Partida Rol por web

La salida del sol fue respondida con el tronar del fuego de la artillería. Desde las líneas imperiales, los cañones "Estremecedor", disparados tanto desde vehículos como desde baterías fijas, marcaron el inicio de la ofensiva, haciendo llover sus proyectiles sobre los objetivos designados para el ataque. Desde las trincheras, salieron los vehículos y la infantería elegidas para tomar parte en el mismo, en columnas parecidas a las que habían abandonado los transportes de tropas hacia poco.

Por supuesto, había notables diferencias. Los tabrisianos fueron dejados atrás esta vez, con solo unos pocos grupos de Devotos, armados con rilfes láser largos, acompañaron a las fuerzas atacantes. Los blindados drafelivanos, ansiosos por cumplir con el horario marcado y ponerse lo antes posible en posición, no tardaron en acelerar y rápidamente dejaron atrás al cuerpo principal entre nubes de polvo y tierra levantada.

El grueso del ataque estaba formado por pelotones de Hienas Tóxicas, Granaderos y Zapadores, que marchaban cruzando la tierra seca y rojiza a medida que el sol se iba alzando poco a poco. Portegidos por la cortina de fuego desplegada por los Korps de la Muerte, el avance fue seguro, y pronto pudieron divisar su objetivo. Sobre una elevación del terrerno, duramente castigado por la artillería, estaba el fuerte que debían tomar: un bastión con muros y torres de color ladrillo, sus alrededores erizados con alambre de espino y barricadas tras las que se protegía el enemigo.

El bombardeó continuó hasta que los atacantes estuvieron lo bastante cerca, a unos cien metros del fuerte. Entonces las explosiones empezaron a disminuir en volumen, señal de que la cobertura estaba a punto de acabar. Los oficiales ordenaron aumentar el ritmo, ya que, sin las bombas cayendo sobre ellos, los soldados del Caos volverían a ocupar sus posiciones defensivas.

Habían recorrido dos terceras partes de la distancia que faltaba, cuando las puertas del fuerte se abrieron y por las mismas salieron guerreros traidores y herejes en tropel, dispuestos a repelerlos. Las baterías de las torres empezaron a maniobrar sus cañones automáticos gemelos para apuntar a los atacantes, pero estos estaban ya muy cerca. Los seguidores del Caos todavía estaban organizándose, y sus armas pesadas no estaban en posición. Si actuaban con rapidez, podían aprovechar bien aquél momento y asestar un golpe letal antes de que el enemigo pudiera reaccionar.

La salida del sol fue respondida con el tronar del fuego de la artillería. Desde las líneas imperiales, los cañones "Estremecedor", disparados tanto desde vehículos como desde baterías fijas, marcaron el inicio de la ofensiva, haciendo llover sus proyectiles sobre los objetivos designados para el ataque. Desde las trincheras, salieron los vehículos y la infantería elegidas para tomar parte en el mismo, en columnas parecidas a las que habían abandonado los transportes de tropas hacia poco.

Por supuesto, había notables diferencias. Los tabrisianos fueron dejados atrás esta vez, con solo unos pocos grupos de Devotos, armados con rilfes láser largos, acompañaron a las fuerzas atacantes. El grueso del ataque estaba formado por pelotones de Hienas Tóxicas, Granaderos y Zapadores, que marchaban cruzando la tierra seca y rojiza a medida que el sol se iba alzando poco a poco.

Los blindados drafelivanos, ansiosos por cumplir con el horario marcado y ponerse lo antes posible en posición, no tardaron en acelerar y rápidamente dejaron atrás al cuerpo principal entre nubes de polvo y tierra levantada. Atravesaron la tierra de nadie hasta dejar atrás las posicioens enemigas, para luego dar la vuelta y así poder atacarlas por la retaguardia.

Protegidos por la cortina de fuego desplegada por los Korps de la Muerte, el avance fue seguro, y pronto pudieron divisar su objetivo. Sobre una elevación del terrerno, duramente castigado por la artillería, estaba el fuerte que debían tomar: un bastión con muros y torres de color ladrillo, sus alrededores erizados con alambre de espino y barricadas tras las que se protegía el enemigo.

