Partida Rol por web

-Dejaos de despedidas. Moriremos los cinco si hacemos eso - había verdad en las palabras de Arvak pero ésta estaba enterrada profunda bajo su testarudez suicida.

-Avanzaremos, dos o tres dias más, si Velina nos guía a una aldea o un pueblo, eso sería lo mejor que podríamos hacer. Y Luego allí, decidir qué hacer de nuevo. Notaba sangre en la boca, algún golpe me había llevado antes, sin notarlo hasta ahora.

-Volver por donde hemos venido nos llevará al paso entre montañas, al lago helado, a tierras desconocidas para mí, a los amables brazos de Volga. Me llevaré a Zeleria conmigo, si. Pero sólo si eso le salva la vida.  ¿Podíamos llegar hasta Lambio? Sin duda, pero sólo si no teníamos ni un sólo contratiempo, ni un sólo desafío que superar.  Sin provisiones, además.  Y visto lo acaecido hasta el momento,  con los dioses en nuestra contra, eso era muy difícil.

La verdad es que en la situación actual lo mismo les daba ir adelante que atrás y las posibilidades de que Zeleria llegase a un lugar seguro aumentarían si permanecían juntos. Asintió.

- Sí, es lo mejor. Avanzar o regresar tiene el mismo riesgo, pero juntos hay más posibilidades de sobrevivir. - Miró a Velina - Necesitamos un sitio remoto, habitado y amigable. Si es conocido será donde nuestros perseguidores Cimmerios nos buscarán primero. Si no existe ese sitio me temo que tendrás que aguantar el dolor hasta nuestro destino.- Buscó el asentimiento de Zeleria - Buscad unas ramas rectas y despejadlas de nudos, hay que entablillar bien esa pierna para que aguante sobre el caballo. Por mi parte, necesito regresar al fondo del barranco a ver si encuentro mi maza, no tiene que haber ido muy lejos. Descansad un rato mientras lo intento, necesitaremos nuestras armas si queremos sobrevivir.

Una vez más el guerrero hizo casi omiso del dolor de sus manos y descendió de nuevo al fondo del barranco que casi le quita la vida a su compañera.

- Akra, ayúdame a subir a Zeleria al caballo. Tenemos que atarla de algún modo, para que pueda usar al menos el arco mientras está montada.

- Y a ti – dijo mientras miraba a la rubia – ni se te ocurra hacer tonterías como cabalgar a lo loco por la estepa.

El castigado grupo decidió continuar la odisea en busca de Maclo. A la vez tan cerca y tan lejos. Si regresaban, la amargura de la misión fallida les acompañaría un tiempo. Si solo lo hacían la mitad, las posibilidades de los que siguieran tras el rastro, disminuirían.

-Una aldea…Sí, hay varias. Desperdigadas –Afirmó Velina. No lo dijo del todo convencida.

Acosados por la urgencia de encontrar a los vanires, y a tratar lo mejor posible las graves heridas de Zeleria, os ponéis manos a la obra. Después de un tiempo indeterminado y con el cielo ya seco, la guerrera cimmeria cabalgaba por el desfiladero, el tobillo y las costillas vendadas, la pierna entablillada, el hombro en su sitio, la rama extraída del brazo. También llevaba una venda para la herida de la cabeza y de la oreja.

Estaba hecha un cromo. Difícil que su cuerpo soportase el castigo de la travesía. Resultó doloroso, fatigada, a ratos caía en la febril inconsciencia, a ratos se mantenía con los ojos muy abiertos, lúcida. Sus compañeros, a pie, igualmente acusaron el esfuerzo. Velina avanzaba junto con Arvak, con el que, de alguna manera, se sentía identificada. Algo nació entre ellos.

En ese día alcanzáis las faldas de las inmensas montañas, los majestuosos Montes Eiglophiant, a través de laderas boscosas, desfiladeros y cañadas de trazado sinuoso, vadeando sin problemas varios torrentes de vivo caudal y sabrosos salmones. Esto os animó un poco. El frío y el viento eran constante cuyas ráfagas barrían los umbríos bosques y ralentizaban vuestro ritmo más todavía. Ni rastro de los vanires ni de alguna alde.

