Sueños oscuros

El grupo fue arrojado a un pozo oscuro y maloliente junto con Aldor, Geb, Haleth y Rodwen. Les habían despojado de sus armas y su equipo, por lo que estaban a oscuras, sin nada más que sus ropas ya mugrientas por la cruel marcha y sin poder ver apenas más allá de un par de metros de sus narices. Debían estar a gran profundidad bajo Dol Guldur, la fortaleza del Nigromante. La celda era fría y estaba parcialmente inundada de una corriente de agua infecta que irritaba la piel. Sólo había una puerta, cerrada desde el exterior, que únicamente se abría cuando los guardas orcos lanzaban al interior unos cuantos chuscos de pan mohoso, o raciones de bazofia gris. En la distancia, los compañeros podían escuchar gritos y lamentos que erizaban la piel. 

También, en ocasiones, podían escuchar ruidos, como de alguna enorme maquinaria. Otras veces, sentían un terror irracional e incesante, un pánico tan abrumador que no podían hacer otra cosa que encogerse. El aire era malsano, atiborrado de humo o vapores cáusticos. Los compañeros se enfrentaban ahora a enemigos que no se podían combatir con las armas, pero que no eran menos letales: la enfermedad, el miedo, y el sufrimiento. 

     Para Welf era la primera vez que estaba encerrado entre cuatro paredes, siempre había tenido la libertad del Bosque o la amplitud de las llanuras del Anduin. Incluso cuando exploraba cuevas de las montañas siempre había al menos un espacio libre por donde poder salir. Ahora eso no existía y parecía que era el final de sus días...

     Pero recordó a la Dama, su voz, su presencia y recuperó la esperanza. Seguían vivos y mientras había vida había fuerza, aunque fuera escasa.

El elfo estaba agotado en todos los sentidos. Por días había olvidado que aquello era un sueño. Todo era escalofriantemente real. No estaba seguro de nada. Y mucho menos del sentido de aquel largo sueño. Encerrado en una celda en el corazón del Enemigo.

Allí todo era malsano y triste. ¿Qué podía hacer? Solo escaparse parecía una opción. Pero no solo. Ni con su compañía. Debían escapar todos. Hasta el pobre Aldor. ¿Quién era el desencadenante de la maldición? O qué? Podría ser la espada del marido de Ceolrid? Que sus ruegos y lloros en hubieran maldecido el lugar? No le parecía muy probable. Aún faltaba por ver el origen de todo ello. Y estaba allí. ¿Tendría algo que ver el origen de ese sonido mecánico?

- Maldito alcalde codicioso...- Murmuró, para si. Por lo menos Miriel había acabado con él, aunque solo hubiera sido en un sueño.

Aquel amargo trago le devolvió al ¿sueño? ¿conjuro? 

Baldbrand estaba tan cansado que se debatía entre lo que había visto por un momento y con lo que veía ahora, una sucesión de días de tortura y cansancio en los que parecía preso... pero después de ver claramente a la dama, todo aquello parecía irreal porque... ¿cómo era posible que todo pasara tan extrañamente rápido?

Seguramente sus compañeros le vieran casi como uno de aquellos cadáveres en movimiento, sólo que la cara de Baldbrand parecía tener una confusión profunda, aparte de un gran cansancio.

Finalmente llegaron a aquel lugar de muerte y maldad, de terror y desesperación... desesperación... eso era.

-No... La Dama Irimë... -empezó a decir. Le costaba articular palabras- La he visto claramente... todos dormíamos pero ella... ella luchaba contra un espíritu negro... ella... ella me dijo... me dijo algo... 

A Baldbrand le costaba concentrarse, pero miró a Vanwa. El elfo seguro que le entendería.

-El espíritu... nos ha... atrapado. Hay que derrotarle o... nos... consumirá. -terminó de decir para suspira y apoyarse cansado. Sólo esperaba que el elfo pudiera encontrar la forma. Él había peleado con todas sus fuerzas sin rendirse y sin embargo, aquella brujería le había derrotado. Apretó los dientes con rabia. No le gustaba estar vencido y algo en él lucharía, pero ahora estaba tan cansado, todo parecía tan horrible...