El bombardeó continuó hasta que los atacantes estuvieron lo bastante cerca, a unos cien metros del fuerte. Entonces las explosiones empezaron a disminuir en volumen, señal de que la cobertura estaba a punto de acabar. Los oficiales ordenaron acelerar los Chimeras, ya que, sin las bombas cayendo sobre ellos, los soldados del Caos volverían a ocupar sus posiciones defensivas.

Habían recorrido dos terceras partes de la distancia que faltaba, cuando las puertas del fuerte se abrieron y por las mismas salieron guerreros traidores y herejes en tropel, dispuestos a repelerlos. Las baterías de las torres empezaron a maniobrar sus cañones automáticos gemelos para apuntar a los atacantes, pero estos estaban ya muy cerca. Los seguidores del Caos todavía estaban organizándose, y sus armas pesadas no estaban en posición. Si actuaban con rapidez, podían aprovechar bien aquél momento y asestar un golpe letal antes de que el enemigo pudiera reaccionar.

La salida del sol fue respondida con el tronar del fuego de la artillería. Desde las líneas imperiales, los cañones "Estremecedor", disparados tanto desde vehículos como desde baterías fijas, marcaron el inicio de la ofensiva, haciendo llover sus proyectiles sobre los objetivos designados para el ataque. Desde las trincheras, salieron los vehículos y la infantería elegidas para tomar parte en el mismo, en columnas parecidas a las que habían abandonado los transportes de tropas hacia poco.

Los "Doblesueldos" no vieron nada de aquello. Su misión era distinta a la de los que participarían en el ataque principal aquél día. Para ellos no habría artillería que los cubriera en su avance. Simplemente salieron de su posición y empezaron a marchar, cruzando la tierra seca y rojiza a medida que el sol se iba alzando poco a poco.

A lo lejos podían ver las explosiones que caían sobre los fuertes enemigos, que el resto de regimientos debía de estar atacando en ese momento. Pero aquella parte no iba con ellos, la 11ª Compañía tenía una misión distinta, más difícil. un verdadero reto, que pensaban superar contra todo pronóstico.

Casi anochecía para cuando estuvieron cerca del fuerte de la encrucijada: un bastión con muros y torres de color ladrillo, sus alrededores erizados con alambre de espino y barricadas tras las que se protegía el enemigo. Los combates en la lejanía habían terminado casi por completo, aunque no tenían manera de saber quién había vencido en aquella primera parte de la ofensiva. Para cuando estuvieron en posición, rodeando el enorme fuerte, ya era noche cerrada, el momento esperado para dar inicio a su ofensiva.

Patrullas rutinarias recorrían los muros, así como la zona al pie de las torres. En estas, podían verse las baterías de cañones automáticos gemelos, ahora apuntando al cielo y maniobrando con lentitud, ya que los seguidores del Caos no se esperaban un ataque tan adentro en su territorio. Aunque había focos de luz cerca de las puertas y en el interior del recinto, la oscuridad lo envolvía todo. Sin posiblidad de apoyo alguno ni de recibir refuerzos de otros regimientos, aquella oscuridad sería la mejor baza de los "Doblesueldos". Cuanto más tiempo pudieran pasar inadvertidos, más podrían aprovechar la ventaja que les confería su avanzado equipo, permitiéndoles ver en la noche cerrada como si fuera el día más claro.

Lentamente y en sigilo, las escuadras de ataque de la 11ª Compañía de Asalto fueron acercándose al fuerte, dispuestos a limpiarlo de traidores y herejes.

La batalla daba comienzo y Nereida estaba más que preparada. Por una vez no tuvo que patear ningún trasero para que no perdiera el ritmo del resto, y lo agradeció manteniéndose en silencio hasta que el bombardeo terminó y los herejes comenzaban a moverse para ocupar sus posiciones e intentar repeler el ataque. Intentar. 

