Partida Rol por web

Con el ceño fruncido, y todavía con los brazos estirados y la cabeza apartada, muevo las manos en señal de negación Pero piénsalo animal ¿para qué querríamos nosotros unas piedras? 

Llevamos años juntos y ¿ahora nos vienes con estas? anda, deja la palanqueta que al final te vas a hacer daño. Si quieres puedes registrar mis cosas, no tengo ningún problema en ello, pero ¡DEJA LA PUTA PALANQUETA!

Parecía que, a pesar de intentar solucionar esto por la buenas, también estaba empezando a cansarme esta situación. Al fin y al cabo, a nadie le gusta que le acusen de ladrón y le amenacen con una palanqueta

Pero piénsalo animal ¿para qué querríamos nosotros unas piedras? 

Llevamos años juntos y ¿ahora nos vienes con estas? anda, deja la palanqueta que al final te vas a hacer daño. Si quieres puedes registrar mis cosas, no tengo ningún problema en ello, pero ¡DEJA LA PUTA PALANQUETA!

Tom baja un poco el brazo de la palanca, la duda se instala en su transparente mirada, y parece que se calma un poco y esta mas dispuesto al dialogo.

- Ya, puede que tengas razón. Comenta en un tono visiblemente mas moderado. -Pero, esas piedras, dan suerte y espantan las maldiciones, y es en este momento cuando son mas necesarias, es ahora cuando podrían interesaros. Además, no serviría de nada registrar tus cosas o las de Sidney , podríais esconderlas en cualquier sitio. No me tomes por idiota. Es verdad que llevamos años juntos y por eso me resisto, pero...¿Quién las ha podido coger, si no vosotros? ¿Quien mas tiene absceso a nuestro camarote? Lo único que se, es que si no recupero esas piedras, estaremos perdidos. Una maldición, ha entrado en este barco con esa expedición y las piedras son nuestra única protección. Solo espero que aparezcan. Me voy a la sala de maquinas. Tras lo cual, Tom Baja la palanca y se da media vuelta, cabizbajo y visiblemente triste ante la impotencia y la perdida. 

Al ver que, por fin, parece entrar en razón, bajo también los brazos y me acerco un poco más a Tom

Nosotros te ayudaremos a recuperar esas piedras. Todos queremos llegar a casa, y si esas piedras dan suerte, te ayudaremos a encontrar a quién la robo. 

Vigilaremos a los de la expedición, que al fin y al cabo parecen un poco trastornados y seguro que buscan cualquier ayuda externa para que les ayude.

Mientras Tom se está yendo, me giro hacia Sidney Tendremos que ver si logramos averiguar algo. Quizás alguien haya visto si otro ha entrado en nuestro camarote 

-Eh, eh, eh! No tan deprisa, amigo. De aquí no se va nadie sin haberse explicado primero.

Bert coge la palanqueta ahora que Tom por fin ha aflojado el brazo. Pero impide con su tono de voz y con su propio cuerpo que el hombre se retire. Por algo es el de mayor rango, por bajo que sea éste, y por tanto el responsable de lo que está ocurriendo ante el Capitán.

-¿De qué piedras estás hablando? ¿Amuletos? ¿Y por qué crees que te las han robado ellos, y justo ahora, con tanto trecho ya navegado?

Al ver que Bert entraba en escena, alzo las cejas lanzando un suspiro mierda, ya se ha liado la cosa refunfuño mientras me apoyo en la pared, esperando a que Tom se explicara.

El que fuéramos compañeros de camarote sería la explicación más sensata, aunque no entiendo bien las explicaciones que exigía Bert, pues al fin y al cabo, las piedras desaparecen cualquier se las lleva y cuando ha visto una oportunidad para eso.

-Joder, ¿Para esta mierda vengo? yo creí que había pelea por lo menos- Se puso el gancho colgando en el hombro y le dio un sorbo a su petaca

Peabody tomó buena nota de las peticiones de Menez; nota mental, se entiende, su memoria y organización eran providenciales. No había nada de lo sugerido por la periodista que él no hubiera pensado previamente, sencillamente no se había atrevido a afrontar los riesgos que podría suponer incrementar el riesgo en la experimentación.

