Partida Rol por web

Silk & Sword

◇ Año nuevo 1868 [Okazaki] ◇

Cargando editor
14/04/2018, 23:00
Tokio

岡崎  –  O k a z a k i  -  T o k i o

Celebración de año nuevo - Primavera de 1868

 

Castillo de Okazaki

Tarde - noche

 

La celebración de año nuevo marcaría un antes y después en las vidas de los habitantes de Okazaki. El declive de los bushis y los daimyos, la caída del Shogun, y la restauración Meiji. Los últimos acontecimientos políticos y el inicio de la guerra civil se presentaba como un grave quebradero de cabeza para los Honda.

El Shogun esperaba que el clan Tokugawa pudiera preservarse y tuviera la oportunidad de participar en las decisiones que tomara el futuro gobierno. Sin embargo, los movimientos militares de las fuerzas imperiales, la violencia partidaria en Edo y un decreto imperial promovido por Satsuma y Chōshū que abolía el gobierno del clan Tokugawa, llevó a Yoshinobu a lanzar una campaña militar con el objetivo de tomar la corte del emperador en Kioto.

Tokugawa Yoshinobu era primo lejano de Aratani, sus movimientos se analizaban con especial atención dentro del clan Honda. La voz de Soichiro permanecía en silencio, privados los demás de su pensamiento y sentir, sus vasallos eran leales al Shogún y a su señor, pero... ¿Tendría suficiente valor el daimyo para enviar a aquellos hombres que darían la vida por él a una guerra?

 

Un samurái valiente no piensa en términos de victoria o derrota, combate siempre hasta la muerte.

- Yamamoto Tsunetomo -

 

La pérdida de los privilegios de los samuráis, sumado al ya de por si sufrido debate filosófico sobre su existencia y utilidad, cuestionado por el pueblo y los propios bushis desde el periodo de paz que vivia Japón, ofrecía en última instancia, si así lo disponía el daimyo, un valioso propósito. La apertura de un camino por el cual un samurai estaba dispuesto a morir. Lealtad y honor, dos conceptos que iban unidos de la mano.

La posición del hijo del daimyo era neutral. Solo las veces que su padre se interesaba por la opinión del heredero, respondía Koichi con aparente sensatez, disfrazando su egoismo y ambición. "No es asunto nuestro, salvaguardemos vidas y nuestro dominio no confrontando al Emperador." Okazaki gozaba de una buena situación geográfica, conectaba con la más importante de las cinco rutas del período Edo, la carretera Tokaido (東海道, Camino del Mar del Este) un puente entre Kioto y Tokio.

¿Qué sería ahora del samurai y las viejas tradiciones? Oriente abría sus puertas a Occidente. Comercio, arte para hacer la guerra, los extranjeros y sus costumbres lo inundaban todo con sus modos ajenos, contaminaban el agua pura que era la identidad japonesa.

Todo lo que significaba identidad y raíces para los japoneses, poco a poco se desdibujaba y entre el honor de los samuráis, su valía, su propósito de servir, se tejía una red de traiciones que culminaría con el éxito o muerte de algunos hombres y mujeres...

 

Notas de juego

Nota informativa:

El año nuevo japonés (正月 Shōgatsu) es la más importante de las fiestas en el calendario japonés. En sentido más amplio, se refiere al primer mes de cada año. En tiempos antiguos esta fecha coincidía con el calendario chino, al inicio de la primavera; pero desde 1873 esta fecha fue ajustada al calendario gregoriano y por ende coincide con el 1 de enero.

Enlaces de interés (año nuevo):

https://japonismo.com/blog/nochevieja-ano-nuevo-en-japon-en-15-pasos

https://japonismo.com/blog/osechi-ryori-comida-de-ano-nuevo

Próxima actualización / renovación de turno: Jueves 19.

Actualización fija: Jueves y Domingo.

Cargando editor
14/04/2018, 23:01
T - Tokugawa Aratani

        

 

En la lejanía, a pesar del frío que se respiraba en la montaña, las luces del castillo de Okazaki brillaban con fuerza. Cualquier habitante de Okazaki podía ver con sus propios ojos que el clan aún no había perdido su poder. El ambiente era tenso, aunque los invitados a la reunión intentaban ocultarlo, lo que todo el mundo sabe, y no se habla abiertamente. Las preocupaciones flotaban en sus cabezas como los pies de una geisha sobre un tatami. Todo se había dispuesto con exquisita elegancia, incluída la comida. Tras la purificación y limpieza del hogar, se ofrecía una cena por voluntad del daimyo para celebrar la entrada del nuevo año. Después, los invitados se reunirían en el santuario de Tatsuki para escuchar las 108 campanadas de bienvenida a la nueva fortuna y ciclo vital. El banquete de los Honda era una estrategia de reafirmación a su hegemonía, aunque no por ello desmerecía su buen acto de generosidad hacia sus vasallos. Los más allegados, leales guerreros y hombres de confianza del daimyo estaban alllí. El tiempo no impediría que los invitados celebrasen la entrada del nuevo año de la mejor forma posible... ¿O si?

 

Antes de entrar en la sala donde los hombres aguardaban a Soichiro-sama...

 

- Koichi-san la nieve no quiere abandonarnos. - la matriarca del clan observó junto a su hijo los copos blancos de nieve delicados que caían suavemente sobre la tierra verde, convertida tras el paso de las horas en un admirable manto blanco de hielo.

 

- ¿Será un mal presagio de los dioses? ¿Y si la cosecha de arroz se echa a perder? - apretó los labios preguntando con angustía. Dada la situación familiar y la tensión que soportaba la familia, especialmente Soichiro, cualquier señal fuera de lo común era interpretada por la mujer con inquietud y superstición. La presión por unirse a la guerra que había iniciado su primo Tokugawa y otros clanes era cada vez mayor. ¿Qué pasaría si el Shogunato se restablecía y ellos no se posicionaban, lo perderían todo?

- ¿Dónde está mi pequeño amor, Yûka-chan? - su ahijada no llegaba tarde, pero Aratani sentía la necesidad de saber como estaba. Era un día muy importante, un día que le haría recordar a sus seres queridos y su corazón no podía permitir que sufriese.

Cargando editor
14/04/2018, 23:13
T - Honda Koichi

- Los cerezos serán más hermosos cuando comience el deshielo. - sonrió a su madre tras observar con detenimiento las lindes de la montaña. - No es un mal presagio. Al contrario okasan, habrá más abundancia. - determinó convencido. No quería preocupar a su benévola madre.

