Partida Rol por web

Todo el mundo se acercaba a la puerta donde estaba la chica que había gritado, lo que le dejó a Lucía una oportunidad para separarse. Al contrario que el resto, caminó hacia el escenario con paso decidido. Mientras avanzaba, se llevó la mano al bolsillo de donde sacó un pequeño estuche de maquillaje. No iba a tener tiempo de preparar una raya como dios manda, pero al menos sí podría coger con la uña un poco del polvo blanco que había en el interior y esnifarlo rápidamente ahora que todo el mundo estaba al otro lado de la sala.

Hizo lo propio mientras se dirigía a las escaleras laterales del escenario y por un momento se paró dejando que la sensación producida por la droga llegase directamente al cerebro, ayudándola a deshinibirse aún más y reforzando su determinación.

— Sí, yo le conozco... Más o menos — respondió alzando la voz al hombre que acababa de preguntar por el director. Su cara le resultaba familiar, seguramente habría coincidido con él en alguna fiesta con otros actores. — No en persona, pero cruzamos varios mails cuando le pedí hacer una audición para una obra. — Por supuesto, eso no era conocerle, pero en el momento de subidón, Lucía se sentía con suficiente confianza como para realizar esa afirmación.

Ascendió finalmente por las escaleras laterales del escenario y se acercó al telón. Envalentonada, lo movió ligeramente hacia un lado para echar un vistazo al escenario.

— ¿¡Hola!? — dijo casi gritando. — Se ha cerrado la puerta del patio... ¿Pueden abrir?

Las afirmaciones de los dos hombres (al menos de los dos sobrios) de que todo era demasiado real le llevaron a observar con más atención el escenario de la repesentación. Desde luego, parecía que había un olor extraño allí, pero prefería tomarse un momento mirando antes de volver con el grupo. Con el móvil en la mano para encender la linterna en caso de que los focos estuvieran ya apagados, se fijó en los elementos de la representación.

Ana miraba hacia todos lados con los ojos desencajados. Por un lado estaba ese baboso beodo que reposaba su mirada sobre ella. Por otro la sangre que salía por debajo de la puerta.

—¿Han visto eso? —exclamó señalando a la sangre—. ¿Cómo puede ser que estén tan tranquilos? ¡Por Dios, abran la maldita puerta!

Gritaba a todo pulmón aún a sabiendas de que no había nadie al otro lado que fuera a ayudarles. De pronto fue interrumpida por Lucía, que se asomaba detrás del telón.

—No deberías... —dijo apenas susurrando mientras alargaba la mano hacia el escenario.

Miró a Ramón, a Gerardo e incluso a ese hombre asqueroso que no paraba de mirarla.

—¿Están hablando en serio? No puede ser... otra vez no...

Gerardo se acercó hasta la puerta. ¿Me permite?, dijo a señorita Losada. Se agachó y mojó la punta del dedo índice de la mano derecha en el líquido que salía por debajo; conocía la textura y el olor de la sangre, gajes del oficio. También estaba acostumbrado a los sucedáneos que se utilizaban en las películas y el teatro.

En cuclillas, olió la punta del dedo e incluso llegó a llevárselo a los labios intentando identificar la sustancia.

Gerardo no tenía duda alguna. Aquello era sangre de verdad. Si era humana o de un animal ya no podía decirlo a ciencia cierta pero sangre era. Y tal cantidad no era normal que saliese de una herida pequeña. Teniendo en cuenta la puerta y lo que se estaba colando lo que hubiera perdido esa sangre tenía que estar muerto o en proceso de morirse¹.

Lucía estaba en el escenario alumbrando tras el telón con su móvil. Lo que vio no le gustó nada: era un bulto tirado en el suelo. Un bulto que se asemejaba demasiado a un cuerpo muerto y que estaba la misma posición donde había sucedido la escena del degüello. Tragó saliva. Aquello era una obra de teatro ¿verdad? Y en el teatro la gente no se moría de verdad. Pensó en lo que habían visto. Aunque todo era de un gusto bastante más que dudoso no dejaba de apoyarse en la idea de que seguían jugando con ellos. Teatro experimental. Del peor. Pero si estaban jugando con ellos ¿cómo los observaban? ¿Cuál era la lógica de todo aquello? Entonces se fijó en las tablas del escenario. Había algo grabado en ellas^{2, 3}.

