Partida Rol por web

Driscoll vino trayendo la escopeta recortada de Maggie.

Ver cómo la exploradora la tomaba entre sus manos, mirando toda su superficie maculada por manos extrañas, como si estuviera llena de babas de caracol, o algo así; cómo no estuvo satisfecha de tan desagradable sensación hasta desmontarla, limpiarla por todos los recovecos y montarla con gesto conocedor, revelaba cuánto daño le habían hecho al separarle de ella.

Driscoll observó la operación y a la voluptuosa a su pesar operaria con admiración juvenil y no poco deseo. Da gusto ver trabajar así, señorita. Que tengan suerte con la caza. Y se marchó.

Pooster estaba por ahí, no sabía nada de química (un poco, algo de la escuela, pero eso de disolventes, solutos, enlaces químicos y cosas varias no le sonaba), pero era tipo observador y dinámico. Así que dio un paso al frente y salió junto a Menez.

Maggie salió, para dormir esas dos horas que se había ganado a pulso.

¿Cómo anda eso? Hirsch miraba preocupado a la exploradora. Espere, dudo que pueda aprovechar el tiempo de sueño, parece demasiado nerviosa. Tome esta pastilla: es bastante suave. Yo mismo iré a despertarla cuando pase el tiempo.

Menez y Pooster, tras preguntar a un fogonero que entraba de servicio, bajaron a las profundidades de la cubierta de popa. Las escalerillas eran angostas e incómodas, los rellanos les obligaban a una incómoda proximidad. En ocasiones, el movimiento del barco les obligó a agarrarse a algo, antes de acabar vergonzosamente agarrados el uno al otro, como si se fundieran en un apasionado abrazo.

Localizaron la diminuta puertecilla del camarote que, según les habían comunicado, pertenecía al pinche y a otros dos compañeros. Intentaron abrir, pero estaba cerrada.

Todo el mundo continuó el trabajo, una vez salieron Maggie, Menez y Pooster. Iban apareciendo huellas. Los que sabían los procedimientos, seguían el trabajo con delicadeza y precisión. Los que estaban de ayudantes se dedicaron a anotar resultados y a etiquetar las pruebas. Las huellas conseguidas por el método del grafito eran fijadas con una simple laca para el pelo que les había prestado Menez de su tocador (cortesía de uno de los esponsores de la expedición, la marca Dior)

Peabody estuvo poco acertado: arruinó un par de pruebas. Afortunadamente, tanto Moore como Porter habían conseguido muestras suficientes. Era inquientante cómo Porter hablaba en susurros con las muestras que tomaba, como si estuvieran vivas.

Faltaba ahora concluir el siguiente paso: conseguir huellas de los sospechosos de la lista para cotejarlas con las huellas aparecidas en las pruebas. Eran diferentes, y seguramente algunas pertenecerían a los que habían localizado las muestras, pero de haber alguien ajeno a la investigación dueño de alguna impresión digital, el dato sería de suma importancia en cualquier juicio dirigido por un juez con dos dedos de frente.

El trabajo de recogida de huellas avanzaba lento, pero seguro. Hasta entonces, Rudolf había estado anotando interminables listas de comparaciones y echando una mano en intentar cotejar las marcas de las muestras con los resultados. Era un trabajo que le gustaba. A Kleiver le gustaban las taréas repetitivas.

Pero ya llevaba demasiado rato haciéndola y miró su reloj de bolsillo para comprobar la hora. O'Connel seguía durmiendo, sedada probablemente por Herr Hirsch, y él tenía que esperar. Volvió a acordarse de su tabaco y pensó que era un buen momento para salir a cubierta y echar un vistazo - y tratar de encender su pipa a escondidas- por lo que se disculpó con los atareados científicos.

Afuera quitó el seguro de la Luger y comenzó a patrullar la zona más cercana, para observar si había algo sospechoso. Mientras tanto, jugueteó con su pipa hasta que no pudo más y trató de encenderla con una cerilla pese al ajetreado viento que golpeaba el SS Gabrielle.

