Partida Rol por web

Los nervios estaban a flor de piel. Era una situación tan delicada y llena de violencia, que ponía a prueba el temple de los hombres. Incluso el guerrero más experto y curtido podía ser perfecto en su adiestramiento, y aún así cometer errores en situaciones como aquella. Eso fue lo que le sucedió al veterano Ivar, quien se precipitó al disparar su flecha, apenas rozando el pelaje del lobo que enfrentaba al caballero de Stumlad, su objetivo.

Luelar, por su parte, trató de engañar al lobo que la acosaba con una finta, una hábil maniobra muy habitual entre los miembros de su raza, asesinos y espadachines sin igual entre los pueblos de Valsorth. Fingió un movimiento para presentar un objetivo al tiempo que se preparaba para moverse en otra dirección y evitar así que el animal supiera hacia dónde moverse. Sin embargo, el lobo se movía en su elemento y, aún herido como estaba, seguía siendo rápido de pensamiento y poderoso en su físico. La elfa oscura, en cambio, no estaba habituada a caminar sobre espesa nieve, y por ello no logró engañar ni por un momento al depredador. Su lento movimiento no apartó las piernas de la seguidora de Izz lo bastante rápido, y el lobo se abalanzó contra ella, mordiendo con fuerza su muslo derecho, justo por encima de la rodilla. Al apartarse, su lengua relamió la sangre del hocico, como si disfrutase del sabor, anticipando una suculenta comida.

Nayí se vio impelida a abandonar la contienda con el lobo que acosaba a Tyron, ya que ella misma contaba con sus propios problemas. El lobo que había cruzado el círculo que formaban nuestros héroes para llegar a ella plantaba cara con fiereza, aunque la fuera de la ley no tardó en mostrar que no sería una presa sencilla de abatir. Muy al contrario, su daga se clavó en el cuello del animal, haciéndole chillar de dolor. Estaba muy lejos de caer bajo un colmillo como aquel, pero la mujer había dejado claro que no era un cervatillo asustado e indefenso. Aquel lobo, si quería reclamar su presa, tendría que sufrir para ello. Pese al daño recibido, que bien podría haber hecho dudar a un hombre inteligente, sólo hizo que el animal se apresurase a lanzar una dentellada que tan sólo sirvió para hendir el aire entre ambos, muy lejos de acercarse a la mujer. No le resultaría sencillo alcanzarla de aquella manera.

El lobo que prestaba batalla a Tyron se vio de repente frente a menos adversarios de los que padecía, liberado de la preocupación que suponía la mujer de negro. Cargado de renovadas fuerzas, intentó morder en la pierna al caballero, pero éste dio un rápido paso atrás, demasiado veloz para el peso que cargaba. Estaba claro que la Orden de Stumlad preparaba a conciencia a los suyos para maniobrar con soltura pese a la carga de aquellas piezas de metal. El lobo cerro con un sonoro chasquido sus fauces en el vacío, retrocediendo rápidamente, lleno de frustración.

Apenas disponían nuestros aventureros de tiempo, antes de que el gran lobo que parecía dirigir aquella manada se les echase encima, uniéndose a la lucha...

Los lobos pierden a uno de los miembros de su manada, pero su líder se une al combate, así que a pesar de las buenas noticias estamos igual, si no peor, pues Luelar es herida. Quiero ayudarla, a la vez que pienso que Sombra puede tener razón sobre su deducción y deberíamos intentar acabar con el alfa primero, ¿O deberíamos acabar con los que ya están débiles para eliminar un mayor número de amenazas sobre las que estar alertas y poder centrarnos en menos objetivos? ¿Y qué hay de romper el círculo entre todas estas opciones? Muchas posibilidades, y muy poco tiempo para pensar, así que, con el estrés nublándome la mente, finalmente actúo por insisto, repitiendo mi acción para asestar una estocada al lobo que atacó a Tyron esta vez y falló, siendo este el que más cerca se encuentra de mi posición. 

