Partida Rol por web

Anthony se dirigía hacia el taciturno acompañante de Alexander cuando escuchó los gritos del irlandés hacia su hermana y fue consciente de que los dos hombres de la entrada estaban haciendo frente desarmadas a una pequeña turba de matones.

Casi en un rídiculo salto, cambió completamente su rumbo y se dirigió corriendo hacia el altar para tratar de encontrar algo que pudieran usar para defenderse, aunque fuese una de esos cálices metálicos, y llevarselo corriendo a los que se habían convertido en la única posibilidad de salir con vida de allí.
 

La intenso mareo fue desapareciendo poco a poco hasta ser un ligero mal estar. El joven detective se puso de nuevo en pie y observo la escena con ojo analítico. Las puertas estaban bloqueadas por aquel esbirro que justamente estaba cayendo debido a los golpes del Seamus y Alexander. Por otra parte otras entradas podrían ser las ventanas y dudaba que nadie fuera a entrar por allí. Cuando el señor Lang y su séquito irrumpieron en la sala todo se torno peligroso. Demasiado peligroso. El irlandés junto al lanzador de cuchillos empezaron a alejarse, era un movimiento inteligente a pesar de que les pudieran rodear. La espada de aquel señor de las tinieblas parecía extremadamente afilada. Debian en cargarse primero de los guardias, para posteriormente poder acabar con el siervo de la oscuridad Lord Lang. Una espada era peligrosa, pero las patadas y puñetazos en cabeza, nuez y órganos vitales también lo eran. —Primero los aturdiré—pensó acumulando esa crepitante magia que empezó a provocarle un hormigueo en los dedos—. Después me encargare de aquella espada. Cuando sintió el poder vibrante apunto de desbordarse la dirigió hacia sus enemigos esperando poder aturdirlos el tiempo suficiente. El señor Douglas sabia que un instante de debilidad en una pelea era la diferencia entre la vida y la muerte si te enfrentabas a un enemigo formidable y eso eran los posibles aspirantes.

Anthony casi rebotó contra el altar de la velocidad que llevaba y apenas sacó un segundo de tiempo para santiguarse para agarrar con fuerza el pesado crucifijo de metal.

Sin pararse a pensar mucho, porque seguramente terminaría corriendo en dirección contraria en busca de una salida, regresó por el pasillo nupcial casi hasta el lugar que ocupaba unos segundos antes.

Eilish miró hacia su hermano durante un segundo en el cuál pudo ver cómo sus temores se cumplían; había mas hombres acompañando al Sr. Lang y en esos momentos estaban entrando en la sala. Y para mayor divertimento, el anfitrión portaba una espada que reflejaba la luz como si eso fuese lo único que fueses a ver antes de cruzar la puerta.

Casi inmediatamente y al centrarse en lo que estaba haciendo vislumbró algo metálico en el sombrero de una señora y... - ¡Claro! ¡Los sombreros! - y miró a su alrededor buscando más damas con sombreros. pues con una sola de esas agujas de pelo, y ante la fuerza bruta de otros hombres, no creía que fuese a ser suficiente.

A su vez no dejaba de pensar en proporcionarle una arma a su hermano. algo con lo que defenderse. Cuando de improviso oyó su voz y alzó la cabeza para sonreír y únicamente responderle... - ¡JA! - Sabía que su hermano siempre hacía gala de un magnífico humor, incluso en los momentos más inesperados, y era una de las cosas que más le gustaban de él.

Al mirarle pudo observar cómo se había acercado a la chimenea y se disponía a agarrar un atizador. Por lo que saltó de alegría en su interior y respiró con profundidad al exterior.

Sir Sutton fue el primero en reaccionar ante la nueva amenaza, lanzándose a la carrera por el pasillo y llegando al altar en el que había localizado un pesado crucifijo, para hacerse con este con intención de usarlo contra los esbirros y lord Lang. Esperaba que Dios tuviera sentido del humor y no se lo tomará a mal, cuando el noble se pusiera marcar la cara de sus enemigos con la señal de la cruz.