Ainar hijo de Ai había sido derrotado en combate, pero su alma todavía seguía allí. Golpeada, humillada, aletargada incluso, pero seguía allí. Vieron cómo el ánimo del enano se mantenía con su porte marcial, incluso luego de tanta marcha forzada. Durante todo el trayecto había querido ver si encontraba a otros enanos como él, creía que podrían ser unos buenos aliados llegado el momento.

Sí, para el enano esto no había acabado. Había tomado otra forma. Una forma más oscura, dañina, desafiante, pero era el mismo desafío: salir de ese sueño oscuro en el que habían entrado. Había ido notando sutilezas entre sus carceleros, mientras que también lo hacía entre los prisioneros, tanto los conocidos como los desconocidos. Eran muchos, y también eran pocos en comparación con los que habían salido de Haycombe.

Durante el trayecto había querido animar al joven Baldbrand, que se lo veía particularmente abatido, aunque ninguno brillaba precisamente por su alegría, lo cual era lógico. El único que parecía casi intacto era el noldor, aunque Vanwa tenía una mirada atenta que llamaba la atención. Pero él se ocupaba de atender a lo que tenía que atender: salir de allí. Y eso fue su prioridad, al guiarse por los subterráneos, observando marcas y todo lo que pudiera servirle para encontrar el camino y guiarse...

El enano se había ocupado de revisar lo mejor que pudo la puerta: de qué estaba hecha, ¿tenía algún punto débil?, algo tenía que encontrar, no se podía quedar así como si nada mientras la oscuridad era creciente.

Las palabras de Balbrand tenía sentido con lo que ya había intuido en Haycombe. Lo que habían sentido como días de caminatas encadenados no habían debido de ser más que unos minutos, quizás incluso menos, junto a la hoguera donde todos yacíamos bajo el influjo del espectro. Era la esperanza a la que Miriel se agarraba con todas sus fuerzas para evitar caer en la desesperación, lo que era sin duda el objetivo del espectro.

Acabar con el espectro… tenía todo el sentido del mundo…

- ¿Cómo acabamos con el espectro? – preguntó sin intención de sonar fatalista, pero con la duda marcando cada una de sus palabras – Hasta ahora no ha dado la cara. Se esconde entre toda esta pantomima…

Se fijo en los rostros de quienes les acompañaban. Aldor, Geb, Haleth y Rodwen… ¿y si sí había dado la cara?

- ¿Dónde está Ceolrid? – los ojos de Miriel centellearon por un momento. La espada bien podía ser el tesoro que se escondió. Ceolrid estaba muy apegada a su espada por ser el recuerdo de su marido, lo suficientemente apegada para que su espíritu atormentado pudiera quedarse anclada a ella. Que no estuviera con ellos podía significar que la historia real fuese de las primeras en ser torturada y transformada en algo más por el Nigromante que infectó la torre de la hechicería. ¿Serían solo conjeturas febriles nacidas de su desesperación?

Había oído hablar de Dol Guldur y de las historias que contaban acerca de un nigromante. Ahora que resultaban ser más que simples habladurías, Qildor decidió mantener la dignidad pese a las penurias que estaban pasando. A muchos de sus compañeros les había afectado no solo la presencia de los muertos vivientes, sino también la miseria de aquellas mazmorras.

Cuando el Noldo sonrió, las sombras corrieron a refugiarse en cualquier rincón infecto que encontraron. Las celdas parecieron iluminarse mientras trataba de tranquilizar a sus compañeros.

—No derrotaremos al espectro si nos dejamos llevar por la presencia de la Sombra. Ahora mismo nos encontramos en la fuente de este mal, bajo las profundidades de Dol Guldur. A veces las verdades pueden ser amargas, pero el conocimiento siempre os dará poder. Debéis conocer al enemigo para hacerle frente. Recordad que seguimos en una pesadilla, pero este lugar existió y sigue existiendo. Muchos otros han pasado por penurias similares y mucho peores. Debemos seguir adelante por todos ellos, por nosotros, hasta extinguir el mal que corrompe esta tierra.

Sin duda las palabras de Qildor sirvieron para hacerles más conscientes del lugar en donde estaban. Sí, era quizá el lugar más terrible que habían visto en sus vidas, el más horripilante, lúgubre y sombrío, pero ¿acaso era tan malo o se volvía peor por el miedo que encogía sus corazones? Las palabras del noldo lograron iluminar levemente la húmeda celda. Ellos habían superado situaciones peores, habían resistido a los tragos en el Fuerte Circular y habían rescatado al joven Dinodas Brandigamo, salvaron a los pueblos beórnidas de caer bajo el yugo de Valter el Sanguinario, y no hacía ni unos pocos días que habían resistido el asedio de los orcos. Saldrían de aquella, no cabía duda. 