El filo de mi espada se hunde en su pelaje, y es sólo cuando me separo de él cuando las dudas vuelven a mi mente sobre si estoy tomando la acción adecuada. Estoy dando por hecho que su número disminuirá con la caída de cada lobo, especialmente ahora que el alfa de la manada se ha unido al combate, pero en realidad no puedo estar segura de que no se les vaya a unir ningún otro animal.

Miro a los ojos a una de las bestias, tratando de leer algo en ellos. Nosotros hemos sido heridos, pero ellos además están perdiendo a los suyos, en su propio terreno. En cualquier caso, con altos o bajos, parece que nosotros lo estamos llevando bastante mejor que ellos. 

La caída de una de aquellas bestias era una gran noticia. No sabía hasta qué punto luchaban los animales como aquellos, pues lamentablemente yo era un chico de ciudad, criado en una urbe muy lejos de aquel tipo de bestias. ¿Lucharían todos hasta morir? ¿Se retirarían cuando lo vieran todo perdido? ¿En qué momento lo verían de esa forma, cuando cayera uno más, dos? Por el momento, el que parecía el alfa había decidido unirse a la contienda, y pronto llegaría hasta nosotros.

Con aquella idea en mente, y tras evitar un nuevo mordisco del lobo que tenía en frente, apreté la liza con él. Era mi rival, mi responsabilidad, aunque la montaraz que El Salvador parecía haber puesto en mi camino le estuviera combatiendo también, a mi lado. Mi respiración estaba ya muy agitada, merced al cansancio de combatir con la armadura puesta, y dentro de aquel yelmo empezaba a hacer mucho calor. Había buenas razones por las que la Orden de Stumlad optaba siempre por las estrategias más expeditivas en sus cuarteles de batalla. Los caballeros no podían combatir demasiado tiempo seguido, o se agotaban. Por eso se buscaban estrategias rápidas y contundentes.

Esperaba poder ser lo bastante rápido y contundente con aquel lobo.

El depredador que se enfrentaba ya en solitario al caballero y a la montaraz retrocedió con un chillido quejumbroso al recibir sendas graves heridas por parte de la pareja. Los aceros habían probado su carne, primero el acero élfico de Shiral, que había abierto un buen tajo en su carne, y acto seguido la pesada espada de Tyron, cuyo peso no sólo abrió su carne sino que, por el sonido y la reacción del animal, bien podía haber quebrado algún hueso. El lobo se retorció, gruñó, y más por pura rabia que por las fuerzas que atesoraba, rugió con fiereza. Al parecer, estaba dispuesto a seguir presentando batalla.

El gran lobo se unió finalmente a la contienda. Pasando por un costado de su compañero enfrentado al hombre de metal, pareció decidir que lo mejor que podía hacer era liberar a su hermano de uno de sus adversarios, para igualar fuerzas. Por ello, fijó su fiera mirada en la elfa de los bosques, sobre la que se abalanzó. Sin embargo, en lugar de lanzarse con las afiladas fauces por delante, lo hizo con sus patas, cargando todo el peso de su cuerpo, en un intento de derribar a la mujer y echarla al suelo. Logró con ello empujarla, pero la elfa logró mantener el equilibrio dando tan sólo un par de pasos para evitar desequilibrarse tanto como para caer.

La mera idea de terminar en el suelo a merced de aquellas bestias resultaba aterradora.

Podría quedarme maravillado ante el imponente avance del alfa, o más bien lo haría si esa gran bestia llena de colmillos y garras no estuviese dispuesto a devorarnos. Debo admitir que posee cierta astucia, el caballero, con su pesada armadura supone un rival peligroso no así el resto de nosotros. Quizás por eso en contra de lo que parecía, carga contra la elfa del bosque.

¡Diablos! la muchacha tiene un buen juego de piernas, los elfos sí que saben moverse y gracias a eso, acaba de evitar convertirse en la cena del alfa.

