Partida Rol por web

Que los dioses nos guarden, que los dioses nos guíen. Justo es su parecer y grande su nobleza. Que los dioses nos guarden, que los dioses nos guíen.

Brevea no dejaba de jugar con el colgante de su credo ni de canturrear salmodias, como un mantra que la sostenía. De todos ellos, parecía la más entera, sin heridas visibles en su cuerpo ni en su mente, por lo que renunció a su cabalgadura en favor de los demás, tan vapuleados por el destino y los hombres.

Rezaba por Maclo, rezaba por Dardo y rezaba por todos ellos, para que encontraran a los compañeros secuestrados y derramarán la sangre de sus enemigos. No necesariamente con crueldad, pero si con abundancia, porque eso era lo que los dioses querían y necesitaban.

Ni la lluvia ni el agotamiento harían quebrar sus fuerzas y, esperaba, tampoco el de sus compañeros. Sólo quedaba seguir, un paso detrás de otro y rezar, rezar para que los dioses estuvieran con ellos más y mejor que con los que tenían enfrente.

Tanta lluvia caía sobre nosotros que empecé a añorar los mediodías en Shem, cuando el aire seco y caliente robaba el agua del cuerpo, tensando la piel y agrietando los labios.  Ésta tierra por la que transitábamos, pensé, siempre sería bárbara y primitiva pues no había tiempo para ser civilizado entre tormentas, nieve, lluvias torrenciales y oscuras brujerías.

Lamentable era nuestro paso por los lodazales que se iban formando pero me consolaba que los cimmerios, si nos seguían, estarían sufriendo un infierno similar.

-¿Podrán seguir nuestro rastro lloviendo así? - pregunté a Brevea, mientras veía las huellas llenarse de agua tras nuestros pasos. - ¿O la lluvia lo impedirá? 

También me acerqué a Zeleria, que no parecía muy afectada por el dolor, aunque eso era difícil de saber.  Le eché un vistazo rápido a sus heridas, sus manos, su oreja  -¿Cómo estás? Te duele? - pregunté - En cuanto pare de llover le echaré un vistazo más detenido a esa oreja, si quieres. No sabía mucho de ungüentos, elixires o fiebres aunque, como cualquier buen guerrero, algo sabía de heridas.  

Pese a todos los palos que les había asestado el camino, todavía no cundía el desánimo entre aquel grupo de cazadores. Lo de Dardo había sido un contratiempo, sobre todo para él, pero no obstante, seguían con la suficiente determinación como para no rendirse, aunque ciertamente faltaba cada vez menos para ello. 

Además, el clima se impedía en ponérselo difícil. La lluvia no cesaba y estaban casados hasta los huesos. Fuera como fuera, en medio de la nada como estaban, no les quedaba más remedio que resignarse y aunque hubiera un lugar donde guarecerse de las inclemencias del tiempo, tampoco podían detenerse, no ahora que estaban más cerca que nunca fe Maclo. 

Arkra se acercó a Zeleria preguntando por sus heridas. No era el tipo de hombre por el que la cimmeria se hubiera decantado, pero el roce con él cuando estuvieron compartiendo montura y la preocupación genunina que tenía por ella hacían que ganara muchos puntos. 

- Duele, no lo voy a negar. - Dijo mostrando una sonrisa algo triste. - Pero lo que más molesta son las manos. Me incapacitan para luchar como se hacerlo y si para cuándo encontremos a los aesires no están mejor, espero no ser un lastre en combate. - Resopló hastiada por la situación. - Me gustaría que me las mitades también, amigo...

-¡No lo creo! –gritó en respuesta Velina a Arkra, adelantándose a Brevea – ¡Con suerte, tomarán otro sendero de los que cruzan el paso entre las montañas!

La lluvia no cesó un instante en la media hora siguiente. La tormenta incrementó su furia y se hizo tortuoso caminar por el sendero. Hombres, mujeres y bestias os pegáis a la pared de roca y tierra. Podéis observar apenas tras la cortina de agua, los torrentes que caían por las laderas de la montaña se llevaban consigo pequeños árboles, matorrales, piedras y barro. Una enorme roca cae después de Velina y Arvak, y es Zeleria la que se da cuenta a tiempo para detener la marcha, tanto de ella como la de Arkra y Brevea que sujetaba de las riendas a su caballo. El pedrusco se perdió en la oscuridad del abismo.

