Partida Rol por web

— ¡Que no es eso, idio…! —pero me empuja y no me puedo defender así que me largo y custodio una de las mesas pequeñas donde percibo que sus ocupantes están a punto de largarse. Han quedado atrás una colección de vasitos de chupito y dos copas de vino, pero enseguida aparece una camarera a retirarlo todo y limpiar cuando ve que me dispongo a acomodarme en una de las sillas.

Ya sentada con el abrigo doblado en el respaldo y las piernas cruzadas, León regresa con la hermosa botella de Clase Azul y copas para disfrutarla.

— Ay, me encanta cuando me llamas mami —bromeo juguetona, estirando ambas manos para acercarme mi copa y la botella. — Está linda, ¿sí? Sé que podías pagarla; es un tema de honor. Si yo elijo la bebida y es cara, lo justo es compartir el gasto.

Levanto la copa con el poquito de mezcal, considerando si me darían una naranja de pedirla en la barra, pero primero lo haremos a traguitos supongo. Necesito seguir bebiendo, quedarme en el estado mental que me permite pensar “que le den a Clem” sin sentirme culpable por ello.

— ¡Salud, papi! —brindo en el aire antes de dejar caer el claro líquido casi directo a mi garganta. Rico, poderoso, dulzón pero amaderado. Una bofetada amable al estómago y al corazón. Un suspiro satisfecho se me escapa cuando cambio la copa por la botella, acariciándola afectuosamente antes de volver a abrirla y servir. — ¿Te gusta? Es uno de mis preferidos.

León toma el trago de mezcal y lo saborea. Es fuerte, piensa, por cómo le pasa por la garganta y cae en su estómago, y es justamente lo que necesita después lo ocurrido así que no piensa protestar al ver a Mena volver a llenar la copa de nuevo. La botella ha sido cara de cojones, pero merece la pena.

— Está buenísimo, pero tiene pinta de ser ese estilo de bebida que cuando te quieres dar cuenta te ha dado una buena hostia — comenta, riendo después y recuperando la copa cuando la latina la rellena — Salud — se lo bebe sin pensarlo — Ahora, dime, ¿de qué quieres hablar? Porque paso de darle vueltas a lo de tu amiga, la verdad — bufa, pasándose una mano por el pelo — Porque empezaré a plantearme cómo puedes soportarla, aunque supongo que será mejor como amiga que como…bueno, ya sabes, lo que sea. Mierda, he dicho que no quería hablar de ella… Ahm, ¿cómo te trata la vida, Mena? — ríe.

No quiere que se le suelte la lengua, pero no lo puede evitar. Y tampoco le gustaría decir nada por culpa de la bebida de lo que vaya a arrepentirse, si bien es cierto que León sabe callarse muy bien los secretos.

Así es un buen mezcal, pues: un regalo. Un trago que disfrutar cuando el cuerpo ya no tiene fuerzas para levantar el alma, un besito de la Santa Muerte. Pero yo no digo nada, sino que sonrío de lado y dejo que él mismo descubra las bondades del Clase Azul.

Mi segundo trago va algo más despacio, aunque sigo tomándolo de un solo gesto intento que no se vea tan desesperado. Porque, por supuesto y dentro de lo esperable, León todavía es incapaz de desanclarse de la maldición que es Clem. No me ha dado tiempo a proponerle ningún tema antes de que se ponga a divagar sobre si es así sólo con él o es que mi mejor amiga es una mierda de persona.

— No suena a que te interese de verdad —ruedo los ojos, pero lejos de molestarme lo tomo como un hecho realista y natural mientras vuelvo a juguetear con el tapón de la botella, la abro y vierto otro par de chorritos en nuestras copas. — Así que te haré una pregunta bien cabrona: si tan insufrible te parece, ¿por qué sigues volviendo a por más? ¿Es porque es rubia, porque está delgada…?

Ahora soy yo quien no espera para meterse el tercer trago de mezcal. Lo necesitaré para escuchar la respuesta.

