Partida Rol por web

Esa noche todos dormísteis bien.

Las aventuras en aquella veloz corbeta eran de corte increíble, tanto como peligrosas. Vuestro cuerpo agradeció escuchar los ronquidos de unos y de otros dentro de aquellos camarotes, hormigueros donde dormíais hacinados pero calientes y resguardados.

Al día siguiente volvió a reinar la calma, el cielo estaba despejado y el sol brilló en lo alto. Cuando salísteis a cubierta, Barbeau y Malayedra estaban hablando, y dirigiendo la navegación. El rumbo era este, sin longitud, sólo a 19 grados latitud Norte... Tras unas horas de navegación, y sin que nadie puediera observarlo con tiempo de antelación suficiente, la Liebre Parda se vió envuelta en una extraña y densa niebla. Tan extraña era (aunque también inofensiva), que parecía subir de la espuma formada entre el casco y el agua; por ello, solo pudísteis, ante tal imprevisto, atravesarla directamente, por lo que estuvísteis unos segundos envueltos en ella, sin posibilidad de ver más allá (incluso el sol era tapado mientras la cruzábais).

Acto seguido, tras salir de nuevo por el otro extremo, comprobásteis que ahora el mar estaba encarnizado bajo una gran masa nubosa en el cielo amenizada por constantes rayos (pese a que el día parecía tranquilo). Tras mirar para atrás, todo el horizonte a vuestra espaldas estaba así, encarnizado y a punto de estallar... Aquello os sobresaltó un poco y os extrañó: parecía que aquella niebla no era sino una especie de... ¿pasarela? ¿compuerta? hacia otro espacio marítimo o localización...

Pero aquello no había sido lo más impactante. Alguien gritó enseguida...: ¡TIERRA A LA VISTA!, y os topásteis entonces con una isla frondosa, formada por una cumbre sobresaliente y de costa rocosa (excepto una ancha cala que parece un acceso sencillo a la misma).

En esos momentos el astrolabio de Chiczahuila, que estaba colgado en el cuello del capitán Barbeau, comenzó a brillar levemente. ¿Tal vez habíais llegado al destino, pese a que no aparecía en los mapas?.

La niebla había empapado cabello y barba de Mark, donde pequeñas gotitas de agua condensada goteaban dándole el aspecto de un oso recién salido de un río. No entendía nada, pero tampoco se sentía extrañado. En sus años nunca había visto nada parecido, pero sí que había escuchado cosas parecidas en más de una ocasión.

Lo que sí le extrañaba era que él mismo se viera involucrado en una de ellas. Había algo que no dejaba de darle vueltas: supuestamente la tripulación del Portugués eran muertos en vida (lo cual ni le sorprendía después de tanta brujería vista los últimos días) y habían aparecido justamente cuando la Liebre Parda se había involucrado con temas oscuros... Mal asunto.

Suspiró aliviado al ver la isla puesto que parecía una isla. Después de escuchar constantemente a Fink diciendo que se encaminaban hacia el mismísimo infierno, Mark había empezado a pensar que tal vez fuese literal.

Con las manazas cruzadas en el pecho, el holandés observaba desde proa cómo se acercaban a la cala. 

Aquella historia del portugués maldito y su tripulación de esqueletos, no fue algo que se escuchase todos los días. Y el hecho de que el propio capitán hubiese dado caza a ese pirata, lo hacía todo aun más inquietante. Eran muchas las cosas que desconocían del capitán, al que las brujerías y los misterios parecían perseguir.

Aquella noche durmió bien, el viejo Hernando había escuchado demasiadas cosas en sus muchos años de pirata, aunque aquello era algo más que escuchar, ahora las estaba viviendo. Aun así, el y Manolito durmieron a pierna (y pata) suelta.

Y aquel mismo día les esperaba un nuevo misterio, y de los gordos. Tras atravesar una espesa niebla, llegaron hasta las inmediaciones de una isla, que no estaba en las cartas. ¿Sería aquella, la misteriosa isla de la castellana, que andaban buscando?

-Manolito, mira que isla más maja, hay podríamos encontrar unas buenas bananas.- Y luego acercándose a Mark, le dijo.-Menudo viaje que estamos teniendo Mark, vamos de misterio en misterio. Esta isla no aparece en las cartas, y parece que el medallón del capitán ha comenzado a brillar. Habrá que estar atentos, que aquí podremos encontrarnos con cualquier cosa.-

Y se puso a contemplar la misteriosa isla desde la cubierta del barco. 

¡Una tripulación de muertos! Fink no se lo hubiera creído si no lo hubiera confirmado el capitán, hombre que consideraba algo ignorante, pero jamás un patán iluso que contara invenciones. Y mucho estaba viendo el vejete como para no creerse que fuera una tripulación de esqueletos. Por fortuna, esqueletos o con carne pegada a los huesos, ahora estaban en el fondo del mar.

