Partida Rol por web

Aquel curioso y nada ortodoxo grupo de desconocidos habían logrado de alguna forma superar los efectos de la toxina a la que les había sometido la familia Lang. Quizás por una constitución especial, tal vez debido a una fuerza de espíritu más allá de lo habitual, o simplemente por unos sentimientos llevados al extremo por la amenaza de muerte a la que los anfitriones de esa singular boda les habían expuesto, el caso es que a diferencia del resto de invitados, ellos habían ganado la pelea contra el veneno que recorría su sangre.

Pero su martirio aún no había terminado. Desarmados, en medio de la campiña inglesa, a varios kilómetros de la próxima granja habitada y con un grupo de asesinos despiadados, que claramente había perdido la chaveta y amenazaba con ejecutar despiadadamente a todos y cada uno de los invitados, para culminar cierto ritual oscuro, su perspectiva de salir de allí con vida seguía siendo bastante frágil. Sin embargo, aquellos hombres y la mujer estaban hechos de otra madera, no eran de los que se rendían fácilmente a la primera ocasión en que las circunstancias se ponían cuesta arriba, y no tardaron en ponerse a preparar un plan, para salir de allí con vida.

No parecieron sorprenderse al descubrir que no había ningún esbirro de los Lang vigilando en aquella sala tan grande. Posiblemente pensaron que los anfitriones estaban tan seguros de su plan, que no creyeron necesario poner a alguien vigilando a los prisioneros. Craso error.

Mientras terminaban de aclarar los detalles de sus siguientes movimientos, la puerta se abrió y uno de los siervos de los Lang entró en la sala mirando hacia abajo, pues estaba ocupado terminando de cerrar el hueco del pantalón que había usado para aliviar cierta presión corporal^*. Oyó las voces de los compañeros y, al mismo tiempo que estos, levantó la cabeza percatadose de la situación.

– ¡Pero que cojones! ¡CRAIG VEN! ¡CORRE!

Sin dar un paso más, esperando a que su compañero acudiera a su ayuda, el esbirro sacó una daga de debajo de la chaqueta y aguardó a la defensiva a escasos metros de la puerta, convencido de que el apoyo estaba al caer.

Al oir al esbirro, o mas bien oir unos gritos, Alexander se dió cuenta que sus nuevos amigos no habían sido lo suficientemente rápidos y que les había pillado en medio del plan, por lo que se levantó y se coloco entre medias del esbirro y McBride, dirigiendose a este ultimo

- McBride, a la mierda el plan, y casi que mejor, no sabes las ganas que el tengo a estos tipos -

Y con su natural confianza increpó al siervo de los Lang preparando los puños para liarse a guantazos con quien fuera necesario

- ¡QUE PASA NENAZA! ¿NO ERES LO SUFICIENTEMENTE HOMBRE QUE TIENES QUE PEDIR AYUDA? ¡ACÉRCATE SI TIENES LO QUE HAY QUE TENER!

- Como desearía tener mis cuchillos aquí -

La llegada del secuaz de Lang mandó su plan por el desagüe, lo que no terminó de gustar mucho al irlandés. Se giró lentamente hacia el recién llegado, chasqueó la lengua mientras aún sentía su cuerpo adormilado por la maldita droga que les habían hecho ingerir y dedicó una mirada rápida a su hermana. Afortunadamente seguía sentada, lo que aseguraría que la ignorarían por ahora. El forzudo y él tendrían que encargarse de los maleantes. Combatirían el fuego con fuego.

- Mira, mojacamas - dijo, dando un paso adelante y cogiendo una de las sillas. La sopesó un par de veces hasta que le pareció correcto tanto el peso como el tamaño, y la apoyó nuevamente en el suelo mientras la sujetaba con una mano - A ti y a tu amigo os vamos a dar una paliza de cojones. Y luego vamos a dar un repaso a tu jefe. Habéis dado con el irlandés equivocado.