Pistola bolter en su siniestra y la espada de energía en la diestra observó el campo de batalla que se abría ante ella y entrecerró los ojos antes de ponerse a vociferar ordenes a las hienas; tenían mucho que demostrar y ella les iba a dar la oportunidad de que así fuera - ¡ATENCIÓN HIENAS! ¡SEGUNDA, QUINTA Y CUARTA ESCUADRA! ¡TIREN HUMO AL FRENTE! ¡EL RESTO! ¡AVANCE RÁPIDO! - ordenó a los demás que avanzaran tras la cortina de humo que las otras unidades debían crear las que recibieron su orden de cubrir el avance. Nereida esperó a que los demás avanzaran a la carrera hacía el frente, lo que los pondría prácticamente en cuerpo a cuerpo y los siguió muy de cerca para seguir exhortando a esos criminales que servían al Imperio una última vez.

Antes de emprender la marcha con sus hombres, se giró para observar al sargento de los Tyvianos que iban tras ellos y le guiñó un ojo - ¡Cúbranos buen señor! - le dijo con cierta picardía. Se contuvo por no mirar a los devotos y escupir el suelo en señal de asco, no era el momento.

El Ogrete había estado algo alelado y confuso en el desfile, mucha gente nueva y muchas cosas que recordar. A Don Manuel de Ynestrillas aún le costaba que el palurdo grandullón pronunciase bien ¡La Sangre de Tyvia! en lugar de "sangre tibia", pero a media que el fragor del combate aumentado parecía que el Ogrese se centraba en su única razón de ser, destripar al enemigo.

A pesar de su enorme corpachón Campeador había mantenido la carrera junto al resto del pelotón, preparándose avanzar detrás de las Hienas que le precedían y es que al menos su pequeña mente le daba para no pisotear a los aliados.-¡Mami tú detrás de mi!Yo disparo enemigo mira, mira.-con dos grandes zancadas avanzó cubriendo la posición que había dejado las Hiernas aprovechando su altura y su envergadura para poder abrir fuego con le destripador sin causar estragos entre sus filas.

Lo bueno de ser tirador Devoto era la libertad de poder servir al Emperador bajo sus designios directamente y sin tener que dar explicaciones a un superior no comprometido con la Fe. Esperó el cesar del bombardeo y pensó que esos cráteres sería maravillosos para azotar el flanco izquierdo de la fortaleza y así evitar que reforzaran el centro cuando se vieran bajo ataque.

Señaló a Demet y a los demás los cráteres* 

-Si nos apostamos desde allí sacaremos muchas muertes en nombre del Emperador además de cubrir el avance del resto-dijo Mesut viendo que había cierta indecisión.

-Jefe, creo que puedo hacer algo con esas armas pesadas- gritó Jarl.

Las pupilas del psíquico, anormalmente dilatadas, observaban a aquel soldado del archienemigo que manejaba la plataforma de artillería. La energía disforme se acumuló en torno a la punta de sus dedos y el varangiano la manipuló expertamente, formando unos zarcillos de energía disforme que se aferraron a los brazos y el cuello del artillero, drenándo su fuerza vital y haciendo que su visión se emborronase.

McKnife arrojó su cigarro de lagarto al suelo y lo pisó con fuerza. Allí estaban. En campo abierto. Las puertas se abrieron y empezarón a correr unos hijos de puta. Bien, eso era que no había minas de tierra en el caminito. Con una velocidad impropia de su pose relajada se adelantó a las órdenes de la comisaria y a todos, y se movió ágilmente hasta tomar cobertura en uno de los pequeños cráteres. Allí levantó el lanzallamas de la abuela McKnife y, con una sonrisa sádica, saludó a los caóticos.

- Tragad prometio, hijos de puta- gritó, mientras salia el torrente de llamas. Que aprendieran esos sucios devotos lo que era usar el fuego. Estirados de mierda. Las llamas, de un preocupante verde intenso, cubrieron el campo de batalla mientras Desastre blandía el aparato, cubierto de pinchos y placas de acero soldadas en lugares extraños.

Avanzando el aquel árido chicharral, las brillantes charreteras de Don Manuel relucían por encima de la armadura de brillantes colores tyvianos. Hijo natural de su tierra, acaso temía menos la muerte en aquella primera batalla digna de llamarse como tal que el deshonor; su principal conflicto no era con su mortalidad, sino con el miedo escénico. Pero también era un hombre, después de todo, al que habían criado para actuar antes que pensar, y mandar con aplomo estaba en su casta y oficio: tenía sus órdenes, y eso era todo lo que necesitaba.

