Partida Rol por web

Andrés, Claudia y Rodolfo regresaron de su paseo, encontrando el hall del hotel vacío. Unos momentos después por uno de los pasillos que estaban detrás de la escalera llegaron Clara Zúñiga, Eliot, María Elena y Ricardo, discutiendo acerca de las posibles implicancias de lo hallado en la chaqueta y su veracidad o falsedad como prueba. Clara estaba en silencio y sus ojos vidriosos.

- Señorita Clara... ¿qué pasa? ¿se encuentra bien?

Andrés miró al resto del grupo que salía en tropel.

- ¿Han descubierto algo relacionado con la chaqueta?

Andrés se acercó hasta la joven, y sin saber si era o no oportuno intentó consolarla dándole un abrazo.

- Parece que ya han aclarado a quién pertenece la chaqueta. Esto se empieza a parecer a una novela de Agatha Christie. Solo falta que aparezca muerto el jardinero para terminar que crear el ambiente.

Miro a Ricardo y a Eliott. No tengo claro si están preocupados o divertidos con todo el circo que se está montando. En cambio la señorita Zúñiga no parece encontrarse bien, pero ya se ha adelantado el señor Sagastizábal, no es cuestión de apabullarla. 

—Lo único que ha quedado aclarado es que alguien quiere ensuciar la memoria del señor Zúñiga. ¿Quién y con qué objetivo habrá que averiguarlo en otro momento. Pero esa chaqueta que era del padre de Clara no ha estado meses a la intemperie, debería estar más dañada.

-A-a-alguien debería buscar al jardinero y traerlo. Sa-sa-sabe algo... -declaró Ricardo, con voz temblorosa-. Vo-vo-voy a comprobar algo...

Sin más, el joven se marcha corriendo y casi patinando, abandonando el hall a toda prisa. Más que correr, daba la impresión de que el muchacho iba patinando por el pasillo como si fuese a tropezar y caerse de un momento a otro.

Ricardo subió las escaleras. Clara intentó advertirle que el jardinero no tenía nada que hacer arriba, pero no llegó a tiempo.

Clara estaba subiendo lentamente tras Ricardo cuando su madre se asomó por el lado izquierdo de la escalera. Iba apoyada en el barandal moviéndose con gran dificultad. Le llevó más de quince segundos descender dos escalones. Su cara estaba roja, los ojos parecían a punto de saltar de sus órbitas y la boca muy abierta, como emitiendo un grito silencioso. Con una mano se agarró la blusa a la altura del pecho y con la otra la garganta.

Y cayó rodando por la escalera hasta los pies e Clara que lanzó un grito de terror antes de perder el equilibrio y quedar sentada junto a las piernas de su madre.

- "Titiriritititi..." Y parece que ya empieza el circo de tres pistas.- Poniendo los ojos en blanco.- Señoras y caballeros, si me necesitan para algo, tengo que revisar documentación de los negocios. Estaré en mi habitación.

Me acerco por el mostrador, tomo una copa no muy generosa de vino y subo a mi habitación. Al ir a encaminar las escaleras veo a la señora Álzaga y tuerzo el gesto. Es evidente que no es de mi agrado. Luego la veo tambalearse y caer. La copa cae de mi mano cuando corro a ayudarla. 

- ¡Busquen un médico! Vamos señora, tenemos mucho que discutir todavía. 

Intento que reaccione y mientras miro su estado.

- ¡ Por favor! ¡ Señora Zúñiga!

Me lanzo en busca de un teléfono para llamar a una ambulancia.

Atraídos por los gritos el personal de la casa se acercó a ver qué sucedía. Durante varios segundos casi todos intentaban llamar con sus celulares, sólo para comprobar que seguían sin servicio.

En medio de la confusión general el mayordomo recordó

—¡En la cocina hay un teléfono de línea fija!

Y corrió hacia allá.

La señora María Mercedes Alzaga de Zúñiga estaba tendida al pie de la escalera. A su lado su hoja Clara estaba sentada llorando. Algunos de los huéspedes  intentaban consolar a la joven, otros intentaban reanimar a la señora y el resto miraba sorprendido.

—El teléfono de la cocina tampoco ffunciona. Ya mandé a alguien que baje al  pueblo a buscar una ambulancia — dijo el mayordomo que apareció por una puerta lateral.