Aquello era una locura, no solo estaban siendo secuestrados por un matrimonio que claramente habían perdido la cabeza, seguramente ante una cantidad ingente de opiáceos, si no que los pocos que parecían haberse repuesto del veneno de los Lang no eran más que un grupo desorganizado.

Y, para rematar la faena, uno de los siervos de la casa entró y les encontró a todos juntos hablando.

Por supuesto, el irlandés y el boxeador optaron por una aproximación física, más acorde a sus estilo, pero Anthony sabía como hablar a ese tipo de gente.

¿Pero esto qué es? - dijo chasqueando los dedos en dirección al esclavo y adoptando una postura que había visto cientos de veces en su madre. - ¿Lord Lang me deja aquí al cargo de la situación y tu decides sacar un hueco para mear en un momento como este?

Espero que asumas que no le va a gustar nada y lo pagarás caro... - movía la cabeza a modo de reproche mientras daba un par de pasos hacia él. - Aunque quizá se lo puedas explicar ahora mismo. ¿Verdad, Lord Lang?

Las últims palabras las dijo mirando hacia detrás del matón y haciendo una pequeña inclincación, esperando que sirviera de distracción.

Cuando parecía que podía haber algo de esperanza y organización, todo se fue al garete con la entrada de aquel individuo en plena preparación. Y no mejoró en absoluto cuando llamó a su compañero y se quedo quieto a esperar que éste último apareciese.

Casi todos parecieron actuar de manera muy impulsiva teniendo en cuenta la desventaja en la que se encontraban. Eilish no estaba precisamente en su ambiente, por lo que decidió que lo mejor era hacer como si le hubiesen movido la cabeza y mantener su postura dando con ello a entender que seguía totalmente paralizada. Sólo movía los ojos de una manera que enfatizaba su falta de movilidad. Llegado el momento, si la contienda la acercaban hacia ella o no salía como su hermano acostumbraba, ella actuaría.

Al escuchar las palabras de Sir Anthony no pudo sentirse más asombrada. Ese hombre pensaba más allá de sus habladurías y sus cotilleos de vieja. Aunque inmediatamente pensó que todo podía ser una trampa para ellos. Ese hombre podía estar usándolos para salir con vida de todo aquello. Y lo miró de reojo, de arriba abajo, como si estuviese analizándolo y midiendo por si tenía que golpearlo ella misma. Cosa que, después de todo lo ocurrido, no le costaría en absoluto.

La voz que antes la hablaba con ánimo y esperanza, en esos momentos parecía estar desesperada y desesperanzada. 

- ¿Por qué...? ¿Eh? Dime por qué. Por qué no nos hemos ido antes. Por qué no me has hecho caso.

A Eilish le molestaba muchísimo cuando se ponía en plan niña mimada. No solía ocurrir demasiado a menudo, pero cuando lo hacía era insufrible, por lo que terminó realizando un pequeño sonido gutural para darle a entender que no era el momento. Menos mal que los años las habían enseñado a comunicarse, en una mínima parte, sin palabras. Y sí, esto había costado a la Doctora más de un dolor de cabeza antes siquiera de conseguirlo.

La voz calló de golpe, oyó un suspiro y... - Veeeenga, vaaaale. Intentaré ayudarte en vez de quejarme de que nos podíamos haber escondido en vez de quedarnos aquí sentaditas. Hermano es duro, seguro que él soluciona todo esto. Qué pena no poder tener un bisturí a mano, ¿verdad? Con eso sí que eres bastante diestra.

Y estuvo a punto de sonreír, teniendo que recordarse a sí misma que estaba completamente paralizada y no podía gesticular. 

Francis escucho como el lanzador de cuchillos, el irlandés y el noble comenzaron a moverse, el por el contrario no se movió. Prefería quedarse quieto hasta recuperar sus plenas facultades y así evitar que les pillaran; sin embargo uno de los secuaces de la oscuridad, un simple esbirro entro a escena descubriendo a sus compañeros en un momento comprometido.