"¡Cúbranos buen señor!"

Y la mirada de una hermosa moza de alto poder combativo no desmerecía la ocasión tampoco, observó atusándose la perilla con clara aprobación.

-Los mínimos deseos de mi dama son órdenes para mí -apostilló galante, mirando hacia atrás por encima del hombro- ¿Y bien caballeros? Ya han oído. ¡Es una cuestión de honra, ahora!

Como si no lo hubiera sido antes. Cuando empezaron a moverse, sacó la espada sierra y, como si fuera una batuta de dirección (que en muchos sentidos lo era) empezó a organizar a sus hombres caminando por delante de ellos.

-¡Escuadras Santiago, Cierra y Despertaferro! ¡Conocen sus órdenes! ¡Avancen manteniéndose lo más cerca de las unidades del principal avance y al abrigo de la cobertura mientras puedan, y quien tenga vía para abrir fuego sobre el enemigo no necesita de mi venia, que proceda de inmediato! Prioricen el uso de granadas sobre las masas de sucios desaprensivos, pero claro... -dijo con una risilla- ¡no he de explicar a tan principales hombres cómo ha de hacerse su oficio después de todo! Ocúpense de que esos degenerados mueran en pecado mortal, si a bien tienen.

Tuvo que levantar más la voz, y ser más explícito, con el subhumano, que ya empezaba a tomar inercia, y si no lo corregía quién sabía lo que haría y quién podría pararlo.

-¡CAMPEADOR! ¡MANTÉNGASE DETRÁS DE LA ESCUADRA QUE TIENE DELANTE! ¡MUY CERCA PERO SIN ESTAMPARSE CON ELLOS! ¡Y NO SOBRESALGA POR LOS LADOS, COMO SI ESTUVIERA EN DESFILE! ¡RECUERDA, COMO EN DESFILE, CAMPEADOR! ¿LO VA A HACER BIEN? ¡CLARO QUE SÍ! ¿QUIÉN ES UN BUEN CHICO? ¡USTED! ¡USTED ES UN BUEN CHICO, CAMPEADOR! 

Hizo un arco con la espada sierra.

-¡Y AHORA AVANCE!

Ahora sólo quedaba unirse al resto. Mentiría si dijera que no quería trabarse cuanto antes contra las líneas enemigas, pero sería irresponsable por su parte... aunque era, como mínimo, su segundo objetivo. Por ello aligeró el paso para unirse a aquellos que más avanzaban en su caso.

me tocaba estar detrás de las lineas de mis compeñeros de regimiento, para nuestra suerte, algunas caoticos habían salido a recibirnos, aunque ahora tenía claro que iba a dudar si conseguía entrar en la fortificación, mi principal misión en la batalla era el de curar a los aliado, no matar al enemigo, eso era secundario, "mi sargento, estare detrás de vuestras mercedes para atender las heridas de nuestros camaradas" le digo a Don Manuel, y "voy a ayudar un poco a los hienas" y tras  decir eso, levanto mi rifle y disparo la granada hacia el grupo de herejes más cercano que estaba algunos de sus compañeros, así como tenían a Campeador, como ogrete, no tendría mas cabeza que la de un niño, pero eran tremendamente util.

Agazapado en las sombras y rodeado por sus hombres, el sargento Krause hizo un barrido con su implante ocular del objetivo a conquistar y de quienes lo poblaban: montones de carne de cañón, soldados acorazados, baterías colocadas periódicamente por toda la muralla y, por último, el que debía ser el oficial al mando de aquel segmento de la fortaleza. Reinhardt captó su imagen un único segundo antes de que el inmundo desapareciera tras el antepecho del muro, pero el instante bastó con creces para saber que él era a quien se enfrentaba, la cabeza de la bestia. Un hereje, un hombre que había dado su espalda al Dios-Emperador para postrarse al servicio de los Poderes Ruinosos. Sin que nadie pudiera verlo, apretó los puños y empezó a hablar.

