Partida Rol por web

-Tendremos que esperar a las próximas lunas para conocernos más a fondo Malgorzata, pues tengo grandes planes para vos. Pero ahora me gustaría daros el tiempo de prepararos, pues en breve voy a realizar importantes anuncios en una audiencia pública... y os incluyen, mi señora. Así pues, partid a prepararos y reunios conmigo en el salón al atardecer.- responde Noderoth, antes de sonreír misteriorse, darse la vuelta y perderse en una cortina de hojas cimbreantes.

-Shigraat, has contemplado el poder del pacto de piedra. Ahora su tejido protege mi corazón como una malla impenetrable contra el dolor que siento por la estúpida adoración de los humanos de ese dios débil crucificado. Me has servido bien, y estas palabras deben tanto a mi senescal como a su señor.- dijo Noderoth acariciando las piedras del pacto, donde había citado al Portador del Odio.

Con suavidad retiró un pedazo de tela, bajo el que podía descubrirse un afilado puñal de cobre que le tendió al imponente troll:

-Mi fiel amigo, es mi deseo premiar tu servicio y tu lealtad con este don que juntos hemos construido. Repite mi Juramento y viuerte tu preciosa sabia sobre esta roca central, y mis deberes serán tan míos como tuyos. Tanto lo será la adoración de esos hijos de la tierra, que te hará comprender sus sentimientos hasta tal profundidad, que sus burdos intentos de herirte, como el fuego, te parecerán historias del pasado.- dice el soberano tendiéndole el arma a su siervo y haciéndose a un lado para dejarle paso a la roca -Luego me acompañarás a la sala de audiencias, pues tengo un importante anuncio que realizar; ha llegado el momento.- terminó el primonato, dejando hacer a su prtector.

Me acerco a mi Señor con paso inseguro, miro las piedras con el respeto profundo que merece el pacto firmado con sangre, me reverencio ante ellas y luego ante mi Señor, para decirle con mi cabeza aun gacha:

- "¿Pero que podría yo ofrecerle a sus servidores, Oh Señor mio, que tu no pudieses darles con mas gloria? Soy solo un sirviente, un asesino de la espesura, un sicario de la hojarasca. No poseo tus dones con el clima ni soy Señor de una tierra que ofrecer. Todo cuanto pueden ver mis ojos te pertenece, incluyendo mi madera y mi alma. ¿Que pacto podria firmar yo?"

Me quedo aun de rodillas esperando que su respuesta me ilumine.

-Shigraat, no será un pacto nuevo; compartiremos la carga de este, cuya adoración inherente bien puede alimentarnos a ambos.- explica el señor paciente a su aprendiz de grammarye -Si viertes tu sabia y tejes tus palabras, vinculándote al Juramento que yo hice, tu vínculo nos unirá a ambos con esas gentes. ¿Deseas dejar acaso solo a tu soberano con tamaña responsabilidad?- pregunta Noderoth.

Aun arrodillado contesto a mi Señor:

- "Es un placer recibir su regalo, mi Señor. Firmaré con mi sangre aquel pacto y daré todo de mi para cumplir con lo que nuestras palabras nos obligan. Por el bien del Bosque Invernal y por el suyo."

Me levanto de mi posicion y me acerco a la roca y proclamo en voz alta:

- "Yo Shigraat, Portador del Odio, Azote de Humanos y Daño de Invasores, daré cobijo, seguridad y buen tiempo en el linde sur del Bosque del Invierno. Faltaré a mi Juramento si tu familia o herederos alguna vez mueren de hambre o frío, y entonces no volveré a sentirme respetado en el dominio de mi Señor."

