Partida Rol por web

Los Hijos del Acero.

Thiaras. Una noche con colmillos.

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17/01/2017, 11:35
Aspid

Tristeza empezó a barbotar palabras sin ton ni son, pese a que algo de entre todo lo que había dicho me hizo reflexionar, al menos en lo referente al albino. Si el sol podía acabar con él ¿qué no haría una súbita subida de temperatura? Miré a la hiperactiva chica con una medio sonrisa antes de irme

Miraré a ver qué puedo hacer con lo que tengo- fue mi escueta respuesta antes de encaminarme al mercado

...

Ya de vuelta las cosas parecían haberse precipitado hacia una actuación, a mi parecer, prematura. Aquel hombre pretendía solucionar el asunto en una sola noche cuando aquellos dos enemigos llevaban tanto tiempo enfrentados. O bien conocía un pasaje secreto que lo llevara directamente hasta su objetivo o podía comprar el favor de cuántos guardias estaban en el otro lado de las murallas. Sea como sea no me gustó lo más mínimo que intentara imponer su voluntad a nuestra forma de hacer y, dado que nadie parecía capaz de decirlo, di un paso al frente

No- dije tajante y rotunda, haciendo acopio de toda mi entereza para no doblegarme a la imponente voluntad de aquel tipo venido de quien sabía donde - No haremos tal cosa, al menos yo no- dije ratificando mi postura y ganando aplomo

Miré a los dos matones del albino, pues me negaba a llamarlos de otro modo dada su forma de actuar. Podrían ser muy buenos en lo suyo, pero no se comportaban como se esperaría de alguien que tiene tanto interés en guardar las formas

Soy una asesina. Una mercenaria. No un perro faldero al que se le pueda arrojar un palo y decirle no solo que vaya a buscarlo, sino como debe correr para lograrlo ¿Quieres a las hijas de lord Knebb? Bien, las tendrás- añadí con el ceño fruncido - Mis habilidades no son las de trocear gente, son otras muy distintas, mucho más sofisticadas que las que tus dos matones emplean. Déjame hacer mi trabajo como yo sé hacerlo; mis compañeras pueden sentirse cómodas en el fragor de la batalla, yo no. Me infiltraré, localizaré a las hijas y descubriré quien es la verdadera hija de ese necio. Me pegaré a ella como su sombra y, cuando iniciéis el ataque, la ocultaré y la sacaré de la ciudad sin que nadie sepa quien es ni que ha pasado con ella... puede que incluso os pueda facilitar el trabajo acabando con guardias en puntos estratégicos. Pero no iré tras un pelotón de carniceros.- dije muy seria, aquello no era ninguna chiquillada - Desde luego contar con el resto de las Moiras me facilitaría el trabajo, pero no puedo hablar por el ellas ni por él. Pero en mi caso no estoy negociando. O lo hago como yo digo o no lo hago

Y dejé de hablar de forma tan cortante como había comenzado a hacerlo. Si nuestro empleador era tan idiota como para no haber sido capaz de usar nuestras habilidades como era debido era su poblema, pero no dejaría que aquel ególatra me usará como a un soldado cualquiera.

Aguardé, paciente e inmóvil, la reacción del albino dispuesta a todo. No sabía realmente cómo era aquel hombre, pero si sabía cómo se las gastaban sus dos hombres. Si alguno de los hombres se atrevía a intentar algo contra mí, algún gesto agresivo que me pusiera en peligro, se llevarían un bonito regalo en forma de daga envenenada... a ver cómo les sentaba el veneno de escorpión del desierto y el de víbora combinados.

Notas de juego

A ver qué pasa ahora que alguien le ha llevado la contraria. Si me intentan atacar por no ceder me defiendo con lo más letal que tenga a mano: dagas envenenadas, tanto las del cinto como las ocultas en las muñecas

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17/01/2017, 22:10
Tristeza

Tristeza se había encaminado hacia la salida de la ciudad y de repente se ve entrando en la torre del brazo de su hermana. Es verdad que estuvo un poco ocupada mientras sacaba de su bolsillo una manzana pocha que ya no estaba en condiciones para ser comida, puede que hasta los cerdos la habrían rechazado. No, los cerdos se comen a una persona hasta no dejar nada, pensó la rubia mientras sacudía los dedos para librarse del jugo de manzana que le pringaba toda la mano. El resto de su atención lo dedicó a esa extraña palabra que había usado su hermana. Desa… sesa… gote… desasasss… Con un abrazo se acercó más a su hermana y las dos subieron a la infernal torre en búsqueda del Señor Pasa.

Por desgracia no hubo suerte en localizarlo o por suerte, según pensaba la asesina. Así pudieron dedicar el resto del día a comer, descansar, volver a comer, vestirse para la noche de trabajo que les esperaba y comer algo más, por si acaso en la torre no había nada, como la noche anterior.

Tristeza había elegido la ropa más oscura que tenía para esta ocasión, pocas veces se la ponía. Por lo general se le podía ver con una combinación de colores poco acertada, colores vivos y alegres en ropas que dejaban poco a la imaginación. Su vestimenta era un reflejo de su personalidad. Esta noche solo su cabeza y las manos estaban a la vista, el resto de su cuerpo estaba tapado por ropa cómoda y de distintos tonos de gris con negro. El trabajo le gustaba, siempre se sintió atraída por ese poder de quitarle la vida a otro, se lo tomaba muy en serio, más aún sabiendo que sus actos podían influenciar en la vida, o la muerte, de Carcajada y esta noche tenía que poner todos sus recursos en función, incluso esa ropa sosa y fea.

Por desgracia sus actos no dejaban ver nada de la prudencia que llenaba su interior, no desbordaba en absoluto al exterior. Pequeñas perlas de sudor se podían ver en su frente. Las escaleras le habían quitado el aliento. Si no fuera porque Colom la estaba comiendo ya con la mirada, se empezaría a quitar ropa para refrescarse. Sus ojos solo lo barrieron con la mirada, como a todos los demás, y empezaron a buscar algo de comer y beber. Ya estaba sonriendo pensando en que seguramente no habría nada y en lo lista que fue en llenar sus bolsillos con nueces y semillas que había comprado antes en el mercado local. Se rió al comprobarlo, aunque coincidió con la propuesta que le hizo el hombre.

- Feto, le dijo sin ofender como respuesta a su manera de llamarla, nada podría separarme de mis compañeros cuando estoy trabajando, menos alguien como tú, por los huevos de mi caballo, deberías saberlo. Su mirada era penetrante y la sonrisa no dejaba de verse amplia sobre sus rosados labios. No estaba tan segura por dentro, sin embargo, y se odiaba por ello. No se le daba bien ese tipo de cosas. Se moría de ganas por tener algo de acción, por sentir la sangre caliente de sus víctimas penetrando su ropa y rozando su piel. ¿Qué chorrada era esa de secuestrar a una mujer? No es que tenía nada en contra, solo que para ella era más fácil dar hachazos que planear secuestros, pero para esto estaba su hermana y el resto, ya le dirán ellos dónde tiene que estar. Se puso al lado de Aspido, defendiendo su postura. La mujer era más sosa que una patata cocida, pero su cabeza valía para estrategias.

Tampoco dejaba ver lo incómoda que se sentía en presencia de ese hombre, tenía una manera atrevida y violenta de imponer su voluntad. Solo sus estúpidas ganas por acabar con un potencial enemigo le impulsaban a ser descarada y mostrarse segura.

Dejó de penetrar los ojos del hombre con su fría mirada azul, necesitaba ver a Carcajada. ¿Debería haberla acompañado al balcón? ¿Estará segura con ese frío ser perfecto? No era sabio distraerse, pero su hermana no era una distracción para ella, era su vida. Agarró con fuerza los mangos de sus hachas cortas y por un momento dejó de pensar en comida.

