Partida Rol por web

Dos tipos están fuera fumando su tabacazo negro, con pinta de llevar levantados desde las tres de la mañana, comentando la jugada como solo saben hacer los viejos en todo el universo, sea junto a una obra, junto al lugar de un crimen, en un bautizo o en cualquier sitio donde esté pasando algo jugoso.

...y no ha habido naide dende hace ya un porrón de años. No vi yo jamás la luz en la ventana, digan lo que digan. Ahí no hay naide, te lo digo yo. Así le parta un rayo a las cuatro paredes que había ahí, que solo valían pa meter las cabras si estabas lo bastante loco como para ir pallá con ellas.

Marcello hace un gesto característico con las dos manos, y acompaña con los brazos y con todo el cuerpo. Todo con el desmayo fruto de la artrosis y los crujidos que siempre la acompañan, amén de las horas que debe llevar remendando redes para sus hijos y sus nietos.

Pues yo digo que si. Afirma rotundo. Mi chica Rosa lo vió hace años como te veo a ti. Y mi yerno, Tomasso, aquella vez que se perdió en la barca, con la niebla que se viene en primavera, de repente, que no podía ver ni la luz del faro. Y entonces se abre un claro y solo se ve la luz de las estrellas y la cabeza -señala la cabeza de Kinsgport, donde estaba la casa- y la casa con la luz encendida. A punto estuvo de ir contra los escollos si no es por esa luz. Le salvó la vida, te digo ¿no va a ser verdad cuando lo cuenta?

Cuando se dan cuenta de que estás escuchando, se callan y siguen su camino, puerto adelante, discutiendo mientras uno masca su pipa y el otro babosea la colilla, haciendo humo como dos vapores a toda máquina, tosiendo, y volviendo a discutir.

Patrick, absorto en su jarra de cerveza hasta ese momento, se encoje de hombros,  la verdad es que quizás nos venga bien a todos volver allí.

Ddurante unos segundos parece que no va a añadir nada más, pero de repente una leve sonrisa asoma a su rostro y sigue hablando en voz baja, aunque si tuviera algo mejor que hacer no volvería a subir allí, ese sitio tenía algo, no sé cómo explicarlo, he tragado mucha mierda y nadie puede decir que sea un pusilánime mierdecilla atemorizado de su propia sombra, pero ese lugar me da escalofríos.

La implícita confesión de que el grandullón de Patrick tiene miedo de volver a la colina del acantilado no pilla desprevenidos a sus amigos, ellos han compartido la misma experiencia, y aunque parece ya lejana, lo cierto es que sólo han pasado unos pocos años desde su infantil excursión.

Aún así os acompañaré concluye levantando la jarra y apurándola de un trago.

Tim no puede evitar sacar su parte profesional y comienza a hablar. Se que todos lo pasamos mas alli, fueros momemntos y situaciones criticas y sin explicación. pero si no recuerdo mal, quien mas sufrió los ataques de aquello y quien mas marcado quedó a nivel personal por ello fui yo, y ya me ves. Creo que fué algo que marcó nuestras vidas para siempre y en mi caso, me empujo a ser quien soy y hacer lo que hago. Yo anhelo volver desde el dia que me llevé el diario. Pegando un sorbo a su te caliente, continua hablando, ya crecidendose en su discurso. Alli vivimos algo unico y creo que volver puede ser bueno,esto cerraria el circulo y seguramente podriamos reencontrar algo perdido u olvidado en la psique colectiva, algo que en regresion, nos haga volver a la infancia y encontrar el sentido que antes no podiamos ver, como infantes que eramos. Tenemos un nuevo crisol y elementos de juicio, mas añejos, con poso suficiente para poder dar sentido a lo que antes no lo tenia. Patrick, ir alli puede qiue haga que tus temosres y pesadillas desaparezcan para siempre y no vuelvas a temer a las sombras. Ese reencuentro puede ser la cura a los males que nos aquejan agazapados en la memoria desde niños.