Si el grado de congelación aumentara hasta un límite que, me temo, no tenemos medios para conseguir en este momento, quizá se le pudiera fracturar; pero sospecho que se volverían a unir los distintos trozos de nuevo, en cuanto hubiera un mínimo descenso de la temperatura - afirmó con convicción académica - Tampoco creo que sea muy acertado alimentarlo, aumentando su tamaño, eso aumentaría también su peligrosidad. Quizá si consiguieramos dividirlo miniminizariamos ciertas posibilidades, aunque tendríamos que enfrentar la contingencia de custodiar con seguridad más ejemplares... - El jaleo interrumpió su argumentación, y salió tras Menez asegurándose de que el frasco estaba bien seguro, hermético y acolchado en la bolsa de bandolera que había preparado especialmente y de la que no se desprendía.

Las voces y los gritos disiparon toda esperanza de Brunel de un momento de paz. Años de adestramiento ante las emergencias que pudieran acaecer en alta mar activaron algún resorte secreto en el marino italiano que hizo que dejase lo que tenía en manos y se dirigiera raudo al origen del vocerío... Parecía provenir del área de descanso.

Llegó tarde a la escena, afortunadamente no había nada que lamentar, ni daños materiales ni víctimas, aunque un aire de crispación flotaba en el ambiente.

-¿Se puede saber de qué piedras estáis hablando? ¡Tonto los cojones! ¿Te crees que es buen augurio hablar de maldiciones en alta mar?. -Maldijo mientras se santiguaba y realizaba cuantos ritos había aprendido en cada una de las religiones que se practicaban en los puertos.

-Hartz, un poco de combustible por favor- Pidió entre dos ritos mientras le tendía la mano.

Si. Yo también quiero saber de qué hablan ustedes.

Nadie se había dado cuenta. En la puerta del comedor estaba el primer oficial mirando ostentosamente la palanqueta en manos de Pacquare. Tenía pinta de estar por ahí durante el tiempo suficiente, ya que no miraba al ayudante del jefe de ingenieros con demasiada animadversión: sí a Humpries.

Explíquense de inmediato.

Cuando hablaba con voz tan tranquila significaba que estaba en juego la carrera de alguien. Cualquiera que tuviera los suficientes problemas con un primer oficial con la hoja de servicios de Turlow estaba condenado a no volver a trabajar en su vida.

Bueno. Quizá en la marina Zulú, o algo muy muy lejano.

Tras Turlow, que ahora obstaculizaba la salida, había algunos otros de los paquetes. La jefa de los paquetes, nada menos, ahora que no estaban Moore ni Rompehuevos: esa señora gordita y pequeñaja que se metía en todo. Y una especie de ingeniero electromagnético o algo, que siempre traía cara de acelga. El de la cara de acelga venía con un revolver.

El único con el que, quizá, se llevaban mejor los tripulantes era el tercero, piloto de aeroplanos. Sabía lo que era un buen motor diesel y tenía los cojones donde debían estar.

Gilmore, muy calmado, se había sentado aparte. Era un tipo tímido. Un par de marineros parecían muy interesados. Sin duda iban a contar luego mentiras y cotilleos a los demás miembros de la tripulación.

Para los recién llegados, el comedor de la tripulación parecía, como de costumbre, por otra parte, bastante lleno de gente, pero más desordenado de lo que solía. Estaban dos turnos de maquinistas (nueve operarios y el ayudante del jefe de ingenieros, Pacquare, creía recordar Menez que se llamaba). Pacquare era un tipo bastante obeso, para qué mentir, pero decían que se movía con agilidad por entre las tripas del Gabrielle. Pacquere tenía en la mano una palanqueta.

Otro de los operarios, un tal Tom, estaba todo rojo de ira. Otros dos (a saber cuáles eran sus nombres, eran legion, y todos sucios de aceite y grasa), miraban a este Tom con prevención y, parecía, a la defensiva. Los demás contemplaban el espectáculo con diversos grados de sorpresa o interés.

También estaba Gilmore, sentado en un rincón discreto.

- Será mejor que guarde eso, ¿no cree?- Susurró Menez a Peabody cuando vio que llevaba en la mano un revólver. Los hombres lo arreglaban todo a golpes o con armas, eran primitivos, como volver al pasado, con el neandertal.

- Turlow, ¿qué es todo este jaleo? Así no hay quien investigue.- Metió el dedo en la llaga la periodista.

Un pequeño incidente, señorita Menez. Y eso, ciertamente, no hace falta, dijo mirando el arma que sostenía Peabody. En seguida vamos a arreglarlo, ¿verdad, muchachos? Pacquare, haga el favor de avisar al señor Drummond, que será quien decida qué hacer con ustedes.

Mientras viene Drummond, señor Peabody... y si no le importa, yo guardaré eso. Podría hacerse daño. Miraba con sospecha al electricista de Kingsport. Estaba bien claro que había escuchado las habladurías que seguro estaba habiendo sobre su comportamiento en el campamento Lake. Extendía la mano en un ademán que indicaba que Peabody debía entregarle el revolver.