Kleiver no pudo encender esa cerilla de ninguna manera. El viento y los rociones de agua en polvo traídos desde el mar bullente lo hicieron imposible. Además, en cubierta no estaba a salvo de miradas indiscretas. Todo ello acabó llevándole a una de las bodegas. Las luces de emergencia, esas que estaban encendidas permanentemente, hacían del sitio algo tenebroso. Luz mortecina, al fin y al cabo: iluminaban imperfectamente un enorme espacio casi vacío, a no ser por el Fairchild, el pequeño avión que la expedición cargaba desmontado y embalado en grandes bultos bien amarrado en el centro, pegado a la quilla.

El sonido del eje haciendo girar las hélices del barco, el de la cercana sala de máquinas tronando con ruido sordo y monótono, el aroma de los lubricantes y los ecos despertados por sus propios pasos y el sonido de la cerilla rozando contra el papel de lija que estaba pegado a un lado de la caja, y el que hizo al incendiarse... : todo ello excitaba los tímpanos del alemán.

El humo denso y áspero quemando su garganta hizo el efecto doble de tranquilizar su corazón y de sumirlo en el mareo de la nicotina: ese del que los fumadores de toda la vida se olvidan fácilmente, hasta que deben estar un tiempo sin su vicio, y que es recordado en el momento en el que, con ansia, lo retoman. Se agarró a la barandilla de la escalera donde se había sentado, para evitar verse afectado por el movimiento. Todo comenzó a dar vueltas en torno a él.

El viento soplaba tan fuert que borraba el número de los zapatos. A su paso enojado arrancaba el fuego de las cerillas, ladridos de perra y besos perdidos para siempre, como los que querría dar Peabody a la dura Maggie. Meneando la cabeza, el geólogo se metió bajo cubierta, pues la mar se alborotaba y sabrosa de sal embestía la proa del Gabrielle y chiflaba los ánimos del fumador en proceso de desintoxicación.

El tabaco no era un elemento tan satisfactorio como Kleiver recordaba. Lo era aún más, una ambrosía de sabores, de madera y humo. Las luces del fósforo bailaron haciendo sombras chinescas alrededor de los bultos de la bodega. El barco se movía, pero el alemán ya estaba acostumbrado a los bamboleos de aquella carraca de acero escocés.

Bajando por aquellos angostos recovecos de la cubierta de popa, entre el mareo y el movimiento del barco, Menez se vio lanzada a los brazos de Pooster. En esa incómoda situación, no se podía hacer otra cosa que recurrir al humor.

- No se lo diré a nadie si usted hace lo mismo.- Al final llegaron a la puerta del camarote y, desgraciadamente, estaba cerrado. La diminuta mujer miró a Pooster con cara de que era obvio que aquello iba a pasar.- ¿Y ahora qué? Fuera de esta maldita lata de sardinas habría venido con mi cerrajero de confianza. Todo discreción como puede imaginarse. Tenemos que asegurarnos de que esté dentro.

Menez llamó a la puerta. Primero lo hizo discretamente. Luego más fuerte. Suponiendo que quien estuviera dentro dormiría, insistieron antes de desconfiar, hasta que se escuchó el sonido de un cerrojo que se abría por dentro.

Un rostro malhumorado, que no era el de Henning asomó por la puerta, que solo se abrió lo suficiente como para mostrar una rendija... al parecer estaba justificado, pues el marinero debía estar en ropa interior. Lo poco que se veía del camarote estaba en penumbra. Como todos los camarotes de esta clase, en el reducidísimo espacio había una litera de tres camas, un espacio para poner los baúles de los marineros y un diminuto armario. En la litera del medio se podía ver la ropa revuelta que acababa de abandonar el que había ido a abrir. En la de abajo se veía el bulto de alguien durmiendo.

¿Quién cojones... ? Al ver a Menez y a Pooster, respetables ciudadanos de extracción social superior, el marino corrigió ligeramente su lenguaje. ¿Qué demonios desean? ¿No ven que estamos durmiendo?

Te das cuenta, al mirar por la rendija que deja el marinero abierta a la vista, que el cuerpo que se supone que duerme en la litera de abajo, aparte de no haberos oído, lo que indica un sueño de lo más profundo, es curiosamente deforme. No recuerdas que haya marino alguno con deformidades en el Gabrielle.

