Partida Rol por web

Las palabras de Talan reclamando sosiego y calma detuvieron al mago, quien ya enfilaba el camino hacia la puerta de salida. Algo malhumorado regresó con sus compañeros farfullando algo entre dientes. Cuando Talan preguntó por la firma del cuadro, Snorri alzó la cabeza hacía él y lo miró de hito en hito.

-¿¡Qué de qué te suena!? - Exclamó incrédulo. -Por las barbas de Nautelon el forjador de escud... ¿De verdad? ¡Bertoldo Virutas! - Exclamó señalando con las palmas de las manos extendidas hacía la criatura. -¡Te robó el laúd de tu padre!

La escena podría resultar bastante cómica, con el mago farfullando, haciendo aspavientos con los brazos y remarcando las palabras, si no fuera por el lugar donde se encontraban y porque aquella criatura casi estrangula al pobre Tukk. Pensar en Bertolo alteraba a Snorri, realmente Talan no tenía culpa alguna de no haber reconocido la firma de tan desagradable sujeto, pero el mago estaba fuera de si en aquellos momentos. Al menos el bardo tenía razón en una cosa, no podían irse tan rápido sin examinar bien la escena, o al menos aquella criatura que por un momento les había tomado el pelo haciéndose pasar por cuadro. Así pues el mago le dio una patada al cuerpo para extender su costado de manera que se viera bien el cuadro allí pintado y se agachó junto al cadáver con intención de examinarlo. El mago todavía murmuraba improperios contra Bertolo cuando se puso manos a la obra, y por ello no prestó la atención que debiera.

El alivio que sintió Franerick cuando el silencio acudió a sus oídos, fue notorio. El mediano hasta esbozó una sonrisa. La agudeza de su oído, parecido al de Bigotes, le había jugado una mala pasada en esa situación.

-Wow... qué lindo que es el silen...- pero se vio interrumpido por la sarta de improperios y demás exclamaciones del mago y el bardo -Tenemos prisa... mi hermano está en algún lugar de... esto... y tengo que encontrarlo antes de que le suceda algo- dijo sacando la flecha del cuerpo de la criatura.

Hizo un sonido muy ratonil, y Bigotes dejó de morder el ala, y volvió a las ropas de Montero.

-Voy a ir avanzando- dijo con seguridad caminando hacia el otro extremo de la sala.

Ya sin guardar el arco, agarró dos flechas y las mantuvo en la otra mano, listas para ser usadas...

Tukk se masajeaba el pescuezo mientras los demás acababan de examinar el lienzo viviente. La sola mención Bertoldo hizo que la ira subiera a su rostro como un volcán y se olvidara de todo los demás. Resollando por la nariz recogió su escudo romboide del suelo y, con los nudillos blancos en torno a su pico de batalla, siguió a Franerik en un silencio hostil que no podía expresarse con palabras. Ese maldito Bertoldo se burlaba de ellos una vez más y había estado a punto de matarles. Insultar a aquel ladrón asqueroso había dejado de tener sentido, ni siquiera como válvula para aliviar tensiones. Aunque fuera lo último que hiciera vería el color de las entrañas de aquella sabandija asquerosa con cuerpo de halfling.

Se dice que los enanos llanos, que tras abandonar sus montañas debido a una catástrofe natural emigraron a las ciudades, descubrieron que los humanos y los elfos encontraban placer estético en auténticas horteradas. Especialmente en las grandes urbes. 

Aquellos artesanos que se dedicaban a satisfacer esa necesidad cosmopolita de obtener objetos cada vez más estridentes, llegaron a perfeccionar una técnica para combinar colores chillones y formas bulbosas y ñoñas. A este nuevo estilo lo llamaron "el Kitsch", que en el lenguaje secreto de los enanos significaría algo así como "Patada en los ojos".