Notas de juego

Pues a morir las dos XD.

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17/01/2017, 23:38
Carcajada

Si alguien sabía dónde se encontraba el anciano, no compartió la información con las hermanas. Carcajada pronto se dio cuenta de que la búsqueda era fútil, y accedió a las sugerencias de su hermana, que había olvidado su idea de marcharse a la Grieta en cuanto el aroma de las cocinas asaltó sus sentidos.

Dedicaron la tarde a descansar y comer. Carcajada sentía la lengua como un pedazo de cuero. Bebió la infusión medicinal que ella misma había preparado en tal volumen que las vísceras se le agarrotaron. Escondió las manos bajo la mesa; no quería mostrarle su debilidad a su hermana. Las muñecas le temblaban como hojas de sauce sacudidas por una brisa intermitente. Pronto pasaría, siempre lo hacía. Solo quedaría la angustia que hacía que sus sentidos e ingenio se agudizaran. Estaba bien así. Sospechaba que los necesitaría esa noche.

La llamada de Lord Benrat llegó al anochecer. Los planes estaba trazados, los soldados aleccionados, y solo restaba explicarles el papel que representarían en la letal pantomima por Thiaras.

Tal y como habían sido la innecesaria escolta del hombre pálido y sus guardianes, serían los encargados de proporcionar el pago que exigía por sus servicios, de naturaleza todavía desconocida. Se infiltrarían en el palacio de Lord Knebb y extraerían de allí, sana y salva, a la hija de sangre del caudillo. Aquel hombre la deseaba. Carcajada hubiera querido saber más, sobre el hombre, sobre la muchacha y su relación con él, pero de nuevo tendrían que trabajar en la oscuridad, no solo para los sentidos, sino para las mentes.

Había asuntos que quería discutir. Sin embargo, en aquella torre, la convocatoria del estratega no podía ser desobedecida, y la buscaba a ella. No había más remedio que confiar en el resto de las Moiras.

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17/01/2017, 23:38
Carcajada

Carcajada cerró su gabán y se puso la capucha al salir al balcón. El viento nocturno que se levantaba mientras el sol se ocultaba en el horizonte era helador.

Evitó de nuevo mirar al hombre. No para seguir las instrucciones de Lord Benrat y Filando, no aquella vez. Lo hizo para evitar su hipnótica presencia. La infusión había hecho efecto. Los dedos que se aferraban a la barandilla eran firmes. Un hambre fría se acechaba tras su piel. Si se permitía relajarse frente a aquel hombre, temía que el loto no sería la única de sus necesidades.

No apartó la mirada del sol moribundo y las estrellas incipientes hasta que el hombre le tendió su dedo abierto. Aquello era de lo que esperaba prevenirse al buscar a Filando. La ignorancia la hacía sentir vergüenza.

Cuando me miráis, replicó, obviando la familiaridad que el hombre había mostrado, siento que veis algo en mi interior, como si fuera un libro que pudiera leer. Mas ahora creo que no es cierto. Todavía no me conocéis.

Ignoraba algo más. La mirada de aquel hombre había pasado su mirada sobre Tristeza como si no existiera. A Carcajada no le cabía duda de que no podía comprender el vínculo inquebrantable entre las dos hermanas.

Ella desconocía más que él. Desconocía incluso qué era aquel hombre, si es que era un hombre. Un rostro bello no era suficiente para tocar sus emociones como si fuera un dedo acariciando las fibras de un cuerpo descarnado.

No puedo entregarme a lo que no comprendo. Tampoco debéis vos. Si hay vida en la muerte, no veo lugar en ella para la acción precipitada.

Era difícil negar a aquel hombre como si fuera alguien común. La comparación que había establecido con el loto era adecuada. Quizás fuera afortunada si era él quien decidía rechazarla tras sus palabras. Algunos hombres eran orgullosos. Otros, más peligrosos, nunca aceptaban las negativas. ¿Ha sido acaso una negativa? No entiendes lo que te ofrece. Es un sinsentido y, sin embargo, no eres capaz de rechazarlo completamente, de burlarte de la fanfarria de su esoterismo. ¿Lo tomas en serio, Carcajada?

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18/01/2017, 01:06

—Os ofrezco el misterio de la sangre, uno que sería el primero de muchos. Os ofrezco mi elección, mi agrado, sabiduría. Y me rechazáis. Por miedo. Por ignorancia. Y por algo más. Algo os ata a esta vida terrenal —musitó el albino, retiró su mano, apartó su vista de ella. El sol se hundió en una oscuridad insondable igual que un pez dorado que hubiera sido engullido por un monstruo de las profundidades —. Mediocre.
Carcajada supo que la conversación había terminado. El hombre no se dignó a mirarla, a decir nada más. Al negar su proposición, Carcajada se había convertido en otra figura gris en el mundo de aquel hombre.

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18/01/2017, 01:07

Colom afiló su sonrisa lobuna ante la réplica de Tristeza.
—Peleona, me gusta. Sois las que más gritáis, al final —sus ojos brillaban con el clamor de la noche.
Aspid demostró que también tenía sangre caliente en las venas, sin necesidad de una lengua sucia. Era una asesina, sutil, sus trabajos eran medidos, realizados por un fantasma. Entrar y salir sin ser vista, una muerte durante la noche. El trabajo encomendado resultaría en mitad de una batalla. También se necesitaban grandes dotes para evitar la contienda, los rivales, la sangre y la muerte, y buscar a una persona entre el caos. Resultaba más fácil hacerlo con la caída de la noche, como una espía o una intrusa. Lord Benrat no le daría tal opción. Su negativa, pese al precio pagado, pese a su lealtad mercenaria, dolía más que cualquiera de sus cuchillos en el antiguo soldado.
—El trabajo requiere de sutileza, por eso os lo encomiendo. Puede que tú seas diferente a tus amigas, pero se dice que entre las Moiras también hay una carnicera y un sádico —se encogió de hombros, hablaba rápido, nervioso ¿Qué turbaba al lord? No era Áspid —. No podemos retrasar el ataque para secuestrar a la hija de Lord Knebb, será está noche —afirmó. Intentó decir algo más, pero Colom se adelantó. De ahí venía su nerviosismo, no quería que el escolta interfiriese.
Intentó un ataque frontal, la espalda gacha, los brazos abiertos y una sonrisa de burla en su boca abierta de forma desmesurada. Tristeza hubiera cubierto a Áspid con sus hachas, en combate cercano. Casi lo deseaba, cortar esa lengua infame que la ultrajaba y la buscaba. No hizo falta Las manos de Áspid se movieron igual que las de un ilusionista. En un parpadeo Colom detuvo su inesperado ataque, una daga se había clavado en su corazón, la otra en su vientre. Se frenó, se tambaleó, arqueó la espalda, dio dos pasos, tropezó…fingió que caía, pero no lo hizo.
Atrás, inmutable, Mulat contemplaba la pantomima. Lord Benrat lo hacía horririzado. Filando, con ojos de estudioso, analizaba la escena con sumo interés.
Colom dejó de fingir su muerte. El veneno estaba en su torrente sanguíneo, los primeros efectos malsanos del mismo deberían haberle tumbado. En lugar de ello alzó su rostro, sonriente y feroz. Se extrajo una de las dagas, la del vientre. No sangró. La acercó a su lengua, larga y gruesa, como una babosa, y lamió el filo del arma con tanta profusión que se cortó. Había algo obsceno en ese gesto, desagradable. Miró a Tristeza mientras lo hacía, una señal para un futuro encuentro.
Arrancó la otra daga, la de su corazón y repitió la misma escena. Volvió a cortarse, a lamer el filo, el veneno.
—Los jugos de una mujer siempre son deliciosos —arrojó ambas armas a los pies de Áspid, con desprecio —. Veneno. Delicioso —bromeó, sus ojos brillaban, felicidad y sadismo, algo que Kargan conocía bien. Aquel hombre, inmune a los venenos al parecer, estaba excitado igual que él durante una de sus sesiones de tortura amorosa —. Mulat y yo no somos carniceros. Seremos más sutiles que…una daga envenenada. Puedes creerme. Los hombres del Lord nos seguirán, por si acaso. Y vosotras iréis detrás. Ya sabéis lo que tenéis que hacer. Se os ha pagado. Sois mercenarios. Señor…Benrat, ¿Qué se hace con un soldado que rechaza la orden de su señor?
El Lord dio un respingo, era evidente que la escena le incomodaba.
—Se le castiga —dijo, presionado, como si no pudiera decir otra cosa. Sacó redaños, lo cual resultó encomiable vista la escena de hace unos momentos —. Colom, creo que Áspid entrará en razones y verá lo ideal de nuestra estrategia. Ella aún no sabe de vuestras...mmmm, aptitudes.
—Ya lo creo que entrará en razones —amenazó el escolta.
El tenso momento se quebró cuando Carcajada regresó tras su paso por el balcón. Su conversación con el albino parecía haber llegado a su fin.

