Partida Rol por web

 -No, Volga hija de Lanhs no es de las que deja pasar algo así.  Puede que la muerte de Dardo la apaciguara, pero os recuerdo que varios de los suyos cayeron frente a nuestras flechas.  Ahora ya no es sólo una ofensa, si no una venganza.  Y es que conceptos como negociación o diplomacia estaban bien lejos de las gentes de esta tierra, de la que Arvak era un claro ejemplo y Zeleria, no tanto.  Sus miradas se encontraban con frecuencia, desafiantes, y sólo el delicado estado de la hermosa guerrera habia impedido que la tomase, impaciente y salvaje, la primera noche de viaje. 

-Atentos mientras andemos ésta senda - repetí los consejos de la buena Brevea - Puede que hayan dejado alguien vigilando.  Aunque nuestra noche de viaje bajo la tempesad había puesto una buena distancia entre ellos y nosotros, quizás uno de ellos se había aventurado a seguirnos y había vuelto para emboscarnos.  

-Si no encontramos a nadie, me gustaría descender hacia la orilla del Lago.  Y así saber de primera mano qué camino emprendió Volga.  

El viento comenzó a ulular una canción triste, levantando remolinos de nieve. El viaje de retorno continuó a paso cansino, azotada la comitiva por ráfagas violentas de aire frío, la tormenta amenazando con incrementarse. Sin señal de Volga ni los suyos. Pocos animales asomaban la cabeza ese día desde sus madrigueras calentitas.

Arvak se mostraba confiado. Zeleria mejoraba, arrastrada en su improvisada camilla. Brevea, con Maclo a sus espaldas, constantemente en alerta. Y Arkra no perdiendo detalle del sendero y sus alrededores, cavilando en voz alta malos augurios.

Más tarde, con el sol ya bajo, la borrasca retomó su furia, La mayoría nota que en esta ocasión es justo encima y alrededor de vosotros donde se crispaba. Detenéis la marcha.

-Silencio –ordenó una de las mujeres, sus ojos perforando la sutil cortina de nieve que caía. Vuestro instinto de guerreros curtidos olía que el peligro acechaba. El polvo blanco se arremolinó en torno a los componentes de la partida, casi cegándoos, golpeando de improviso y furiosamente las caras de labios y mejillas cortados por tantos días de expedición en el norte salvaje y cruel. Los caballos se agitaron, nerviosos y asustados. Las mujeres permanecieron mudas, atentas, los ojos abiertos como platos y los cuerpos en tensión igual que gatos monteses acosados por la pantera de las nieves.

- ​​​​​​¿Qué hay...? - Preguntó, pero de inmediato se calló. 

Algo estaba hostigandoles. Hacía tiempo que lo percibía en el ulular del viento y en el rugido de la tormenta, pero aún así, no sabía de la naturaleza de la amenaza. Solo esperaba que no fueran esos malditos Cimmerios, era demasiado pronto y no estaba del todo recuperada como para tratar de matarlos.

Intenté atravesar la ventisca con la mirada.  La reacción de las mujeres y de las bestias, el corazón palpitando fuertemente en mi pecho... Presagios de un ataque inminente.

—Otra vez los cielos nos desafían— afirmé con frialdad, a punto habían estado lluvia y nieve de matarnos a todos.. Desenvainé la espada lentamente y me preparé para combatir. —Esta tierra no quiere que te vayas, Maclo —sonrei con ironía.  

Grité en dirección a los árboles. Sin duda, los cimmerios sabían que, de encontrar a Maclo, vendríamos por aquí

—Salid de vuestro escondite y luchad frente a frente, no como cobardes.  ¡Volga! ¿Me oyes? ¿Tienes miedo?

Esa nieve… no era normal ¿más magia? Con la mentira de Dardo ya había tenido suficiente.

- Preparaos, algo se acerca - Brevea echó pie a tierra y preparó el arco. No se fiaba de su puntería a lomos de una montura

Arvak iba caminando sumido en sus pensamientos, habían varias cosas que le preocupaban y su cabeza no era muy buena para esos menesteres. Por eso estaba un tanto despistado cuando una de las mujeres hizo la advertencia.

Al instante se puso en tensión observando a su alrededor.

Los caballos relincharon. Alzaron sus patas delanteras, el sentido de supervivencia tan afilado como el vuestro frente a la inminencia de una intangible amenaza. En el preciso instante en el que la tierra se abría delante vuestro, las monturas daban un brinco azuzadas por las botas en sus flancos.

