Partida Rol por web

Tras escuchar a Corianne el Merantia comenzó a reirse. Más alto y más tiempo de la cuenta. ¿Era un mal actor o se estaba choteando de la pirata? Difícil de saber.

—Interesante teoría—dijo con la sonrisa aun en los labios y tamborileando con los dedos en la mesa—. Los Merantia dejan Mena de Oro llevándose un enorme cargamento de polvo de escorpión en lugar de venderlo y hacerse de oro. Suena inteligente, sí. Y hablando de casualidades, ¿a quién se le ha ocurrido esa brillante idea? Porque no pareces tan estúpida como para meterte de esta manera en la boca del lobo.

Si algo le quedó claro a Corianne es que el Merantia no era un buen actor. Lo que ocultara o dejara de ocultar, eso sí era un misterio.

A ti, respondió la goliath. Nosotras solo hemos preguntado.

El Merantia estaba equivocado. No tenían teorías, tan solo indiciones; justamente por eso carecían de opciones que no supusieran meterse en la boca del lobo. Todo sería mucho más sencillo si lo que decía el hombre fuera algo más que una broma para provocarlas.

Un clan tiene que desplazarse cuando la caza escasea, dijo. Que los humanos eran diferentes a los suyos, y a la Tribu, era algo evidente. Pero en la granja había aprendido que existían unas reglas fundamentales que no eran tan distintas. Si los Merantia mercadeaban con ese polvo de escorpión, su desaparición los dejaba sin negocio. Claro que eso no explicaba que tuvieran que marcharse. Puede que sea esa la razón de que os marchéis. O que otro clan más fuerte ha llegado a vuestro territorio.

—El cuento ha cambiado mucho, encanto. Han pasado ya unas cuantas lunas desde que Caperucita es roja. Si no le interesan los avances del lobo, lo mata. Por muy grande que sea.

Se dio unos toquecitos en la capa que le cubría los hombros. Aquella era la prueba viviente de que si ella se metía en la boca del lobo era porque no le faltaba habilidad para clavarle un puñal en la garganta y salir airosa.

Se inclinó sobre la mesa y cruzó los brazos de forma que su generoso escote luciera aún más generoso. Una deliciosa pareja de lunares presidía el panorama, como una lánguida mirada de la mismísima diosa Betria. 

—¿Por qué no dejas de actuar y me cuentas qué está pasando, hmmm?

Total, eres terrible actuando.

El Merantia pareció perder algo de aplomo al escuchar a la goliath, que con su simplicidad había desmontado su discurso, pero la amenaza de Corianne pareció ser suficiente como para que se viniera un poco arriba. El hombre dio un golpe con la copa en la mesa que resonó en la sala y llamó la atención de los otros parroquianos.

—No sé qué bobadas os han contado, pero mi paciencia se está acabando—dijo con un tono levemente desquiciado mientras bajba el brazo izquierdo por debajo de la mesa—. A partir de ahora las preguntas las hago yo y no las voy a repetir dos veces, ¿entendido? Una vez más. ¿Quién os envía?

El hombre altanero había desaparecido y en su lugar ahora había uno a punto de perder los estribos.

El Merantia era homosexual, no cabía duda. Ningún hombre al que le gustaran las mujeres habría podido evitar echar un vistazo al escote que le había plantado delante de las narices. Pero él no le había dedicado ni un sólo vistazo.

La espada corta de Corianne, guiada por su cristal mágico, acudió a su mano con un pensamiento. El Merantia tenía la espada en el cuello en cuanto bajó el brazo izquierdo debajo de la mesa. El Merantia no sabía distinguir dos buenas tetas cuando se las enseñaba, pero seguro que entendería el mensaje que enviaba una espada en el cuello.

Miró a los ojos al Merantia antes de lanzar una mirada de soslayo al resto de clientes buscando otros valientes.

—Aquí mi amiga dice que no —dijo, apretando la punta del arma—. Así que saca esa mano donde pueda verla y empieza a cantar la Dragonatta.

No esperes un combate justo si esto deviene en violencia. Serán más que nosotros y mejor armados.

Era lo que le había dicho Corianne cuando el posadero se había marchado para ir a buscar a uno de los Merantia. Tan solo habían pasado unos minutos, y la humana tenía su arma bajo el mentón de su interlocutor, la punta acariciando la piel de su cuello. Por enésima vez, la goliath agarró su enorme escudo.

Si las cosas se tuercen, nos largamos de aquí.

Nekaua ya sabía cómo iba a terminar aquello. Justamente como temía que podía suceder desde el principio: peleando a la desesperada y, si de algún modo sobrevivían, huyendo de allí como almas que se llevan los diablos. ¿Qué otra cosa podía pasar cuando iban a preguntar a unos criminales por sus negocios?