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20/01/2017, 13:44
Carcajada

Una mujer más expresiva se hubiera encogido de hombros. Carcajada solo se mantuvo en silencio un instante antes de regresar a la torre.

Fuera lo que fuere lo que le había ofrecido aquel hombre, era improbable que fuera a transportarla hacia un lugar mejor. No había nada mejor, ni nada peor, solo la constante del vacío. Un vacío tan inmenso que el mundo era diminuto en comparación. Y si aquellos misterios merecían tal nombre, habría otros medios para desvelarlos.

Escapar de su presencia fue tan liberador como arrancarse las piezas de una loriga después horas de marcha y combate. ¿Como hacerlo en medio de un campo de batalla?

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20/01/2017, 13:45
Carcajada

Carcajada regresó al balcón con su habitual andar parsimonioso. Incluso cuando caminaba con rapidez parecía hacerlo pausadamente, extendiendo ampliamente cada pierna, un paso por cada dos de una mujer de su tamaño.

En los presentes veía las posturas agazapadas de panteras preparadas para saltar a matar, gestos de hostilidad contenida, tensión dura en el aire.

¿Estamos listos? preguntó. Era evidente que algo había sucedido durante su ausencia. Decidió que ignorarlo era la forma adecuada de apaciguar los ánimos. Sus compañeras le explicarían lo sucedido cuando estuviesen solas.

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20/01/2017, 20:07
Aspid

Tal y como esperaba el ataque se produjo tan pronto como acabé de hablar, y lista para recibirlo, no dudé en hundir mis dagas cargadas de ponzoña en los puntos críticos mil y una veces estudiados. El daño estaba hecho y ahora el albino contaba con un secuaz menos... o eso debería haber pasado

El pasmo dió paso al sobrecogimiento y, éste, al miedo.

Aquel hombre debería haberse derrumbado en cuestión de segundos entre espasmos de dolor, babeando sangre y gimiendo como una parturienta con los miembros agarrotados. En vez de eso, no solo el veneno no había tenido efecto alguno, sino que las heridas sufridas parecían no haberle hecho mella... mis artes, letales e infalibles, habían sido tan inocuas como una brisa fresca de verano.

Aquel hombre era inmortal

El pensamiento pasó, rápido, por mi mente mientras involuntariaente daba un paso atrás mientras Carcajada llegaba ante nosotros ajena a aquel hecho. Fue entonces cuando reparé en el señor de aquel ser, pues no podía ser un hombre; si su seguidor era capaz de aquello... ¿qué podía hacer aquel... monstruo?

En aquel momento, incapaz de procesar aquello, no pude replicar a las palabras de lord Benrat y me miré las manos como si hubiera errado el ataque de la manera más estrepitosa posible. Cuentos, historias y fantasiosas narraciones de lo que entonces creí eran locos, o borrachos, cobraban fuerzas en mi mente.

Alcé el rostro hacia Colom, como viéndolo por primera vez. Aquello que tenía delante me destrozaría y no tenía oportunidad alguna de evitarlo, no al menos en aquellos momentos ni con las armas con las que contaba... Asentí, un única vez. Dócil, sintiéndome derrotada y acorralada por completo. Aquel idiota de lord Benrat había traído a tres seres que no podría controlar, y cuando se diera cuenta de ello sería demasiado tarde y moriría

Lo haré- añadí con un hilo de voz, cual cordero que ha oído de boca del granjero que entre en el redil para ser sacrificada

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22/01/2017, 20:44

VIII

La aparición de Carcajada rebajó la tensión del momento. Kargan la aprovechó para colocarse delante de sus compañeras.
—Es solo otro malentendido, esta vez no hace falta golpear a nadie —usó su mejor sonrisa. También estaba tenso. Habiendo cedido Áspid y estando Carcajada dispuesta a fingir que allí no pasaba nada Tristeza y Kargan no echaron más leña a aquel fuego. Si bien Kargan se preguntaba cuanto dolor sería capaz de aguantar un tipo como Colom.
—Entonces aclarado, se hará como se ha ordenado —informó Lord Benrat.
Colom no dijo nada, no buscaba un enfrentamiento aunque podía haberlo seguido. Aunque en vano, habían tratado de asesinarle. Su orgullo no estaba en la refriega, sino en dejar claro quien mandaba allí.
El albino abandonó el balcón. Con un solo gesto, que Colom recibió asintiendo con la cabeza de forma respetuosa, les puso a todos en marcha.
—El sol ha caído, es el momento —ordenó el Lord, sus nervios y dudas se habían disipado.

