Partida Rol por web

- Gracias. - Me dijo a Orgo. 

Era un buen hombre. Si salía con vida de aquella le gustaría volver a verlo. Además de un amante casi perfecto, era mucho más inteligente que sus tres compañeros de cacería. Entre los tresse habían empeñado en dilapidar su estrategia y ahora solo les quedaba huir todo lo rápido que pudieran.

- Nos vamos. -​​​​​​ Les dijo a sus compañeros.

No les esperaría. Marchó inmediatamente en busca de su montura. No compartiría a si caballo con nadie. Dardo se había ganado el ir a pie por su propia estupidez. ¿Cómo se le ocurría decir que estaba maldito en una aldea cimmeria? Fuera como fuera pondría los pies en polvorosa,fuera acompañada de Arvak fallaba Arkra o sola...

Dardo “El maldito” se apresuró a recoger sus escasa pertenencias y salir discretamente de la aldea… si aquello era posible cuando todos los dedos acusadores le apuntaban. Que Uva hubiera muerto por el mismo veneno que el portaba en la sangre no eran buenas noticias. Ahora tenía que hacerse con una montura o, probablemente, Zeleria lo abandonaría como a un perro en esas hostiles tierras cimmerias, desventurado y a su suerte.

Afortunados podían considerarse por no acabar con el cuello cortado como Uva.  Comprendía el enfado de la negociadora Zeleria, que había querido sacar demasiado de un trato justo.  Ambiciosa e impaciente, solía golpear en la dirección correcta pero sin medir bien sus fuerzas.

-​​​​​​Aquellos a quienes arrebatemos a la que buscamos, sufrirán -comenté parcamente mientras nos retirábamos.  Era una verdad razonable, que quizá parecía querer consolar de algún modo a los aesires pero que era, en realidad, un pago por la magra información que nos habían proporcionado. Salimos apresuradamente de la aldea, no fuese que los ánimos se encendiesen aún más.

-​​​​​​​​​​​​Dardo. - llamé al norteño - Ven conmigo, de momento. Aunque quizás deberías compartir la montura de Brevea, que pesa mucho menos que yo...si su fe le permite compartirla con un hombre, aunque éste esté herido. O la mula, mejor aún. Iría mucho más lento, pero estábamos rastreando, no persiguiendo a los vanires. -​​​​​​Te reirás, Arctostafilos, pero a punto estuve de ser sanador, allá en mi tierra. -​​​​​​ mi rostro era serio, desafiando una chispa de humor brillando en mis ojos. Pero me gustaban demasiado el vino, las mujeres y el cantar del acero.  

-​​​​​​Zeleria, Arvak! -Les llamé -​​​​​​Parece que los vanires y los cimmerios se conocen bien entre ellos -​​​​​​ cargué de ironía mi voz -​​​​​​Como viejos amantes.  ¿Son buenas las indicaciones de Ogro? ¿O nos encontraremos con un ejército de hijos de Ymir por el camino?

​

- ¡Tendrán que valer, hermano! - Exclamó la cimmeria. - ¡Son lo mejor que tenemos! - Añadió.

Entonces azuzó a su caballo para  ponerse a la cabeza del grupo y desde allí  añadió algo más.

- ¡Y Crom proteja a ese ejército de Ymir si nos encontramos en su camino! - Lanzó al aire. - ¡Pues con la mala leche con la que me he levantado, tienen que temernos más ellos a nosotros que nosotros a ellos! - Y soltó una tremenda carcajada.

-¿Tú?¿Sanador? -fue laa pelirroja Brevea la que se puso a reír, incrédula.

Tenéis que marchar aprisa. Zeleria arrancó al galope sin mirar atrás. Orgo haría lo que pudiese, pero la mirada de su padre no auguraba nada bueno.

-Hay un conjunto de lagos al norte, es el paso hacia Vanaheim.  Se gana tiempo, el otro y único camino transitable zigzaguea por los peligrosos desfiladeros de las montañas, hábitat de lobos y osos. Tenéis días por delante si no dais con esos perros.