Gerardo estaba ahora revisando la puerta. No se movería. Alguien la había reforzado desde el otro lado. Estaban encerrados o, al menos, no podrían usar aquella salida³.

El borracho se dejó caer en uno de los asientos cercanos:

—Que puto rollo... Aquí no hay bebida.

La estudiante parecía en estado de shock. Se había quedado cerca de Ana temblando, con sus libros y apuntes todavía aferrados en sus manos como si fueran un escudo sobre su pecho.

Ramón había estado observando unos segundos, sin hablar. Realmente meditaba si era o no adecuado ir hasta el escenario. Tenía, era tan sencillo como eso, miedo. Lo que estaba pasando le recordaba demasiado algunas cosas. Algunos recuerdos. Y que la puerta estuviera cerrada. Y ese líquido tan parecido a sangre...

Enarcó una ceja cuando el chaval atractivo de la primera fila se acercó hasta ellos afirmando, primero, que no habían sido trucos, o al menos, no todos. Pero ese gesto aun se modificó un breve instante cuando tocó el líquido con el dedo y se chupó el mismo. Era, sin duda, un método peculiar para saber si era sangre. Tal vez fuera un carnicero o se hubiera criado en una granja o en un matadero.

Gente curiosa. Aunque por supuesto podía ser otra cosa.

Fue entonces cuando se giró, ligeramente asqueado, y vio como Lucía Góngora había llegado hasta el telón, abriéndolo. Era precisamente lo que él había estado pensando hacer así que, fue junto a Lucía, a tiempo de ver las inscripciones en el suelo y el bulto, observándolo todo puesto que aún estaba tratando de cuadrar los datos que antes le interesaban. Atrás escuchaba los intentos futiles de abrir la puerta

- Señorita Góngora- saludó serio para, acto seguido, y sin girarse, alzar la voz- Vuelvo a incidir que sería, si les parece, conveniente no separarse. Y como quiera que esa puerta no parece abrirse, tal vez deberíamos intentar avanzar al otro lado del escenario.

Tras esas palabras, y observando el bulto y los signos grabados en las tablas, intentó, primero, cuadrar lo que antes había estado meditando y, luego, se acercó a los signos grabados.

- Si quieres mi consejo, señorita Góngora, busque otro director para hacer su audición. Sin entrar en su calidad artística o no, no creo que sea aconsejable asociarse con el director. Por cierto, ¿alguno recuerda el nombre del mismo?

- La sangre es auténtica, dijo volviéndose a los demás, y el cuerpo que esté abandonando está muerto puesto que es demasiada...o quizás sean varias personas y no hayan muerto todavía. ¿Hay alguien ahí?, gritó aporreando nuevamente la puerta.

Al no recibir respuesta se acercó a la señorita Losada y le tendió el brazo para que se cogiera ¿Nos reunimos con los demás en el escenario? Para a continuación indicarle al borracho: Será mejor que no se quede solo, no vaya a acabar como el de la puerta. Se fijó ahora en el hombre, analizando sus rasgos, la veracidad de su rostro, posibles prótesis o maquillaje, no sería la primera vez que un director se ocultara entre el público para ver la reacción antes su obra*

- Yo le conocí hace un par de noches, contestó al caballero conforme andaban por el pasillo central, en una fiesta. Es un hombre con un gran magnetismo; creo recordar que se llamaba Inar, no recuerdo el apellido, era vasco.**

Para cuando Gerardo le ofreció el brazo a Ana, esta estaba atenta de la estudiante, que parecía bloqueada.

—¿Cómo te llamas cariño? —le dijo mientras la rodeaba con los brazos para tratar de calmarla—. Esto es muy extraño pero seguro que hay una explicación para ello. ¿Por qué no vienes para allá con nosotros? No conviene que te quedes aquí —dijo señalando al borracho con la cabeza.