Al día siguiente, cuando se vieron envueltos en la niebla, Fink volvió a avisar por lo bajo a sus buenos compañeros que podía ser todo cosa infernal, aunque de algún modo que no terminaba de explicarse.

— ...aunque reconozco que lo esperaba con más fuego. — comentaba con extrañeza y temor, ya fuera de la niebla — Pero ya os digo que jamás había visto condiciones meteorológicas como esas, y eso que estoy tan versado en ellas como en tantas otras cosas. ¡Pero ahí está ahora esa isla que no aparece en las cartas! Ay, ay, cuánta brujería... — se lamentaba, temeroso — Y ahora el capitán nos mandará a tierra en busca de la tumba de la Castellana, ya veréis...

Palpaba para darse ánimos el bolsillo lleno de piedras de jade que había recogido de cubierta, y en verdad era que, en cierto modo, le funcionaba.

El pobre Fink se debatía entre el miedo y la avaricia ante la posibilidad de encontrar algo valioso, aunque a costa de perder la propia alma.

Mark asentía ante las palabras de Hernando.

 - Desde luego son las consecuencias de un pacto con el Diablo... nos libró de la muerte y ahora La Muerte quiere recuperar las almas que le fueron arrebatadas... -respondió con tono misterioso, alargando las palabras y haciendo pausas dramáticas- isla de la castellana... un nombre muy español, ¿no crees? ¿Algún ancestro tuyo habrá pisado estas tierras y le habrá puesto el nombre? -retomó su cadencia habitual y su tono socarrón- tal vez haya un depredador nativo de loros, yo vigilaría a Manolito por si acaso -añadió guiñando un ojo al loro, no sabía si los loros entendían expresiones faciales, pero el intento ahí estaba.

 - ¡Fink! -se giró hacia el inglés- tú que eres listo, estudioso y versado; viendo esos árboles, ¿habrá algún bicho come-loros o come-hombres?

Fink, que se hallaba en cubierta junto a los otros dos, también hallábase metiendo bien la oreja, y al ser llamado por Mark empezó a otear con gestos exagerados.

— Humm, pues no veo ninguno desde aquí, ¡pero bien tienen espacio para esconderse! No descartaría tampoco que esos bichos tuvieran aspecto de salvaje y estuvieran escondidos por ahí. Los hay que comen hombres y empequeñecen sus cabezas para llevarlas de llavero, como oís os lo digo.— aseguró — Quién sabe lo que harán estos, que de haberlos estarán más endemoniados que aquellos, y si no acabaremos con nuestras partes pudendas del tamaño de un dedal...

» En cuanto a lo que dices de la Castellana... — prosiguió Fink alzando un dedo — A no ser que Hernando tenga como antepasado al mismísimo Hernán Cortes, lo cual no es del todo descartable pues Hernán y Hernando tienen un parecido más que razonable, y bien podría ser que el nieto del bastardo de un bastardo de otro bastardo que... — se fue por las ramas, pero en seguida regresó— Pero lo que quería decir es que la Castellana es el nombre que pusieron a una mujer náhuatl que fue intermediaria entre estos y Cortés, y que luego se hizo su compañera. — explicó con superioridad intelectual. — Todo hace más de doscientos años, si mis cálculos no me fallan.

Inmersos en preguntas, debates y comidillas; aquella isla y todo lo anterio no hacía sino despertar vuestra curiosidad, vuestros miedos y, sobre todo, vuestra intriga. Contábais con que podía haber tesoros y peligros (y bananas) en esa isla por igual, puesto que de momento no conocíais nada de ella. Mientra avanzábais, el que ahora estaba en el timón era el Contramaestre Malayedra. Al español le gustaba a veces sortear las mareas poniéndose a manos del timón, pues una vez antaño él fue timonel de otro navío.

Malayedra, entonces, alertó sobre algo.

¡Capitán! ¡Arrecifes de arena... POR DOQUIER! -y casi antes de que acabara el aviso viró en redondo a babor, tratando de girar la proa cuanto antes, estando a unas cien o cinento cincuenta varas de la costa de la isla-. La Liebre Parda entonces viró en redondo, y el Capitán y el resto de marinos miraron por la borda-. ¡Mirad! ¡Ahí se ven! Efectivamente, Malayedra había notado el primero la presencia de aquellos bancos de arena que hacían de barrera natural, impidiendo que el navío llegara a la playa más inmediata. ¡Capitán! ¿Bordeamos la costa para comprobar si hay fondeaderos bajos? Quizá en otra zona podamos atracar...

¡No! -gritó Barbeau, que estaba en cubierta, mirando las velas en ese momento-. Este lugar no me da buena espina como para fondear... Lo que haremos será reconocer este pedazo de tierra... ¡Marineros! Preparad uno de los bateles! ¡Exploraremos parte de la isla!

