Partida Rol por web

Arvak no alcanzó a tiempo a Zeleria. La muchacha se hundió un poco más, a pesar de tratar de agarrarse a lo que fuese sufriendo la quemazón en sus manos. Casi atrapa el largo mango de la maza pero se le escapó cuando la tierra succionó su cuerpo un palmo más. 

En ese instante salió a trompicones Brevea de la cueva. Rodó por el suelo, cubierta con su manta, bastante confusa y desubicada. Arkea tampoco se había recobrado del aturdimiento, tropezó, cayó, luego no encontraba la cuerda, y se hizo un lío con la soga. Afortunadamente Dardo le ayudó pero para cuando lanzaron la cuerda, de Zeleria solo quedaba a vista sus brazos estirados que buscaban frenéticos un asidero, el extremo de esa cuerda, la maza o el antebrazo o la mano de alguien. 

Lo peor es que Arkra acertó en sus malos presagios.  El suelo cercano se abrió igual que unas fauces hambrientas en torno a Arvak y Dardo, cuyas piernas se empezaron a hundir en la gelatina viscosa y asesina.

Zeleria notaba como sus vias respiratorias se obstruían por la arena que se metía en su boca y nariz. Notaba como la tierra le apresionaba y como le estaba tragando. Sólo sus manos sentían cierta libertad tratando de asirse a algo. Algo que por otra parte no veía y ya había perdido la esperanza de salir de ahí con vida. Si seguía tratando de agarrarse a algo era más por desesperación que por otra cosa. Aunque... quizás tuviera suerte. Quizás.

Lo cierto era que sentía pánico. Nunca se había visto tan mal. Estaba atrapada y le faltaba el aire. Seguir viva ya no dependía de ella, sino de la destreza de sus compañeros al tratar de sacarla de ahí. Porqué... ¿Estaban intentando rescatarla, no? ¡Y si no era así! Trató de gritar, pero no le salía la voz por la boca. ¡Estaba sepultada! ¡Iba a morir!

Cuando Dardo sintió ceder el suelo bajo sus pies, se agarró fuerte a la soga que acababa de utilizar para intentar sacar a Zeleria y se arrastró con fuerza, esta vez intentando salvarse a si mismo.

Solo esperaba que Akra la hubiera atado fuerte y que la mula aguantara

-¡¡Brevea!! - la normalmente hábil joven se hallaba adormilada por los malignos vapores de la cueva. Esperaba que oír su nombre la centrase un poco -¡Tira de la cuerda! - ordené mientras volvía a lanzar el cabo, esta vez en dirección a Dardo y Arvak. 

-DardoArvak! Coged a Zeleria. ¡La cuerda! Tendrían que ser ellos los que salvaran a Zeleria, si podían primero ponerse a salvo a sí mismos. Esta vez, tenían que tener éxito, de algún modo.

La cueva había demostrado ser una trampa mortal.  Debí haber examinado esos huesos, esos restos, pero deseaba descansar y que otros fuesen prudentes. Ni el más pérfido brujo haciendo gala de la más demoníaca astucia podría haber creado una trampa igual de letal.

Miré hacia la cueva, la entrada de la misma. Una maligna inteligencia dominaba las acciones del fluido, del suelo que se abría, hambriento.   Algo que podía vernos o sentirnos, alguna criatura, algo con ojos, que podía vernos. Mientras tanto, la lluvia caía, inclemente, ajena al drama mortal que se tenía bajo su frío telón.

En el momento de verse arrastrado, Arvak tomó el martillo de guerra y comenzó a golpear con fuerza la masa viscosa que lo arrastraba.

- Cogerse a la cuerda e id saliendo.

A golpes me intento acercar a donde Zeleria se ha hundido

Dardo se preocupó por su pellejo. Sujetándose a la cuerda cuyo extremo no alcanzaba ni veía ya Zeleria. La mula, con la ayuda de Arkra y las suaves palabras de una Brevea medio espabilada, se tranquilizó bajo la lluvia monótona y cansina, aguantó los tirones del chico cuya sangre él decía que estaba maldita. Menos mal que la mula no entendía de eso.

Así que Dardo tuvo que despreocuparse de la cimmeria. Al menos de momento. Y Arvak tampoco prestó atención a la recomendación de Arkra. La soga oscilaba al viento y al chaparrón que caía mientras el colosal cimmerio golpeaba con auténtica brutalidad la tierra empapada y traicionera. Pero no era una bestia de carne y hueso a la que destrozar y quebrantar. Cada impacto levantaba piedras, tierra, gusanos, polvo amarillento y mucosidad bermeja. Se hundía la maza en las entrañas del bosque una y otra vez entretanto Zeleria desaparecía tragada definitivamente.

El cielo tronaba, los relámpagos iluminaban ocasionalmente la dantesca escena, las antorchas morían, y Arkra no distinguió en ese caos de oscuridad y luz fantasmagórica, nada relevante. Mientras, Dardo conseguía escapar de la zona de la entrada, al contrario que Arvak, que golpeaba pero estaba siendo engullido con igual de rapidez que su compatriota.

