Partida Rol por web

Vamos todos, esto funciona! - exclamó Alex, conduciendo con cierto éxito al ser hacia la salida - Bien Maggie, sígueme; saldremos de esta - y añadió, levantando aún más la voz - Preparen esas mangueras ahí fuera, las necesitaremos!

Golpearla no servirá de nada, tratemos de echarla fuera... - añadió, con pocas esperanzas de que le hicieran caso, en medio del tumulto - empujadla, empujadla...

Beakins decidió que había tenido bastantes cosas raras por hoy y teniendo en cuenta que no era realmente su guardia y que la mayoría de la gente abandonaba la sala de máquinas, se abrió paso hasta la salida lo más alejado que pudo de la cosa esa, rata, o lo que fuese, donde tal vez buscaría alguna manguera como pedía el engominado o tal vez correría hasta la otra punta del barco. Lo decidiría al salir, cuando hubiera terminado de rezar el Ave María que iba recitando. 

Entre Pacquare y Menez tenían a la bicha la retirada más o menos cortada... al menos se suponía que sería incómodo para la rata volver sobre sus pasos, aunque a veces tenía esos prontos que... Andaron atentos a posibles movimientos bruscos.

O'Connel se entretuvo (y se retrasó) tomando el soplete del cuerpo exánime de Pickwell.

La demás gente en la sala se entretenía poniendo cómodos a los heridos y vigilando las máquinas. Alguien ayudó a O'Connel a mover al piloto y a quitarle el arnés para, luego, arrastrarle hacia donde no hiciera tanto calor, lejos del motor, que seguía rugiendo. Aparentemente no había tenido daños por el trato sufrido con los sopletes.

Humphries intentó arremeter contra la rata haciendo sonar los barrotes de la escalera, por donde ya comenzaba a subir, animada por un Peabody que, reculando, procuraba subir ni demasiado rápido ni demasiado despacio, calculando el ritmo lo mejor que podía.

Beakins, superado, intentó buscar salida a todo aquello pero, claro, la vía más evidente estaba ocupada por la tropa que intentaba guiar al monstruo: una escalerilla por la que cabían, con suerte, dos personas a la vez...

Montaigne también intentó golpear con su llave, casi consiguiendo que el hacha de Humphries le rebanara el brazo.

Peabody había conseguido trepar hasta el primero de los rellanos de la escalera en el camino hacia la superestructura y la cubierta.

En ese momento, por la parte superior de la escalera que pretendían recorrer con la rata, y queriendo bajar a atender a los heridos, entró el Doctor Greene.

Menez casi se distrajo con la entrada del doctor. La rata se quedó quieta mientras ella seguía avanzando. Faltó el pelo de un calvo para que la pisara y entrara en todo un mundo de dolor. Aunque estaba recubierta de polvo blanco, como si fuera un pastelito recubierto de azucar, y se iba haciendo difícil de ver, evitó el encontronazo a tiempo.

Atraída por el calor que emitía el soplete y los peldaños de hierro que Peabody iba calentando, la rata avanzó otro poco, alejándose de Menez.

¡Demonios! Para Greene aquello ya fue demasiado. Vomitó hasta la última papilla. Claro que estaba acostumbrado a la sangre, y ver todos esos cuerpos rotos ahí abajo no debería, quizá, haberle afectado tanto, pero seguramente también había visto a la rata que, quién sabía por qué, provocaba un desequilibrio tremendo en quien quiera que la viera por primera vez.

Todavía faltaba para que Peabody llegara donde estaba el doctor vomitando sobre su maletín, pero, caso de llegar, iba a suponer una molestia, porque estaba cerrando el paso.

Una luz se enciende en la obtusa mente de Carford, parece que la tripulación estuviese tratando de hacer algo raro con la rata, parece que tratasen de guiarla hacia alguna parte.

- Estos científicos... deben de querer atraparla para destriparla y ponerla bajo un telescopio de esos o algo.

Hace una momentanea pausa en la que parece recuperar parte de la cordura* perdida durante el presente pandemonium. Al pararse escucha un rechinar metálico que hasta el momento le había pasado desapercibido y que a sus oídos es como el lamento de una amante despechada.

