, ¿conoció usted a Lady Maria Caroline Manners? – dijo Margarett con un tono neutral.

Cargando editor
17/02/2010, 21:55
Aengus Rosston
Sólo para el director

Wetstones, aquella mansión que había inspirado tantas de sus obras, aquella en la que siempre era bien recibido y en la que siempre tenia trabajo, aquella a la que le encantaba ir cuando sus pasos lo llevaban de nuevo cerca de sus tierras, estaba en peligro. Solo había que ver las llamas que lamían las paredes de la cocina, que lanzaban el humo y el calor contra su rostro, para sentir la fuerza contenida a duras penas por ellos dentro de aquella habitación. Si no conseguían parar las llamas a tiempo y el fuego se adentraba en el pasillo, la mansión estaría perdida.

-!MAS CUBOS DE AGUA! VENGA, ¡QUE SE NOTE QUE SOMOS HOMBRES!, !ANIMO! –rugió con su potente voz.

Aengus se imaginó por un segundo un cuadro. En él, la mansión ardiendo por los cuatro costados, una gran mancha roja en medio de una noche negra iluminada por una débil luna. Y decidió que no quería pintar ese cuadro. No. Podrían con el fuego.

Los cubos llegaban a ritmo constante, pero lento para el gigantón, que rápidamente lo volcaba en las llamas más cercanas, ganándole terreno al fuego. Sentía como su pelo crepitaba y un olor inconfundible, apenas tamizado por el de la madera quemada, le indicaba que se estaba quemando cómo el resto de la cocina. Con ese pensamiento rondando en su mente Aengus cogió uno de los cubos que le tendían y se lo vertió encima. Sin pausa, lanzó un segundo cubo sobre su cabeza y el tercero lo lanzó de nuevo contra las llamas, consumiéndose en una nube de vapor. Un poco más adelante logró vislumbrar el pilar central de la habitación. Si llegaban hasta el, le habrían ganado la mitad de la batalla al incendio.

-!OTRO CUBO! Muchacho, una vez que terminemos esto descansaremos, pero hagamos un esfuerzo más !YA ES NUESTRO!–le dijo al muchacho del servicio que tenía justo a sus espaldas y le hacía llegar los cubos. Un muchacho relativamente joven y en cuyo rostro se reflejaba la tensión de la situación. Miedo. Era lo que mejor describía su expresión. Y Aengus se asustó un poco por él –Muchacho, sal un poco a respirar aire limpio, ponte el primero en la fila, junto al pozo, di a quien este allí que te envío yo ¡VENGA! ¡VENGA! ¡HAZME CASO! – y acompañando a sus palabras lo empujó en dirección a la salida mientras que alcanzaba el cubo que el siguiente hombre de la fila le tendía.

Otra nube de vapor se elevó hacia el techo cuando un grupo de llamas murieron bajo el agua de ese último cubo. El vapor se elevó hacia la cara de Aengus, que se la cubrió rápidamente, protegiéndose de la ardiente vaharada. Los ojos le escocían y las manos le aullaban de dolor. Se las miró por un breve instante. Y se asustó. Mucho. Las ampollas las cubrían y dos surcos, rojos, las cruzaban de lado a lado, allí donde apoyaba el asa de los cubos al cogerlos. Se agachó y agarró sus vestiduras, rasgando la tela en dos trozos que enrollo en sus manos, protegiéndolas. Eran su vida, eran lo que más le importaban de su enorme ser.

Levantó la vista para tener una visión general contra lo que aún tenían que luchar. Y en ese momento lo vio. El pilar central, que recordaba plagado de hierbas aromáticas y de especias colgadas para secar, se levantaba en medio de la cocina, negro de humo, rojo de fuego.

-¡BIEN! El centro de la cocina ¡YA ES NUESTRO EL FUEGO! ¡ADELANTE!

Pero su ímpetu murió de improviso cuando su vista se desplazó hacia la unión del pilar con el suelo. Su brazo, vuelto ya hacia atrás esperando la llegada del siguiente cubo, se paralizó a medio camino y su voz se perdió en lo más profundo de su ser, congelada en un grito que nunca brotó de su boca. El tiempo se detuvo cuando distinguió una forma humana atada al pilar. Si, atada. Con cadenas, que brillaban al rojo vivo en medio del caos.