Zeleria fue absorbida en una caída corta. Topó con un piso inconsistente, esponjoso, recubierto de la misma mucosidad, pero mucho más estrecho, igual que un foso vertical, una tumba que la engulliría y devoraría hasta sus mismísimos huesos. Le ardían e irritaban las manos, los brazos, la cara y todo el cuerpo donde tenía contacto con esa sustancia. Escuchaba las voces amortiguadas de sus amigos arriba.

Estaba perdida.

De pronto el suelo se ablandó, se descompuso y se abrió sin previo debido a los incansables golpes de Arvak. Toda la zona alrededor se desplomó, abriéndose un cráter de dos metros de profundidad y varios de ancho, al que se precipitó Arvak. Lo bueno fue que Zeleria también quedó liberada de su encierro. Lo malo es que de la misma tierra negra surgían más de esa mucosidad en forma de tentáculos que trataban de aprisionarlos.

Zeleria seguía algo atontada por el efecto narcotizante de la sustancia viscosa que todavía el envolvía la gran parte del cuerpo, la presión de la tierra que por unos instantes le había dejado sin respiración y por la situación opresiva en general, pero no obstante, seguía despierta. Quizás gracias a que era una mujer fuerte y robusta o puede que simplemente por sus enormes ganas de vivir, había sobrevivido, pero sobre todo gracias a sus compañeros que lo habían dado todo para sacarla de las fauces de aquella criatura.

No obstante, no era tiempo para agradecimientos, pues el cuerpo le quemaba enormemente. Aquella sustancia ácida estaba causándole fuertes quemaduras y tenía que limpiarse rápidamente, de alguna forma. Trató de ponerse en pie y salir corriendo en busca de su cantimplora y una manta. Humedecería la manta y trataría de retirarse la sustancia lo más rápido posible. Esa era la única forma que se le ocurría en esos momentos.

- ¡Quema joder, quema! - Gritó dolorida. 

Y entonces se dio cuenta de que estaba en un foso bastante profundo. Miró hacia arriba buscando a sus compañeros. 

- ¡Ayuda, tenemos que salir de aquí! - Imploró.

Apenas se recuperó, Dardo lanzó de nuevo la cuerda al agujero recién abierto. Quizás si usaban los cabalos tendrían mejor resultado, pero no había tiempo para ponerse a jugar con los nudos y calmar a las bestias. La mula había demostrado tener el paso firme para sacarl a él del atolladero, seguro que podía ayudar a sacar a sus compañeros

Arvak parecía poseído, golpeaba sin cesar el suelo, los tentáculos... cualquier cosa que estuviera a su alcance era víctima de los golpes de su maza.

El ácido le quemaba la piel y poco a poco el cansancio y el entumecimiento iba llegando a sus fuertes músculos. Por suerte la lluvia aliviaba un poco las quemaduras, pero no lo suficiente. Quedaban en el agujero solo Zeleria y él mismo.

- Rápido, toma la cuerda y escapa de aquí, luego me la volvéis a mandar.

Seguía golpeando los tentáculos con fuerza intentando hacer un hueco para que no llegasen a ellos dos

El breve momento en que, ingenuamente creí podría ver a una figura agazapada en las sombras, dirigiendo las acciones del infernal légamo, se interrumpió cuando un tremendo foso se abrió bajo los pies de Arvak, que cayó junto a una Zeleria que todavía estaba viva y consciente.  Incluso a través del aguacero, la punzante oleada de súbito vapor venenoso me hizo apartar el rostro. La garganta y los ojos me ardían,  abajo los dos cimmerios debían estar soportando un infierno. 

-¡¡Maldicion!! ¿No sabéis agarraos a una maldita cuerda? - Grité mientras la lanzaba de nuevo, atento a cualquier  nuevo movimiento del terreno. Empezaba a perder al fin la compostura, mucho más enfadado con la situación, la mala fortuna, que con ellos o conmigo mismo. Heridos y envenenados, las posibilidades ya no sólo de encontrar a Maclo, si no la de rescatarla, se esfumaban.  

El escenario de la madrugada es infernal: lluvia afilada por el viento cortante, las ramas agitadas de los árboles, la oscuridad latente suspendida por ocasionales relámpagos que se colaban en el bosque igual que lanzas de acero dominadas por el mismísimo Crom. Las antorchas ya resultaron inútiles. Los caballos relinchaban, asustados y alarmados.

Zeleria alcanzó al tercer intento la cuerda lanzada con precisión y fortuna por Arkra. Trepó ayudada por Brevea y Arkra mientras Dardo se ocupaba de la mula y los caballos, y Arvak proseguía con su particular intento de destrucción de aquel organismo asesino.

El foso se cerraba inexorablemente sobre el atractivo trasero de la chica y los músculos colosales del cimmerio cuando ambos consiguen salir del agujero. Pero la tierra se sigue abriendo en su afán de no dejar escapar a sus presas y devorarlas hasta los huesos. Las monturas de Arvak y Brevea pierden pie y son arrastradas irremisiblemente a las tinieblas malolientes de la depresión en derredor. Arkra anda atento y puede salvar a los demás caballos y Dardo a la mula.

Hay que marchar sin más.

