Partida Rol por web

Hernando escaló con agilidad aquella escultura extraña, se acercó al orbe y lo miró de cerca. Ahora brillaba iluminando levemente su rostro y su mano. Acto seguido lo agarró, y lo sintió frío como la mar profunda. Después descendió de la misma manera.

 - Confieso que me esperaba algún tipo de trampa o embrujo pagano -dijo aliviado cuando bajó con el orbe en la mano- ha sido fácil.

Se acercó al cadáver asintiendo las palabras del español. Hernando tenía razón.

 - Si yo lo he cogido sin sudar, cualquiera podría, pero... -se agachó y movió al pobre desgraciado ensartado- ...si lo dejamos así tapadito, llama menos la atención -colocó el cuerpo encima del orbe ocultándolo.

Se puso de pie y comprobó que si alguien mirara desde la puerta, a simple vista no viese el orbe. Orgulloso como un niño pequeño que acaba de aprender a leer, miró a sus compañeros.

 - ¿Cómo lo veis? No creo que vengan más fulanos, pero si llegara el caso que no lo vean a la primera. ¿Movemos? -dio un tirón de la cuerda riendo al ver que se tambaleaban.

Había observado cómo había trepado y cogido la esfera sin que explotara o se consumiera hasta los huesos, absorbido por el poder de la esfera. Era fascinante verla con ese brillo danzante en su interior. Al ver que nadie moría al tocarla él mismo estuvo tentado de hacerlo, pero se contuvo. Quién sabía qué maldición podría acarrear, o si con el tiempo se le caería su miembro viril como efecto secundario, y él le tenía mucho aprecio. Todo lo que estaba ocurriendo ya era bastante misterioso como para exponerse tontamente a riesgos innecesarios. ¡Que se lo dijeran a Gunther!

En sus cavilaciones andaba cuando casi se descuajaringó con el tirón que dio Mark entre risotadas.

—​​​ ¡Ay! Caray... —​​​ Se enderezó ajustándose la camisa, recomponiéndose de la broma del holandés. —​​​ Sí, buena idea esconderlo ahí... Sigamos, sigamos. Tú primero, Hernando. Yo vigilo la retaguardia. —​​​ dijo empuñando de nuevo el mosquete.

La precaución siempre era un buen aliado, incluso para un pirata, y por ende que dejásteis el orbe entre las prendas maltrechas de aquel cadáver, y después volvísteis tras vuestros pasos, con la antorcha y mucho cuidado. Atados unos tras otros, salísteis por el acceso y avanzásteis hasta el siguiente (A), no sin pisar los gusanos que había por la sala amplia (4). Cuando os asomásteis a dicho acceso, vísteis que en la siguiente sala (6) había cascotes en el suelo, por doquier: trozos de rocas y pedruscos, sillares toscos y rocas caídas del techo; y todo descansaba en el suelo aquí y allá; de ello deducísteis que de haber baldosas activadoras de trampas bien podrían haber sido ya activadas.

En tal sala, aparte de tales escombros, la roca excavada era la única decoración*, y a un lateral, a la izquierda de la sala, había una puerta metálica, con inscripciones y labranzas muy finas en madera, que parecía describir y representar algún pasaje antiguo (se veían soldados a un lado y a otro (cada grupo en cada una de las dos puertas), y en el centro una gran figura humana con plumas en su cabeza... Sobre la puerta había un gran grabado (tal vez  el mejor conservado en aquel mausoleo), que parecía refpresentar una deidad, muy parecida (tal vez igual) al de las cuencas vacías y los orbes (que Fink había nombrado como Tlaloc).

Al final Mark había escalado y cogido aquella esfera, lo que les ocasiono un escalofrío que recorrió toda su columna vertebral a Manolito y Hernando, ya que ambos pensaban que aquello podía ser cosa del mismísimo diablo. Pero ambos respiraron aliviados, al ver que nada malo pasaba, o al menos no se veía. Tras esconder aquella esfera, y con la tarea pendiente de tratar de localizar la otra, que bien podría estar en aquel pozo, se dirigieron a continuar explorando aquel maldito lugar.

