Partida Rol por web

Lo único que te llevarás de aquí, será una estaca en tu negro y podrido corazón, maldita abominación de la naturaleza.

Os purificaremos a todos con la sacra luz de la Flama de Plata, pues así lo exige la diosa y ustedes serán los primeros ridículos sacos de hueso. - digo con tono forme mientras asumo de nuevo mi posición de combate.

¡Ánimo compañeros, la sacra luz de la Flama de Plata nos concederá la victoria!

- ¡Que así sea!- la voz del vampiro llega hasta vostros fría y libre de ninguna emoción-. Matadlos a todos...

Los esqueletos y los guerreros de la garra esmeralda aprestan de nuevo las ramas contra vosotros. Una rapidísima Adia lanza dos flechas contra uno de los soldados armados con ballestas. Pero sus disparos van altos y se pierden.

Ariete se mueve para proteger a Daisy dela llegada por el flanco de dos de los soldados quienes ya le apuntaban con sus ballestas. Mientras una capa de grasa surege entre las mismas plantas que rodean a la siniestra mujer. Finn sonríe mientras apunta con su varita, satisfecho de saber que ha complicado aún más la vida de esa...¿mujer?

Alfrrik se lanza como un animal enfurecido de fervor religioso contra el esqueleto que tiene al norte. Su hacha enana convierte al esqueleto en una nube de calcio pútrido y de fragmentos óseos.

Uno de los esqueletos queda inmediatamente enmarañado mientras otro de ellos, fuera de la zona de hierbas reptantes, intenta cortar el cuello de la semiorca con su guadaña, fallando por no mucho. Adia también se escapa de otro peligroso ataque cuando uno de los esqueletos se lanza a la carga contra ella.

Luego llegan las flechas...

Una de las saetas roza el hombro de Finn. Otra roza a Alfrrik de la misma forma. Aunque no parecen heridas graves empiezan a perder sangre. Otras dos saetas se estrellan contra el corpachón de Ariete. Al encontrarse ante semejante...cosa, se separan del gigante de adamantita.

La mujer intenta extraer una varita de su túnica. Y lo consigue, pero cuando intenta apuntaros con ella un zarcillo se enrosca en su muñeca bajándole su brazo y dejándola maldiciendo a aquellas plantas.

¡Maldito enano! Alfrrrik era un grano en el culo, poco más que un salvaje, incapaz de pensar en una estrategia que no supusiera hacer astillas todo lo que pillara por delante. Pero la culpa, por supuesto, era suya por intentarlo. Tenía que haberlo supuesto. Joder. No pudo pensar mucho más, de haberlo hecho seguramente aquél esqueleto la habría partido en dos. El problema, claro, es que ahora tenía un saco de huesos pegado a ella, y no podía disparar así.

– ¡Quitadme a este bicho! –Exigió a quien fuera que estuviera ahí cerca, mientras retrocedía un paso y sacaba una flecha tras otra y volvía a disparar contra el acólito, cerciorándose de que la guadaña de aquél muerto no fuera de nuevo contra ella.

¡Largo saco de huesos! ¡Que la sacra luz de la flama de plata purifique tu alma y te conceda el descanso eterno! - grito mientras cargo contra el esqueleto que intentó atacar a Adia.

Adia tu encárgate de los vivos, mientras yo purgo a los no-muertos. - le digo a la elfa mientras le bloqueo el paso al esqueleto con mi alabarda.

Yo soy Alfrrik Thorvaldo, paladin de la Flama de Plata y mi misión es purgar Khorvaire de la maldad, recuerda mi nombre maldito chupa sangre, pues seré yo quién te devuelva a tu tumba.

Powaqqatsi sonrió.  

Sabía que, dado que los arqueros habían movido de lugar, volverían las ramas y raíces a intentar enmarañarlos.  Justo ahorita.  Y quizá podrían dejarlos enredados esta otra vez y que dispararan más torpemente, o que no lo hicieran de plano, gastando tiempo en intentar zafarse de las ramas.

Y bueno, estaba la mujer.   Primero, la grasa la podría hacer caer, y segundo, estaba más amarrada que una garra amarrada.   Para echarles cualquier hechizo encima, primero tendría que hacer dos cosas: levantarse y luego, desenmarañarse; y en cada una de ellas perdería concentración para echarles su magia arcana.  (¿O es divina?)

Pensando controlada la situación con la lideresa, el druida puso su atención en cuanta fuerza llevaba el golpe del paladín sobre el esqueleto que quería a Aída.  El golpe contra el otro  había sido devastador, sin duda.  Tal era su ferviente fé que arremetía contra calcio deteriorado con la fuerza de un rayocarril.  Si Alfrrik repetía la hazaña de hacer añicos a la calavera de un sólo golpe, mandaría entonces Powaqqatsi a Chom contra el arquero del noreste.  Si no había sido suficiente para acabar con él, el zopilote le ayudaría al paladín, volando en línea recta para atacar.