Con mis garras corto la piel de mi brazo y la sangre verde brota a su exterior. Junto con la mancha de mi vida, pronuncio las palabras:

- "Selle esta sangre hermana el pacto que aquí se ha hablado, pues por nuestras venas corre el peso de nuestras palabras, ahora y para siempre"

Luego me acerco a mi Señor y me arrodillo ante él para decirle:

- "Señor de los Tempanos, he aceptado el amor que me has brindado y la generosa recompensa que has puesto al alcance de estas viejas y sucias garras. Jamas se ha visto ni se volverá a ver mayor devocion de un sirviente a un amo de la que yo profeso de forma abierta y a los vientos del otoño por usted. Que mil veces se me maldiga si no muero antes negarle a usted"

Permanezco de rodillas, como su fiel y sumiso servidor.

En cuanto la sangre de vida del troll se esparce por la piedra, el fogonazo vuelve a recorrerla y las runas de ambas piedras vuelven a brillar a fuego. Shigraat siente el mismo calor ardiendo en su interior, tibio y agradable, haciéndole olvidar el terror de las llamas. Cuando el resplandor se apaga, las runas del dolmen donde Noderoth grabó a sangre son más profundas, pues ahora dos almas posan sus palabras indelebles sobre ellas:

-Compartamos este don y esta responsabilidad como hermanos feéricos que somos, Shigraat; ven y camina a mi lado. hay hechos importantes que requieren de nuestra inmediata atención.- declara Noderoth, avanzando hacia el interior de su dominio.

Me levanto y acompaño a mi Señor en su camino:

- "Será como usted dicte, Señor de los Tempanos"

Le sigo en su camino.

Sheil queda unos instantes en silencio, sola, contemplando fijamente el espacio vacío que resultó tras la partida de su señor. Después, con un leve encogimiento de hombros, abandonó ella también la estancia en camino a sus aposentos.

Las tupidas nubes del penumbroso descanso solar eran arrastradas por el manto de la acechante noche. Las sombras se alargaban en el Bosque Invernal, esquivando los destellos de cobre y bronce arrancados del sempiterno hielo por las luces del atardecer. Una redecilla de pedrería ocre alfombraba los pasos flanqueados de coníferas, aparentemente estancadas entre un otoño reacio a abandonarlas y un invierno decidido a cubrirlo todo. La eterna dicotomía de la fronda encantada; la eterna lucha de las estaciones en Transilvania, una tierra lidiando constantemente entre la decadencia de una gloria pasada y el olvido de la historia anónima. Noche y ocaso, las dos caras de un territorio reconqusitado... las dos caras de su soberano.

El regente descansaba hierático en su trono de madera petrificada por el frío. Su ominpresente capa de armiño resaltaba su figura esbelta, altiva, señorial. Su belleza era tan abrumadora que costaba mantener la mirada. Conforme la lozanía de su creciente poder vestía al dominio, los rasgos del Señor de los Témpanos se suavizaban, se estilizaban y se extendían en una obra de arte sin fin. Las hebras de Nieblas del territorio se ensortijaban en su imponente cornamenta, tan solo perceptibles a los sagaces ojos de una fae. Aquí él era amo y señor, y un solo gesto serviría para someterlos a todos a la más amarga de las penurias. Desafiar su autoridad era un acto que solo la mayor de las voluntades podría llevar a cabo; su aura sobrenatural era abrumadora.

El creciente séquito del otrora Noderoth Sdersath se había reunido en el Salón del Trono, en el mismísimo corazón del baluarte invisible. La convocatoria del dueño de cuanto podían ver no había caído en saco roto; bien sabían cual sería la consecuencia de tales actos. Las leyendas hablaban por él, pues así como el otoño fertilizaba la tierra para que los retoños fuertes crecieran en ancestrales árboles, el invierno implacable destruiría a quienes no habían querido disfrutar de las dadivas del equinoccio sin un temblor en la mano.