La otra sala era también de gran tamaño, pero estaba con bastantes derrumbes, no parecía probable que allí fuesen a encontrarse con trampas, estas ya habrían sido activadas, por aquellas rocas. Y allí una puerta, con gravados e imponente. Hernando trató de ver si había allí algún lugar en el que podrían encajar las dos esferas, por tratar de buscarles una aplicación.

-Seguro que esta puerta tiene algún mecanismo de apertura, y quien sabe si podrían intervenir en ello las esferas. Aunque también, podría ser mucho más fácil y que se abriese con una llave, cosa que tampoco tenemos. Lo que si que pienso, es que si queremos forzarla, mejor andarnos con cuidado, que bien pudiera esconder alguna trampa.- Y a continuación estudia la puerta, para ver si encuentra algún mecanismo de apretura, o lugar donde colocar las esferas.

Fink se acercó a la puerta a husmear. Ya había sacado su fiel puñal abridor y estaba apoyando el mosquete en la jamba de la puerta.

Se acercó porque Hernando ya había pisado las baldosas cercanas y se había acercado a la puerta para comprobarla y, por fortuna para el español y él mismo, ninguna lanza lo había atravesado como si fuera un pincho moruno ni una enorme roca le había caído en la cocorota dejándolo como un huevo frito. Si nada de eso había pasado, era seguro acercarse.

— ¡Y bien que pudiera haber tenido otra trampa, mi querido Hernando! Pero confío en tu criterio plenamente. Dejadme, dejadme. Tras esta puerta debe haber algo importante, y a buen seguro que no será vana como la anterior, que se tragó a... bueno, en fin, mejor no darle más vueltas, ¿eh? El hoyo al muerto, y el bollo al... uh... lo que sea.

— dijo, y se puso de nuevo a hurgar en la cerradura con su afilado puñal y sus dedos artrósicos, pero aún muy hábiles.

Mark dio unos golpecitos sobre la puerta para tantear. No cabía duda, era robusta.

 - Esperemos que esta vez sí guarde algo importante...

Se echó a un lado para dejar a Fink hacer su magia. Mientras se escuchaba el sonido de la daga hurgando en la cerradura, Mark comentó a Hernando:

 - Me huele a cuerno quemado todo esta misión... si ese tragamulas ha llegado hasta aquí hace una semana -señaló la habitación anterior donde yacía el cadáver- significa que alguien le ha dicho que venga, y le ha indicado cómo -recordó el curioso artefacto que el indígena le entregó al capitán.

Hernando pensó que las esferas podrían tratar de intervenir en la apertura de la última puerta encontrada, pero Fink ya estaba hurgando con el filo del puñal en la cerradura tosca, como un médico cuando hurga en las heridas de un paciente con una bala incrustada en la carne... Manolito miraba atento a todas partes, mientras Mark trataba de deducir las intenciones de quien pudiera haber mandado al otro malogrado que yacía en la otra sala...

Entonce sonó un ¡clik! Vuestros ojos se abireron, y no tardásteis en empujar las puertas... Cuando eso ocurrió, desde el momento en que se liberó una rendija entre dos puertas, un inmensao haz de luz os cegó los ojos inmediatamente...

Esto ocurrió un instante, y os lleváteis las manos al rostro, para tratar de evitar que luz inmensa golpeara en vuestros ojos. El curioso de Manolito se agazapó en el cuello de su amo, y no pudísteis entrar en la sala hasta que el grandísimo fulgor cegador cesó...