-Mañana debemos dar con ellos, estoy convencida, confiad en mí, por favor. -casi rogó una Velina un tanto ansiosa.

La noche es helada al cobijo de una oquedad al pie de una pequeña colina. Aquello era la frontera entre Cimmeria y Vanaheim, lugar de glaciares y de hielos infinitos al norte. Velina se acurrucó junto a Arvak y se dieron mutuo calor.

El día siguiente amaneció sin lluvia y con Zeleria más o menos igual. Macilenta, pero con el fuego de su resistencia en los ojos. Os adentráis en un bosque sombrío, un bosque de pinos negros, torciendo al oeste.  Un lugar casi sagrado, de únicos sonidos el trinar de alguna ave. Al atardecer,  en lo alto de un otero a cubierto por las gigantescas coníferas y castigados por el aire helado que ululaba frenético desde las altísimas cumbres cubiertas de nieve, se pudo contemplar Vanahein al oeste y norte, tras la cordillera de los Montes Eiglophiant. El espectáculo era asombroso, rodeados de montañas, picos y cumbres de afiladas rocas, bajo un cielo ceniza, que cruzaba nubes escamosas formando dibujos sin sentido, caprichosas ocultando o dejando pasar los jirones de rayos acerados de sol.

Arvak, se había quedado sin su maza y ella no podía blandir su espada. A lomos del caballo, con esfuerzo y no poco dolor, podría quizás defenderse o defender a los suyos de lejos sin exponerse demasiado al combate, aunque... Igual ni eso. Estaba muy dolorida y cansada. De no ser alguien tan fuerte de mente se hubiera rendido ya, pero no podía. Seguiría avanzando hasta su último aliento. 

- Arvak, quiero que lleves mi espada. - Le dijo al cimmerio.  - Seguro que le darás mejor uso que yo. Yo llevaré mi arco y si se me tiran encima, todavía tengo un puñal. 

La llegada a Vanahein fue esperanzadora. Aún sin tener una sola noticia de los vanires o de Maclo, tampoco había noticia de sus perseguidores y eso era lo mejor que les había pasado hasta el momento. Además, la fe de Velina era inspiradora. Si estaba en lo cierto y al día siguiente alcanzaban a los malditos vanires, por fin se pondría fin a esa interminable caza, ha fuera logrado su objetivo o reuniéndose con Crom. 

Que amaneciera sin lluvia también fue un gran descanso. Estaban empapados todavía. Había estado cayéndoles el cielo encima durante demasiadas jornadas y por fin tenían la oportunidad de secarse un poco. Esto sería no enfermarse por el frío u la humedad. 

- ¿Me ayudáis a subir al caballo? - Preguntó con ganas de retomar la persecución. - Creo que hoy puede ser una buen día. Grandes cosas nos aguardan.

Continuaban el camino, a pesar de todo lo que Crom mandaba contra ellos, continuaban. La fría noche se hizo más agradabel con el calor de Velina a su lado. Arvak la apreciaba, pero también sabía que ahora mismo era un alma perdida y que sería muy fácil aprovecharse de ella. La protegería hasta que culminase su venganza y liberase su espíritu del dolor que la asolaba, solo entonces si se abría a él compartirían algo que estaba surgiendo. No era una mujer normal, como ella habían pocas.

Se preocupaba igualmente por Zeleria. Era admirable que pudiera continuar, tampoco era una mujer normal.

Y es que para Arvak, una mujer Cimmeria era algo distinto.

El ambiente también que Arvak se sintiera más poderoso. Había nacido en alguna aldea olvidada de este zona y los paisajes que contemplaba de alguna manera le recordaba su niñez. Eso también lo compartía con Velina, ambos habían perdido su aldea, aunque quizás pudieran rescatar lo suficiente de la de su compañera como para no darla por perdida.