— ¿En serio me tomas como alguien tan superficial? — alza una ceja, aunque la sonrisa que se le ha puesto por culpa del mezcal es ya difícil de quitar — La pregunta es bien cabrona, sí — suspira — Supongo que…Clem es adictiva; no sabría describirlo mejor. Es insufrible, sí, y mucho, pero es como si supiera que detrás de eso y cuando te ganas su confianza es increíble. Quizás me equivoque porque no la conozco lo suficiente — coge la copa y le da vueltas al líquido en la misma — Y esto va a sonar raro, y quizás no muy propio de mi porque choca un poco con lo que aparento, pero creo que es de ese tipo de personas que cuando consigues tener, le da un chute a tu autoestima. ¿Me explico? — mira a Mena — El primer día que quedamos, en un pub cerca de donde vivimos, es como si todo el mundo la estuviera mirando cuando entró por la puerta. Hay algo de mágico cuando ella está en una estancia. Y, por favor, no digas que ha sonado romántico — vuelve a reír aunque luego se agobia un poco y vuelve a bufar — Pero tengo que olvidarme de ella, en serio. Me va a volver loco, y ya tengo suficientes problemas como para meterme en este jaleo. Pero ¿y si ya estoy metido de lleno? Ella tiene novio, debería… Yo qué sé, ¿pasar de mi? Sería lo adecuado, la verdad. O quizás debería ser yo el que dijera “hasta aquí” y no meterme en una relación. Pero también pienso que si me da bola es porque no es del todo feliz con el otro… — ahora sí que tiene que tragarse el mezcal del tirón. Y ese trago ya lo nota más, pues se va directo a su corazón y a su cabeza.

Me pasa demasiado a menudo que pregunto cosas que en el fondo no quiero saber, y esta es una de ellas. Al menos el mezcal me ayuda a escucharle con más entereza de lo que sé que haría sobria. Soy demasiado transparente; es cuando bebo que, al volverme hiper consciente de mi cuerpo para no tropezarme con tacones o caerme de lado en una silla, que me vuelto controladora con cómo me muevo desde las cejas hasta los dedos de los pies. Otra cosa es que mi lengua vaya por otro lado, o que algo tan doloroso como lo que tengo que oír por pendeja me empañe un poquito la mirada.

No es la primera vez que escucho eso de que su presencia es mágica, o que conseguirla se vuelve como una adicción al juego. Los chicos, sus seguidores de Instagram… Teniendo la fachada más fría de la tierra consigue brillar como el sol de California, y aunque a menudo agradezco eso por el bien de mi morriña hay otras tantas veces, como ahora, que lo detesto. ¿Hubiera dolido menos si me hubiera dado una respuesta más superficial? Sí, pero no habría sido completamente indoloro.

Esta vez dejo el tapón de la botella sobre la mesa, indicando mi intención de no volver a taparla, y derramo lo equivalente a una ración doble de mezcal en mi copa sin llenar la de él. La botella queda en el centro, a su discreción de si quiere él más.

Yo por mi parte me bebo lo mío con los ojos bien cerrados, notando cada mililitro que cruza mi garganta como el dulce fuego que es y agradeciendo ese resquemor como sustitutivo de otro. Es al forzar mis párpados entre ellos que siento una lágrima desbordarse, que atajo de inmediato con el dorso de un dedo antes de sonreír.

— Los dos tendríais que parar. Pero si no vais a hacerlo sólo tú puedes decidir hasta dónde quieres arrastrarte por ella —exhalo con pesadez. Por la Virgen, sí ha dolido. — No es infeliz. Como te dije, sólo es que lo quiere todo.

León es un chico bastante perceptivo pese a su comportamiento pasota y ese afán por hablar sin filtrar antes lo que va a decir. Realmente es bastante complejo, porque su apariencia y manera de comportarse suelen chocar frontalmente con quién hay bajo su piel. Es por eso, y el buen trabajo que ha hecho su madre criándole, que sabe que algo de lo que ha dicho ha tocado algo en Mena que la ha hecho sentir mal, y él odia hacer sentir mal a las chicas y lo evita lo que puede y dentro de lo que le permite ese “sin filtro” suyo ya mencionado. 
Al igual que entiende eso, no obstante, también entiende que quizás no debería hurgar en esa herida de Mena, o en la lágrima que ha borrado rápidamente del linde de sus ojos.

— Si no es infeliz, entonces… Debería apartarme — asiente, jodido también, y cogiendo la botella para volver a beber. No puede parar, al menos hasta que se le nuble tanto la cabeza que deje de darle vueltas al tema de Clem — Porque odio arrastrarme y porque no es justo que lo haga sólo porque “lo quiere todo” — aprieta los labios y busca una mano de Mena para sujetarla — ¿Estás bien? — ahora sí se atreve a preguntar, aunque despacio y casi en un susurro. 