Al pie de la muralla, enfrente, la Grieta, un terreno árido, grisáceo y deprimente, salpicado aquí y allá por alguna mala hierba, sin alimañas. El sitio estaba pálidamente iluminado por la mortecina luz de la luna, dándole un aspecto maldito o sagrado, como de cementerio profanado. La torre ciega, en medio de su visión, parecía llenarlo todo. Entre las sombras y bañada por la lechosa luz parecía una diosa vetusta, incapaz de ver pero sí de sentirles.
Las fuerzas de Lord Benrat esperaban al pie de la muralla. Había una veintena de mercenarios, todos ellos veteranos, armados hasta los dientes, bien alimentados, bien pagados, pero escasos. Habían abandonado la torre del lord y la muralla, dejando a Thiaras del Este sin defensa. Era un ataque suicida. Junto a ellos había dos carros. No eran carros de combate, sino gruesos vehículos de techos abiertos para transportar paja. Su incorporación al ataque era un misterio.
Colom se movía entre los hombres, gastaba bromas sucias, disfrutaba de la excitación del momento, del instante previo al derramamiento de sangre. De cuanto en cuanto le lanzaba una mirada atrevida a Tristeza. Mulat, rígido como una estaca, lo contemplaba todo como el guardián silencioso que era. Lord Benrat se encontraba pasos por detrás de sus hombres. Como buen soldado, se unirían al ataque tal y como demostraba su espada en el cinto y su peto acorazado. A su lado, el albino, encapuchado, observándolo todo con aire aburrido, como si sus ojos hubieran visto mil ataques como aquel, millones de muertes, siglos enteros de guerras y batallas. Filando se encontraba a su lado, encorvado, sumiso, farfullando cosas. Palabras de elogio para el albino, y salmos que parecían formar parte de una misa.
Más allá de la Grieta y de la torre, se alzaba la muralla de Thiaras Oeste. Los hombres de lord Knebb estaban activos esa noche. Había patrullas tanto arriba como en el pie. Las antorchas, colocadas con intención, revelaban la posición de los defensores, armados con picas y rodelas, a su vez, ocultaban a otros. Áspid detectó varios vigías y arqueros, en sus torres, tras las almenas, amparados en las sombras. Algunos estaban medio escondidos, como si deseasen ser vistos. Otros solo serían descubiertos por un profesional.
Un suicido, aun teniendo armas de asedio, escaleras y torres y contando con cuatro veces más su número, aquello era un suicidio. No llegarían a la muralla. El lord se mostraba confiado. Tras él, la figura de garza del estratega parecía darle fuerza, aplomo.
—Comenzad —ordenó el Lord.
Tras él, el estratega hizo un leve gesto. Mulat se lanzó a la noche igual que un lobo devorador de hombres. Se perdió en la oscuridad a pesar de que los ojos expertos de las Moiras trataron de seguirle. Luego, durante unos minutos no ocurrió nada. ¿O sí? La muralla de Lord Knebb seguía llena de vida. Habían doblado la guardia. Esperaban el ataque, aquella noche. Otro motivo más para abandonar. Sin embargo, algo sucedía allí.
Áspid, que había detectado a un ladino tirador oculto en la torre más alta de la defensa se percató de que ya no estaba. Carcajada, que había contado el número de pasos que tardaba uno de los defensores en recorrer su tramo de la muralla, no volvió a verlo. A Tristeza le pareció ver una sombra, en lo alto de la muralla, llevando consigo a un mercenario, agarrado del cuello.
—Es la señal —dijo Colom —. Avancemos. Algo me dice que nos recibirán con los brazos abiertos.
Los mercenarios dudaron. Sabían, como las Morias, que aquello era una locura. Pero habían tratado con Colom en mayor medida. Su señor estaba allí y la presencia del albino también les afectaba. Igual que los pictos se veían enardecidos en batalla cuando uno de sus chamanes llevaba consigo uno de sus ídolos pagados, ellos se sentían contagiados de la fuerza de aquel hombre, de su serenidad y valor. Avanzaron, los carros a los lados, aún oculto su motivo.
Rodearon la torre. El aire a su alrededor era más frío que en el resto de la Grieta. Al cruzar aquel paso entre mundos sintieron que se estaban adentrando en un terreno que no pertenecía ni a Lord Benrat ni a Lord Knebb, ni siquiera a los hombres.
La sensación pasó pronto. Ya era visible la muralla de Thiaras Oeste, con su regia piedra, sus brillantes antorchas. Y su puerta abierta. No había mercenarios allí, solo cadáveres. Todos asesinados de la misma manera, sin armas, con el cuello roto o el cráneo aplastado. En la muralla reinaba el más pavoroso de los silencios. Las antorchas crepitaban, mudas y asustadas. En medio de la puerta de entrada se encontraba Mulat. No sudaba, no jadeaba, no había expresión alguna en él más que el rostro de la misma muerte.
Señaló arriba, y marcó un tres con la mano, luego a otro lado de la muralla, y marcó un dos. Tres y dos hombres corrieron allí a donde Mulat indicó. Finalmente el asesino señaló uno de los cuerpos que se encontraba cercano a la puerta, el de un grueso nemedio. Tenía el cuello dislocado y dos heridas pequeñas, sangrentes, en su cuello. Los mercenarios obedecieron y echaron el cuerpo al carro. Así, cuando el resto de mercenarios regresaron lo hicieron cargando con cuerpos, aún calientes, y con dos marcas gemelas en el cuello. También los arrojaron a los carros.
—Nuestro enemigo en el día será nuestro aliado en la noche —farfulló Filando, extasiado.
Colom hizo de avanzadilla. Había un grupo de cinco nemedios escondido en unos establos cercanos. Le cercaron, le rodearon y le atacaron, pero no lograron sorprender a Colom. Quedaba claro que eran soldados, acostumbrados a pelear junto, a apoyarse los unos en los otros. Usaron espadas y picas, y escudos de bronce que reflejaban la pálida luz de la luna. No tuvieron ninguna oportunidad. Colom les demostró que era más animal que bestia, saltando sobre sus escudos, arrancándoselos de sus manos mediante fuertes golpes de espada o con su mano libre directamente. Evitando las picas con agilidad y precisión, burlándose de los ataques combinados de los nemedios, riéndose de sus espadas.
En cuestión de segundos todo había terminado. Colom se alzaba sobre los cinco cuerpos de los mercenarios nemedios, sobre sus escudos abollados y sus picas rotas. Su espada apenas tenía sangre. Incluso alguno estaba vivo.
Empezó entonces un espectáculo aún más macabro. Colom se acercaba a los cuerpos y los mordía en el cuello con macabro placer. Sus ojos se encendían entonces, rojos, llenos de sangre que succionaba a través de dos gruesos colmillos. El “beso” apenas duraba dos segundos. Así, fue mordiendo a sus víctimas, las cuales parecían haberle agradado. Salvo la última. Nada más morderle escupió su sangre a un lado y maldijo.
—Fiebres, hay que tener cuidado, algunos de estos muñecos se acuestan con las putas equivocadas —sonrió, sus labios llenos de sangre, sus colmillos afilados como cuchillos.
Echaron los cuerpos al cuerpo y el ataque prosiguió. Ya resultaba casi evidente que podían tomar el palacio de lord Knebb aquella misma noche. Muchos de los mercenarios estaban horrorizados, otros daban las gracias por contar con esos monstruos en su bando. Todos se relamían pensando en el futuro saqueo. Los que eran lo bastante sensatos como para ver allí un peligro para sus vidas se sabían atrapados, pues el paso era cerrado por el albino, el señor de Colom y de Mulat. Y si bien la extraña pareja despertaba sus peores temores ¿Qué no sería capaz de hacer aquel extraño hombre de cabellos de plata?

Tomar la ciudad resultó relativamente sencillo. Mulat actuaba como el asesino perfecto. Recorría las calles como una bestia depredadora, invisible, silencioso, que asesinaba a los tiradores mejor situados, a los oficiales mercenarios de Lord Knebb, abría puertas, destruía barricadas, asesinaba mensajeros. Nadie sabía lo que ocurría en la ciudad. Los lugareños se encontraban en sus casas; las puertas atascadas, los postigos cerrados, deseosos de que terminase la noche, el ruido, el grito de los hombres, tanto de guerra como de muerte.
Colom era la avanzadilla. Cualquiera batalla a su lado se convertía en una carnicería. Los mercenarios de Lord Benrat se unían a él en la refriega, contagiados por su sed de sangre y de poder. Lord Benrat les había prometido que podían saquear el palacio de su rival y tomar a todas las mujeres que deseasen, salvo a las dos hijas del lord del oeste. Colom era brutal, no necesitaba de ayuda para reducir a polvo a sus rivales, pero disfrutaba del ambiente, igual que en una fiesta. Fueron tomando calles, plazas, puestos defensivos. Sufrieron solo dos bajas. Esos hombres, como tantos otros, fueron mordidos por Colom o por Multat y arrojados a los carros.
Lord Benrat estaba satisfecho. Organizaba a sus hombres con celeridad. Era un buen oficial. La batalla, más brutal que cualquier otra, no le amedrentaba. Como soldado, había visto cosas similares o peores. Había monstruosa esa noche pero bien sabe todo aquel que vive por el acero que los hombres también pueden comportarse como tales. No hacían prisioneros. Los carros se iban llenando con aquellos cadáveres que habían mostrado más pericia o fortaleza en vida.
El albino se mostraba aburrido. El derramamiento de sangre no ofrecía nada nuevo. Su escasa atención estaba centrada en el palacio. Solo habló una vez, para recordarle al lord que debía traer ante él a la hija de lord Knebb, a la que él llamaba la “hermana de la noche”. Filando, tras él, sonreía de forma aviesa, seguía farfullando, recitando salmos, poesías o lo que quiera que fuese aquella jerga malsana. La masacre parecía agradarle tanto como a Colom.