Cuando los senderos se desprendieron de sus últimos asistentes, el silencio entró paulatinamente en el claro, besando a cada uno de los presentes. Junto a Noderoth, el roble ancestral que habitualmente protegía su poltrona de todo mal vigilaba no en su forma vegetal, sino en la del poderoso Shigraat, Portador del Odio, Senescal del Bosque Invernal y Guardían de la Corte de las Sombras Gélidas. A las orillas de la breve escalinata de lascas escarchadas que vertía sobre el suelo enlosado, desde los pies del primonato, descansaba Taliesin, Portador de la Tristeza y Canción del Otoño, con los ojos despiertos y la mirada ávida, devorando cada detalle, cada instante congelado, de la concurrida estancia natural. Bien sabido era por la corte el terrible acoso al que había sido sometido durante dos largas semanas por su señor. Las hadas tenían que Noderoth hubiese enloquecido y decidido asesinar a sus fieles, incluso el propio bardo élfico dudó de que su padre no lo quisiera fuera de este mundo. Mas aquellas ominosas brumas se disiparon cuando se descubrio que no era más que un intento del regente por liberar a su fiel siervo de las garras de la Ley, que bloqueaban su esencia feérica.

Junto al Cambiado, una pequeña cuna sin talla, trenzada directamente del crecimiento mimoso de un rosal, un hermoso acto de voluntad feérica pura, extendía sus terribles espinas al exterior, con todas las trémulas flores vueltas hacia el interior en un suave lecho. Desde dentro llegaba un delicioso gorjeo, el sonido de la felicidad de un pequeño; el alma chispeante de un recién nacido. Rumores corrían sobre su procedencia, más todo detalle sobre el niño se había mantenido con el máximo secreto. Su presencia en la sala era un cautivador indicativo de que aquello bien podía cambiar pronto.

La mirada del Señor de los Témpanos recorrió la sala, con sus desconcertantes y cambiantes iris luciendo un arrebatador ocaso tras el eclipse de sus pupilas. Uno a uno los súbditos menos allegados fueron bajando la mirada ante el inexorable escrutinio del Soberano de las Sombras Gélidas. Por fin el Lord Otoñal se incorporó, desplegando sus casi tres metros de alto. Conforme las palabras volvieron a brotar de su carnosa e invitadora boca, una gélida brisa sopló de su figura hacia los confines de la estancia, barriendo la pinocha en una dulce cacofonía estacional:

-Pueblo de las Sombras Gélidas; un largo año ha llovido desde que, por primera vez desde mi postración, me alzara de este trono para proclamaros mi despertar.- recordó el hada su intervención de un invierno atrás -Entonces os dije que nuestra hora había llegado. Los dominios de las estaciones no tenían, ni tienen, rival en Transilvania para la Gente del Atardecer. La Selva Negra nos envidia en silencio por nuestros logros, como entonces; aun más ahora.- indicó posando repentinamente sus ojos sobre una figura entre la muchedumbre.

La concurrencia se giró para comprobar sorprendidos la presencia en la sala de la temida y conocida Bruja de las Estaciones, entre los convocados. La presencia de la excelsa embajadora de la Corte de la Selva Negra era un terrible presagio para Transilvania... Noderoth sería derrocado. Poco preocupado, al parecer, por la presencia de la mujer, Noderoth continuó con su exposición; ella no hizo amago de contradecirla:

-Los bastardos cortesanos del Oeste,- comenzó refiriendose de nuevo a su corte de procedencia -Nos desearon todo el mal que eran capaces de reunir. Envidian a las Sombras Gélidas por conseguir una victoria sobre el Invierno que ellos jamás soñaron sobre el Verano clavado en sus infectas cicatrices. Confabulaban con derrocar a quien os dio la victoria y este nuevo hogar; a quien por más de tres siglos mantuvo y recuperó la tierra que ahora es nuestra, y de nadie más, por derecho de sangre. Enviaron una fuerte mano que aferrara mi cuello y lo sometiera como el cauce a las lluvias o lo estrujara como hojarasca seca.- continuó sin apartar la vista de la forastera, cuyo rostro parecía palidecer ante aquellas palabras... acaso, ¿miedo?