Zeleria estaba especialmente positiva. Instintivamente Arvak iba a ayudarla cuando dejó la ocasión para Arkra, aún así no pudo reprimir un susurro.

- No te fuerces en exceso, ya se que eres muy dura pero no perjudiques tu recuperación.

Era increíble la fuerza y el arrojo de esta mujer. Arvak también la admiraba por ello.

Ayudé en todo lo que pude a Zeleria durante esa jornada. A mantener el entablillado en su sitio y a ayudarle a montar y desmontar cada vez que lo necesitaba, a volver a cubrirla con la manta cada vez que, inquieta por el dolor, se destapaba.

-A este ritmo, quizás puedas herir a uno de los Aesires.  Al más pequeño - bromeé mientras cenábamos un caldo de raíces.  Realmente no podía creer que estuviese viva, los cimmerios estaban hechos de otra pasta.

No dormí bien esa noche, perturbadores sueños en los que sosteniéndome a duras penas al borde del abismo, la diabólica mano del tabernero me asía la pierna y me arrastraba a la muerte. En los que que mi caballo gritaba "traidor, traidor" con la voz de Zeleria mientras las oscuras aguas se lo tragaban para siempre.

El día siguiente, tras una marcha tranquila, a través de bosques que parecían no haber sido hollados nunca antes, nos trajo la gloriosa visión del reino de Vanaheim.  Imposible no creer en los dioses delante de aquello ¿Quien alzaría éstas montañas y para qué? ¿Quién las vistió de nieve, adornó con nubes, insufló su gélido aliento?  El lúgubre humor en el que la noche anterior me había sumido empezó a desaparecer como la escarcha al mediodía.  Las palabras de Velina no hicieron si no acabar de equilibrar mi ánimo, centrarme en Maclo y los vanires.

-Debemos ir con cuidado, no nos encuentren ellos antes que nosotros a ellos.   El subterfugio será nuestra mejor opción, quizá seguirles hasta la noche y cortarles el cuello mientras duermen.  Miré a Valina. - Dejaremos alguno vivo para ti, Valina. Para que disfrutes haciéndolo pedazos

Descendiendo por las estribaciones de un precipicio de tantos, un destello metálico llamó la atención de Zeleria, a caballo, que confirmó Arkra.  Abajo, a la distancia de unas pocas horas de camino, se perfilaba entre la arboleda un grupo de hombres y mujeres a pie. Forzando la vista, todos podéis comprobar que vuestros amigos tenían razón.

- Varios guerreros. Y una larga fila de prisioneros, niños, mujeres, hombres. ¡Son ellos, son ellos! – aseguró, entusiasmada y ansiosa Velina, sujetando con fuerza el asta de su lanza.

Allí estaban. Debían ser ellos. Tenían que ser los vanires con su carga de esclavos.

Aparecían y desaparecían a intervalos conforme atravesaban el bosque, imprimiendo un cierto ritmo a la fila de los esclavos atados con cuerdas. El sendero les llevaba al noroeste de Vanaheim, a sus aldeas después de saquear cimmeria, secuestrar y robar a sus gentes.

Descendéis la loma y tras unas horas, cercano al crepúsculo, a cubierto de los enormes árboles que empezaban a escasear, los teníais muy cerca.  Los vanires y sus cautivos estaban allá, a escasos doscientos metros, descansando en un estrecho claro. Los guerreros eran hombres grandes, de aspecto recio, con barbas y cabellos rojos y sucios. Una decena tal vez, no lo tenéis claro. Algunos de pie, charlando, quizá otros de guardia. Tres caballos pastaban cerca, tranquilos, vigilados por un alto vanir. En un primer examen podéis ver espadas, arcos, mazas y hachas, y también escudos. Parecen relajados, sin demasiadas preocupaciones. No distinguís mucho más desde esta distancia y con vegetación de por medio. Tampoco localizáis a Maclo.

