Partida Rol por web

El Sargento avanzó hacia el cultista con pasos espasmódicos, temblando y gruñendo mientras de sus labios caía una baba espumeante de color rojizo, que le dejó sendos surcos en las comisuras de los labios. Su ojo izquierdo se guiñaba cada pocos segundos de forma aleatoria, con la vena bien marcada en la sien. Un disparo láser fulminó al cultista, y al ver al Pater libre de peligro, Karl soltó el cuchillo sierra, que repiqueteó en el suelo con un sonido que le pareció burlón, como si fueran los ecos de unas risas dementes provenientes de un sueño. - ¡RAAAAAHHHHHGGGRRR! - gritó, cogiéndose la muñeca y mirando las quemaduras que tenía. Las imágenes que habían cruzado su mente tardaría en olvidarlas, ésto unido a la experiencia en la casa de la vidente, le haría ir durante muchas horas y días a rezar a la Iglesia, buscando purgar el hedor que ahora sentía en sus dientes. 

El dolor que había sentido le sirvió para alejar el ansia de matar a esos cultitas durante unos momentos, durante los cuales se percató que ya no quedaba ninguno en pie. Había que salir de allí, habían llamado demasiado la atención y justo ahora los arbitres estaban despistados. 

Se levantó como pudo, dirigiéndose hacia su cuchillo reglamentario caído y lo agarró con su otra mano, guardándolo en su funda. - Coger a esos dos, atadlos. Nos los llevamos. Registrad los cadáveres de los líderes de la banda, buscamos información, pero nada más, no tocar nada que lleve símbolos extraños o herejes. ¡Daos prisa en hacerlo, nos vamos, todos al vehículo! - dijo, apretando los dientes y farfullando casi entre ellos. Se notaba que le costaba hablar, y los temblores y sacudidas, aunque leves, no le abandonaban. Tomando la mayor responsabilidad, pues para eso era el Sargento, se acercó al líder cultista y lo registró tratando de tocarlo lo mínimo indispensable, buscando algo que le pudiera dar alguna pista o información*. 

Karl había aprendido a la primera. No le hacía falta una segunda muestra para saber qué podía y qué no podía tocar. 

Los disparos de Ulrich acabaron de rematar al líder de los cultistas, y el último de ellos fue igualmente acribillado por los pandilleros. Tan solo quedaban dos de estos, mientras que ellos, como era de esperar, no tenían que lamentar baja alguna, y también los arbites dejaron de machacar el cuerpo el otro cultista para evaluar la situación. Ulrich aprovechó para cambiar el cargador de la pistola láser, soplar el humo que salía del cañón, y guardar el arma tras hacerla girar un par de veces sobre su dedo.

Ante la orden del sargento, del cual no le pasó desapercibido la reacción al atreverse a coger un cuchillo del enemigo, se acercó al líder de los pandilleros para apresarlo cuando se giró al escuchar aquél ruido de motores y gritos. Algo estaba viniendo hacia ellos a bastante velocidad y montando un auténtico jaleo. Algo que salía en aquél preciso momento desde la subcolmena.

Los cultistas y pandilleros habían sido pan comido, y aun así había gastado la mitad de la munición que llevaba encima. Tenían un par de heridos leves, y las fuerzas de seguridad de la colmena los habían identificado y declarado traidores por a saber qué. Mejor salir de ahllí rápido y regresar cuanto antes a la base... si es que eso seguía siendo una opción.

Apenas había servido de mucho en la batalla contra los cultistas, pero es que ese no era el trabajo de un operador, mi trabajo era llevar al equipo del punto A al punto B. Miro extrañado las acciones del sargento cuando este intenta tomar entre sus manos el arma de un hereje, así que no tengo ninguna intención de poner mis manos sobre los rendidos ni sobre todo a los muertos.

- Mejor voy por el camión, las cosas se pueden enmierdar enseguida. 

Dirijo mis pasos hacia el camión, con suerte seguiría allí y no tendríamos que volver arrastrado a nuestras presas, aunque la pregunta que me rondaba es que a donde volveríamos ... pues ante lo que habían visto, podíamos tener en nuestra contra al comisariado local, y eso no era nada bueno. 

El operador de la escuadra, tras pararse a escuchar detenidamente unos segundos, pudo determinar que estaban más cerca de lo que parecía. Podría resultar algo arriesgado pararse tanto tiempo a buscar en los cadáveres, pero ciertamente, en poco menos de un minuto los tendrían encima.

