Partida Rol por web

Esto era mucho más del gusto de Arvak, un buen oponente en un combate cuerpo a cuerpo. Sonreía. A Crom le importaba una mierda quien ganase el combate, pero él tenía claro que arrancaría las entrañas a estos malnacidos.

Por el rabillo del ojo vio cono Zeleria intentaba cortar las ligaduras de las chicas. Si liberaba a las Cimmerias primero seguro que se unirían a la lucha sin dudar.

- ¡¡ Las más fuertes, libera a las mas fuertes !!... - por muy bien que lo hicieran aun quedaban muchos enemigos.

La táctica de Aekra no funcionó. El guerrero vanir se la olió y fue más hábil que él. El tremendo golpe con el escudo en tu costado te desestabilizó y te robó el aliento, al revolverte tu ataque luego fue parado por el filo de su hacha próxima al mango de tu espada, que se desprendió de tu mano.  Un nuevo impacto del escudo en la cara te tiró para atrás, un tanto conmocionado. Te salvaron la lluvia de flechas de Brevea, retrocediendo tu enemigo y cubriéndose con el escudo. * 

Zeleria hizo lo que pudo. Su cuerpo estaba al límite. Cojeó, gateó y acabó arrastrándose para llegar a las mujeres atadas. Volaron flechas sobre ella sin alcanzarla, pero una de las chicas sí recibió un dardo en plena cara, le atravesó el ojo y la punta de hierro se hundió en su cerebro matándola en el acto. Zeleria empezó a cortar cuerdas a toda prisa, sin localizar a Maclo entre las penumbras que ofrecían las fogatas.

La ira de Arvak le cegaba, su oponente consiguió abrirse paso en su defensa, y el filo de su acero besó su pecho en una fina línea poco profunda. El fornido centinela de largos cabellos rojos se encontró con la implacable respuesta del cimmerio en pleno rostro. El forzudo vanir se tambaleó, tu espadazo le había seccionado la cara a la altura de la nariz, manchada ahora de rojo y sesos; el guerrero pelirrojo se desplomó, pesado, igual que un árbol derribado por el salvaje puñetazo de un gigante.

Pero el otro coloso ya llegaba a la altura de ambos. El metal del hacha silbó en el oído de Arvak, que logró deslizarse a un lado igual que una magosta astuta. Lo suficiente para evitar el mortal hachazo que vino encima. Sintió el dolor momentáneo y la sangre gotear entre sus costillas por la zona de la espalda, el borde del hacha perfiló un buen corte de un palmo de largo. Una flecha de Brevea hizo gritar de cólera y odio al gigantesco norteño, cuando se le clavó en la espalda sobre los omoplatos.

A Velina no le iba bien el encuentro. Encajó una patada en el vientre y estuvo a poco de que la degollasen: el hacha describió un semicírculo cortando su armadura de cuero a la altura del pecho, dejándole un buen tajo hasta el hombro. La joven cayó sangrando, aullando, y el vanir sonriendo de forma torva se abalanzó otra vez sobre ella para rematarla.

- ¡Mierda! - Gruñó al ver como una de las secuestradas era atravesada en la cabeza por una de las flechas que sin duda iban dirigidas a ella.

Tratar de liberarlas sin duda les había puesto en peligro. No obstante, ya ni había vuelta atrás. La cimmeria continuó tratando de cortar las sogas de todas aquellas mujeres. Cuántas más liberas, más se podrían unir al ataque o en su defecto, huir de la zona de peligro. 

Lo que si que le preocupaba era el hecho de no hallar por ningún lado a Maclo. ¿Habían dado con el grupo esclavista equivocado? ¿Habría muerto ya Maclo? En cualquiera de los dos casos anteriores, todo el sufrimiento que llevaban a sus espaldas hubiera sido en balde. ¡No, no podía ser! 

- ¿Conocéis a una cimmeria llamada Maclo? ¿Estaba con vosotros? - Le preguntó a todas las mujeres, niños y al hombre en general. - Blanca de piel, pelo moreno y ojos azules. ¿Está con vosotros?

Brevea, protectora en la distancia, siguió dando candela a todo aquel que osaba levantar las orejas, aunque pronto se quedaría sin munición.