¡Maldita sea! Están demasiado cerca y para qué negarlo, nunca fui el más valiente. Quizás por eso el arco siempre ha sido mi gran aliado, pero teniendo tan cerca a los lobos y con el ajetreo del combate, no estoy seguro de poder apuntar bien. Supongo que ha llegado la hora de ensuciarse las manos. Espero no arrepentirme de soltar mi arco y tomar la vieja hacha que en tantas escaramuzas me ha acompañado.

Su filo permanece afilado, siempre a punto por si es necesario darle uso y supongo que hoy es un buen día para hacerlo. El alfa debe de caer, quizás así el resto huyan. Solo espero que al golpearlo no se gire y me arranque la mano de un mordisco. En fin, ahí voy...

-¡AAAAAAHHHHHH MUEREEEEEEEEEE!

La sangre tiñe la nieve de escarlata, eso es buena señal, pues no es la sangre de los nuestros. Sino de la herida que el filo de mi arma acaba de abrirle en el lobo al alfa. ¡Mierda! Ahora es cuando será más peligroso ¿Por qué diablos no me quedaría en mi cabaña?

¡Maldición!

Mi intento de engañar a aquel lobo había resultado un completo fracaso. Se trataba de una maniobra que había practicado en varias ocasiones, pero cierto era que nunca contra una criatura como aquella, ni tantas veces como para ser una experta. A pesar de que sabía combatir, no habían sido muchas las ocasiones en las que me había visto obligada a ello.

Lo peor fue que aquel animal se abalanzó sobre mí, alcanzando uno de mis muslos con su fuerte mandíbula, haciendo que emitiera un fuerte quejido de dolor. Ver cómo se relamía tras ello me llenó de rabia, habiéndome durado poco aquella calma que había ido en aumento hasta entonces. No me importaba el dolor, mi diosa estaría agradecida por el sufrimiento que me procuraba aquella dentellada, pero era el dolor de aquellas peludas y horrendas criaturas el que más la satisfaría.

No tenía tiempo de ver cómo le iba al resto, pero por lo que podía escuchar, intuía que mejor que a mí. Aquello tenía que cambiar. No podía permitir que aquel lobo volviera a morderme.

Decidí orar a Izz, buscando que me ayudara en aquella contienda.

- Dama de la Oscuridad, deja que tu alargada sombra toque este arma, que tu ponzoña sea también la suya... - susurré de manera casi inaudible.

Y por fin la gran bestia nos dio alcance. Fue un alivio que pasase de mí, puesto que yo ya tenía bastante enfrentándome a aquel lobo. Lo mío eran los ataques por sorpresa, no el cuerpo a cuerpo y menos aún usando dagas como armas, pero era lo que había. Al menos mantenerme frente a frente con mi rival me suponía tener la ventaja de poder esquivarle con relativa facilidad, pero no debía confiarme, o mi sangre acabaría también en aquel  lienzo blanco bajo mis pies.

Con bastante habilidad por mi parte, logré volver a clavar mi daga con fuerza en la carne del animal, el cual soltó un chillido de dolor, aunque cuando vi que la punta de la daga asomaba por la piel, descubrí que el daño no había sido tan grande como esperaba, pero al menos si le había dejado bastante dolorido, lo que le enfadaría aún más.

De refilón pude ver como el macho alfa saltaba sobre la elfa del bosque, elevando sus patas delanteras con la finalidad de derribarla y seguramente darla muerte en el instante. Pero la elfa demostró tener una gran destreza y fue capaz de mantener el equilibrio y no ser derriba a pesar del claro intento del animal por ello. - Yo puedo seguir bailando con este, pero alguien debe ayudar con el líder de la manada. - Dije al grupo, esperando a que se decidiesen por fin a atacarle, siendo el viejo quien, sin darme cuenta, ya ha tomado la iniciativa y su vieja hacha ya ha abierto una herida en la piel del alfa.