El señor Douglas suspiro resignados, ya no había nada que hacer. Habían perdido la sorpresa. Sin perder tiempo se agacho, esperando que no le vieran y se extendió ambos ungüentos de potenciación sobrenatural en sus respectivos lugares ya fuera manos o nuca.

Cuando noto un ardiente calor en las manos y un frio gélido en su cuello supo que había hecho efectos. Con movimientos mas fluidos se acerco hasta su superior y realizo el mismo procedimiento. No esperaba que aquello alejara el estado de catatonia al capitán, pero cuando eso ocurriera estaría en mejores condiciones. Tras esto registro al casaca roja esperando encontrar alguna arma que sirviera a sus compañeros.

Al terminar miro alrededor, ajeno al combate, observo puertas y trato de recordar la disposición del resto de guardias, esperando poder con sus poderes congelar las cerraduras para evitar la entrada del enemigo.

Cerca de la puerta, con la espada contra la pared del biombo y sin moverse un paso del lugar donde se había quedado al darse cuenta de la presencia de los tres hombres, el esbirro lanzaba miradas nerviosas hacia aquellos que de alguna manera habían logrado superar el estado de rigidez a la que les habían sometido sus amos y que amenazaban ahora con atacarle.

A aquella boda deberían de haber acudido mojigatos de la alta sociedad, de esos que no son capaces ni de atarse los zapatos ellos solos. Si a eso se le sumaba el hecho de que la toxina y las artes arcanas de los Lang deberían de mantenerles inmóviles como muñecos sin espíritu, la tarea que le habían encomendado debería de ser un juego de niños. Pero la imagen que se le presentaba delante era totalmente contraria a lo que le habían prometido. No solo aquellos tres hombres no se estaban quietecitos y sin dar problemas, sino que avanzaban de manera claramente amenazante hacia él. Especialmente el coloso, que se frotaba los puños mientras no le quitaba los ojos de encima, y el pelirrojo, que avanzaba arrastrando de forma ruidosa y amenazadora una silla por el suelo y movía la cabeza de izquierda a derecha, arrancando un crujido del cuello, preocupaban sobremanera al sicario. Una gota de sudor solitaria resbaló por su sien, bajando hasta la mejilla y quedándose allí remolona como espectadora en primera línea de lo que estaba a punto de suceder.

– ¿¡CRAAAAAIG!? – suplicó a su compañero que se diera prisa. La voz le temblaba claramente.

Cuando Sir Sutton se dirigió a él, el esbirro se sorprendió y hasta dudo un segundo sobre la historia que le estaba contando. Pero, con los nervios a flor de piel, lo que terminó de romper sus defensas fue la mención a su jefe. Si había alguien a quien aquel hombre en ese momento temiera más que a las dos bestias que se le estaban echando encima, era a un enfadado señor Lang. Por eso, de manera casi instintiva, el sicario se giró veloz en dirección a la puerta, donde suponía encontrarse con su amo.

Mientras tanto, de la zona en la que hasta hace poco habían estado sentados Alexander y Anthony les llegaron unos sonidos de movimiento.

En apenas unos instantes la situación había pasado de ser totalmente desesperada a volver a tener una posible salida. Ni más ni menos que aquellos a los que había valorado como posibles candidatos para unirse a su logia de Exterminadores, estaban demostrando una fortaleza y un valor sobrehumano. Al menos si se les comparaba con el resto de los presentes. Se alegró de haber tenido tan buen ojo con ellos. Pero este no era el momento adecuado para darse palmaditas en el hombro.

