Partida Rol por web

—El mismo—respondió Kifel con convicción.

Al ver el gesto convencido de Kifel, Baractus se relajó.

—Perdonad, es solo qué... bueno, no esperaba que mi sobrino tuviera asuntos con la iglesia de Alcor. Es un buen chico pero, no ha elegido el modo de vida adecuado. ¡Ay si mi hermana levantara la cabeza! Aunque si colabora con el Radiante creo que de alguna forma la reconfortaría, allí donde esté.

El herrero suspiró resignado.

—Sin embargo tiene que haber algún error. Seizan estuvo aquí hace unos días, vino a verme, pero ese mismo día se volvió a Puerto del Amanecer. Su barco se marchaba a Bahía Clara. ¿De verdad habían quedado aquí hoy?

- Lo cierto es que nos pidió ayuda… - Dijo la sacerdotisa.

Improvisar no era su fuerte, pero no le iba a quedar más remedio. No obstante, ya había ido en busca de ovejas negras en otras ocasiones. En eso sí tenía algo más de práctica, aunque no era su función principal en la iglesia de donde venía. Al fin y al cabo los alcoritas formaban parte de una comunidad bienintencionada que trataba de ayudar a la gente. ¿Qué podía salir mal?

Si realmente, el tal Seizan estaba involucrado en algo, podían pasar dos cosas, o bien que el señor Baractus fuera realmente un tío preocupado por su sobrino y sabiendo de sus actividades habituales pretendiera ayudarles, o bien podía estar en el ajo y haber dicho aquello por mero disimulo. Quedaba una tercera opción, que Seizan no estuviera al tanto de lo que pasaba con la droga y sólo hubiera hecho un trabajo esporádico y por lo tanto Baractus menos aún. Pero Daha no contemplaba aquella opción.

- ¿En Bahía Clara? – Preguntó Daha. – Bueno sí… suele frecuentar ese puerto. De hecho fue la hermana Kerrain de Bahía Clara quien nos mandó una misiva con los pormenores... – Afirmó Daha como si lo conociera. - ¿No nos dijo ella que le encontraríamos aquí? – Le preguntó a Kifel. – Debe haber habido algún error. - Apretó los labios contrariada. - ¿Sabe dónde vive cuando está en Bahía Clara? ¿Algún contacto? – La semielfa apretó los dientes. – La hermana Kerrain es monja de clausura y es difícil contactar con ella. Podríamos partir hoy mismo hacia Bahía Clara, pero prefiero ir sobre seguro... No me gustaría que ahora que el bueno de Seizan quiere encarrilar su vida, se trunque por un error administrativo…

El herrero miró a Daha sin entender muy bien lo que decía.

—Ehhhh.... pues no, me temo que no—dijo mientras se rascaba la barba—. Quiero al muchacho pero mientras menos sepa de sus actividades mejor para todos, en especial para mí. Ya es difícil la vida en Mena de Oro como para tener que algo que ver con los problemas del chaval.

Baractus cerró los ojos y suspiró.

—Lo lamento de veras.

Si algo les quedó claro a Daha y a Kifel era que o el hombre estaba siendo tremendamente sincero o era un actor digno de los mejores teatros de Puerto del Amanecer.

- ¡Vaya! - Exclamó la sacerdotisa. - Una verdadera lástima, si señor... - Dijo entonces. - Si es así... nada más podemos hacer por él. - Suspiró apesadumbrada. - ¡Pues nada más señor Baractus! ¡Que pase un buen día! 

Daha se dio media vuelta y agarró a Kifel sel brazo tirando de él. El pelirrojo no sabía muy bien a que estaba jugando. Lo que estaba claro era que aquel interrogatorio había sido del todo infructuoso. Para empezar, parecía que el herrero no sabía que le había sucedido a su sobrino. Lo cierto era que parecía bastante sincero y Daha se lo había creído. Eso le daba una oportunidad de sonsacarle algo más. Si realmente estaba lo más mínimamente preocupado por Seizan, igual colaboraba.