Tal vez por su pasado cosmopolita o por su exhuberante humanidad, Snorri no pudo evitar sentirse abrumado al contemplar por primera vez aquel amasijo de pigmentos mal mezclados sobre el cuerpo inerte de la criatura. Le fallaron las piernas. Un sudor frío perló su frente. Su corazón latía desbocado. Una reacción común ante el Kitsch que los enanos habían bautizado como "sufrir un Stendhal" ("Estos primos me pagarán el doble por esta porquería").

Talan, por su parte, recordó que existían odas de héroes que se internaron en las profundidades y se habían topado con criaturas similares a la que Bertoldo había garabateado. Eran Mantos o Farsamantos, seres que se ocultan en la oscuridad y se alimentan de aquellos incautos que los confunden con abrigos o capas debido a su textura tan similar al cuero o al lino.

Muchos se sentían abrumados al verlos, pero se debía a un grito muy agudo que pueden emitir los Farsamantos. A gran distancia pueden provocar la sensación de que algo no va del todo bien. A pocos pasos, cuando está a punto de ser descubierto, su aullido puede hacer que los más cobardes huyan despavoridos —algunos hacia fosas o pozos—.

Una vez terminados los prolegómenos, el grupo avanzó hacia la siguiente sala. Ahora con el conocimiento de que había un pequeño tesoro en las ruinas y que, si salían de allí, no lo harían con las manos vacías —si encontraban una forma segura de pasar por el foso—.

Tras la puerta encontraron un amplio mirador. La pared del fondo estaba abierta, sobre una gran jardinera llena de extrañas amapolas negras que no habían visto nunca. En el centro de la sala había unas escaleras de caracol descendentes y, en torno a estas, seis esferas de cristal dispuestas en semicírculo y cubiertas de polvo. 

Al examinar las esferas descubrieron que el la luz que llegaba del exterior rebotaba en las esferas, creando numerosos haces que rebotaban en espejos cuidadosamente disimulados en la decoración de las paredes. Un mecanismo muy ingenioso que permitía iluminar toda la torre sin necesidad de ventanas.

El problema era que estaba atardeciendo y que, por ende, solo quedaban unas pocas horas de luz. Si caía la noche, se quedarían completamente a oscuras.

Franerick avanzó hasta la escalera, y sonrió. Tenían un camino claro para avanzar. Pero hubo algo que le llamó la atención: esas amapolas negras que nunca había visto.

Se acercó hacia la jardinera, sintiendo el aire fresco que llegaba del exterior. Miró hacia allí, observando la zona circundante. Con suerte, podría notar algo importante. Pero las amapolas era lo que realmente le atraía. Siempre le habían encantado las plantas, de chico ya. Muchos creían que el apodo Montero había surgido por su habilidad como guía y rastreador, pero en realidad era porque desde pequeño andaba por el monte, buscando plantas, saboreando frutos, envenenándose con hongos alucinógenos, y alimentando animales silvestres.

Y algo que había desarrollado era una buena conexión con la naturaleza. Buena porque era humilde. Se tocó una de las plumas, una verde y larga, con tonos azulados y amarillos que le daban un aire exótico. Muchas veces, gracias a esa conexión que había generado, obtenía información que de otra manera no podría conocer, gracias a que los espíritus de la naturaleza le eran propicios.

Olfateó la amapola, ni muy cerca, ni muy lejos, era algo que uno empezaba a desarrollar. Tocar era lo último que tenía que hacer, porque no hubiese sido la primera vez que le había agarrado una alergia en la piel... o como aquella vez que todo el brazo se le convirtió en piedra, y si no hubiese estado su hermano para ayudarlo a buscar la cura, se hubiera quedado anclado a esa meseta llena de hiedra petrificante.