Ante tal certidumbre, no había más alternativas que echar leña fresca al fuego que ya estaba empezando a arder bajo sus pies. Si habían de largarse con viento fresco, que al menos fuera con la respuesta que venían buscando.

Estamos en tu casa, y seguro que están todos tus amigos escondidos por ahí, dijo, señalando con un gesto amplio las paredes de la posada, pero no van a llegar aquí antes de que tengas una boca nueva medio palmo por debajo de la otra. Sonrió, enseñando los múltiples colmillos. O puedes responder, y luego tú por tu lado y nosotras por el nuestro.

El rostro del Merantia se puso lívido y la se perlo en sudor cuando la hoja de Corianne se posó en su cuello. Pero sus amigos no estaban escondidos tras las paredes. Había tres mesas ocupadas en la sala además de la de Nekaua y la pirata y de dos de ellas los "clientes" se levantaron como si tuvieran un resorte en cuanto vieron a las dos aventureras tomar sus aceros. Cinco rufianes dispuestos a presentar batalla. Desde la mesa restante observaban la situación con un alto grado de tensión.

El Merantia tragó saliva y musitó algo en un tono que sólo ellas pudieron oír.

—Izar ha marcado la ciudad.

Después compuso una sonrisa llena de dientes apretados y sacó la mano de debajo de la mesa con la palma extendida en dirección a sus compañeros y habló con un tono de voz histriónico.

—¡No hay necesidad de ponerse nerviosos! Se ve que mi oferta ha ofendido a la señorita y su compañera. Así que lo mejor será dejar aquí las negociaciones antes de que alguien salga malparado—entonces miró a Corianne y Nekaua—. Será mejor que os marchéis.

Nekaua se lamentó de no tener media docena de ojos. Dos para el Merantia, dos para Corianne y dos para los cinco matones que se habían puesto en pie, y a quienes solo había detenido el gesto conciliador de aquel tipo.

¿Izar había marcado la ciudad? El nombre no le era desconocido, era una deidad maligna. Y era todo lo que sabía sobre ella: un nombre mencionado con desagrado en alguna ocasión. Desagrado, pero no odio, como sucedía con Kurnah o Acrab, los enemigos de Beltegueuse.

Cruzó una mirada con Corianne. Los Merantia se marchaban de Mena de Oro porque la ciudad estaba marcada por Izar. ¿Era esa respuesta suficiente para ella? Si no lo era, tendrían que salir de allí peleando.

Corianne miró de reojo a los hombres que se habían levantado. Cinco. Mala cosa. 

La respuesta del Merantia no había sido satisfactoria. Gracias a que había recibido una educación religiosa formal conocía la existencia de Izar, pero no tenía la más remota idea de a qué se había referido el criminal, o cuál era la relación entre su organización con la diosa oscura.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué relación tenéis vosotros con Izar? ¿Y qué tiene que ver todo eso con el Polvo de Escorpión? —murmuró, sin moverse ni un ápice—. Habla. O te vienes con nosotras.

El rostro del rufián terminó de perder el poco color que le quedaba y unos mechones cayeron sobre su frente empapados del sudor. Un espectador externo hubiera afirmado con rotundidad que por algún motivo ese hombre acababa de hundirse en la desesperación.

—No hay nada que hacer...—musitó para entonces gritar con histeria—. ¡MATADLAS! ¡MATADLAS A LAS DOS! ¡QUÉ NO SALGAN DE AQUI! ¡NO PUEDEN HACERLO!

Corianne tiene derecho a realizar un ataque por su posición amenazante.
Tirad iniciativas, empiezo a preparar el mapa.

Desde el momento en que Corianne decidió proseguir el interrogatorio, Nekaua estaba preparada para el inicio de la violencia. Lo que no esperaba era la reacción del hombre, la desesperación en su voz. Parecía como si no le importase morir allí y en ese momento, como si lo único relevante fuera, realmente, que las dos mujeres no salieran vivas de la taberna. La sorpresa la hizo lenta, y la lentitud de reacción, en un momento como ese, podía costarles muy cara.

Corianne utilizó la mano libre para cruzarle al Merantia la cara de un guantazo. Si el Merantia no iba con ellos, lo arrastraría de allí para interrogarle más tarde. Bueno, ella no. A Nekaua se le daban mejor esas cosas que a ella. 

Puede que fuera porque no esperaban que el Merantia acabara reaccionando así, pero la verde es que sus gritos cogieron por sorpresa tanto a Corianne como a Nekaua. Al menos la pirata fue lo suficientemente rápida como para propinarle un bofetón a su interlocutor.