Koichi sabía que no les convenía ponerse de parte de nadie. Otros samuráis como Kiyoshi o el propio Nao eran voces que su padre escuchaba. Kiyoshi había sido su maestro y era mano derecha de su padre, hasta cierto punto lo entendía. ¿Pero y el molesto guardaespaldas que servía como su niñera y controlaba que no se le fuese la mano con sus cortesanas?. Era un don nadie, el viejo Hotaka había errado adoptando y criando como un verdadero samurai a Nao.

Escuchó como su madre preguntaba por la pequeña miko y una leve sonrisa curvó sus labios. - No tardará. - lo cierto es que él también estaba un poco impaciente por ver la belleza de la joven resplandecer en un día así.

Cargando editor
14/04/2018, 23:15
T - Yoshida Kiyoshi

Kiyoshi observó perplejo y con un nudo en el estómago a su pequeña Nana-chan. El kimono que le había regalado su difunta esposa, uno que pertenecía a su familia, había cobrado vida. Envolvía la figura femenina de la joven en un halo de belleza, pura y genuína.

Fue consciente de como había pasado el tiempo observando su rostro y el kimono de su mujer. La prenda estaba confeccionada con las mejores sedas y decorada con motivos florales muy coloridos.

Él envejecía, ella florecía, y ahora que la paz pendía de un hilo, estaba más preocupado que nunca por la vida de Natsumi. Sus vidas pertenecían a Soichiro, pero ella no estaba preparada para ir a luchar. Servir a Aratani como guarda personal era algo sencillo.

Su hija no iría a la guerra, Kiyoshi lo evitaría, hablaría con Soichiro para que su servicio no prosperase, aunque aquello después de jurar lealtad le comportase una deshonra. Pagaría el precio. Morir en la batalla o por seppuku, limpiaria su nombre y el de su hija, no habría deshonra que lamentar. El daimyo lo entendería, o confiaba al menos en ello.

- Estás... muy hermosa. - habló lentamente tomando conciencia de sus propias palabras. Viniendo de Kiyoshi, que pocas veces le dedicaba algún halago a Natsu era todo un detalle. - Vamos, no podemos llegar tarde.

Cargando editor
15/04/2018, 21:59
T - Shokunin Fudo

La tos y la fiebre de Fudo habían empeorado los últimos días debido al temporal de nieve que azotaba las tierras de los Honda. - Un hombre fuerte que se tambalea por el tiempo, no es fuerte ya. - le dijo a su hijo Tadashi.

Misora se acercó preocupada al futón donde descansaba. Le aproximó un pequeño cuenco humeante con fideos pero no quiso probarlos. Su mujer esperaba encontrar algún remedio para bajarle la fiebre. Estaría con él toda la noche pero tenía pendiente ir al santuario a pedir a los dioses que su marido mejorase.

La salud del maestro se había resentido, sus manos algunas veces ya no soportaban el peso de las herramientas de trabajo, además su pulso temblaba. Muchos pedacitos de su alma se habían fundido con el acero de las katanas que había forjado. Que ironía. ¿Podía su alma estar enfermando como un aviso ante la lucha que se avecinaba?

- Tadashi-kun, hijo mio, presenta mis disculpas ante el daimyo. - alguien debía ir al banquete en representación de la familia.

Cargando editor
16/04/2018, 02:49
Sato Yûka

Apenas había dormido los últimos días. Se habían anidado en su pecho dos gorriones que parecían pelear noche y día para liberarse de aquella prisión, aumentando la sensación de pesadez, agobio y ansiedad en la joven. Aratani-basan había estado especialmente pendiente de ella la última semana y del mismo modo que comprendía la razón se lo agradecía encarecidamente. La suerte era que el año nuevo traía una multitud de preparativos consigo, como la propia ceremonia de fin de año, el Saitansai. Además de la elaboración y disposición de los kagami mochi. Sin duda era una de sus tradiciones favoritas, y que siempre disfrutaba enormemente...

Sintió una fuerte punzada de dolor en el pecho mientras terminaba de anudarse el chihaya que reservaba para las noches especiales encima de su uniforme cotidiano de Miko. Se quedó unos segundos sin aliento por la punzada hasta que sus pulmones volvieron a poder moverse. Cerró los ojos y respiró profundamente, concentrándose en la noche que aguardaba.

Dirigió sus pasos saliendo de la habitación con sumo cuidado al cerrar la puerta y se dirigió hacia la sala. Sentía un nudo en el estómago, pero no era por nervios. Allí se acumulaba, arremolinaban y enredaban todas las emociones que le venían y ella desterraba para mantener la cabeza fría y centrada. Tenía muchas ganas de volver a verlos a todos, especialmente a Natsumi, quien seguro se habría arreglado para aquella ocasión. 

Al girar la esquina por el último pasillo vio de lejos esperándola a Obasan y Koichi. Nunca habría podido visualizar mejor dos conceptos tan opuestos, uno junto al otro. Pudo sentir sobre ella los ojos de Koichi, pero se negó a mirarle mientras se acercaba. Se dirigió primero con pasos cortos y silenciosos hacia Aratani y cuando llegó a ella le tomó ambas manos con señal de afecto pero respetuoso.

-Konbawa, Aratani-basan-la saludó con gran cariño y una sonrisa suave. Luego soltó con suavidad sus manos y dio dos pasos atrás. Allí no tuvo otra que girarse hacia Koichi para saludarlo. Cuando las miradas se cruzaron apenas se mantuvo unos segundos y procedió a inclinarse cerrando los ojos como si la mirada de Koichi le ardiera. Se inclinó con educación y las manos sobre el regazo-Konbawa, Koichi-sama-le saludó educadamente para volver a erguirse. Sentía como el cuerpo se mantenía tenso con el nudo del estómago, de modo que se refugió en la mirada de Aratani de nuevo, manteniendo gran serenidad-Humildemente me disculpo por llegar después, debí recibirlos yo-añadió con dulzura mientras hacía una pequeña inclinación con la cabeza. Llevaba un tocado en el recogido que formaba parte de su atuendo obligado como Miko en una celebración tan importante como aquella.