Al girarse vio el brazo de Gerardo y lo cogió levemente con una mano para acercar al hombre.

—¿Por qué no se lleva a ese hombre para allá? Esta muchacha está muy asustada y ese hombre... no ayuda —dijo susurrando cuando el hombre estuvo lo suficientemente cerca. Ana se refería a aquel hombre de la camisa hawaiana; quería que lo alejara de la muchacha.

Frunciendo el ceño por lo que estaba viendo en el escenario, Lucía se giró para avisar al resto de los presentes mientras guardaba de nuevo en el bolsillo el estuche plano de maquillaje.

— ¡Eh! Aquí hay... — se interrumpió de golpe, sobresaltada al encontrarse a Ramón subiendo por las escaleras. Prácticamente le había gritado a la cara a uno de los mejores críticos de este mundillo. Desde luego, no era su día.

Empujó un poco más el telón para que el hombre pudiera asomarse también al escenario. No le gustaba nada lo que estaba viendo, especialmente ese bulto tan parecido al actor que había terminado allí la función.

— Sí, ya lo había pensado... No creo que una obra como esta me ayude demasiado en mi carrera — dijo en respuesta a la sugerencia del crítico. — ¿Alguna recomendación?

Observó cómo Ramón se adentraba en el escenario en dirección a los símbolos y casi sonrió. «Primero dice a todo el mundo que no se separen y luego se mete detrás del telón tranquilamente... ¡Qué típico de la gente en su posición!» pensó. Pero en el estado en el que se encontraba, con la autoestima por las nubes, no dudó un momento en seguirle al interior soltando el telón. — ...Urizar — dijo completando el apellido del director que no recordaba el hombre que estaba en el pasillo del patio de butacas. — Al menos eso ponía en su correo electrónico.

Tal vez la situación debería haber hecho que se mostrase más intranquila, pero Lucía estaba en un escenario y, después de todo, ese era su elemento. Además, la cocaína que acababa de inhalar le proporcionaba un punto extra de desinhibición, por lo que se acercó junto al crítico a los símbolos y, bordeándolos, dio un par de pasos más hacia el bulto, sin dejar de alumbrarlo con su teléfono.

Gerardo miró al individuo gordo. Por muy bien que pudiera caracterizarse no podía ser el director de ninguna manera. De hecho dudaba incluso que fuera alguien de la función. De serlo tendría que ser un virtuoso de la interpretación o haberse bajado una buena cantidad de bebida para meterse en el papel. Pero bueno... ya habían visto de lo que eran capaces aquellos individuos¹.

Ana se había acercado a tranquilizar a la chica, que era lo que evidente necesitaba la estudiante. Aunque seguía asustada ahora parecía más pendiente de lo que estaba pasando en el escenario por el cual había empezado a subir Lucía siendo seguida por Ramón. De hecho durante un breve momento parecía tan pendiente de los movimientos de la pareja del escenario que incluso dejó de temblar o sentirse nerviosa. Fue un momento muy breve². Luego se volvió hacia Ana para responder:

—María... me llamo María.

El tipo gordo se incorporó para aproximarse, también tambaleante, al escenario por el pasillo de butacas.

—Mateo Urizar.— dijo el borracho mientras se dirigía hacia la escalerilla de subida —Eshe era el nombre del paisano... Pero yo creo que esh un pseudónimo... no encontré ningún hisshtorial de ese tipo.

Ramón ya pisaba las tablas. El sitio estaba oscuro y la luz de Lucía sólo lo alumbró parcialmente pero el crítico reconoció los símbolos. Estaban grabados en la madera y parecían llevar allí toda la vida. Se sintió confundido. Por muy viejo que fuera aquel teatro, o quizás por ello, nadie permitiría que se dañasen las tablas de aquella manera para un efecto que no vería nadie desde el público. Aunque, después de todo, ellos lo estaban viendo ¿no? Los grabados además tenían un significado claro³.