Francis pensó sacar provecho de la ocasión. Creyó que aquellos tres hombres podrían encargarse ellos solos del esbirro. Debía arriesgarse de que esto no fuera así, más él debía de hacer ciertos preparativos para cuando, como preveía, las cosas se pusieran más complicadas. Agradecido por el presentimiento de su compañero, quien en buen momento le había proporcionado aquellos mejunjes especiales, el detective siguió las instrucciones que le había dado Lord Aidan y se aplicó las cremas. Una sensación de repulsa, casi de asco, se apoderó de él. Pero también sintió casi al mismo tiempo como una energía enorme, más allá de los valores humanos, se abría paso por cada uno de sus poros, llegando hasta el mismísimo tuétano. Se sentía radiante poderoso, y con ganas de demostrar a aquellos villanos, que se habían metido con las personas equivocadas.

Por último le aplicó a su compañero, Lord Aidan, lo que quedaba de las cremas que se había frotado y comprobó si este llevaba consigo algún tipo de arma que pudiera facilitarles las cosas en las peleas que estaban por venir. Pero aquella era la boda de la hija de uno de sus contribuidores, y al parecer el veterano Exterminador tampoco había esperado encontrarse con esta escena de violencia y muerte. Así que, aparte de otros dos frascos con ungüentos desconocidos para él, Francis no pudo encontrar nada más de interés.

Parecia que Craig tardaba más e lo necesario, cosa que Alexander no dudo en aprovechar.

- Disculpeme buen amigo, pero tengo un asunto pendiente con nuestro nuevo invitado - fueron las palabras que le dirigió al irlandes

Tras esto, con paso lento pero seguro, y con cara de pocos amigos, se acercó al esbirro y comenzó a realizar lo que mejor se le daba, después del lanzamiento de cuchillos, repartir puñetazos, soltando toda la rabia que tenía acumulada.

- Esto.. es... por.. Allison... y.. esto... por... Griffin -

El primero de estos fallo, probablemente efecto de la droga que tenia en la sangre, pero el siguiente acerto de pleno, haciendo polvo al pobre esbirro.

Sin armas, sin la ayuda de su superior y con el factor de la sorpresa perdida, no había mucho que hacer. Debian acabar con aquel secuaz antes de que alertara al resto de enemigos. Sin pensarlo dos veces, proyecto su energía a través de su mirada esperando poder calentar el metal de la daga que empuñaba.

Puede que no lograra proyectar el poder arcano de manera correcta o puede que sus capacidades aun no fueran lo suficientemente poderosas como para calentar el metal, pero cuando la energía se desencadeno, noto como parte de sus fuerzas le abandonaban, haciéndole caer de rodillas al lado de su camarada.

Exhausto miro a su alrededor, esperando encontrar una salida o algo que pudieran usar a su favor. Cuando todo fallaba, siempre recurría a su ingenio, el cual le había salvado en mas de una ocasión. 

Aún no se había recuperado del todo del efecto de la droga en su organismo - si pudiera disfrutarla, aquel sería una experiencia a tener ten cuenta para repetir en el futuro - y tras sujetar la silla notó un repentino mareo. Apoyándose en el respaldo, se tomó unos segundos para que sus dos ojos mostraran la misma imagen al mismo tiempo, maldiciendo en gaélico porque el forzudo inglés se anticipara a sus ganas de partirle la cara a ese lechuguino.

Cuando volvió a ser como debía ser, el techo seguía en su sitio y el suelo bajo sus pies, corrió hacia el fantoche silla en mano mientras vociferaba como un salvaje con la malsana intención de acariciarle la cara. Con la silla. Repetidas veces. Y rápido.

Esperó ver como los chicos le metían una paliza al hombre que se situaba en la puerta, pero estaba claro que algo ocurría, y, aunque habían conseguido que se girará incrédulo por si estaba su jefe, no conseguían lo que ella esperaba. Eilish temía que fuera hubiese muchos más hombres contra los que luchar.

Miró a su alrededor para ver de dónde había venido aquel ruido y si alguien más estaba en movimiento. ¿Sería amigo o enemigo? Buscó además algo que pudiese servirle como arma improvisada, mirando especialmente hacia el púlpito.

