Partida Rol por web

Al ver que el enano sigue sin reaccionar Atala coge su espada y el escudo y va a ayudar a Julianna y a Heskan que están batallando sin mucho acierto contra el semiorco. Nada más llegar y aprovechando la ceguera del contrario, Atala levanta su espada y la baja a una velocidad descomunal impactando en el hombro de su enemigo y haciendole un buen corte por el que empieza a salir sangre.

El bandido seguía pasándose la mano por los ojos como si estuviese tratando de sacarse arena, y afortunadamente... para él, lo consigue y empieza a poder ver a su alrededor, notando como una thiefling se posiciona para poder asestarle, aunque sus reflejos le permiten poder moverse rápidamente y lograr esquivar aquellas puntiagudas armas, más allá de que su vista aún continúa borrosa.

Con lo que no contaba era con un ataque por la espalda por parte de Atala, quien en una pequeña carrera obtiene el envión suficiente como para dar un salto y descargar potentemente su espada contra uno de los hombros del semiorco. La sangre borbotea significativamente del cuerpo de este quien pega un estruendoso grito pero sigue en pie. 

Al no poder dar la vuelta y enfrentar a la guerrera, el bandido decide descargar toda su furia contra la ladrona que tenía en frente. Agarrando su hacha con ambas manos, y en un vuelo rasante de la misma, logra rozar el estómago de Julianna con el filo, quien, para su fortuna y gran destreza, se mueve antes de quedar partida en dos y sin vida en el piso.

Se notaba claramente que la furia del semiorco, ahora liberado de cualquier atadura y conjuro mágico, se había desatado totalmente, se lo notaba en sus ojos a las claras, ya que al desaparecer el conjuro del gnomos, se podía notar la rabia y el tremendo odio e ira que sentía por los que tenía en frente.

Bueno ya te has fijado en mi, ahora es momento que muerdas el polvo.- dice mientra su primera daga hace que el semiorco de un paso hacia atras y le mete la segunda daga entre las costillas haciendo una fea herida.- Tenias que haber huido cuando tenias tiempo.- dice mientra da un paso hacia atras para dar tiempo a sus compañero a atacarle.

Galmor permaneció preso del miedo más tiempo del que hubiera deseado. Pero no podía controlar su pánico. El voluntarioso enano poco podía hacer contra los aterradores recuerdos de su niñez que creía olvidados, pero que habían emergido repentinamente del fondo de su memoria al ver al imponente orco frente a él.

Atenazado por el miedo, solo escuchaba lejana la voz de Atala y los primeros gritos desgarrados por el dolor. Fue en ese momento, tras escuchar un gemido femenino, cuando Galmor empezó a volver en sí, a notar de nuevo el aire y a ver lo que estaba sucediendo a escasos metros de él. El descomunal semiorco había alcanzado con su enorme hacha a una de sus compañeras. Julianna había recibido un buen tajo y el instinto protector de Galmor logró vencer al pávulo enano de la infancia. Apenas conocía a la Tieflin y ésta había echado a perder el plan para atrapar a los bandidos, pero Julianna se había enfrentado a su enemigo con un valor que a Galmor le había costado mucho encontrar. Decidido a recuperar su orgullo se acercó impetuoso al semiorco, dispuesto a enfrentarse a sus miedos y a enterrar para siempre sus terroríficos recuerdos de la infancia matando a aquel que los había hecho resurgir. Al tiempo que asestaba un golpe sobre el jefe de la banda, se colocó junto a Julianna para así poder protegerla con su escudo si el enemigo se ensañaba con ella.

Sin embargo, sus músculos aún permanecían atenazados por todo el miedo que había pasado y apenas pudo levantar su martillo, que pasó a un eterno palmo de su enemigo.

Heskan animado por la incapacidad de visión del semiorco se anima a lanzar un nuevo conjuro. haciendo los movimientos rutinarios y pronunciando sus palabras invoca un rayo de fuego que trata de alcanzar al bárbaro. Pero los nervios le traicionan por lo que no consigue invocar correctamente el conjuro.

Fadrique alzó la mano derecha con los dedos haciendo un ademán de bendecir y la mirada alucinada de los tocados por los Dioses. Susurró quedo pero fervoroso en dirección a Julianna:

La diosa nos salve de la primera sangre que ha brotado. No caiga a la tierra sin que su poder intente que no ocurra, oh Diosa; socórrenos.

En el mismo instante en el que terminó de recitar su plegaria improvisada, levantó la mano un tanto más y Julianna sintió, sin duda, cómo un gélido relámpago sacudía sus carnes en el vigoroso acto de la curación.

En aquellas circunstancias, poco quedaba por pensar, había que derribar al Orco cuanto antes y terminar de una vez con el peligro. Sin dudarlo un instante, el pequeño gnomo cargo con su bastón sobre el bárbaro, el movimiento es veloz y preciso, golpeando justo en una zona blanda del estómago. –¡Para que aprendas bruto, no se necesita pegar fuerte, sino saber donde hacerlo!