 

Cargando editor
17/04/2018, 02:13
Shokunin Tadashi

Tadashi se pasó una mano por el pelo y notó como los copos de nieve caían y salían volando por el aire. Llevaba unos instantes a los pies de las iluminadas escaleras que conducían al castillo de Okazaki, reuniendo el valor para entrar. Él no era un joven de corte, no se había preparado para reunirse con señores y atender a cenas de gala en castillos. Temía manchar su apellido y dañar el respeto del clan Honda que su padre había conseguido con tanto empeño. Además, la salud de este se convertía en una preocupación cada vez más acuciante. 

- No diga eso, otōsan - Había respondido a su padre - Usted me ha enseñado que la fuerza de hombre no se mide por su físico, sino por su espíritu. Y el suyo aguantará aún muchos inviernos. 

Sin embargo, Tadashi había notado que el trabajo de su padre y maestro comenzaba a resentirse, siendo que en los últimos tiempos el joven iba asumiendo cada vez más carga en el taller. Sus manos, antes firmes y seguras, ahora sufrían de temblores regulares, y Tadashi y Saburo, su ayudante, desarrollaban todos los trabajos físicos. Pero su experiencia y conocimientos eran irremplazables, y el aprendiz no quería siquiera imaginarse que pasaría si le faltaban. 

Cerró los ojos un instante, suspiró y comenzó a ascender al castillo, admirando las luces y la decoración del lugar, mientras se quitaba con la mano la mayor parte de los copos de nieve que llevaba sobre el kimono. Al cruzar el portal, un sirviente le recibió, y tras explicarle que venía en representación de su padre, lo condujo al interior, donde se despojó de sus zapatos y se puso los que le sirvieron, dirigiéndose entonces al comedor. Advirtió que debía ser de los primeros en llegar, pues la sala aún se encontraba medio vacía, y se dirigió al sitio de la mesa que le indicaban, saludando con cortesía a los pocos presentes que conocía, la mayoría portadores de armas de su padre que le deseaban una pronta recuperación. 

Al terminar, ocupó su sitio en la mesa esperando mantenerse en segundo plano y fijó la mirada en la puerta, deseando ver entrar un aliado. Sabía que Nao-san era un guerrero de confianza del Daimyo, y tal vez estuviera allí esa noche. O tal vez estuviera Yûka, la joven miko que servía a los Honda. Cualquiera de las opciones era mejor que pasar el banquete rodeado de desconocidos. 

Cargando editor
17/04/2018, 14:52
Yasahiro Nao

Nao dejó el pincel a un lado y esperó a que la tinta del poema se secase antes de doblar con gran cuidado el papel y hacer una grulla con él. El samurai estaba inquieto por todos los eventos que estaban empezando a ocurrir a su alrededor. Los extranjeros eran cada vez más comunes en su amado Japón, la guerra amenazaba, Kiyoshi estaba más tenso que de costumbre y, cada vez que veía a Koichi, veía  un joven déspota, un futuro señor al que no deseaba servir y, para colmo de males, la gente común empezaba a despreciarlos, pues no veían su figura como algo necesario en tiempos de paz. No entendían que la paz nunca duraba demasiado. Solo Soichiro parecía mantener la calma, aunque Nao se daba cuenta de que en el fondo era pura fachada. Se avecinaban tiempos terribles y una parte de su ser deseaba que el daimyo lo mandase a la guerra. Al fin y al cabo, nada le quedaba ya en aquel lugar. Ni siquiera la promesa de poder cobrarse venganza del asesino de su familia le retenía. El rastro del asesino, a quien Nao suponía gaijin, por los rumores que había oído, había desaparecido. Su venganza no podría ser realizada. Nao se levantó y miró la grulla. Había pensado regalársela a la pequeña Natsumi tras la cena, como gesto fraternal. 

–No tan pequeña– se dijo con una sonrisa mientras recordaba los tiempos en los que entrenaba a la niña y al hijo de Fudo. Ciertamente se había convertido en una dama. Una dama guerrera, como las de las leyendas, pero era más que eso, por mucho que la viesen así. –Quizás sea la guerra lo que pone nervioso a Kiyoshi, el que Natsu-chan tenga que luchar. Más no será así, y si es así, no me separaré de su lado. Yo la metí en este mundo; no dejaré que pague por ello. Tranquilizaré al maestro en cuanto tenga ocasión.

Con serenidad, Nao se guardo la grulla en el kimono y se dirigió al castillo y a los salones donde tendría lugar la reunión. Allí fue saludando a los conocidos hasta que vio a Shokunin Tadashi. Con amabilidad se acercó a saludarlo, pues le tenía en alta estima. Al igual que Natsumi, había crecido, pero sus manos en lugar de ser las de un luchador, eran las de un artesano. Nao deseaba con toda su alma que la familia Shokunin pudiese subsistir sin vender alguna de sus katanas a aquellos perros extranjeros, quienes no comprendían el honor y responsabilidad que suponía portar una.

–Buenas noches, Shokunin san, espero que vuestro padre esté mejor– saludó de modo protocolario antes de estirar los labios en una sonrisa sincera. El protocolo era importante, pero Tadashi era su amigo– Y espero que tú estés bien, Tadashi kun. 

Cargando editor
17/04/2018, 21:21
Yoshida Natsumi

 

Una tímida sonrisa se dibujó en sus labios al verse reflejada en el pequeño espejo de su habitación. Tenía un aspecto distinto al habitual, y por ello, se sentía nerviosa. El moño que recogía su pelo a diario había desaparecido y el cabello negro caía en cascada por su espalda. Acariciaba la suavidad de las telas del kimono de Kiyomi, que afortunadamente se conservaba en buen estado, envuelto en el taotushi que las mismas manos de la difunta habían guardado en el tansu de su hogar.

Atar el obi era lo más complicado, dependía de otra persona, pero Natsu contaba con la ayuda de una vecina amiga de su madre para hacerlo. Rara ocasión, cuando Kiyoshi le ató el obi siendo pequeña, pudo notar el beneficio de la rigidez del nudo mejorando su postura, permitiendo cargar el peso del kimono con mejor disposición y armonía. Lo cierto es que la destreza de las mujeres para llevar a cabo tal labor era mejor aliada que la fuerza de los hombres.

Nana-chan como la llamaba su otoosan de pequeña ya no era una niña y esa noche lo iba a demostrar dando un paso más allá, rompiendo la imagen rígida de samurai que durante todo ese tiempo se había esforzado, no solo en proyectar, sino también ser. Porque desde que tuvo uso de razón y pudo levantar la pequeña ramita de un árbol imitando lo que veía, había deseado ser como Kiyoshi y Nao.