—Doblesueldos —dijo, a la vez que se volvía parar mirarlos—. El Enemigo aguarda, y nos enfrentamos a él solos. El general von Rauken ha tenido a bien designar este objetivo como el nuestro, sin más apoyo que el que nos da la oscuridad de la noche. Sin duda ha debido oír hablar de nosotros, porque sabe que no necesitamos de nada más.

Por algún motivo, la apuesta que había hecho Dietlinde justo antes de que se les señalara su misión le vino a la cabeza en ese preciso momento. ¿Cuál de todos esos hombres sería el primero en caer? No lo sabía, pero la certeza de que tarde o temprano perdería a sus hombres, si no su propia vida, era plena. Apuestas como esas eran juegos a los que se jugaba en prácticamente todos los regimientos del Astra Militarum, pero solo en unos pocos los soldados estaban tan locos como para apostar por sí mismos. Los Doblesueldos eran una de esas unidades, y aunque lo hacían de un modo un tanto fanfarrón, también era completamente sincero. Eran penitentes todos ellos, hombres que darían gustosos la vida por el Emperador y su Cruzada si eso ayudaba a calmar la contrición con la que cargaban desde hacía años.  

El sargento carraspeó, y tras otro rápido vistazo a la fortaleza, empezó a dictar con claridad el plan de batalla que seguirían antes de que todo, inevitablemente, se torciera: 

—Activad stummers —dijo, muy lentamente, para que cualquier distorsión que pudiera colarse en su sistema cerrado de comunicación no pudiera incitar ningún tipo de duda—.  Avanzaremos en silencio hasta el perímetro, abriremos una vía de entrada en el alambre de espino y nos parapetaremos con el muro que tenemos delante, donde las baterías no podrán alcanzarnos. Cada segundo que pase sin que nos vean juega a nuestro favor, y hay que aprovechar que todavía no se ha dado la alarma para hacer el mayor daño posible.

Señaló entonces los cañones automáticos, que apuntaban a las estrellas, buscando con avidez un objetivo al que derribar.

—Nuestro objetivo es apoderarnos de esos monstruos. Si todo va bien, treparemos la muralla, regaremos la posición con granadas y les sobrepasaremos en el combate cuerpo a cuerpo. Después defenderemos esa misma posición, pero no os equivoquéis: todos habéis visto esas armas en acción y sabéis muy bien de lo que son capaces. Necesitamos estar vivos para poder operarlas. Si nos descubren, mantendremos la posición mientras Orrin despliega cargas de demolición para demoler el baluarte y con él las baterías. En tal caso, Dietlinde y yo nos encargaremos de aportar fuego de cobertura por los flancos mientras Arrin y los demás aseguráis una posición a la que avanzar cuando sea necesario detonarlas.

Su mirada los sobrepasó uno a uno mientras hablaba, sin olvidarse de nadie, sin obviar a ninguno de sus hombres.  

—Ya habéis visto a quien nos enfrentamos, así que creedme cuando os digo que a mí también me arden las tripas de rabia. Tenemos la oportunidad de vengar la muerte de un Santo Imperial, pero para lograrlo tenemos que luchar juntos. Para eso hemos sido entrenados. Mantened la cohesión en todo momento… y hacedles pagar por su depravación.

Dicho lo cual asintió, con orgullo por tener la oportunidad de liderar a semejante tropa.

—En marcha, hermanos. Que el Emperador nos proteja.

Y por fin habían llegado al regalito que los hijos de una hiena sifilítica del Alto Mando les habían entregado. Joder, casi le faltaba estar envuelto en un lacito con una etiqueta que pusiera "Con cariño: que os jodan". ¿Pues sabes qué? Que les jodieran a ellos. Iban a tomar aquel puto sitio, lo iban a defender e iban a esperar a que el resto de cretinos llegaran allí sin apenas sudar. Y lo iban a hacer porque podían. 

La única parte mala es que, a cambio, le tocaba actuar de hombre orquesta. Él en solitario tendría que ser el técnico y sanitario de la unidad, además de otro combatiente, pues no tenían suficientes números para permitirse prescindir de nadie. Pero le sobraba la habilidad para encargarse de todo ello. O quizás hablaba su orgullo, pero para el caso, ahora mismo daba igual. Las órdenes no tardaron en llegar, ante lo que se limitó a levantar una mano y alzar el pulgar. 