Uno de aquellos animales salvajes había caído, pero otro se había unido a la escaramuza. Muchos podrían pensar que aquello mantenía las tablas entre ambos bandos, un empate técnico en que todo continuaba igual, siendo el paso del tiempo y el cansancio acumulado lo que continuaba avanzando. Tampoco faltaría quien esgrimiría que los lobos habían sufrido mayores daños que nuestros héroes, y por tanto iban perdiendo; o los que afirmarían que el ingreso del alfa en la cacería cambiaría las tornas. Todo el que quiera opinar al respecto tendrá, a buen seguro, su parte de razón, pero nadie podría saber, en aquellos momentos, cómo se terminaría decantando la balanza de la vida y la muerte.

Ivar, el avezado explorador, soltó su amado arco y decidió emplear la fuerza que aún atesoraban sus brazos en la liza cerrada, usando su hacha para enfrentar al alfa que trataba de derribar a Shiral. El animal rugió con fiereza al sufrir un serio corte, dirigiendo su furibunda mirada hacia el veterano humano.

Mientras tanto, Luelar optó por solicitar el favor de su diosa, la dama de la oscuridad. Las palabras brotaron de sus labios, y un escalofrío recorrió su espalda, un estremecimiento a medio camino entre el dolor y la excitación sexual, que le sirvió de confirmación del favor divino que Izz confería a su sierva. Ahora, la clériga oscura portaba en sus manos un arma, la ballesta, bendecida por su diosa. O maldecida por ella. Aquel momento de incertidumbre podría haber resultado fatal, pero el lobo que tenía ante ella, al abalanzarse en su intento de morderla, tan sólo rasgó las telas de su vestimenta, sin alcanzar a probar su sangre, su carne ni tan siquiera su piel de ébano.

Sombra, una mujer habituada a moverse en los ambientes más peligrosos y salir airosa, era consciente de muchas cosas. Sabía que aquel tipo de lucha cerrada, más aún con bestias salvajes, no era su fuerte. También era consciente de que enfrentar al alfa de aquella manada podía decantar la balanza y lograr espantar a los demás. Su daga se clavó en el lobo que trataba de alcanzarla, un golpe bien situado, profesional, pero que no logró profundizar tanto como a la fuera de la ley le hubiera gustado. Aquel lobo, enrabietado, saltó sobre ella con las patas por delante, pero demasiado lento, y la experta delincuente pudo echarse a un lado con facilidad.

Algo parecido aconteció con la bestia que se enfrentaba al caballero de Stumlad. Posiblemente desesperado ante la imposibilidad de clavar sus fauces en su carne de metal, se abalanzó sobre él con el claro objetivo de derribarle, para poder actuar sobre él con mayor facilidad. Tyron, no obstante, sintió la fuerza del animal sobre el pectoral de su armadura, retrocediendo un paso y desviando la fuerza del animal, que aterrizó a su lado sin lograr tirarle al suelo. La lucha continuaba.

No tengo tiempo de preocuparme de cuanto sucede a mi espalda, ni tan siquiera lo que pasa a mi lado. Tyron tendrá que apañarse como pueda, así como los demás. Lo que tengo delante es más importante, ya no sólo porque es lo que amenaza mi vida, lo que ya sería de por sí sobradamente suficiente. Además, este lobo es el alfa de la manada, y por tanto toda la escaramuza podría decidirse justamente por lo que suceda en nuestro duelo. Por fortuna, el explorador se una a mí, lo que hace al animal dudar al no saber contra quién dirigir sus ataques o cómo moverse para defenderse. Hostigado por ambos, me resulta mucho más sencillo atacarle y pillarle con la guardia baja.

Precisamente con esa idea en mente, sujeto mi espada con ambas manos con toda la fuerza de que dispongo, y trazo un arco descendente hacia uno de sus costados. El acero muerde su carne y, por cómo el impacto reverbera en mis muñecas, soy consciente de que he llegado al hueso. Es una herida seria, tal vez no lo bastante para acabar con su vida, pero sí para hacerle mucho daño.

