Partida Rol por web

Mientras mi corazón bombeaba con fuerza aguardando a que alguno de aquellos lobos que nos rodeaba saliera a nuestro encuentro, escuché movimiento más adelante, pudiendo ver que aquellos dos lobos que habían salido tras la roca se dirigían hacia nosotros; pareciendo haber escogido al rizos dorados como su objetivo.

- Espero que los Caballeros de Stumland no escatimen con las armaduras... - murmuré con ironía mientras colocaba un virote en la ballesta, girándome para ver mejor a los lobos.

Ivar había logrado alcanzar a uno de estos, y no tardé en dejar que aquel proyectil comenzara a cruzar el gélido aire en busca de ese mismo animal, queriendo deshacernos al menos de uno de ellos antes de que llegaran. Pero desgraciadamente, el virote no dio en el blanco que buscaba, sino en otro, el de la nieve que cubría todo aquel lugar.

Y ahí venían. Parecía que se habían fijado en el caballero. Mejor así, puesto que cuando moridesen su armadura, los únicos que sufrirían algún daño serían ellos. Buscaba con la mirada nuevos lobos, dos eran pocos para que se atreviesen a atacarnos. Disparé mi ballesta y el virote salió disparado hacia su objetivo. La trayectoria estaba bien calculada y estaba segura de que daría en el blanco. Pero una flecha llegó antes al lobo, la cual le hizo ralentizarse unos segundos, los justos para mi que virote pasase volando sin dar en el blanco.

Lamenté el fallo soltando un breve bufido, mientras sacaba las dagas de sus fundas. No me daría tiempo a cargar un nuevo virote. Eran rápidos, demasiado para una nueva recarga. - Tranquilo Thor. Ya tendrás tu ocasión. - Susurré a mi montura la cual relinchaba nerviosa a mi espalda, mientras que mis ojos se fijaban en aquel lobo que no tardaría demasiado en alcanzarnos.

Aquellas dos bestias parecían realmente feroces. El modo en que uno de ellos encajó la flecha que se clavó en su lomo, apenas disminuyendo su velocidad un instante antes de seguir con su carga, me mostró la gran resistencia que atesoraba. Si su fuerza estaba a la altura de sus aguante, como solía ser habitual en los animales, aquellos dos depredadores debían ser extraordinarios adversarios.

Apreté mis manos alrededor de la empuñadura de la espada, aferrándome a ella con fuerza. Me pasé la lengua por los labios y los apreté, al compás de lo que hacía con mi mandíbula por la presión. Era un guerrero, un soldado, un caballero de la orden de Stumlad. Tenía mi espada, mi armadura y mi fe, y era consciente de que la vida y seguridad de otros dependía de mí. Los lobos me habían echado el ojo, y eso me convertía en el escudo que los protegía. Eso, al menos, quise repetirme mentalmente, como uno de los muchos lemas de nuestra orden, y sobre todo su espíritu. Llevar la seguridad, el orden y la ley allá donde la orden llegase. Para eso me alisté en sus filas, para proteger a otros.

Flexioné las rodillas y me aposté en mi lugar, dispuesto a no retroceder. No podía hacer nada hasta que aquellas bestias me alcanzasen, de modo que habría de aguardar su llegada. Entonces mediríamos sus fauces con mi espada.

Los dos imponentes lobos alcanzaron finalmente al grupo, cargando ambos por la misma presa. El caballero de Stumlad, aguardando el envite con su pesada armadura, se había convertido en objetivo de ambos depredadores, quienes saltaron sobre él sin miramiento alguno. El primero de ellos, aún con la flecha de Ivar clavada en su lomo, se lanzó con la boca bien abierta sobre su brazo derecho. El caballero trató de evitarlo, pero las fauces del animal se cerraron en torno a su mano, apretando con tal fuerza que el caballero emitió un gruñido de dolor al ver retorcidos sus dedos. Sin embargo, no soló su arma, a la que se aferró con más fuerza, esa fuerza nacida de la desesperación.