Con los ojos muy abiertos y haciendo un gesto con la boca de incomprensión, dejo la taza sobre el plato

¿Pero de verdad os estáis escuchando? Me parece increible que después de todo lo que hemos vivido a lo que más miedo tenéis es a unas sombras que os congelaban el culo. ¿Acaso habéis olvidados esos cuerpos muertos pero que se movían con un aliento de vida totalmente anormal? ¿o a las criaturas que entraron en el portal, tanto las bestias prehistóricas como esos terribles hongos de Yoggoht o como se llame? el nombre lo tenía muy presente siempre, el de todas las bestias con que se habían enfrentado, pero la situación se le estaba yendo de las manos y ya mostraba algo de nerviosismo. No me puedo creer que, las únicas preocupaciones que os planteeis sean las de volver a una torre en las que vimos cosas increibles, sí, las primeras que vimos ¿pero ni con mucho las peores? ¿Y por qué ahora? habéis tenido muchos años para volver allí. Realmente no se qué esperais encontrar.

Con una larga inspiración, niego con la cabeza disculpadme. Como he dicho os acompañaré, pero por mis propios motivos, y no por miedo a los monstruos que se esconden en los armarios precisamente. Quizás esté ocurriendo algo mucho más grave que esa tontería que experimentamos todos.....bueno, salvo Timy, que parece que fue con el que se ensañó esa sombra maligna digo con rintintín enseñando la lengua al pequeño y feo Timy.

Peabody puede ver, justo al otro lado de la Taberna del Ancla a Molly Angers, bien conocida. Está recogiendo las cajas de pescado apiladas a un lado, para meterlas en su pescadería, antes de ir a comer. Cuando es preguntada por la casa, se nota que puede percibir el tono de duda que aqueja a Peabody y se sonríe.

Todo el mundo sabe que esa casa está vacía desde hace mucho, señor Peabody. Oh, todo el mundo ha visto la luz alguna vez... ¡en sus sueños! Se sonríe de nuevo, ya que tales dudas no son raras en Kintsport, ciudad aquejada desde su fundación por la rara enfermedad típica de soñadores, vagabundos y borrachos.

No haga caso de historias de fantasmas. Solo eran cuatro paredes que ya se estaban cayendo a trozos.

Luego sigue atareada con su trabajo.

El asunto era inquietante, a pesar de las palabras tranquilizadoras de Enma y de Tim. Mientras los demás se ponían al día de sus vidas respectivas, en un aparte de conversaciones inquietantes, Peabody salió un momento a la puerta de la taberna, estuvo escuchando a los dos pescadores que habían estado hablando cerca. Además, cruzó un par de palabras con la dueña de la pescadería Angers, Molly Angers, viuda de marino, mujer bien conocida por su buen sentido común.

Pasaron el resto de la tarde junto a una buena copa, de las pocas existencias del licor local, y menos peligroso de consumir, dada la gran relajación en la prohibición de bebidas espirituosas de la época que les estaba tocando vivir.

Estaba claro que la gente no veía la casa. Peabody lo había corroborado por activa y por pasiva. Describían una ruina humeante. 

Pero la perplejidad de algunos viejos, o conocidos borrachos daba a entender que las corrientes profundas del subconsciente popular suscribían la inquietud de los cuatro amigos. ¿Fue por sus vivencias durante la infancia y posteriores, que habían mantenido fresca cierta intuición que solo tienen los niños y los locos? Quién sabe.

Por la ventana de la vieja casa familiar, donde estaba teniendo la reunión, tras una temprana cena, en la calle solitaria y fría, se pudo escuchar el paso cansino y errabundo de un anciano: muy conocido en el lugar, con fama de brujo, de borracho, de vagabundo. El llamado viejo terrible (que era la delicia de los niños, con un jardín lleno de exóticas esculturas por el que vagar y hacer diabluras) pasaba tambaleandose.

Murmuraba para si. De su discurso solitario se pudo escuchar, empero, una frase completa, antes de que desapareciera por un callejón estrecho y húmedo.

¡Naufragio! ¡Naufragio! Ha naufragado, y ya nada contendrá al demonio... (a semejante frase, siguió un torrente de toses carraspeos y un satisfactorio escupitajo)

El resto de la noche transcurrió placentera, a pesar de que la falta de servicio en la vieja mansión Peabody pusiera de relieve el polvo acumulado en las habitaciones de invitados que Tim, Patrick y Enma tuvieron que ocupar.