Ainar revisó la roca y la puerta que se encajaba en ella, desde la cerradura a los postigos, en busca de algún punto débil. Descubrió que el hierro de los barrotes tenía algo de óxido, tal vez gracias a la humedad y esa agua corrosiva que exudaban las paredes. Tal vez con un contundente golpe la puerta saliera de sus goznes, o quizá si trabajaba un poco esa cerradura pudiera romperla o forzarla con facilidad. Lo que daría por tener en aquellos momentos su juego de ganzúas. 

Entre tanto Aldor el posadero tosía desde lo más profundo de sus pulmones. El hombre había caído enfermo en el viaje hacia el sur y apenas había conseguido llegar con vida a Dol Guldur. El hombre, con unos cuantos inviernos ya a su espalda, se moría de fiebre. Los síntomas de su enfermedad se habían agravado rápidamente durante los últimos días, y su tos ronca y persistente llenaba el aire. Sus ojos, una vez vivaces, ahora estaban vidriosos y apagados. La vitalidad de quien había estado cargado de jovialidad y entusiasmo cuando lo conocieron se iba apagando lenta pero irremediablemente. 

Vanwa frunció el ceño ante las palabras de Baldbrand, y siguió dándole vueltas cuando luego Miriel compartió sus pesares y Qildor... Qildor les ofreció lo que más necesitaban. Esperanza.

¿Podría la espada de un guardia y el pesar de su joven esposa mortal forjar semejante maldición capaz de acallar las mismas piedras? No por si solo... Y si aquello se había formado en la Colina del Nigromante, ¿Cual fue la razón para volver a su pueblo devastado?

Observó el posadero febril. Agonizante. Su jovialidad esfumada. El poder de la Sombra era así. Peor que la muerte. La muerte de la risa y la esperanza era como vivir mil muertes.

El sol  calienta los huesos,

más allá de estos túneles.

El viento susurra sus besos,

más allá de estos túneles...

Cantaba para darse ánimos. Y para darlos a todos. No iban a ser trozos de carne deambulando por aquellos sótanos. Eran voluntad viva. La fuerza de la luz en la oscuridad, como bien había dicho Qildor.

Los pájaros cantan y trinan,

más allá de estos túneles.

Las flores más bellas germinan,

más allá de estos túneles...

Entonces, se inclinó sobre Aldor, con voz suave y dulce.

Que la esperanza sea tu escudo

la bondad es mucho más fuerte.

¡Lucha! no puedes romperte,

no tengas el semblante ceñudo.

Le cantó con arrullo como un riachuelo manso de las montañas, mientras aplicaba un paño de sus propias prendas en la frente del posadero.

Para Vanwa, aquel hombre simbolizaba lo mundano de todos ellos. No debía morir.

- ¿Y si no hemos de enfrentarnos a un hombre o espectro? Y si es un símbolo contra lo que hemos de luchar? Y si el mal está personificado en este lugar? El espectro bien puede ser estos húmedos y corrosivos subterráneos. Y esa maquinaria que suena su frío corazón.- Comentó Vanwa, en un susurro. - La Dama lucha con su representación corpórea, y nosotros con su alma. Quizás lo que busca es que lo liberen de su carga. Aunque ni él mismo lo sepa.- Pensaba que quizás esos prisioneros no eran más que representaciones de lo que neceistaba su negro corazón para alimentarse, para mantenerse funcionando. Una especie de símil de una fortaleza con un mecanismo que no debe parar.

Miriel reconoció la razón en las palabras de Quildor, aunque es equivocaba en algo.