Eso os salvó de hundiros en las anchas zanjas y grietas que en unos segundos desgarró el suelo. Sin embargo, Arkra no pudo gobernar a su caballo y el sureño acabó despedido cayendo al suelo, a la vez que su montura fue tragada por una de esas fisuras entre relinchos y pataleos de pánico.

Desde aquella espesura rodeada de nieve agitada por el creciente vendaval, algo se os vino encima por el aire, rodando en la tierra cerca de vosotros. Era la cabeza de Volga. Después, se vislumbraron algunas picas con cabezas de los cimmerios clavadas.

Alguien os observaba a unos metros delante vuestro. Se trataba de una mujer cubierta con una capa negra que contrastaba con el blanco de su piel, acompañada de tres enormes lobos de pelaje casi albo y ojos amarillos febriles. Gruñeron de forma horrible y aterradora mostrando sus afilados caninos y sus rojas lenguas.

La desconocida, que portaba un báculo de retorcida madera sin labrar en su mano derecha, grabado con runas y signos, habló hacia sus bestias, con voz tan helada como la luz de las estrellas, en una lengua extraña y arcana. Los cánidos salvajes se relajaron un poco.

Solo un poco.

-Es la Señora de los Bosques y las Taigas –anunció una de las mujeres, atemorizada. Las otras asintieron y pronto todas hincaban una rodilla en la nieve y agachaban la cabeza en señal de respeto hacia la hechicera.

-Vamos, vamos, vosotros también –susurró Taura.

De nuevo la tierra se abrió bajo nuestros pies. Maldita tierra salvaje, me dije de nuevo. Pero todo había sido obra de alguien, alguien que decapitó a Volga y la gente de Lamhn, que tenía poder sobre la nieve y el viento y las bestias que habitaban los fríos yermos.

—La señora de las Taigas— musité desde el suelo, derribado tras haber perdido de nuevo mi montura. Mi mirada iba una y otra vez desde la temerosa Taura a la demoníaca bruja que había decidido, al fin, mostrarse.

—Maldita criatura — todas mis sospechas cobraban sentido ahora.  La aldea poseída, la criatura legamosa, el lago helado, el corrimiento de tierras... Maclo.  Todos los obstáculos en nuestro camino, nuestros muertos, nuestros heridas, todo culpa de ella.  

Me incliné como decía la vieja.  No podríamos con los enormes lobos si las supersticiosas mujeres cimmerias se dedicaban a arrodillarse y llorar de miedo. Probablemente ni aunque luchasen con bravura lo conseguiríamos. Mierda.

—Arvak, agáchate — temía por el veterano guerrero y su inquebrantable código vital.  Si se lanzaban a por los lobos tendríamos que seguirle. Probablemente.

—Taura. Taura! —la llamé con apremio —Preguntale qué desea y dile que no somos sus enemigos.  Algo querrá...

Cuando la calma había llegado a fin y Zeleria había logrado relajarse un poco y de no ser por el dolor de la pierna, casi hubiera disfrutado del viaje, de nuevo apareció a tormenta y con ella un nuevo desafío. Un extraña hechicera salvaje de la que las leyendas de la región hablaban de mostró ante ellos. Las mujeres se arrodillaron y les pidieron que a ellos que hicieran lo mismo. 

- Mierda... - Dijo en un susurro mientras descabalaba trabajosamente. - ¡Aaarg! - Exclamoual sentir el pinchazo del hueso roto al podar el pie sobre el suelo. 

La cimmeria se arrodilló y bajó la mirada. Debían guardar respeto a aquella mujer, pues parecía la señora de aquells tierras. Quizás con humildad y sumisión les dejaría seguir su camino sin hacerles daño. Lo cierto era que si el grupo de Volga había acabados decapitado, pocas opciones parecían tener en combate contra aquella hechicera y sus poderes de la naturaleza.

Por suerte Arvak caminaba al lado del caballo que llevaba a una de las mujeres y dos niñas cuando la tierra se abrió. Con un acto reflejo tomó las riendas obligando al caballo a mantenerse mientras las chicas bajaban. Con cara de mala leche miró hacia el origen del estruendo, una mujer pálida y tres lobos.

Su primera reacción fue echar mano de la maza mientras se situaba delante de las mujeres y con un gesto del brazo les hacía situarse hacia atrás. Lo que le confundió fue la reacción de las mujeres, que se postraron adorando a la aparecida como si se tratara de una deidad.

La mujer habló algo a los lobos y estos se tranquilizaron. Arvak pudo entonces observar que lo que parecía una piedra era realmente la cabeza de Volga y que otras cabezas aparecían clavadas en picas.

Arvak estaba confuso, pero no quería exponer a estas mujeres a nuevas penurias. Crom no era un dios celoso, de hecho pasaba bastante de ellos. Depuso la maza y se inclinó con el resto, quizás podrían salir del encuentro sin luchar.