¡AAAAUUUuuuuu!  Oyeron un aullido que les heló los brazos.   Pero no, no era Rorsa regresando, era Powaqqatsi, que, inspirado por la naturaleza lobuna que acababa a liberar, invocaba a la naturaleza para él mismo volverse lobo. 

 ¡AAAAUUUuuuuu!

Se agachó mientras el metal se transformaba en pelambre, y se extendía el metal de su quijada para dar paso a un hocico lleno de dientes.  ¡Y cargó directo hacia el arquero del noroeste!   Su olfato le indicaría si el dizque-vampiro estaba cerca cubierto por invisibilidad.   De detectarlo, ¡pobre de él!, el druida cambiaría de dirección para írsele encima. 

Finn invocó su mirada mágica.  

Los ojos se le pusieron más azules, si es posible creerlo.  

Lo que quería era detectar al falso vampiro.  De hacerlo, les indicaría con un gesto no notable a sus compañeros para que lo agarraran de sorpresa. 

¿Donde, donde, donde estas, vampirito, donde? 

Daisy Sue dió instrucciones a su compañera.

Trobajo en equipo, Skully. Trobajo en equipo.

Demonfly inclinó el torso a un lado, como distracción. Skully al otro, en el extremo de los brazos de la semiorca... ¿Cómo los llamaban estos pellejudos? ¿Brazos? Luego vino el impulso y el choque. McBones no tenía más remedio que atacar a sus antiguos compañeros, para poder mantener así su tapadera y que los panolis de Sharn confiasen en ella. Algún día podría traicionar a Daisy Sue sin que se lo esperase, y cumplir su verdadera misión, pero no hoy.

Ariete siguió avanzando hacia los dos huidizos sectarios. Rápido... Cada vez más rápido. Como una locomotora del Rayo-raíl. Cargó contra el más alejado, con intención doble: matarlo y cortar la retirada al otro agresor de la ballesta.

La transformación de Powaqqatsi es tan extraña como todo lo que os envuelve en este lugar. El lobo-Powaqqatsi corre hacia uno de los soldados que, con cara de terror, parece no terminar de creerse lo que avanza hacia él. Ch'om desciende desde el aire justo para colocarse detrás del soldado. Este , sin embargo, da un ágil paso quitándose de en medio. Deja caer su ballesta y extrae un mangual, mucho más adecuado para estas distancias. Su intento de golpear al druida se pierde por encima de su cabeza.

Daisy golpea con tanta fuerza al no-muerto que tiene enfrente que de cadera para arriba queda completamente destruído, Sus piernas corren como un pollo sin cabeza y en círculos durante unos segundos antes de caer al suelo. 

Adia maldice al enano y maldice a la guadaña que el esqueleto blande frente a ella. Retrocede para ganar espacio pero choca con Failin. El humano grita mientras Adia extrae y dispara dos rápidas y certeras flechas. Una de ellas disloca la calavera y la otra rompe la columna derribando al no-muerto como a un castillo de naipes. 

Ariete hace lo propio cargando contra uno de los ballesteros. El soldado de la Garra intenta extraer su mangual pero no lo consigue a tiempo. El sable de Ariete se hunde cruelmente en el estómago del fanático humano. Grita de dolor...Pero no ve venir por su espalda a otro  delos soldados. Este ya ha extraído su manguale y golpea con él la cabeza de adamantita del forjado. 

Los ojos de Finn se iluminan con el brillo de la magia. Sabe que aquel vampiro al que se enfrentaron en Cantera Carmesí está cerca de ellos. Con su conjuro, el cual afecta a la visión, espera detectar cualquier rastro de magia que ese horrendo ser pudiese llevar encima...

El hacha de Alfrrik busca un nuevo ser al que ajusticiar con el brillo incandescente de la fe en la Llama. Ve a uno de los sectarios de la Garra que se mueve con su ballesta detrás de unas pequeñas rocas. Para cuando el soldado lo descubre es tarde. El hacha de Alfrrik corta varios dedos de su mano izquierda la cual la apoyaba sobre la roca desnuda. Aunque retira la mano rápidamente los dedos quedan sobre la roca como recuerdo macabro de la eficacia del hacha de batalla enana. El fanático soldado intenta devolver el golpe. Pero su arma pasa a escasos milímetros de la nariz del enano.

El esqueleto que queda en la zona de vegetación enmarañada intenta desenredarse sin lograrlo. Las plantas se enroscan con fuerza entre sus costillas y tiran de él hacia abajo.

Uno de los soldados queda aún más enganchado en la vegetación mientras que el otro consigue, por la fuerza bruta , avanzar unos cuantos pasos en dirección a Daisy. La mujer, cubierta de ramas  oscuras que le dan un aspecto más aterrador, murmura unas palabras mientras sus ojos enrojecidos se centran en Powaqqatsi. Un escalofrío estremece el cuerpo no-humano del druida forjado...