Uno había caído, pero Arvak salvó su vida por milímetros al coste de una herida en las costillas, por fortuna no muy grave. Pero estaba en mala postura y necesitaba un milagro para contraatacar.

El milagro llegó en forma de flecha gracias a Brevea. El dolor de la flecha recibida en la espalda aturdió momentáneamente al gigante dándole una apertura para que Arvak pudiera meter su espada.

Poco a poco se iba acostumbrando a esta arma, aunque seguía notándola falta de peso.

Cuando se combatía a muerte, cada instante era la suma de decenas de instantes anteriores, condensados en unos pocos golpes. Las lecciones de esgrima, allá en Khoraja, la experiencia del guerrero vanir, el cansancio en las piernas de Arkra, un rescoldo de dolor en su cadera.

Me agache a por la espada, las flechas de Brevea me habían dado la oportunidad de recuperarme, pero estaba en muy mala posición.  El vanir era cauto y un experto con el escudo, no le vencería a base de fintas y engaños.  

Golpeé tan pronto tuve la espada en mis manos, un golpe rápido que le hiciese alzar el escudo.  Seguí golpeando sin tregua, obligándole a defender de manera constante.   Di una fuerte patada a su escudo, buscando desestabilizarle e intenté golpearle de nuevo. Esta vez una estocada, baja y traicionera , buscando morder sus tobillos, romper sus pies.

-¡Yaaaaaahh!

Fue el grito salvaje del vanir abalanzándose contra Velina hacha sobre la cabeza. La muchacha interpuso el mango de su lanza y así pudo desviar el golpe que partiría su cabeza en dos como fruta madura. Pero el acero se hundió con un horrible chasquido bajo la clavícula. El chorro de sangre salpicó en derredor, brotó un grito estremecedor de dolor de su garganta, escupió sangre y casi perdió el conocimiento. 

Cuando el guerrero fue a terminar con su vida, algunas mujeres liberadas y con las manos desnudas se le tiraron encima. Mató a una de un bestial corte en el cuello, pero unas le mordieron, arañaron, y ya otras empuñaban los cuchillos de los guardias caídos, junto con el jovencito cimmerio que agarraba una espada. Varios puñales penetraron una y otra vez en el cuerpo del vanir. No importaba el coste.

Zeleria se afanaba cortando las ataduras, y se desesperaba a partes iguales. Las cimmerias, jóvenes y niñas, querían soltarse, le gritaban que fuese deprisa, corrían en cuanto se veían libres. Zeleria, aturdida, sin fuerzas, agotada, se dejó caer boca arriba, el cielo nocturno oscuro como techo. 

-¿Zeleria?¿Zeleria? ¡Zeleria! -una joven morena, de mirada azul que resaltaba en la suciedad de su bella cara, la abrazó. - Vi a Arvak y y y no podía creer que fuese él. Oh, Zeleria.- Te estrechó, llorando irremediablemente.

Zeleria estaba muy débil. Le costaba mantenerse en pie e incluso le costaba mantener los ojos abiertos. Moverse tan rápido por rescatar a aquellas mujeres le había provocado un dolor intenso en la pierna dañada y el esfuerzo le había provocado casi el desmayo. Sin embargo, enseguida empezó a percibir como sus esfuerzos no eran en vano, pues algunas de las mujeres liberadas, enseguida se unieron al combate y eso les iba a dar mayores oportunidades de sobrevivir al ataque.

Entonces escuchó una voz conocida, la de Maclo. Agotada y tirada en el suelo boca abajo, no supo si se trataba de una voz procedente el mundo material o de una mera ensoñación, pero fuera como fuera, estaba demasiado cansada como para comprobarlo. Sus ojos estaban cerrados y su maltrecho cuerpo ya no le respondía. No se movería de allí. No al menos hasta que hubiera podido descansar y recobrar algunas energías. Necesitaba dormir. Si... lo necesitaba. Ojala pudiera ser en una cálida y blanda cama, pero allí mismo estaba bien.

- Maclo... - Dijo en un susurro casi imperceptible antes de caer en una ensoñación.