Al ver que el resto de sus compañeros se enzarzaban por fin con el bandido, Atala intenta dejar incosciente al semiorco dandole con el pomo de la espada en la cabeza.

Claramente la situación había sobrepasado el bárbaro, quien en su afán intimidatorio no tuvo en cuenta su desventaja numérica, y mucho menos que una landronzuela le hiciese frente tan férreamente. 

La thiefling siente como una poderosa descarga cae sobre ella, sorprendiéndola de forma satisfactoria, con lo que nota fluir nueva vitalidad en su cuerpo. Una vez pasado el efecto del conjuro del clérigo, con sus dagas, hace una especie de finta con su primer ataque, el cual el semiorco logra esquivar, pero no contaba con una vuelta completa de su oponente para tirar un segundo ataque rasante que corta su pie a la altura del tobillo, haciendo que pierda el equilibrio y caiga de rodillas, lo que le dio una hermosa oportunidad al gnomo para descargar con toda su fuerza su bastón sobre el cráneo del bandido.

Atontado, y viendo para todos lados sin comprender bien que es lo que había pasado, alcanza a ver el pomo de una espada que se incrusta en su nariz, haciéndola sangrar profundamente y cayendo al suelo inconsciente.

Tras propinarle varios golpes y  tajos, el furioso semiorco cayó tras un certero golpe de Atala en todas sus narices que lo dejó inconsciente.

Galmor se quedó un segundo inmóvil, con la mirada perdida en dirección al recién caído, pero no tardó en reaccionar. Aunque se podía echar de menos la entrega y el ímpetu con el que hasta ahora el enano había puesto en todo. Sin mediar palabra y con el gesto tan inexpresivo como una piedra, puso al  semiorco boca abajo con los brazos hacia atrás y sacó su cuerda. Le ató las manos a la espalda y con el mismo tramo de cuerda le ató también los pies después de descalzar a la enorme y ya no tan imponente figura.

Tras eso cortó la cuerda y con el largo tramo sobrante se acercó a los humanos caídos, lanzó la soga sobre ellos y cabizbajo y en silencio se alejó unos metros antes de quedarse de pie e inmóvil mirando hacia la luna.

Sin duda avergonzado por cómo quedó aterrado ante el semiorco, por ahora no supo hacer otra cosa que esquivar la mirada con sus compañeros, probablemente porque no sabía como mirarlos a la cara después de lo ocurrido.

Galmor, con un buen uso de su cuerda, ata a los bandidos, mas cae en la cuenta de que le falta uno... Aparentemente, el que había quedado fuera de combate, y al ver como rebajaban a su jefe, decidió escaparse antes que enfrentarse a aquellos bravos guerreros.

De entre los pastizales, comienzan a ver como, de a poco y con gran cautela, el granjero y sus pequeños se dan a conocer.

- Gracias mis señores... Muchas gracias por su ayuda - dice con lagrimas en los ojos. No solo habían ayudado a reducir al grupo de bandidos que lo asolaba regularmente, sino que además no habían ocasionado ningún tipo de daño a su estancia ni a su granero.

El mismo sale corriendo hacia su pequeña casa y segundos más tarde aparece con una bolsita. Pequeña, pero bastante atractiva, de un terciopelo de color bordó que se funde en negro gracias a las sombras del fuego. Desata el pequeño nudo y de la misma saca un par de monedas de plata y una pequeña gema, la cual extiende para que la tomen.

- Por favor... en símbolo de agradecimiento, por mí y mi familia. 

Fadrique iba a hacer varias cosas. Por un lado, asegurarse de que no se maltrataba en exceso a los prisioneros. Por otro, intentaría consolar al enano: vaya, si cualquiera se hubiera quedado de piedra con el careto que ponía el tiparraco ese. Poco más y él mismo se caga en los pantalones.

Le habría dicho algo así como: querido amigo, lo que marca la diferencia es superar el miedo, no sentirlo, y tú lo superaste al final. Saliste victorioso contra dos enemigos, el exterior y el interior. Pocos pueden decir lo mismo.

Pero se percató de que faltaba uno de los bandidos. Asustado, haciendo caso omiso de la recompensa que les ofrecía el granjero, dijo: ¡Ese hombre va a dar la alarma! ¡Hay que impedirlo! ¡Darle caza! No ha podido ir muy lejos.

Atala da el golpe final al semiorco para dejarlo inconsciente y por fin se relaja.

Después de que Galmor ate al semiorco, Atala coge a otro de los bandidos y lo deja atado tal y como ha hecho Galmor con el primero. Entonces, se acerca hasta el granjero que les ofrece unas monedas y una gema.

Atala coge la mano del granjero entre sus manos y se la cierra suavemente acompañando de unas suaves, pero decididas palabras.

El peligro todavía no ha pasado, de momento solo nos hemos librado de unos pocos bandido, pero seguro que habrá más acampados en esa zona y seguro que el que ha escapado se ha dirigido hacia su escondite. Ahora debemos buscarlo, mientras tanto alguno de vosotros debería ir corriendo hasta el pueblo para que os ayuden con estos tres que tenemos aquí. En estos momentos solo han perdido el conocimiento, pero podrían despertar en cualquier momento, por eso deberíais ir hasta Red Larch y buscar a Harbuck para que os ayude ha interrogarlos.