- ¡Por cierto...! - Se dio media vuelta. - La hermana Kerrain nos dijo que el joven Seizan tenía algo para ella. Un paquete o algo. ¿Sabe si se lo llevó? - Le preguntó entonces. - ¿Sabe si Seizan portaba un paquete la última vez que le vio y embarcó hacia Bahía Clara? - De aquella forma intentaba saber si el polvo había pasado por aquella casa. - Lo digo porque, aunque no se de la naturaleza de su contenido, la hermana Kerrain me mencionó, que la última vez que Seizan fue a verla, tenía que llevarle ese dichoso paquete y dijo haberlo olvidado aquí, en Mena de Oro. ¿No lo habrá vuelto a olvidar, verdad? ¿Sabe de que le hablo, señor Baractus?

Baractus miró a Daha sin entender nada. Posiblemente las improvisadas excusas de la alcorita empezaban a transmitirle cierta desconfianza.

—No. Ningún paquete. Aunque supongo que eso es bueno, si la hermana Kerrain está en Bahía Clara, Seizan podrá entregárselo. En fin, que tengan un buen día.

Antes de que Daha dijera algo más, Kifel se adelantó mientras tomaba a la clériga por el brazo, quizás con un poco de fuerza.

—Que tenga un buen día señor Cufford.

Después el pelirrojo dio un pequeño tirón a la semielfa para que le siguiera y cuando se alejaron lo suficiente se pasó la mano por la cara.

—¡Joder Daha!—dijo algo tenso— No puedes empezar a soltar una trola tras otra sin pensarlo sin que te acaben pillando. ¡Y te lo dice alguien que se ha pasado la mitad del tiempo que llevo como guardia mintiendo a mi sargento! En fin…

El guardia suspendido hechó el aire.

—Si quieres mi opinión, creo que éste está limpio.

Daha y Kifel se despidieron finalmente de aquel hombre que, o bien era un gran actor, o por contra era del todo inocente. Habían perdido un tiempo valioso, pero al menos habían descartado una de las posibles pistas. Sólo esperaba que Corianne, Iskal o Nekaua hubieran encontrado algo, porque de lo contrarió estarían en las mismas. 

- Teníamos que darle una última vuelta de tuerca... - Se excusó la sacerdotisa. - ¿No lo crees? Al fin y al cabo, que Baractus crea o no que somos unos mentirosos es lo de menos. Pienso que si está involucrado, cosa que como tú también dices, parece poco probable, puede que envíe a alguien a vigilarnos o incluso a matarnos. - Daha se detuvo en el momento en que consideró que Baractus ya no podía escucharlos. - En ese momento, querido Kifel, seguro que daremos con una pista fiable. - Siguió caminando para detenerse nuevamente y tan sólo tres pasos después. - Eso si sobrevivimos claro. - Sonrió. - ¿Buscamos al resto?

—¡Hermana por favor!—exclamó Kifel fingiendo escándalo— ¡Pensaba que el mentiroso al que no le importaba lo que pensasen los demás era yo!

Tras la broma el pelirrojo se puso más serio.

—No olvides la reputación que tiene Mena de Oro. Cualquiera podría ser un criminal y no por ello estar metido en toda esta mierda del Polvo de Escorpión. De hecho si fuera alguieroblemático, aunque sin relación con nuestro asuntos, podría mandarnos a alguien sólo por el espectáculo que hemos dado. Pero esperemos que no sea el caso. En fin, es tarde. ¿Qué te parece si comemos algo antes de ir a ver a los demás?

La exclamación de Kifel puso de nuevo en alerta a Daha. Pensaba que lo estaba haciendo bastante bien por el momento y que Panocha entendería sus motivaciones. Aquel "¡Hermana por favor", la descolocó por un momento. Suerte que enseguida, la continuación de sus palabras le indicó a la sacerdotisa que las palabras de Kifel iban en tono de broma y pudo respirar tranquila. ¿Se estaba integrando en el grupo? Parecía que sí y no era cuestión de fastidiarla ahora.

- Si tienes razón... - Respondió la hermana. - Hay que ir con cuidado de decir según qué a según quién... - Se encogió de hombros. - Pero quien no arriesga no gana y de momento pistas es lo que nos falta. Tenemos que forzar un poco las cosas, Kifel. De lo contrario daremos tumbos de un lado para otro hasta que se sequen los océanos... - Lo que si le pareció realmente bien fue la propuesta final. - La verdad Kifel, es que eso es lo más adecuado que te he oído decir desde que te conozco. Nosotros ya hemos hecho nuestro trabajo y la verdad sea dicha, tengo un hambre de espanto. ¡Vamos a alguna posada!