Noderoth retiró entonces los ojos de la delicada hada, permitiéndole respirar con tranquilidad, conforme la atención de los oyentes se dirigía hacia la cautivadora figura, que ahora avanzaba bordeando el estrado, moviendo su estilizada mano derecha en una lenta curva, hasta presentarla ante sus ojos, apreciando su poder señorial: la mano que segó la vida de Safne la Frígida, la mano que estrechó entre sus dedos las manos de los griegos, primeros sometidos de su cruzada; la mano que movía los hilos del Bosque Invernal:

-Mas el Padre olvida los orígenes del Hijo, y nubla en su pensamiento que el mocoso no es ya la débil hada que reposaba en sus brazos.Se vanagloria en su decdente fuerza, en su rimbombante nombre, y obvia que los ojos de una fata ven más allá de cualquier velo. Somos nosotros, los Retoños Pródigos del mundo quienes más fielmente distinguimos la verdad de la mentira, lo justo de lo injusto, y la realidad de los sueños. Pues es aquel que teje las nieblas quien sabe de los pilares que la sustentan.- explicó volviéndose hacia la audiencia -La telaraña de superchería que mis progenitores hilaran sobre una embaucada mente feérica no pueden oscurecer la luz de nuestra justa e innegable gloria; de nuestro derecho a que el destino sea nuestro y de nadie más.- declaró con severidad.

Volvió su vista hacia la digna y hierática mujer que lo miraba con sus ojos de cielo límpido. El gesto adusto y serio del regente se quebró en una derretidora y franca sonrisa, que deshizo los hielos de la incertidumbre de la extranjera:

- Os alenté a ver morir de rabia a los pusilánimes de Germania por nuestros éxitos futuros; he aquí que os tiendo esos futuros en nuestro glorioso presente.- dijo extendiendo la mano que tan atentamente observara antes hacia la mujer -Malgorzata Sheil Aerenal, Hija del Crepúsculo, ven a tu señor y jura fidelidad a esta corte que te acoge. Su vida será tu vida y su techo tu cobijo. Ofrécenos tu corazón para que lo llenemos con este amor que te ha hecho rechazar las falsedades de la Selva Negra por el lugar que tu excelencia merece al lado de los válidos.- dijo el Señor de los Témpanos con la perturbadora mirada clavada en la primonata.

La figura de un Troll de madera de horrible aspecto roblizo, permaneció al lado del Señor de los Tempanos y parecieron refulgir sus rojos ojos en los tonos del crepusculo a cada una de las palabras de su amo. La belleza del ambiente no opacó su aspecto, sino que lo camufló con la hermosura natural nacida de la tierra y casi pareció ser bello.
El bosque guarda entre sus espacios la belleza del otoño eterno y la dureza del invierno implacable. La hojarasca sempiterna que enmarca el suelo que nuestros pies recorren, no hace mas que dar el ambiente propicio para que todos los presentes se ensanchen de orgullo al oir las palabras del soberano de estas tierras.

El Señor de los Tempanos nombró a la bruja de las estaciones y la indicó como una nueva acogida en nuestra corte. Cuando la mirada de la Primonata se cruzó con los ojos rojos del Inanimae, vio claramente en ellos la severidad invadida de orgullo, como un tutor contemplando conforme la hombría de su discipulo. La mirada del roble era de satisfaccion y armonia, mezclada con responsabilidad y disciplinada enseñanza.

"La gloria de mi Señor y de nuestra corte, refugiada en el paramo invernal, esta alcanzando dimensiones que no veiamos desde hace muchas decadas. La idea de volver a ser una corte poderosa y respetada es por lo que hemos dado tanto de nosotros en una eternidad de constante lucha. Más de una vez he derramado mi sangre por la causa de mi Señor, por mi causa. Momentos como estos son los que hacen que un hada sepa que a pesar de poder tener una vida eterna, vale la pena arriesgarla por algo o por alguien."

Me mantuve en posicion firme, al lado del trono de mi Señor, presenciando la ceremonia.