En medio de esta situación Andrés Sagasizabal subió las escaleras, cruzándose con Ricardo Bolívar que bajaba con su gorra y su mochila.

- Señirita Clara. Hay que tener cuidado. Parece que están dispuestos a terminar con todos los Zuñiga.

Me retiro hacia atrás. Aislados aquí con la muerte de la señora de la casa va a complicar claramente mis planes de negocio. 

Era evidente que no tenía simpatía con Maria Mercedes, pero su muerte me ha dejado un tanto apagado. Tomo asiento en uno de los sofás de la sala, con la escena a mis espaldas.

Al bajar a la primera planta, atraídos por los gritos, Ricardo se quedó de piedra al notar que la señora Zúñiga se encontraba muerta, y su hija se hallaba desconsolada. La escena había interrumpido completamente las intenciones del joven de seguir investigando la extraña muerte de Carlos Zúñiga. Todos pudieron ver que Ricardo tragaba saliva, mirando con los ojos como platos hacia el cuerpo de la mujer.

-E-e-entonces no era ella... -murmuró el chico, descartando que María Mercedes fuese quien se había deshecho de su esposo.

Ricardo se llevó al bolsillo una de sus manos, cubierta por los guantes de limpieza, sacando una pequeña bolsita. Al abrirla, los presentes pudieron ver el mismo frasco de veneno que había encontrado en compañía Eliott, Clara y María Elena.

-Fo-fo-fo-fosfuro de zinc... ¡Matarratas! Alguien dejó una chaqueta del señor Zúñiga con fo-fo-fo-fosfuro de zinc en el lago -explicó el chico, sin saber si todos estaban al tanto de ello-. Pu-pu-puede que el mismo que lo hizo qui-qui-quisiera deshacerse de la señora...

Con una copa de la mano. Asomo desde el respaldo del sofá.

-Pura ironía que utilizado matarratas para envenenarla. Discúlpeme señorita, pero queda meridiano que no siento ninguna simpatía por su madre.

Y mirando a Ricardo junto las muñecas en señal de ser esposado.

- No celebro su muerte, pero la he deseado en ocasiones. Quién lo haya hecho ha perjudicado mis negocios y ha aplacado mi alma.

-Bu-bu-bueno, yo me la cogí... 

En un acto de empatía hacia Rodolfo, pues no creía que aquel hombre fuese el asesino tras aquella revelación, Ricardo decidió exponer aquel secreto. Tampoco era nada del otro mundo. Era un chico joven y con una líbido acorde a su edad, y si una madura se le ponía por delante tampoco iba a rechazar la proposición.

-Fu-fu-fue anoche, tras la cena. Empezamos a ver fotos de cuando era joven y una cosa llevó a la otra... -Ricardo se encogió de hombros-. No-no-no se le veía muy feliz. Y-y-y después de ver las notas del diario del señor Zúñiga, se-se-se nota que esos dos eran como el pe-pe-perro y el gato...

Con la señora de la casa muerta, a Ricardo le quedaba claro que el asesino tenía que ser alguien del servicio. ¿Quizá trabajando para uno de los presentes?

-¿Y-y-y el jardinero?

- No podemos llamar a un médico, no podemos llamar a la policía... Vamos a tener que dar muchas explicaciones. Todos. Cuando finalmente vengan. ¿ Cuánta cantidad de matarratas hay en el frasco? 

Me fijo en la desconsolada Clara. Al menos aparentemente...

- Señorita, lo lamento. Dios... es horrible... ¿ en qué puedo ayudarla?

Intento no tocar el cuerpo ni nada que pueda tener relación con su muerte.

-E-e-este matarratas se encontró en la chaqueta del señor Zúñiga que el señor Peñarreal encontró en el lago -aclaró Ricardo, exhibiendo el fosfuro de zinc, sin sacarlo de la bolsita y tocándolo solo con los guantes-. ¿Cre-cre-creen que es el frasco de veneno que se usó en el crimen? La-la-la señora estaba viva antes de que fuéramos todos al lago. E-e-e-el envenenamiento debió producirse cuando volvimos del lago, y este frasco sigue estando entero... Tu-tu-tuvo que ser envenenada cuando regresamos.

Perdón por no haberlo aclarado antes: el frasco está vacío.