Daha y Kifel no tardaron en encontrar un lugar en el que comer. Es más no tardaron en estar comiendo unas patatas asadas mientras esperaban unas chuletas de cordero. Habían cumplido con su parte por lo que se notaba que estaban bastante relajados.

—Oye Daha—le preguntó el pelirrojo—. Tú no eres de Rhovesia, ¿verdad?

- ¡Chico observador! - Exclamó la alcorita. - ¿En qué lo has notado, en el acento? - Le preguntó. - Nací en la aldea de Breol en el reino de Turcisa, aunque no guardo muy buenos recuerdos del tiempo que pasé allí. ¿Hay de todo sabes? Pero... - Se mantuvo reflexiva unos instantes. - Supongo que los momentos malos son más que los buenos... - Suspiró y se llevó una patata a la boca. - ¡Oye, que bueno está ésto! - Dijo en alto.

—¿Estás cambiando de tema sutilmente Daha?—preguntó Kifel burlonamente— Porque las sutilezas no son lo tuyo. ¿Qué pasó? ¿El chico guapo del pueblo te rechazó por tu mestizaje y te partió el corazón? ¿Por eso acabastes como sierva de Alcor?

El pelirrojo no tenía ni idea de todo por lo que había sido la clérigo por lo que estaba siendo cuanto menos imprudente.

—¿Quién fue la que te ganó?

- La verdad es que poco tiene que ver con eso. - Suspiró. - Ojalá fuera eso... - Alzó la cabeza dedicándole una sonrisa melancólica a Kifel. - Verás, mi padre era elfo. Un terrateniente turcsiano que administraba la región donde o nací. No era un buen hombre. Uso su poder para hacer el mal. Creo que incluso secuestraba a personas... - Dijo aquello especialmente afectada. - Tuve seis hermanos de cuatro madres diferentes. Mi padre, bueno... no podía estar quieto se ve... - Hizo una pequeña pausa. Se notaba que le costaba contar aquello. - Mi madre, Mariandra se llamaba y era humana, me envió a la abadía de Helmg a los doce años y empecé a formarme en la fé. Con el paso de los años me fui haciendo un sitio en la orden. Conocí a uno de mis hermanos, Dodrich, el pobre fue entregado también a la iglesia, era un ser deforme ya en su nacimiento. Y conocía a mi verdadera madre... - Dijo con cierta resignación. - La vi sólo una vez. Me dijo que era mi madre y yo al principio no la creía pero ahora me cuadra. La orden y yo misma sabíamos que mi padre, Laavar se llama, no era una buena influencia para mi. Siempre había pretendido que avanzase por caminos más oscuros y un día acudió a la abadía junto a un grupo de mercenarios. El abad no le permitió verme. Yo no quería verle. Al día siguiente regresó con una orden del patriarca de Brastof, pero era totalmente falsa y bueno... -  Sollozó y las primeras lágrimas descendieron por su rostro. - ...al no dejarle entrar tomó la abadía por fuerza. Acabó con la vida de doce novicios, cincuenta y tres monjes, ocho sacerdotes y del propio abad. Mi hermano y yo ya nos habíamos marchado y nos instalamos en un pequeño monasterio de Beldia. Cuando Rovhesia fue liberada viajamos a Puerto Amanecer y empezamos a formar parte del personal de la catedral. No hace falta decir que mi padre era un kurnita... ¿Verdad? - Respiró tras decir todo aquello de golpe. - ¿Y tú que, porqué estas suspendido? - Sonrió aún con lágrimas en los ojos. - ¡Si vamos a sacar los trapos sucios...! - Soltó una carcajada. - ¡Te toca!

El rostro de Kifel mudó de su burlona sonrisa al horror primero y a la pena después. Como era habitual en él había metido la pata hasta el corvejón.

—Vaya… —dijo avergonzado y con el rostro y las orejas encendidas— yo no… no sabía nada. Perdona Daha. La verdad es que tu padre era un auténtico gilipollas.