Por su lado Seamus, viendo lo que se le venía encima y entendiendo que armado con una silla tenía muchas posibilidades de encontrarse de repente solo con una pata de madera en la mano, decidió retroceder en busca de una herramienta más apropiada para dar la paliza de su vida a aquellos miserables. No tardó en encontrar un atizador de metal en la chimenea y lo sopesó moviéndolo de arriba a abajo, de izquierda a derecha y arrancando así silbidos al aire. El irlandés parecía satisfecho y avanzó para retomar la pelea.

Francis estaba desarmado, pero tenía otros medios para tratar de favorecer al grupo de héroes involuntarios. Se concentró en el ambiente que le rodeaba, en el aire y las partículas invisibles de energía que componían todos y cada uno de los objetos presentes y enfocó esa energía para canalizarla en una explosión sónica lanzada contra los sicarios de lord Lang más cercanos. El resto únicamente sintió únicamente un fuerte movimiento de aire a su alrededor.

Mientras tanto Eilish continuaba buscando entre las invitadas de la fiesta para asegurarse una segunda aguja y acompañar a su hermano cuanto antes en el combate. No iba a dejar que nadie le tocará un pelo de su hermosa cabellera irlandesa y pelirroja y para ello estaba dispuesta a demostrarles lo que una doctora era capaz de hacer con una aguja en la mano.

Por último Alexander, después de ver lo que sus puños eran capaces de hacer con esos pusilánimes y convencido de sus capacidades, no retrocedió, sino que se dispuso a continuar con el segundo round. Su primer puñetazo volvió a fallar, el esbirro parecía de nuevo estar esperándolo, pero el segundo acertó de pleno en su rostro, haciendo que lo girara hacía un lado. Cuando volvió a mirar al frente escupió un diente y sonrió al boxeador de manera burlona. Esos hombres eran algo más duros.

Teniendo a lord Lang cerca, los sicarios se entregaron con arrojo a la pelea contra los prisioneros de su amo. No parecían los mismos que aquel temeroso esbirro al que tan fácilmente habían eliminado. Pero Alexander era un combatiente entrenado y experimentado, y supo esquivar fácilmente ambos ataques contra su persona, para después retroceder en busca de la protección del grupo y no arriesgarse a quedarse rodeado el solo contra un número aún mayor de esos villanos.

Igualmente el pelirrojo irlandés salió bien parado de los ataques de sus contrincantes. Seamus consiguió evitar el ataque del primero, desviándolo con el atizador que acababa de agenciarse. Pero aún no estaba acostumbrado al peso de aquella arma y no consiguió evitar del todo el segundo golpe, sintiendo como el filo de la daga se abría paso por su chaqueta, sin llegar a cortar la carne. Mentalmente empezó a despedirse del bonito traje que le había comprado su hermana para la boda. Este iba a salir hecho unas trazas.

Cuando Alexander sintió esa ventolera se santiguó, parecía que su querido Dios estaba intercediendo por el para poder huir del cmbate, pues pudo comprobar que los esbirros parecían estar como idos.

En cuanto el boxeador se situó alejado del combate pudo comprobar que su nuevo amigo pelirrojo tenía a dos de esos esbirros para el solito, y eso no podía ser, por lo que cegado por la rabia se lanzó a por uno de ellos con intención de dejarle estampado contra la pared e irreconocible, la suerte, o el destino quizás, no quiso que ocurriera, provocando que el esbirro esquivase ambos ataque de Alexander

El atizador parecía de buena calidad. La chimenea parecía de buena calidad. Hasta la maldita ceniza parecía de buena calidad. Allí lo único que no parecía de buena calidad eran los Lang. Pero de eso pensaba encargarse Seamus aunque tuviera que salir de allí cubierto de sangre como si fuera la mismísima Leanan Sidhe*. Acabaría con ellos, sus sirvientes y su reputación, y de paso, se llevaría algo de plata, que tenía pinta de ser también de buena calidad.