El palacio. Una oda al mal gusto; marfil y otro sobrecargado, aspecto barroco , espirales de mármol, cúpulas brillantes que ahora eran pálidas bajo el influjo de la luna, arcos dentro de arcos, columnas retorcidas con incrustaciones de plata. Mulat se preparaba. Entraría por una de las ventanas más bajas, a un piso de altura, y les abriría la puerta. No hizo falta. La puerta principal del palacio se abrió desde dentro. De ella surgieron docenas de hombres vociferantes. Más mercenarios, armados y dispuestos a vender caras sus vidas. Los hombres de lord Benrat cargaron con el mismo ímpetu, la misma sed de sangre. El destino de Thiaras se decidiría en ese patio. Colom afiló su sonrisa, Mulat se deslizó, igual que una saeta negra por la retaguardia del grupo de defensores.
Las Morias aún no habían estrenado sus armas.
El conflicto estaba servido. Lord Benrat les habló.
—Las puertas están abiertas. Id y buscad a las hijas de lord Knebb. No quiero fallos. ¿Entendido? —miró a Kargan, a quien tomaba por su líder, pero sobretodo a Áspid —. Después de este trabajo, tendréis tantas riquezas que no tendréis tiempo en vida para gastarlo.
Tras aquello el noble se unió a la batalla. Se tomaba la contienda con lord Knebb como algo personal. Participaría en su caída como uno más, la gloria sería suya también, y la victoria llegaría por su mano.

Notas de juego

Tomaré el control de Kargan hasta que Capi pueda volver.

Si tenéis alguna queja sobre vuestra dudosa compañía, echadle le culpa a Kurdrim. Tiene tenencia a atraer a los chupasangre.

Señores, Capi me informa de que deje su pj en stanby hasta que pueda volver. Tomaré el control de su pj hasta entonces. Por lo demás, seguimos.

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27/01/2017, 00:30
Carcajada

A sus espaldas, Lord Benrat, Filando y aquel hombre. El estratega. Curioso epíteto para acompañar a su nombre ausente.

Carcajada podría haber hecho honor a su nombre. Solo la acritud de su humor impidió que la risa escapara de su garganta. Hubiera sido una risa ácida, breve, demasiado seca, desprovista de regocijo. Adecuada para sus labios, aunque demasiado abrupta.

Escuchando a Lord Benrat dar órdenes, se preguntaba el sentido de haberlos enviado al oasis. Aquel trío podía haber escapado de cualquier emboscada que Lord Knebb hubiera preparado contra ellos. A menos que el señor rival supiera tanto como su patrón.

Las Moiras se mantuvieron atrás; su tarea esa noche no era combatir. Para una muchacha que había crecido en el seno de una compañía libre, no había belleza en aquella reyerta. Los soldados eran mozos pasando la escoba mientras los carniceros del albino trabajaban.  No hubo lugar para tácticas inteligentes, ni elegantes movimientos de hombres. Solo brutalidad y eficiencia.

Y desesperanza, pensó, al ver el lúgubre contenido de los carros. Aquella matanza bien podía ser la primera de muchas por venir.

¿Es eso lo que me ofrecía? ¿Exaltación violenta? ¿Gozo salvaje? El secreto de la sangre, lo había llamado. ¿Era de su sangre de la que procedía tal poder? Le había extendido el dedo abierto y lo había rechazado. Tenía que haber algo más, no tenía sentido. La sangre tan solo era un medio de transporte; lo había comprobado en cuerpos descarnados. ¿Lo ves? ¿Lo ves? Insistía el estigio, trazando con los dedos los caminos que la transportaban a cada músculo, cada órgano.

 

El camino al palacio estaba expedito. Los soldados habían cargado contra los restos de los hombres de Lord Knebb, que sin duda desconocían la naturaleza de los monstruos a los que se enfrentaban. Su momento había llegado, y no había tiempo que perder. Miró a sus compañeras de hito en hito buscando confirmación para avanzar.

No podemos registrar el palacio por completo, expuso en voz baja mientras se internaban el el palacio. Encontremos a un sirviente o esclavo al que preguntar por nuestro objetivo. Antes de que el pánico aferre el corazón de Lord Knebb, si la fortuna nos acompaña.

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28/01/2017, 08:50
Tristeza

La tensa situación que había entre Colom y Aspid se desarrolló de una forma inesperada para Tristeza. Se dedicó a mantenerse quieta y de pie, era sorprendente la fuerza que gastó para hacerlo. No echó a correr porque le temblaban las rodillas y dudaba que podía dar un paso sin caerse. Su mente ni siquiera era capaz de formular preguntas sobre lo que había pasado, lo que ella misma había visto. El miedo fue enseguida acompañado por desilusión. Su mayor placer era matar, pero ese… ser diabólico no parecía dispuesto a morir. Su sonrisa congelada sobre su cara horrorizada se convirtió en asco. No sintió nunca atracción alguna por el hombre, pero ahora sus ojos sabían la razón.

En cuanto vio a su hermana respiró, hasta entonces hasta los pulmones rechazaron cumplir con su simple función. La tensión se disipó con los preparativos para salir y cumplir la misión. La asesina dudaba que iba a acabar con vida la noche. La muerte la iba a acechar por todas partes. La misión era suicida y los aliados, inmortales asesinos. Tris sonrió aliviada a su hermana, al parecer el albino tenía simpatía hacia ella, ojalá fuera lo suficiente para conservar su vida.

Su caballo parecía tenerle miedo a algo también. La tensión de la noche pesaba sobre todo aplastando incluso la sencilla voluntad de su corcel. El animal estaba acostumbrado a la sangre, a los ruidos y olores de una batalla, pero la silenciosa matanza que hizo Mulat lo hacía asustadizo.
La rubia hizo un esfuerzo para entender lo que estaba pasando, pero su mente se negaba a comprender cómo un solo hombre pudo hacer eso. Ella había matado a mucha gente en la oscuridad y el silencio de la noche y al final estaba agotada y exaltada. Una situación similar y sin embargo totalmente distinta.

Llegó el momento de empezar el trabajo que les habían encargado y la chica no tardó ni un momento en alejarse del resto y unirse a las Moiras. Evitaba mirar a Mulat, Colom y sobre todo al estratega. El cuerpo ya no le temblaba, las manos agarraban con firmeza el mango de las hachas. Ahora su atención estaba dirigida a su hermana. Asintió con la cabeza y se adentró en el palacio.

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28/01/2017, 10:21
Aspid

Nadie dijo nada, ni hizo nada, ante la revelación de que aquellos tipos eran inmortales al menos en apariencia, como si fuera de lo más normal. Sin duda el viejo arrugado que seguía al albino como su sombra lo sabía... y apostaría a que Lord Benrat también. ¿Y la mujer?¿Sabría ella de la clase de mercenarios que había contratado su marido?

Sea como fuere no teníamos nada que hacer ni decir. Lo que aquellos tres quisieran se haría so pena de muerte, tal era su forma de solucionar los asuntos, era evidente, con lo que no quedó otra que acceder a seguirlos

La entrada a la ciudad enemiga, de otro modo difícil sino imposible para tantos como íbamos, se convirtió en lo que parecía un juego para Mulat. Aquel tipo, silencioso y letal, demostró unas capacidades innatas para asesinar sin hacer ruido que me dejaron anonadada y, al mismo tiempo, horrorizada. No por el hecho de matar en sí, no era la primera vez que veía como morían varias personas una tras otra... pero de aquella manera, tan despreocupada, tan rápida, tan... sobrenatural.

