Partida Rol por web

Detrás de Cristovao aparecieron sus tres compañeros. Beltrán llevaba su espada agarrada. Cristovao estaba allí, de espaldas, confrontando con palabras a dos tipos, uno más bajo que otro y con cabellos largos, y otro más alto, algo más grueso de cuerpo y poblada barba. Debían rondar los veinticinco o algo más. Sus ropas eran acolchadas.

-Mira, ahí está el resto... -dijo uno al otro-.
-El fulano tenía razón... -respondió el otro-. Hoy la suerte está de nuestro lado, pues el botín será mayor...
-Eh, eh... ¡cuidado, el cazador! -añadió el primero cuando Cristovao levantó el arco con una flecha entre sus dedos-.

Los dos tipos, al veros aparecer y ante la amenaza de Cristovao, sacaron sus cuchillos del cinto y se lanzaron contra vosotros.

Me daba muy mala espina la niebla, las voces que escuché, la mula Vellosa y el incidente ocurrido con la misteriosa mujer. ¿Por qué todo era tan raro en estos lares? Seguía la cuerda mientras tenía los sentidos a flor de piel, atento a cualquier ruido extraño o sobrenatural que surgiera de la niebla. Unos tirones de la cuerda me indicaron que Cristoväo estaba avisándonos d algo. Avanzamos y me di de frente con él, viendo a dos malandrines enfrente. Estaba claro que eran dos desalmados que querían asaltar a cualquier pobre viajero que pasara por aqueste camino. Al ver que desenvainaban sendos cuchillos, me abalancé a por el más próximo. Le lancé un tajo horizontal para intentar detener su estocada y después hice una finta, para poder contraatacar y pincharle en algún punto vulnerable.

-"¡Cuidado, son rufianes!" Grité, para que me oyeran los demás.

Nicolao desenvaina su daga para abalanzarse contra el "bandido1" "Desenvainar y movimiento mele".

-Don Beltran puede con ese bandido, ayudemos a cristovao manuela!

Siguió habiendo sorpresas. Y a peor. Aquellos hombres supuestamente perdidos en la niebla era bandidos. ¡Encima que les ayudábamos! Dios bendito, ampáranos en este viaje tan accidentado.

Desenvainé mi cuchillo, oculto siempre entre mis ropas, y golpeé con el pomo al rufián que atacaba a Cristovao. Beltrán parecía estar en ventaja con esa espada. 

¡Huyamos en cuanto podamos!

Teniendo esos dos trúhanes fruente Cristovao. Su mente maquinaba muy rápido, tras descartar una oportunidad de huida temprana al tener a los hombres tan cerca, solo rogaba porque detener su paso ante la amenaza de su flecha y que los bandidos decidieran esperar lo suficiente a la llegada de sus compañeros.

El alma de cristovao volvería a su cuerpo al escucharlos tras de sí

-Agradezco a dios que ha oído mis plegarias y han vendido justo a tiempo.

Tras sus compañeros acoplarse al combate y ver al maleante acercarse con cara de pocos amigos con su cuchillo en mano Cristovao lanzaría su flecha con intenciones de atravesarlo como cual perdis.

Turno 1.

Uno de los fulanos (Bandido 2) se lanzó contra Beltrán tras sacar el suyo cuchillo. Las ansias ahora le podían, y la idea de robaros se les hacía antojosa y fuerte. Fuera la niebla o no, lo cierto es que la estocada le vino grande, y sólo pudo cortar el aire...

Acto seguido, Cristovao, quien ya tenía una flecha preparada sobre el arco, no hizo sino descargarla casi a bocajarro contra el tipo que venía contra él, también con malas intenciones (Bandido1). La flecha viajó rápida y con un silbido chirriante hasta una de las piernas de aquel tipo.

Daño (a B1): 12 (-2 por ropa acolchada) (/2 por pierna): 5 puntos de daño.

¡Aaaahh! ¡Puerco bastard...! -gritó-. El bandido se quejó de puro dolor cuando el virote se incrustó por encima de la suya rodilla, y comenzó a sangrar. No por ello se amilanó ni dejó de hacer lo que tenía pensado...