Lucía estaba totalmente inmóvil mirando el cadáver. Porque aquello era el bulto: el cuerpo desmadejado de la mujer que habían visto subir al escenario y ser degollada. Sus ojos vidriosos devolvían la mirada a la actriz y en ellos no había nada de artificial. Quería creer que aquello fuera un maniquí pero no lo era, estaba claro. Era una mujer cuyo cuello había sido degollado de lado a lado. Se sorprendió pensando fríamente en que no había sangre alrededor^. Entonces recordó...⁴.

Estaba seguro de que el nombre con el que le habían presentado al director era Inar, pero quizás era un pseudónimo o simplemente le habían engañado. Miró al borracho que avanzaba por el pasillo y echó a andar detrás de él como le había pedido la señorita Losada.

- ¿Conoce usted al director? ¿Y a qué se refiere con que no encontró historial? ¿Acaso es usted policía? ¿Detective?, parecía que ese hombre sabía algo más de lo que estaba diciendo. Por cierto me llamo Gerardo Cifuentes, esperaba que tuviera la educación de decir su nombre.

Al pasar junto a Losada y María, la estudiante, les hizo un gesto con la cabeza para que fueran hacia el escenario.

Un escenario, un cuerpo caído, aparentemente muerto. Nada de sangre. ¿Por qué no hay sangre?

...

La criatura la miraba, agachada junto a su compañero de reparto. La escena había subido de tono y Lucía estaba segura de que Mara y Torres estaban follando abiertamente al otro lado del escenario en vez de sólo finjiendo durante la actuación. Ella misma estaba excitada, pero usaba esa sensación para enfocarse en la obra, inspirándose para realizar una interpretación que le habría canjeado un gran éxito en el estreno del jueves siguiente... Hasta que Eso apareció. Saltó sobre Marcos, derribándolo bruscamente al suelo y golpeándole en la cabeza. Al día siguiente todo el mundo pensaría que uno de los sacos de arena que se usan como contrapeso se había soltado de la parte superior del escenario, pero ella sabía la verdad. La Criatura había tirado el saco cuando dejó el cuerpo del actor allí tendido, inmóvil, pero todo eso ocurrió después de que le golpease salvajemente la cabeza contra el suelo. La sangre salía a borbotones de la herida, pero sólo unas gotas llegaron a las tablas del escenario, porque ese ser se agachó sobre la cabeza de marcos, chupando el líquido rojo con un ansia terrible. Y, mientras lo hacía, la miraba...

La obra se había cancelado y ella nunca fue a visitar a Marcos al hospital. Sobrevivió, eso cree Lucía, o tal vez eso quiere creer, pero su sensación de culpa era demasiado grande como para reunirse de nuevo con él. Había visto a la criatura que le había hecho eso, pero también sabía, en lo más profundo de ella misma, que ese ser había aparecido porque, de alguna forma, ella lo había llamado. Y nunca, jamás, podría olvidar su mirada. Porque los ojos que la observaban mientras chupaban la sangre de su compañero eran los mismos que todas las mañanas veía reflejados en el espejo.

Fue algo repentino, pero el color huyó de su rostro mientras guardaba silencio. Había ocurrido hacía mucho y, esa ocasión, había cambiado su existencia. Es curioso como funciona el cerebro. Las caras, los nombre, incluso los libros a veces se desdibujaban en su memoria, desde hacía ya más de veinticinco años. Sin embargo había cosas que se quedaban grabadas a fuego. Un olor proveniente de la infancia. Un momento de lectura. Un beso. Una sonrisa. La muerte de un padre. Y esas inscripciones.

