Partida Rol por web

Una vez llegan a París, Freeman te guía directamente por el aeropuerto. Miles de personas entran y salen de los recovecos y puertas del Charles de Gaulle. De alguna manera, notas en el ambiente que es una ciudad que hace honor a su fama, el lujo y esa esencia bucólica que tanto achacan a la capital francesa parece que puede saborearse como las trazas de algo dulzón a tu alrededor, aún estando en un aeropuerto donde sabes que lo único que se mezclan son el aire acondicionado, efluvios humanos y quizás una mezcla indistinguible de perfumes a cuál más complicado e incluso hediondo.

Tu guía te acompaña hasta el aparcamiento, donde una limusina negra parece esperarles. Un chofer vestido con el típico atuendo negro, con gorra negra, guantes de cuero y demás parafernalia, les abre la puerta a un pequeño mundo dentro de aquel vehículo.

La tapicería de piel, en color crudo, huele aún a nueva, como si estuviera recién limpiada o quizás incluso recién puesta. Entre dos sillones, ves una mesa de lo que parece ébano, negro y pulido, baja pero lo suficientemente ancha como para ser accesible desde los dos lados y tener sitio para jugar a algún juego de mesa. De hecho, una vez te sientas, puedes ver que la mesa exhibe, como parte de ella, dos tableros. Uno es de ajedrez, o de damas, con las características casillas blancas y negras alternadas. En la mitad de la mesa, ves un tablero que no conoces, aunque ves que tiene muchas casillas, 63 en concreto. De vez en cuando, ves casillas que exhiben cosas especiales, y llama la atención que abundan los dibujos de ocas. También te llama la atención, en la 58ª casilla, la presencia de una pequeña representación de la muerte, con túnica negra y guadaña. Sabes que alguna vez lo debes haber visto, pero no puedes estar seguro.

Más allá, habría espacio también para un tablero, pero ves que hay dos impresiones circulares, una a cada lado de la mesa, presumiblemente para poner vasos. Colgando del techo, puedes ver un pequeño monitor plano de televisión, de unas 17 pulgadas, que muestra imágenes de tapices y miniaturas medievales de temática religiosa, reconoces que hay varias órdenes religiosas, aunque no logras concretar nada exactamente más allá de los Caballeros Templarios, famosos gracias a las películas y los libros.

Tras varios minutos de silencio, el coche llega hasta la Place Vendôme. En cuanto bajas, con el chofer abriendo la puerta, el mediodía ya ha pasado y el cielo está con ese leve color gris que anuncia el comienzo de una tarde melancólica.

Ante ti se erige un edificio, más bien un palacio, del estilo barroco de París, como las zonas más nuevas del Louvre, y el lujo parece inundar el lugar como una bocanada de olor a dinero y Chanel No 5.

Ralph se dirige a la entrada, y enseguida ves cómo uno de los guardias, con su uniforme de esclavo, va a detenerlos, seguramente por la falta de etiqueta, pero cuando llega, el policía le enseña algo que no puedes ver, y el hombre se disculpa y va hacia atrás.

Cuando entran, las miradas parecen automatizadas para mirarlos. La gente vestida de marca de arriba a abajo parece automáticamente ser repelida por algún magnetismo extraño en cuanto ambos se adentran. El hombre los ignora por completo.

Llegan al mostrador de recepción, donde el hombre que atiende se dirige a tu guía con un perfecto francés, digno de su cara de caniche asqueado ante un trozo del excremento más kitsch que sus ojos bien acostumbrados a los delicados efluvios de las altas esferas hubieran visto. Ralph le responde en inglés y le informa que hay una reserva a nombre del señor JM. Le extiende un papel y el caniche enseguida parece verle el diamante al excremento con el que habla. Sonríe y les da dos llaves. Ralph te entrega una de la dos, que pone: Suite 6.

Enseguida, sin decirte nada más que un risueño "Vamos", sube contigo por el ascensor hasta un largo pasillo. A cada paso puedes ver una nueva fortuna decorar el hotel. La riqueza inunda el lugar como los perfumes excesivamente dulzones que llegan a causar náuseas. Por fin, llegan a una puerta, separada de las demás por una considerable distancia y te da pie a que abras.

Bueno, ésta es tu habitación. El viernes nos veremos. Supongo que te llamarán el jueves para darte los detalles de la reunión.

Sin más, se da la vuelta y se aleja, lentamente, las manos en los bolsillos.

-Pues hasta el viernes entonces.