Brevea paseó la mirada de Dardo a Arkra- Carga tú con el maldito o que monte a la mula. Si sabe montar yeguas cimmerias también podrá con una mula. ¡Já!

Y espoleó a su caballo detrás de Zeleria. Arvak no perdió el tiempo y pronto los cinco jinetes cabalgaban alejándose de la aldea, dejando atrás miradas ansiosas y hambrientas de vuestros corazones. Sin guía, con escasas indicaciones, con el aliento de una tribu cimmeria ofendida.

Al norte,  la cordillera de los Montes Eiglophiant.

Devoráis kilómetros sin apenas descanso durante todo el día, y parte de la temprana noche, alumbrados por el fulgor de las estrellas, espoleados por la seguridad de que sois hombres muertos si se deciden a perseguiros y os atrapan. Aunque no sería una muerte barata.

Una noche a la intemperie y una aurora mojada y helada. Una fina cortina de lluvia os despertó, persistente durante toda la jornada, entre la tundra y bosquecillos espesos. El pálido y débil sol y sus escuálidos rayos apenas daban para calentar vuestros ateridos cuerpos, desapareció fugaz tras las nubes grises. El crepúsculo caía y la lluvia y el viento, azotaban con su furia enfebrecida.

- Este es el reino de Crom, o de Ymir. Estamos en la frontera de estas lúgubres tierras. Si es que los dioses tienen fronteras – señaló una lúgubre Brevea, mirando a los dos cimmerios. - He oído decir que la hija de Ymir, el Gigante de hielo, es el dios de la tormenta y de la guerra. Su hija Atali se lleva el alma de los guerreros muertos en combate. O eso he oído decir. –Se esforzó por no dirigir una mirada de reproche a Dardo.

La noche brillaba en el cielo gris y negro, varios torrentes pendiente abajo amenazaban con hacer perder pie a vuestros caballos, cuando de pronto descubrís la entrada de una cueva casi oculta por la maleza.  

- Una cueva oculta por la maleza... - Sonrió. - Puede que sea un buen refugio para pasar la noche, pero no os fieis. Puede que ya esté ocupada por otros inquilinos. - Descabalgó y se acercó con cautela a la maleza. 

Agarró de las alforjas de su caballo una antorcha y un poco de yesca y pedernal para encenderla. Si tenían que adentrarse y explorar lo que allí dentro hubiera mejor sería ver algo. Si no había nada en el interior, mejor. Tampoco habrían malgastado la antorcha, siempre podían encender un fuego para calentar la comida y sus cansados cuerpos durante la noche. 

- Voy a ver... - Dijo alzando antorcha ya encendida y portando la espada con la diestra.

Desde el incidente con el poblado Cimmerio, Arvak apenas había hablado. La verdad es que estaba furioso por dentro. Se habían tomado por su cuenta un derecho que no tenían con los prisioneros, amenazándolos de muerte cuando ya había quedado claro con el jefe cuales eran sus límites y además habían llevado la maldición a la aldea.

Arvak era tan supersticioso o más que cualquier miembro de aquella comunidad. Si Dardo había sido maldecido, aquello era un problema.

Pero estaba furioso por no que no se habían respetado las reglas cuando se estaba disfrutando de la hospitalidad de los cimmerios. La palabra y el respeto al jefe lo eran todo en su cultura y lo que habían hecho era infame. Pensaba haber dejado amigos detrás de ellos y había tenia que irse avergonzado por estos actos.

Por tanto su humor era nefasto, sin hablar y totalmente huraño. Si no fuera porque estaban intentando rescatar a Maclo los hubiera dejado tirados y hubiera continuado su camino en solitario.

La cueva le pareció un buen refugio para la lluvia. Desmontó y armado con su maza y con una mirada terrible se introdujo en ella... malo si se encontraba con un oso o similar, le serviría para descargar la furia acumulada del día.

Dardo olía la furia de Arvak en el ambiente. Y la decepción de Zeleria. Quizás no hubiera sido su mejor idea, pero las malditas arañas habían trastocado su cerebro… Empezaba a pensar que de verdad estaba maldito y que las palabras pronunciadas delante de los prisioneros eran proféticas. Pero si su alma ya estaba condenada, por lo menos salvaría a Maclo.