- No es pesadilla, sino embrujo. Tiene demasiada coherencia para ser una pesadilla. Lo que nos debería dar la pista de que no saldremos de aquí simplemente por despertarnos. – dijo poniéndose en pie a pesar del cansancio para observar más de cerca a Aldor.*

- Bien podríais llevar razón, Vanwa. – convino Mirel cuando el descarriado hubo terminado su canción. Ella había aprovechado ese tiempo para estudiar la condición de Aldor y el entorno para idear la forma en que se pudiera impedir lo máximo posible el empeoramiento de su condición; necesitaba aguantar mientras ellos lograban encontrar la forma de escapar de aquí y encontrar una cura para su afección – pero quedándonos en esta lúgubre celda no venceremos ni al lugar, ni a hombre, ni a espectro alguno, así que, ¿cómo saldremos? – miró a sus compañeros con desafío en sus ojos a pesar del cansancio - ¿Trataremos de forzar esa puerta oxidada o esperaremos a abalanzarnos sobre nuestros carceleros cuando nos traigan la pútrida comida la próxima vez? – podría haber otras opciones, pero lo importante ahora era espolear a sus compañeros a pensar en formas de salir.

Ainar se había mantenido al margen de las conversaciones, ya que estaba compenetrado en encontrar la forma de salir de allí. Una vez llegó a examinar la puerta lo suficiente, les comentó a sus compañeros lo que había descubierto.

-¿Alguien tiene ganzúas que haya logrado esconder? ¿O algo como para... usarlo con fuerza?- preguntó el enano a todos los presentes, mientras con la mirada y un caminar frenético, revisaba la zona y esparcía su fuerte olor corporal por todo el agujero infecto al que los habían metido.

El beórnida escuchó a sus compañeros… parecía que lo que decían tenía sentido. 

No. A pesar de las energias que aquel espectro le había robado, tenía que seguir dando batalla. Hasta que no le quedara nada de fuerza. No iba a permitir que una cosa sin cuerpo le venciera y menos en un sueño. Baldbrand vencido por una pesadilla ¡Ja! Una hoja orca tendría sentido ¿pero aquella brujería? No. 

Se incorporó cerrando los dientes con fuerza encaró la puerta y le dijo a Ainar: Vamos maese Ainar. Tiremos la dichosa puerta abajo. 

Y dicho aquello se preparó para tomar carrerilla y lanzar todo su peso contra la misma.

Para curar el mal de los hombres mejor aplicar los conocimientos de los hombres dijo lúgubremente Welf cuando veía como Miriel buscaba una curación en Aldor que quizá sirviera para los resistentes cuerpos de los elfos pero que poco efecto tendría sobre el posadero.

No era la primera vez que veía a alguien con síntomas parecidos, a veces llegaban hombres perdidos en el Bosque o huidos de alguna de las patrullas de trasgos que se atrevían a cruzar por zonas que no hace mucho eran vigiladas por los elfos del Rey que ahora eran tierra de nadie. Una enfermedad que mezclaba oscuridad, frío y desesperanza. Para tratarla lo mejor era el sol pero a falta de él habría que buscar la forma de darle algo caliente de comer, agua que fuera esa ponzoña que traían los orcos y calor de los suyos.

Welf miró a sus compañeros... ellos le daban el calor y la fuerza que a él mismo le faltaban. Si estuviera solo quizá admitiera la derrota, pero juntos... no, juntos había esperanza.

Era momento de no decaer y sumirse en la desesperación a la que invitaba aquel lugar, de mantener la fe y la esperanza de la manera que fuera, y las canciones eran una manera magnífica de hacerlo. La canción de Vanwa fue un breve pero efectivo resquicio de esperanza, una manera de aferrarse al recuerdo hermoso de lo que había más allá de aquellos túneles. Como un rayo de luz que se cuela por las grietas hasta las profundidades de la montaña. 

Miriel trató de estudiar el origen e la enfermedad que aquejaba a Aldor, pero sobre el tabernero no pesaba maldición o condición alguna que viniera dada por el embrujo de la Sombra. Simplemente parecían unas fiebres que se habían complicado con aquella marcha infernal y las condiciones en las que ahora subsistían. Seguramente en Haycombe aquello no hubiera pasado de una mala gripe, y con los cuidados apropiados Aldor se habría recuperado en un par de días. Pero en aquel estado en que se encontraban la enfermedad solo había hecho que empeorar. Miriel trato de aplicarle algún remedio casero, pero lo poco de que disponían no ayudaba. Al final de aquel día, la tos del tabernero comenzó a presentar unas preocupantes manchas de sangre. Fue entonces cuando Welf se hizo cargo de él, y con sus cuidados pareció mejorar ligeramente. Al menos lo suficiente para calmar la tos y lograr dormitar un rato. 

