Partida Rol por web

Tom respondió a la llamada de la mujer. La vez anterior fue una de las voces cantantes que ayudaron a solventar el problema y él mismo se consideraba un botarate. Mejor dejarlo en manos de cabezas pensantes... Aunque fuesen mujeres...

-Lo han atacado. Como a Brunel-. El recuerdo del italiano ausente le estremeció.- Una... Rata- Añadió tras unos instantes de duda al no poder encontrar un sustantivo más adecuado para aquel ser. -Hemos logrado espantarla. ¿Podrá salvarlo?

Dom mira hacia el motor y parece que intuye algo.

maldita sea, creo que esta ahi, es el maldito ser ese! preparemos las llamas y los extintores!!! 

No Maggie,no! - exclamó Peabody, dolorosamente consciente de su responsabilidad en haberla traído consigo. Como pudo sin soltar el soplete, asió con fuerza la escopeta recién descargada, si bien no forcejeó para arrebatársela - Vamos, confía en mi, esto no servirá... - trató de razonar, mirándola con intensidad a los ojos y sin soltar el arma para impedir que ella pudiera volver a usarla - Las atraeremos aquí, pero debes usar el extintor cuando se acerquen. Cógelo, por favor... - añadió, casi suplicante.

Atención, las atraeremos aquí!! - gritó con desesperación después, sobre el eco aún resonante del disparo, tratando de que todos le escucharan - Debemos enfriarlas, con cualquier medio. Cojan extintores, inunden la sala, lo que sea!!
 

-¡NO! ¡Por DIOS! ¿Qué está haciendo? 

A Bert casi le da un colapso al ver a la paquete aquella con la escopeta. Pero, ¡¡PUM!!, y Samuele frito. 

-¡Joder, joder, joder...! 

Sólo faltaba eso. Que la rata o la cosa o lo que fuera les atacara parecía que era ya a estas alturas inevitable. ¡Pero que lo hicieran los propios pasajeros era surrealista!

Y luego las órdenes. Contradictorias. Llamas, y extintores. ¿Había que calentar o que enfriar? ¿Y cómo, a esa distancia...?

-¿Es que no ven que esa rata está ahí arriba? ¿Cómo van a llegar a ella, maldita sea? 

Por si acaso, Bert agarró un extintor. No haría nada con él, claro, pero que no fuera dicho.

Beakins no era capaz de procesar lo que veía, después de ver a Brunel retorcerse con aquella extraña quemadura ahora había visto a la sinuosa rata trepar de forma inverosímil y atacar a otro d e sus compañeros. Parecía también escabullirse y evitar todo lo que la lanzaban.

Habían aparecido cuatro paquetes con extintores y sopletes.

¿Pero qué coño hacen estos?

Uno de ellos, al parecer un ingeniero, decía de enfriar la sala, o tal vez la rata no lo entendió muy bien. LO que tenía claro es que no podían inundar la sala de máquinas, no si querían seguir navegando.

Señor - dijo a Peabody-no sé que piensa hacer con esos extintores y esos sopletes, pero no puede inundar la sala sin destrozar la maquinaria. Los quemadores diésel dejarían de funcionar y el agua del mar está tan fría que el contraste con la temperatura de las calderas y tuberías de conducción de vapor harían que el hierro se agrietase.

Menez bajó a los tropezones por los cuatro tramos de escalera y se acercó donde estaba el ingeniero herido. Se le escapaba la vida por un agujero en el abdomen que todavía lanzaba humos apestosos, fruto de la interacción del ácido con la carne.

No logró contener la hemorragia. Se le tintaron las manos de sangre roja y caliente. Por la carcasa del motor pudo ver una sarta de huellecitas que subían hacia arriba. Eran tan visibles porque parecían haberse comido la mugre mezclada con aceite que lo cubría, para dejar una superficie limpia y brillante con forma de pequeñas garras.

En tanto Menez se distraía mirando aquel rastro inquietante, Humphries había improvisado una especie de faja con su camiseta para que hiciera presión sobre la herida donde había embutido la camiseta del propio ingeniero hecha un gurruño. Parecía que la sangre ya no manaba tan fuerte.

Dominique, aquel piloto de la expedición, se dispuso a comprobar el funcionamiento de su soplete sobre la barandilla, mientras se quedaba ojiplático al descubrir el objetivo de los esfuerzos de tiro al blanco de los operarios, allá sobre el motor, bastantes metros bajo él.

Peabody, también asombrado por lo que veía, puso a plena potencia su soplete de acetileno, apuntado a la cosa que debía seguir sobre el motor.

O'Connel, avergonzada, dejó a un lado la escopeta y bajó como una exhalación, una vez recuperado el extintor y, una vez abajo, sin mirar siquiera a la víctima de su torpeza, comenzó a disparar espuma hacia lo alto.

Pero la Cosa En El Motor estaba muy agustito donde estaba, absorbiendo calor constantemente, tomando fuerza y más fuerza cada vez, y aquella llama tentadora que le mostraba Peabody estaba lejana, muy lejana. Y no había por dónde arrastrarse para llegar a ella.

Beakins y Pacquare discutían la jugada, nada convencidos. ¿Inundar la sala? Había mangueras contra incendios, cierto, y se podía abrir una trampilla en el techo para que entraran. Pero era un trabajo para varios hombres, y con ese tiempo de mierda que hacía...

¡Enfriad solamente un lado del motor con los extintores! Dijo la torpe de la escopeta, ahora diciendo y haciendo a un tiempo, con su propio extintor. ¡Vosotros! Gritó desgañitándose a los que estaban arriba con los sopletes. ¡Bajad aquí y calentad el otro lado del motor! ¡Y le vais haciendo un camino de hierro al rojo para que lo siga cuando baje esa hija de puta!

