Partida Rol por web

Me acerco a Brúnil, y cuando monta y emprendemos el camino de nuevo, a la orden de DeValin, le hablo con preocupación.

-Sabes que tengo esas sensaciones, esas impresiones con la gente. Pues lo que vi, hermano, nunca antes lo había visto. Y no pude llegar a él, era realmente un demonio...

Me estremezco, y le miro. Me devuelve la mirada cargada de ternura y cariño.

Avanzamos en silencio...

¿Una ave negra y gigante que no ataca? Deben estar locos todos, el agua del mesón o alguna cosa estaría envenenada... pero... yo también sentí ese tremendo ruido, también vi algo que parecia al aleteo de un ave entre las ramas... ¿qué sería? ¿qué está pasando?

Nhadia asaltado por las dudas cabalga al lado de los demás, callada una vez más, y vigilada... sin posibilidad de escabullirse en la espesura del bosque... aunque por su cabeza ya no pasan el huir, sino todo lo sucedido...

¿Será una trampa? seguro que sí, sea lo que sea nos esperará... Los animales e incluso las personas cuando se ven amenazados atacan...

El robusto joven no supo que contestar a su hermana. Mantenía la mirada fija en la cabeza de su montura, justo entre la orejas, y meneaba la cabeza de lado a lado como lamentándose.

-Cuanto más lejos mejor, hermanita. Cuanto más lejos mejor - la cadencia y el volumen de su voz se fue reduciendo hasta convertir las últimas palabras en tan sólo un murmullo.

Seguían avanzando bajo la lluvia, horadando el barro del camino y la tierra allí donde el grupo de jinetes debía apartarse del mismo para evitar una acumulación de agua especialmente profunda.

El silencio volvió a arroparles, sumengiéndoles en un frío estado de soledad.

Avanzaron durante media mañana, tras el incidente de la criatura alada, cuando precisamente evitando una de esas acumulaciones de agua en el camino toparon de forma inesperada con los dos soldados de avanzadilla que DeValin había enviado por delante del grupo. Se habían detenido para enseñar algo a su capitán.

Uno de ellos llevaba en sus manos un escudo redondo metálico de buena manufactura. Estaba cubierto de fango, pero lo habían limpiado con un poco de agua y no resultaba dificil observar el blasón que lo coronaba: Una Montaña Nevada sobre la que cruzaba en primer plano un Águila Real.

No fue necesario recurrir a sus conocimientos de heráldica de Maese Deliambert para identificar el emblema, pues era muy conocido por estas tierras: pertenecía al Conde de Rishford, señor del castillo de Umrad.

En ese instante, un extraño olor llegó hasta ellos y despertó su curiosidad. Se trataba del inconfundible hedor de la carne quemándose, una hoguera que seguramente estaría siendo maltratada por la lluvia y humeaba más de lo que en justicia le correspondía. Un rápido vistazo a su alrededor levantó en el grupo todas las alarmas. Había varios objetos desperdigados por el claro que se correspondían con una batalla muy reciente. Aunque las huellas habían sido eliminadas por la fuerte lluvia, el rastro no daba lugar a dudas.

Un ligero cambio en el viento les permitió identificar el origen del humo. Procedía de una zona oculta a su vista, tras unos árboles.

El acoso al que le sometían era sofocante y muy pronto empeoraría, pues Ayron pudo observar en el límite de su campo de visión como los compañeros de quienes ahora le atacaban estaban dando un rodeo para cortarle toda posible ruta de escape.

Volvió su mirada al frente justo a tiempo para detener el hacha que se precipitaba sobre él en una trayectoria descendente. A continuación se inclinó y pasó bajo otros dos ataques dirigidos contra su cabeza, reservando tiempo incluso para dirigir un golpe con la parte plana de su espada hacia el brazo de uno de sus enemigos.

Había salido indemne del primer embite, no obstate Ayron sabía que esta situación no podía prolongarse durante mucho tiempo. Antes o después era inevitable que la fatiga o el número de sus atacantes acabasen con él.

Un sonido que no pertenecía al combate llegó hasta él. El relinchar de un caballo. El sonido de sus cascos al galope. A sus espaldas, arriba en la colina.