Entre tanto, Ainar miraba la verja de la celda y se movía de un lado a otro pergeñando un plan con el que forzar la cerradura o romperla directamente para poder escapar de allí. Al final, Baldbrand se puso en pie de golpe y se animó a echarla abajo de un empellón, animando al enano a lanzarse junto a él contra los oxidados barrotes. Con la fuerza de aquellos dos brutos combinada tal vez podría funcionar. El único problema era que aquello no sería precisamente discreto ni silencioso, y había varios guardias armados custodiando a los prisioneros. 

Miriel se alegró una vez más de los conocimientos de Welf a quien dejó actuar mientras ella se limitaba a observarle y continuar aprendiendo de sus artes. Cuando terminó se volvió a dejar caer contra una pared lejos de aquel fluido asqueroso que atravesaba la celda.

- Derribarla por la fuerza atraerá a todos los guardias que hay en la puerta. ¿Estáis seguros de que desarmados podremos con todos ellos? – implícito en su pregunta iba el pensamiento de no tener claro que dado el estado en que se hallaban todos pudieran ni aunque estuvieran armados.

Qildor le puso una mano en la mano a Baldbrand. La mirada del noldo era profunda y severa, como la de un padre a punto de reprender a su hijo.

—Miriel está en lo cierto. No nos conviene ser impacientes y también debemos pensar cómo debemos tratar a Aldor. Aunque sea un sueño, no deberíamos dejar a nadie atrás. Demostrémosle a la Sombra que somos mejores. Debe haber una forma de abrir sin que nos detecten.

Le dedicó una mirada a los barrotes y luego al resto de sus compañeros, dejando la pregunta en el aire.

Al sentir el contacto en la mano, Baldbrand pareció mirar con malas pulgas al autor del mismo. Al descubrir que era el enigmático Quildor, el beórnida sólo resopló, gruñó y finalmente asintió a su petición.

-Yo no conozco otro modo -dijo con su habitual y brutal franqueza. 

Ainar se dio vuelta cuando Balbrand había propuesto lo de llevarse por delante la puerta, pero por suerte el Noldo y Miriel habían hecho entrar en razón al joven impetuoso. De todas formas, sonrió levemente.

-Ya habrá momento de utilizar tu fuerza- le dijo al beórnida -Ahora tenemos que ser pacientes como la montaña misma... e igual de resistentes-

El enano se enfocó en revisar toda la sala, y luego la puerta. Iba y venía buscando y queriendo encontrar algo que le pudiera servir para forzar la cerradura o inutilizar los goznes. No quería levantar una polvareda y un estruendo tirando abajo la puerta. No dudaba que Bald, si se lo proponía, terminaría lográndolo, por más gruesa que fuera.-

-Necesito algo fino, pero resistente... unas ganzúas serían lo mejor de lo mejor- dijo el enano, hablando para todos -O una palanqueta de buen acero enano... ojalá tuviera una, ¿no es cierto, Vanwa?-

Sí, no se la dejaría pasar. Probablemente nunca.

Baldbrand fue contenido de sus intenciones de echar la puerta abajo por Qildor y Miriel, el beórnida no tuvo más remedio que sosegar su ímpetu, aunque las ganas de golpear a algo no menguaban sino todo lo contrario. Ainar no desistió de abrir aquella vieja y oxidada puerta, al menos encargándose de su cerradura. Sabía que con un buen juego de ganzúas podría abrirla en un periquete, pero lo que pudiera encontrar allí distaba mucho de parecerse a un juego de ganzúas, aunque fuera uno mediocre. Tal vez pudiera improvisar algo, pero iba a requerir de ingenio y algo de tiempo. 

La cena consistió en otro mendrugo duro de pan mohoso para cada uno acompañando un cuenco de un turbio brebaje que difícilmente podría clasificarse como guiso. Pese a todo comieron lo que les ofrecían, pues no había nada más que llevarse a la boca y en los días de la dura travesía ya habían pasado suficiente hambre. Tampoco tardaron en quedarse dormidos en vista del cansancio que acumulaban sus piernas y cuerpos, aunque más bien dormitaban, pues en un lugar como aquel, rebosante de mal, no era fácil pegar ojo. La mañana llegó cuando los orcos golpearon los barrotes de las celdas para despertarles, algo que hicieron solo por fastidiarles. Cualquier diría que habían dormido solo un par de horas, pues la oscuridad de la celda era la misma.