En el interior, con Colom desatado, el asunto no mejoró lo más mínimo y se demostró como aquel animal era un carnicero despiadado e inclemente. Se hacía evidente que disfrutaba con aquello de un modo malsano y trataba a los soldados enemigos como a niñ...¿¡Pero qué narices!?

¿Les mordía el cuello?¿¡Les chupaba la sangre!?¡¿Qué criaturas eran aquellas que habíamos conducido hasta aquel lugar!?

Aquello me daba muy mala espina, en especial cuando empezaron a acumular en los carros que llevaban a quienes habían mostrado mejores cualidades para el combate. Miré a mis compañeros y me mordí la lengua para no hablar; aquello se estaba complicando por momentos. Lo mejor era acabar el trabajo cuanto antes y largarse lo más lejos posible antes de que aquellos tipos decidieran que ya no les éramos útiles y decidieran alimentarse con nosotras

Démonos prisa y acabemos rápido. Me sentiré mucho más tranquila cuando estemos lejos de aquí, con los bolsillos llenos y el sol sobre nuestras cabezas- dije recordando que el astro rey parecía ser lo único a lo que temían aquellos tipos

Sin más dilación me tapé el rostro, me aseguré de que mis dagas estaban nuevamente impregnadas en venenos letales y me escabullí por un lateral, eludiendo el combate, con la clara intención de buscar una entrada secundaria a la torre del lord enemigo. Si lo veía todo perdido podría intentar escapar cual rata cobarde en vez de enfrentar su destino; allí lo esperaría

Yo entraré por atrás, o por alguna ventana lateral. No podemos fiarnos que no vaya a escapar por algún acceso secundario u oculto. Buena suerte

Notas de juego

Por el momento actúo como si no supiera qué son exactamente el trío de chupasangres... si hay historias populares o conocimientos históricos que podríamos saber o relacionar avisa para actuar en consecuencia e ir hilvanando el tema para relacionarlos con lo que son

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29/01/2017, 13:28

Los hombres de Lord Knebb chocaron contra los hombres de Lord Benrat. Al frente de la resistencia, un shemita de afilado bigote y un gigante pelirrojo. Colom los cortó como si fueran papel. Los hombres de Benrat aguantaron el primer contacto, respondieron. MulaT se deslizó por detrás. Era terrible verle ejecutar su oficio. Preciso como un cirujano, golpeaba aquí y allá, sin ser visto, sin ser percibido, una sombra fugaz de una letalidad pasmosa.
Las Morias aprovecharon el choque para deslizarse dentro del palacio, igual que algunos hombres de Benrat. Aquello iba a ser una masacre, aún no se sabía en cuál de los bandos. Pero la sangre iba a correr. Áspid se desligó de sus compañeros, buscaría otra entrada. Las hermanas siguieron juntas con Kargan quien, pendiente de la batalla, no había visto desaparecer a su compañera.
—Odio cuando hace eso —masculló antes de seguir a las armas.

Notas de juego

Todos podéis tirar por 2D8 para averiguar algo sobre los extraños sucesos que estáis viendo (creo que nadie tiene ninguna habilidad relacionada con conocimientos paranormales). Carcajada puede tirar 3D8 ya que tiene historia y quizás haya oído algo referente a tales seres. Dificultad; 15.

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29/01/2017, 13:29

Trepar por la fachada de un palacio tenía su complicación. Las paredes solían ser lisas, sin hendiduras donde meter los dedos o clavar una daga. Irónicamente una muralla, que servía como defensa, era más escalable que un palacio. Por fortuna para Áspid el lord de Thiaras del Oeste había decorado su palacio tanto por dentro como por fuera. Gárgolas de dudoso gustos, querubines dorados, cúpulas que aún en la noche despedían destellos de oro, relieves con forma de flor, escudo o gota de agua. Mil y un recovecos donde asirse, donde plantar los pies, columpiarse o esconderse. Áspid era una sombra fundida con la noche.
Decidió no entrar por la primera ventana que encontró, demasiados mercenarios. La siguiente daba a un pasillo. Pasos en la cercanía, imposible no verla si se adentraba en palacio. Evitó la tercera, en la que había un vigía. Paseó por el techo de tejas doradas, se ocultó detrás de una esfinge con rostro de hombre cuando un celador oteó desde su punto de vigilancia, siguió subiendo, trepando.
Puso sus pies en el interior del palacio. Hasta ahora el interior del palacio que había visto estaba decorado de forma fastuosa y derrochadora, como si su dueño quisiera demostrar que sus arcas estaban bien llenas. Tapices de grandes dimensiones, jarrones y antigüedades, armaduras, vitrinas con cuberterías, armas o joyas, colecciones de incalculable valor. El pasillo en el que penetró carecía de todo eso. Era austero y únicamente había dos adornos sobre su suelo de mármol; dos bustos de dos general de renombre.
Se pegó a una columna cuando escuchó voces.
—¡Señor, Oggo nos pidió que…! —decía un estigio de marcado acento.
—Sé lo que os pidió, peor yo soy vuestro señor. Idos —pidió una voz, inflexible y cansada.
—No podemos hacer eso, somos su escolta —volvió a decir el estigio.
—Haréis lo que os ordeno. Dos de vosotros son suficientes para guardarme. Al resto os quiero en los pasillos, en las posiciones defensivas. Hacéis más falta allí abajo que aquí arriba. Así que corred, ¡Vamos!
Áspid echó un vistazo rápido. Quince hombres. Uno de ellos era orondo, de largo bigote y cabellos negros. Portaba una cota de malla y un hacha que habían conocido tiempos mejores; la indumentaria de un señor de la guerra. Lord Knebb daba órdenes a sus hombres. Áspid se pegó a la pared cuando doce de los mercenarios pasaron a paso vivo por su lado. Volvió a echar una ojeada, solo quedaban tres. Dos escoltas y el propio lord.
Malhumorado, el lord se sentó en un grueso trono de mármol y pieles.

Notas de juego

*El pasillo termina en la sala del trono. Si avanzas en esa dirección habrá que tirar por sigilo o similares para ver si te detectan o no. Los mercenarios que has visto van hacia abajo mediante una escalera de caracol, no te es difícil llegar a ella sin ser visto.