El tecnosacerdote terminó de acumular la energía necesaria en el momento en que el último rival caía y, por eso, decidió disiparla abriendo todas las zonas de fuga de su cuerpo y expulsando un vapor blanquecino mientras el vapor salía por todos lados. Acabó por ignorar las palabras del sargento porque, ¿para qué iba a coger algo con símbolos extraños?. Eso era de imbéciles habiendo vivido lo que ellos habían vivido en su planeta natal.

-Voy contigo -dijo el tecnosacerdote al conductor. Quería comprobar si durante toda esa refriega había sufrido algún tipo de daño.

Tras pararse a escuchar detenidamente unos segundos, Grigory pudo determinar que estaban más cerca de lo que parecía. Podría resultar algo arriesgado pararse tanto tiempo a buscar en los cadáveres, pero ciertamente, en poco menos de un minuto los tendrían encima.

-En menos de un minuto estarán sobre nosotros -informó el tecnosacerdote a todo el que le escuchara- debemos irnos y olvidar los cuerpos.

Y los justos habían triunfado. Como no podía ser de otro modo, alabado fuera el Emperador. El problema es que ahora su fervor religioso (inducido por la paranoia y el sano aborrecimiento a la bruja, como trataba de recordarle la parte de su cerebro que aún mantenía alguna clase de control, con escaso éxito) quedaba sin blancos. Y, además, parecía que algo o alguien se les echaba encima. 

Por eso Ibn sofocó las alabanzas y salmos que querían nacerle, en un esfuerzo sobrehumano, pues no era el momento. Era el momento de salir de allí. Y era una orden que debería haber dado el sargento, pero parecía pasarle... Algo. Algo extraño. Quizás relacionado con aquel abominable cuchillo que había dejado caer. 

-S-sí, debemos... Ngh... Por el Emperador, debemos salir de aquí-replicó, haciendo uso de toda su fuerza de voluntad. Alguien tendría que apoyar las palabras de sus compañeros, al fin y al cabo. 

Karl miró incrédulo a sus hombres. - Quizás no me he explicado bien. Coged y atad a esos dos sarnosos y llevadlos al vehículo. Registrad a los líderes, buscamos información y podrían tener alguna. Y cuando lo hayamos hecho, nos vamos. Es una puta orden. - sus tembleques y guiños no restaron un ápice de autoridad a sus palabras, es más, de alguna forma reforzaron la sensación de que el sargento estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para mantener el orden.

-Será una puta orden, pero es ilógica -sentenció el tecnosacerdote- ¿Oye eso? -alzó un dedo al aire para puntualizar el sonido de los motores- en unos cuarenta segundos, treinta si mantienen la velocidad, estarán encima nuestra. ¿Sabe cuantos son y si podremos con ellos? -negó con la cabeza- ¿quiere preguntas? Arrástrelos al vehículo y los interroga en movimineto, sino prepárase para combatir y, tal vez, morir. Porque si son las cosas que vimos en el video... -negó con la cabeza.

No entendía como al médico de su grupo se le pasaba por alto los tics que tenía, pero mientras estuviera así, Grigory se plantearía muy bien las órdenes de su sargento.

Órdenes eran órdenes, y eran la razón por la que estaba poniendo una pistola en la nuca de uno de los pandilleros para incoarlo amablemente a que le siguiera. La otra razón era que era un simple desviado del camino y no uno de esos cultistas, o habría sido degollado en menos que canta un gallo. Estaba ya levantando al hombre cuando encontró las discusiones del resto recibiéndole.

"..."

El cura pergeñó un gesto agrio. No era algo que necesitaran, no ahora mismo.

-Obedeceréis las órdenes de vuestro superior -dijo, tajante- Pero mi sargento... no disponemos de cuerdas. Ni creo que el chimera tenga bastante espacio para llevarnos a toda esta gente.

Siguió haciendo andar al suyo mediante persuasión láser. Puede que no estuviera muy seguro de que cupieran todos los prisioneros, pero con uno al menos estaba dispuesto a hacer un esfuerzo.

-Desplegarnos a la posición del vehículo y usar su superior potencia y vigor, alabado sea el Emperador, para tomar medidas contra la escoria que viene, quizá sea una idea prudente.

Era el sonido de cientos de pasos lo que hizo que me pusiese aun mas nervioso, esa necesidad de llegar al camión hizo que empezase a correr hacia el vehículo de la unidad. Encender el camión y recoger a mis compañeros era lo único que me preocupaba ahora mismo, pues había visto lo que habían hecho al mando de la otra unidad y no quería ver como otro de los nuestros terminaba así.