Beltrán, en medio de la frenética lucha, aprovechó para lanzar un gran tajazo con su espada al que había errado contra él. Sin embargo, no hizo sino resbalársele el arma de las manos, haciendo que ésta cayera a la húmeda y fría tierra del campo, junto a sus pies...

Viendo Manuela que los hombres se enfrentaban a aquellos hostiles, no iba ella a ser menos. Desenvainó su cuchillo y trató de coser a puñaladas (que para eso era una buena sastre imperial) a quien trataban de desvalijaros (concretamente a Bandido1):

Daño (a B1): 10 (-2 por ropa acolchada) (/2 por pierna): 4 puntos de daño.

Ahora, mientras Nicolao desenvainaba su daga y corría hacia el bandido, ocurrió que éste (B1), tras ser apuñalado en el brazo por Manuela (una cosida ferviente, rápida, entrado y saliendo el acero en la carne), no hizo sino encararse contra Cristovao, objeto de su intención, para apuñalarle en respuesta al flechazo. Y así lo hizo. El bandido movió su muñeca y le endosó un corte al cazador en el vientre...:

Daño (a Cristova): 4 (/2 solo al bonus por Herido) (-1 por ropas ligeras): 1 punto de daño

Podría haber sido peor, puesto que Cristovao tan solo notó un ligero corte, aunque éste escocía bastante.
 

¡¡GOCIOOOO!! ¡Gociooo! -gritaba el bandido flecheado y apuñalado-, ¡Aquiiii! -parecía llamar a alguien entre la niebla, como pidiendo ayuda-.

Nicolao casi abrazando al "bandido 1" Toma su daga y comienza a acuchillar lo como si no hubiera un mañana.

-Ayuden a Don Beltrán! Yo me encargo de este!

Grita mientras continua acuchillando al "bandido 1"

Al ver al malnacido fallar su ataque, me confié demasiado e intente darle un tajo demoledor que le dejara fuera de combate enseguida, pero no vi la raíz que había en el suelo y con la que tropecé, fallando mi ataque y yendo la espada a caer al suelo. Yo caí de rodillas, perjurando y maldiciendo.

-"¡Maldita sea esta condenada niebla y todos vosotros!" Gruñí al bandido.

Al estar a cuatro patas, con las rodillas doloridas, estaba a merced del bandido; así que recogí el arma velozmente y me incorporé de tal manera que intenté desde abajo hacia arriba pincharle con mi espada.

Al lanzar la flecha y sentir el escozor producto del humilde pero efectivo filo del bandido 1 arrugaría la cara ­– Ahhh filho da …! Cristovao daría una mirada rápida donde vería una pequeña mancha de sangre y su camisa rota. -¡foda minha camisa!

En ese momento Manuela se abalanzaría al bandido apuñalándolo y Don Nicolao iría detrás con el mismo fin, no antes decirle que ayude a Don Beltran.

Un chapoteo a lado de él le llamaría la atención. Los ojos de cristovao contemplarían a don Beltran en el suelo cogiendo su espada un poco embarrada. Al instante bandido 2 Giraría abruptamente en dirección a Manuela --Eu  Manuela cuidado. El bandido 2 con los ojos hirviendo de sangre y con su cuchillo ahora encaminado a manuela trataría de asestarle un par de puñaladas así como la dama le hizo a su amigo. Cristovao sin pensarlo dos veces, pasando su mano a la espalda y recogiendo una flecha de su carcaj la lanzaría contra el bandido 2.

No quise mirar. No lo quise. Pero miré. Nicolao se abalanzó sobre el bandido como un salvaje. Como si fuese un cochino el día de la matanza. ¿Cuál era más peligroso de los dos? Un escalofrío recorrió mi espalda... Yo sólo le había apuñalado para proteger a Cristovao... pero aquel ensañamiento...

Pero la lucha seguía. Y Beltrán estaba apunto de ser trinchado también... ¡No! Aquel rufián se encaró hacia mí... ¡Virgen Santa! Cuchillo contra cuchillo, me defendí de sus ataques como pude. ¡Atrás malnacidos! ¡Dejadnos!