-¡VIZCONDE! MIREEEEEEEEEEE ¡POR TODOS LOS SANTOS DEL CIELO Y DEMONIOS DEL INFIERNO!
–consiguió articular finalmente señalando la figura ardiente.

El asombro inicial, se mezcló con la urgencia por salvarlo de las llamas. Pero fue sofocado por la razón. El pobre ser no tenía ninguna posibilidad de mantener la vida en medio de aquel infierno.

Reaccionó y agarró el siguiente cubo de agua, tirándolo con más fuerza hacia las llamas. No le importó el dolor de sus manos, ni el sentir que su respiración acusaba ya la cantidad de humo respirada. Agarró el cubo siguiente y el que venia de camino, forzó a su fila a trabajar más rápido. Tenia que salvar ese cuerpo de la consumición total. Tenía que saber quien era ese pobre desafortunado. En su locura por llegar hasta él no reparó en una cosa. ¿Por qué estaba atado al pilar?

El tiempo se le hacía interminable pero poco a poco, centímetro a centímetro las llamas se fueron apagando a su alrededor y, paso a paso, fue avanzando hacia la columna.

- Vizconde....!MANTENGA EL FUEGO ALEJADO DE MI! – y sin esperar respuesta recorrió la escasa distancia que ya les separaba del pilar y que gracias a sus esfuerzos, estaba relativamente despejada de llamas.

Y el ímpetu que demostró al cubrir la distancia hasta el pilar murió allí mismo. Cuando miró de frente a lo que había supuesto, acertadamente, que era un cuerpo humano. ¿Hombre? ¿Mujer? Una masa de carne quemada en la que unas cadenas bien atadas se entremezclaban con la carne, se hincaban en ella hasta el hueso. El olor nauseabundo que partía de ese cuerpo llegó hasta el. Y no pudo evitar vomitar. Vomitó como si nunca lo hubiera hecho, como si fuera la primera vez. Y agarrándose el estomago con una mano y la otra tapando su boca, volvió a mirar al cuerpo y dos lágrimas por ese ser brillaron en sus ojos. Quemándole. Hundiéndose en su interior. Sintiendo en su cuerpo el dolor padecido por quien quiera que fuese que había sufrido aquel final, inhumano, cruel, horripilante. Aengus cayó de rodillas junto al cuerpo.

Cargando editor
19/02/2010, 07:22
Allan Murray

La corriente de aire helada llegó a Allan como un milagro. Exhaló de forma abrupta al traspasar las puertas, y se quedó un momento sin respiración para nada. Miró a su alrededor encontrando la línea de cubos de agua, dispuesto a hacer algo inmediatamente por su organización, pero la encontró cerrada y eficiente. El aire volvía a sus pulmones cuando se convenció que sólo podía mejorarla agregándose como eslabón de la cadena. La frescura empezaba a dispersar el humo de su organismo como de su mente, pues si bien en el pasillo escuchaba todas las voces como a través de un cristal, allí las palabras de Alexander y William entraron limpias en su conciencia. Se adueñaron de sus pensamientos por un momento en el cual consideró la idea de volver dentro, de impartir órdenes, de cargar cubos, de hablar con los otros y de agarrarse la cabeza hasta volverse loco. La frenética actividad, llevada adelante por un temor que no se entendía exactamente hacia qué era, no hacía si no empujarlo a tomar decisiones apresuradas y formular juicios sin previa consideración.

- ¡Vamos, vamos! - gritó, haciendo gestos que intentaban dar rapidez a la fila - ¡Está funcionando bien, sólo debe ser un poco más rápido! ¡Si alguien tiene mantas o manteles debe llevarlas dentro para ayudar a sofocar con ellas el fuego!

Se dio vuelta hacia Alexander y William, y habló con voz aplomada y seria, baja.