Podía sentir la debilidad en los movimientos de aquel lobo. En el fondo, muy en el fondo, sentía cierta lástima por él. Al fin y al cabo, no había maldad en la mente de una bestia. Sólo era un animal en busca de sustento, con la desgracia de haber encontrado una presa que resultaba demasiado peligrosa, y carecía de la inteligencia para verlo. O tal vez él sí lo sabía, pero igualmente debía obedecer a su alfa. Supeditado a un mal líder, eso podía entenderlo. Desgraciadamente para él, la lástima que pudiera inspirarme aquel animal no evitaba que luchase por mi vida. Por ella, y por la de quienes estaban a mi cargo. Porque, aunque ellos no lo considerasen así, todos estaban a mi cargo. Los votos de mi orden me obligaban a protegerlos.

Aprovechando que el lobo se movía hacia un lado al intentar derribarme, di un paso hacia atrás para coger espacio, situándome a uno de sus costados. Alcé mi espada bastarda con ambas manos y la llevé a mi espalda, alzándola con gran fuerza y gritando con rabia en el esfuerzo de trazar aquel arco desesperado. El pesado acero descargó toda su fuerza sobre el lobo, a la altura de su cuello, hundiéndose tan profundamente que a punto estuvo de cortar su cabeza completamente, quedando separado gran parte del cuello del resto de su cuerpo. El animal cayó desplomado, un cuerpo inerte sobre la nieve, pesado y húmedo por la sangre derramada y la que comenzaba a brotar con fuerza de su cuerpo abierto.

Y así, amigos míos, fue como los héroes que terminarían fundando la Gran Compañía se enfrentaron a su primera contienda. Un segundo lobo muerto, en esa ocasión a manos del caballero de Stumlad, fue demasiado para aquella manada. Por mucho que el hambre y la desesperación les hubiera llevado a enfrentar una cacería tan peligrosa para ellos, ver caer a dos de sus miembros, encontrarse en una inferioridad numérica aplastante de cinco a tres incluso sin saber contar como las bestias que eran, y el mal estado en que algunos de sus miembros se encontraban por las heridas padecidas, demostró que la situación era insostenible.

El lobo alfa retrocedió, lamentándose en un principio quejumbrosamente por la última herida padecida, la que le había obsequiado el acero élfico de Shiral de Lidtanast. No cabía duda de que la caricia del hacha del aguerrido Ivar también permanecía en su ánimo. Soltó un poderoso gruñido, que se tornó en rugido gutural. Inmediatamente, los dos lobos que aún conservaban la vida se revolvieron bruscamente, apartándose de las presas a las que intentaban asediar con escaso éxito. El trío animal se giró y comenzó a correr, temiendo seguramente padecer más castigo del que ya habían sufrido. Los dos lobos que enfrentaban a Luelar y a Nayí se internaron en el bosque a un costado del grupo, desapareciendo rápidamente en la espesura, mientras que el alfa corrió por el camino y se encaramó al peñasco en que había estado aposentado antes de la llegada de nuestros aventureros. Desde allí se giró y dedicó a aquellos humanos que tanto mal le habían causado al defenderse, y les gruñó con fiereza y, si es que los animales son capaces de sentir algo así, rencor. Después de eso, corrió hacia la espesura, desapareciendo de la vista de nuestros héroes.

Con las heridas que arrastraban, era muy posible que todos aquellos lobos, o al menos alguno de ellos, no sobreviviera demasiado tiempo. Incluso si las heridas no dejaban escapar su vida, no serían capaces de cazar para sobrevivir. Era la ley que imperaba en la naturaleza, donde sólo los más fuertes sobrevivían.

Limpié la sangre de la daga sobre el pelaje de uno de los lobos muertos, mientras los otros emprendían su huída. Por una parte me daban pena, puesto que debían estar realmente desesperados para atacarnos. Lo cierto era que me daban mucha pena, pero nada podía hacer ya por ellos. Matar a aquellos dos lobos fue nuestra única opción y quizás debí usar mis virotes en contra de los que huían, pero...