Todo recibido, todo correcto. No iba a abusar de las comunicaciones si podía evitarlo, solo por si acaso. 

Otra parte mala de todo aquello es que esos pobres diablos no iban a ver la heroica figura que les aplastaba bajo sus impecables botas y les introducía en el cuerpo el amor y el miedo por el Emperador (junto a tres cuartas de acero monoafilado, claro), pero aquel era un drama con el que tendrían que vivir. El poco tiempo que les quedaba de vida, claro. Porque si algo sabía Orrin, es que aquel fuerte estaba tomado desde el mismo momento en que les habían ordenado hacerse con él. Solo que los cadáveres de su interior aún no se habían enterado de que estaban muertos. 

Arrin había asistido con cara larga y sería al briefing en la sala con todos los oficiales a la vista, así como el resto de unidades. La asignación del objetivo era la usual debido al pecado que tenían que purgar. Miró desafiante al resto cuando les asignaron su misión y más de uno agachó la cabeza o apartó la mirada, pero la mayoría lo miraron con desprecio, el mismo que él sentía por ellos.

Horas después....

El sargento había dado una buena charla y el objetivo, que tras unas horas de marcha se encontraba delante de ellos, iba a caer en sus manos.

Asintió ante las instrucciones de su superior y activó el dispositivo que les haría inaudibles, sonriendo ante la perspectiva de poder agarrar por detrás a algún vigía hereje y abrirle una segunda boca a la altura de la garganta.

Al contrario que su hermano, el disfrutaba más cuando conseguía abatir al enemigo sin que supiera que había sucedido... aunque no desdeñaba tampoco la adrenalina de una carga frontal con montante en alto.

Con cuidado, siguió los pasos de su hermano, consciente de que cuanto más se acercaran sin ser detectados, más probable que pudiera descabezar a alguno de esos caóticos.

Como era de esperar, la misión más jodida, con más probabilidades de morir y menos apoyo, nos la habían encomendado. No pude más que soltar un ligero bufido sardónico al escuchar cómo nos la clavavan. Pero lo que más gracia me hacía era que parecía que no se daban cuenta de que al final, los que conseguíamos objetivos, éramos nosotros. Podríamos morir en el intento, pero éramos los que marcábamos la diferencia. Y eso, en el fondo, todos esos estirados hijos de puta lo sabían. No podía hacer otra cosa más que comprobar mi equipo antes de salir de caza y seguir las órdenes. Un día más, una misión imposible más. 

La marcha era silenciosa, más aún cuando el sargento ordena activar los Stummers, no iban a darse cuenta de lo se le iba a caer encima hasta que fuera demasiado tarde. Llevaba mi rifle a la espalda, para evitar que se me fuera el dedo y delatara nuestra posición. Ya me había advertido el sargento que iba a dejarme a la "retaguardia", como si en una vanguardia suicida hubiera una "retaguardia", pero le había entendido a la perfección. La idea era pegarme a él para que juntos pudiéramos ofrecer fuego de cobertura si fuera preciso, o apoyar en el ataque para tomar la posición. Con un poco de suerte y gracia del emperador, lo haríamos sin que se diera la alarma y acabaríamos el trabajo antes de que nadie se diera cuenta. 

Una sonrisa de medio lado se me dibuja en el rostro mientras avanzamos hacia la alambrada.

El sargento observó a la tropa marchar con orgullo pero, tras avanzar unos pocos pasos al abrigo de las sombras, ordenó que se detuvieran y volvió a agazaparse. 

—No tengáis prisa, hay suficientes para todos nosotros —dijo, con el mismo tono aséptico que, filtrado por el sistema de comunicaciones de la escuadra, sonaba si cabe todavía más robótico—. Orrin. Haz un barrido con el auspex. Podría haber minas o detectores de movimiento. Y Gunther, avisa al mando que avanzamos hacia el objetivo. 

Morsov marchaba hombro con hombro junto a los demás zapadores. La mayoría de los gélidos e impasibles rostros estaban enmascarados por las viseras de sus tradicionales cascos de acero. Incluso el sargento tenía una que le cubría el rostro, ya estaba acostumbrado a que el maldito trasto le dificultara la respiración y hace ya un tiempo dominó la sensación de claustrofobia que en otros tiempos le causó llevar el traje completo con todos sus accesorios. Para ojos de todos los demás, él y los otros varangianos eran bombas de relojería andantes en el sentido más literal de la palabra. Tenían razón.