Había ocurrido hacia ya Siete personas habían  No era la primera vez que veía esos signos. Había sido el 9 de octubre, y llovía con fuerza. En el teatro anunciaban "Historia de una Escalera" de Buero Vallejo. No era la primera vez que la veía, por supuesto. Demasiado representada por actores y directores con buen gusto pero escasa capacidad había visto auténticas agresiones contra el buen gusto. Y, sin embargo, había acudido. ¿Cómo no hacerlo? Historia de una escalera, como otras de las obras de Buero, eran una debilidad. No había ido solo. Entonces había alguien y... No, pensar en eso dolía demasiado. Fue después, cuando todo empezó a desmoronarse a su alrededor. Cuando las paredes del teatro se ensombrecieron y esas manos descarnadas parecían salir del propio muro, reclamándolos (y obteniendo su precio de sangre). Después. Fue después. Mientras huía, desesperado, las vio. Estaban en el marco de una ventana que colgaba en donde nada podía existir, en donde nada tenía sentido.

Por supuesto, esa vez, no les dio importancia. Había demasiadas cosas a las que dar importancia. Pero esos símbolos se quedaron ahí, en su mente. Porque hay cosas que se quedan grabadas a fuego, quizás, porque implican otras.

Por supuesto, con el tiempo, había logrado traducirlas. Se encontraban en otros libros, libros prohibidos en los que solo por la desgracia de su historia pasada había empezado a creer.

No hay escape cuando las paredes de la ilusión se desmoronan.

Pero no podía dejarse atrapar en el perverso laberinto de sus recuerdos. Eran todos demasiado jóvenes. Demasiado niños. Se giró para observarles y vió el gesto extraño en la cara de Lucía Góngora.

- Señorita Góngora, ¿se encuentra bien?- preguntó en un tono cortés, pero demasiado frío como para resultar cercano.

Ana retuvo un instante a María cuando estaban muy cerca del escenario. La exclamación de Ramón interesándose por el estado de Lucía hizo que Ana se pusiera nerviosa y quisiera proteger a la estudiante.

—Yo me llamo Ana —dijo sujetando a la muchacha todavía por los brazos—. ¿Por qué estabas aquí cariño? ¿Quizá algún estudio de la universidad? ¿Interés propio?

Otra vez Ana estaba hablando demasiado y sus ojos se deslocalizaban por toda aquella estancia, nerviosos. Buscando algo. Pronto volvieron a centrarse en el crítico.

—¿Han encontrado a alguien ahí arriba? Empieza a hacer frio aquí dentro y, bueno, me gustaría salir a tomar un café.

Ana sacó su teléfono del bolso y miró la hora. Comprobó que tenía un mensaje del ministro Montesinos. Era una imagen pero no podía cargarla ahí dentro, no había cobertura de datos.

—Quique...— contestó el borracho mientras subía torpemente los escalones laterales al escenario —Ssshoy blogger. ¿No conoces mi web? Teatro en las nubesssh punto com. Me ganó la vida con essshta movida... como el soshainas ese...— dijo señalando a Ramón cuando hubo alcanzado el escenario —Pero yo lo hago de buen rollo, no alimonao como essshee...

El tipo se detuvo un momento y cogió un fajo de hojas grapadas del suelo. Ni Ramón ni Lucía las habían visto¹.

—Hosshtia... que putada... yo penshee que sería el guión pero eshto es 'Historia de una escalera'. Joder... yo de shaval la hice con un grupo de teatro... Mi papel era el de Fernando...²

En el escenario, al fondo, Lucía palideció aunque nadie la viese¹. Tras ella el crítico se interesaba por su estado y fue entonces cuando también vio el cadáver degollado sin sangre. Por un momento Ramón también quiso pensar que era un maniquí muy realista pero estaba claro que no era así. Nada podía ser tan realista.

Gerardo estaba subiendo al escenario tras Quique. Ana y la estudiante llegaban en ese momento al final del pasillo de butacas. La muchacha parecía estar recomponiéndose un poco pero enrojeció nuevamente cuando Ana le preguntó por los motivos de su interés en la obra.

—Me llamo María. María Beltrán. Mi padre  puso dinero para producir esta obra. Cuando leí el revuelo que montó en los periódicos el estreno quise venir a verla. En realidad esperaba verlo a él. Mis padres se divorciaron hace tres años y yo no lo he vuelto a ver desde entonces. Si mi madre se entera de que estoy aquí...