Snorri tenía una sensibilidad artística bastante refinada, de hecho había pasado un semestre durante su etapa de formación en la escuela de bellas artes de Schwarzendorf estudiando todo lo relativo a composiciones, formas, colores, técnicas, etc. Por ello, ver semejante espanto le hizo tener ganas de vomitar. Ni la composición estaba bien ni las formas se habían definido correctamente, los colores no encajaban y en cuanto a la técnica... si es que había habido alguna técnica, ésta debía haberse basado en lanzar las pinturas contra el lienzo abruptamente y sin ningún tipo de sentido. Snorri sintió que su cabeza se aligeraba por la visión terrorífica y que sus rodillas le fallaban. Estuvo a punto de caerse de morros contra el suelo pero logró reponerse a tiempo y levantarse torpemente.

-Esto no me pasaba desde que vi la horrorosa galería del maese Cattelano...

Snorri se recuperó sin mayores consecuencias, pero necesitó apoyarse en una de las columnas mientras sus compañeros iban avanzando a la siguiente sala y Franerick estudiaba las plantas.

Lo primero que sientes es un olor empalagoso que flota en el ambiente y que se intensifica conforme te acercas a la jardinera. El color, el aspecto y hasta el aroma de las flores te es absolutamente desconocido y te sorprende no ser capaz de distinguir la variedad. Tal vez sea un ejemplar realmente exótico o quizá no sea siquiera de este plano. Aunque eso sería absurdo, ¿verdad?

No obstante, hay dos cosas que sacas en claro. La primera es que el agua derretida de la nieve y el rocío bastan para alimentar a las flores, cayendo y filtrándose por alguna ingeniosa estructura que no alcanzas a ver —ni te atreves a examinar porque podrías tropezar y caer a una muerte segura. La segunda es que los párpados te pesan. 

Sacudes la cabeza.

Ahora sí que no tienes ninguna duda: esas amapolas negras tienen un efecto sedante bastante fuerte si alguien se acerca demasiado. Un descuido y cualquiera podría caer al vacío mientras pronuncia su último ronquido.

¿Y si te la comes? Bueno, tú experiencia como explorador —pero sobre todo tu pericia como mediano— te dice que este tipo de flores suelen tener un efecto alucinógeno muy potente.

Franerick se frenó, para no avanzar más, dándose vuelta y deteniendo a los demás.

-Cuidado, esas amapolas son peligrosas, pero creo que si nos tapamos el rostro para no aspirar su olor, no nos afectará- dijo el mediano, tapándose el rostro con la ropa -Tal vez nos vengan bien...- agregó en una voz más tapada por la tela.

-¿Alguno tiene más cuerda? Puedo sacar algunas para después...- preguntó.

Se podría atar, para que, rápidamente sacar algunas amapolas y envolverlas en uno de los sacos vacíos, y si no llegaba a mantenerse despierto, lo podrían subir sin problemas. Al menos Tukk lo podría hacer.

Dejó la mochila, y le hizo un sonido a Bigotes para que se quedara allí. Él sí que se quedaría dormido ni bien se acercara.

Mientras se dirigían a la siguiente sala Talan se ensoñó por un momento recordando aquellas interminables horas de clase de Arte en Lienzo, allá por sus años mozos, hace algún centenar de años. Nunca había sido de gran interés para el bardo esta discoplina. Quizás por la letárgico forma de hablar de aquel profesor, Trimbdel Farandimer, cuya flemática cadencia para hablar hacía imposible mantener la atención, llegando a olvidar como había comenzado una frase antes de que este la acabara de enunciar. Quizás por eso se escapaba de estas lecciones y se iba al foro, a observar como practicaban sus instrumentos las bandas musicales.

La visión de las extrañas esferas le devolvió a la realidad inmediata. Recorrió la sala sin acercarse demasiado ni a las extrañas bolas de colores como a las bellas, pero al parecer peligrosas, amapolas. Por fin se atrevió a acercarse a las esferas. Parecía allí no habían limpiado en siglos así que, con cuidado de no tocarla con la mano, sacó un pañuelo y trato de quitar el polvo de uno de los artefactos.