Drummond llegó con cara de sueño, tras ir Pacquare a llamar a su camarote. Se había debido estar echando una siestecita tardía, y no parecía tener buen humor.

¿Qué demonios pasa, Pacquare? Turlow se mantuvo al margen, pero sin perder ripio.

Durante todos estos hechos, los marineros estaban muy ocupados en cubierta. Se estaban realizando limpiezas cuidadosamente programadas en el exterior, porque el hielo se iba agarrando en determinados lugares, y si se permitía que cuajara demasiado, podría comprometer el centro de gravedad del Gabrielle. No era preocupante salvo gran temporal, sobre todo porque el Gabrielle iba sobradísimo de carga, pero había que hacerlo.

Por megafonía se escuchaban las voces que daban Quingley, el tercer oficial, y Toger Blunt, el contramaestre, desde el puente.

Que anduviera Turlow por aquí ya era bastante malo, por cierto, pero toda la tripulación presente rezaba por que no interviniera el capitán.

Pensando en el calor, ahora que estás en una de las salas comunes, te fijas en los omnipresentes radiadores. Te das cuenta de que están por todas partes. Hay en el barco un complejo sistema de calefacción. Se está muy a gustito aquí. Hace calorcito. Muy hogareño.

Sidney se relajó visiblemente al ver como Paquare se hace con la palanqueta del enajenado Tom, pero aún así se sentía lleno de ira por la amenaza y por las acusaciones vertidas sobre ellos delante de toda la tripulación. Así que se limitó a resoplar mientras White calmaba a su compañero de camarote. Cualquier posibilidad de llegar a las manos se diluyó como una mierda de perro en la lluvia cuando aparecieron los paquetes y el primer oficial en el atestado comedor.

Lo que más le dolía es que consideraba a Tom uno de sus mejores amigos y ni siquiera les había dado el beneficio de  la duda. Pero que demonios, tal vez había empinado el codo entre guardias o se estaba volviendo tarumba de dormir tan poco. Intentando ser algo más cordial y mientras su jefe daba explicaciones a Drummond, le dijo en un susurro a Tom:

¿Pero las has buscado bien? ¿Estás seguro que no se te han caído al suelo y han rodado con el vaivén del barco?

Si no es indicrecion, me gustaria saber que estan buscando, esas "piedras" que citan. Si nos dicemn como son, forma, color y donde las han visto por ultima vez, sera mas facil localizarlas, desacer este entuerto  y terminar con esta bronca absurda, los nervios, como bien saben, no son buenos.

El piloto trato de meter baza, sospechando lo peor..quiza habia mas piedras negras circulando por el barco. Podris ser temible.

-Señor, una discusión entre hombres, en realidad no ha llegado a pelea...

Bert respondía directamente a la pregunta del jefe de ingenieros, aunque echó una mirada de soslayo al piloto. Realmente, aunque paquete, le caía bien. Había dejado la palanqueta fuera de juego antes, al ir a buscar a Drummond. Pero tampoco podía engañar a su superior, el tipo tenía malas pulgas en apariencia, pero era recto y justo. Habitualmente.

-...el caso es que parece que le han desaparecido un par de amuletos de piedra a Tom. Y él cree que, ya que los guardaba en su camarote, deben de habérselos cogido alguno de sus compañeros. Y éstos lo niegan. Iba a proponer registrar el camarote, señor, quizá simplemente Tom se haya despistado, y no los guardara donde cree...

Se rascó la cabeza. Realmente, no sonaba demasiado probable, ni a él mismo se lo parecía. Un amuleto no se deja en cualquier parte. Pero, había que buscarlos.

Habiéndose encargado Turlow del revolver de Peabody er atarea de MEnez ocuparse de la "bomba" que llevaba el ingeniero electricista pegada a su cuerpo. Se acercó a Peabody y le susurró al oído.

- Váyase de aquí y ponga "eso" a buen recaudo en un lugar menos calentito.- A pesar de un susurro su tono de voz no dejaba lugar a dudas, era una orden. Si el ingeniero no tenía más cuidado iba a tener que ocuparse ella misma de vigilar al especímen. Le hizo un gesto con los ojos, acompañado del mentón, para indicar los múltiples radiadores que había en la sala y que conseguían caldear la temperatura hasta una bien agradable. La verdad es que tomaría nota de aquello y le diría a Turlow, pero antes quizá esperaría al informe de temperaturas de Orgelfinger.