Entonces, desde el acceso ahora abierto vísteis una amplísima sala, tal vez la más amplia de aquel complejo, que se aventuraba la última del lugar (puesto que no había más accesos ni puertas en su interior): los muros y los techos habían sufrido sufrido movimientos y desprendimientos (como la sala anterior), pues muchos fragmentos de roca están esparcidos por
el suelo. Pero ello no era lo principal: los muros y paredes ya no eran toscos ni labrados en la roca, sino que eran planchas de puro oro, a modo de baldosas, que recubrían la estancia y brillaban ahora con el fuego de las antorchas. Arriba, abajo, y en los laterales: la sala estaba envuelta en su interior con tal preciado material.

¡¡SOMOS RIIIIIIIIIIICOS!! ¡¡RIIIIIIIIIICOS!!* -Manolito comenzó a dar saltitos en el hombro de Hernando, y fue saltando por las cabezas de Fink y de Mark, que tal vez no les hiciera mucha gracia, hasta volver a posarse en su amo-.

Por otro lado, al final de la sala el fuego de la antorcha y el reflejo en las paredes doradas os hicieron ver algo más...: una sarcófago...de piedra, sobre una especie de basamento con dos escaleras, cuya lápida había sido partida por un gran cascote, que habría caído y ahora descansaba en el suelo. Sobre el sarcófago había labrada una tosca cruz. Desde vuestra posición (aún junto a las puertas), podíais ver a simple vista y de forma parcial los restos óseos de su ocupante yaciente (que por el impacto había sido golpeado).

Mark no cabía en sí del asombro. El contraste de esa sala en comparación con las anteriores era algo digno de admirar sin prisa.

 - Virgen santa... -consiguió decir con la voz entrecortada- debía ser alguien venerado...

Se acercó a la entrada y miró alrededor en busca de trampas.

 - Tal vez el otro ojo esté ahí... -musitó y siguió mirando las paredes- ¿y cómo nos llevamos esto al barco?

Hernando al ver las prisas de Fink, sintió cierto temor. ¿Qué sería lo que ocultaban aquellas puertas? Era algo que pronto descubrirían. Preparado, para tirar de la cuerda y sacar de allí a Fink, casi se sintió decepcionado, sino fuera por el enorme alivio, al parecer no había trampa en la puerta. Y entonces, la locura. Una luz cegadora, y al pasar y en parte acostumbrar los ojos a aquel resplandor. El puñetero Manolito perdió el poco conocimiento que tenía, y la verdad es que no era para menos. Aquella enorme sala estaba forrada en oro.

Cuando ya logro calmar su ánimo y su respiración, acarició al pobre loro, medio infartado por la visión. Antes de que cayese allí mismo tieso de exceso de felicidad. -Tranquilo Manolito, el loro más rico del Caribe. Cálmate o vas a estirar las patitas. Calma loro bueno, y rico.-

Aunque allí había muchas cosas y bloques, y oro que había caído, podría haber trampas, y con más razón, ya que allí estaba la tumba de la castellana. Así, que trato también de que sus amigos actuasen con cautela.-Vayamos con cuidado, que aquí es muy posible que haya alguna trampa.-

Y otra cosa, y no trivial.- Amigos, ¿Qué se supone que teníamos que hacer aquí? Supongo que registrar esa tumba y esta sala, pero no recuerdo que era lo que había que hacer. Aparte de coger todo el oro que podamos.- Desde luego que saldrían bien cargaditos de oro, pero algo más tenía que haber en aquella sala, y probablemente estaría en aquella tumba. 

Cuando Fink vio el increíble tesoro que allí había se quedó boquiabierto. Tan impresionado había quedado que apenas había notado las uñas de Manolito en el cráneo bajo su ralo pelo gris.

— Es ooooro. — dijo en un tono monocorde. —Muchachos, necesitamos un pico. Y una carretilla.

Discurría Fink en como llevarse todo aquello y no dejar más que las piedras peladas cuando Hernando le hizo volver.

— Pues... — arrugó la expresión con el esfuerzo de recordar — Por lo que yo recuerdo, debíamos tomar los ojos de Tlaloc y llevarlos a Mokos Limón para que no se enfade. ¡Pero no dijo nada de que no pudiéramos llevarnos todo esto! La pregunta ahora es cómo...