Con un poco de suerte, las bombas estallarían en un sitio que decantaría el curso de la batalla.

—Nos movemos, compañía. Esperemos que nuestros compañeros hagan suficiente ruido y luces como para atraer la atención del enemigo en el centro de la refriega. No pienso decepcionar al Coronel Västerström en la primera batalla.

Entonces de repente, al psíquico Jarl Brotinn ya le estaban chisporreteando los ojos y los vellos de su cabeza se estaban erizando, el sargento sintió una sardónica risa a sus espaldas y no sintió necesario el voltearse a ver a Sven esperando como le estallaba la cabeza a su compañero. Morsov no sabía si la voluntad de Jarl se debía a mera iniciativa o si estaba leyendo la estrategia que pasaba por su mente.

El sargento se aseguró de no hacer mucho ruido en sus propios pensamientos durante el resto del asalto.

—Espléndida anticipación, camarada Brotinn. ¡Todos a los cráteres a velocidad relámpago! ¡Haremos trizas esa batería así tengamos que derrumbar la fortificación completa! —el sargento empezó a moverse a paso veloz hacia el cráter que tenía de frente, esperaba que en el interior las miras enemigas no se fijaran en ellos, en medio del trote miró a su allegado más cercano—. Camarada Sven, por favor mantenga un ojo sobre los psíquicos Brotinn y Snarl cuando no tenga yo la oportunidad de hacerlo. Por el bien de todos.

En campo abierto los tiradores no tendrían muchas opciones, así que Demet vio más que apropiada la sugerencia de su compañero. Tampoco observaba ningún sitio más adecuado para campear con el rifle.

-Bien, yo el de la izquierda al fondo. Tú, derecha.- indicaciones breves como buena mujer parca en palabras que era Demet.

-¡Campeador bueno!¡Campeador desfila con plumas bonitas en el sombrero!Yo correr detrás de hombrecillos naranjas, pero no aplastar.¡SI CAPITÁN!¡Campeador corre!-el bruto bajó el destripador a media altura para cruzarlo en su pecho antes de arrancar a correr de forma torpe y desgarbada detrás de las Hienas Toxicas. Algunos se giraron intranquilos al ver al Ogrete  abalanzarse sobre ellos, pero cuando vieron su estúpida sonrisa y su cara de bobo la mayoría consideraron que no sería una amenaza

La abultada panza del ogrete saliendo por debajo de la apretada armadura ofrecía un dantesco espectáculo de grasa, sudor y arena por igual. La batalla empezaba y el subhumano estaba como si lo hubiesen dejado salir al recreo tras muco tiempo encerrado en la nave, canturreaba algo ininteligible con el ritmo acelerado de la carrera y aunque no pisó a nadie si que le dio algún topetazo a alguno de los rezagados.-Corre hombrecillo corre, sino Campeador no puede correr más. Venga tú la llevas hombrecillo naranja.-tal era el humor del Ogrete en estas lides, la ausencia de cerebro era una gran ventaja hasta que la criatura era herida en batalla. Entonces se centraba en destruir cuanto enemigo estuviera a su lado.

Onorato asintió al acatamiento de la orden de Don Ynestrillas. Detuvo su marcha un instante junto al resto de la tercera y de manera casi automática toda la escuadra cargaban sus lanzagranadas acoplados o de regimiento.

Los Tyvianos bajaron el agarre de su barril al mismo tiempo, haciendo el característico sonido. Apuntaron en arco, luego dispararon al unisonó. Los proyectiles salieron disparados hacia el cielo cortando el aire, momentos después de Lascaris comenzaría de nuevo su movimiento.  

Ya iban a avanzar... Y cambio de órdenes. Suspirando, echó mano del auspex y empezó a intentar visualizar algo con el aparato. No era mala idea, pero claro, las sorpresas desagradables formaban parte de la vida del guardia, y la élite no se libraba de ellas. Y si no era allí, sería en otro lado.