- ¿Sugiere que es una distracción, señor McDonald? - Allan se sorprendía a sí mismo pensando en esos términos, en los que jamás hubiera analizado una situación antes: términos que le obligaban a darse cuenta que algo se había quebrado en su interior - No sé si temo más a su idea que a la mía, o a la última que he tenido. Todas son igual de desgraciadas en lo que concierne al joven Keenan.

Echó una mirada hacia atrás, hacia los sirvientes. Las palabras de Sir O'Donnell continuaban dándole vueltas en la cabeza, y las palabras de la anciana. No podía quitárselas de la mente. No podía quitarse tampoco la primera imagen que había acudido a él al relacionar la desaparición con el incidente. Lucharon, lucharon en su conciencia con furia intentando hacerse con el control de su cuerpo, de sus decisiones, y mientras tanto Allan permaneció pasivo y callado, al margen de aquella vorágine de salvadores. Lucharon descarnadamente, y al final, se impuso el mayor horror.

- ¿Sólo se puede pasar a las habitaciones atravesando el salón? - dijo, mirando a Alexander y a William a los ojos.

Cargando editor
19/02/2010, 12:06
Sir Bartley Longstaff, Excelentísimo Conde de Moray

-La llegué a conocer pero no guardo en mi memoria una imagen clara de ella, Margarett. Por aquel entonces yo era apenas un niño. Hablamos de hace... ¿Cuánto? ¿Cuarenta y ocho años? No se, más o menos eso. Es demasiado tiempo. - la respuesta del noble les llevó hasta el pasillo que conducía a la biblioteca. Se detuvo y la abrió para las dos damas -. Entren por favor. Aquí podrán sentarse y descansar.

Cargando editor
19/02/2010, 12:10
Charles Buchanan

Una puerta se abrió en el extremo opuesto del patio. Por ella aparecieron a la carrera el abogado del Conde de Fife y el notario.

-¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Qué son todos estos gritos?... ¿Y ese humo? ¿FUEGO??? - según se acercaba al pozo se fue haciendo una idea de la situación. La alarma se reflejó en su expresión.

Cargando editor
19/02/2010, 12:29
William McDonald

La mirada de Allan, sus palabras, las implicaciones de su reflexión anterior... Todo se mezcló en la mente agotada de William, embotados sus sentidos por el humo, casi asfixiado y ardiendo su piel. Se sentía mal, realmente mal. Físicamente, por todo cuanto el fuego, el golpe recibido en la cabeza, y su propia pierna le hacían sentir. Y psíquicamente, pues se sentía aún peor a causa de la sensación de ser un títere en un macabro tinglado, que no sabía exactamente quien orquestaba. Seguía mirando fijamente al inspector, aunque tratando de centrarse en su pregunta.

Iba a responderle de su ignorancia al respecto, cuando la aparición de los dos acólitos del Conde cortaron cualquier intento. Desvió su mirada hacia el abogado, y en lugar de deshacer sus dudas, de asentir a lo obvio, de sus labios al punto brotó otra pregunta más, inmediata, instantánea. Destilando urgencia.

-¿Vienen ustedes de las habitaciones del Conde de Fife, caballeros...? Acaso... ¿Acaso han visto... en el trayecto... al joven Bruce Keenan? ¿Se han cruzado con él, le han encontrado, señores...?

Cargando editor
19/02/2010, 13:15
Margarett Heisell

- Gracias Sir Bartley, ha sido usted todo un caballero acompañándonos hasta aquí - dijo con agradecimiento -. Y disculpe mi estupidez ante mi anterior pregunta. No había caído en el detalle de que usted era demasiado joven cuando Lady Manners falleció como para tener recuerdo alguno de ella. La edad pasa factura, por desgracia, y es en estos detalles donde se aprecia.

Margarett tomó asiento con alivio tras estas palabras. Estaba fatigada y el miedo ante la amenaza nada sutil ni velada de su abierta enemiga, aún la afectaba, pero su mente seguía trabajando con celeridad.