- Os recojo y nos piramos, esto se va a poner feo. 

- Pues entonces no pierdan el tiempo discutiendo órdenes. - dijo el sargento mientras registraba al líder caído. - Conductor, vaya, arranque y traiga el vehículo, nosotros iremos ahora mismo hacia allí. Quién sea, que registre al líder pandillero y se vaya corriendo al vehículo. El resto, todos al vehículo. Padre, bien hecho. - 

Aquello no le gustaba. Y no le gustaba porque, incluso en su puntualmente demente estado, podía ver claro como el día que el sargento parecía "alterado", por decirlo de algún modo. Lo que, junto con lo potencialmente suicida del momento si el adepto de Marte tenía razón, convertía la situación en una de esas situaciones en las que otro mando "retira" de la jugada al comprometido. A veces, en el sentido más definitivo del término. Pero no tenían otro mando. Y no iba a convertirse en un insurrecto. 

Y si no tenían otras órdenes, y no quería actuar contra ellas, no quedaba más que un curso de acción para intentar sortear el problema: actuar rápido.

-Nnnnhh... Nsí, señor-replicó finalmente, y a toda la velocidad que pudo lograr registró al fiambre más prometedor que pudo localizar, para después echar a correr en pos del camión con lo que hubiera descubierto, o no. 

La calle estaba completamente vacía, el combate contra los herejes y pandilleros había provocado que todo el mundo se escondiera en sus casas o sencillamente se fuera de allí presas del pánico, pero claro, aquella solo era una calle, una calle más de cientos, por las demás habría gente que ni hubiera escuchado los disparos ni los gritos, ajena a todo lo que se les venía encima pues la subcolmena se había alzado por fin.

Mientras el sargento e Ibn buscaban en los bolsillos y ropajes de los dos líderes que tenían cerca, los primeros civiles pasaron corriendo por el final de la calle, la amplia mayoría yendo por la perpendicular, desapareciendo de la vista de ellos rápidamente mientras que algunos sí que huían por la que los drovelianos se encontraban. Algunos de ellos gritaban a los arbites para que hicieran algo, pero estos les respondieron con una confusión supina. Unos retrocedían de espaldas y otros amartillaron sus escopetas.

Los cacheos fueron infructuosos, no encontraron nada en absoluto, nada reseñable, por su puesto. Un poco de droga, un icono maldito que provocó que los tics de Karl se acrecentaran, pero nada más. Acababan de perder un tiempo valioso pues nada más erguirse ambos tras finalizar su búsqueda, las primeras motos aparecieron al fondo, siguiendo a los civiles, disparando armas de pequeño calibre, liberando una tormenta de balas sobre la muchedumbre que huía presa del pánico.

Los arbites se encontraban algo lejos, bloqueados en su mayoría, armas listas de un par, titubeantes de otros. Los drovelianos habían empezado a abandonar el lugar, pero Darya y Vera se encontraban bastante rezagadas con respeto a los demás. Las miradas que se iban lanzando hacía la espalda fueron revelando que los atacantes los habían visto - ¡Aquí hay imperiales! - gritó una voz que se hizo perfectamente audible porque llevaba un vox consigo; la alarma no tardó en darse y las primeras motocicletas que iban por el grosor de la fuerza alzada giraron y comenzaron a disparar contra los arbites, los cuales devolvieron el fuego con sus armas. 

El tiroteo fue intenso, y seguramente muchos de los drovelianos querrían girarse y devolver el fuego o combatir, pero aquello era una idea de lo más estúpida, vistazo tras vistazo quedaba bastante claro que luchar sería, a todas luces, un suicidio que no serviría absolutamente de nada. Sorprendentemente los arbites estaban aguantando gracias a que iban muy bien acorazados, y hasta pareció que habían derribado a muchos de los rebeldes, los cuales, no se parecían en nada a los primeros que se enfrentaron los drovelianos; no, estos tenían las cabezas rapadas, su piel era de color purpura y muchos tenían un aspecto extraño, alienígena. Sin duda no sabían de qué se trataba, pero ya estaban desbordando a los arbites.

La carrera de los tempestus prosiguió, una lluvia de disparos repiqueteó contra el ferroasfalto, pero a los pocos segundos, pudieron ver como Safwan y Grigory salían a la calle principal con el camión. Los prisioneros subieron y luego el resto; por mucho que Karl hubiera pretendido ir el ultimo, Vera y Darya eran las que ocupaban ese lugar junto a sus ayudantes. Uno a uno fueron subiendo al transporte, pero de pronto, un chillido que todos reconocieron de las grabaciones resonó por la calle por encima del ruido que provocaba el viejo motor del camión.