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29/01/2017, 13:29

Las dos hermanas iban primero, las armas enarboladas, los sentidos alerta. Kargan, tras ellas, inspeccionaba con ojo de halcón cada estancia, cada pasillo. El arco en sus manos buscaba sangre que derramar. Se mantuvieron juntos, en silencio, recorriendo las fastuosas salas del palacio de Lord Knebb. Quedaba claro que la Thiaras de su enemigo era la más rica, pues los salones estaban engalanados con fuentes de mármol, estatuas de piedra blanca, tapices bordados con hilo de oro y plata entretejida, alfombras de fina seda de Kithai y mil y un ornamentos más, a cada cual más llamativo y ostentoso. Lord Knebb no había reparado en gastos. Vivía como un sultán de Offir.
Subieron alguna escalera, atravesaron un fumadero, dos cocinas, una pequeña despensa y largos pasillos. En sus correrías, no encontraron oposición. El grueso de los hombres de Knebb había salido por la puerta principal, cargando en un enérgico ataque. Sin duda deseaban aprovechar su mayor valor numérico para rodear a sus enemigos. El número, como sabían, poco les serviría contra los secuaces del albino. Y los carros se llenarían.
Se cruzaron con varios criados. Una muchacha de pies descalzos logró darles esquinazo, no así un orondo copero. Le apresaron y le preguntaron por el paradero de las hijas de Lord Knebb.
—No diré nada pese a que me cuesta la vida —desafió el hombrecillo.
—Te costará, ya lo creo —digo Kargan sacando un estilizado cuchillo de entre su pequeña colección, uno que cuya finalidad no era el asesinato sino otra más divertida —. Pero antes sufrirás, te lo garantizo.
Hubo algo en la mirada de Kargan que el copero no pudo afrontar. Había en él una psicopatía que rozaba la locura. Y placer. Placer en el sufrimiento, como si esperase que el hombre se negase para poner en práctica sus artes. Cedió.
—Arriba, al final del pasillo. Cinco hombres la custodian.
Dejaron atrás al copero, subieron con tiento por una escalera que giraba, engalanada en escarlata, con barandillas de marfil y mármol. Otros tres hombres de Benrat se les habían adelantado. Vieron el pasillo, un corredor que giraba, con columnas a los lados, estatuas y jarrones de loza. Al final, una puerta abierta que torcía con el pasillo. Los tres lo vieron claro “Demasiado fácil”. Se apostaron contra las columnas y esperaron a que los tres hombres de lord Benrat, más impetuosos, recorrieran el pasillo. Se debían creer inmortales, intocables por la muerte dado la facilidad con la que habían tomado las calles del Oeste y penetrado en el palacio del lord rival.
En la puerta vieron asomarse una figura. Era un niño grande, o un hombre muy pequeño. Apenas fue un parpadeó, pero asomó también un pequeño arco y derribó al primer atacante. El segundo, quien había tomado su escudo, fue derribado mediante otro certero disparo, este le atravesó el cráneo. El escudó quedó rodando por el suelo. El tercero intentó buscar refugio tras una de las estatuas pero el arquero, muy rápido, incrustó una flecha en su costado, haciéndole rodar y matándolo en cuestión de segundos. La enjuta figura volvió a esconderse.
Kargar, el tirador de las Moiras, había hecho amago de disparar, pero el blanco había sido fugar y muy pequeño.
—Muy rápido —indicó Kargan —. Un enano, o un pigmeo. En las selvas se cuentan por cientos, no me extraña que alguno haya llegado hasta aquí.
Pasaron unos segundos cortados por la fría brisa de la noche. El pasillo, medio en penumbra, e iluminado por la pálida luz lunar, poseía un aspecto macabro. Un corredor mortuorio. Antes de que pudieran pensar en cómo recorrer la distancia que les faltaba, Colom llegó.
Lo hizo tras ellas, una figura rápida y esbelta que tenía las comisuras de los labios y el mentón cubiertos de sangre. Se movía igual que un tigre al acechó. Sonrió a Tristeza, de forma brusca. Vio la habitación y los cadáveres.
—Atrapad a la hija del Lord, yo me ocupo del resto.
Él no se escondió. Avanzó por el centro del corredor marcando bien los pasos. De no haber querido, no se le habría escuchado.
El pigmeo se asomó de forma fugaz y lanzó una flecha. Colom la interceptó en el aire, la quebró con la mano y la arrojó a un lado. La fantástica escena se repitió dos veces. La mano libre de Colom resultó invisible, fugaz, una sombra aferrando las pequeñas flechas. Soltó una carcajada, un eco del pasado, estremecedor, velado, que escondía tonadas de la muerte igual que la campana que tocan los muertos en sus criptas. El arquero no volvió a asomarse. Si lo hicieron dos cabezas más, curiosos sin duda de saber quién era el mal que se acercaba.
—¡Bu! —les saludó Colom, divertido, la matanza le estimulaba.
Siguió avanzando, en solitario. Elevó la voz, una amenaza, un tono hiriente que apretaba sus corazones y tendía un lazo corredizo sobre sus almas mortales.
—Solo quiero a la chica. Es un bocadito delicioso. ¡Niña! ¡Mi amo te espera! ¡Y con él; tu destino!

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01/02/2017, 22:05
Aspid
Sólo para el director

Atrás quedó la matanza indiscriminada, digna de los carniceros que eran aquellos seres por mucho que habían dicho lo contrario. Aquello no era una batalla, era una ejecución en masa; no veía como a alguna de mis compañeras podía gustarles algo tan primitivo y sangriento como aquello...

Despejé la mente y me ceñí a mi idea original. Buscar a las hijas del lord enemigo y descubrir cual era la auténtica.

Empecé a escudriñar los alrededores, buscando apoyos y asideros válidos para empezar a trepar percatándome del "arte" que decoraba la fachada de aquella torre, tan atiborrada de estátuas, figuras y frisos que un niño podría haber alcanzado la cima sin demasiado esfuerzo. Torcí el gesto en una mueca de desagrado. Aquello le quitaba emoción al asunto pero no sería yo quien rechazara semejante facilidad para llegar hasta mi objetivo.

Empecé a ascender mientras una duda me asaltaba la cabeza ¿Por qué quería justamente a la hija de lord Knebb? Normalmente se buscaba a alguien así como moneda de cambio, o medida de presión, para obligar al enemigo a ceder terreno o incluso rendirse pero ¿ahora? La ciudad caería en cuestión de horas a lo sumo, no había salvación posible para aquellos idiotas ¿qué oscuro motivo movía al albino a querer justo a aquella chica?¿qué tenía de especial?

Pero todas las preguntas quedaron tras un velo cuando los sonidos de los guardias llegaron hasta mi posición suspendida junto a una grotesca gárgola de nariz protuberante.

El grupo más nutrido descendería por la escalera de caracol mientras arriba solo restaban lord Knebb y sus dos guardaespaldas ¿y sus hijas? Tal vez estuvieran con él, ocultas o encerradas en alguna habitación contigua a la que solo se podía acceder pasando por encima de aquellos tres hombres.

El resto ya habían desaparecido escaleras abajo, no había tiempo que perder... Colom y Murat darían cuenta de todos ellos en pocos minutos, si acaso mis compañeras no los abatían antes. Sopesé rápidamente las opciones; bien podría enfrentarme a aquellos hombres. El primero caería rápido, sin saber siquiera que había pasado. Los otros dos serían un asunto más serio ... y aun quedaría descubrir donde estaban las hijas.

Me introduje por el hueco de la ventana, tranquilamente, de forma calmada y con el gesto serio.

Ya era hora de que se largaran. Ahora podemos hablar- dije sin más, enseñando las manos con las palmas abiertas para que vieran que no tenía intención de ataca. No al menos de momento - No hay mucho tiempo, así que callaos un momento y dejad que os diga una verdad terrible

Me acerqué un poco, pero no tanto como para quedar dentro del alcance de sus armas, siquiera si dieran unos rápidos pasos hacia mí.

Váis a morir. Todos. No hay nada que podáis hacer para evitarlo; podéis resistir más o menos, pero cuando "esos" seres lleguen aquí no habrá salvación posible... lorb Benrat a pactado con ... no sé qué son, pero son capaces de matar a tus hombres como si fueran niños- dije con total sinceridad - Había dos hombretones en la puerta, un shemita de afilado bigote y un gigante pelirrojo. No han durado ni un minuto los dos juntos... el resto no está teniendo mejores resultados. Son tres, pero solo dos de ellos han entrado en combate. Su líder, un hombre albino y de un poder oscuro que no puedo, ni quiero, imaginar los están enviando hacia aquí en estos momentos en busca de algo muy concreto. Tus hijas. Concretamente a la que realmente tu hija... yo puedo salvarla, a la verdadera, solo puedo evitar el fatídico final de una de ellas... del resto no puedo hacerme cargo

Le dejé unos segundos para que sopesara aquello que había escuchado; antes de que rompieran el momento, añadí mi alegato final