Nao, su maestro, hermano mayor y ejemplo a seguir, sin él el destino de Natsumi habría sido muy diferente.

Año tras año, las preocupaciones de la joven onna-bugueisha crecían, despertando conflictos cada vez más fuertes en su cabeza. El camino del aprendizaje como bushi presentaba una responsabilidad que, en ocasiones, Natsu deseaba poder aceptar e interiorizar con madurez y tranquilidad. Sin embargo el bloqueo que vivía en su interior era una realidad, y las crisis existenciales, cuando aparecían solo se calmaban gracias a Nao. Las meditaciones y charlas que llevaban a cabo juntos le ayudaban a reconducir sus pensamientos y temores.

- Echaré de menos mi kimono blanco. - No dijo nada ante las palabras que le dedicó el samurai. Sonrió sonrojándose, se inclinó hacia delante respetuosamente agradeciendo el cumplido, y tras ello, obedeció el mandato de su padre. Durante años Kiyoshi le había obligado a ir vestida con un kimono blanco. - Nunca olvides que eres diferente a los hijos del resto samuráis. - Kiyoshi era demasiado duro, pero habia bondad en su corazón. 

Resguardada bajo un parasol evitó que los copos de nieve humedeciesen el kimono. Siguió los pasos de su padre hasta el castillo manteniendo la mirada todo el tiempo en el suelo, cuidando que el bajo del kimono no entrase en contacto con la nieve. De lo contrario se echaría a perder.

Estaba nerviosa pero sabía que la presencia de Nao-san, Yûka-chan y Aratani-sama rebajarían su nivel de ansiedad. Se había convertirdo en la sombra de la esposa del daimyo, allá donde fuese ella, iba también la joven y su ahijada, su querida amiga Yûka. Poco menos de un año llevaba Natsumi atendiendo a la esposa del daimyo ofreciéndole su protección, portando orgullosa y con honor el primer daisho que su amigo Tadashi había forjado.

 

 

- Aguarda aquí Natsumi-san. - dijo Kiyoshi acercándose a preguntar a un sirviente antes de entrar al salón donde les esperaba el banquete de año nuevo. Su padre a pesar de su carácter también le transmitía cierta tranquilidad. Mientras esperaban la llegada del daimyo, Natsu observó con ojos alegres a Nao-san en el interior del salón, y con la misma sorpresa a Tadashi-kun, el cual no esperaba ver en la celebración.

Su joven corazón le animaba a sonreír mucho más en un día tan especial, incluso ante las tensiones que se vivían en el clan. Pero se aguantó y esperó con humildad y obediencia a que su padre tomase la palabra, saludase a los presentes y le diese el permiso para tomar asiento junto a él y Tadashi.

Cargando editor
18/04/2018, 11:53
Honda Soichiro

Aquél día no era un día más. Soichiro tenía la vista fija al frente, en el paisaje blanco al otro lado de la ventana, pero su mirada se perdía en la distancia. Hacía más de una hora que estaba preparado para recibir a sus huéspedes y dar comienzo a las celebraciones, como había hecho cada año desde que era señor de aquél castillo y las tierras que lo circundaban. Pero aún no había abandonado sus aposentos. Se limitaba a mirar fuera, mientras buscaba algo entre los copos de nieve que caían con calma.

Llevaba un buen rato preguntándose qué era lo que buscaba. No era propio de él retrasarse, y menos cuando estaba listo y no había ningún motivo. Entonces, ¿por qué seguía allí, con los brazos cruzados y la mirada vagando, buscando un horizonte que no se veía a causa de la niebla lejana? Oía las voces de los invitados, pero por primera vez en su vida no le agradaron. Incluso le irritaron un poco, aunque no sabía por qué. Frunció ligeramente el ceño y reprimió un suspiro. Algo le atormentaba, pero los señores no suspiran. Ni siquiera cuando nadie los ve.

Un copo de nieve cayó sobre el marco de madera de la ventana y se quedó allí, quieto. El daimyo fijó la vista en él. El día era tan frío que el pequeño cristal de hielo aguantó bastante, antes de deshacerse y convertirse en una gota de agua. Pero finalmente se deshizo. ¿Sería un símbolo de lo que turbaba al daimyo? Todo, por resistente que sea, acaba sucumbiendo al paso del tiempo. Y Soichiro sabía que ese destino se cernía también sobre aquella tierra ancestral, que perdía su fuerza y se fundía poco a poco como ese copo de nieve. Él lo veía, día tras día, en todo lo que observaba... incluso en aquél pequeño copo de nieve. Era una idea que le asediaba todo el tiempo, y que había hecho que entre sus ojos se grabase una fina arruga que ya no se borraba. ¿Sería aquello, una vez más, lo que le atormentaba?

No... Aquél día era diferente. Aquél día no era un día más. Soichiro estaba preocupado por los problemas que amenazaban sus tierras y sus tradiciones, por supuesto... pero esa era una sensación que conocía bien, y no era lo que notaba en ese momento. Aquello era algo distinto, más oscuro y sutil. Y no sabía de qué se trataba, lo cual le alarmaba aún más. Tenía un mal presentimiento. Entonces se dio cuenta de qué era lo que buscaba en la nieve que caía, lenta y pausada. Buscaba calma, pero no era capaz de encontrarla. Y el tiempo se acababa. Los invitados estaban fuera, y él debía salir a recibirlos... pero no quería hacerlo. Se dio cuenta de que le hubiera gustado que se marcharan, le hubiera gustado poder volver su atención a sus preocupaciones sobre la tierra de sus ancestros y sus tradiciones. Pero el tiempo no iba a detenerse, ni sus deberes iban a desaparecer por mucho que lo deseara.

Un gruñido bajo escapó de la garganta del señor feudal, que frunció más el ceño. No podía demorarse más, o cruzaría la fina línea que separa la expectación de la impuntualidad. Y aún era el daimyo. Se ajustó sus ropas y símbolos, compuso su mejor gesto adusto y salió.