- Sir Bartley, háganos compañía durante unos momentos, por favor. Ambas celebraremos su compañía y yo, además, necesito hablar con usted - señaló con notable seriedad y un gesto de preocupación en su ceño fruncido -. La anciana, la hermana de Sir James. ¿Qué puede decirme de ella? Se lo ruego. Seré una tumba y nada de cuanto usted pueda decirme saldrá de mi boca. Pero necesito saber. A estas alturas, estoy firmemente convencida de que nuestras vidas corren peligro. Sin excepciones. Ni siquiera la de Sir James se encuentra a salvo, me atrevería  decir - afirmó con una voz en la que se adivinaba un asomo de temor -. Sé que usted, aparentemente, firmó ese documento, el falso testamento que fue leído en la parodia que hace no tanto se desarrolló en este mismo lugar. Ignoro si lo hizo a petición del Conde de Fife o por voluntad expresa de esa mujer. Tampoco me importa. Solo busco un poco de verdad. No le negaré que esa mujer me atemoriza. Destila un poder amenazador frente al que nadie parece resistirse. Nadie. Y Sir Bartley, durante los muchos años en los que conviví con Sir James, nunca, nunca, este hizo mención de una hermana, ni yo tuve ocasión de conocerla. Pero ella se ha presentado como su hermana. Sí, sé que había alguien en su vida. O más bien debería decir que contaba con la sólida sospecha de que en la vida de Sir James había alguien más. Siempre pensé que se trataba de una mujer, si bien nunca pude tener la certeza. Las presiones, las preguntas, los sobornos en su entorno no sirvieron de nada. Pero sí, estoy segura de que alguien importante para él, era el motivo de sus desplazamientos - dijo. Había un deje nostálgico en su tono, cargado de emoción -.  Una mujer a la que visitaba en ocasiones durante algunos de sus viajes, viajes en los que nunca consintió que le acompañara, a diferencia de aquellos otros en los que no estábamos destinadas a cruzarnos. Ahora mismo, sospecho que aquel fantasma femenino ha adquirido forma y sustancia. En ella. Por favor, y permítame que insista, ¿qué puede decirme acerca de esa anciana?

Cargando editor
19/02/2010, 17:56
Alexander Duff

Alexander respondió a Allan asintiendo con la cabeza Me temo que estoy tan perdido como usted, pero juraría que sí debemos atravesar el salón para llegar a.. la aparición del abogado cortó de cuajo su respuesta, ansioso de conocer posibles noticias sobre el jovn Bruce. El señor William se adelantó lanzándole la misma pregunta que el le hubiera realizado.
Solo durante un momento le invadió la idea de que aquel fuego lo hubiera probocado Bruce, pero la deshechó rápidamente. Quería confiar que el joven era diferente a los demás Duff, si había esperanza para ese joven la habría para si mismo.

Cargando editor
22/02/2010, 12:49
Melvin MacArthur

Fue el notario el que respondió en esta ocasión.

-¡Venimos de su despacho! Nos dirigíamos al salón cuando escuchamos los gritos... No, no hemos visto al señor Keenan. Suponía que estaba con ustedes en el comedor. ¿CÓMO PODEMOS AYUDAR? ¿QUÉ HACEMOS? - la angustia del hombre resultaba evidente.

Cargando editor
22/02/2010, 12:53
Charles Buchanan

El abogado por su parte no esperó respuesta ni indicación. Salió disparado hacia la cocina adelantando en el proceso a cubos de agua y manos que los trasladaban.

-¡QUÉ DESASTRE! ¡POR DIOS!

Cargando editor
22/02/2010, 15:51
Aengus Rosston
Sólo para el director

Aun con el regusto amargo del vómito en la boca, Aengus se forzó a mirar a aquel ser, o lo que quedaba de él. Su preocupación era poder reconocer las facciones, poner nombre a aquella cosa. Instintivamente su mano se acerco a la cabeza que caía, inerte, hacia uno de los lados, sin dejar ver sus facciones. Pero antes de rozarla siquiera, la retiró como si ese cuerpo quemara más que las propias llamas.