Tukk siguió a Franerik hasta la escalera descendente, donde detuvo sus pasos para observar someramente el ingenioso sistema de reflexión de la luz natural. Recordó la plaza de la vidriera, era algo similar. Si no arrastrase un enfado supino habría admirado la precisión puesta en juego para ejecutar una obra como esa, pero se limitó a resoplar airado y tirar de su cinto hacia arriba. Bertoldo no estaba allí así que esa sla no le interesaba. Se agachó junto al primer escalón para buscar trampas. Esta morada estaba llena de ellas y apostaba por la escalera. ¿Qué demonios hacia Montero jugando con flores?

—Snorri no te alejes —gruñó el enano con las barbas por el suelo, tratando de dilucidar donde estaba el resorte que activaba la supuesta trampa de la escalera, siempre había una trampa.

Tukk buscó, bajorrelieves, fisuras sospechosas, corrientes extrañas e incluso olfateó el suelo como un can en busca del característico olor ferroso de los mecanismos metálicos complejos. Estaba decidido a que no se la dieran con queso ni una vez más. 

-No te preocupes, Tukk. No tengo pensado aventurarme en soledad por estos hospitalarios pasillos. - Respondió al enano con cierto retintín en la voz mientras su compañero se ponía a inspeccionar cada guijarro de ese lugar como si fuera un sabueso en busca de un hueso.

Entre tanto hizo oreja cuando Franerick alertó sobre las flores y las miró con curiosidad. Parecía que el mediano lo tenía todo bajo control en ese aspecto y como no tenía ninguna cuerda extra que poder proporcionarle simplemente respondió de manera negativa y se centró en otra cosa. En concreto en la esfera que también había llamado la atención de Talan y que formaban parte del ingenioso mecanismo de iluminación de aquella sala. El mago creía haber leído en una de los libros de la grandiosa biblioteca de Schwarzendorf algo al respecto de aquellos ingeniosos inventos.

Habías visto sistemas de iluminación similares en las cámaras de conservación de la biblioteca de Schwarzendorf, ya que la luz directa ponía en peligro la integridad de los textos más vetustos. Sin embargo, los que conoces son a pequeña escala, usando esferas similares pero de mucho menor tamaño y no siempre suelen usar luz solar.

Dado que los magos tienden a trasnochar y el sol tiene la manía de tener un horario bastante rígido, la biblioteca provee a los estudiantes de cetros solares y trucos menores de iluminación para activar los sistemas esféricos aún sin luz natural. 

Si bien está atardeciendo en las ruinas, es muy probable que mantener una fuente de luz constante frente a las esferas permita iluminar todo el complejo de una forma bastante eficiente.

Snorri al fin recordó. De hecho las esferas le resultaban bastante familiares. Extendió su mano hacía la que Talan estaba sacudiendo el polvo y la tocó ligeramente con la yema de los dedos. La esfera brilló entonces con una luz amarilla muy intensa que fue transmitiéndose a través del ingenioso mecanismo de reflejos en los espejos colocados de manera sutil por toda la sala e iluminaron la estancia con mayor intensidad que el sol rojizo del atardecer. Entonces Snorri miró a Talan y una pequeña sonrisilla se dibujó en su boca, de pronto la luz de la esfera que Snorri sostenía cambió de color y se volvió de un color carmesí que llenó las paredes de un intenso color fuego. Pero Snorri no se detuvo ahí, la luz fue cambiando a azul, verde, morado, naranja y varios colores más, en diversas tonalidades e intensidades, e incluso se atrevió a juntar un par de colores y los hizo cambiar de posición para crear un efecto de movimiento bastante curioso que tenía su réplica en las paredes de la habitación.