- ¡Maldición! ¿¡Pero qué cojones le estáis haciendo a la máquina!?

Tras proferir la anterior exclamación, se lanza como un poseso a poner orden en la maltrecha salud de la maquinaria, engrasando lo que sea menester o incluso, si observase algo realmente catastrófico, metiéndose en camisa de once varas para tratar de equiibrar las temperaturas del metal y reparar lo que buenamente pueda.

Escaleras. Joder. ¡¡¡Escaleras!!!

No había contado con eso. Bert era llenito... bueno, buah, era goooordo. Y patooooso. 

Manejar un extintor por unas escaleras de tripulación en un barco en pleno fragor de una tormenta, con la tensión de saber que la cosa a la que intentaban conducir era letal, ya suponía un handicap. Si a eso le sumamos las manos sudorosas y torpes del pobre tipo, y sus pies más que dados a los tropezones....

Apartese de ahí, Doctor. Vuelva a subir, maldita sea! - articuló Peabody, que subiendo a duras penas la estrecha escalera, a punto estuvo de tropezar con el inoportuno Greene; en estas estaba, cuando se dió cuenta de que por un instante había perdido de vista a la rata, al girar la cabeza inconscientemente para identificar el ruido que resultó ser la regurgitación de la última comida del indeseado obstáculo - No se estorben, no hay espacio... - acertó a proclamar, como si fueran sus últimas palabras (y tal vez lo fueran realmente).
 

Maggie decide buscar una salida y ser util al grupo. Aferrando fuerte el extintor, hace mutis por la otra salida, buscando llegar a la zona superior lo antes posible.

Apurada por la situación, Menez seguía intentando enfriar los alrededores de la rata con el extintor de forma que le diera pereza ir por otro camino que el marcado pro el soplete de Peabody.

- Hay dos heridos, Green.- Dijo al ver al médico aparecer lo que casi le costó darse de bruces con su amiga la ratita presumida, ahora vestida de blanco, como para ir de boda. Seguir las órdenes del mejor amigo de su difunto novio era tarea fácil. Tenía su lógica. Si lograban sacarla fuera y apagar el soplete el frío se haría con ella, endureciéndola.

- Es verdad. Nada puede destruirla más que el frío.- Advirtió también a los rudos marineros. Podían ser zafios, maleducados, hombres más que nada, pero muchos de ellos mostraban un gran coraje.

Green procuró reponerse echándose a un lado, tambaleante, pero ya se veía la chepa de Peabody ascender hacia atrás, trabajosamente, mientras intentaba manejar con una mano el soplete y, con la otra agarrarse sin caer de culo, adaptando el peso de las dos bombonas que cargaba como podía a lo irregular del terreno y al movimiento del barco. La rata le seguía sorbiendo el calor del camino de hierro al rojo que le iba trazando la llama al rojo blanco.

De pronto, el horror pequeño pero impredecible, hizo su truquito: onduló y, al instante, estaba junto a la pierna de Pacquare que, habiendo tocado con su rodilla un escalón todavía muy caliente tras el tratamiento con el soplete, se había tambaleado, apuntando al cielo con el extintor y dando un pequeño brinco desestabilizador.

¡Ooops! El castigo fue inmediato. La Cosa, casi con indiferencia, acarició con sus patitas la jugosa y palpitante carne de la pierna del operario causando sin esfuerzo alguno un intenso dolor.

¡Riiico, riiico! Aquello sabía a gloria. Tras consumir una mano la rata había ganado un poquito de peso, y la sensación era muy agradable. Apoyarse con las patas delanteras en el muslo de Paquare, hundiéndose en él como si estuviera hecho de manteca, cambiar... : su naricilla y sus orejas se hicieron algo más cortas, las patas traseras un poco más grandes, las delanteras parecieron transformarse ligeramente: más delgadas, los dedos más largos. La mirada de los ojitos, negro sobre negro, se imaginaba maliciosa y astuta, pero sería un engaño de la mente de los aterrorizados testigos del fenómeno extraterrestre.

-AAAAAAAAGGGGGHHHH!!!!