Sheil se acercó al trono cubierto de vegetación. Había llegado el momento para el que había realizado todo aquel viaje. Cuando su mirada se cruzó con la de Shigraat, aquel con el que había entablado contacto en aquel mundo desconocido, le dirigió un casi impercetible asentimiento, como diciendo no defraudaría los escasos minutos que habían imprimido en conocerse el uno al otro. Cuando llegó ante Noderoth inició una genuflexión hasta postrarse de hinojos ante su presencia.

No creo que las palabras sean necesarias, mi Señor, ante este momento. Son vacuos sonidos, falaces y mentirosos ante quienes buscan los disfraces, por lo que no perderé el tiempo describiendo las emociones que me invaden. Sin embargo, espero que, con los actos que haya de hacer a partir de ahora y bajo vuestro mandato y dominio, pueda sustiruir las palabras por verdades sinceras más allá de toda duda. Por tanto, ante vos y las estrellas como testigos, os ofrezco mi corazón y mi alma como receptáculo de vuestra gracia, y os juro fidelidad hasta el fin de mis días, que haya de terminar con la muerte en Vuestro Nombre, esperando que en vuestra sabiduría podáis utilizar de mis servicios y confiar en mis palabras.

Después, se incorporó para mirar inquisitivamente a los ojos a su Señor, como dudando si había medido bien sus palabras.

Cuando el éxodo comenzó, los exiliados caminaban por un sendero batido por la brisa, que suspiraba entre los surcos de la imponente cornamenta de Irhacus. A tiempos irregulares distantes regiones parecían adivinarse por entre el sotobosque, sin ninguna conexión aparente. La sensación no resultaba distinta de pasearse por el ilustre salón pictórico de un palacio, jalonado de vetustos frescos de tierras lejanas y exóticas. Las luces del atardecer y la noche se alternaban en parches de realidad, con intermitencia irregular. El sendero vibraba de vida estacional, representando una eterna pugna entre el otoño aferrado a su hojarasca y el invierno cubriéndola de escarcha y marchitándola. Eilion, el guía, abría la marcha de los viajeros, con el paso seguro de quien conoce los pasos ocultos de la realidad tan nítidamente como los marcos de su vivienda.

Cuando el camino llegaba a su fin, la alfombra suelta y crepitante de hojas muertas comenzó a ser sustituida por una chasqueante superficie cubierta de escarcha. El dulce soplo del crepúsculo se tornó frío viento, que se llevaba parte de la luz ocre, sumiendo en penumbras los linderos. Finalmente, el bosque se vertió sobre un claro otoñal, rodeado por una portentosa cúpula de espinos fosilizados en hielo. Entre sus confines, un delicado microclima reproducía con delicioso detalle la caída de las hojas en los meses postreros del año. Sus puntas rezumaban una oscura resina de ominosa apariencia; su densidad, su pausada cadencia, su olor almizcleño... muerte en gotas para los incautos. Cuando la comitiva giró la cabeza hacia su espalda, todo rastro de la senda había desaparecido, dejando lugar únicamente al amenazador círculo de zarzas. El suelo parecía enrojecido, como si se hubiera tragado las hojas muertas con avidez... como si hubiese sido regado con algo mucho más ominoso. La fata atenta podía oler el intenso aroma floral de la sangre feérica sobre la tierra, mientras sus pies caminaban sobre las huellas de una gran matanza.

El único sendero que acababa en el Bosque Invernal... la legendaria grieta abierta por Korkasse, el antiguo senescal del Marqués Sdersath, en los muros mísitcos de Safne, la Reina de Hielo. Ahora estaba protegido por una formidable fronda de letales zarzas otoñales. La mano de Noderoth se había fortalecido sobremanera, si sus manos podían crear tamaña maravilla. Allí, aislados del mundo, sin más posibilidad que regresar a un entorno que los odiaba, esperar o forzar su camino y su penuria a través del formidable seto, comenzaron a escuchar las bulliciosas y confusas voces de una aglomeración al otro lado de los espinos. Como si Una ola se las hubiera llevado, entonces callaron. Eilion se acercó a la pared natural tímidamente, esperando aisbar algo en la maraña, pero era demasiado tupida. Entonces, como si la vegetación pudiera sentirlo, algunas ramas se retiraron, dejándolo ver. Iracus se acercó a su hermano, ávido de respuestas. A través de los orificios improvisados por el guardián silencioso, se extendía para sus ojos una impresionante recepción feérica, presidida nada menos que por el portentoso Noderoth. Su figura había cambiado como la noche y el día a traves del ocaso. La fuerza de su aura podía sentirse hasta este lugar... su conexión latía en la cortina de madera entrelazada.