La respuesta no se hizo esperar y todos empezaron a moverse. Rapidamente las dos mujeres se vieron rodeadas y los cuchillos empezaron a cortar el aire en todas las direcciones. Por suerte no eran cuchillos muy precisos, puesto que sólo uno de ellos alcanzó a la goliath haciéndole una herida menor.

Consideraciones:
1. Por simplificar un poco las cosas (aunque estoy abierto a sugerencias), salir de la mesa en la que estáis no tiene coste, pero una vez que salgais de ella, atravesar una casilla de una mesa costará 10 pies.
2. La puerta de la salida es la de BC2.
3. Los señores con monóculo son los clientes normales.

Rufian verde se mueve a M15.
Merantia ataca a Corianne y falla.
Rufián amarillo se mueve a N12, ataca a Nekaua y falla.
Rufián amarillo se mueve  M14.
Rufián blanco se mueve a M13, ataca a Nekaua y le hace 2 puntos de daño.
Rufián rojo se mueve a M12, ataca a Nekaua y falla.

Mapa del combate inicial.
Mapa del combate actual.

Corianne se detuvo, buscando el mejor momento para actuar.

Retraso a iniciativa 5.

Para cuando Nekaua tenía el escudo preparado, tres de los rufianes de la taberna estaban rodeándola, tratando de agujerearla con sus cuchillos. A dos de ellos consiguió apartarlos a manotazos, pero el tercero le dio un tajo en el brazo, justo bajo el codo. Poco más que un rasguño, pero entre todos podían cortarla hasta que hubiera más de su sangre en los tablones que en su cuerpo.

Sacudió el escudo de un lado a otro. Quizás no golpeara a ninguno de los matones, pero esperaba en que fuese suficiente para mantenerlos a raya.

Gasto 2 PA para repetir el ataque... Y sale peor, para variar.

Paso de 5 pies (si es posible) a O13.

Corianne se escurrió bajo el golpe que le había lanzado el merantia, le ganó la espalda y le soltó una patada dirigida a la entrepierna.

Corianne da un paso de 5' a O15.

Puñetazo al Merantia. Olvidé el flanqueo, el ataque total es 21. Daño no letal: 5.

Suponiendo que no cae gasto 2 PA para acción extra. Ataque 16. Daño no letal: 7. Si cayera con el primer puñetazo, Cory se ahorraría los PA.

Desde la otra mesa de clientes no tardaron en salir corriendo en cuando el combate empezó, pero eso a las aventureras poco les importaba. Corianne sólo tenía una idea en mente, la de tumbar al Merantia, pero esta vez a la vez que ella le lanzaba la patada el rufián contratacaba. El cuchillo se clavaba en el hombro de la pirata al tiempo que ella lo dejaba seco. Una herida seria, pero al menos el primer paso estaba dado. Estaba fuera de combate.

Sin embargo, eso no sirvió para que los otros rufianes se echaran para atrás. Todos se lanzaron con más ahínco a por las dos mujeres acorralándolas mientras los cuchillos seguían cortando el aire y algún que otro trozo de piel de goliath.

El Merantia lanza un ataque de oportunidad contra Corianne. Es acierto automático pero falla el crítico. Provoca 5 puntos de daño.
Tras el golpe de Corianne el Merantia cae inconsciente.
Todos los rufianes se desplazan cinco pies hacia la izquierda.
Rufián verde ataca a Corianne y falla.
Rufián amarillo ataca a Nekaua y acierta provocándole 2 puntos de daño.
Rufián azul ataca a Corianne y falla automáticamente.
Rufián Blanco ataca a Nekaua y falla.
Rufián Rojo ataca a Nekaua y falla automáticamente.

Mapa del combate actual.

Dejo al Merantia en el mapa de forma testimonial.

El Merantia estaba en el suelo, listo para cargarlo al hombro y sacarlo de allí, llevarlo a un lugar tranquilo en el que vaciarle un cubo de agua encima y proseguir la conversación. El problema, por supuesto, era la nubecilla de bellacos que revoloteaban alrededor de las dos mujeres, rodeándolas, cortándoles el paso por todas las direcciones y arrinconándolas contra la pared.

Otra cuchillada atravesó sus defensas, abriéndole un tajo en la pierna. Nekaua ignoró el dolor, se encogió sobre sí misma tras el escudo, se impulsó con las piernas y le dio un empentón al que la había herido en primer lugar.

No vais a ganar aquí, dijo, irguiéndose de nuevo, el rostro visible sobre el escudo. ¿No ibais a dejar la ciudad? Pues hacedlo. Daos la vuelta y seguid con vuestras vidas.

Ataque al rufián blanco. Ataque 23, daño 8.