Mientras él rebuscaba - ¿de dónde había salido aquella ventolera de repente? - vio de reojo cómo el sajón salía bastante bien del tropel de escoria que se había lanzado contra él. Anotó mentalmente darse una vuelta algún día por el puñetero circo Astley para saber qué clase de espectáculos habrían formado a un tipo como él y plantó cara al primer tipejo que se abalanzó sobre él. ¡Y tuvo la osadía de agujerearle el traje que su hermana le había comprado apenas unos días antes!

- Ah, joder - dijo, mirando el rasgón - ¿Has visto lo que has hecho? Ahora Lissie me va a matar.

Y con esto, se lanzó contra el tipo que le acababa de pinchar, que esquivó su ataque ágilmente, lo que no hizo más que frustar aún más al irlandés.

Encontrar otra de esas puntiagudas y duras agujas le había costado alejarse de la acción y por lo tanto de su hermano.

En cuanto fue consciente de este hecho, se giró para volver sobre sus pasos cuando un repentino viento la hizo frenarse para buscar con la mirada de donde habría podido salir algo así. Pero había sido algo momentáneo y llegó a pensar sí podía haber sido fruto de su imaginación, por lo que apartó de su mente todo lo que no fuese llegar hasta Seam y hacer todo lo posible por ayudarle.

Analizó de manera rápida la situación: si se acercaba demasiado y de manera directa sería fácil resultar herida, además seguramente resultase una distracción más que una ayuda. Pero... ¿Y si los desconcentraba? ¿Y si conseguía que centrasen su atención en ella? Podría alejar a un buen número de aquellos hombres de la zona de lucha de Seamus.

Se frenó en seco, miró desafiante a Lord Lang y con todas las fuerzas que pudo y a voz en grito pronunció las palabras que creyó serían las que más llamarían la atención del anfitrión. Aunque esperaba llamar también la de todos sus esbirros - ¡Es día de cosecha! - esperó a tener la atención del señor Lang como mínimo y continuó - ¡Y debe volver a repetirse! ¡Y la sangre correrá! Pero quizá no sea la nuestra... - dijo esto último arrastrando las palabras - Ella se me presentó y escuché su llamada. ¿O es que pensabais que erais los únicos? - tras lo cuál sonrió con una sonrisa de medio lado llena de descaro.

Nada más sentir la ventolera un escalofrío recorrió su cuerpo y se le vino a la mente su visión. Ese frío incrustado en sus entrañas mientras esa mujer la perforaba con la mirada y exigía su completa atención. E inmediatamente supo cuál sería la solución más idónea.

- Es día de cosecha. Recuerdalo. Tú podrías ser ellos. Ser como ellos. Eres fuerte, Lissie - su pequeña hada aprobaba la idea ayudándola a centrarse y enfrentarse a lo que estaba por venir. Lo que iba a provocar. 

Seguramente esta situación era más propia del irlandés, a quien Anthony veía perfectamente integrado en una trifulca de taberna, pero el noble era consciente de que seguramente debería pagar con sangre, suya o ajena, el salir con vida de aquella mansión.

Avanzó hasta ponerse junto al pelirrojo, a quien saludó con un gesto de cabeza mientras agarraba la cruz con ambas manos y trataba de golpear a uno de los matones.