Cuando vio a los invitados, y la sala lista para iniciar la celebración, esperó que aquella visión familiar calmase su mente. Pero no lo hizo. Caminó con paso firme, dirigiéndose al lugar de honor como el protocolo señalaba, sin permitirse mostrar el menor signo de preocupación. Los sirvientes se inclinaban a su paso, y los invitados hacían lo propio. No se moverían hasta que él les diera permiso para hacerlo, como debía ser. Soichiro llegó hasta su sitio acostumbrado, y respondió a los allí reunidos con una inclinación leve, con la que les daba la bienvenida y daba su permiso para que la celebraciones pudieran comenzar. Él era el daimyo, y era él quien estaba al mando de todo. Pero por primera vez en tantos años, Soichiro notó que allí había algo que no controlaba. 

Entonces supo que no se había equivocado. No era un día más, y tampoco iba a ser un buen día...

Cargando editor
19/04/2018, 16:23
T - Tokugawa Aratani

No tuvo reparo en sonreír y asentir ante las palabras de su hijo, dejándose contagiar por su optimismo y visualizando con ello la maravillosa estampa de los cerezos en flor. - Espero que así sea.

Algo preocupaba a la mujer esa noche, unos nervios punzantes se habían instalado en su estómago, quizás presentía que la celebración de año nuevo empujaría a Soichiro a tomar una decisión respecto a su primo Tokugawa y el resto de clanes.

Ella no podía ayudar más de lo que ya lo hacía escuchándole o simplemente permaneciendo a su lado en silencio mientras meditaba. Sabían los dioses y ella que los pensamientos del daimyo fluían entre tensión y hermetismo dentro de esa calma que precede a la tempestad. La arruga del entrecejo de Soichi se pronunciaba cada vez más y Aratani no era ajena al nuevo rictus del rostro de su marido. La evidencia de la carga que soportaba su espíritu le dolía a ella también.

Suspiró alejando la mirada de la montaña, y como un soplo de aire fresco vió aparecer a su pequeño ángel. Su corazón se alegró cuando escuchó la voz de Yûka-chan presentándose en la habitación.

- Konbawa. - sonrió cálidamente asintiendo con una leve inclinación de cabeza. Tomó entre sus manos las de su ahijada transmitiéndole calma y restando importancia al hecho de no haberse presentado con más antelación para recibirlos. - No te preocupes. - dijo en tono dulce, haciendo honor al cariño que sentía hacia ella como una madre comprensiva.

Un extraño sentir invadió a la señora al observar a la joven dirigirse a su hijo. No era un secreto que no existía una especial relación de cercanía entre ambos, pero... de un último tiempo a esta parte aquella sensación de tirantez había aumentado, o al menos así lo percibía ella por sus gestos.

Parpadeó como si despertase de un sueño sin dejar de escucharles, sonriendo suavemente. En cuanto un sirviente se acercó para avisarles que el salón estaba casi lleno, Aratani habló contundente. - Entremos para recibir al daimyo. - no era adecuado esperar mucho más.

Cargando editor
19/04/2018, 16:34
T - Honda Koichi

 

Se deleitó observando los nervios que flotaban alrededor de la figura de la joven. Su vestuario para la ocasión iba acorde con su sufrida entrega hacia los dioses, un fervor que la joven demostraba en cada acto, en su día a día y que tanto le gustaba analizar por un lado, como disfrutar por otro poniéndola en jaque sin que nadie lo supiese. Los tiempos estaban cambiando.

A Koichi la religión le resultaba antigua, ilógica, un peso muerto para el pensamiento del hombre científico y moderno. La vida de los japoneses no encallaría eternamente en las tradiciones de hace siglos, gracias al emperador. Se acercaba al siglo XX y no podía creer estúpidamente que un kami tuviese algo que ver con la fuerza del sol, la afluencia de la lluvia y la nieve.Pocos sabían que el heredero frecuentaba un círculo poco recomendable para él siendo hijo de quien era. Le gustaba rodearse de extranjeros, conocer otras culturas y estar al tanto de lo que se movía políticamente en Kioto y Tokio.

 

 

La hija del embajador americano sin ir más lejos se había convertido en una compañía que gustaba frecuentar, y a la que si no fuese impedimento por su gran diferencia cultural, consideraría llegar a convertir su esposa, aprovechando la situación de incertidumbre que vivía el clan, haciéndole saber al daimyo que ganaban una fuerte aliada entre un bando y otro, pero Koichi sabía que un matrimonio con una gaijin era imposible.

- Buenas noches. - sonrió como un lobo recordando su último encuentro privado con la miko. Las láminas de ukiyo-e y la rojez que habían despertado en las mejillas de aquella niña que no sabía nada de los hombres le complacía, así como su manera tensa de actuar frente a él. - Ese peinado os sienta bien. - lo cierto es que cualquier cosa que se pusiese una joven bella como Yûka sería atractivo para un hombre con ojos y un mínimo de gusto.

Escuchó la petición clara de su okasan y tomó la iniciativa adelantándose a ambas mujeres.

Cargando editor
19/04/2018, 16:35
T - Yoshida Kiyoshi

No le gustó sentir las miradas de otros samuráis sobre su hija.  Todo aquello era banal, superfluo, si. Le importaba poco lo que otros samuráis cuchicheasen a sus espaldas pero no podía soportar la idea de que juzgasen a Natsumi.

Acompañó a Natsumi hasta la mesa saludando a Nao-san y Tadashi-san. - El tiempo nos ha retrasado. No es fácil mover un kimono como ese bajo la nieve. - excusó así su tardanza y la de la joven.

Ante la presencia inminente del daimyo, intentó no parecer preocupado. Kiyoshi tendía al silencio y la prudencia. Vio aparecer a la familia Honda e inclinó la cabeza. Koichi en primer lugar manteniendo un perfil bajo, saludaba a los presentes y tras él, delicadas y gráciles en sus movimientos, la esposa y su sobrina. La única niña que había congeniado con la suya.

Tras sentarse el daimyo y su familia, lo hizo él. Con una mirada y un imperceptible movimiento de cabeza, indicó a Natsumi el momento apropiado para sentarse. Era la primera vez que acudía a una celebración de este calado.

- Soichiro-sama, agradecemos su gentileza.  - dijo inclinándose pronunciadamente. No cruzó palabra ni mirada alguna con el hijo del daimyo. Había algo en él que no le gustaba. No era solo su juventud, su falta de experiencia ante la vida, era algo más que se le escapaba y veía en el interior de sus ojos. Una serpiente.

Cargando editor
19/04/2018, 16:39
Tokio

Notas de juego

Próxima actualización / renovación de turno: Domingo 22.