Poco tardáis ya los que os quedáis en el laboratorio, en concluir vuestra misión. Tenéis, al fin, todas las huellas (en realidad un mogollón de medias huellas y cuartos de huellas y cosas así) necesarias como para identificar a alguien de quien podáis sacar las impresiones digitales claras y precisas. Todas están bien clasificadas, esperando a que comencéis la campaña de toma de huellas entre los sospechosos, entre los que se sabe que han manipulado los objetos sin ser sospechosos y, si hace falta, de toda la tripulación, para descartar que pueda haber huellas parecidas entre ellos que lleven a equívoco.

Pero, al igual que Maggie, también vosotros lleváis trabajando toda la noche, aunque la tarea no ha sido tan fatigosa. Necesitáis, aunque sea, un poco de descanso, antes de continuar. Uno a uno vais cayendo en la modorra, por obra y gracia de una de las pastillas mágicas del doctor Hirsch. Kleiver se ha ido a pasear, y no se le ve. Menez y Pooster todavía no han llegado de sus pesquisas, Maggie debe estar ahora en su camarote, durmiendo el sueño de los justos.

Kleiver, casi sintiéndose ya un verdadero lobo de mar, soportó los primeros deliciosos embates de la nicotina. Se expandieron sus pulmones recibiendo el calor del humo, para luego reaccionar con una tos seca. Disfrutó de su pipa como un enano.

Pero llevaba toda la noche sin dormir. Sin darse cuenta, encontró una postura lo más cómoda posible, sentado en uno de los escalones metálicos, donde se había acomodado. El arrullo del barco, la penumbra, los exóticos sonidos. Poco a poco fue quedándose traspuesto.

- ¡Oh, Dios mío!- Soltó Menez ante los exabruptos justificados del marinero. La mujer giró sobre sí misma, dando la espalda al marinero para que pudiera estar más tranquilo y a gusto en su sucia ropa interior. Dejó que fuera Pooster quien escrutara el interior del camarote pues que lo hiciera ella sería demasiado descarado.- Sentimos molestarles a estas horas intempestivas pero...- Dijo compungida.-...no lo haríamos si no fuera importante.- Menez no dudó mucho pues una vez había llamado a la puerta era evidente que podía pasar aquello e iba preparada.- Buscamos al Sr. Henning. Tenemos que hablar con él.- Ahora había tomado un riesgo Si Henning estuviera en el camarote tendría que inventarse alguna excusa que darle para aquella inesperada visita. Desde luego tenia algo en mente, pero no quería jugar esa baza de poder evitarlo. Si no estaba allí tendrían que buscarlo por todo el barco pues podría ser un peligro.

Pero, por el amor de Dios, ¿no ven que está durmiendo? Desde que se jodi... estropeó la nevera lleva trabajando. ¡Más de 35 horas sin pegar ojo! Señala el bulto que hay en la cama de abajo de la litera. Como no lo ordene el oficial de guardia, me niego a despertarle, susurra.

Creo poder aseverar que en esa cama solo hay tela o sacos simulando a una persona. Es mas, creo que se meteria en un buen lio si no hace por mover esa manta y desvelar lo que le digo.

Tim hace una pausa, levanta su ceńo y continua.Ahora acentua su tono siendo mas serio si cabe.

Si no desea verse envuelto en un problema muy serio, mas le vale dejarme pasar y comprobar conmigo que lo que digo es cierto, si no accede a ello puede pasar el resto del viaje en una celda, no digo mas. Sabe que tenemos la autoridad y los permisos, no solo del capitan, sino tambien de los organizadores de esta expedicion.no sea necio y abra esta puerta, si esta ahi, tendra mis disculpas y solicitare que le releven del puesto a el y a usted 24 horas. Yo mismo hare sus labores si es menester.

Aprovecha el silencio del marinero para tratar de escuchar en el interior alguna respiracion o ruido de movimientos, a fin de comprobar que no hay nadie mas en el camarote y que el dormido no respira. Tambien analiza al marinero para saber si miente.