El joven investigador sintió como la crepitante energía abandono su cuerpo provocándole un frio sobrecogedor que se extendió desde sus brazos hasta llegar a su nuca. A pesar de ello fue consciente del presente combate. Tan solo dos de los esbirros del mal habían sido afectados por su conjuro de Francis, haciendo que McBride tuviera que retroceder por la desventaja numérica. Por otra parte, Alexander parecía no querer dar su brazo a torcer y seguía combatiendo en primera linea. Temiendo por la vida de su futuro compañero recurrió de nuevo su ingenio junto al poder arcano para tratar de voltear las tornas a su favor. —Si son demasiado duros roer, quizás otras cosas menos agresivas funcionen—. Pensó el joven investigador mientras observaba la situación para sacar el mayor provecho posible. El poder volvía a hormiguear en la punta de sus dedos, zumbando de manera frenética como si de un entre consciente fuera. Finalmente cuando Alexander huyo aprovechando la distracción de su anterior conjuro, sin esperar un solo instante el señor Douglas libero la energía. La magia surco el aire, impactando contra el suelo, justo delante del enemigo. Francis esperaba poder ralentizar la vibración de las partículas (aunque no lo supiera) para así congelar el suelo que se encontraba justo en frente del enemigo.

Anthony corrió a apoyar a sus inesperados compañeros de armas. El noble, de naturaleza tranquila a la vez que pragmática, sabía que era el momento de dejar de lado sus prácticas pacifistas y darlo todo para salir de allí andando y no con los pies por delante. Por ello lanzó un golpe con la pesada cruz a uno de los esbirros que se encontraban atacando al impetuoso irlandés. Seamus más experimentado en los trucos y estratagemas de un combate, decidió lanzar su ataque sobre el mismo oponente, para complicarle a este la parada al tener que defenderse de golpes provenientes desde dos ángulos distintos. Sin embargo el sicario tuvo tiempo de verles venir y, gracias a que estaba preparado para recibir uno de los golpes y a la falta de coordinación de los dos contrincantes, dio un rápido paso atrás en el momento preciso, esquivando con un movimiento tan sencillo el desordenado ataque. Seamus, que tras el éxito contra el primero de los esbirros había subestimado a sus oponentes, no esperaba golpear al aire y perdió un instante el equilibrio. Momento que aprovechó su contrincante para asestarle una puñalada en el desprotegido costado. La blanca y almidonada camisa del pelirrojo empezó a teñirse de sangre.

Por su lado Francis, viéndose de mayor utilidad usando sus habilidades arcanas que en el combate cuerpo a cuerpo, volvió a concentrar su mente en la energía que le rodeaba, amasándola, dándola forma y creando una capa de hielo sobre el suelo de baldosa en el que estaban los contrincantes del irlandés y haciendo que estos tuvieran dificultades para controlar sus movimientos sobre una superficie tan inestable.

Lord Lang parecía estar disfrutando de la pelea. En su cara una mirada sádica, oculta hasta hace poco por la máscara del amable y preocupado anfitrión, mostraba su verdadero rostro. Se deleitaba viendo correr la sangre, sintiendo el miedo a la muerte de sus presas, observando el pánico en sus ojos. En esos momentos aquel hombre no parecía albergar sentimiento alguno de piedad. Se reía con los fallos en los ataques de los inesperados adversarios y animaba a sus sicarios. En ambos casos acompañaba sus palabras con amenazas.

Pero, cuando menos se lo esperaba, alguien consiguió romper su supuesta seguridad. Las palabras de Eilish parecían haber tocado algún punto débil del noble.

– ¡Traedme a la mujer! La quiero viva para el sacrificio. Va a sufrir. Va a pedir piedad. Va a maldecir el día en que nació… Y va a mirarme con agradecimiento en los ojos cuando por fin acabe con su miserable vida.

Como impulsados por un resorte invisible, los esbirros que no estaban enzarzados en la pelea contra Seamus y Alexander salieron en dirección a Eilish, apresurándose a seguir las órdenes de su jefe. Tras el brusco cambio de carácter de su señor parecían haber perdido todos algo de su seguridad inicial. Movidos por el miedo a lo que podría hacer con ellos si le fallaban, dos de los hombres se acercaron peligrosamente a la doctora McBride.