Si ya iban con prisa, al escuchar como ese chillido era respondido, la velocidad de los soldados se redobló, pero de poco importo, aquello ya estaba escrito y tan pronto como el sargento apremiaba a los rezagados a subir, cayeron sobre ellos dos xenos de imponente tamaño, con múltiples brazos y una avidez asesina que en pocos seres vivos se podía ver. Los drovelianos dispararon sus armas láser, pero el duro caparazón que protegía sus encorvados cuerpos demostró que estaban prácticamente desarmados contra esos xenos. La intención de salvar a las dos se esfumó de la mente de cualquiera de ellos, las afiladas garras las estaban mutilando a una velocidad sobrehumana e Ibn supo desde el primer instante, que nada se podría hacer por sus vidas.

Normalmente nunca se dejaba atrás a los heridos, pero los enemigos revelados se estaban acercando demasiado y Safwan no le quedó otra, al verlo por el retrovisor, que pisar a fondo el acelerador para salir de ahí. Los genestealers se quedaron disfrutando de su festín, devorándolos con bastante ansia mientras miraban al camión y sus integrantes con una mirada que denotaba una inteligencia superior, y el palpito fue igual para todos, aquellos asquerosos xenos se sabían victoriosos. Ahora tendrían que hacer que el sacrificio contara, porque las motos acababan de sobrepasar los cadáveres parcialmente devorados de Darya y Vera y amenazaban con alcanzar al camión.

Ulric puso las manos detrás de la cabeza al líder pandillero capturado y empezó a andar tras él mientras lo apuntaba con su arma, una vez empezaron a moverse. Apretó el paso cuando le pareció escuchar que el estruendo se aproximaba, y empujó al pandillero para que avanzara cuando vio como los civiles salían corriendo... huyendo de algo. Aun así, para cuando la mierda empezó a alcancarles, no habían recorrido mucho terreno.

Los motores que oían resultaron ser motoristas, que se movían entre la multitud disparando y asesinando sin piedad. El culto al Caos debía de ser mucho mayor de lo que creían si tenía tantos fieles a su servicio, y necesitarían tanto su equipo como a buena parte del regimiento para poder frenar una ofensiva de aquella escala.

Varias de las motos se separaron del resto para lanzarse hacia la calle en la que estaban, enfrentándose a los arbites. Contra esa magnitud, estaba claro que los oficiales de la ley no aguantarían demasiado, a pesar de que se cobrarían caras sus  vidas. Algunos moteros ya iban a por ellos disparándoles. Todavía estaban lejos para hacerlo con precisión, pero con sus vehículos los tendrían encima en nada.

Por suerte, el transporte que habían ido a traer el tecnosacerdote y el operador de la escuadra apareció frente a ellos y no tardaron en ir subiendo. Aun así, tenían al enemigo peligrosamente cerca... no sabían bien cuanto. Un chillido inhumano los hizo mirar hacia el cielo, incrédulos ante la imposibilidad de que aquella amenaza estuviera en la colmena también. Pero vaya si estaba en ella.

Dos sombras cayeron del cielo sobre Darya y Vera, aplastándolas contra el suelo mientras una mutitud de brazos acabados en garras capaces de atravesar armaplás como si fuera papel descendía sobre ellas. Ulrich se giró para dispararles, pero aquella simple pistola láser era incapaz de hacerles nada, por lo que no tuvieron otra que encerrarse en el camión y que este los sacara de allí lo antes posible. Ya tendrían tiempo de llorarlas más tarde.

Ya con el vehículo en marcha, Ulrich miró a sus compañeros sin acabar de creerse lo que estaba sucediendo — ¿Eso... Eso eran Genestealers? — preguntó, de forma más retórica que nada, conociendo perfectamente la respuesta.

Nuevos disparos repiquetearon sobre el chasis del transporte. Aquello no había acabado ni de lejos. El tirador de la escuadra cogió de nuevo su pistola y se situó en la parte trasera del vehículo, para ver como las motos pasaban al lado de los xenos sin que estos les hicieran el menor caso. ¿Qué demonios...?

Apuntó con su arma al motorista más cercano y apretó el gatillo. Debido al traqueteo de los vehículos y la velocidad de las motos, tuvo que tomarse su tiempo, y ello le perimtió fijarse mejor en la clase de enemigo a la que se enfrentaban — ¡Esto no es ni un culto del Caos ni una simple sublevación! — gritó por encima del ruido de motores y disparos.