Observó las ropas quemadas, una y otra vez, sorprendiéndose al descubrir que el traje de servicio que él esperaba encontrar no se parecía en nada a las ropas que estaba observando. No cabía duda, era un traje, ropas caras, ropas nobles. Ropas que no estarían nunca al alcance de alguien del servicio.

Y con una aprensión que crecía por momentos y que hacía que sus manos temblaran, siguió recorriendo con su mirada el cuerpo, en dirección al rostro. Se agachó e inclinó su cabeza hasta que consiguió ver las facciones en el rostro calcinado que miraba sombríamente hacia el suelo, hacia la nada. Y allí se quedó su mirada, clavada en aquellas facciones que, aunque quemadas por el fuego implacable, aún eran reconocibles para él.

Su mandíbula se cerró con fuerza y sus dientes rechinaron. Sus ojos se abrieron hasta límites imposibles. Su pecho dolió como si le hubieran clavado un cuchillo hasta la empuñadura. Su mente se negaba a aceptar lo que sus ojos le mostraban. Pero allí estaba, delante de él. Y no le cabía la menor duda. El Conde de Fife.

¿Pero por qué? ¿Por qué? Sus manos temblaban incontroladas, su respiración, acelerada hacia que tragase más humo y más rápido. Tosió. Y no pudo contener un segundo vómito. Ni las lágrimas. Su cabeza ardía, pero no de calor, sino de preguntas que se formulaban una tras otra, sin pausa, sin piedad. El Conde, quemado en la cocina...y atado al pilar. ¿Atado? ¿Por quien? ¿Por qué? El miedo apareció y llegó para quedarse. Había un asesino en la mansión y había matado al mismísimo Conde. El no pudo atarse al pilar solo. Lo habían atado. Lo habían matado. Y alguien tenía que haber visto algo...

Intentando controlar el temblor de sus manos, agarró parte de sus ropajes, ya rotos y quemados en algunos sitios y, con un fuerte tirón arrancó un trozo grande, lo suficiente como para cubrir la cabeza del Conde y mantenerlo alejado de miradas indiscretas y curiosas. Con un gesto cuidadoso, casi como si temiera hacer daño al rozarlo, dejó caer el trozo de tela sobre la cabeza, tapando por completo el rostro.

Volvió su mirada hacia la fila de cubos, que seguían llegando incansables. Miró todos los rostros que había en la cocina intentando recordar aunque fuera uno de ellos y relacionarlo con alguno de quienes les habían servido la comida o atendido en la mesa. Alguien que hubiera tenido acceso a la cocina antes del fuego o justo cuando empezó. Su vista se detuvo en la cabecera de la fila. El hombre que había ocupado su lugar cuando él la abandonó para acercarse al pilar.

- !VEN AQUÍ! !NO HAY PELIGRO! !ME TIENES QUE AYUDAR EN UNA COSA! -gritó con toda la potencia de su voz a aquel hombre-!SI! !SI! !VEN AQUÍ! -Aengus animaba al hombre a acercase hasta donde él estaba.

Creía recordarlo sirviendo la mesa, tal vez el supiera algo, tal vez le podía dar una pista de lo que le había sucedido al Conde. Por un momento temió que ese hombre se negara a acercarse tanto al fuego y al cadáver, pero vio como se acercó presto a su llamada. Cuando llegó a su altura le indicó que se agachase.

-No tiene de que tener miedo, pero por lo que más quiera, !Dígame si vio como llegó este hombre aquí! Dígame si escucho gritos... ¿Alguien les ordenó que saliesen de la cocina antes de que el fuego comenzase? Dígame si sabe algo !DIGAMELO POR LO QUE MAS QUIERA!-Aengus hacia un esfuerzo supremo por no gritar, por no alarmar al resto más de lo que ya tenían que estar. Más de lo que él mismo estaba en esos momentos.

Cargando editor
23/02/2010, 01:51
Eminé Leary

Eminé parecía realmente conmocionada. Prácticamente esa había sido su apariencia desde que piso la tierra que antaño la sirvió de refugio.