Actualización fija: Jueves y Domingo.

Cargando editor
20/04/2018, 12:46
Shokunin Tadashi

La aparición de Nao fue la primera alegría que recibía Tadashi ese día. A pesar de que hacía años que el muchacho había cambiado la espada por el martillo y la forja, siempre guardaría aprecio y respeto por su antiguo mentor. Se acercó a él, saludándolo con una respetuosa inclinación. 

- Arigato gozaimasu, Nao-san. Los inviernos se le hacen duros, pero es un hombre fuerte, aguantará. - Tadashi trataba de convencerse, pero en su interior no lo tenía tan claro - Le transmitiré que ha preguntado por él. - añadió forzando una sonrisa que probablemente no pareció demasiado real, y eludió decir cómo se encontraba él mismo. Tras unos segundos volvió a hablar  - Me alegra que estéis aquí. Siento que este no es mi sitio. 

Su mirada se dirigió hacía los señores y guerreros, indicando a Nao a que se refería. Él no era uno de ellos, y tampoco pretendía serlo. Tenía otro estatus y otras responsabilidades, y se sentía más cómodo en el taller o en el silencio del templo, que en grandes banquete con sirvientes. Y mientras su mirada divagaba entre los asistentes, vio acercarse las familiares figuras de Kiyoshi y, para su sorpresa, Natsumi. 

Yoshida-san - respondió al saludo del padre de la chica, inclinándose con cortesía. Su otōsan le tenía en alta consideración, y por tanto él también. Era un hombre honorable, y aunque fuera algo rudo, parecía intentar ser un buen padre para su hija - Natsumi-san - saludó a continuación, dirigiéndose a la muchacha. Al verlos juntos comprendía el dilema de Kiyoshi, pues debía ser difícil de asumir para él que su única hija tomara el camino del bushi. Pero Tadashi sabía que Natsumi era perfectamente capaz de luchar y llevar las armas con honor. Tal era su confianza en ella que le había regalado el primer daisho que forjó, a pesar de algunas reticencias iniciales de su padre y maestro. 

Tras unos minutos, la sala se silenció al entrar la familia del Daimyo. Tadashi imitó a los que tenía alrededor y se inclinó respetuosamente hasta que este tomó asiento y los invitados lo siguieron. Recordó entonces que su padre le había dicho que le presentara sus disculpas por no poder asistir, pero no consideró apropiado levantarse y hablarle en ese momento, y optó por quedarse sentado y saludar a Yûka con una sonrisa cuando se sentó frente a él. Respetaba mucho a la joven miko, ya que de alguna manera era como él, herederos de unas tradiciones que amenazaban con desaparecer. Y ponía el mismo empeño y meticulosidad en sus rituales que el chico ponía en su trabajo. 

A continuación se giró y volvió a mirar a Natsumi, a la que tenía a su izquierda. Con el pelo suelto y el bonito kimono se evidenciaba aún más que ya no era esa niña con la que jugaba a tirarse de los troncos. 

- Casi me ha costado reconocerte... - le dijo en tono bromista, apartando luego su mirada unos segundos. Ver a su amiga de la infancia allí le había devuelto en parte el humor.  Al menos había alguien en ese salón tan fuera de lugar como él - Mi padre sigue enfermo y no ha podido acudir, por lo que vengo en representación suya - añadió respondiendo a una pregunta no formulada. 

Cargando editor
21/04/2018, 13:43
Yasahiro Nao

–Es tu sitio y tu hogar; la mayoría de los que estamos aquí te debemos mucho a ti y a tu padre– respondió Nao quitando importancia a la inseguridad de su amigo. Si había alguien que no pertenecía del todo a ese lugar, era él, pero el hijo de Fudo... Su familia llevaba generaciones. En ese momento, Kiyoshi y Natsumi aparecieron. Natsumi con un hermoso kimono. Su no-tan-pequeña aprendiz parecía a ojos del samurai, disfrazada, e intuía que no se sentía del todo cómoda con aquel kimono. Pero también veía un cierto orgullo de su belleza y elegancia. Nao recordó el pequeño regalo que había hecho a su hermanita, pero aquel no era el momento ni el lugar para darselo.

–Yoshida-sama, como siempre es un honor. Natsumi-san...–el pensó las palabras adecuadas para no irritar a su superior, pero aún así decir lo que pensaba. Finalmente sonrió– Permíteme decirte que tu fortaleza no es rival para tu elegancia.

Poco después, Soichiro Honda hizo su aparición y los músculos de Nao se pusieron tensos. Allí estaba. Su porte evidenciaba su sangre, superior al del resto de los presentes. Nao le tenía un gran respeto, pero no podía olvidar la conversación que habían mantenido un par de semanas atrás sobre Koichi. El tema que Nao más detestaba tratar con el daimyo, pero de obligada aparición en las conversaciones, pues no en pocas ocasiones le habían encargado su seguridad.

Nao no veía con buenos ojos las acciones del joven y su código le impedía mentir...especialmente a Soichiro. La lealtad que tenía hacia los Honda, desde que permitieron que su maestro lo acogiese cuando no era más que un mocoso rebelde, era más fuerte que el sentido común o que su propio honor, algo que hubiese escandalizado a muchos y que, en ocasiones, le perturbaba. Era el tipo de líder por el que uno podía hacer algo más que morir: vivir. Y por ello precisamente le disgustaba tener que vigilar o hablar del verdadero carácter de Koichi y temía que un día, Soichiro le pidiese que sirviese a su hijo como le había servido a él. 

El samurai se inclinó con respeto ante la familia que allí estaba. Con solo un gesto de su dedo tenían el poder de acabar con todos los que estaban allí. Y un día, que Nao esperaba que fuese muy tarde, ese poder estaría en manos de Koichi, el amante de los gaijin. El joven que maltrataba a las cortesanas y que carecía de honor.

Cargando editor
21/04/2018, 17:27
Sato Yûka

La presencia de Aratani en ése momento era más crucial de lo que su obasan creía. Le sonrió con un enorme afecto y dulzura cuando tomó sus manos y las cuidó entre las suyas. Aratani-basan siempre se deshacía con ella en gestos abiertamente amables y cariñosos para con ella, como si permanentemente velara por ella. De hecho, para Yûka era así. Desde que llegó al castillo hacía ya prácticamente dos años siempre se había mostrado atenta con ella y vigilante de que no tuviera ninguna crisis.