El anciano y enfermo padre de Alexander se retiró pronto y, discreto, dejó tranquilos a sus invitados, no sin antes recordar alguna diablura de antaño, sonriendo para si. Aparentemente pasaba una buena etapa de su demencia, y se le daban mejor los recuerdos de los viejos tiempos, también, e iba bien vestido y arreglado... hasta que uno se fijaba que se había puesto los gemelos desparejados, o que se había olvidado de ponerse calcetines.

Reunir juntas las viejas ropas de caminante, botas, cuerda, lámpara, una mochila que había conocido tiempos mejores. El mejo bastón de paseo... estas cosas, decimos, llenaron las horas postreras a irse a disfrutar del sueño.

Antes del amanecer desayunaron con los marinos. Una concurrencia no del todo sorprendida por el ocasional paseante madrugador, que compartía el comienzo de sus jornadas en la bahía y más allá.

Notable fue la vieja sensación de ascender por las umbrías frondas que rodeaban la neblinosa Kingsport, en medio de un mundo vacío de todo sentido, excepto por las conocidas referencias que la memoria prestaba a la imaginación. Pudieron pasar así, sin ver más que una sombra informe y gris, por el cadalso, en el camino bajo la Cabeza de Kingsport, y tomar el camino nuevo sin posibilidad de equivocación, que conducía a la pequeña estación repetidora instalada en 1930.

Llegar a la pequeña caseta, unida al mundo por cables eléctricos que, de poste en poste les habían ido acompañando por entre la apretada y húmeda bruma, fue muy sencillo. A esa altura, en el mundo exterior ya había despuntado el sol. Pero en este húmedo y frío paraje solo podía columbrarse un resplandor opalescente tras la omnipresente cortina de niebla. La pequeña construcción les salió al paso. Una pequeña lámpara eléctrica encima de una puerta de metal. Unas paredes de ladrillo, en cuyas paredes se comenzaba a formar la eterna pátina del lugar: musgos, mohos, líquenes y humedades que todo lo terminaban cubiendo.

El camino seguía más arriba, hasta la pequeña antena instalada en primer lugar. Desde la misma llegó el sonido curiosamente transmitido a partir del ambiente sobrecargado de partículas de agua de una mundana discusión:

Te digo que esa tuerca no va ahí. Es la otra. Deja de comportarte como un necio y ayúdame de una vez, hombre de dios.

Los caminantes, con sus pertrechos, subieron por el camino mientras oían la discusión, hasta toparse con una enorme sombra: una máquina excavadora, al parecer averiada, que tenían parcialmente abierta dos hombres sudorosos ya a esa hora, y cuyo suelo circundante estaba cubierto de herramientas y piezas de maquinaria tendidas sobre una lona impermeable.

Conversaron un rato con los dos hombres. Mike y James tenían que hacer horas extras ya que "este maldito clima", en palabras de James, obligaba a hacer constantes reparaciones en la maquinaria destinada, al parecer, a abrir el nuevo camino hasta la misma cima del farallón hacia cuya cumbre se dirigían.

Tras dicha charla, de nuevo continuaron camino, para perderse entre la bruma, como si unos y otros fueran a mundos diferentes que no se tocaban jamás.

Tras seguir un rato el ahora incómodo ascenso, los cuatro amigos llegaron a la zona donde la cuesta era más pronunciada, y los añosos árboles, cubiertos de líquenes, de enredaderas, de musgo, y retorcidos por los vientos salobres venidos del mar impedían el paso franco. Pero justo en ese momento eligió la niebla para abrirse ligeramente.

Ya no se veía nada de lo dejado atrás, donde nuevos jirones de niebla amenazaban con cubrir otra vez todo lo existente. Sin embargo, a su derecha se mostró magnífico, iluminado por un sol sombrío, el pueblo de Kingsport... donde demasiadas chimeneas vomitaban humo blanco, completamente diferente al del cabón. Donde faltaban muchas viviendas modernas, y otras antiguas pervivían todavía. Donde un flamante barco de tres palos, ballenero, fondeaba trabajosamente, y era cargado por multitudes de marinos. Donde, en vez de el hospital congregacionista, había una iglesia de tejado inclinado y de campanario alto y afilado que todo dominaba.