Acompañada de ambas personas se sentó agotada, con una mano en el pecho y la otra tocándose el labio inferior, reseco y con un continuo sabor amargo. Mantenía los ojos abiertos pese a estar cansada. Miró primeramente a la nada, y luego a la mujer y al caballero sin perder la expresión. Como si no existiesen y fuera capaz de ver más allá, Eminé escuchó las preguntas que Margarett formuló.

Pese a haber contraído matrimonio con aquel hombre, realmente jamás supo demasiado de él. Apenas pasaron tiempo juntos, cierto era, pero tampoco tuvo la oportunidad de obtener respuesta a alguna de sus preguntas sobre el que se trataba de su marido. Oir hablar de una supuesta hermana era una completa novedad. Había vagado por dentro de esos muros durante las últimas horas como si fuera un fantasma, un espectro, preocupándose tan solo de la llegada del día siguiente dentro de su oscuro y solitario refugio. Él la había transformado en ello, una mujer asustada, desolada y carente completamente de espíritu. Pero ella jamás pareció impedirlo, pues se limitó a aceptarlo.

En ese momento parpadeó y los volvió a mirar, pero ya siendo consciente de su presencia.

- Esa mujer es ruda, fría. No parece mostrar ningún sentimiento que no sea el de desprecio y desolación. Conozco esa sensación, claro que sí. Perfectamente podría ser su hermana, pues ambos comparten edades avanzadas, mas parece que el ácido e hiriente humor del Conde no es compartido por la mujer -murmuró Eminé intentando recomponerse-. Aconsejaría abandonar esta morada cuanto antes, nada bueno nos espera. Hemos presenciado un combate armado, enfrentamientos, insultos y desprecios, un incendio, e incluso diría que desapariciones. Sabemos que puede haber algo más y no queremos que eso ocurra. Cuando llegué aquí sabía que esto pasaría.

Levantó la cabeza, lamió su labio inferior y cruzó las manos en su regazo como habitual costumbre.

- Tengo miedo.

Cargando editor
23/02/2010, 07:55
Allan Murray

Charles Buchanan se le fue de las manos, y Allan se quedó totalmente quieto sin ser capaz de preguntarle el camino. Miró a sus acompañantes, miró al notario, y miró hacia la puerta del patio. El humo comenzaba a salir, denso y profundamente gris, envenenando el aire que le había devuelto la vida. Con suerte las llamas jamás llegarían hasta allí, pero la suerte era algo extremadamente escaso en aquel sitio perdido de Escocia. Ninguno de ellos podía contar con ella, excepto quizás Alexander y la bala que había buscado su pierna y no su corazón. Allan no se contaba entre los que podían confiar en una buena estrella o en un ángel guardián.

Involuntariamente, miró hacia abajo, a los pies de Alexander y William. Tomó una determinación rápida y intoxicada.

- Escuche, señor MacArthur - Allan agarró al notario por un brazo, y su semblante más que su fuerza obligaron al hombre a centrarse en sus palabras - Necesitamos que nos diga cómo llegar desde aquí al despacho del Conde. ¡Lléveme allí, por Dios!

Y luego, casi inmediatamente, su rostro reveló una repentina palidez.

- No, ¡espere! - exclamó de forma repentina, en seco - Usted podrá ayudar en las cocinas, de donde me han echado. No puedo estar allí por el humo - negó, con un tono que daba a entender con excesiva claridad que esa era su voluntad y no aceptaría otra - Explíqueme cómo llegar. ¿Por esa puerta? - Allan señaló la abertura al otro lado del patio - Sólo dígame si por esa puerta se accede. Y luego vaya al pasillo a ayudar al señor Rosston. ¡Rápido!

Cargando editor
23/02/2010, 08:04
William McDonald

William calló, pero se mostraba ansioso. Abrió la boca, aunque no supo realmente qué decir, el tiempo apremiaba, y nada encajaba. Si Keenan no estaba con el Conde, entonces, ¿dónde estaba...? Un escalofrío le asaltó, desde la raíz del pelo hasta la punta de los dedos. La evidencia era terrible, la evidencia que ya había apuntado el caballero inglés, y que él no había querido creer. Ahora se aparecía ante sus ojos con mucha más nitidez, un muchacho airado, desquiciado por el dolor y la rabia, quedando atrapado entre las llamas de su propio incendio.