Preparó su arco y se dispuso a asaetear cualquier cosa que saliera de la cueva. O que intentara entrar.

Avanzar casi a ciegas en busca de una Maclo que cada vez se alejaba más mientras sufríamos la incertidumbre de si los cimmerios irían tras nosotros o no, quebraba mi ánimo, me perturbaba.   No hablé más en toda la noche y el día siguiente, convirtiéndome así en otro digno miembro de la hosca y frustrada partida de caza que formábamos.

Cansados de pasar frío, esa cueva podría ayudarnos a entrar en calor, a recomponer las ideas y limar asperezas.  Y decidir qué hacer con Dardo y el veneno que le debilitaba antes de seguir buscando a los vanires.

-Cuidado ahí dentro - olfateé al acercarme a la boca de la cueva, por si oliese a bestia. O a muerte.

Bajo aquel aguacero, a Zeleria le costó encender la antorcha. Después enfocó el interior de la angosta y baja entrada a la cueva, sin distinguir gran cosa. Tampoco el olfato de Arkra notó nada anormal. Dardo estaba listo con su arco, y Arvak con su enorme maza.

Os asomáis a su interior: restos de huesos y pellejo de animales, ramas, hojarasca, piedras y sangre reseca. Su interior era amplio, justito para los cinco, alto, aunque no tanto para que pudierais estar completamente de pie sin tocar el techo. Muy agachada, Zeleria se introdujo seguida del gigante cimmerio. La guerrera siguió por un corto túnel de un par de metros que desembocaba en otro espacio cuadrado más pequeño y bajo que el primero y allí se terminaba la gruta. No notó nada raro ni ella ni los demás. Ninguna evidencia que fuese la madriguera de un oso o de lobos.

Brevea y Arvak intentaron montar un pequeño refugio fuera para las monturas, que al menos las pobres bestias no sufrieran las peores inclemencias de la tormenta.  Dentro se prende fuego a unos pocos leños medio secos con la hojarasca y las enfermizas llamas danzaron perfilando vuestras sombras inquietas en las paredes de la cueva. Transcurrió el tiempo, no os visitó animal alguno. La lluvia no cesaba ni atisbo de que fuese a hacerlo en breve. Jugáis un poco a los dados y tenéis que montar las guardias.

- Haré la primera guardia

Dardo temblaba embutido en sus pieles, pero por nada del mundo iba a demostrar que la enfermedad le estaba consumiendo. Bastante la había liado ya…

Sin más palabras, cogió sus cosas y se dispuso como mejor pudo en la entrada de la cueva, esperando hasta que le relevaran.

Zeleria tiró los dados. Sonrió. 

- Doble seis. - Dijo complacida. 

Lo cierto era que el juego les servía un poco para olvidar lo que había sucedido. No obstante, seguía habiendo entre ellos un notable resquemor. Eso debía acabarse por el bien de la misión. Por el bien de Maclo. Por ello, la cimmeria se decidió a romper el hielo.

- No podemos estar siempre de acuerdo en todo. - Dijo al fin. - Somos personas muy diferentes, con distintos conceptos del honor y del deber. Es normal que choquemos alguna vez y volvermos a hacerlo. - Explicó. - Lo importante es que no olvidemos que estamos haciendo aquí. Maclo nos necesita y eso es lo único que importa. El resto son sandeces sin importancia. No digo que tengamos que olvidar, perdonar o empezar de cero, pero si debemos permanecer unidos. - Miró a Dardo. - Al menos hasta que nuestras fuerzas aguanten. ¿Estáis conmigo?

Arkra no superó el doble seis de Zeleria.  Pero como siempre, se arregló para perder algo menos de cobre de lo que había ganado. Asentí, o eso parecía, a las palabras de la impetuosa cimmeria. Se había autonombrado, en virtud a un puñado de años por encima de mi edad y la de Dardo, en líder del grupo.  No me importaba que lo hiciera, pero me sentí obligado a matizar las palabras de la rubia guerrera.