Ahora os preguntaréis ¿Y por qué estoy aquí, ofreciéndote mi ayuda? Fácil. Soy una mercenaria, una asesina... no una seguidora de poderes oscuros. Ese hombre, lord Benrat, está tan desesperado que ha pactado con unos seres que acabaran por llevarlo a un punto de no retorno al que no quiero acompañarlo. Esos seres son... malvados. No porque maten gente o disfruten haciendolo. Es por lo que son. Todos tenemos un credo, unas creencias. Yo incluída. Y lord Benrat lo ha traicionado. Me ha empleado como a una simple mensajera, una niñera. A mí ¡Soy una maestra en mi artes y me ha relegado a un segundo plano de inactividad solo para traer a esos monstruos!- serené el tono, el anzuelo estaba lanzado, solo faltaba que picaran

Matan a la gente y les chupan la sangre. Los acumulan en carretas. No se que final tienen pensado para tu hija pero dudo que sea bueno... esto huele a magia negra, o algo peor. Reniego de tales artes, de semejantes prácticas y de esos seres malignos. Me marcho, pero antes quiero devolverle la jugada a ese ególatra de lord Benrat ¿Quiere darle al líder de esos monstruos, como premio, a tu hija? Lo evitaré y, con suerte, se topará con la cruda realidad de sus nuevos aliados. Que son unos seres despreciables y que lo matarán cuando deje de ser útil

Aguardé, ahora sí en silencio. Esperando el veredicto de lord Knebb... si aceptaba, y me decía dónde ocultaba a su hija verdadera, habría ganado una importante batalla sin siquiera desenfundar una daga. Si se negaba... tocaría eliminar a sus guardias primero y luego encargarse de él.*

- Tiradas (1)

Notas de juego

*Tal cual dijera que se niega lanzaría un puñal a cada uno de los guardias, directo al cuello, con la clara intención de matarlos pero, además, saldría corriendo hacia uno de ellos (el más acorazado) nada más realizar el lanzamiento para matarlo en caso de que la daga no hubiera cumplido su función buscando clavarle la daga oculta en el antebrazo en pleno rostro para poder encarar al otro con más garantías.

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02/02/2017, 22:11
Carcajada

Mientras observaba cómo la silueta de Áspid se alejaba en la oscuridad, Carcajada se preguntó si tenía algún sentido tal maniobra. Desconocían por completo tanto la distribución del palacio de Lord Knebb como la situación de las habitaciones de sus hijas. Consideraba más probable que las muchachas trataran de huir por un pasadizo oculto, o incluso que el caudillo sacrificara a su prole. Al menos la división en dos grupos incrementaba la posibilidad de que el azar los pusiera en el camino de sus objetivos.

No fue necesario tocar al sirviente al que atraparon para que confesara. Kargan no necesitaba fingir para demostrar lo que sentía ante la perspectiva de la tortura, su voz, su mirada, todo su lenguaje corporal gritaban la anticipación de su gozo. El arquero, sin embargo, carecía de la sutileza y precisión de Carcajada en tales menesteres.

Tres de los hombres de Lord Benrat cayeron ante uno de los guardianes de las princesitas. Un individuo diminuto, veloz y mortífero con su arco, escudado tras el portal, intocable. Si querían alcanzarle sin caer ante sus flechas, necesitaban un parapeto móvil. Carcajada se disponía a buscar uno en las habitaciones cercanas cuando la siniestra silueta de Colom se dibujó en el pasillo.

El monstruoso hombre se adentró en el pasillo sin vacilación. Los letales virotes del enano eran para él como juguetes inofensivos. No era complicado predecir el destino del arquero y el resto de guardaespaldas que lo acompañaran.

Hizo un gesto a Kargan. Intercambió una mirada con su hermana. Acabemos con esto.

Abandonó el refugio y siguió la estela del carnicero.

- Tiradas (1)
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04/02/2017, 21:10
Tristeza

Aspid se fue y el resto entraron en la torre. Tristeza intentaba no distraerse con todas las riquezas que había por todas partes. Por fin alguien más compartía sus gustos. Por un momento hasta se arrepintió por estar contratada por el otro bando, le habría encantado vivir aquí. Luego recordó la matanza que tuvo lugar unos momentos antes y un escalofrío le hizo centrarse en la misión que tenían que cumplir.

Obviamente había que subir escaleras, no tuvo más remedio que seguir al grupo y morderse la lengua con cada paso. Lo primero que haría en ese lugar sería derribar esas diabólicas estructuras, luego puede que no sería un lugar tan terrible para vivir unos meses.

Alejó esos pensamientos, primero habría que sobrevivir a esa noche. El copero que se encontraron tenía el mismo deseo, sobre todo después de que Kargan le dedicó su más encantadora sonrisa, esa que hacía humedecer los ojos de miedo y secar las bocas. El hombre podría ser útil cuando quería.

Por suerte dieron con las habitaciones de las chicas, o eso parecía. La asesina no pudo evitar la risa cuando el arquero raro empezó a matar a los demás hombres del lord Benrat. No era el momento más apropiado, pero la chica se lo iba a pedir como recompensa. Era increíble como alguien de apariencia tan inofensiva acabó siendo tan mortal.

Calam le fastidió la diversión cuando sus ojos se cruzaron y la rubia lo siguió resignada. Las flechas no llegaron ni a hacerle cosquillas. Así no molaba trabajar. Si no se libraba de ese hombre iba a acabar siendo gorda e inútil. Se sentía como una leona enjaulada a la que le quitan la oportunidad de cazar y le tiran cachos de carne cada día. Sin muchas ganas miró dentro de la habitación. Solo quería acabar cuanto antes esa ridícula misión.

- Tiradas (1)
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05/02/2017, 01:22

XI.

La aparición de Áspid en la sala del trono activó a los mercenarios que custodiaban a Lord Knebb. Los aceros entonaron una canción de muerte que murió antes de ser escuchada.
—Alto —ordenó lord Knebb. Aún obeso y fornido, cubiertas sus caras sedas con una malla de acero, se apreciaba en él no solo el lujo y la gula, sino también el señor de la guerra que había sido antaño, dado a conseguir lo que deseaba mediante la fuerza de sus brazos.
Escucharon. Lord Knebb solo le interrumpió una vez.
—¿Vienes de parte de ella? —la pregunta quedó en el aire, Áspid no sabía a quién se refería el lord —. Envié unos hombres al oasis para detener a ese…”estratega”. Fallaron, no le encontraron. En su lugar, si encontraron muerte. La de los bandidos y pillos que deberían llenar el oasis. Sus cuerpos estaban…secos. Si les hubiera escuchado. Trataron de advertirme pero no le escuché —maldijo, cerró el puño, tenso, concentrándose en sus divagaciones. Los dos perros mercenarios no le quitaban los ojos de encima a la asesina —. Mi hija —masculló, la preocupación, la honda preocupación de un padre llenó sus bulbosas carnes —. Mis mejores hombres cuidan de ella. Tienen órdenes de huir, de llevarla lejos. Tú no les alcanzarás igual que Él no les dará alcance.
Confiaba en ello. Lord Benart era un soldado que había preferido usar las malas artes para vencer una guerra que no podía tomar por la espada. Lord Knebb había sido un bribón, un hombre nacido por y para la guerra, disfrutaba del lujo a pesar de que su alma siempre estaría atormentada por los errores de su pasado. Había algo en él diferente a su patrón y era respeto. Por sus hombres, por sus mercenarios. Perros de la guerra. Queridos por él como sus soldados, sus leales hombres. Confiaba en ellos. Confiaba en que ellos sacarían a su hija de allí igual que un rey confiaría en sus nobles caballeros.
—Eres una maestra asesina. ¿Cuánto quieres por matar a ese “estratega”? ¿Podrías o la magia te asusta? —no era un reproche, tampoco un desafío. Entendería su temor a lo desconocido, a él le pasaba igual —. ¿Y por matar a Benrat? Me gustaría matar a ese perro traicionero con mis propias manos. Pero si fallo me gustaría que lo matases. Di un precio. Aún sigo siendo el señor de este palacio. No hay nada que no pueda conseguirte.