Aquello tenía forma de rata, pero era negro como el espacio profundo. Era negro y no se movía de manera natural, a veces. En leves guiños casi imposibles de percibir con los sentidos normales (pero que pegaban mazazos en vuestra sensibilidad más primitiva y animal) la silueta de la rata ondulaba de una manera abismalmente asquerosa.

La repugnancia casi paralizó vuestros miembros.

Un dato curioso: sin duda había tomado prestada su forma haciendo un eficiente desparasitado del Gabrielle pero, ahora que había consumido parte de un primate (el pobre ingeniero), parecía sostenerse demasiado confianzuda sobre sus patitas traseras, y se agarraba con las delanteras con demasiada habilidad, cuando el movimiento del barco le obligaba a ello. Y no se le veía la cola por ningún lado.

-Eh... Voy. Voy.

Nada convencido aún, cierto, pero viendo que la cosa esa sigue tan a gusto creciendo junto al calorcillo, Bert decide hacerle caso a la loca de la escopeta. Curioso, pero verdad.

Se acerca tanto como puede a la negra y repugnante rata, y vacía el extintor entero en su lado del motor, tal como está haciendo la paquete.

-Jodida cabrona de mierda... Dios me perdone...

Se le oye murmurar.

Traigan más extintores y preparen mangueras! - ordena imperioso Peabody, con el rostro lívido al contemplar el repugnante ser, mientras calienta el lado opuesto al que está siendo enfriado sin perder de vista a la criatura - Le haremos bajar por aquí. Cuidado todo el mundo, ya habéis visto lo que puede hacer. Es Dios...!- su voz sonaba histérica, al límite de la cordura, pero parecía que sus acciones eran razonables y coherentes.
 

Dom se apresta a ver el funcionamiento de su soplete, deseasndo que aquel ser pueda ser reducido o congelado, asustado y muy preocupado.

Vamos a calentar esto, demonos prisa, por favor, ese ser puede acabar con nosotros!!

- Bien hecho, marinero.- Le dijo al hombre que había conseguido detener la hemorragia. Al levantar la cabeza de sus manos ensangrentadas reconoció perfectamente el rastro de las patitas.-Maggie, son esas cosas. Las ratas...lo mismo que en el Waraloo.- La mujer parecía haber vuelto a tomar el control de sí misma y cogía el extintor, ocurriéndosele una buena idea. Menez no pudo más que seguirla.- Allá voy.- Se levantó del suelo y a trompicones-¡Esto pesa como un muerto!- se dirigió hacia el motor. Accionó el mecanismo que activaba el extintor y trató de enfriar una de las partes para que la "semilla-rata-Dios mismo en persona-piedra" se dirigiera por el caminito hacia la trampa.- ¡Vamos Hija de Carambolo!- Para ella eso era un insulto muy grave.

¡Lo mismo que en el Walaroo! ¡Las hijas de puta! ¡No os vais a acercar a mis perros, malnacidas!

El amor que O'Connel sentía por el género humano era, sin duda, conmovedor.

Lo estamos haciendo bien, sigue calentando ese tubo Dominique... - todavía con el rostro pálido y enajenado, Peabody se había hecho sin embargo dueño de la situación - Casi suficiente, cuidado ahora!, es el momento clave.

Atención esos extintores, la atraeré hacia aquí! - añadió, retrocediendo dos pasos a un rincón en el que podrían emboscar mejor al ser. Sus movimientos eran fluidos, y se preparó con elegancia para evitar a la rata-humanoide como haría uno de esos toreros españoles.
 

La Rata negra, por fin, se decidió a saltar. De un lado venía algo incómodo, como una especie de fresquito que no le terminaba de gustar. Del otro, un calor agradable. Parecía percibir ambos ambientes con todo el cuerpo. El movimiento que emprendió poco tenía que ver con la posición con que se aferraba al motor: fue uno de esos momentos en los que su naturaleza extraña se manifestó por encima del aspecto que había adoptado.

Saltó sin mover las patas hacia un lado, como al descuido, pero directa hacia Pickwell y su soplete, que ya se había alejado del motor un par de metros, tras dejar un sendero, entre él y Peabody, de hierro al rojo. (El motor, a todo esto, crujía ominoso debido a los desiguales cambios de temperatura.)

Por supuesto, a Pickwell no le pilló de sorpresa el ataque. Lo que si le perdió fue subestimar cuán largo podía saltar la rata. Debía estar pensando que la asquerosa bajaría caminando cabeza abajo por el metal al rojo o algo similar, o que caería torpe a sus pies, y luego intentaría atacarle.

Acertó justo en la mano que sostenía el soplete, haciendo que lo soltara y, por tanto, reduciendo la llama del mismo a la lumbre de mechero testimonial que daban estas herramientas si no había un dedo presionando el gatillo. Dejó en la mano de Pickwell una buena quemadura y, al percibir algo más suculento que el mero calor en sus cercanías, se lanzó y se aferró con sus garritas al brazo del piloto, exudando con el contacto aquella humareda apestosa que ya impregnaba los senos nasales de todos los presentes.

-Dios, Dios, Dios...!

La cosa, el Dios Negro, se había lanzado sobre el paquete que llevaba el soplete. La idea había sido buena de inicio, pero ahora ya no lo era tanto. Quizá realmente el calor la había atraído, pero el caso es que se había instalado en el brazo del pobre hombre, y le gustaba. A la rata, claro.

Bert corrió, extintor en mano, se acercó al brazo del tipo y apuntó a la rata con él. Esperaba que aún tuviera bastante contenido como para enfriarla, si es que eso la detenía como decían.