Su mente de golpe se centró en los invitados, tenía que determinar el estado de estos y si alguno de ellos pudiese tener algo de utilidad en sus bolsillos o ropajes. Seguro que alguna dama estaba usando agujas puntiagudas para sujetar su pelo, serían perfectas. Tampoco estaba de más intentar si golpeando a alguno más de los presentes pudiesen despertar. Desde luego que cuanto más fuesen, mayor defensa tendrían contra todo lo que estaba sucediendo.

Al levantarse sintió un mareo que le hizo sujetarse en la silla que tenía justo delante de ella, pero eso no la podía detener. Hizo un par de respiraciones profundas y se dispuso a registrar a la primera persona que encontró delante de ella, mientras la zarandeaba y le golpeaba con cierto cuidado la cara mirándole las pupilas para averiguar si alguno conseguía salir de su envenenamiento. Posteriormente, para medir el pulso en el cuello, colocó los dedos índice y medio justo al lado de la manzana de Adán, en el área blanda hueca. Percibiendo este pulso en la arteria carótida común intentando así determinar lo necesario para ayudarles a salir del estado en el que se encontraban.

Viendo que el hombre había caído en su treta, seguramente sorprendido porque ni se imaginaba que ninguno de los invitados estuviera en pie y mucho menos dando guerra, y el irlandes y el cirquense se hacían cargo de él, Anthony se tomó un instante para apoyarse en una silla y hacer un par de inspiraciones para recuperar la compostura.

Miss McBride, quizá unos atizadores de la chimenea - señaló a la zona de la estancia donde debía haberse celebrado el banquete - le sean de gran utilidad a su hermano y a Alexander.

Entonces escuchó un ruido donde hace unos estaba sentado y se acordó del callado investigador que Alexander conocía y había indicado que podía ser útil en esta situación, por lo que le buscó con la mirada con intención de ayudarle a desperatar con el Metodo Sutton.

El esbirro, confundido y atemorizado por las amenazas, cayó en el vil truco de Sir Sutton, hombre acostumbrado a engatusar y embaucar. Ese momento de descuido era todo lo que necesitaban Alexander y Seamus, quienes, para cuando el siervo de lord Lang se quiso dar cuenta, ya se habían plantado a su altura y estaban lanzando sus ataques sin piedad. Con mas suerte que pericia fue capaz de esquivar el primer golpe del boxeador, pero no estaba preparado para la velocidad y agilidad de Alexander y el segundo puñetazo ni lo vio venir. Un gancho con la izquierda dirigido a la boca del estomago y que dejó sin respiración a su contrincante. Este soltó la daga al instante, que cayó al suelo provocando un repiqueteo metálico, y se llevo instintivamente las manos al vientre. La brutalidad del golpe posiblemente había dañado algunos órganos internos y el hombre cayó al suelo. Seamus, quien apenas podía -aunque posiblemente tampoco quería- contener su ira, descargo toda su rabia contenida en un golpe contra la cabeza de aquel hombre. La fuerza del impacto fue tal, que el cuerpo pareció detenerse unos segundos en su caída, cambiando incluso la trayectoria y dibujando esta en el aire con un rastro de sangre y dientes rotos.

El sicario ya no suponía ningún problema para el grupo de valientes.

Mientras Alexander y Seamus libraban la batalla, la doctora McBride, conocedora de la moda femenina, buscó en los cabellos de las damas, esperando encontrar alguna aguja que poder usar como arma improvisada. No tardó mucho en dar con una de tamaño apropiado y que, bien usada, sería de temer en un combate cuerpo a cuerpo^*, y se hizo con ella, haciendo que el sombrero y el pelo de la dama cayeran por efecto de la gravedad. Al tiempo que buscaba entre las filas de invitados, comprobaba además el estado de salud de aquellos. Las constantes vitales que pudo medir funcionaban, pero a un ritmo muy débil. A alguno de ellos intento reanimarlo dándole un tortazo, repitiendo lo que le había visto hacer a Sir Sutton, pero sin éxito alguno.