-Yo nunca olvido por qué estoy aquí, Zeleria. Ni por un instante lo hago. Y bien sabes que no soy de gastar el aliento en vanas palabras... Es por eso quiero que escuches cuando lo hago... O lo hacemos cualquiera de nosotros.  Pedirle calma y que escuchara a una cimmeria, una quimera, sin lugar a dudas. Ni ella ni yo íbamos a cambiar. -Eres demasiado ardiente, Zeleria. - esbocé una breve sonrisa a razón del comentario y me quedé mirando el fuego, pensativo. 

-Hay que encontrar una cura para Arctostafilos - comenté a continuación, el tema anterior se había terminado ya para mí, todo lo necesario había sido dicho. Hablaba en tercera persona del norteño, que estaba de guardia, aunque podía oírnos sin problemas -Él es demasiado orgulloso para pedir ayuda. Un orgulloso cadáver, a éste ritmo.

-Eres demasiado ardiente, Zeleria.

- ¡No lo sabes bien! - Le dijo muy seria.  - Aún... - Comentó muy seria. Tras unos segundos sonrió y acto seguido surgió una carcajada de su garganta. - ¡Ja, ja, ja!

Entonces Arkra dijo algo bien claro y lógico. Arctostafilos estaba sentenciado si no encontraban cura para él. No obstante, ella no era curandera y poco sabía de enfermedades y menos aún de maldiciones. Lo peor era que en medio de la nada como estaban, el pronóstico de aquel buen hombre, era realmente malo.

- Si, tienes razón. - Le comentó. - Pero no sé como ayudarle.

-El océano está hacia el noroeste ¿No es cierto? - pregunté. En Koth se tenía a los vanires como piratas y esclavistas que arrasaban costas y ciudades.  Sería mucho más fácil seguir la costa que seguir sufriendo el viento y la lluvia en esta tundra embarrada. -​​​​​-Bien... Siempre que no embarquen.

-El mar está al oeste. El camino más directo atraviesa el país de los crueles pictos de piel azul. -señaló Brevea, meditabunda observando la hipnótica danza de las llamas del fuego.

-Haré la última guardia. Mantened los ojos bien abiertos en las vuestras. ¿Me has oído, Dardo?- se agenció de ella, se tumbó y tapó con su manta, dispuesta a dormirse ya. *

Arvak aceptó hacer la segunda guardia, de hecho le daba igual hacer una que otra.

- Tenemos que permanecer unidos. - asintió a Zeleria. - Puedo luchar contra cualquier cosa y no tendré temor, pero no puedo luchar contra la brujería. - confesó - No entiendo qué te pasa, Dardo, pero en nuestro pueblo se abandona al que está maldecido, no juzgues a las personas del poblado por lo que han hecho, solo tienen miedo de lo que no conocen.

- Somos compañeros y seguiré a tu lado, pero no se cómo ayudarte. Haré lo que pueda pero reconozco mis temores ante lo que no conozco. - El que el musculoso Arvak hiciera ese tipo de declaración hacía ver claramente que tenía mucho respeto por su compañero hasta incluso que superaba sus supersticiones.

- Hemos de respetar las reglas de aquellos sitios donde merezcan la pena ser respetadas. - No quiso hacer más mención a lo ocurrido en la aldea.

- El mar es un problema - continuó respondiendo a Arkra - pero si es necesario seguiremos la persecución a través del mismo, no vamos a dejar a Maclo abandonada.

Se tendió de medio lado y se dispuso a descansar.

- Avísame cuando quieras que te releve. - fue su último comentario a Dardo antes de dormirse profundamente con la misma intensidad como un ávaro atesoraría sus tesoros.

- Ahora que estamos hablando sobre ello, me explicaré. - Le dijo a Arvak. - No pensaba romper ningún acuerdo con esos cimmerios. Sólo me estaba marcando un farol. No se entendió bien y todo salió mal. - Se encogió de hombros. - Pero ya es agua pasada. Esperemos estar tras la pista correcta y de lo contrario... - Tomó aire. - ¡Que Crom nos guíe! - Se recostó en su saco de dormir. - Despertadme para pa tercera guardia. - Dijo y se propuso descansar un rato hasta entonces.