A Brevea no le gustaba jugar con magia y hechicería. Una cosa era Mitra, el bondadoso o Crom, el furioso, pero los dioses no tendían a inmiscuirse en los asuntos de los hombres, sin embargo, las brujas y nigromantes… esos eran otra cuestión.

Se bajó del caballo y se arrodilló, junto a los demás, a la espera de acontecimientos. Por si acaso, no se separó mucho de su arco. Esos lobos terribles parecían enemigos formidables y si habían acabado con Volga y los demás…

- ¿Alguien sabe quién es esta y que puede querer de nosotros? – susurró al resto de arrodillados

Solo se escuchaba el viento silbar su canción de desafío y burla. Mujeres y hombres, cimmerios y sureños se postraron delante de aquella hechicera. Si tan solo quería eso, pleitesía y respeto, no parecía tan grave a cambio de conservar la vida.

Silencio y el rugir de la ventisca. Maclo se arrodilló también junto a Zeleria, apretando su mano y mirándola con ojos inquietos empañados por el temor.

Taura negó con la cabeza en dirección a Arkra -No conozco su lenguaje –masculló en un murmullo quedo. -¿Qué deseas, Señora de los Bosques y las Taigas? Poderosa como ninguna, soberana de las Nieves, dueña de tierras y bestias. Somos cimmerias, tus hijas, regresamos a nuestro hogar devastado con ayuda de estos nobles amigos que nos han salvado de un destino cruel y amargo.

Silencio y el bramido de la tormenta y el gruñido de los colosales lobos, semejantes a huargos.

La hechicera finalmente habló, haciéndose oír a través del aullido sordo de la nevada, en una lengua inteligible para Taura.

-Å krysse landene mine krever betaling. Et liv til tjeneste for dem du kaller venner.

La curandera la miró, perpleja, tratando de comprender lo que decía y traducirlo para vosotros.

-Cruzar mis tierras exige su pago. Una vida a mi servicio de aquellos que llamáis amigos.

Los cabellos de la mujer de piel pálida oscilaron de forma brusca por el viento, alzó su brazo y, como para reafirmar su exigencia, golpeó el suelo con el cayado. La tierra se resquebrajó una vez más en finas líneas sinuosas a vuestros pies.

- ¿Debe ser una vida humana? - Preguntó Zeleria. - ¿O bastaría con la vida de uno de nuestros caballos? Para nosotros son unas bestias muy necesarias y queridas. 

Zeleria entendía las exigencias de aquella dama, aunque no estaba dispuesta a ofrecer la vida de ninguno de ellos, pues todos eran amigos y además, no merecerían un destino tan aciago. Sólo esperaba que aquella pregunta no hubiera ofendido a la Señora de los Bosques y las Taigas, pues si ira podía ser enrome. 

Arvak alzó una ceja, esperaba que la Señora de la Taiga no hiciera caso del insulto de Zemeria, la cosa estaba para pocas bromas.

Se levantó y tomó su maza, cruzó los brazos situando la maza al hombro e inclinó la cabeza con respeto.

El aire fresco de la montaña azotaba su cara recordando su niñez. Un pueblo perdido... ¿qué habría sido de él si su aldea hubiera sobrevivido? Recordaba el dolor y la desesperación, pero gracias a ello había recorrido mucho mundo y había servido con orgullo al Conde, al padre de Maclo. Pero ahora, en medio de las montañas, notaba como si este fuera el mundo al que pertenecía.

- De acuerdo, te serviré. - Dijo con su voz profunda mirando a la Señora - Defenderé esta tierra en tu nombre y seré tu fiel sirviente, pero antes he de cumplir dos promesas.

- Prometí a una muchacha de la aldea - por un instante notaba como si el rostro de Velina flotase en el ambiente - que rescataría a sus compañeras y las dejaría a salvo en su aldea. Prometí a mi amigo el Conde que rescataría a su hija y se la devolvería sana y salva.

- Déjame acabar ambas promesas y regresaré a tu lado para servirte. Lo juro.

Habían sido muchos y buenos años. Aún tenía el vigor y la fuerza, pero a veces, solo a veces, notaba mas pesada la maza en su mano. Los mejores años de su vida ya habían pasado y en breve ya no podría servir a su señor como solía hacerlo. Aquí podría ayudar a estas mujeres a mejorar su vida e incluso fomentar la relación entre las diversas aldeas. La Señora, según se decía, era una protectora de los bosques y la taiga. También era una bruja y Arvak la temía, pero la serviría con honor o lucharía contra ella para defender sus amigos y sus promesas.

