Partida Rol por web

Un vistazo rápido a la alcoba te desvela a una figura completamente vestida de negro, con la cara cubierta. Una daga está clavada en el colchón donde estuviste sentado hasta hace unos minutos y en la mano de la figura la luz de la luna se refleja sobre el acero.

Rápidamente, escondes la cabeza detrás de la puerta a la pequeña sala donde Emma sirvió el vino, pero tu instinto te dice que el movimiento no ha pasado desapercibido. Las advertencias de Emma vuelven a tu memoria... ¡Parece que alguien quiere matarte!

Coges tu dinda de la funda del koto y sales a la calle, colocándola bajo la capa para ocultarla todo lo posible. Tras el ruido de los cristales, todo parece extrañamente silencioso. Tu mano aprieta la empuñadura de tu espada mientras giras la esquina, preparado para un posible ataque.

Sin embargo, ningún asaltante sale a tu encuentro. Soltando el aliento, buscas cristales en el suelo, pero la escasa luz de la luna no te permite ver ninguno, por lo que deduces que lo más probable es que hayan roto la ventana desde el exterior. Levantas la mirada, esperando ver algún cristal roto y no te sorprende demasiado ver un hueco en el primer piso de la posada. Maldiciendo, recuerdas que Alex estaba alojado en este edificio, aunque no sabes la planta. Tu orgullo dindavara te hace sonreir imaginando al pequeño hechicero defendiéndose de un ataque, pero deshechas rápidamente el pensamiento al darte cuenta de que el chico puede ser importante para Asceltis y la misión que os ha encomendado.

El grandullón no da ninguna señal de haber escuchado lo que piensas y sigue caminando rápidamente hasta llegar a una pequeña puerta. Sacando una llave del bolsillo, abre un candado y desliza un travesaño de un par de centímetros de grosor sin ningún esfuerzo aparente. Deja la puerta abierta para que puedas seguirle y se mete rápidamente en el edificio.

Dudando por un momento, decides seguirle cerrando la puerta a tus espaldas. Mientras lo haces ves que Alder enciende una lámpara para iluminar ligeramente la sala. Es un local prácticamente vacío, salvo por unas cuantas sillas y mesas, y unas cajas acumuladas en una esquina, casi fuera del alcance de la débil llama de la lámpara. Mientras paseas la mirada por la habitación, ves tu armadura apoyada junto a una de las sillas.

Alder la señala cuando ve que la miras.

- Allí están tus cosas. Deberías haberle preguntado a Asceltis por ellas. Seguro que a Yi Fan no le hace ninguna gracia que intentes allanar su nueva casa.

Sus palabras te dejan levemente descolocado, y, por la sonrisa lupina que muestra, parece que es el efecto que estaba buscando.

Al mirar hacia la ventana rota ves a través de ella a una oscura figura que acaba de adentrarse en la habitación. En su mano el filo de una hoja corta refleja la luz de la luna por un instante.

Intento esconderse, usando su daga como defensa, para asi poder defenderse como pudo

Sonrío, sorprendido, ante la afirmación del fornido compañero.

Anda... No sabía que ahora Asceltis ponga perreras a sus cachorritos... - Dirijo una mirada socarrona a Fawkes y añado- Aunque me va más lo de gato vagabundo, ¿sabes?

Recojo mis cosas rápidamente, y me despido del gigantón, de vuelta al cerro de oro, con la armadura puesta.

En ese caso, si a Asceltis le place, ¿podría ayudarme a recuperar la espada? No soy muy bueno matando a dentelladas.

Intentas ocultarte, pero en la pequeña habitación no hay ningún lugar para hacerlo.

El asesino arranca la daga de la cama y se dirige hacia la puerta. Precavido, no entra en el pequeño cuarto en el que estás, sin duda intuyendo una emboscada, sino que bordea la puerta desde lejos. Cuando vuestras miradas se encuentran, ves un reflejo en sus ojos justo antes de que alce su brazo.

La daga vuela directa hacia ti, haciéndote un corte en el pecho. Ahogas un grito de dolor mientras observas como la oscura figura cambia de mano el cuchillo que antes había cogido.

El gigantón mira a Fawkes, que se escabulle con un maullido lastimero.

- Siempre tan mordaz, Areth - dice sin perder su sonrisa lupina. - Es una lástima que tengas la lengua más afilada que tu espada... Porque, ¿la has perdido verdad? No te preocupes, siempre puedes intentar matar a tus enemigos intentando hacer bromas sobre ellos. Estoy convencido de que más de uno preferirá saltar sobre su hoja a tener que aguantar tus chistes.

Se da la vuelta y se dirige hacia el montón de cajas al fondo de la habitación. Coge algo alargado de una de ellas y vuelve hacia ti.

- Pero no te he pedido que vengas para tener una estúpida conversación más. - Tiende la mano hacia ti, ofreciéndote una espada envainada. - No es como la tuya, pero te servirá para defenderte de tus enemigos.

Señala una de las sillas que está junto a la mesa, invitándote a tomar asiento mientras él hace lo propio.

- Te he traído aquí para hablar de negocios.

La daga pasa junto a tu pecho, haciéndote un corte horizontal en su trayectoria y clavándose en la pared detrás de ti. Por suerte no parece demasiado profund, aunque sangra de forma abundante.