- Tenemos pieles y carne. - Anuncié al resto, preguntándome para que demonios había limpiado el filo de mi daga en la piel del animal cuando estaba dispuesta a desollar al lobo y de paso coger una parte de su carne. Sus cuartos traseros eran los que más cantidad contenían y nunca venía mal tener algo de alimento sin hacer encima. Un nuevo ataque de lobos se podía evitar lanzándoles la carne de sus semejantes a sus pies.

No tardé demasiado en retirar las pieles a los lobos y menos aún en cortar unos buenos pedazos de carne. - Si la manada que nos atacó regresase de nuevo aquí, al menos tendría algo con que alimentarse. - Pensé mientras metía la carne en una de las alforjas de mi montura y dejaba la piel, con la parte más sanguinolenta, hacia arriba, sobre los lomos de Thor. - Podemos seguir.

La suerte nos sonríe y los lobos huyen, al menos los espíritus nos dan un pequeño respiro. Pero no puedo evitar sentir cierta pesar en mi viejo corazón. Los lobos siempre me han recordado los viejos tiempos, los años en los que viajaba con mi "manada" devorando a todo aquel que se cruzaba en mi camino. La lealtad, la hermandad...¡Bah! ¿A quién pretendo engañar? La mitad de mis viejos camaradas de armas habrían matado a la otra mitad por una miserable moneda de plata. Pero supongo que con los años, me gusta pensar que fuimos algo más que meros guerreros hambrientos de gloria y oro.

Todos parecen estar de una pieza, aunque el muchacho de la armadura parece agotado. Supongo que es lo que tiene cobijar tu cuerpo tras un muro de acero. Aunque gracias a ello, los lobos no han logrado devorarlo, así que tiene su utilidad, supongo.

-¿Todos bien? Será mejor que os vendéis las heridas, no queremos que más animales salvajes huelan vuestra sangre y menos aún, que pilléis una infección. Creer cuando os digo que he visto a más de uno morir por un simple rasguño que no atendió como debía.

¿Donde diantres está mi arco? ¡Ah! Ahí estás pequeño, es hora de que vuelvas conmigo. Por separado no somos gran cosa pero juntos, juntos sabemos lo que hacemos ¿Verdad? Veamos las flechas que puedo recuperar de los caídos y...

-¿Se puede saber qué haces, muchacha? ¿Vas a despellejar ahora al lobo? Pensé que el tiempo era un factor clave en todo esto. Lo más apropiado es parar tan solo el tiempo necesario para que toméis un sorbo de agua y se venden las heridas.

No tengo mucho más que decir al respecto, así que me encojo de hombros y poso una mano sobre el hombro metálico del muchacho. ¿Cómo se llamaba? Deberé de ponerle un mote para recordarlo o me pasaré el resto del tiempo llamándolo muchacho.

-¿Qué tal el brazo? ¿Puedes moverlo? Venga, descansad cinco minutos, después proseguiremos con el camino. Aún nos queda un buen trecho y quiero estar de vuelta en mi reconfortante mansión antes de que las estrellas se asomen en el cielo.

Nada más susurrar aquellas palabras, mi espalda se vio invadida por aquella dolorosa y agradable sensación que me confirmaba la ayuda de la Dama de la Oscuridad. Todopoderosa como era, había conferido a mi ballesta una mayor capacidad de aniquilación, una que por desgracia no llegaría a comprobar.

El favor divino de Izz llegó justo antes de que el lobo volviera a intentar alcanzarme, pero conté con el tiempo suficiente para esquivarle. Aun así, no llegué a dejar que un nuevo virote saliera disparado del arma en busca de aquella criatura peluda, pues un fuerte rugido provocó que comenzara a retirarse. Había sido su alfa quien había emitido este, retirándose también el otro lobo, dándome cuenta entonces que una criatura más había caído.