Sintió un enorme peso frío en su estómago. Pronto iban a hacer dos años... de lo ocurrido...

Cuando su ama le quitó importancia a su descuido le devolvió la sonrisa, un gesto en el que pudo ver que había percibido algo en su saludo al joven amo. Apretó ligeramente los labios reprochándose a sí misma preocupar a la mujer del Daimyo que le había salvado de tanto. Ella, como mínimo, le debía no proporcionarle ni una sola preocupación. Miró a Koichi haciendo acopio de toda la serenidad que disponía, que por suerte, no era poca.

-Arigato, Koichi-sama. Es muy amable...-le agradeció con una creíble sonrisa y una leve inclinación respetuosa. Sentía como la sonrisa del joven amo se clavaba en ella, aparentemente inofensiva. De hecho, aquello era un resumen general muy válido para la situación que se estaba dando. Y sabía que él estaba disfrutando con todo aquello. Respiró profundamente y con calma, manteniéndose tranquila y refugiada en la presencia de Aratani-basan.

Vio al sirviente acercarse para notificarles que eran los que faltaban para entrar y recibir al señor. Asintió a su obasan con obediencia y se colocó detrás, lista para entrar en la sala. Caminó lentamente buscando con la mirada a Natsumi-chan. La encontró junto a Tadashi-san, y también estaba Nao-san. Los saludó con la mirada llena de ilusión, ya que el protocolo le impedía acercarse y darles la bienvenida festivamente. Sentía tanta ilusión de ver a su amiga tan elegante y bonita en aquél kimono que quería abrazarla y no soltarla en días. Se colocó en su lugar y pudo ver el saludo de Tadashi-san. Le volvieron a brillar los ojos y lo habría saludado con la mano animadamente, pero le devolvió el gesto disimuladamente con ilusión. Antes de volver su mirada al frente arrastró ése saludo educado a Nao-san. Más adelante se acercaría a hablar con ellos y a servirles bebida, cuando la noche lo permitiera. Así también podría saludar a Kiyoshi-dono, el padre de Natsumi, y agradecer que hubieran venido al castillo. Se moría de ganas de hablar con todos ellos.

Pero se mantenía con el perfil bajo. Soichi-sama entró con su porte solemne y se notó como toda la sala se centraba en él. Su señor Daimyo se encontraba últimamente sumido en todo un temporal de preocupaciones, y no era para menos. Lamentaba no poder ser de más utilidad para su amo, a quien le debía todo lo que tenía en ése momento. Se inclinó con enorme respeto cuando llegó hasta ellos y esperó con paciencia a que diera inicio a la celebración. En ése momento fue visible como su cuerpo se relajaba y se giraba hacia su Daimyo.

-Konbawa, Soichiro-sama. Gracias a su señor, está todo dispuesto y la purificación de ésta noche nos permitirá entrar en el año nuevo con nuestros espíritus ligeros y lejos de los malos augurios. Un año próspero y con paz-con aquellas palabras intentó elevar un poco el espíritu de su amo, ya que poco más podía hacer. Esperó con paciencia. Habría sido terriblemente de mala educación empezar a hablar con los otros invitados sin mostrarle sus respetos.

Cargando editor
21/04/2018, 23:58
Honda Soichiro

El daimyo respiró hondo un par de veces para serenarse. Aquella sensación agobiante se había atenuado un poco nada más acceder a la sala y contemplar que los preparativos habían ido perfectamente, como debía ser y había sido todos los años anteriores. Soichiro solía disfrutar de aquella fiesta, pero en aquella ocasión no le era posible. Su presentimiento había perdido intensidad... pero no se había desvanecido del todo.

Paseó la mirada por el salón y observó los rostros de los congregados, uno a uno. Los conocía a todos, en mayor o menor medida. Como señor de aquellas tierras, siempre había considerado importante conocer a todos los que habitaban en ellas y eran más que meros campesinos, aquellos que en ocasiones señaladas como esa acudían a su hogar para festejar y celebrar. Reconoció los rostros de Kiyoshi y Nao, e inmediatamente se sintió menos inquieto. Un daimyo como él no debía dejar traslucir demasiado sus sentimientos con sus subordinados, pero confiaba en esos dos guerreros por su valor y su sentido del deber y el honor. Siempre se alegraba de recibirlos en su casa, y sabía que en los tiempos difíciles que se avecinaban era una gran ventaja contar con hombres como ellos. Pero hubo un rostro que esperaba ver, el de Fudo, su mejor artesano forjador... y en lugar de eso, se encontró con el de su hijo, Tadashi. Soichiro frunció el ceño, alarmado. Había escrito en persona la invitación para Fudo y esperaba que estuviera presente para poder hablar con él, pero por algún motivo no había acudido.

Las palabras de Yûka le sacaron de aquél pensamiento, y durante un segundo se quedó en silencio. Pero después asintió. Sus preocupaciones habían estado a punto de hacerle descuidar su papel de anfitrión, pero afortunadamente la miko le había devuelto a la realidad con tacto y habilidad. El daimyo se despejó la garganta con discreción, para que su voz se escuchase alta y clara en el recinto.

Un año más —comenzó solemne—, os doy la bienvenida a mi casa, en esta celebración del Nuevo Año que ahora comienza. Como en ocasiones anteriores, y desde que nuestros antepasados iniciaron esta tradición, todas las ramas que forman y mantienen fuerte el árbol que es el clan Honda están presentes. Samuráis, sacerdotes, dignatarios y daimyo.

Mientras enumeraba, hacía un gesto con la cabeza en dirección a aquellos a los que se refería, para reconocer su importante presencia.

El respeto a esta tradición —continuó Soichiro, tras una breve pausa—, así como a todas las que nos fueron legadas por aquellos que nos precedieron, ha mantenido nuestras tierras seguras y nuestros espíritus en paz. Hoy celebramos nuestro compromiso con ese legado y hacemos voto de mantenernos firmes en nuestra voluntad de observarlo y protegerlo. Una voluntad que debe ser más fuerte ahora, cuando los tiempos que corren amenazan con debilitar los pilares en los que se basa nuestra existencia.

Se detuvo un momento. No quería alarmar en exceso a ninguno de los presentes, pero sabía que nadie allí ignoraba lo que estaba pasando. Ocultar su preocupación hubiera sido mucho peor. Un daimyo podía permitirse muchos lujos, pero no el de ser ingenuo o pusilánime.