Maldita sea –murmuró Velina, calada hasta los huesos.

Arkra se acercó a Zeleria, pero casi imposible distinguir con atisbos de seguridad las heridas de la chica, aunque al joven le pareció que cicatrizaban razonablemente bien.

Para colmo de males sois testigos de un desprendimiento de tierras que tuvo lugar algunos metros más allá de vosotros. Más que verlo, lo intuís y escucháis sobre el sonido constante de la lluvia. Se partieron en trozos, sólidos peñascos, que se desprendieron sobre el desfiladero y se precipitaron hacia la negrura del barranco, amenazando con un bloqueo en cualquier momento.

No había lugar donde cobijarse, solo quedaba continuar o retroceder. Y que vuestros dioses os ayudasen.

Arvak continuaba su marcha como si no le importase ni la lluvia ni el azote del viento. Estaba como poseído, caminando detrás de Velina prácticamente pisando donde la muchacha pisaba.

El breve intervalo de palabras pareció sacarlo de su ensimismamiento. Notó el frío y la lluvia, pero el agua que corría por su piel era más un alivio de las quemaduras de ácido del extraño gusano que una molestia en si.

Escuchó más que observó el desprendimiento frente a ellos, no parecía que el camino fuera nada firme pero ahora no podían retroceder.

- ¡ Crom nos prueba mientras se ríe de nosotros ! - gritó con fuerza a la tormenta, tensando los músculos y levantando el puño al aire.

Una sonrisa fría cruzaba su rostro de nuevo.

- ¿Queréis vivir para siempre?

Continuó su camino.

Aquella lluvia acabaría con ellos. No obstante, estaba demasiada cansada como para volver atrás y además su orgullo le impedía proponerlo. Sobre todo después de ver cómo Arvak seguía hacia adelante sin importarle demasiado el peligro y si lo hacía no lo demostraba.

La buena noticia era que al menos sus manos estaban cicatrizando bien, o eso le había dicho Arkra. Si salían de esa y consentía yacer con una mujer de media oreja, iba a hacer que aquel sureño supiera realmente lo que era un polvo salvaje. Sonrió ante aquella idea. Igual no hacía falta salir airosos de aquella... Igual la próxima vez que se detuvieran a descansar podría poner en práctica sus oscuros pensamientos. 

- Pronto gritarás como nunca lo has hecho... - Le susurró a la oreja a Arkra. - Voy a dejarte seco. - Y soltó una risita pícara.

- ¡Avancemos! - Ordena norteña. - ¡Crom nos recompensará por nuestra osadía!

La lluvia, más que lavarles las conciencias, las estaba ahogando del todo. Una cosa es que los dioses les mandaran un poco de agua para calmar la sed y ocultarlos de sus enemigos, pero esto ya parecía el diluvio primigenio. Si ahora tenían que esquivar aludes de barro y escombreras empapadas, su camino se volvería más impredecible y peligroso.

Lo único bueno es que tanto perseguidos como perseguidores debían de estar en la misma situación que ellos, el barro nos igualaba a todos.

Sin muchas más opciones que avanzar o ser arrastrados por la violencia, avanzar era el único camino.

- Que Mitra nos proteja – Brevea se ciñó la capucha y continuó arrastrando los cansados pies por la embarrada y resbaladiza colina.

¿Cómo era posible? -Me dije, tras evitar a duras penas que un peñasco acabara con nosotros - ¿Cómo era posible que el cielo y el viento mismos nos hubiesen tomado como enemigos? ¿Alcanzaríamos a los cerdos vanires sólo para ver como habían dejado que el frío y la tormenta acabasen con sus esclavos? ¿O acaso la belleza de Maclo la había resguardado, la había convertido en un valioso trofeo para el más fuerte de esos bárbaros?

Zeleria, mientras tanto, se mostraba cercana y directa, acostumbrada a tomar lo que deseaba sin el recato que mostraban allá en el sur.  -Dudo mucho que puedas dejarme seco - insinué una sonrisa desafiante -Seré yo, por el contrario, el que tenga que frenarme para no abrir tus heridas.   