Huyen. Malditos cobardes...

El alfa aún se permitió subirse a aquella roca y gruñirnos una vez más mientras le apuntaba, pero tras ello continuó corriendo para desaparecer como los demás. Cuando el caballero preguntó a los más avezados en el mundo animal si aquel era el final de la contienda y se lo confirmaron, bajé la ballesta, relajando mis brazos mientras el dolor en mi pierna herida parecía aumentar. Me hubiera gustado clavar uno de mis virotes entre los ojos de aquel lobo, pero debía reservarlos para cuando su uso fuera imprescindible. Aquella idea me llevó a mirar en dirección hacia donde había disparado aquel proyectil que no había dado en el blanco, comprobando que había quedado inservible.

Ivar preguntó en seguida si estábamos todos bien, instándonos a atender nuestras heridas para evitar males mayores, mientras que Sombra se dedicaba a sacar provecho de los cadáveres de aquellas bestias; algo por lo que el amigo de Perdest en seguida la reprendió. Estaba claro que aquella mujer iba a lo suyo, pero no trataba de esconderlo, lo cuál era de agradecer. A pesar de cubrir su rostro, resultaba mucho más transparente que aquella traicionera adoradora de Rael.

Mientras me acercaba a un peñasco pretendiendo sentarme en él para examinar la dentellada que me había procurado la apestosa y cobarde criatura, vi cómo Tyron dejaba su arma y su yelmo y se desprendía de uno de sus guanteletes, moviendo su mano repetidas veces; parecía haber sufrido algún daño. Me detuve entonces, dispuesta a dirigirme hacia él, cuando el caballero se giró hacia mí interesándose por mi estado y preguntando si podía continuar.

Aflojé mi mandíbula, que hasta entonces había permanecido apretando mis dientes a causa del aumento del dolor al desplazarme, y me dispuse a responderle

- Debo tratar la herida, pero sobreviviré. - le dije con una sonrisa en la que continuaba apreciándose el dolor soportado. - No te preocupes, no os retrasaré. Déjame ver eso... - añadí observando su mano.

Comencé a acercarme hacia Tyron para examinar su mano antes de tratar mi herida, pero en ese momento el explorador le abordó y comenzó a hablar con él.

Me detuve por un momento, observando a los dos hombres, que se encontraban a apenas un par de metros de mí. En aquel instante se hizo aún más evidente lo poco que le importaba mi estado a aquel humano que sí se preocupaba por el estado del caballero. Sin embargo, aquello no me afectó de manera negativa, al contrario. Encontré cierta satisfacción al comprobar que cuanto me habían enseñado sobre los humanos era verdad. Ciertamente, el Caballero de Stumland no parecía ceñirse a ello, pero debía ser una rara excepción; aquella que confirmaba la regla.

Tras una sonrisa de significado desconocido para todos, continué caminando hasta alcanzar a Tyron, sosteniendo su mano con las mías para examinarla. La observé con detenimiento, para después girarla despacio y devolverla a su posición inicial. Finalmente la sujeté con una de mis manos mientras con la otra cerraba y abría sus dedos. Primero de uno en uno, y después todos a la vez, preguntándole si le dolía con cada movimiento.

- Está algo hinchada, pero no parece grave. Eres joven y fuerte, te recuperarás en seguida. - apunté, mirando brevemente a Ivar con malicia, pues él ya había dejado la juventud atrás y no era tan fuerte como el caballero. - Aun así, puedo intentar hacer algo por tu mano si quieres. - le ofrecí a Tyron, antes de alzar algo más la voz para que las mujeres también me escucharan. - Si alguien más está herido, puedo ayudarle.

No era ningún alma de la caridad, pero la sanación era probablemente mi mayor habilidad, y el mayor motivo por el que aquel grupo podría querer que permaneciera con ellos. Me convenía demostrarles que era útil, sobre todo teniendo en cuenta que no había podido hacer demasiado durante el combate.