Los movimientos se producían de forma casi instintiva, hecho innegable de años de entrenamiento y combates sangrientos...sin embargo no quería matar a aquellos rivales, aunque no tenía ningún motivo para que le importara, excepto que no le gustaba segar la vida de hombres que sin duda no eran soldados.

Pero aquello no podía durar, eran demasiados y eso inclinaba la balanza a favor de la chusma, por mucho que fuesen poco diestros en el uso de las armas...antes o después no conseguiría evitar uno de los golpes, y tras ese vendrían muchos mas....tenía que reducir el número de enemigos...ya lucharía con su mi conciencia después.

Un imperceptible giro en la muñeca y ya tenía las espadas preparadas para darles el uso para el que habían sido creadas....el próximo golpe que diera sería mortal, los juegos se habían acabado.

Escuché un sonido a mi espalda, un sonido conocido...el piafar de un caballo....¿amigo o enemigo?...no podía saberlo, ni tan siquiera podía volver el rostro para comprobarlo, pues si perdía de vista a aquellos que me atacaban, seguramente no sería lo único que perdiera.

Afianzé los pies firmemente en el suelo y esperé la siguiente andanada de golpes...que fueran ellos los que vinieran a por mi, y les recibiría con el frío filo de mis espadas.

Todo apuntaba a que ante el suelo que ahora pisaban se había producido un combate recientemente, los restos desperdigados por la hierba eran fiel reflejo de ello, así como el escudo embarrado que portaban los soldados de De Valin.

El olor a carne quemada y el humo invadió a los presentes, desvelando su origen allá tras unos matorrales.

Conteniendo sus ansias por descubrir que ardía tras ellos, debido a la reciente experiencia vivida en la que su grupo había sorprendido a una criatura de la oscuridad, Mélegat se limitó a mirar al capitán en busca de órdenes que cumplir...o de las que escaquearse.

-¿Qué hacemos capitán?

-¡Por todos los dioses! ¡hay que ir a ver! ¡Puede que alguien aún esté con vida! No me gusta lo que veo, y menos aún lo que imagino...

Pero Illianna no tiene fuerza moral para adelantarse y mirar. No, está demasiado aterrada con lo que ha visto, y con la imagen que tiene en su cabeza acerca de lo que puede estar ardiendo, como para tomar ninguna iniciativa.

¡Atajo de cobardes, están como para librar una guerra!

- ¡¡¡Que os calléis!!! Sin duda con vosotros el factor sorpresa... queda descartado.

La muchacha desmonta del caballo que le habían cedido los criadores y ata las riendas a un árbol cercano, sacando su daga, avanza con sigilo hacia un lado de los matorrales, ignorando cualquier orden, hace uso de unos instintos felinos harto desarrollados.

Dammeryn hizo que su corcel diera una vuelta completa, y fijó sus ojos tanto en la vegetación como en el cielo, pues ahora incluso de allí podía llegar la amenaza. Desenvainó y notó el frío del acero cerca de su rostro, pugnando por el ardor de su brazo listo.

No habló, como no hablan los soldados hasta que la amenaza se vuelve guerra.Dirigió la atención de DeValin hacia la impetuosa Alexandra. Con un leve taconazo y un ligero bufido del caballo pardo se adelante hasta llegar a la altura de la mujer. Los gritos desnudaron el silencio. Ahora ya no valía de mucho ser cauteloso, sino tener las ideas claras.

Esperando estar guardado por sus compañeros, el soldado se acercó a la posición de Alexandra para guardarla a ella y ver desde su posición alta lo que podía anteponerse a ellos. El escudo listo con la mano en la rienda y la espada libre en el otro lado, dando el cuarto de flanco que establecen los manuales y la experiencia.

El Capitán DeValin espoleó a su montura y se dirigió hacia la arboleda tras la que se podía percibir el origen del humo.

-¡Vosotros conmigo! La otra mitad aquí. Estad atentos - los soldados se movieron al unísono siguiendo las órdenes del oficial, aunque miraban inquietos a su alrededor esperando que en cualquier momento algo saliera de entre la espesura y se lanzara sobre ellos.