La otra mujer contempló a la estudiante. Era joven pero parecía mayor de edad. Físicamente al menos, aunque se comportaba más bien como una niña desvalida. Probablemente una chiquilla sobreprotegida por una madre exigente.

Las palabras de Ramón sacaron a la actriz de sus recuerdos. Cerró los ojos un momento, concentrándose, forzándose a llevar nuevamente sus recuerdos a ese recóndito lugar de su mente del que nunca debería haber salido. Inspiró con fuerza un par de veces antes de obligarse a retirar la mirada y girarse hacia el crítico.

— No... Está... Está muerta... Creo que ahora es cuando deberían llegar la policía y el ejército que mencionaba antes... — Dijo con una risilla nerviosa que estaba bastante cerca de la histeria. — Esto no es arte, señor Moreira. Es una burda excusa para un asesinato.

«Pero no hay sangre» recordó una vez más con un escalofrío recorriéndole la espina dorsal. Casi violentamente, se separó dle cuerpo para ir junto a Ramón y observar un momento los símbolos grabados en el suelo. En otro momento se habría molestado en investigarlos, o tal vez incluso le preguntaría al hombre si sabe qué significan. Pero ahora mismo no tenía estómago suficiente para hacerlo.

Los signos seguían en su mente, marcados a fuego, casi ocupando toda su visión. Y tan era así que Ramón no tuvo más remedio que parar un segundo, que concentrar su mente, tan inútilmente glorificada, para calmarse. Tomar todos los datos. Separar el polvo de la paja. No dejarse aturdir por los cantos de sirena. ¡Cuán vacías y trilladas suenan siempre los lugares comunes que cuando aturde el miedo llenan nuestra mente de forma insensata!

Pero había que calmarse. Reflexionar.

Intentó, por tanto, suprimir el pánico que los símbolos (No hay escape cuando las paredes de la ilusión se desmoronan) le provocaban. Suprimir también la incertidumbre de aquellos papeles (¿Historia de una escalera? ¿justo en lo que estaba pensando? ¿en serio?) aparecidos de la nada o, tal vez, dejados en el suelo en un descuido por alguno de sus compañeros. Suprimir que había un cadáver. Que había sangre por debajo de la puerta de salida, clausarada. Suprimir que la otra vez en la que había estado en esta situación todos menos él habían muerto. O peor.

Suprimir el caos de su cabeza. Dejar solo los datos objetivos. Descarnados.

- Por supuesto, tiene razón, señorita Góngora. Por más que Thomas de Quincey publicara su obra <del asesinato considerado como una de las bellas artes> se suele olvidar que era una obra irónica, humorística, por mucho que el post scriptum sea notablemente más oscuro. La situación que nos atenaza, en cambio, tiene poco de irónico y nada de humorístico. Sin embargo... esta pobre mujer fue degollada. Todo debía estar lleno de sangre. Y no la hay. ¿Cómo se recogió? ¿quién la recogió? ¿y por qué no recogió la que estaba en la otra puerta? Por lo demás, creame, me encantaría que estuviera aquí la policía y el ejército. Incluso la guardia civil. Pero me temo que, por ahora al menos, estamos solos. Y Mateo Urizar, si es el que está detrás de esto, como todo aparenta, es un claro peligro para nuestra vida.

Había escuchado las palabras del torpe borracho que, para colmo de lo escalofriante de la situación, creía que con sus absurdos comentarios en ese nido de pornografía, publicidad, insultos y banalidades que era internet estaba en la misma liga que él mismo. ¿Quique? ¿quién era ese tal Quique? Si al menos en vez de ese torpe neologismo se hubiera llamado a sí mismo crítico... El verdadero crítico dejó que su mente divagara por un instante, temiendo por el futuro de su profesión. Pero tampoco es que fuera importante, como tampoco le parecía que lo fuera el tal Quique. Aunque, a saber. Al fin y al cabo había encontrado (¿o había colocado y fingido encontrar?) los papeles de Historia de una Escalera. Hizo caso omiso a sus palabras, pero mentalmente se dijo que debía tenerlo controlado. ¿Y qué más? La estudiante. María Beltrán. Había hablado de su padre.