Zeleria trató desde la distancia de observar el campamento de los vanires. No habían podido contar el número de enemigos que tenían frente a ellos. Era importante saber a que se enfrentaban antes de tomar una decisión acerca de cómo debían actuar.  Si bien era cierto que en la aldea de Velina les habían desvelado que no eran más de quince. Tres a uno era demasiado sobre todo teniendo en cuenta lo machacada que estaba Zeleria. 
- Creo que deberíamos acercarnos sigilosamente y asesinar a unos cuantos antes de que nos detecten. - Miró a Arvak. - No es la manera más honorable de combatir,  pero estamos tratando con esclavistas. Ellos tampoco sin honorables y debemos igualar fuerzas para tener una oportunidad.  - Esperaba que el cimmerio entendiera sus motivaciones.  Necesitaban ir todos a una. - En el momento oportuno os apoyaré con mis flechas. 

-Queda poco para el anochecer - dije en voz baja. -​​​​​​ Un par deberíamos asesinar en silencio al que guarda los caballos y robarlos. Avanzando a contraviento para no alarmar a los animales.  Los otros acercarse a donde guardan los prisioneros y comprobar que Maclo no esté ahi.  Miré hacia los vanires desde la espesura. Aunque Maclo estará encerrada en otro lugar, si sigue ahí.  El valor de Maclo era mucho mayor que el de todos los demás prisioneros combinados, al fin y al cabo.

- Crom sonrie a los audaces, no a los honorables. Eso es trabajo de Mitra, y cuidará bien lo que quede de nosotros cuando esto acabe.

- Sugiero que actuemos al amparo de la oscuridad. No olvidéis que hemos venido a por Maclo, el resto… - bajando la voz para que Velina no la escuchara – que los suyos se ocupen. – Y añadió, - haremos lo que podemos por sacarlos a todos de allí, pero las cosas tienden a torcerse en esta misión.

A Zeleria se le nublaba la vista, confundía presos con sus captores. La ayudáis a desmontar y que se tome un descanso recostada en el enorme tronco de un altísimo y frondoso abeto.

Arkra se acercó más al improvisado campamento vanir. Velina le acompañó, sin oir lo que dijo Brevea. No quisieron arriesgarse en exceso no fuese que alguno de los guerreros estuviese vigilando los alrededores. Arkra casi juraría que una de las muchachas sentadas junto a la hoguera que estaban montando era Maclo. No podía asegurarlo, la chica se cubría apenas con harapos y su cuerpo y su cara estaban muy sucios. 

Al regresar con los demás, Velina os informó -Hay gente de mi aldea. He contado once sucios perros vanires. ¿Y tú?

Arkra vio unos nueve. Pero su punto de observación no abarcaba todo el escebario. El de la joven cimmeria tampoco.

Zeleria agradeció que le ayudarán a bajar del caballos y a tumbarse un rato. Estaba tan agotada que se le cerraban los ojos. Se hubiera dormido de no ser porque sus compañeros comentaban la jugada. Al fin parecían haber localizado al grupo de vanires que habían secuestrado a Maclo. 

- Parece que por fin los dioses nos son favorables. - Sonrió resignada. - O puede que sólo se burlen de nosotros antes de que seamos masacrados a manos de esos bastardos. - Resopló. - Supongo que en un rato lo sabremos. - Abrió los ojos. - Alguien debería encargarse de buscar a Maclo y otros de robar caballos. Son demasiados pero si tenemos monturas igual podemos escapar. Quien sabe... - Se quedó pensando. - Y si acuchillados na los caballos restantes, no nos podrán seguir...

A Arvak le hervía la sangre por lanzarse a reventar los cráneos de sus enemigos, pero supo contenerse. No era el momento de ir de frente con las fuerzas tan menguadas que llevaban.

- A Crom le gusta el combate directo, pero le gustan más los vencedores. - afirmó. Con un gesto asintió a Velina para que se contuviera igualmente. - Tranquila, rescataremos a todos.