Anthony, satisfecho por haber sido de ayuda al grupo, se tomó un momento de descanso; al parecer aún no se había recuperado del todo. Una vez se encontró mejor, volvió a dar muestras de su naturaleza pragmática, dedicándose a dar consejos prácticos a quienes quisieran escucharlos y mostrando al resto lo que para él era obvio.

Mientras tanto el detective, Francis, había caído de rodillas al suelo, posiblemente a causa de las toxinas que aún circulaban por su cuerpo, y desde allí miraba a su alrededor como si estuviera tratando de orientarse. Aunque también podría ser que estuviera buscando algo en concreto.

En la parte que podía vislumbrar de la habitación solo había dos posibles salidas, siempre y cuando no se tenía en cuenta el tiro de la chimenea: la gran puerta de doble hoja en el centro de la habitación y cada uno de los ventanales de la sala. Estos deberían de romperse primero, pero allí había material suficiente para poder hacerlos añicos.

– ¡Vaya! ¡Vaya! ¡Vaya! – dijo Lord Lang, quien acababa de volver a entrar en el salón acompañado de un grupo de sicarios –. Parece que me equivoque con vosotros. Quizás no seáis tan mojigatos como esta escoria de sirviente. – continuó mientras señalaba con una espada ensangrentada al esbirro caído en el suelo. Sus botas y los bajos del pantalón también estaban manchados del color carmesí de la sangre de sus víctimas –. Bien. Veremos entonces si realmente sois tan valientes. – Y, al terminar esta frase, hizo un gesto a sus sirvientes que empezaron a tomar posiciones en forma de semicírculo delante de él.

– Es una pena no poder disponer de vuestra sangre para el sacrificio. Pero al menos será divertido ver como me suplicáis piedad antes de morir.

Como animados por estas palabras, los seis esbirros se lanzaron al ataque.

Tuvo que reconocer que el forzudo no sólo era un montón de músculos, sino que sabía ponerlos a trabajar, y después de su puñetazo, para Seamus fue fácil terminar de rematar al tipejo de un sillazo que, si no lo mataba, lo dejaría postrado en cama durante una buena semana. Suficiente para lo que allí necesitaban. Sin embargo, estaban lejos de poder escapar de allí porque el malnacido de Lang hizo acto de aparición seguido de un buen rebaño de sus adláteres.

- Joder, sois como cucarachas - escupió Seamus, mientras retrocedía y echaba un vistazo a la chimenea. Solían tener unos buenos atizadores de metal para sacudir los trozos de madera que serían ideales para un momento como ese. Aunque estratégicamente el umbral de la puerta era un buen lugar para defenderse, estaba desarmado y la espada de Lang tenía pinta de ser de esas que atravesaban trajes y carne de irlandés con facilidad. Llamó la atención de Alexander - Eh, sajón. Retrocede que son muchos para ti solo y quiero compartir.

De camino, echó un vistazo alrededor y vio cómo su hermana parecía estar rebuscando entre el peinado de las señoronas.

- ¿Lissie? ¿Todo bien por allí? ¡No es momento de comparar modelitos!

Un esbirro había caído, pero eso no había hecho más que empezar, en cuanto terminaron con el primero otros seis, acompañados de Lord Lang, McBride le avisó que se apartara, pero el boxeador confiaba demasiado en sí mismo como para apartarse, además, tenía demasiada rabia acumulada por lo que sin mediar ni una palabra continuó repartiendo puñetazos a diestro y siniestro a todo aquel que tuviera cerca. Su gancho de derecha volvió a fallar, probablemente por el efecto de la droga, pero su gancho de izquierda dio en su objetivo, dejando a su oponente sin respiración.

En cuanto terminó con ese malnacido. se giró para observar cómo estaban sus compañeros y decidió que quizás era buena idea reunirse, al fin y al cabo, McBride también repartía bastante bien