Sin embargo, aunque no estaba de más desear un momento de reposo, la lluvia amenazaba con sepultarnos bajo las mismísimas montañas  

-Sólo queda dejar atrás ésta garganta- alcé la voz - movernos a un punto más alto ain dejar de avanzar.  Porque allá en Shem, transitar una hondonada en época de lluvias era llamar a las puertas de la muerte.

- ¡Eso habrá que verlo! - Exclamó y acto seguido soltó una risita divertida. - ¡Veremos quién deja seco quien!

Y es que ahora Zeleria se tomaba aquello como una competición y si o si, iban a tener que dirimir quien de los dos era el primero en decir basta y Zeleria iba a plantar cara. No se rendiría fácilmente.

Hay quien piensa en amor salvaje. Quien reza a los dioses piadosos. Quien solo desea derramar la sangre de sus enemigos de la peor manera posible. Y todos avanzan descartando la opción de retroceder.

La lluvia menguaba al ritmo que los relámpagos crecían en intensidad y número. Uno de ellos impactó a una docena de metros más adelante, su resplandor iluminó por segundos la estrecha senda y el abismo colindante. El amanecer desolador se estremecía sobre sí mismo.

Fue la sagaz Velina quien puso atención. Detuvo la comitiva. Nadie más lo notó, sordos los oídos por el fragor del viento y el rugido de los saltos de agua -¡Moveros! –Agarró de un antebrazo a Arvak y tiró de él, y él de la mula. Corrieron hacia adelante.

¡Avalancha! –Se escuchó el grito desgarrador de Velina. Tarde. Pudo ser peor de no lllgar ese aviso.

La mula recibió un primer impacto de una roca de tal tamaño que arrancó su cabeza de cuajo y casi derriba al cimmerio. El caballo de la pelirroja Brevea relinchó alzando las patas delanteras, intentando la amazona controlarlo. El animal se impulsó y brincó lo suficiente para no despeñarse mientras Brevea se agarraba a una rama.

El grupito pudo esquivar la ola aterradora de nieve, rocas y árboles destrozados que se os vino encima en segundos con un ensordecedor ruido, os iba a aplastar sin remisión. Pero parte dela misma sí que se llevó consigo a algunos. El orgulloso Arkra fue arrastrado ladera abajo entre tocones de abetos, piedras y tierra rodando por los desniveles del irregular terreno. Zeleria la intrépida se precipitó rodando y chillando por la abrupta pendiente, se golpeó y rebotó contra el canto de una roca y desapareció más allá de unas zarzas.

El colosal Arvak también perdió pie, pero consiguió asirse a una raíz que sobresalía de la tierra aunque el chasquido de la madera presagiaba que pronto se desprendería de la tierra.

Cuando el relámpago cayó justo delante de ellos Arvak soltó una risotada. Parecía como que el gigante estuviera fuera de si, la tormenta, la persecución, la muerte de Dardo, el gusano gigante... Arvak en el fondo era una persona simple, un guerrero que sabía luchar y sobrevivir, pero al que todos esos acontecimientos confundían su supersticiosa mente.

Fue gracias a Velina que pudo reaccionar a tiempo. Al sentirse agarrado por el antebrazo reaccionó lo rápido que pudo para buscar cualquier asidero... una roca, un tronco. Sujetó las riendas de la mula cuando una roca acaba con ella y casi se lo lleva por delante. Soltando los restos de la mula agarra con fuerza el brazo de Velina, un brazo fuerte, como corresponde a una buena cimmeria.

- ¡ Agarrarse ! ¡ Esto puede no haber terminado aún ! - gritó. Por suerte estaba cerca del sendero y Velina y Brevea estaban a salvo. Se giró para ver al resto de sus compañeros.

La tierra seguía deslizándose, aún estando cerca del sendero el peligro no había pasado.

- ¡ Brevea, cuerdas ! - por suerte la muchacha y el caballo estaban ya a salvo. Señaló abajo donde habían caído sus compañeros aunque no veía a Zeleria ni a Arkra. Había que llegar hasta ellos no fuera a ser que estuvieran malheridos.

Una vez más maldijo la suerte que estaban teniendo en este viaje.