Varios marineros marcharon hacia uno de los dos bateles que había en cubierta, sujetos con cuerdas, entre los dos palos principales. 

¡Malayedra, diez hombres en ese batel, con varios remos! ¡El resto aguardaremos aquí, con el velamen preparado y los cañones más que listos! -Malayedra asintió y dejó el timón, y enseguida se dispuso a componer un grupo-.

Tizón, Heraldo, Smith, Mark, Fink, Joseph, Hernando... -os había nombrado, y así hasta diez hombres-. Preparáos para echar al agua vuestro transporte. Supísteis entonces que habíais sido elegidos para la avanzadilla de exploración.

¡Contramaestre! ¡Tú les acompañarás! -Malayedra lo miró, y asintió-. Llevaos un barril de provisiones, y agua, y haced un pequeño campamento en la playa, mientras otra parte explora los alrededores en pos de las primeras pistas -ordenó Barbeau-. ¡En marcha!

No tardásteis demasiado en echar el batel al agua, bajar las provisiones y comenzar a remar a cuatro brazos esas ciento cincuenta varas aproximadas de distancia.

Tras unos diez minutos llegásteis bajo un cielo nublado hasta la costa. Atrás quedaba anclada a tal distancia la Liebre Parda, contrastando con el horizonte solitario que se dibujaba tras de sí. Tras varios días navegando en el navío, tocásteis por primera vez tierra al pisar la arena de la playa. Aquel lugar era un paisaje paradísíaco, de gran belleza, pero de gran desconocimiento. Malayedra comenzó entonces a designar puestos: buscar agua potable, recolectar algunos alimentos sin dejar la playa, buscar un lugar seco entre los primeros árboles, montar un campamento y...

...explorar la zona: Hernando, Mark, Fink y Gunther... ¡Iréis a explorar la vegetación! -efectivamente, había abundante y exhuberante vegetación tras la última línea de la playa, pues mas allá no se veía sino el inicio de la falda de la montaña ascendente y se dibujaba una zona húmeda y a la vez selvática. Si encontráis alguna pista de la tumba de esa "Castellana", hacédmelo saber. 

Fink haraganeaba por la playa cuando el Malayedra lo llamó para el grupo de exploración. Maldición. Se había alegrado al librarse de permanecer en el barco, donde siempre había trabajo que hacer, y ya pensaba disfrutar de estar en tierra firme y hacer como que buscaba fruta, pero el condenado tuerto tenía aparentemente otros planes para él.

Al menos se había ahorrado el tener que ayudar a cargar con el tonel, argumentando hábilmente terribles dolores de espalda.

— ¡A la orden, mi contramaestre! — respondió voluntarioso y se arrimó a sus fieles compañeros —  Andaba yo pensando, mis buenos amigos, que para ser una isla infernal no es muy desagradable, ¿no? Puede que las apariencias nos engañen, pero no veo una legión de demonios comeloros acechando entre el follaje... Y — lo más importante, y es que el temor del viejo empezaba a convertirse en codicia — puede que en verdad encontremos algún tesoro. ¡O dos!

Miró sonriente la selva ante ellos y puso los brazos en jarras.

— ¿Empezamos por ahí? — señaló un punto aleatorio de la vegetación.

No le extraño que le eligiesen para desembarcar, y ayudar en la exploración de aquella isla. Aunque no por eso estaba tranquilo. La forma en la que habían llegado, y la empresa que allí les llevaba era cosa del propio diablo. No se dejo engañar por el aspecto paradisiaco de aquel ignoto lugar. Era seguro que en algún lugar había terribles secretos que ellos tendrían que escarbar y desenterrar.

-¡No me jodas Fink! No asustes a Manolito, tranquilo majo que no pasa nada.-Pues eso le hacía falta, que le hablasen de mata loros al cagón de Manolito. Que en un ataque de pánico se volvía al barco el muy canalla. 

Bueno pues a explorar aquella isla. -Vamos con cuidado que no sabemos lo que nos podemos encontrar, y puede que no sea nada bueno.-Y con cuidado se interno en aquella densa vegetación, atento a senderos, sonidos, en general a cualquier cosa que le pudiera llamar la atención. 

Al igual que Hernando tenía a Manolito en el hombro, Mark cargaba el barril de agua sobre el suyo sin esfuerzo. Se encargó de cargar todo en la barca y descargarlo en la isla. Cuando ya estuvo todo listo, se sacudió el polvo y arena de las manos y observó la isla.

Cogió sus cosas, llenó un odre con agua y agarró una pequeña hacha que usaban como herramienta de carpintería en el barco y metió todo en un pequeño saco. Asintió ante las órdenes de Malayedra, y como un sabueso que entra en zona nueva iba olfateando a cada paso que daba.