Mientras sus compañeros se disponen a buscar al bandido que ha escapado, Atala saca su ballesta y se pone a arreglarlo entre murmullos.

Maldito aparato! No sirve para nada! Menos mal que tengo una espada decente...

El aviso del sacerdote sobre el bandido huido hizo reaccionar a Galmor de nuevo. El enano sacó su ballesta esperando a que alguien pudiera saber por donde se había ido el que faltaba mientras miraba por donde vieron a ver si lo veía alejarse.

El gnomo ve incrédulo como el grupo parece dispuesto a romper formación y correr tras un simple bandido. –Esperen, es inútil perseguirle, si ha de hacerse que lo haga uno solo de nosotros, no podemos dejar al granjero y su familia con estos malditos, tampoco es de esperar que el buen Harbuck pueda sacarles mucha información, es más, que siquiera sobrevivan antes de que este terrible bárbaro les mate con las manos desnudas. – Dice señalando al semiorco.

-Es evidente que el bandido nos lleva mucha ventaja, conoce estos lugares y sus escondites, sabe a dónde ir y por donde llegar, es muy posible que incluso haya alguna avanzada que le proteja esperándole más adelante, lo más inteligente…- Dice remarcando esta última palabra. –Es despertar al idiota musculoso que tenemos enfrente, darle algunas patadas en las bolas y hacer que hable sobre lo que hay que buscar o sobre que prevenirnos.-

Fadrique, observando desde donde se encuentra a los alrededores, y teniendo en cuenta de que toda la familia de granjeros se encuentra con ellos, empieza a ver los pastizales, y detecta unos movimientos que se contradicen con el viento.

Al acercarse, encuentra que el bandido que se había escapado se estaba arrastrando, lastimosamente, y sollozando de dolor. Al ver al sacerdote se da vuelta y comienza a clamar perdón.

- Solo hacíamos lo que él nos pedía - dice señalando al Semiorco - ¡Por favor, no puedo ir a la cárcel! Que su diosa se apiade de mis actos y me deje ir... por favor.

Al ver que Fadrique se adentra en la plantación Galmor lo sigue de cerca con la ballesta preparada. No tardan mucho en dar con el bandido que asustado pide clemencia. El enano guarda su ballesta, se le acerca, lo coge de la pechera y empieza a arrastrarlo hacia fuera para reunirse con el resto.

¿Ahora nos pides clemencia? Te dije que te rindieras y vivirías, pero elegiste morir.... Pues ahora vas a hacer lo que yo te pida si quieres seguir viviendo.

Una vez llegados donde están todos lo deja junto al semiorco.... Ahora vas a pedir perdón a esta familia y después nos vas a contar todo sobre vuestro jefe y la  banda de ladrones a la que pertenecéis. Cuantos sois, donde os escondéis, a quién habéis robado y por qué..... cuanto más cuentes, mejor para tí.

El gnomo se mantiene a la expectativa, lo cierto es que entendía poco de la justicia en la superficie, sin embargo tenía claro que habría que ejecutar al semiorco y sus cómplices, dejarles libres era una locura así como una sentencia de muerte para el granjero, llevarles a la prisión seria básicamente lo mismo, una sentencia de muerte para el granjero y una carga para la aldea. Pese a todo el gnomo no era ningún tonto y veía el lugar al que quería llegar Galmor, por lo que le deja hablar primero.

El bandido cayo tendido de rodillas después de ser arrastrado por Galmor en las cercanías del fuego que todavía se mantenía vivo.

Leves rayos de sol podían vislumbrarse en el horizonte, aunque todavía faltaba mucho como para que el amanecer se hiciese presente propiamente.

El hombre, ya entrados en sus 30 más o menos, no paraba de llorar.

- Por favor... ¡¡¡piedad!!! - decía mientras escuchaba las palabras del enano y miraba permanentemente hacia todos los allí presentes - Eramos nosotros cuatro nada más, él nos lideraba, teníamos hambre, y frío, y él nos ayudó a mitigar ambos... Aunque reconozco que se nos fue de las manos - mirando al granjero y a los niños - Les pido disculpas, pero si no nos ateníamos a sus ordenes nuestros cuellos no valían nada bajo su hacha. Nuestro escondite está en la zona de las cuevas, allí podrán constatar de que no hay nadie más... Por favor, déjeme ir... O quedarme y remendar mis errores para con esta familia. Soy muy trabajador!!! En serio señor. En serio. - dice arrastrándose hasta donde esta el granjero. Este último, hace unos pasos atrás mientras hace los brazos atrás para que sus niños se ubiquen en un claro símbolo de defensa, mas no dice palabra alguna.

Amigos, dejadme un momento con este hombre. Por favor.

Miró severo al bandido. ¿Cómo te llamas, hijo mío? ¿Dónde naciste? Estuvo un rato preguntando cosas por el estilo, para ponderar la sinceridad del tipo según se iba relajando gracias a la conversación.