El segundo lobo, quizás más confiado, pretendió encaramarse al pecho del caballero por encima de su brazo izquierdo, en un intento de sujetarse de éste con sus patas y morder el pecho de su presa por debajo del cuello. Era una estrategia propia de animales cazadores, que buenos resultados podía ofrecer con otros animales, e incluso con humanos desprotegidos. Sin embargo, el caballero iba bien pertrechado con su armadura de metal, sobre la que las fauces del animal resbalaron sin aferrar nada en absoluto.

Dada nuestra situación, no tenía sentido tratar de mantener las distancias con aquellos animales. No iban a tardar en echarse encima nuestro, y peor aún se pondría cuando aparecieran los demás miembros de su manada, de modo que decidí dejar para otra situación mi arco y ahorrar flechas. Desenvainé la espada y aguardé a que se pusieran a la distancia adecuada. Así lo hicieron, cargando sobre el caballero de Stumlad, que se encontraba a mi lado. Entonces, cuando sus fauces vieron que aquella armadura no sería un plato de buen gusto, decidí devolverles el favor con un buen mordisco de mi acero élfico, fijando mi atención en aquel que portaba la flecha de Ivar sobre su lomo.

Era en situaciones como aquella que quedaba claro el motivo por el que la Orden había hecho del uso de aquellas pesadas armaduras el eje vertebral de nuestra disciplina marcial. Todo aquel pesado metal resultaba engorroso, especialmente si no se estaba habituado a cargar con él, pero resultaba una formidable protección frente a los ataques. Por eso nos formábamos con tanto ahínco en su uso, y por eso cargar a la batalla a lomos de nuestros caballos resultaba tan importante en la guerra. Si no era sobre una montura, nuestro avance se haría extraordinariamente lento.

Pero, en aquella situación, clavado en un lugar sin posibilidad de moverme ni necesidad de cargar, la armadura era, sin duda, mi mejor aliada. Uno de los lobos no logró hacerme absolutamente nada, mientras que el otro me causó algo de daño al retorcerme los dedos bajo el guantelete, un mal menor que podía soportar únicamente apretando los dientes. Pero no solté mi arma, aquella espada bastarda que tanta seguridad me ofrecía siempre por su tamaño y peso. Pude ver por una rendija lateral del yelmo cómo alguien golpeaba al lobo de la flecha en el lomo, y por el brillo de su arma me dio la sensación de que se trataba del acero élfico de Shiral. Decidí ahondar en aquella herida, dispuesto a terminar cuanto antes con al menos una de aquellas criaturas salvajes.

Nuestros héroes plantaban cara a aquellas bestias, las cuales no habían logrado causar importantes daños al grupo de aventureros, más allá de alguna nimiedad. Uno de los lobos, por contra, llevaba sobre sus espaldas un par de buenas heridas, tanto por parte de la flecha que cargaba clavada sobre su lomo como por la abundantemente sangrante herida que la elfa del bosque le había causado con su acero. Mucho menor fue el daño que la espada bastarda del caballero de Stumlad había abierto en su piel, aunque muchos de mis buenos oyentes saben que toda herida cuenta en el campo de batalla.

No obstante, la situación distaba mucho de estar controlada. A las espaldas del grupo, dos nuevos lobos surgieron de la espesura, corriendo como diablo que perseguía un alma en dirección al grupo, con sus bocas bien abiertas y sus lenguas agitándose en el aire mientras mostraban sus afilados colmillos.

Ajenos a los pequeños copos de nieve que caen a nuestro alrededor, simplemente dejamos que la adrenalina y nuestro instinto más primario de supervivencia, tomen las riendas de nuestros cuerpos. Flechas, virotes y acero se alzan contra murallas de garras y colmillos. Si esto fuese una maldita historia, todo lo que sucediese a continuación sería adornado con hermosas palabras. Pero esto no es más que otra fría noche de mierda, donde nos jugamos la vida.