Harry se despide de Ralph desde la puerta, con la maleta en una mano y la tarjeta-llave en la otra. Cuando se gira para entrar en la habitación no puede evitar un gesto de sorpresa. Está acostumbrado a las típicas habitaciones de hotel, con apenas el espacio suficiente para una cama, una mesa con TV y un armario empotrado; pero aquella suite es enorme y de un lujo exquisito. Lo cierto es que le recuerda a los años en que vivío en la mansión de su tio y eso le hace torcer el gesto.

Cruza la amplia sala de estar, entra en el dormitorio y deja la maleta al pie de la cama. Se quita la chaqueta y se refresca en el impresionante baño. Después se dedica a curiosear la suite. Joder, si hasta tiene dos televisores. Uno en el dormitorio y otro en la sala de estar. Y es una pantalla de plasma enorme.

Durante unos minutos se deja embaucar por tanto lujo, pero después recupera su sentido práctico y cínico. ¿No habrá cámaras o micrófonos por la habitación? La verdad es que no le sorprendería lo más mínimo, así que se pone a buscarlos.

Todos los sistemas electrónicos emiten campos electromagnéticos cuando funcionan. Un uso apropiado de Fuerzas y Correspondencia podría ayudarle a percibir algo fuera de lo normal. Usando su baqueta y su cristal como focos de su poder, comienza a registrar la suite.

Enseguida, la baqueta, dirigiendo tu poder y tu creencia en su simbolismo como atributo marcial, masculino, el sexo de las Fuerzas de las que tu —casi a regañadientes— Tradición es mayor representante, vibra ligeramente, y en tu mente empiezas a sentir con mayor fuerza, con la certeza absoluta que sólo la Magia Despertada te puede dar, las fuentes de ondas electromagnéticas dentro de ese lugar. Son campos estáticos, muchos propios del afán congelante de la Tecnocracia. Los televisores, el ordenador en una mesa, incluso la nevera emite un rumor. Sin embargo, no sientes nada extraño, todo lo propio de un lugar equipado con la tecnología del momento.

Un poco más tranquilo, aunque sin fiarse del todo (pues aún pueden vigilarle mágicamente), se acomoda en el impresionante sofá reclinable con sistema de masaje.

Uohh... En el cielo debe haber unos cuantos de estos...

Se entretiene un buen rato zappeando por la infinita lista de canales, hasta que se da cuenta de un detalle... Coño, ¿estás en Paris y te dedicas a ver la tele? ¡Muévete!

Se levanta como un resorte, recoge su chaqueta (guardando en su interior la baqueta y el cristal), y baja hasta recepción. En el ascensor coincide con una pareja. Parecen sacados de una portada de moda, más aún comparados con la indumentaria de Harry: unos pantalones vaqueros y una chaqueta de cuero desgastada. Con su picardía habitual les dedica una sonrisa de aparente disculpa.

Por fin en recepción, no puede evitar el impuslo de dar a la campanilla, aunque el recepcionista ya esta frente a él.

-Sí, hola, soy el de la suite número 6. A ver si puede ayudarme, es que tengo la tarde libre y quería visitar la ciudad. ¿Me puede dar alguna recomendación?

El tipo mira con asco la campanilla y con aún mayor desagrado hacia ti. Sin embargo, parece recatarse enseguida y cambia su expresión a la más pomposamente aduladora que le es posible.

Tiene usted a su disposición varias brochûres en ese stand de allá —señala hacia una mesa tras la que hay varios folletos—. Pero le recomiendo, si no ha visitado la ciudad, los grandes monumentos de París. La Tour Eiffel, le Palace du Louvre, l'Arc du Triomphe, Nôtre Dame, incluso Versailles, aunque esté algo más alejado. Por supuesto, el barrio de Pigalle y el Moulin Rouge, tan famoso. Puede hacer un pequeño viaje por el Sena a bordo de un Bateau Mouche. En el centro encontrará lugares donde comprar lo que le plazca, así como infinidad de sitios para pasar una agradable velada. Asimismo, el Hotel Ritz Paris le ofrece, si no quiere salir, una gran variedad de servicios.

-Gracias, salao -Harry se complace en chinchar al estiradillo-. Pues supongo que comenzaré por la clásica visita a la torre Eiffel. Anda, se buen chico y llamame un taxi.

Antes de salir recoge varios de los folletos que le indicó el recepcionista.

El hombre te mira con aún mayor asco y marca el teléfono. Al salir, te encuentras varias limusinas aparcadas, algunas que llegan, otras que se van.

Tras un par de minutos, ni cinco, llega un taxi.