Partida Rol por web

¡No hay nadie, señor Turlow! Has bajado con ellos, haciendo caso omiso de la sugerencia del oficial. Turlow domina la situación desde la barandilla de entrecubiertas, con su fusil. Los tres marinos y tú habéis tardado muy poco en peinar la zona. Ellos no tienen armas de fuego. No te parece mala política, ya que en esta semioscuridad la gente nerviosa tiene el gatillo flojo, y disparar contra alguien inocente se hace ominosamente fácil.

Vale, muchachos. Subimos a informar.

A pesar de todo, algunos de los marinos cometen la imprudencia de buscar por el espacio de entre cubiertas, donde tenéis a los perros menos enfermos. No hay más ruidos. Los muchachos aprecian a los animales, bien lo sabéis. Teniendo en cuenta el esfuerzo que les cuesta no pegar voces ni silbar, el volumen de ruido ha bajado notabemente alrededor de vuestro improvisado hospital veterinario, desde que estalló la crisis.

Quingsley chista discretamente a sus hombres para que vayan saliendo. Da la mano a Pulasky y os hace un gesto de aliento, haciendo caso omiso de vuestras miradas asesinas. Salen.

El perro al que estabais atendiendo no parece salir de la crisis. Está muy debilitado ya. Por enésima vez se abren las heridas internas que han provocado las repetidas convulsiones y comienza a esputar sangre.

Ni por asomo se pasa por la cabeza de Starkweather ir a su camarote. Y el hecho de que Menez se dirija a él, consigue únicamente que enfoque hacia ella su ira.

¡Se bien lo que piensa de mi, señora periodista! ¡Pero es mentira! ¡Mentira! 

Continúa susurrando: Parece que le gusta sacar los trapos sucios ¿eh? No crea que no me doy cuenta de cómo me mira. ¡Sacar los trapos sucios! Pero no soy el único que los tiene, así que ándese con ojo.

En todo caso, Starkweather no es ningún cobarde y se queda en cubierta, a pecho descubierto. Por lo menos ahí no tiene puntos débiles por los que pueda ser atacado, como ha parecido pensar Menez. También es un psicólogo bastante competente, y sabe interpretar una mirada.

Poco a poco van saliendo los que han registrado las bodegas para informar. El primero es Quingsley, algo azarado. La bodega que le ha tocado ha sido la que servía a los perros de hospital. Difícilmente podía haber nadie ahí escondido.

¡Por aquí no está!

Turlow sale de la número uno, en la proa del barco, donde Peabody tenía adelantado el trabajo de registro.

¡Por aquí nada, señor! Grita al capitán. Peabody sale como uno más del equipo al cielo abierto.

Driscoll sale de la bodega número cuatro, en la popa. El joven va con sus tres subordinados un poco inseguro. Después de todo, dos de ellos le triplican la edad. Pero justo cuando uno de ellos va a dar el parte por su propia iniciativa, Driscoll levanta la mano para callarle.

Nada por aquí señor.

Más o menos a la vez llegan el contramaestre y el jefe de cocina. Vienen negando con la cabeza. Nada.

Se hace el silencio durante algunos segundos. Los segundos se alargan. Falta Ballard, que ha bajado a la bodega número dos, justo delante de las máquinas del barco, la que tienen todos los que están reunidos bajo sus pies. Ballard tarda mucho. La tensión aumenta a ritmo acelerado.

Turlow, baje a la dos, a ver qué pasa con Ballard. Los demás, quietos ahí. Dice el capitán.

Maggie asiste completamente impotente a la nueva crisis de su amigo, intenta en vano acariciarlo para calmarlo, ya que poco más puede hacer, la mirada del can es de agradecimiento y tristeza, y la mirada de la mujer es de impotencia y lágrimas.

El cuerpo le pide venganza, algo más que justicia, pero sabe que no cambiará el hecho de que su pequeño y peludo amigo se muere.

- Mis trapos sucios ya han sido aireados públicamente Sr. Starweather.- Es lo único que le dijo en el mismo tono a su jefe. No tenía que ser ahora, sabía esperar. Cuando estuviera a solas, enfrentada al blanco inmaculado del papel, sería cuando a través de la magia de la palabra dejaría a el fanfarrón a la altura del betún. Pero para eso tendrían que salir de allí con vida.