El grupo al que acompaño resulta de lo más dispar, pero diablos, todos han mantenido la formación y no dudan en luchar por sus vidas. De hecho se apoyan los unos a los otros, lo cual es de agradecer, al menos sé que no nos apuñalaremos en medio de una reyerta.

No sé bien qué percibo antes, si el crujido de la nieve bajo las poderosas patas del lobo o la sombra de su figura aparecer por el rabillo del ojo. Sea como sea, me giro hacia él colocando una nueva flecha en el arco. Sabía que esos malditos no tardarían en salir de la espesura del bosque. La única buena noticia es que son tan solo dos más, eso descarta que sea una gran manada. ¡Parece que los espíritus no me odian tanto como pensaba! ¡Al final será hasta una buena noche!

No me molesto en apuntar, tras años de combatir y disparar por puro instinto, han logrado que desarrolle un sentido especial. Es casi como si pudiese guiar la flecha hacia mi enemigo...o al menos eso me gusta pensar, pues si voy contando por ahí que la mitad de mis disparos han impactado por pura suerte, nadie me tomará en serio y a saber cuantos más vendrán a por mi pellejo.

El aullido de dolor del lobo indica que he acertado, maldita sea, sí que los espíritus me quieren en esta noche. Al amanecer deberé de hacerles una gran ofrenda, sí, sin duda será una gran ofrenda.

No todos habíamos dado en el blanco, pero al menos uno de aquellos dos lobos que se habían aproximado se encontraba bastante herido. Además, a pesar de que ambos animales se habían lanzado contra el caballero al alcanzarnos, este logró salir ileso del embiste gracias a sus protecciones.

Pues si que son buenas esas armaduras, sí.

Cargué otro virote con presteza, dispuesta a contraatacar, pero un sonido a mi espalda provocó que me girara. Se trataba de otros dos lobos, que abandonaban la espesura para correr en nuestra dirección.

Ivar disparó en seguida a uno de aquellos animales, al cual señalé con mi arma, dejando de inmediato que el proyectil saliera disparado hacia el lobo. Con dos bestias junto a nosotros teníamos más que suficiente, esperaba que pudiéramos detener a aquellas otras antes de que nos dieran alcance.

Con dos lobos encima y dos arqueros dispuestos a continuar usando sus armas a distancia, me alegré de dejar mi ballesta caer y sacar una de mis dagas, la cual usé en un golpe rápido y certero sobre uno de los lobos que trataban masticar la armadura del caballero. El quejido del animal y la sangre que salpicó, manchando la blanca nieve a un color carmesí, me hicieron sonreír bajo mi capucha. Cuanto antes derribásemos a uno, antes tumbaríamos al siguiente.

Pero ahora debía asegurarme que el primero cayese, así que retorcí la daga en el cuerpo del animal, asegurándome así de que la herida era de un tamaño mayor, así como la cantidad de sangre perdida en cada movimiento que hiciese.

Mi corazón palpitó con fuerza, guiado por la adrenalina y saqué una segunda daga de su funda. La ventaja de aquellas armas no era el daño que podían hacer por golpe, sino la velocidad con la que me permitían moverme y que las podía usar tanto cuerpo a cuerpo, como a distancia.

Las armas brillaban sobre el manto de la nieve, bien por el pulido acero, bien por la sangre que salpicaba con cada nueva herida que se abría en la carne de aquellas bestias. Nuestros aventureros prestaban dura resistencia a los animales, depredadores que, a buen seguro, no habrían topado con presas tan difíciles de abatir en mucho tiempo. De hecho, era muy probable que en otras circunstancias ni se hubieran planteado tratar de cazar a aquellos hombres, y que fuera el hambre y la necesidad lo que les hubiera llevado a cometer tal barbaridad.

Uno de los dos lobos que aparecieron tras el grupo, en un intento de envolverlos y rodearlos como las fauces se cerraban en torno al cuello del débil cervatillo, fue recibido por dos proyectiles en su cuerpo. Una flecha del arco de Ivar se clavó profundamente en un lateral de su cuello, haciendo manar abundantemente la herida mientras la bestia emitía un quejido. Un segundo proyectil le siguió, una saeta que fue a parar a su pechera, dificultándole la carrera al haber quedado firmemente insertada cerca de una de sus patas delanteras. Sin embargo, no se detuvo, sino que simplemente ralentizó el paso lo justo para ser adelantado por su compañero.