El amanecer os encuentra lamiendo las heridas, todavía bajo una lluvia muy débil ahora, en las entrañas del bosque lejos de esa maldita cueva.

Que Crom nos proteja, vamos a necesitar acero fuerte si nuestras manos no son dignas de empuñar las armas

Encaramándose a la mula, o detrás de ella si alguno de sus compañeros heridos la necesitaba, Dardo inició de neuvo la ruta, en busca de Maclo. Esa noche de descanso los había derrotado a todos, a unos más y otros menos, pero el tiempo estaba en su contra.

- Gracias... - Dijo de forma austera. - De no ser por vosotros... - No dijo nada más, pero se entendía que estaba agradecida, aunque tampoco iba a demostrarlo demasiado. Sentirse un damisela en apuros no le gustaba ni un pelo.

Se pusieron en marcha de inmediato alejándose de la zona. Zeleria compartía su montura con Brevea y le dejó encargarse de las riendas. La mano le dolía horrores y ha no sabía si sería capaz de blandir su espada en caso de combate. Cuanto menos hiciera con su mano, antes se curarían sus heridas, o eso esperaba. 

Después de aquel último incidente, estaba algo desalentada. Seguían sin una pista demasiado sólida del paradero de Maclo y cada vez estaban más mermados físicamente. Llegado el momento, si la encontraban, aunque fuera de casualidad, porque ya no creía estar relamente tras su pista, no tenía muy claro que pudieran arrebatarle de sus captores a la joven. Pero fuera como fuera debían seguir intentándolo.

- Hasta el último aliento... - Dijo en voz alta exteriorizado sus pensamientos.

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Alzándome por encima del desánimo general, pregunté al cada vez más debilitado norteño Arctostafilos. -​​​​​​ No hay nada en esta tierra que no odie al ser humano ¿Dónde van esos vanires, Dardo? ¿Qué ciudad, aldea o letrina es su destino, si puede saberse? Debemos averiguar dónde pararán, han de descansar en algún momento. - miré la mano de Zeleria. -​​​​​​Si se detuviesen tan sólo un par de días, tres quizás, podríamos caer sobre ellos.

Atravesar las tierras de los temibles pictos no parecía ya tan mala idea cuando brujería y légamos carnívoros se interponían a cada paso.  Quizá habíamos sido embrujados de algún modo, pero me abstuve de decirlo para no oscurecer los ánimos aún más

Habían salido por los pelos. Arvak se limpió con nieve y restregando al agua de la lluvia para que se llevase lejos el extraño fluido que quemaba tanto. Al final la que peor parte de había llevado era Zeleria, pero era un mujer fuerte y dura, perfectamente capaz de superar esto.

- Vamos a tener que compartir los caballos, iré subiendo en uno y otro alternativamente para no sobrecargarlos en exceso. Hemos de continuar hasta el paso hacia Vanaheim, al norte, siempre al norte.

Iban hacia la cordillera de los Montes Eiglophiant. Por algún sitio quedarían los restos olvidados de su aldea, si es que quedaba algo. Eran las tierras de su niñez, pero apenas recordaba nada*.

Se arrancó alguna parte de sus ropas que estuviera especialmente carcomida y se subió a uno de los caballos.

- Que Crom te oiga, Arkra, haga pesados los cascos de sus caballos y les obligue a detenerse, porque nos llevan mucha ventaja y ahora tenemos que ir más despacio.

-​​​​​​​​​​​​Brevea y Dardo en uno, Zeleria y yo en otro. Arvak sobre la mula, la única bestia que aguantará su peso sin dar coces. -​​​​​​-Miré al horizonte, por supuesto no se veían a los vanires por ningún lado. -​​​​​Creo que los pesos irán mejor repartidos así.

Fue una noche horrible y un día desalentador. Dos caballos, una mula, cinco aventureros. Arvak en la mula, los otros cuatro compartiendo montura. Dardo cada vez más febril y débil, el polvo inhalado en la cueva no ayudó precisamente, pero aguantando el ritmo, el frío y conteniendo el veneno que ennegrecía y emponzoñaba sus venas y su corazón. No fue al que más afectó las esporas de esa especie de moho, el joven Arkra siente mareos y una sensación de abotargamiento muy acusada.

Delante, los vanires. Detrás, quizá los cimmerios. Encima el viento soplando nervioso y esa llovizna fina, aburrida. Las heridas quemaban, la esperanza se diluía en el aire frío procedente de las montañas del norte. En contadas ocasiones se observaba algún que otro hilo deshilachado de humo, muy lejos, indicativo de la existencia de aldeas o poblados. 

La fortuna os devolvió una sonrisa en forma de sendero que atravesaba el tupido bosque de la ladera de la colina hacia el noroeste. Esa noche fue tranquila, al pie de un roquedal. Sin embargo el amanecer lo hizo con una ventisca que no cesó durante toda la mañana, como si el dios del viento se hubiese encariñado con vosotros. Vislumbráis humaredas próximas en el horizonte que velaban parcialmente las espesas arboledas de las colinas. Es un humo oscuro, siniestro, no el alegre que procede de una decena de cálidos hogares.