No podía ser de otro modo. El torpe, el patoso de Bert había acabado siendo pasto de la voracidad de la Cosa Negra. Que le estaba devorando con una fruición y un placer dignos del mejor gourmet. El pobre hombre gritaba y gritaba, revolcándose en el dolor que sentía, y no menos en la sangre que manaba de su muslo. A borbotones. 

-AAAAAAAAHHHHH!!! POR FAVOOOR!!!! AYUUUUDAAAAAA!!!!!

Era asqueroso. Ver de cerca como la rata se alimentaba del pobre marinero no era un espectáculo que le deseara ni al peor de sus enemigos. La idea de que alguien le cortara la pierna al pobre hombre se el antojaba una pésima idea. ¿Cómo iban a poder quitarle eso de encima? La mente de Menez trataba de buscar alguna fórmula en base a los experimentos que Peabody había realizado con su hermana gemela. A la desesperada comenzó a buscar algo de vidrio, grande, que pudiera hacerle de escudo. 

- Necesitamos algo de vidrio.- Les dijo a los que la rodeaban. - No puede atravesar el vidrio. El hierro también nos servirá, aunque sea temporal.

Después de un tiempo que se hizo eterno Humphries finalmente llegó a la parte superior. En el suelo se encontraba su compañero y sin tiempo de reaccionar cargó contra aquella criatura ratoide-humanoide utilizando el hacha golpeando a media altura a un grito que no sonaba en absoluto agradable:

-¡Japutaaaaaaaaaaaa!

Peabody, en precario equilibrio, pensaba frenéticamente qué podía hacer para librar al marinero del repugnante ser. Resolvió, sin embargo, seguir con el plan; en el estrecho espacio, no podría desembarazarse de las bombonas, conseguir algo de vidrio o metal y volver otra vez a su posición para seguir atrayendo a lo que antes era una rata.

En vez de eso, alentó a Green a apartarse del camino insistiendo en que volviera a subir y se encargara de que prepararan mangueras, cuantas más mejor, para arrojarlo al mar tan pronto hubiera oportunidad, y continuó tratando de llamar la atención de aquel ser.

¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAHHHHHH!!!!!!!!

¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAGGGGGGGHHHHHHHH!!!!!

Maggie corrió como una exhalación. Pasillos, puertecitas, escaleras estrechas. Rostros que se topaba por todas partes extrañados, curiosos, asustados. Nadie la siguió, ya que el zafarrancho se mantenía, y nadie podía abandonar su puesto. Era angustioso y complicado moverse realmente rápido. El exterior la recibió con frío, humedad y movimiento: llegar a la superestructura requería una buena carrera por la cubierta principal, bastante resbaladiza.

Humphries, abriéndose paso por detrás de Menez, usando la parte metálica del hacha, logró dar un buen golpe de canto a la criatura que no pareció dolerle lo más mínimo, pero la puso en el camino semi incandescente que, con mucho acierto, mantenía Peabody pasara lo que pasara.

Pacquare se quedó encogido de dolor y sangrando bastante, pero parecía poder mover la pierna más o menos. Ciertamente, eso se hincharía, mas había salido vivo.

De espaldas contra el escalón, la cosa extraterrestre recuperó la verticalidad y, ora a cuatro patas, ora a dos, decició, esta vez, seguir el camino marcado. Greene se había echado a un lado mientras balbuceaba alguna incoherencia. Peabody dio con la puerta que llevaba a aquel espacio alucinante cuyo suelo estaba hecho de rejilla y desde el que se podía ver el fondo de la sala de máquinas, muy abajo.

Peabody tanteó su camino con acierto hasta la puerta que comunicaba con un pequeño pasillo y con el comedor de la marinería.

El pequeño pasillo fue demasiado pequeño para que maniobrara. La rata avanzó hacia la fuente de calor mientras él todavía tenía un brazo demasiado a la vista. Se aferró a él con todo su entusiasmo. De nuevo el aroma a carne quemada impregnó la atmósfera.

De la sala de la marinería llegaba el rumor de voces discutiendo: parecían algunos miembros de la expedición.

El marinero no cejó en su empeño y mientras siguió a aquella cosa de otro mundo. Distraída como estaba era el momento de insistir. Esta vez de lleno.

-¡Si! -Gritó al tiempo que celebraba su éxito.