-Esta anocheciendo. - Dijo el mago deteniendo el espectáculo en un tono verde como la hierba del verano. -Si colocamos una llama o una fuente de luz en el centro del círculo que forman las esferas tendremos iluminación para todo el tiempo que estemos en este lugar. Esta esfera -explicó refiriéndose a la que había hecho brillar con infinidad de colores, -se encarga de iluminar esta sala, las demás iluminarán los otros niveles de la torre o diferentes salas específicas a través de los espejos.

Franerick se encontró con un aplastante desinterés por parte de sus compañeros de viaje*. Parecía que la botánica no era un tema de interés general, al menos no para aquel ecléctico grupo. Todos parecían tener mejores cosas que hacer.

Tukk, por ejemplo, se dedicó a inspeccionar las paredes y el suelo en busca de trampas o grietas. La sala estaba aparentemente intacta y no había nada que le indicase peligro. Cuando estuvo a punto de acercarse a la jardinera y un olor dulzón empezaba a embotarle los sentidos, Franerick le detuvo en seco**.

Talan, por su parte, limpió un poco una de las esferas, la luz anaranjada que almacenaba del sol del atardecer se intensificó ligeramente. Sin embargo, fue Snorri el que más logró una reacción al experimentar con el sistema de iluminación de las ruinas.

Aunque puede que no fuese el que él esperaba. 

Tras el espectáculo cromático que perturbó la aparente tranquilidad de los salones, el suelo empezó a temblar ligeramente. De las escaleras, proviniendo del piso de abajo, escucharon un escándalo de cadenas seguido de una sucesión de bramidos furiosos:

¡BERTOLDO! ¡SÉ QUE ERES TÚ! ¡DEJA DE ESCONDERTE, COBARDE! ¡BERTOOOLDOOOO!

Al aguzar el oído pudieron distinguir pasos que correteaban y se arrastraban de un lado a otro, un par de berridos guturales y, después, silencio.  

Snorri alzó las cejas al escuchar el grito que provenía del piso inferior. Parecía que, quien fuera que estuviera allí sentía el mismo odio que ellos por Bertoldo. Algo que alegró bastante al mago, pues los enemigos de tus enemigos deberían ser amigos. Al aguzar más el oído escuchó el tintineo de las cadenas, lo cual le hizo sospechar que aquel podía ser el hermano de Franerick del que había hablado en más de una ocasión.

Snorri decidió preparar algo para mantener las luces encendidas, su idea era proyectar una luz tenue que pudiera mantener una iluminación suficiente para poder ver en el interior de la torre cuando el sol terminara de ponerse.

Tukk se irguió en tensión al oír los gritos que provenían del piso inferior. Se sacudió el polvo de la barba y la cabellera. Los pelos salvajes sobre su cabeza le daban un aspecto de fiero perro callejero.

—Suena como alguien encadenado a quien Bertoldo se la ha jugado también —susurró a sus compañeros estrechando los ojos con suspicacia—. Voy a bajar.

El enano se agarró los machos y empezó a descender la escalera de piedra.

—¡Ese bastardo de Bertoldo no está aquí! ¡Pero si me indicas dónde encontrarlo mis amigos y yo le daremos recuerdos tuyos después de sacarle las tripas! Voy a bajar para que podamos hablar, parece que tenemos alguna cosa en común —apuntó el guerrero elevando la voz y bajando las escaleras con cautela.

Las orejas del elfo se pusieron en tensión al escuchar el chirriar de cadenas y los aullidos guturales. Sacó su arco y preparó una flecha mientras seguía al enano. Era una gran ventaja estratégica, la masa del enano sería capaz de detener a un toro y su pequeña estatura le perimitía un gran campo de visión para su arco. Era la cobertura perfecta.

Franerick alzó los brazos con cara de pocos amigos.

-¿De verdad? ¿Nadie me va a ayudar?- le pregunta al enano mirándolo luego de haberle salvado la vida -Nos pueden venir muy bien esas amapolas si nos las llevamos... no siempre hay que matar-

Y en ese momento escuchó aquella voz. ¿Era su hermano?