—Es ahora más que nunca —continuó—, cuando debemos redoblar nuestro celo y disciplina, para que los enemigos que acechan en la oscuridad nos encuentren siempre dispuestos para defendernos a nosotros y a todo nuestro clan. Sólo así podremos alzar la mirada al horizonte con el orgullo de sabernos a la altura de nuestros honorables ancestros, que construyeron y protegieron estas tierras antes de que abriésemos por primera vez los ojos para ver la luz del día. Somos el clan Honda, como lo fueron nuestros padres, y como lo serán nuestros hijos mientras el sol siga alzándose.

Soichiro se quedó en silencio. En todas suertes, tanto en las celebraciones como en las batallas, prefería los discursos breves. Sabía que el que abre mucho la boca, suele cerrar los oídos. Pero nadie allí ignoraba que los tiempos que les había tocado vivir eran complicados y llenos de peligrosos cambios, por lo que todos debían saber que su daimyo lo tenía muy presente y estaba resuelto a enfrentarse a lo que tuviera que venir. Y ese era un mensaje que todos, sobre todo algunos de los presentes, debían recibir.

Sin más, hizo un gesto para indicar que había terminado. La celebración podía comenzar, el daimyo daba su permiso para que las formalidades concluyeran y todos pudieran intercambiar impresiones con libertad, ya que él mismo deseaba hablar con varios de los presentes y pedirles opinión sobre temas importantes.

Cargando editor
22/04/2018, 20:31
Yoshida Natsumi

Intentó no prestar atención a lo que los hombres allí congregados pudiesen pensar. Era extraño, sentía que estaba honrando a su madre llevando su kimono, sin embargo la sensación de estar traicionando "algo" por no presentarse a la celebración tal y como se esperaría de ella, no terminaba de desaparecer.

Nao-san le había enseñado que la esencia de las cosas era inmutable, y debía de serlo porque en su interior se sentía en conflicto, un poco disfrazada y desconocida consigo misma.

 

 

Escuchó a su padre hablando por ella, saludando a los presentes, y solo pudo asentir conteniendo en el interior de su pecho, su alegría. Le llenaba el corazón ver a Nao-san y Tadashi-kun y esperaba con igual nerviosismo e ilusión ver aparecer a su amiga. Estaba segura de que Yûka luciría tan perfecta y bonita como una flor de sakura.

Sonrió ampliamente ante el comentario de Tadashi. Sintió vergüenza pero fue agradable por otra parte escuchar que la veía diferente. - No estaba segura de... - bajó la voz. - ... vestirme así. Es el kimono de Kiyomi y... lo he pensado mucho. ¿Cuándo tendré oportunidad de regalarle a mi madre un gesto que honre su memoria y allá donde esté se enorgullezca de mi? - pensó que se alegraría al menos por una vez al ver que sus enseñanzas en vida habían servido para que Natsumi le hiciese caso y se vistiese como una dama.

De pronto la alegría que habían reflejado sus ojos al encontrarse con Tadashi se apagó cuando supo que Fudo no había acudido a la cena porque seguía enfermo. - Tadashi, estoy segura de que tu otosan se pondrá bien. Confía en ello, todos pediremos de corazón que se recupere. Yûka-chan es tan buena, que hasta los mismos kamis tendrán que escucharla. - dijo finalmente para intentar animarle.

Tras ello, escuchó a Nao-san regalándole un cumplido que le emocionó y le puso a decir verdad, un poco más nerviosa. ¿Cómo debía dirigirse a él, como su mentor o solo como Nao-san, el hombre que había cuidado de ella?. - Arigato... Nao-san... - dijo tímidamente. Notó el rubor que esas palabras habían despertado en ella y como acarició dulcemente sus mejillas.

La familia Honda no tardó en aparecer para alivio de la joven. Al ver aparecer a su amiga el corazón se le aceleró y no pudo evitar buscar su mirada sonriendo levemente desde su posición. Suspiró entreabriendo los labios, ya que lo peor había pasado y no sería por más tiempo centro de atención. Tras ellos Soichiro-sama deslumbró con su presencia, y Natsumi de igual manera que el resto focalizó toda su atención en la figura autoritaria y respetable que representaba para todos.

Pensó que lo que Soichiro-sama considerase mejor para todos, sería porque realmente era así. Su padre siempre alababa al señor Honda. Quizás era inocente al pensar así, porque la guerra definitivamente conllevaba dolor y muerte pero Natsumi aún no sabía nada de lo que le depararía el futuro.

Cargando editor
22/04/2018, 21:47
T - Yoshida Kiyoshi

En cuanto a su hija, le costó, pero intentó dejarle su espacio para hablar tranquila con su maestro y joven amigo, el hijo de Fudo. El samurai echó en falta al maestro herrero. Ante el asiento que debía haber ocupado, se mostró contemplativo y pronunció unas palabras cuando supo que no había ido porque estaba enfermo. - El invierno es duro, y más para un hombre acostumbrado a trabajar en contacto con el fuego. - intervino con tacto, mirando al joven Tadashi. - Sin embargo, el fuego que vuestro padre ha conocido desde pequeño le ha dado una fuerza que ninguno de nosotros poseemos, por más guerreros que seamos. - había un claro tono solemne imprimido en sus palabras. Confiaba en que se recuperaría.

El samurai miró después a Nao-san, el niño que había criado Hotaka y sin querer había instruido a su hija. El niño que cuando Kiyoshi vio llegar siendo un adolescente despertó su rechazo y recelo por no ser un auténtico samurai. Sangre que no estaba destinada a ser… bushi, un insulto para todos.

Ese mismo niño se había ganado a pulso su respeto, engrandecía los valores por los cuales la existencia de un samurai tenía razón de ser. - Nao - san... - dijo concentrado. - … He de hablar contigo, cuando sepamos el rumbo que nuestro señor decida tomar con sabiduría para nuestro clan. - Kiyoshi sabía que había actuado mal, no por maldad, simplemente estaba equivocado. El tiempo le hizo entender muchas cosas. Nunca había estado a la altura con Nao ni con Natsumi.

Kiyoshi escuchó conmovido el discurso del daimyo. No había nada más que agregar. - Nos honra con sus palabras. La familia, estas tierras, lo son todo. Sin raíces, nuestro honor no vale nada. - fue lo único que dijo agradeciendo a continuación a los dioses los alimentos que iban a tomar.