Mientras tanto el boxeador vio una posibilidad para colocar un golpe preciso sobre el sicario que había conseguido dañar a su nuevo amigo irlandés y no desaprovechó la ocasión. El puñetazo con el puño izquierdo, bien colocado contra las costillas de aquel hombre, fue demoledor, rompiendo dos de estas y dañando así órganos internos. El esbirro cayó al suelo entre terribles dolores y agonizando sin poder hacer nada para evitar una muerte segura desangrándose internamente.

No era la primera trifulca en la que se metía, pero sin duda alguna era la primera en que su hermana estaba por medio, y eso se notaba. Siempre tenía un ojo vigilando a la valiente pelirroja, que parecía haber enloquecido de repente y bramaba maldiciones a diestro y siniestro como una gitana del East End.

- Joder, Lissie - dijo para sí, mirando a Eilish como si fuera un perrito abandonado. En ese momento, sintió la lacerante punzada del puñal de uno de esos nauseabundos tipejos y se encogió de dolor - Maldito come-mierda-chupa-pollas... ¡te voy a arrancar la puta...!

Pero no era verdad. No podía descargar su rabia contra ese tipo porque Lang - cómo empezaba a odiar a ese tipo - había enviado a sus secuaces contra su hermana. ¡Y no iba a dejar que ninguno de ellos le pusiera una mano encima! Aprovechó que el grandullón y el anciano afeminado podrían mantener a raya a los demás para salir corriendo hacia quienes iban a por Eilish. 

- ¡AaaaaAAAAHH! - bramó con todas sus fuerzas mientras embestía con el hombro a ese flacucho inglés. Le había golpeado por la espalda y a traición. ¿Y qué más daba? Si por él hubiera sido, habría usado el atizador para atravesarle de lado a lado. Ya habría tiempo para eso.

El boxeador seguia necesitando soltar toda la rabia acumulada, por lo que en cuanto McBride salió corriendo a ayudar a su hermana siguio a lo suyo utilizando como saco de boxeo al esbirro que aún quedaba en pie.

- No te preocupes McBride, de este me encargo yo - le dijo a su compañero antes de que este saliera corriendo

Sin embargo, en esta ocasión, no pudo hacer gala de su habilidad, la droga parecia esta perdurando en su organismo, haciendo que todo fuera borroso a su alrededor y fallase ambos golpes

- ¡Maldición! ¿Pero que cojones me pasa? -

¡No te preocupes, querido! - le indicó Anthony al torpe boxeador, quien parecía estar haciendo gala de cómo no hay que comportarse en una trifulca.

Dio un par de pasos hacia el matón que podía tomar ventaja de Alexander y torpemente alzó la cruz, casi recordando al Obispo de Canterbury durante la Procesión de Pascua, y la dejó caer a plomo - ¿o era plata? - sobre la cabeza del esbirro.

Eilish sólo había pensado en alejar la acción de su hermano y en hacer dudar al estúpido anfitrión que les estaba dando caza. Ni por asomo fue consciente de lo que se le iba a venir encima, y ni mucho menos de que su hermano podía desconcentrarse. Y, por supuesto, no era ni mínimamente consciente de la reacción que éste podía tener ante su arrebato.

Inicialmente creyó que era la mejor opción para ella, y se maldijo por dentro por no ser tan inteligente como creía ser. Y se maldijo aún más cuando vio cómo uno de aquellos malnacidos clavó un puñal en el costado de Seamus.

- Seam... - dijo mientras algo se partía dentro de ella y una furia interna ascendía desde su pecho. Su hermano no tardó en reaccionar y, sin pensarlo, se lanzó en su ayuda. Con ello daba la espalda al mismo hombre que le acababa de apuñalar - ¡No! ¿Pero qué haces? - era lo único que llegaba a su mente - Estúpida, ¿cómo no lo pensaste? Sabes cómo es.

Observó cómo el pelirrojo se lanzaba al ataque contra los hombres que acababan de aparecer frente a ella y no pensaba dejar que sólo él se hiciese cargo.