 Sonrío muy divertido, y me siento en una banqueta, o lo que haya por ahí.

Súmate un punto, Alder... Esa ha estado muy bien... Me rindo ante tu locuacidad.

Desenfundo el acero, lentamente, una vez sentado. No parece gran cosa... pero bueno...

Envaino con un golpe y añado:

Te escucho, Alder.

De pronto a Yi Fan se le ocurre que la información que posee el joven hechicero podría ser muy valiosa para otras facciones y que si alguien averigua que se aloja aquí, podría estar en peligro.

Con la mente despejada ahora que tiene un objetivo claro, el exiliado vuelve a entrar corriendo al Cerro del Oro con su Dinda dispuesta, camino de la planta donde se aloja Alex.

El guerrero espera a que te sientes en una de las sillas mientras te mira sin poder ocultar un ligero disgusto. Es evidente que no le caes bien, lo que te hace preguntarte una vez más por qué te ayudó en los callejones y qué es lo que pretende tratar contigo.

Te sientas y le miras fijamente, esperando a que hable. Tras un momento de duda, dice con voz grave.

- Sé que Asceltis os va a enviar a la frontera. Quiere que descubráis por qué los hechiceros están perdiendo sus poderes al enfrentarse a los Truil... Sin embargo, no es la única que quiere esa información. Yo también la necesito. - La llama de la vela se refleja oscilante en su mirada, dándole un aspecto aún más enloquecido y peligroso. - Por supuesto, eso no quita que también la informes a ella, sencillamente quiero esa información antes de que la reciba. Al menos un día antes. Así cobrarás dos veces por el mismo trabajo... ¿Qué me dices?

Su mirada se clava en ti, sin poder esconder un ansia feroz.

Espada en mano, abres la puerta del Cerro de Oro de un empujón. Parpadeas rápidamente para acostumbrarte a la luz del interior mientras entras en el recibidor de la posada.

Por el gesto de terror en el rostro del recepcionista parece que piensa que la vanguardia del ejército Dindavara ha llegado a la ciudad, pero tu mirada apenas se para en él una fracción de segundo mientras buscas rápidamente las escaleras de subida.

Mientras bordeas el mostrador, escuchas un grito ahogado en el piso de arriba, que parece provenir de una de las habitaciones más próximas a la escalera. Subes los escalones de dos en dos preguntándote si te dará tiempo a ayudar al joven hechicero.

Desenvainando otra daga de una funda en su cintura el hombre encapuchado se dirige hacia ti con precaución. Cuando llega junto a ti, lanza una cuchillada a modo de tanteo. El tiempo pasado entrenando con tu padre te permite darte cuenta de que su ataque está más destinado a colocarse y ganar tiempo que a causarte daños severos, mientras que por la posición de su cuerpo, parece dispuesto a echarse a un lado a toda velocidad.

¡Esto si que me gusta! - Digo con una sonrisa amplia y claramente burlona- ¡Puedo hacer algo para lo que Alder me necesita! -Cambio mi expresión duramente y me levanto:

-Bien, dejémonos de tonterías. Tú ya lo sabes todo sobre mí; deberías saber que no necesito dinero, o no mucho, al menos. Si pretendes que cabree a Asceltis más te vale que me des seguridades, y empieces a decirlo todo, porque eso es lo que hago yo. Esto incluso podría ser una prueba de lealtad de esa zorra, o incluso puede que alguno de sus lameculos nos esté espiando en este momento. 

-Miro crudamente a su tez oscura como el carbón y añado:

Recupera mi espada y a mi hermana y tendrás esa información... - Ladeo la cabeza con una sonrisa bravucona- Y mi silencio.

Alder empieza a jugar con la llama de la vela mientras hablas, aproximando su mano cada vez más al fuego. Finalmente su rostro se contrae de dolor y retira rápidamente el brazo con un gesto de fastidio. En el aire queda el olor acre de la carne chamuscada.

- Ten cuidado con lo que deseas, puede que se cumpla... - Dice mirándote fijamente con el puño cerrado. Su mirada de odio hace que una gota sudor frío se deslice por tu espalda.

- Pero te equivocas. Sé que SÍ necesitas dinero... salvo que quieras dormir esta noche a la interperie, pero teniendo en cuenta que la guardia te estará buscando, no te lo recomiendo. - Su sonrisa lupina resulta casi insultante - Y, no, no quiero que cabrees a Asceltis, de hecho no creo que tenga por qué enterarse de nuestro acuerdo...

Él también se levanta súbitamente, mirándose la mano que se ha quemado con una expresión que no consigues identificar. La cierra nuevamente en un puño con un gesto de rabia mientras arroja sobre la mesa una bolsa que saca de su cinturón, que cae con un sonido metálico.

- Respecto al precio, coge ese dinero, dame lo que te pido y recuperarás tu espada. Asceltis te dirá cómo encontrar a tu hermana y todos contentos.

Pese a se un lance defensivo, el arma de tu adversario sale despedida hacia Alex. Sin espacio para esquivar, la única solución posible es anticiparse a su ataque. En ocasiones, la mejor parada es un buen ataque. Alex aún recordaba las palabras de Lazarus.

Sin ninguna opción mejor, aprietas la daga que sujetabas en tu mano y lanzas una estocada a tu asaltante.