Este se abalanzó directamente a través del cerrado grupo. Por alguna razón, que quien quisiera otorgar a las bestias sentimientos propios de los hombres bien podría pensar que tenía relación con el quejido que uno de los suyos había emitido al ser "acariciado" por la daga de la mujer que se hacía llamar Sombra, el lobo había decidido hacer de la dama de negros ropajes su objetivo. Saltó hacia la mujer, que vio al lobo justo a tiempo de moverse y evitar que las fauces del animal la atrapasen. Su caballo, Thor, emitió un sonoro relincho al ver a los lobos tan cerca, y se alzó sobre sus cuartos traseros un instante, apartándose de un salto. El segundo lobo, herido pero ni mucho menos derrotado, trató de saltar sobre la elfa oscura. No obstante, la seguidora de Izz distaba mucho de ser una presa sencilla de atrapar. Con gran agilidad se movió hacia un costado, evitando al animal.

Mientras tanto, el caballero de Stumlad continuaba con su particular refriega contra los otros dos lobos. Había sido consciente del quejido doloroso de uno de los lobos bajo el frío acero de Nayí, pero eso tampoco había detenido a la bestia, que seguía tratando de atrapar la carne de Tyron, sin éxito. Sus patas y fauces arañaban la armadura, sin obtener una presa que aferrar. Su compañero, en cambio, logró cerrar sus fauces en torno al antebrazo del caballero, pero tan sólo encontraron rígido metal, y el caballero tan sólo tuvo que sacudirse un poco para que el lobo soltase sin causar el más mínimo daño.

Aun no hemos acabado con uno solo de los lobos cuando un par más de ellos se une al grupo. Por suerte, el nuestro aguanta bien de momento, pero espero que la manada ya esté completa, por el bienestar de este. 

Sin embargo yo prefiero centrarme en acabar con el herido lobo que acosaba a Tyron, esperando que uno a uno vayan cayendo, considerando que puedo permitírmelo al ver como el resto del grupo no sólo aguantan bien la presencia de nuestros nuevos atacantes, si no que además los hostigan y mantienen la posición.

Así, vuelvo a repetir mi objetivo y lanzar mi filo con fuerza hacia el lobo herido, desgarrando su carne una vez más. Con suerte puede que consideren la retirada conforme el poder de su manada vaya disminuyendo junto con esta.

Lo cierto era que el yelmo me resultaba mucho más incómodo de lo que me había hecho sentir durante la instrucción y en los entrenamientos regulares. Incluso las escasas escaramuzas en las que había tenido que batirme con los orcos me habían resultado algo más cómodas. Debía tratarse de la posición de los lobos, animales cuadrúpedos que tendían a encontrarse por debajo de mi visor, lo que me obligaba a inclinarme para verles mejor. Además, el casco amortiguaba el sonido, aunque tenía la impresión de que detrás de mí había más peligro acosando a mis compañeros.

Nuevamente vi el acero desgarrando al lobo que tenía frente a mí, uno de ellos. Tanto Sombra como Shiral se aplicaban en busca de un mismo objetivo, de forma que con suerte pudiéramos librarnos de uno de los lobos rápidamente y reducir su número. De hecho, aquel lobo parecía encontrarse en las últimas, o esa sensación me dio tras los dos últimos envites, y fue el último golpe de la espada de la elfa de los bosques la que le hizo retroceder entre quejidos para terminar desplomándose en la nieve, sobre un charco cada vez mayor de su propia sangre.

De modo que, liberado de parte del hostigamiento que suponía la acción conjunta de ambas bestias, decidí centrarme en su compañero, que parecía aún más rabioso tras ver sucumbir a un miembro de su manada. Alcé la pesada espada y descargué su hoja con todas mis fuerzas sobre el cuerpo de aquel lobo, alzando una muda oración a Korth en busca de su bendición y ayuda.