Turno 2:

Cristovao alertó a Manuela mientras cargaba otra flecha y disparaba. La mujer estaba nerviosa, y trató de defenderse de los embistes de aquel enemigo. La flecha del cazador se soltó de sus dedos, tratando de alcanzar al bandido (2) antes de que éste alcanzara a Manuela... y así lo hizo. El cazador le endosó otro flechazo certero:

Daño (a B2): 6 (-2 por ropa acolchada) (/2 por pierna): 2 puntos de daño.

Al igual que vil compañero, el segundo bandido tenía ahora un bonito recuerdo incrustado en la misma pierna que su compañero. Sin embargo, tampoco parecía que aquel virote iba a pararlo, por lo que levantó la mano entre tremendos gritos y culmino con enviar el filo hacia la sastre... Sin embargo, Manuela logró poner su cuchillo por delante, en medio de la niebla, interponiéndolo entre su cuerpo y el agresor. Logró así detener su ataque.

Acto seguido, mientras que Manuela evitara un daño contra sí, Beltrán ya estaba agachado, buscando su arma tentando el suelo (pues se veia fatal con la niela). El caso es que logró tocar el pomo, agarrarlo con fuerza y levantarse al tiempo que giraba su muñeca al paso del segundo bandido. Éste ya había fallado contra Manuela, y aprovechó Beltrán para endosarle un espadazo, un efectivo espadazo:

Daño (a B2): Crítico (daño máximo e ignora armadura): 11 puntos + Secuela.

La hoja de Beltrán voló de arriba a abajo, y todos escuchásteis un chasquido, que no era sino el sonido frío del acero cortando la carne y los huesos. Los tendones bailaros, los del brazo, y los huesos crujieron. El noble le desmembró en esos instantes el brazo, casi a la altura del hombro. 

¡¡AAAAAAAHHHHH!! -el desgarrador grito hizo callar a todas las alimañas que pudiera haber a la redonda- El inmenso grito de dolor fue escuchado muy lejos mientras el brazo ya yacía casi a los pies de Manuela y Cristovao, también allí a su lado. El bandido (2) se arrodilló en el suelo y luego cayó en él, sangrando demasiado y retorciéndose (como podía) de dolor...

Mientras esto ocurría, y sin tiempo para que el otro reaccionase, Nicolao, quien ya estaba junto a Bandido 1, le endosó a éste medio palmo de acero entre las costillas, por un lado, y en el vientre por el otro...:

Daño1 (a B1): 4 (-2 por ropa acolchada): 2 puntos de daño.
Daño2 (a B1): 9 (-2 por ropa acolchada): 4 puntos de daño.

Notó Bandido1 las puñaladas en el suyo cuerpo, pero fruto de la inmensa acción y tensión las notó como pinchazos pequeños (aunque eran de bastante gravedad). Sin embargo, éste cayó inmediatamente al suelo, desmayado.

Se hizo entonces un momento de silencio.

¡¡¡Aaaaahh!!! ¡Maditos...! ¡Malditos!, ¡Mi bra...! -maldecía, gritaba ahora sin brazo contra vosotros, y se revolvía sobre la húmeda hierba. Era una figura recortándose entre la niebla, que aún persistía. El otro tipo (B1) estaba inconsciente en el suelo. Entonces una figura apareció detrás de vosotros, de entre la niebla. Mejor dicho, eran tres.

Eran Vellosa, fray Tomás, y fray Gadeo, que por mucho que se cubriesen tras el carro el sonido de los espadazos, gritos y apretones varios les hizo salir a ver qué ocurría, trayendo al animal de las riendas.

¡Di... Di.... Dos y Santa María! -exclamó fray Tomás, santiguándose, y viendo el brazo cercenado de uno y el otro inconsciente-. Era casi mediodía ya (aunque apenas se veía el sol entre la niebla), cuando el fraile preguntó...

... ¿qué hacemos ahora? -al ver a aquellos dos fulanos casi desangrados-.

La Virgen, San Jorge, Santiago y el Arcángel Miguel obraron a través de mí, pues en mi vida me había visto en esta tesitura de tener que defenderme navaja contra navaja. Parecía una bandolera. Una pirata. Una tabernera. ¡Jesús, qué paseo!

Cuando recobré el aliento fui consciente del horror que había acontecido. Dos muertos a mis pies. Encima mutilados. ¡Qué salvajada digna de un inglés!