 - Ese punto parece buen inicio, tienes buen ojo -dijo respondiendo a Fink- debemos ir con cuidado y asegurarnos de saber volver -respondió a Hernando.

Se acercó a uno de los primeros árboles y con el hacha golpeó la corteza del tronco, marcándolo con una X.

 - Hagamos esto cada poco. En cualquier condenada isla usaría el Sol como guía, pero después de tanta magia negra y chamanismo no me extrañaría que incluso eso nos jugara una mala pasada -arrastró las palabras escupiendo en el suelo.

Tras elegir un punto en aquel nuevo pedazo de tierra, marchásteis prestos hacia él, y a medida que íbais explorando la falda de la montaña, la densa vegetación de palmeras y matorrales parecía invadiros. Tras una media hora de búsqueda, observando aquí y allá, cortando con un hacha los árboles para dejar marcas en sus troncos, y agudizando el oído y el resto de sentidos todo lo posible, Hernando se percató de algo. Enseguida se detuvo un instante, al igual que el resto, y pudísteis advertir una especie de lamento; era un quejido que os heló el alma por un instante, procedente de algún lugar cercano... aunque a la vez lejano (algo extraño de explicar).

Se me están congelando las piernas... -susurraba Gunther, medio en broma medio en serio, al estar asustado-. Menuda "suerte" hemos tenido al ser enviados a explorar... -decía-.

Tus compañero no lo supieron, pero cuando os detuvísties notástes que alguien parece observarte, aunque no pudiste advertir nada más de momento. Era tan sólo una sensación. Sabiendo que podría ser sugestión, no dijiste, de momento, nada a tus compañeros.

Reanudásteis la marcha, y tras otra media hora de avance lento y ascenso, algo asomó entre los matorrales, algo nueva para vuestra vista: unas rudimentarias escaleras de piedra, muy desgastadas por el tiempo, aparecían ante vosotros, las cuales parecían conducir directamente hacia la cima de un cerro.

Fue entonces que, sin ninguna otra pista o lugar de interés que seguir, avanzásteis por ella. Por su desgaste e invasión de la vegetación, no parecían haber sido pisadas en mucho tiempo. Tras avanzar por ellas unos segundos, y antes de alcanzar la cima, notásteis unos pasos acelerados... Algo corría hacia vosotros, y pisaba muy fuerte el terreno próximo... ¡ALGO SE APROXIMABA! De entre los arbustos más cercanos salieron cuatro sujetos con forma humanoide, cubiertos de ampollas y heridas purulentas por todo su cuerpos. Aquellos no parecían hombres, sin demonios o algo peor, y los cuatro no dudaron en tratar de apresaros, morderos y despedazaros en el momento en que os tuvieran frente a sí...

Algo le había mosqueado, o tal vez había sido a Manolito, pero quitando aquella sensación de estar siendo observados, algo frecuente en medio de una selva en una extraña isla, donde había muchos ruidos y movimientos por todos los lados, pensaba que iban bien. A saber donde pero derechitos y le parecía que sin enemigos de los que preocuparse. Seguro que había sido cosa de sus muchos años, ya que un rato más tarde subiendo unas escaleras, les atacaron unos ....., algo les ataco. 

-¡Maldita sea! ¿Pero que es eso que se nos viene encima?- Y casi sin tiempo para nada más, saco su arco y disparo contra el que quería atacarle. Apunto y soltó con precisión una flecha que se clavó profundamente en el cuerpo de aquella cosa, de aspecto humanoide.

-A volar Manolito. No se donde nos hemos metido, pero vaya panorama.- Menuda isla y menudos seres los que se les echaban encima, aquello desde luego parecía cosa de demonios y brujerías. Y ya estaba cansado de tantas cosas raras en tan pocos días, pero seguro que aun le quedaba mucho por ver, si antes no le mataban.

Fink a pesar de todo iba renqueando por la selva pero de buen humor. Hasta que escuchó el aquel lamento.

— ¡Vamos, no seas cobarde, Gunther! Suena como un mono con hemorroides, nada más. — aseguró, pero no se lo creía ni él mismo.

Así avanzaba junto a sus compinches, empezando a sudar más por temor que por esfuerzo, que también, cuando les asaltaron aquellos... ¿¡qué diablos eran esas cosas!? En la vida había leído acerca de ningún caso parecido, por lo que sin duda una dolencia diabólica.

El vejete chilló como si no hubiera un mañana, tratando de armarse con el mosquete que usaba de bastón conforme se le abalanzaba aquel desarrapado.

— ¡Por los calzones del capitán Cook, que esos desgraciados se están derritiendo! ¡¡¡Esto es obra de satanás, os lo dije!!!

​​​​​​Sin mirar si apuntaba por el cañón o por la culata, Fink alzó el mosquete, lo amartilló y apretó el gatillo.