- Hay que organizarse. Yo no soy muy sutil pero mato rápido - la espada que le había cedido Zeleria se le notaba muy ligera en su mano comparada con su maza perdida, pero seguro que con su fuerza era posible que partiera un cuerpo en dos... ni que decir tiene si el tajo iba al cuello o la cabeza.

- Zeleria apenas puede moverse, por lo que ha de situarse con una buena visual y cobertura del campamento, quizás detrás de un árbol o de un matorral. No dispares la primera ya que delatarías tu posición.

- Hay que reducir el número de guardianes hasta algo más manejable, si conseguís que me acerque a alguno estará muerto pero no podemos dar la alarma hasta que queden al menos la mitad. Esperar a la noche y ver cómo llevan las guardias sería una buena idea.

- Velina, entre tu gente ¿hay alguien que sepas que pueda manejar un arma? Llegado el momento quizás tengan que luchar por su libertad si somos capaces de darles armas, pero algunos morirán.

- Siempre es mejor que ser esclavo. - Concluyó, aun a sabiendas que quizás no todos estarían de acuerdo con ese último comentario.

- Tenemos dos arcos y dos arqueras y ninguna destaca ahora mismo por su fuerza bruta o capacidad en combate cerrado – miró a Zaleria como disculpándose. – Podremos ocuparnos de alguno desde lejos, pero eso hará que den la alarma en seguida… y ellos también tienen arcos. Seguro que también los usan.

- Creo que lo mejor sería esperar a la noche, deslizarnos dentro del campamento, matar a los guardias y liberar a todos los que podamos. – Arvak parecía ansioso por lanzarse al combate, pero eran demasiado pocos para un ataque frontal. – Darles armas es una buena idea, por muy mal que estén, siguen siendo norteños. Aunque no sean cimerios seguro que prefieren la opción de luchar por sus vidas.

-Nos acercaremos al guardia todos.  Las fechas dispuestas por si nos descubren antes de tiempo.  Si el vigía cae... - iba explicando los movimientos gesticulando en dirección al campamento - Zeleria se hará con los caballos, Brevea liberará a los prisioneros.  Suponiendo que estuviesen atados con sogas, no era lógico que hubiesen cargado con pesadas cadenas hasta cimmeria.   -​​​​​​Si todo va bien y no se despiertan, empezaremos a matarlos.  Si no... Huiremos y lo intentaremos mañana, o pasado mañana.  A caballo.

El plan estaba dispuesto. La noche y la sorpresa aliadas. La rapidez indispensable.

-Toda mi gente sabe empuñar un cuchillo desde niños y destripar enemigos como a peces en el río. No te preocupes por eso, amigo Arvak el Tuerto.

Velina afirmó con rotundidez y seguridad.

Y llegó el anochecer. Os aproximáis sigilosamente al campamento. El grupo de cautivos, que ahora, mucho más cerca, podéis distinguir que son mujeres, niñas y niños, y un solo hombre adulto, un jovencito, se acurrucó en torno a dos hogueras, custodiados por cuatro gigantes vanires, uno en cada punto cardinal. Otros dos guerreros vigilaban cada uno en un extremo del campamento. Cinco vanires conversaban, comían y bebían cerca, alrededor de otra fogata. Los caballos los tenían muy cerca, sin custodia, pero a solo unos pocos metros. Entre las cabezas de las prisioneras, y la oscuridad solo aminorada por la luz cimbreante de las llamas, era difícil determinar si Maclo se encontraba entre ellas.

Un par de guerreros tan grandes como Arvak se pusieron en pie, cogieron a un par de chicas y prácticamente las arrastraron entre risas hasta los árboles cercanos, ahí mismo, sin problema alguno al lado de las demás, para violentarlas, riéndose ellos, gritando y chillando ellas en vanos intentos de soltarse de las manazas de los hombres. Uno le soltó una bofetada de tal calibre a una joven que la dejó medio inconsciente.