El pelirrojo dio un trago a su cerveza.

—¿Mi suspensión? ¡Oh! Esa es una historia muy aburrida—teatralizó—. Básicamente, le pegué un señor puñetazo a mi sargento. Lo suficientemente fuerte como para hacerle sangrar profusamente por la nariz. Sé que no estuvo bien, pero él tampoco se mostró muy razonable.

El guardia suspendido miró sonriendo a Daha.

—¿Cómo te lo explico? Nunca nos llevamos bien. Nos hemos dedicado literalmente a hacernos la vida imposible desde el segundo día. Nos detestamos tanto que ni siquiera hemos pedido ni él ni yo cambio de destino para poder seguir haciéndonos la puñeta. Creo que nunca había aborrecido a alguien así. Siempre supe muy bien cuáles eran mis límites pero ese día se me fue de las manos. Literalmente.

- Descuida... - Dijo Daha.

Ver cómo aquel joven sentía que había metido la pata y enrojecía por momentos hizo que la sacerdotisa se sintiera mal. Consideraba al pelirrojo un buen chico y lo cierto era que aunque habían tenido que diferencias y en más un momento ese joven le había tenido que recriminar que tuviera la lengua demasiado suelta, había aprendido a apreciarle.

- Tranquilo hombre... - Dijo con una sonrisa en los labios. - Mi padre fue una mala persona. No es que esté muerto, bueno... No lo sé, pero para mí lo está. Alcor me enseñó el camino de la rectitud y la bondad y le debo mi vida. Mi pasado no tiene que incomodarte. Yo lo acepto tal y como es. De hecho es mi pasado el que me ha llevado a ser lo que soy. - Inspiró profundamente. - Y desde luego es normal que te suspendan después de lo que hiciste. ¿Te van a levantar la suspensión algún día? - Le preguntó.

Kifel se indignó.

—¡Oye! Al menos podías preguntar por qué le zurre al imbécil de mi sargento, ¿no? Porque igual se lo merecía. Pero claro, como es tu superior seguro que tenía razón. Porque es el superior y el superior siempre tien la razón. Aunque no la tenga. ¿Pues sabes qué te digo?¡Que así va el mundo como va! ¡Porque al final tenía yo razón y el puñetero polvo de escorpión lo estaban metiendo por el puerto!

Daha soltó una risita comedida ante el evidente enfado de Kifel. No obstante, trató de disimularlo por respeto al joven soldado. Al fin y al cabo, aquel parecía un tema serio para él. No había pretendido ofenderle, pero no había podido evitar que su respuesta le sacara una sonrisa. Posó una mano sobre el hombro del guardia, para acto seguido acariciarle el rostro mientras el miraba a los ojos.

- Estoy segura de que tenías un buen motivo. - Aseguró muy segura de lo que decía. - No me cabe la menor duda de que tu sargento se merecía ese puñetazo, pero... - Se encogió de hombros. - A veces uno tiene que saber tragarse su orgullo o serenarse. Al fin y al cabo estamos hablando de un cuerpo jerarquizado y en el momento en que hay una agresión, quien empieza la pelea y sobre todo si es contra un superior... - Dio una palmada. - ...tiene las de perder. Pero tranquilo, encontrarás tu redención. Eres un buen chico... - Le dio unas palmadas sobre el hombro. - ¿Dónde debe andar el resto? - Le preguntó cambiando drásticamente de tema. - ¿No es muy tarde ya?

Kifel se encendió hasta las orejas después de escuchar a Daha, se ve que no estaba acostumbrado a que le hablaran así.

—Sí, tienes razón—musitó—deberíamos movernos ya.
 

Kifel y Daha se marcharon de la taberna después de haber comido y se dirigieron hacia El Oso y el Cazador. Llevaban diez minuto de caminata cuando escucharon a alguien que los llamaba de un callejón.

—¡Daha!—oyeron— ¡Gracias a Alcor!

Quien llamó a la pareja de aventureros era Samtha Dalla Eribodor. La alcorita no parecía encontrarse en buen estado. Estaba inclinada hacia adelante y se apoyaba en la pared. Parecía que algo le dolía.