Tras decir estas palabras volvió a inclinarse ante ella.

Arvak se ofreció a la bruja.  Quizá se le había ablandado el corazón al ver morir a la joven Velina. Puede que pensara en que una vida de servicio de ese diabólica criatura no fuese tan malo. Es incluso posible que fuese una estratagema para acercarse y aplastarla con su maza. O quizás, simplemente, estaba loco.

Permanecí inmóvil pero en tensión. ¿Cuantos pasos hasta la bruja? Veinte pasos, uno más, uno menos.  Los lobos me derribarían antes.  ¿Podrían las flechas alcanzarla si el mismo aire parecía obedecerle?  

Mi mano bajó a la empuñadura de mi espada.  Arvak se había ofrecido a sí mismo pero nada garantizaba que la bruja aceptase sus condiciones.  

Brevea miró sorprendida a Arvak. Había cambiado mucho a lo largo del camino. Perder a personas era la norma del guerrero, pero si que parecía más viejo, quizás mas encorvado incluso, aunque seguía siendo una imponente figura cuando sacaba a pasear esa pesada maza que ella misma no podría levantar sin dificultades.

Le sorprendió el ofrecimiento del guerrero. Sólo quedaba saber si la Señora de la Taiga iba a aceptarlo. ¿Y para qué querría una vida esa bruja?

La respuesta a Zeleria no se hizo esperar. El báculo de la Señora de los Bosques tocó una vez más el suelo nevado. Al momento, la tierra se cuarteó, se abrieron nuevas hendeduras y se ensancharon más las abiertas. Las cimmerias se sujetaron unas a otras, o se abrazaron al tronco de un árbol. El devastador movimiento de tierras zarandeó a humanos y bestias, que vieron como a su alrededor las zanjas provocaban el pánico entre las mujeres. Una de esas grietas se abrió camino hasta Zeleria, se quebró el suelo cubierto de nieve bajo ella y no consiguió evitar deslizarse en la misma. Logró agarrarse al borde mellado y a la mano de una Maclo aterrada que hizo lo que pudo con toda su fuerza para sostener a la mujer norteña.

La voz helada se escuchó a lomos del gélido viento.

-Hvis du oppfører deg som dum, vil skapningene mine tilfredsstille deres appetitt hos deg, og de som overlever vil være alle mine slaver.

El murmullo de Taura tardó unos segundos mientras la mujer buscaba las palabras adecuadas. -Si como estúpidos os comportáis, mis criaturas saciarán su apetito con vosotros y los que sobrevivan seréis todos mis esclavos.

Brevea, Arvak y Arkra, aguantaron la demostración de poder. Brevea mantuvo a su caballo sin que huyese o fuese tragado por las grietas. También varias chicas pudieron sosegar a las otras dos monturas, pero era cuestión de tiempo que escapasen o muriesen en una de esas mortales trampas. Arkra calculó un desesperado avance hacia la hechicera. Tuvo claro que necesitaba apoyo de las arqueras y no solo del propio Arvak, sino de todas las mujeres. Los afilados y descomunales colmillos de los lobos le harían trizas de una sola dentellada. La única opción menos suicida sería una carga a caballo.

Y Arvak se ofreció a la Señora de las Taigas. Caprichosa. Exigía un pago por cruzar sus tierras. Una vida. La tensión amenazaba con quebrarse de un momento a otro. Las sanguinarias bestias gruñeron otra vez, sus ensangrentados caninos voraces deseando cortar y desgarrar.

--Kriger. Du kommer med meg. Nå. De vil oppfylle i ditt navn

-Guerrero. Vendrás conmigo. Ahora. Ellos cumplirán en tu nombre.–dijo la curandera, sin atreverse a levantar la cabeza.

No lo había dicho con ánimo de ofender. Un caballo era un bien muy preciado para ellos en las circunstancias en las que estaban y aquella maldita hija de una hiena, se lo había tomado como una ofensa. Ciertamente, no entendía la razón de ser tan destructiva. Con el poder que ostentaba, se dedicaba a sembrar el mal en aquellas tierras y no todo lo contrario. 

Zeleria lo tenía claro. Aquel ser no era de fiar y mucho menos un alma que gobernase en esas tierras para sus pobladores, sino todo lo contrario. Se trataba de un espíritu maligno que aterraba a los viajeros y no les daba una opción lógica para atravesar el territorio que reclamaba como suyo. 

- ¡Por Crom! - Exclamó cuando el terreno se abrió bajo sus pies. - ¡No le sueltes! - Le Imploró a Maclo mientras trataba de regresar a la superficie empleando todas sus fuerzas.