La mirada del Señor de las Sombras Gélidas se cruzó con la de su viejo amigo por el agujero. Sabía que estaban allí; él era el amo de su dominio ¿cómo no iba a saberlo? Los orificios espías no eran sino su saludo de bienvenida. Pero ahora no tenía tiempo para más: tenía que hablar a sus súbditos.

Noderoth asintio complacido ante las palabras de Sheil, mientras le sostenia la mirada con cierta deferencia. El resto de reunidos estaban sobrecogidos, viendo cómo una de las fieles servidoras de la Selva Negra renegaba de ella para servir al Señor de los Témpanos:

-Seas bienvenida al Bosque Invernal entonces, Sheil, Consorte del Trono Gélido.- declaró Noderoth, tal vez como un recurso estilístico, o quizá como una posibilidad muy real en un futuro... el pensamiento resultaba abrumador para la primonata -Esta union se sellará con sangre contra sangre, en el Círculo Griego.- aludió el regente al conjunto de piedras rúnicas que sellaban el pacto entre hadas y humanos en aquel dominio -Mi peso será tu peso, y mi bendición tu bendición, y us palabras de lealtad a este reino se probarán comenzando con tu Juramento a los seres más frágiles de él: el pueblo humano que mora en nuestros lindes y nos adora como los espíritus maravillosos que somos. Te reunirás conmigo en el claro, más tarde, pues hay importantes asuntos que requerirán de la atención de una fiel servidora del otoño.- declaró.

La posibilidad de compartir el Juramento de su señor era un precioso don para cualquier hada; la comunión entre humanos y fatas mitigaba la confusión que el rígido mundo vanal causaba en los seres feéricos y protegía a éstos de los terribles ecos de la realidad. Unos sencillos favores a cambio eran todo lo que los hombres necesitarían para que su fe en sus invisibles benefactores se mantuviera pura. Por otra parte, la obligación al juramento mantendría a la mujer fiel a su señor, pues cualquier falta de él o traición podría muy fácilmente terminar en un incumplimiento del pacto, siempre con consecuencias demasiado pesadas para la espalda libre de un hada.

El Señor de los Témpanos se giró hacia su senescal, y añadió:

-Shigraat, la acompañarás a dicho lugar, más tarde. Lo que tengo que hablar os incumbe a ambos, de algún modo, y Sheil necesitará una escolta en este bosque, hasta que sus actos en los dólmenes la conviertan en una igual a ojos de los aquí presentes.- terminó, nuevamente demostrando que no era ningún estúpido: Malgorzata estaría vigilada hasta que toda la confianza de su señor pudiera estar con ella; la Selva Negra no era un enemigo con el que se pudiera jugar.

Finalmente, hizo un gesto indicando a Sheil que podía retirarse, si nada más tenía que decir, y esperó.

Las palabras del Señor de los Tempanos resonaron en la estancia del Trono Gelido como los ecos del trueno entre las colinas. Sus tonos eran la musica tejida con la delicadeza del arte de las hadas, mezclando amor con cautela, dignidad con orgullo y liderazgo con poder.
El gusto se reflejaba en mis ojos al momento de escuchar como se sellaría el pacto de Sheil. Entendía que era una ferréa forma de asegurar su fidelidad y aunque sellará con su sangre el mismo pacto que mi Señor, jamas llegaría a ser de mas confianza que yo, el roble Inanimae que se postra ante las palabras del otrora Marqués, ahora el unico Señor Feerico de Transilvania.