En ese momento la raíz a la que estaba sujeto crujió... él no estaba aún a salvo, tenía que salir de allí antes de pensar en ayudar a los demás. Buscó cualquier otra cosa a la que poder asirse mientras esperaba que sus compañeras le lanzasen una cuerda

Zeleria gritaba, aunque no de placer al ser montada sobre el bravucón de Adora y puede que aquel encuentro no llegara finalmente a suceder nunca. No, no gritaba de placer sino de terror puro, pues estaba siendo arrastrada por una avalancha y rocas, tierra, troncos y nieve eran sus letales compañeros en aquella caída.  

- ¡Por Crooooom! - Gritaba aterrada. - ¡Que alguien... oaaauch! - Una piedra le golpeó en el estómago mientras caía rodando. 

Entendió entonces algo. Si no se agarraba a algo y frenaba si caída, acabaría irremisiblemente muerta. Vivir o morir dependía únicamente de ella, de su fortaleza y de agarrar algo que estuviera bien amarrado al suelo.  La suerte era un factor que no podía controlar,  pero como solía decir su padre:  "la suerte la encuentra quien la busca" y ella la.buscaría hasta su último aliento. 

La guía cimmeria se cobijó junto al parapeto de piedra y tierra, buscando desesperada un asidero, lo que fuese, para no deslizarse al fondo del barranco y a la vez ayudar a Arvak. Resbalaron sus botas y sus manos sin alcanzar el objetivo, mientras el caótico desprendimiento continuaba. Vio como la raíz donde se esforzaba Arvak se partió, el salvaje cimmerio salta a un lado, embarrándose y recibiendo una andanada de piedras, incapaz de agarrarse a nada, más allá de hundir sus poderosos dedos en la misma tierra.

Zeleria gritaba auxilio afanándose por no despeñarse hasta el fondo. Le iba la vida en ello.

Al final las montañas se derrumbaron bajo el peso combinado del lodo, la nieve y el agua incesante.  Vimos abriese la tierra delante nuestro y por un breve instante parecía que nos salvaríamos, que la ruina no nos alcanzaría.  Hasta que lo hizo, rápida y terrible.

Caí en silencio, como si me hubiese desvanecido, demasiado ocupado intentando no ser sepultado como para comunicarme o pedir auxilio.  Intenté agarrarme a cualquier cosa, lo que fuera, que impidiese que muriera aplastado por las rocas y árboles quebrados, extendiendo mis manos y mis pies como si fuesen garfios.

Crom es un dios que no se preocupa de su gente, ni les exige ni les ofrece nada. La indómita Zeleria lo sabía, pero eso no impidió que clamase su nombre, a fin de obtener la fuerza necesaria para superar esta situación. Medio cegada, no encontró donde agarrarse, fue golpeada por una tromba de lodo y un rugoso pedrusco le dio de lleno en la cabeza. Rodó por la pendiente un poco más y casi perdió el conocimiento, sin embargo era mucha mujer y aun en esas condiciones su instinto de animal salvaje consiguió apoyarse en una roca. *

No le fue mejor a Arkra en su caída, vio pasar troncos, rocas y nieve en derredor y por encima de su cuerpo en un afán por sepultarlo Sus dedos resbalaron de una gruesa rama de un enorme abeto caído, se deslizó un metro más en ladera y resistió el embite de la desquiciada avalancha aferrándose con precariedad a las grandes piedras que sobresalen del suelo.

La esperanza residía en la habilidad, presteza y fortuna de la excelente arquera Brevea.

-¡¡Brevea, lanzame la cuerda!! - grité mientras me aferraba a las rocas.  No aguantaría eternamente, tenía que sobreponerme, ponerme de pie sobre las rocas y esperar a que me llegase la cuerda.   Miré en derredor,  buscando una forma de salir del peligro y mis ojos vieron un destello dorado. Zeleria. La joven estaba prácticamente sepultada por el lodo y en su rostro manchado había sangre, pero estaba viva todavía. -​​​​​​Mantente ahí, Zeleria. Ahora vamos a por ti!  Si me lanzaban la cuerda, intentaría descender a ver si podía ayudarle a subir.

Había escuchado a Arkra, pero no trató siquiera de responder. Estaba al borde de sus fuerzas y cualquier esfuerzo, por mínimo que fuera, podía costarle la vida. Por lo tanto, concentró todas sus energías en una sola cosa, agarrarse a esa roca como si le fuera la vida en ello y es que... Le iba la vida en ello.