El guerrero vanir sabía luchar y distaba mucho de ser un salvaje sin aprecio por su propia vida.  Bloqueó todos y cada una de mis estocadas, esperando pacientemente que mi acometida perdiese fuelle. Sabedor que alargar el combate me llevaría a la tumba, lancé una estocada baja buscando tocar su pierna de apoyo. Pero adelantándose de nuevo, me golpeó con el escudo, esta vez en el rostro, abriendo una profunda brecha en el pómulo derecho, seguido de un tajo que abrió un sangriento surco en mi hombro izquierdo.

Trastabillé, sin llegar a caer, mi impulso agotado sin haberse cobrado ni una gota de sangre.  En mi rostro apareció un gesto de sorpresa y miedo y los ojos del vanir sonrieron con suficiencia mientas cargaba con el hacha en alto.

—Idiota — di un paso lateral evitando su hachazo y embestí su escudo con el hombro cuando giró en mi dirección. 

—Aún no has vencido — grité volviendo a empujarle, desde abajo ésta vez, derribándole.   Lancé un par de tajos a sus pies y me retiré, una sonrisa predadora en mis labios

El vanir se alzó sobre sus pies, sólo para caer cuando su tobillo cedió, seccionado casi por completo.  Borbotones de sangre manaban de la terrible herida, el blanco hueso apoyado en la negra tierra cuando el pie se desprendió por completo segundos después.  Antes de caer con el cráneo partido en dos por mis estocadas, lanzó su hacha y su filo rozó mi sien trazando un fino hilo ensangrentado.   Habían pasado apenas unos instantes y busqué a mi alrededor otro oponente al que enfrentarme.

Brevea vio al arquero enemigo resguardarse tras los caballos. No sabía si habría más de aquellos perros sarnosos roba-hembras por los alrededores, pero ese en concreto no iba a ser el que diera la voz de alarma. Triando al arco a un lado y sacando la espada, corrió hacia donde vislumbraba al vanir, cogiéndose las tripas con ambas manos.

Hasta en la victoria había que ser piadoso y evitar el sufrimiento. Aquel se había medido con ella en el campo del honor y había perdido, las apuestas eran altas y ahora Brevea corría a cobrarse una vida. Después, habría tiempo para consolar a mujeres y atender heridos, pero si aparecían más vanires (o cimerios) estaban acabados.

La cólera de Crom se había desatado sobre los hijos del norte en forma de dos sureños y tres cimmerios. Los vanires estaban todos muertos o agonizando. El arquero herido por la flecha de Brevea respiraba sus últimos alientos tendido en el helado suelo de la fría noche.

El gigante vanir que quedaba en pie, su mirada vidriosa, no se rindió. La ira brillaba en sus ojos azules cuando decidió ultimar su vida combatiendo.

-¡¡Por Ymir!! ¡Dormiré con sus hermosas hijas esta nocheee!! -La enorme mole de músculos se abalanzó sin esperar a más, cargó con la fiereza y fortaleza de una bestia furiosa. A Arvak le resultó fácil esquivarlo, un movimiento preciso a un lado para luego hundir hasta el fondo el acero de la hoja de la espada de Zeleria en el vientre del guerrero norteño.

Y silencio finalmente. El mutismo que trae la muerte en su viaje eterno.

Arkra se dejó caer sobre la hierba húmeda. No encontró más rivales alrededor. Solo el único vanir aquel, sentado y apoyada su espalda en un árbol, todavía blandiendo su espada.

Zeleria parecía marcharse al otro Mundo, al reino de las sombras, en brazos de una Maclo lacrimosa. Las mujeres cimmerias asistían a Velina,  otras despedazaban al hombre que las había violentado y enfrentado a la muchacha. Para cuando Arvak llegó y se abrió paso, leyó en los ojos moribundos de la joven y valiente Velina, que Crom la reclamaba. La chica te miró y aunó todas sus fuerzas para extender el brazo hacia ti, en un postrer reclamo de…de ternura. De amor. De deseo.

Y Brevea trotaba desde su escondite, mortal amazona que con sus flechas diezmó a buena parte de los aguerridos vanires.