Es posible que en el fondo me equivoque y Clem sí tenga mayor interés en León, pero no puedo saberlo. Mi experiencia previa me dice que lo que no le gusta es que alguien toque sus cosas ni sentirse como algo “seguro”, que es como imagino que la hace sentir su novio ya. Basándome en evidencias estaría haciendo un bien público convenciendo a León de que olvide esta persecución absurda.

Inesperadamente mi mano acaba bajo la suya, haciendo que alce mis ojos hacia los suyos de sopetón. Genial, lo ha notado. Ahora sí puedo pensarme lo de servirme algo más de mezcal.

Sonrío porque es lo que dice siempre mi madre: mientras seas capaz de sonreír no estarás del todo perdida. Al menos yo no me estoy arrastrando por unas migajas de atención, ¡no señor! ¡Con orgullo, con la cabeza alta!

— No, ¿pero qué importa? — ¡Ah, mierda! ¡Pinche mezcal! — Si soy feliz, o infeliz, sólo va a importarle a mi familia, así que…

Yo misma tomo ahora la botella y empiezo a llenarme la copa conteniendo las ganas de llorar como puedo.

El español le quita la botella antes de que se sirva de nuevo. No parece que la bebida la esté ayudando para nada, pues más bien parece que lo que hace es despertar fantasmas internos que la entristecen, ¿o quizás su tristeza es por culpa de León? Necesita saber si es algo que él ha dicho, porque de ser así siente que debe remediarlo. 

— A mi me importa — responde — Sobretodo si te has puesto así por algo que he hecho o dicho — asegura, buscando sus ojos sin devolverle de momento la botella — Este mezcal era para olvidar, no para hundirnos. 

No puedo creerle, menos después de escucharle, pero sí tiene razón en una cosa.

Vuelvo a cerrar los ojos, concentrada en recuperar el control de mis emociones a través de la respiración y pensamientos de reafirmación apoyados en mezcal y los martinis anteriores. Eres hermosa, eres una diosa, es esta ciudad la que no te entiende. Al menos así consigo volver a mirarle sin que me hierva el pecho de celos.

— Es verdad, ¿no dijimos que le den a Clem? —me reafirmo con un toque de cabeza. — ¡Pues que le den! A partir de ahora prohibido mentarla.

El chico no se queda demasiado satisfecho, porque esperaba que realmente Mena le dijera qué es lo que ha hecho mal, pero supone que ya no tiene motivo para retirarle la botella así que le sirve un poco más de mezcal antes de ponerse él también. 

— Está bien, pero no soy ese tipo de persona que ignora si ha hecho daño a otra o que prefiere no asumir ni saber el por qué. No me lo digas si no quieres pero lo siento. Sea lo que sea lo que te haya hecho daño — se disculpa, pese a todo, y suelta por fin su mano para beber. 

Ese último trago sí le marea, haciéndole asumir eso de no volver a mentar a Clem. Lo malo es que necesita sentirse validado, menos frustrado, pero trata con entereza pasar por encima de cómo se siente y centrarse un poco en Mena para no ser un egoísta de mierda. 

— ¿Qué haría que te sintieras mejor? — pregunta, sin despegar la mirada de la suya — Puedes pedir cualquier cosa, incluso otra botella de mezcal — ríe. 

Tenía ya claros los dos trajes que se iba a comprar, uno elegido por él y otro por León. Spoiler: no iba a usar ninguno de los dos en la fiesta, pues no podía dejar de pensar en uno que tenía ya en su casa.

— A ver, es innegable que está muy buena, todo el mundo lo sabe, incluso ella. Yo me he mantenido al margen este primer año, tampoco quería hacer ningun movimiento raro, pues ya he visto algún que otro drama con la gente del Upper East Side y quería mantenerme al margen, sobretodo porque pensaba que me iba a ir.. pero al final no.

Pagó los trajes en la tienda y se los llevó para que los guardara el chófer de León.

— El otro día coincidí con ella en una fiesta, bailamos juntos un rato y la verdad que había mucho feeling. Yo ya me iba a ir y apareció ella y me dijo de ir a tomar algo en un lugar mas tranquilo.. y bueno ya sabes. La noche se complicó y terminamos en su piso.. ya sabes ¿no? 

Se rió, no es que le diera vergüenza hablar del tema, pero era la primera vez que lo hacía junto a él y no sabía como se lo iba a tomar.