La acción conjunta, tan experta como afortunada, por parte de las dos mujeres que parecían escoltar al caballero de Stumlad, lograron extinguir la vida de uno de aquellos lobos. Aquella muerte, el último quejumbroso lamento del animal, enrabietó aún más a sus compañeros, pero aún por encima de eso hizo que el quinto en discordia, aquel que lo observaba todo desde lo alto de aquel peñasco, gruñera con fiereza y saltase a la nieve para emprender una carrera salvaje hacia el grupo.

Aquello no había terminado...

Es agradable comprobar que el grupo, pese a lo extraño que debemos de parecer ante los ojos de cualquiera, actúe sin temor y con gran precisión. La buena noticia es que uno de los lobos ha caído, la mala, que el líder avanza directamente a por nosotros. Ahora sería un buen momento de dispararle una flecha, pero algo me dice que eso solo lo enfadaría y lo provocaría. Quizás sea un cobarde pero prefiero que sea otro quién se lleve la furia de sus colmillos, como por ejemplo, el muchacho forrado con la armadura de metal.

Me pregunto cuantas veces habré tomado una flecha del carcaj y después, habré sido incapaz de recordar haberlo hecho. Supongo que actúo por instinto o más bien, dejo que mi cuerpo actúe con un movimiento más que asimilado. Después simplemente apunto al lobo que aún permanece en pie luchando contra el caballero. Si logro librarlo de él, el muchacho quedará libre para hacer frente al gran alfa. Después ya habrá tiempo de ayudar al resto.

En fin, que los espíritus guíen mi flecha...

¡Maldita sea mi sombra! Me he precipitado al disparar y la flecha apenas a acariciado su pelaje, lo cual acaba de provocar que me lance una mirada muy poco amistosa. Malditos lobos y maldito sea Perdest.

Cada vez nos veíamos mas rodeados por aquellas peludas criaturas, incluso el líder de estas había comenzado acorrer hacia nosotros, sin embargo, mi calma era cada vez mayor. Ver la sangre de aquellos animales salir a borbotones tenía en mí un efecto relajante. Se trataba de un espectáculo esplendoroso, aunque superado por los quejidos de dolor que emitían los lobos con cada nuevo ataque.

Mi segundo disparo había acertado en aquel animal, que no tardó en arremeter contra mí. Trató de alcanzarme con sus afilados colmillos, pero le esquivé con mi natural agilidad, no tardando en reaccionar. Me había quedado sola contra aquella criatura, y yo no contaba con una armadura de aspecto impenetrable como la del rizos dorados, pero tenía otros recursos.

Me dispuse a fintar al animal, fingiendo que pretendía volver a dispararle antes de dejar que mis pies se desplazaran con presteza sobre la mullida nieve, queriendo así atacarle por un flanco sin que tuviera tiempo para reaccionar.

Genial, el primero había caído, pero aún quedaban algunos más, quienes continuaban acercándose a nosotros. Sobre todo uno que me echó el ojo nada más clavar mi daga en su compañero. Por fortuna, mi movimiento en el ataque al lobo que trataba de dañar a rizitos de oro, y la mala precisión de mi atacante, lograron que su dentellada fallase.

- Lo siento caballero. Esta dama os deja solo. - Le indiqué al hombre encarándome con el lobo que parecía mirarme con ojos golosones. - Tu tienes colmillos, pero mis dagas son mortales. - Dije al animal antes de lanzarle la cuchillada que se clavó en su cuello, haciéndole chillar de dolor. 

De refilón vi al macho alfa saltar de la roca y unirse a la fiesta. - Si tumbamos al líder, huirán. - Dije al resto, realmente convencida de aquello. El problema era que yo no podía enfrentarme a dos lobos a la vez, ni dejar a mi atacante descuidado. Un solo error y sentiría sus colmillos atravesar mi piel y mi carne.