Nada. Nada. Nada. ¿Cómo podía ser tan escurridizo ese pinche de cocina? ¿Y dónde se había metido Herrr Kleiver?. Se suponía que debía estar con Maggie. Seguía observando, ya de reojo y no directamente, a Starkweather. Le preocupaba la salud mental del fugitivo. Veía perfectamente plausible que Henning, en su locura alimentada por el odio al expedicionario, atacara a su objetivo sin importar las consecuencias, es decir, a quien estuviera al lado. Si Starkweather quería seguir fanfarroneando como un pavo real en medio de todos y no atendía a razones, Menez no iba a quedarse a su lado.

- Capitán, me preocupa el paradero de Herr Kleiver.¿Me da permiso para ir a buscarle a su camarote? ¿Alguien lo ha visto por alguna parte?- Preguntó por saber quién podría haberlo visto por última vez y tener un punto de partida pro donde buscar. Se acercó a Peabody y le preguntó directamente.- Cuando Pooster y yo fuimos a buscar a Henning a su camarte, ¿qué hizo Kleiver? ¿Se marchó?¿Dijo a dónde se dirigía?

Al ver como su pequeña amiga compriueba su brzo, Tim no puede mas que esbozar una sonrisa, parece que la posible admiracion es mutua.

Al ver llegar a Alex y demas miembbros de la tripulacion, su preocupacion va en aumneto.

Creo que o bien debieramos ir a buscarav kliever, o bin ebajar en grupo a la bodega numero dos, me temos que si ese loco esta preparando algo,s ea cpaza de sabotear o incluso volar las maquinas, con lo que aqui pasarian demasiadas cosas importantes que podrian llevar el barco a pique. creo que los eegundos son valisoso, que me dices Alex? Acompañamos a nuestra ilustre dama o vamos a ver que pasa ahi abajo? creo que mi intuicion no falla si os digo que todo esta concentrado debajo de nuestros pies, hemos de darnos prisa.

Tim se muestra un poco alterado ahora.

Kleiver... - responde simplemente a Tim - Aunque el grupo de Turlow es competente, y le encontrarían en la búsqueda de Henning, me parece. Pero ocho ojos más podrían ayudar.

¿Qué dice usted, Sr. Vrendenburgh?¿Nos permitirá ir a buscar a nuestro compañero...? - pregunta, dirigiéndose al capitán.

Es extraño que el señor Kleiver no haya dado señales de vida. Es imposible no escuchar los altavoces en cualquier rincón del barco. Señor Peabody, apostaría mi barba a que Kleiver y Henning están en el mismo sitio, y temo lo peor.

Sí, eso era también lo que Menez pensaba. 

- ¿Pero alguien tiene que saber a dónde se dirigía ese alemán?- Si no fuera tan parco en palabras, ¡malditos cabezotas alemanes!

- Esperen. Quizá Maggie pueda encontrarlo con los perros.- Ya se lo había propuesto a la que consideraba su amiga peor no le había hecho caso. Quizá fuera hora de que se lo explicara mejor, después de todo, Kleiver era su viejo amigo, si es que la mujer consideraba a alguien que no fuera un perro su amigo.

Estaba harta de esperar. Sin decir más salió en busca de Maggie.

Menez llegó no sin dificultad a la bodega tres, donde Maggie permanecía con los perros. No había bajado desde hacía tiempo allí, desde que el jonás los había envenenado.

- ¡Maggie!- Dijo aún jadeante por el esfuerzo.- No encontramos a Kleiver ni a Henning. Estoy preocupada- Dijo a la mujer con esperanzas de ablandar el endurecido corazón de la exploradora. Después de todo Kleiver era un antiguo compañero suyo al que aún parecía respetar.- Cogí del camarote de Henning una prenda suya.  ¿Crees que podrías ayudarnos con los perros? Temo que Kleiver pueda habérselo encontrado en su ronda. Quizás también debamos coger una prenda de él. Los perros podrían seguir sus rastros, ¿no?- Si tenían suerte quizás Maggie pudiera tomarse la justicia por su mano. Ese Henning era un demente loco y si moría, Aramiker no lo lamentaría.

- No los entrené para rastrear, solo para encontrar un olor concreto, puedo intentarlo pero no creo que lo consiga, trae lo de Kliever... 

Maggie aún tenía salchichas, y espero que los perros recordasen el juego con el olor a ácido. Este sin duda era mucho más intenso, pero sería difícil que se trataba del mismo juego con un olor distinto. Pero no perdían nada por intentarlo.