— Hasta ahí todo bien. De lujo, vamos. Ella incluso me habló de que le gustaba y todo eso, no quedamos en nada pero tenía buena pinta. Así que a ver como va la fiesta, me da un poco de corte juntarme tanto con ella con el resto de la clase por ahí, pero bueno supongo que con una copa encima me suelto y a ver lo que sucede ¿no? Tiene buena pinta el tema.

Sería sencillo si esto fuera su culpa, haría su disculpa más válida y podría esforzarme en aceptarla, pero la verdadera pena de mi predicamento es que nadie tiene la culpa de que mi mejor amiga sea maravillosa y que a su lado yo sea una sombra casi literal. Podría culpar a su madre pero no se debe difamar a los muertos.

Por eso no digo nada, pero tampoco mejora mi estado de ánimo su disculpa. Él bebe, y yo también al quedar libre de su repentino control parental. No puedo tragarlo entero y tengo que dejar la copa aún con mezcal en su fondo. Empieza a ser demasiado, y el otro ya dice que si quiero otra botella. Puede, quizás si nos damos una pausa. Lo que es evidente es que necesito olvidar.

¿Qué puede hacerme sentir mejor? Un novio. O no sé, llamar la atención de esa mujer de la barra con un traje vintage de Burberry reconvertido en un moderno dos piezas. O…

Llevamos un rato mirándonos, y ahora que se me han pasado las lágrimas puedo fijar mejor nuestras miradas. Una idea loca me asalta, y el terrible riesgo que supone hace que hormiguee el fondo de mi vientre.

— ¿Qué opinas de mí? —me reclino en mi silla porque estaba empezando a encorvarme sobre la mesa y no se me ve. — Como chico. Miénteme si es malo.

León le da ese tiempo a Mena para recomponerse, claro, porque a pesar de ser un chico bastante impaciente sí que sabe cuándo debe dejar un poco de espacio a la persona que tenga delante. Está claro que la latina tiene algún tipo de complejo, como todo el mundo, pero ahí ya entra el carácter de cada uno para llevarlo mejor o peor, o simplemente vivir con ello. El español sabe lo que es, y muy bien, pero ahí en Nueva York conserva sus secretos bien escondidos. De momento. Sabe de sobra lo que es que algo de ti no te guste, no te satisfaga, hasta el punto de odiar la persona que eres. Por suerte, y tras años de trabajo, para él es más llevadero, aunque obviamente aún no está totalmente superado. 

Ante la pregunta de Mena, sonríe de medio lado. 

— Supongo que no me conoces lo suficiente bien aún, pero te diré que soy un tío bastante directo y sincero, y muy a menudo peco de no filtrar antes de abrir la boca así que se me da como el culo mentir — ríe suave — Respecto a tu pregunta, te diré, como chico, que si no hubiera sido tan idiota como para dejarme liar por tu amiga, te habría tirado los trastos — ahora ríe más fuerte — Eres divertida, te gusta la fiesta, bailar, y eres guapísima. Pequeñita y manejable, además, que ya me va bien con mi altura — tuerce la sonrisa en una mueca. Le encantaría ser un poco más alto, ya que a las chicas suelen gustarles los chicos más altos que ellas — Y bailas muy bien, obviamente como buena latina, y eso me resulta muy sexy — la mira, buscando si su respuesta la ha agradado — Y no he mentido. Prometido. 

Sí que tenía la impresión de que, como yo, León prefería ser brutalmente honesto a elaborar una mentira. A la vez sabía que esa franqueza venía de un lugar de preocupación por los demás, que prefiere conectar con la verdad y que eso significa que se preocupa. Tendría que creerle porque sé estas cosas.

Mi autoestima vapuleada no me lo permite, hace que sonría triste terminándome el mezcal de mi copa. Mantengo la mano en ella, entretenida y jugando a picar contra el cristal con mis acrílicas. Al no creerle no puedo ponerme tímida; la razón por la que me he puesto a mirar al resto de la gente es porque me he vuelto a entristecer.

— Siempre ocurre así, ¿sabes? —opto por explicarle en mi arrebato de desahogo. — Ella me hace invisible. A veces ni siquiera es un “si te hubiera conocido antes…” —meneo la cabeza con una sonrisa cínica. — La conocen a ella y de repente dejo de existir.