Muertos no, que aún respiraban. ¿Tan cruel era la muerte? ¿Po-podéis acabar con su sufrimiento? Pregunté aún recuperando el aliento, y con ojos llorosos, mirando a los tres hombres pero a ninguno en particular. Y menos a Nicolao, después de aquello. Na-nadie merece... esto. Señalé con la punta de mi cuchillo, ensangrentada, al brazo cortado.

Tomé aire y me santigüé, pidiendo perdón por mi alma pecadora. Y por las de todos, para que pasásemos por el Purgatorio y evitar así el Infierno.

Al llegar los frailes, casi lloré. Creía que eran más bandidos. Aunque Vellosa lo era un poco.

Me acerqué lentamente y clavé la punta de mi espada en el cuello del desgraciado al que había cortado un brazo. Nadie osaba enfrentarse a un Ruís sin sufrir las consecuencias. Morirían como perros que eran, y alimentarían a las alimañas del lugar por su desatino al cruzarse con nosotros y tratar de matarnos. Aunque aún me temblaban ligeramente las piernas, la adrenalina del combate recorría cada vena de mi cuerpo, haciendo que me sintiera mejor que nunca, más fuerte y ágil. Me acerqué al que aún vivía e hice la misma acción con él. El frío acero de mi arma rasgó su garganta acabando también con su vida. Me giré a los demás y vi que Manuela tenía los ojos húmedos, mientras que los dos frailes se habían acercado con el carro y la mula.

-"Estos ya no robarán a nadie nunca más." Dije mientras limpiaba el filo en los ropajes del último fenecido. "Vayámonos de aquí, seguro que hay más rufianes en los alrededores. Habían gritado el nombre de otro, seguramente su jefe. ¡Vamos!"

Con la espada aún en la mano, pero bajada, conminé a los demás a que abandonáramos aquel sitio y siguiéramos el camino, si es que sabíamos encontrarlo entre la espesa niebla. Solo había matado una vez en mi ciudad natal y fue para ajusticiar a un ladrón de ganado. Esto había sido distinto, ya que mi vida había corrido peligro.

Nicolao cubierto de lodo y sangre muestra una expresión de completo desagrado.

-Necesito limpiarme ya, donde esta el rio mas cercano?

Al momento en que Don beltrán ejecuta a los bandidos lo veo con incertidumbre.

-Don Beltrán, me pareció que habían mas bandidos, tened cuidado.

No hizo Beltrán sino, ante la estupefacción de Manuela por la situación, y el intento de Nicolao de encontrar una garganta en medio de aquella neblina (cosa de momento imposible), el tomar su espada y darle muerte a aquellos dos bandidos con la punta del filo. Fray Gadeo se mordió los labios, viendo aquella ejecución. Pestañeaba rápido, muy nervioso.

Esto... es... no puede ser... No habéis debido... -le reprochó a Beltrán por la ejecución; entonces fray Tomas le puso una mano en el hombro, instándole a moverse, como haría el resto del grupo, pese a la niebla-.

Ocurrió que, cuando estuvísteis más o menos preparados, continuásteis el camino (Nicolao no halló cerca ningún arroyo, de momento); aunque la vereda embarrada no se discernía más allá de una vara o dos. Andando más o menos a ciegas (y con el cuidado que por la situación habríais de tener), apareció un rayo de esperanza. Al menos eso les pareció a los dos clérigos: la niebla comenzaba a desaparecer tan pronto como antes había acudido. De tal manera, que así pudísteis ver la zona donde os encontrábais.  Las serranías del lugar se alzaban al norte y al sur, y advertísteis que os hallábais en medio de ambas, junto al collado de Miralrío, y para más señas, delante del Olivar del Fraile. Sin daros cuenta, habíais ido a para a tal lugar.

Se trataba de una extensión más o menos plana de fina hierba y apenas maleza, copada por decenas de olivos, sobre la cual descansan diversos peñascos grandes. Al comienzo de la misma, espacio en el que estábais, se recortaba, entre la niebla ahora menos densa, la gran cruz de piedra del Olivar de la que antes escuchásteis hablar, más o menos a una treintena de pasos.

¡Es la cruz! ¡Es la cruz! -tal vez fue fray Gadeo de los primero en divisarla, y no tardó el arrancar a la carrera para tratar de llegar a la misma...-.