"Las palabras de mi Señor no son menos que precisas. Su infinita sabiduria salvaguarda la importancia de este pacto con los otrora servidores de la Selva Negra. Ahora, firmando este pacto, les devolvemos el dolor y la angustia que ellos nos dieron cuando se llevarón a nuestros servidores hace ya muchos años. No puedo menos que estar satisfecho"

El Señor de los Tempanos me pidió que le acompañase:

- "Como ordene el Soberano del Otoño" -Respondí con una profunda reverencia.

Segí al Señor de las estancias invernales cuando guió a la Bruja de las Estaciones a dar su prueba definitiva. En mis ojos se reflejó la satisfaccion del golpe que le asestaba su Señor a la Selva Negra.

Sheil se dio cuenta, por el tono de mis pasos que eran como la roca cayendo de la colina, constante e irreflenable que a la vez de escoltada, era vigilada. Mis tres metros y medio de estatura se desplazaron con un gran arbol vigilante al lado de la Bruja de las Estaciones, vigilandola y apoyandola en el proceso de union a nuestra gran corte.

El éxodo había estado marcado por la tristeza. El otoño de su corazón se presentaba frío y desapacible, alejado de las bondades de los frutos maduros y la tibieza del sol. Cabizbajo, derrotado sin haber podido si quiera presentar batalla, la llama de la venganza iba creciendo lenta pero segura en el interior de Irhacus. Habían seguido los pasos de su extraño hermano, él y los restos del que fue su Rebaño, su ejército, su orgullo, por sendas ocultas y puertas dobles, en un laberinto de reflejos y verdades casi imposibles de discernir. Sus leales cerraron filas en torno a él, y buscaron la protección que su presencia les daba. Lo vistieron con sus galas de guerrero y pusieron sobre sus recios hombros la capa del peregrino. Le ungieron frente y los cascos, y colocaron la corona de pino entre su rizada cornamenta y el cuerno sagrado cruzado en su espalda. Le asieron el cinturón a la cintura y en él colocaron las armas de reluciente y afilado cobre. Y en ningún momento Irhacus alzó la voz.

No fue un viaje, como los anteriores, de cantos y bailes, de esperanza y promesas. Fue un viaje sombrío, de reflexión, persiguiendo al gigante blanco con el que compartía su sangre entre las sendas por el menor creadas. El rebaño portaba el cofre con lo poco que se pudo salvar del dominio a la sombra del Feldberg y avanzaban cabizbajos como su señor. Alzó la vista en ocasiones Cabeza de Cabra ¿Soñando acaso con lo perdido? ¿O con lo que habría de ganar? Las taciturnas reflexiones no eran algo que tendiese a permanecer mucho en la velluda testa del señor de las cabras, y la presencia de aquellos con los que compartía sangre no hacía más que acelerar la curación de las heridas de su corazón. A la que muchas veces había llamado su hija (aún sin serlo) le tomó de la mano y calentó con su humana tibieza su ánimo melancólico, los siete hombres de caprinas perillas contaron chanzas y le obligaron a elevar el caído rostro. Y como renacen los árboles tanto de los frutos como del tocón talado, el ánimo de la cabra volvió a su positiva naturaleza, pues si bien hay cierto placer en la melancolía y la tristeza, no es uno que deba durar demasiado tiempo.

Y así, en las puertas del Señor de los Témpanos, Irhacus era de nuevo animoso, y lleno de energía, y en sus ojos brillaba el deseo de venganza por los que les habían deshonrado y también el deseo de nueva vida y nuevas pasiones.

Acercó curioso el peludo rostro al agujero que se había abierto en el cerco protector de las Corte Transilvana. Mas como no era ducho en las normas de Corte y sabía que su naturaleza desenfrenada podía hacerle a él y los suyos más mal que bien a la hora de presentarse, lanzó una mirada a interrogativa a Eilion: sería el hermano blanco el que habría de dar la señal de entrada de las tropas de la cabra en los dominios de su conocido.