Mientras Manolito se calmaba con las palabras de Hernando, Fink recordaba la empresa por la que estábais allí: conseguir los ojos de Tlaloc (que ninguna descripción había dado Chiczahuila), y llevarlos a la isla de Kossom Lumil (tambien llamada de Cozumel) en la otra punta del Caribe. Por lo pronto estábais cumpliendo las órdenes de Barbeau (aunque no os dijo que directamente trajérais los ojos, si que os mandó a hacer una búsqueda inicial en la isla) trantando de cumplir el último deseo del Contramaestre Malayedra referente a la búsqueda de los artefactos.

Mark se preguntaba cómo desconchar todas esas placas de oro, pero Fink ya pensaba en pico y pala (aunque no teníais de ello para transportarlas).

Entonces, mientras estábais en el lugar (que por cierto, ninguna pista sobre trampas vislumbrásteis, tal vez cegados por todo aquel oro plano), escuchasteis una voz aguda procedente de algún lugar de aquel mausoleo (o tal vez de sus cabezas, no estábais seguros...). Antes o después, tales sonidos se materializaron en una figura blanca, similar a un espectro, que comenzó a salir (o ha hacer como que salía) de aquel sepulcro pétreo. Después se levantó y se os quedó mirando al grupo delante de la tumba mientras levitaba un poco. Podíais ver una especie de mortaja que cubría todo su cuerpo, y vuestro corazón se paró una fracción de segundo...

El ser fantasmal, de figura femenina*, comenzó a torcer sus brazos y se mostró hostil, levantando sus manos y haciendo desprender trozos de rocas del techa. Luego las movió violentamente empujándolas como látigos (estábais a varios metros del sepulcro) y las rocas desprendidas viajaron en dicha dirección, tras el latigazo... ¡CONTRA VOSOTROS**!

Las más avariciosas fantasías de Fink acerca de cómo llevarse el oro desaparecieron súbitamente cuando observó con indecible horror al fantasma que surgía del sarcófago. El corazón se le congeló en el pecho, los ojos se le abrieron todo lo que pudieron abrirse y algo se rompió en su mente senil. Ni siquiera notó cómo se le aflojó la vejiga o el temblor de sus flacas piernas que apenas le sostenían. Un primitivo instinto de supervivencia le instaba a huir, pero su cuerpo simplemente no reaccionaba. Sus pies se habían fusionado con las baldosas de oro, y sus ojos permanecían clavados en la mujer fantasma, que debía tratarse de La Castellana y que iba a hacerle pagar por la osadía de haber entrado en su lugar de descanso desgarrando su alma.

Ni siquiera pudo mover el brazo para santiguarse o para agarrar su maletín médico, objeto fetiche con el que se sentía protegido. Nada podía hacer más que sacudirse tembloroso con la sangre helada en las venas, clavando las uñas en la madera del mosquete. Ni siquiera esquivar las rocas que con furia se abalanzaban sobre él*. Por suerte, los fragmentos fueron relativamente pequeños. Le golpearon en varias partes del cuerpo provocando algunos cortes y contusiones, pero Fink, en shock como estaba y con su cerebro medio frito, apenas notó el dolor.

Mark sacudió la cabeza como un animal cuando empezó a escuchar cosas provenientes de la nada. Pero sí que venían de algo, de la figura fantasmal que se alzaba de la tumba. Mantuvo la mirada fija, estoica, y su cara adoptó un rictus de rabia. Aunque Mark nunca lo había compartido con sus compañeros, él ya se había visto en una situación similar, pues en su pasado se topó con el mismísimo Holandés Errante en alta mar. Aquella vez el fantasma los superó, pero esta vez iba a ser diferente.

 - Ah no... -comenzó a susurrar con tono siniestro, hizo crujir cuello y hombros- otra vez no... -un paso adelante, la mano al cinto- espíritus a mí... -otro paso, ya tenía puesto el viejo yelmo.