Las fuerzas iban equilibrándose segundo a segundo, sin embargo el joven investigador sabia que un simple error de cualquier de ellos podría ocasionar la muerte de todas las personas de la sala. El señor Lang parecía que aun no iba a meterse en el combate, los secuaces de su lado aun seguían aturdidos debido a su conjuro, eso le daba al menos unos segundos mas de tranquilidad. Por otra parte la fina capa de hielo y los brutales ataques de sus compañeros habían acabado con uno de los secuaces. Sin embargo, la joven Eilish estaba en peligro. Aunque su hermano corría en su auxilio y ella estaba armada con dos agujas el señor Douglas dudaba de que pudiera aguantar mucho contra dos a la vez. Francis observo con ojo analítico la situación, pudiendo hacer algo que ayudara a la joven dama. Cerro durante un instante los ojos y empezó a recordar. —El primer esbirro en caer soltó el cuchillo, nada, demasiado lejos. Podría quebrar el vidrio de las lamparas de aceite del techo, demasiado tiempo, tardaría demasiado—. Abrió los ojos y vio como aquellos esbirros acortaban cada vez mas la distancia hasta llegar a su victima—. Aturdirles, no, siento como la energía arcana se va consumiendo. Protegerla con escudo, si… Cuando el joven investigador llego a una conclusión era demasiado tarde, para poder lanzar el escudo sobre Eilish debería acercarse, algo imposible debido al tiempo. Había tardado demasiado. Sin pensarlo dos veces, por pura inercia, lanzo una corriente de aire para poner sombrero y capa en la cara del primer agresor. No era mucho, pero quizás le daría el tiempo suficiente a su posible compañera a acabar con al menos un agresor.

Tras las directas y amenazadoras ordenes de Lord Lang se desató el caos en torno a Eilish. Su hermano, decidido a impedir a cualquier precio que alguien pusiera siquiera un dedo sobre la doctora McBride, se lanzó como un toro desbocado contra los dos esbirros que amenazaban a la pelirroja irlandesa. Seamus estaba acostumbrado a meterse en trifulcas y emplear su cuerpo como arma cuando era necesario y así trato de dar un buen empujón al sicario más cercano a él y que este perdiera el equilibrio. Pero el enemigo le vio llegar gritando su rabia y se preparo para recibir el terrible impacto. Y de alguna forma lo consiguió. Pero la embestida hizo que no pudiera colocar bien su contraataque y la puñalada lanzada contra McBride se perdió en el aire.

El otro secuaz de Lord Lang que se disponía a sujetar a Eilish para, como le había pedido su lord, llevarla a donde pensaban sacrificarla viva a una deidad demoniaca, esperaba encontrarse una mujer desarmada y desvalida. Su fallo fue no darse cuenta que tenía delante a una mujer irlandesa muy capaz de defenderse por si misma. Cuando el hombre levanto los brazos en dirección a Eilish para agarrarla, y arrastrarla con él, una de las agujas que había recogido ella de entre las invitadas surgió aparentemente de la nada buscando la frágil y desprotegida zona del cuello. El esbirro, sorprendido, reaccionó en el último segundo evitando que la doctora le clavara el sobredimensionado ornamento. La irlandesa, aunque no había alcanzado su objetivo, consiguió al menos que el hombre no hiciera presa sobre ella.

Tampoco Francis tuvo demasiada suerte con su siguiente ataque. Animado tras comprobar la ventaja que les estaba facilitando a los demás con sus arcanos poderes, desequilibrando la balanza a su favor, decidió volver a hacer uso de estos y ayudar al iracundo irlandés. Mas el detective tuvo que aprender que la magia es caprichosa y sigue sus propias leyes, y al igual que el agua fluye de manera constante e imparable, pero como esta también en ocasiones abandona su cauce sin dejarse controlar por la mano del hombre. Una importante lección que llegó en un momento poco acertado, pues la ayuda habría podido tornar las cartas en favor del irlandés y su hermana. En lugar de un pequeño golpe de viento que hubiera sorprendido y quizás entorpecido a sus enemigos, una ligera brisa rozó las caras de todos ellos y pasó desapercibida en el fragor del combate. La fuente de poder de la que disfrutaba Francis empezaba a agotarse y este sentía como las fuerzas mágicas le iban abandonando, debilitándole.