- Señores, señoritas- se giró un instante mirando a todos los presentes desde el centro del escenario, sintiéndose, por un momento, como en una obra de teatro- Temo que debo indicarles que estamos todos en peligro. Al descubrimiento realizado por... ¿cual es su nombre, joven?- preguntó mirando a Gerardo- se suma que la puerta de salida está cerrada. Y que la mujer del público que subió al escenario está aquí. Muerta, me temo. Es evidente que estamos en peligro, e igualmente- dijo mostrando una calma que parecía, por un instante, fuera de todo sentido común. Era como un actor en mitad de un escenario. ¿Tal vez por el contagio con el escenario en que se encontraba? ¿por una especie de deformación profesional? ¿o era solo un modo de evitar el miedo? Probablemente hubiera un poco de todo- que nuestras mejores opciones pasan por permanecer juntos. Y por apoyarnos unos a otros. Señorita Beltrán, he creído escuchar que su padre financió esta obra. ¿Cómo se llama su padre? Por favor, si nos les importa venir todos. Al final parece que si hay salida va a ser al otro lado del telón, salvo que consideren posible, y conveniente, tirar abajo la puerta de salida atrancada.

Mientras esperaba alguna respuesta, alguna reacción, pensó en el nombre del director: Mateo Urizar. Algo tenía que saber de él, de su vida previa, de su obra e influencias. Y pensó también en el apellido de la joven, Beltrán. ¿Había alguna relación entre ambos? ¿algunos datos sobre su vida artística a los que poder aferrarse que, tal vez, dieran alguna posibilidad de salir de esta trampa mortal? Odiaba reconocerlo pero, debajo de todo ese miedo, había también un punto de excitación. Deseaba saber. Deseaba, a pesar del párvulo terror, entender lo que había ocurrido hacía tantos años. Y a pesar del peligro, esto era una posibilidad.¹

- Gerardo Cifuentes, repitió a la pregunta del caballero sobre el escenario, sería interesante que nos presentáramos todos para al menos llamarnos por el nombre. Se giró antes de subir las escaleras para dejar paso a la señorita Losada y la señorita Beltrán. Por favor, pasen ustedes, y les tendió la mano para ayudarles a subir.

- Deberíamos buscar la salida trasera del local o una forma de volver a la principal, cogió su móvil e intentó llamar a emergencias no tenían datos, pero a lo mejor podían contactar de la forma tradicional. Todo esto se está volviendo, como poco, estrafalario por no decir repulsivo.

Se giró mientras las mujeres subían para ver si en los palcos había alguien o alguna forma de salir de allí, y cuando ellas subieron hizo lo propio y miró tras el telón. Era un espacio grande y amplio, pero sintió un escalofrío al pensar que no pudiera salir de allí; se rió de sí mismo, ni que estuviera en la "caja"*.

—Un momento, ¿un muerto dice? —preguntó Ana alterada y dejando de lado a la muchacha después de mucho tiempo—. Hay que llamar a la policía.

Sacó de nuevo el teléfono de su bolso y marcó el número. Estaba en su lista de teléfonos principales debido a su trabajo en el ministerio. Más de una vez había tenido que organizar algo con la Policía con Protección Civil.

El teléfono dio un tono y acto seguido dio otro que se cortó abruptamente. Ana levantó el teléfono de su oreja y comprobó que se estaba reiniciando. Chasqueó la lengua nerviosa.

—Un minuto, se me ha reiniciado el teléfono —dijo mientras marcaba el pin. Error—. ¿Cómo que error? Estoy segura de que lo he marcado bien.

Volvió a marcar el pin dos veces más y finalmente el teléfono se desbloqueó. El fondo de pantalla no era el habitual y eso desconcertó a Ana. Siempre tenía a Alex, el perrito del novio de Ana. En ese momento había un fondo negro y una tenue silueta que parecía conformar a ese perrito. Ana meneó la cabeza y volvió a marcar el número. Tras tres tonos alguien cogió el teléfono pero no contestó.

—¿Hola? ¿Policía?