-¡Santo Cielo...! En ese caso... ¡VAMOS! ¡Volvamos a las cocinas! ¡HAY QUE AYUDAR CON EL AGUA!

Pero Allan ofrecía una nueva posibilidad, que cubría ahora cualquier idea que pudieran tener del paradero del muchacho. Asintió, era cierto, por su salud precaria a causa de lo que sin duda era un trastorno respiratorio, el inspector no debía exponerse al humo. Pero él, él sí podía.

Se giró tan raudo como su pierna y su cabeza le permitieron, y rehizo sus pasos hacia el patio para acercarse lo más que pudiera llegar al corazón del fuego, siguiendo la cadena de cubos .

Notas de juego

Me he solapado contigo, Venifer, edito.

Cargando editor
23/02/2010, 10:10
Alexander Duff

El rostro de Alexander miraba hacia abajo, oculto bajo su propio cabello. El bastón le temblaba en la mano.
Cuando levantó su mirada hacia William esta brillaba por lágrimas no derramadas que ejercían de prisma para intensificar el odio de aquellos ojos.

La única razón por la que quiero salvar a Bruce es porque creo que el es diferente a mi tio, a mi. Quiero creer que la sangre de los Duff no se ha llevado su alma aún. Que hay esperanza para nuestra estirpe. Pero
detuvo sus palabras como si la rábia y el odio se le hubiesen acumulado en la garganta impidiendole respirar si está en la cocina, si ha probocado este incendio que se queme. Que su cuerpo arda junto a su sangre y mi sangre.
Alexander estaba realmente enfadado, como si la simple idea de que aquel joven no fuera lo que el creía de el fuera la más imperdonable de las traiciones. Aún así Alexander no pensaba rendirse. Pareció calmarse y su respiración se normalizó, así como su mirada que pasó del odio a la simple gravedad del momento. Aún así, sigo creyendo en su inocencia.
Miró al notario.
Conteste al señor Allan por favor, le aseguro que no pienso intentar nada contra mi tio, solo busco a Bruce y el despacho del Conde es tan buen sitio para buscarlo como cualquier otro.

Cargando editor
23/02/2010, 12:52
Sir Bartley Longstaff, Excelentísimo Conde de Moray

Sir Bartley escuchó con muestras de preocupación las palabras de Margarett. Asintió en algunos puntos y mostró un gesto pensativo sobre otros. Al finalizar ésta, se tomó unos instantes para meditar su respuesta antes de ofrecerla.

-Es cierto que firmé ese documento, señora. Mas como usted misma lo ha calificado no se trataba sino de una parodia, una broma de mal gusto si les parece mejor llamarla así. Usted mejor que nadie conoce el sentido del humor ácido y retorcido de Sir James. Cuando nos pidió a Sir Douglas Bowman y a mí que viniéramos para acompañarle en una de sus últimas actuaciones, tal y como él mismo la llamó, no pudimos negarnos. El documento en sí mismo era una farsa, una pantomima, así como su lectura. Nunca se pretendió que ese testamento fuese aplicable, pues aunque se firmó ante notario, en cuanto salimos de las oficinas el Conde ya tenía redactado un segundo documento que anulaba al anterior. No busque razón oculta ni objetivo escondido en todo este asunto. No lo hay. Es lo que parece, una broma cruel de Sir James, un modo de humillar una vez más a aquellos que se consideran agraviados por él – llegado a ese punto el noble hizo una pausa y comenzó a caminar en círculos por la habitación. Se le notaba más que incómodo -. Respecto a su hermana… es un auténtico misterio para mí. Al igual que usted camino en la oscuridad en lo que a ella se refiere. Jamás escuché que Sir James tuviese una hermana. La he conocido esta misma semana y, salvo por su actitud de hoy, la describiría como una persona solitaria, seca y parca, pero con educación refinada. Sus actos de esta noche me han sorprendido mucho.