Anthony por su parte se manejaba bastante bien con la maciza cruz. Al menos si se tiene en cuenta que lo más pesado que el noble estaba acostumbrado a levantar habitualmente era una pluma para escribir o los cubiertos de plata durante la comida. Pero quien juzgara a Sir Sutton solo por su apariencia estaría cometiendo un grave error, pues se quedaría sin ver la determinación y el arrojó del aristócrata. Características que le habían sacado de alguna que otra peligrosa situación en sus numerosos viajes por países exóticos. Y así el ilustre hombre, queriendo acabar cuanto antes con el último enemigo que quedaba en esa zona del salón y evitarse luego sorpresas y ataques por la espalda, balanceó el crucifijo con ambas manos haciendo que este ganara impulso y dirigiéndolo con bastante acierto hacia el torso del enemigo. El impacto fue tan terrible, que el sonido de huesos rompiéndose pudo escucharse por todo el salón y el esbirro, con la señal de la cruz grabada en el pecho, salió despedido contra la pared, chocando contra esta y cayendo luego al suelo inconsciente.

Quien tampoco tuvo demasiada suerte fue Alexander. El boxeador, tras acabar con dos de los matones, se empezaba a crecer y, queriendo también terminar de una vez con su enemigo, lanzó dos poderosos puñetazos. El primero de ellos no consiguió golpear a nada ni a nadie, pero el segundo si que supo acertar… al metálico y pesado crucifijo. El golpe fue bastante doloroso para el coloso, quien probablemente se acaba de romper algunos huesos de la mano izquierda con aquella acción.

La escena empezaba a irritar a Lord Lang. Su paciencia tenía un límite y este no era precisamente demasiado elevado. Viendo que sus esbirros no eran capaces de terminar con aquellas supuestamente fáciles presas, más bien eran estos los que gota a gota iban siendo eliminados. Además aquella petulante doctora había tenido la desfachatez de amenazarle en su propio hogar. Frente a él tenía a dos de sus secuaces encorvados y tapándose los oídos con las manos, y descargo su rabia con estos.

– ¿Qué coño hacéis ahí parados, estúpidos? He dicho que quiero a la mujer. Acabad con ellos o me encargaré yo personalmente de arrancaros la piel a tiras antes de echar vuestros cuerpos a los perros. – Y, para dar más énfasis a sus palabras, dio una patada al más cercano, haciendo que cayera de bruces al suelo.

El ruido que hizo este al chocar contra las baldosas, tapó otro sonido de alguien cayendo también de rodillas contra el piso. Un hombre vestido con casaca roja peleaba por liberarse de los efectos de la toxina y volver a recuperar el control sobre su cuerpo.

Aquel esbirro, que debería de haber sido luchador profesional, jugador de rugby y rompeolas para la costa de Dover en sus ratos libres, aguantó la embestida de Seamus con tanta entereza que el irlandés, por un leve momento, pensó que la droga le estaba jugando una mala pasada. Pero ahí seguía el tipo, tan cerca de Eilish que le bullía la sangre y con esa mirada de paleto follaovejas en su fea cara. De nada servían sus intentos de pincharle con el atizador o medirle el lomo con el metálico objeto, que lo aguantaba con divina resistencia.

¿Es que allí todo el mundo tenía la suerte que a él le faltaba? Por no decir que el abdomen le dolía cosa mala por ese desafortunado corte que uno de los subalternos del podrido de Lang le había ocasionado. Necesitaba una pinta. Y un buen cigarrillo para inundar sus pulmones.

- ¡Que dejes a la señorita, hombreya! - dijo, azotando al tipo como si él fuera San Patricio y el hombretón una serpiente.