Cuanto más recorrían aquel terreno más convencidos estaban de que allí había tenido lugar una batalla, quizás un enfrentamiento no muy numeroso, pero con toda seguridad sí muy reciente, puede que tan sólo unas horas antes.

Tras superar una linea de árboles bastante frondosos alcanzaron un segundo claro en el que la respuesta se abrió ante ellos. A un lado del mismo medio-ardía una pila formada por cadáveres chamuscados que no habían terminado de calcinarse por la intervención contínua del agua. A una cierta distancia de ella cuatro montículos en la tierra señalaban la posición de cuatro tumbas, sobre las que sendas espadas, clavadas en el fango que las cubría, marcaban la posición de sus desgraciados inquilinos. Las espadas eran de buena calidad y sobre ellas se habían dejado colgando retazos de tela con el emblema del Conde de Rishford. Después de todo parecía que los hombres del conde habían ganado la batalla, pues tuvieron tiempo de enterrar a sus compañeros caídos.

La curiosidad les llevó hasta la pila de cadáveres anónimos aún humeantes. Por lo poco que se había salvado del fuego inicial pudieron discernir que no se trataba de una unidad armada y entrenada, sin duda alguna no eran soldados. Cada cuerpo vestía ropajes de distinto tipo y calidad, la mayoría de ellos humildes. Las armas que allí quedaban eran pobres e improvisadas...

¿qué significaba todo esto?
¿Qué había ocurrido allí?

Con cuidado sigo tras Brúnil, que avanza lento tras los hombres de DeValin. Y veo la pila con los cadáveres aún humeantes, húmedos por la lluvia y calcinados por el fuego, una visión horrible. Y las cuatro tumbas.

Me acerco a Henry, y casi murmurando, como si hablar en voz alta fuera a suponer una falta de respeto, le susurro:

-¿Qué crees que ha ocurrido aquí, qué ven tus ojos perspicaces?

Desde su atrasada posición, Mélegat apenas alcanzó a ver un montón de algo que ardía, elevando hacia el cielo una columna de negro humo , azizado por el agua.

El silencio general de quienes ante aquello se encontraban, le hizo perder los estribos...una vez más:

-¡¿Qué es lo que véis, qué hay ahí alante?!

Antes que ver algo que no le gustase con sus propios ojos, prefería permanecer en segunda fila y que fuesen otros quienes grabasen en sus ojos lo que allí ardiese...y no pudiesen borrarlo jamás de sus mentes...grabado a hierro y fuego la marca de la muerte.

La muchacha avanza hacia los matorrales con cuidado, un vistazo atrás le permite ver que no es la única que va en la misma dirección.

Una vez entra al pequeño claro que hay tras la maleza, muerte, una pila de cadáveres con su firma... pero hay algo extraño en todo eso...

¿Emblemas del Conde de Rishford?, ¿pero por qué le interesaría masacrar a estos hombres?... a juzgar por lo poco que queda de ellos debían ser solamente un puñado de campesinos... todo esto me da muy mala espina...

La piel del erudito se había vuelto del color de la ceniza. Sus ojos apagados estaban fijos en el barro y el agua que había debajo de su caballo. Mantenía a duras penas el control de sí mismo.

-Lo mismo que los de cualquier otro Illianna. Muerte. Tan sólo muerte.

Illianna se estremece al oir a Henry, sobre todo al darse cuenta de que la matanza parece inexplicable, si es que alguna no lo es. Pero en este caso el misterio y los interrogantes rodean todo cuanto van encontrando, y lo único que parece cada vez más claro es que una fuerza sobrenatural y maligna se ha desatado, y va dañando el país a medida que sus dedos lóbregos lo tantean.

-No lo entiendo... ¿Qué haría que los hombres del Conde de Rishford, entrenados y bien armados, acabaran con esas humildes gentes, probablemente campesinos?

Suspira, sacudiendo la cabeza, intentando comprender.

-Además... ¿Cómo habrá sido ese enfrentamiento? ¿Cómo es posible que hayan muerto cuatro de los soldados? No es lógico, son demasiados para ese enemigo...