Una andanada de rocas voló hacia ellos. Con la agilidad de un lobo en el corpachón de un oso, en dos movimientos sutiles evitó los pedruscos.

 - rrrgggg... ffffff... ¡Bailemos maldito engendro!

Sus resoplidos chocaban con el hierro del yelmo haciendo un ruido aterrador. Con la antorcha en una mano y la otra mano yendo a por el arpón, con amplias zancadas se lanzó hacia la criatura.

Pensativo estaba Hernando, acerca de donde podría estar el otro ojo, pero sobre todo, en como podrían llevarse de aquella sala un buen pellizco, cuando el diablo quiso venir a verles. Celoso de la pasajera felicidad de aquellos tres pobres piratas y un loro loco.

Allí se materializo algo, que bien pudiera ser el espíritu de la llamada castellana. El cual sin pérdida de tiempo les arrojo unos pedruscos. A Hernando, ningún miedo le causo la aparición, casi le parecía que era lo que se podía esperar, pero no vio venir una de las piedras, hasta tenerla encima, y se comió una buena pedrada en la espinilla.

-¡La puta madre que la pario! ¡Qué pedazo de pedrada que ha ha dado !- Y allí que se puso a aullar del intenso dolor, menuda cabrona la castellana. 

Y que podrían hacer contra aquel ser inmaterial, un ataque de nada serviría, o tal vez si. Pero mejor primero tratar de hablar. -Tu serás la que llamaban castellana, no nos ataques, tal vez podamos colaborar. Al parecer hay algún mal en el mundo y es necesario tratar de solucionarlo, y eso seguro que te podría traer la paz.-

Ni idea tenía Hernando de que hacer en una situación como aquella, con un fantasma, enfadado y capaz de apedrearles.  

Fink  quedó roto por dentro, deshecho, mientras veía con horror aquella figura fantasmal. En sus largos años no había visto nada parecido y ello le causó un estupor tal que las rocas que iban hacia ellos le golperaron directamente...*. Por contra, ninguna otra cosa podía hacerle recordar mejor a Mark su antiguo encuentro con el Holandés Errante; esta figura fantasmal era lo más parecido, pero no se amilanó. Tras esquivar la roca se encaramó contra ella de la manera más hostil posible.

Sin embargo, con antorcha y arpón en ambas manos, logró llegar hasta la figura, la cual la ensartó de cabo a rabo (como suele decirse); pero sus manos y el arpón traspasaron la figura sin notar aboslutamente nada. Aquella figura no era tangible, era un espectro visible pero "nada más". Por contra, los ojos de aquella dama bajo la túnica blanca y húmeda brillaron, y traspasaron ésta hasta que Mark los vio frente a frente. Después la mujer impulsó su mano y brazó de atrás hacia delante, y empujó a Mark hacia atrás, sin tocarlo, con una fuerza invisible y aterradora, y acto seguido el pirata salió disparado golpeándose en el suelo, resbalando por el suelo y deteniéndose junto a sus compañeros**.

Entendió entonces el holandés que luchar contra el mas allá (al menos este fantasma, era cosa inútil).

Por su parte, Hernando estaba firme, como Mark, e incluso algo más, pues no dudó en hablar incluso al espectro, justo después de recibir una pedrada que le golpeó. Cuando el fantasma escuchó aquel nombre, pareció contenerse un poco.

Ese nombre... hacía mucho tiempo... que no lo escuchaba -decía con una voz tridimensional, que resonaba en el interior de vuestras cabezas- . ¿Quiénes sois? ¿Porqué venís a perturbarme... como esos "otros"?

— Gggghhhh — respondió el viejo.

Su cuerpo seguía convulsionando por el terror, y la boca estaba empezando a llenársele de espuma blanca. Al escuchar la voz fantasmal hasta había empezado a bizquear, y los párpados se abrían y cerraban desacompasadamente con extraños tics nerviosos.