— Y a pesar de todo, eres su mejor amiga — añade León — Cualquier otra chica haría lo fácil: odiarla. A pesar de saber que no es su culpa. También es un poco culpa nuestra, de los chicos de nuestra edad, porque nos gusta complicarnos la vida yendo detrás de alguien como ella — suspira y luego vuelve a buscar su mirada — ¿Te haría sentir mejor si te dijera que yo también estoy lleno de complejos e inseguridades? Y no precisamente por tener un mejor amigo alto, fuerte y guapo. Sé que el mal de los demás no palia tu dolor, pero esta edad es una mierda en ese sentido. Y te digo que lo más seguro es que los chicos terminen dándose cuenta cuando maduren, maduremos, que la vida es más fácil con alguien como tú que con alguien como ella — sigue hablando — El resumen es: todos los chicos somos idiotas a esta edad así que el problema no está en ti. 

— Porque la estaría castigando por ser guapa y eso no es muy feminista —ruedo los ojos. ¿Es eso o simplemente soy idiota? Otra vez, ¿por qué sigo siendo su mejor amiga? ¿Sólo porque me conviene? Creo que ahora tengo mi propio estatus en el instituto, ¿no? Creo que no quiero saberlo, gracias.

Tengo que repasarle con la mirada cuando habla de sus complejos, como buscándolos a ojo desnudo, pero sé que los más dolorosos generalmente son los que mejor escondemos del mundo. Mi complejo se encuentra oculto bajo mis pantalones palazzo, por ejemplo. ¿Le ocurre a él como a mí, con lo de la altura? Sé que para los chicos es un tema más serio… Es lo duro de la sangre hispana.

— Es decir, que estoy condenada a conformarme con que me miren los viejos verdes o a lo que me queda de instituto de soltería —algo que ya he asumido hace algún tiempo. Deslizo la copa sobre la mesa hacia él, picándola con la uña del índice para que la llene de nuevo. — ¿Eso te parece? ¿Sería fácil conmigo? Ni yo lo sé…

— No os conozco tanto a ninguna de las dos pero soy bastante perceptivo y tiene toda la pinta, la verdad — coge la botella para servirla a ella y mira su copa vacía. Es al hacerlo que se da cuenta de que le baila un poco la visión y eso le hace cierta gracia así que se sonríe — Estás a punto de crearme otro complejo: creo que me vas a tumbar bebiendo. Aunque eres latina, ¿cuenta igual o sólo como medio complejo? — carcajea y sí, termina poniéndose un trago en su copa. No lo ha meditado demasiado. 

Me concentro ahora en cómo cae el mezcal, como agua, en mi copa. Su sonido y su poca diferencia en densidad con el agua, despertando el instinto humano de la sed aún sabiendo que lo último que hará otro trago de eso es deshidratarme.

… Diosito, sí estoy borracha.

— ¿Tumbar? Dices eso porque no me he puesto de pie aún —me río perezosa, apoyándome en una mano y preparándome la copa cerca de la boca con la otra. Sostenerle la mirada empieza a ser más sencillo pero sé que una parte de mí sigue buscando esos posibles complejos. — No sé qué complejos tendrás pero a mis ojos sí eres alto, fuerte y guapo. Debe ser una cuestión de pres… de perpectiva —se me atranca la pinche palabra, y como si fuera a arreglarlo me bebo el mezcal con una mueca.

— Si te lo dijera, tendría que matarte a continuación — bromea, bebiendo después al tiempo que lo hace ella — Por supuesto que es cuestión de perspectiva, porque yo también tengo una visión de ti diferente a la que tienes sobre ti misma. Siempre tendemos a ser más crueles con nosotros mismos que con los de alrededor, y eso es hablar demasiado si tenemos en cuenta la cantidad de bullying que se sufre en todas partes. 

León baraja un momento el hablarle de “lo suyo”, pero es demasiado arriesgado. No debería. Y tiene que controlar esa lengua suelta; problema que se agrava obviamente cuando va bebido. 

— Clem nunca me ha dicho que soy alto, guapo y fuerte así que punto para ti, mami. 

Si tuviéramos que sentarnos a hablar de bullying, de complejos, de perspectivas, de lo cruel que sigue siendo el mundo para los que somos diferentes incluso si parece que lo tenemos todo… Definitivamente necesitaríamos otra botella de Clase Azul.

Pero cuando él pronuncia el nombre de Clem yo me aboco hacia adelante en la mesa con torpeza, tumbando mi copa y casi tirando la botella con mi torso, todo por poner los dedos sobre sus labios. Chistando con suavidad, restregando las yemas sobre una suavidad inesperada. En mi estado es un gesto sexy.

— Yo también miento fatal, ¿sabes? —río de nuevo.