Solo había visto cientos de sombras acercándose a nosotros cuando decidí correr hasta el camión, un destartalado camión que tendía que sacarnos del problema. En la calle se oían ya los disparos y los gritos, los arbites se preparan para la batalla mientras que los civiles caen ante las oleadas de enemigos que salen de las catacumbas de la colmena. Dejamos el camión en medio de la calle y mientras el resto de la unidad cargan a los herejes atrapados, veo por el retrovisor como la horda acaba con Vera y Darya ... un grito muere en mis labios. - Joder no ...

Acelero el camión cuando un golpe en la parte trasera de la caja me da la señal de salida, no quería terminar despedazado como había visto a mis compañeras en medio de la calle. 

Pues ya está. Estaban jodidos. La orden, efectivamente, les había salido cara. Pero no era el momento de echárselo en cara, y seguramente nunca lo fuera. Si sería porque estarían demasiado muertos para ello, o porque simplemente no correspondería, era algo que estaba por ver. Las muertes de las dos soldados fueron especialmente sangrientas, a manos de unos xenos que no sabía qué diablos eran, pero parecían compartir coloración con los motoristas que ahora les perseguían. Y él no iba a dejarse atrapar así como así. 

Dejando a su asistente al fondo de la cabina, se adelantó para apoyar los disparos del especialista, mientras no paraba de recitar letanías por lo bajo, decidido a no dejarse matar. 

El sargento iba en último lugar, o al menos eso creía él, cuando se percató de que Darya y Vera estaban algo retrasadas al resto. - Maldita sea....¡corred!. - les dijo, haciendo señas con el brazo y señalando al camión en el cual todos estaban subiendo con cara de incredulidad y pánico creciente. Durante esos pocos segundos, el tiempo pareció paralizarse e ir a cámara lenta. Karl podía ver a los arbitres disparando y derribando a los cultistas moteros que se habían lanzado hacia ellos, pero eran insuficientes para lo que se les echaba encima, y pronto varias motos sobrepasaron la línea de contención mientras los arbitres caían uno tras otro, sin que al sargento se le escapara el tono púrpura y ciertas mutaciones que hacían sobresalir huesos o similar en algunos puntos de su anatomía.

Al mirar hacia sus compañeras preguntándose qué puñetas era lo que hacía que sus soldados pusieran cara de estar cagándose en los pantalones, se quedó lívido cual vela de cera. Dos de los más temidos enemigos que un soldado pudiera enfrentar cuerpo a cuerpo se acababan de echar encima de cuatro de sus soldados, haciéndolos trizas en apenas unos instantes. Los gritos de dolor y pánico se confundieron con los chasquidos de las pistolas láser que, inútilmente, hacían rebotar sus rayos contra los caparazones quitinosos de esos dos malnacidos. Sin perder ni un instante Karl cerró la compuerta del camión a su espalda dando un fuerte golpe con su mano para indicar al operador que apretara al máximo. La respuesta del vehículo vino con un salto hacia adelante que les hizo a todos tenerse que coger para no caer al suelo. 

Con los chillidos en los oídos y las miradas acusadoras de sus hombres bien presentes, ordenó lo único lógico. - ¡FUEGO A DISCRECIÓN, ACABAD CON ESOS MALDITOS!- 

A pesar de todo lo que pudieran pensar, su Sargento había entrado el último en el camión, y no se había arrugado al ver a aquellos seres. Podían decir de él lo que quisieran, pero no era un cobarde y de algún modo, inspiraba a los demás a no ceder ante el mero miedo o las atrocidades.*

Ya llegaría el momento de llorar a los caídos, porque el momento de reprochar órdenes nunca llegaría, al menos no por parte de sus soldados, sin embargo, lo que pudieran decirle o hacerle sus superiores, era otro cantar. 

Intentado controlar sus tembleques, buscó una posición desde la que pudiera disparar al enemigo sin molestar a nadie.*

- ¡VAMOS, VAMOS JODER! ¡DISPARAR POR PAREJAS AL MISMO OBJETIVO, UTILIZAR RÁFAGAS, QUIERO QUE OS QUEDÉIS SIN MUNICIÓN!- los gritos del sargento, y sus instrucciones, parecían alentar a sus hombres. No había duda que en momentos de tensión, alguien que dirigiera los esfuerzos del grupo era una buena idea. - Safwan, no se deje llevar por el pánico y recuerde que tiene que frenar antes de coger las curvas y acelerar dentro de ellas, las ruedas se agarrarán mejor. Vamos, usted puede. - le dijo al operario.