El caballero aceptó mi ayuda, ante lo que me dispuse a hacer algo por su mano. Tal y como le había dicho, no era algo grave, pero había formas de acelerar su recuperación. Le pedí un segundo, buscando entre mis utensilios un par de trozos de tela que usaba a modo de vendas. Me incliné en seguida, rodeando con el más largo mi muslo y atándolo con un fuerte nudo. La herida no sangraba prácticamente, pero quise ayudar a que esto no continuara sucediendo. Acto seguido me agaché con el otro trozo de tela en mi mano y cogí algo de nieve del suelo para hacer una pequeña bola que envolví en el tejido. Terminé colocando este sobre la mano del caballero, apretando aquella bola de nieve con cuidado contra su mano, tratando así de que se adaptara a la forma de esta.

- Sostenlo al menos hasta que nos vayamos, el frío te ayudará a rebajar antes la inflamación. Cuando podamos parar de nuevo veré qué más puedo hacer. - informé al rizos dorados, antes de retirarme hacia aquel pedrusco en el que había pretendido sentarme antes.

Finalmente así lo hice, maldiciendo para mis adentros por el dolor que me suponía el caminar, aunque saber que mi Diosa podría percibir este me reconfortaba. Terminé incluso por sonreír ante aquel pensamiento, dedicándome acto seguido a retirar la tela y examinar la herida. Aquellas criaturas tenían buenas dentaduras, sin lugar a dudas, pero por fortuna el lobo no había encontrado ninguna vena importante. Rasgué un poco más el pantalón para poder limpiar bien la herida, descubriendo que esta no sangraba, tras lo que tomé aguja e hilo para coserla. Podría haber optado por insensibilizar la zona de alguna manera, usando la fría nieve por ejemplo, pero evitar el dolor que suponía que aquel fino punzón de metal atravesara mi carne una y otra vez habría sido una ofensa hacia la Dama Oscura.

Una vez terminé de suturar la herida, apliqué un ungüento sobre ella y volví a cubrirla atando una tela alrededor de mi pierna, queriendo protegerla. Decidí permanecer sentada, descansando, hasta que llegara el momento de partir. Eché entonces una última mirada a todos, preguntándome si realmente quienes no habían requerido mi ayuda estaban bien, o si no habían querido aceptar la ayuda de una elfa oscura.

Tyron asesta el siguiente golpe, que también resulta el último, que sentencia una vida más, así como el combate, pues los animales deciden que la última muerte ha sido suficiente, y no les merece la pena continuar con la caza, si no quieren acabar siendo ellos los cazados. 

Aflojo el puño sobre el mango de mi espada, aun tenso, antes de limpiar el fijo para envainar el alma con un incierto suspiro, de alivio, de victoria, y a la vez de cierto pesar. Esas criaturas están tendidas en el suelo, sin vida por buscar algo que llevarse a la boca para no acabar igual, como puede que acaben algunos de los lobos que han huido debido a las heridas, para que nosotros podamos estar aquí, respirando. En un momento así dudo de la cercanía de Rael, y no es la primera vez, pero... Entre todos Tyron también sigue aquí, respirando. Puede que eso signifique algo. 

Todos aprovechan su tiempo tras ello; Para buscar flechas perdidas, para tratar heridas o para conseguir recursos. Yo, a pesar de estar bastante segura de que el peligro al que acabamos de enfrentarnos ha pasado, decido quedarme alerta, escamada por el escalofrío que me recorre la espalda tras el gruñido con el que se despide el líder de aquellas bestias.

A pesar de sorprenderme de quien viene tanto el ofrecimiento como la capacidad de la sanación, me alegra ver que contamos con alguien capaz de ello, y aunque algunos recriminan a Sombra sus actos, yo no añado nada más. Hemos dictado una parada para reponernos un poco tras el combate, si ella quiere usar su tiempo así, y no dejar que los recursos se desaprovechen, sólo es asunto suyo.