Entonces Finn ve algo situado al este, no muy lejos de de donde se encuentra Powaqqatsi. Cuando de repente, una niebla oscura como el alma de un nigromante aparece por aquel lado y engulle al druida y a los que se encontraban con él. Finn debe dar un salto hacia atrás cuando aquella niebla casi le alcanza a él. Consternado, el bardo contempla la oscuridad que se cierne frente a él...

Aquellos dos brutos, enano y forjado con nombre de máquina de asedio, se habían lanzado de cabeza al combate. Frente a ella, por tanto, solo había una vorágine de aceros chocando entre si. Ni esqueletos, ni enemigos sueltos que pudieran fijarse en ella, ni amenazas a simple vista. Nada. Ahora el combate se decidía en el otro lado, y allí se movió. 

Con un giro rápido dio la espalda a todos. A los acólitos cuyos nombres no sabía y no la interesaban, pues pronto serían una masa informe adornando el suelo. Al estúpido paladín que había causado todo aquello en vez de hacerla caso por una vez, y que por ella, ahora mismo, podía dar con sus huesos en el polvo. Y a Ariete. Del último no tenía nada que decir, ni a favor ni en contra, así que no le dedicó demasiada atención. Le deseó suerte, más porque si él caía antes de matar a los soldados de la Garra, seguramente éstos irían a por ella, y nada más. Después, buscó a quien de verdad importaba allí.

Pasó por alto la niebla que había engullido al druida y su mascota, esa misma oscuridad que Finn miraba con ojos desorbitados, y siguió buscando. Allí, entre las marañas, encontró a su objetivo. La mujer seguía enredada, con los ojos enrojecidos por la ira, seguramente deseando acabar con todos. Antes de que eso pasara, era buena idea matarla, y a eso se encaminó Adia con pasos rápidos.

Su flecha cortó el aire, surcó la distancia con fuerza y atravesó la armadura, clavándose en la carne de la hechicera. Mientras tanto, una sonrisa se dibujo el el rostro de la arquera, que ya estaba preparando otra saeta.

Finn recordaba bien donde había visto ese fulgor de magia.   ¡El quasi-vampiro!    Así que hacia allá mero destinó el siguiente tiro de grasa.  Claro, si podía buscaría abarcar también al soldado que se enfrentaba al recién transformado Lobaqqatsi y a Ch'om, evitaría afectar al menos al druida (el zopilote atacaba aleteando, por lo que no resbalaría con lo que hubiera en el piso).  Pero si no, se los echaría encima, alea jacta es; ya tener 4 patas le debería dar una ventaja al druida. (Se hubiera convertido en una nutria o un pingüino y nada de esto lo afectaría.)

Para indicarles donde había visto al dizquevampiro, Finn usó esta cosa de bardos de decir una cosa para realmente representar otra.  Así que les dijo a sus compañeros, en especial Powaqqatsi que estaba ahí en la refriega y podría atacar: 

¡Recuerden donde tiene Skully su florecita!   Esto era porque la bella calavera tenía una quebradura en forma de gardenia en su placa craneal superior derecha vista de frente.  Si se acordaban donde, sabrían donde estaba el casivampi, y este podría ser agarrado de sorpresa, sin advertencia a él de que ya sabían por donde estaba. 

Powaqqatsi se espero.  Sus plantas se intentaron enredar ahora sobre el soldado que avanzaba sobre la maraña, esperando detenerlo de salir.  Ojalá.    Se esperó hasta escuchar la advertencia en clave de Finn.

Powaqqatsi sonrió, entre colmillos afilados.  A quien quiera que hubiera echado esta niebla se le había olvidado que, tanto lobos como zopilotes, tenía un olfato privilegiado.   Encontraría al vampiro con tanta facilidad como si lo viera.  Y más ahora que el bardo les decía en clave como por donde lo había visto.  Hasta lo oiría si resbalaba sobre la grasa.   ¡Saltó hacia allá, fauces abiertas, queriendo morder, desgarrar su concentración, tirarlo al piso, y no dejarlo mover. 

Ch'om hizo lo mismo.  Quizá no entendería la referencia a la gardenia calaveresca, pero si sentiría o intuiría el movimiento de su druida y hacia allá iría, pico abierto, dispuesto a sacar los ojos de aquel pestilento ser que los atacaba a su gente.

¡Aprendan la lección truhanes, su falsa diosa no puede hacer nada puede hacer ante el sacro resplandor de la Flama de Plata! - grito mientras mi alabarda busca nuevamente la carne del acólito impío, causándole una enorme herida.

Mientras el siervo de la garra se revuelve en el suelo intentando aferrarse a la vida, mi vista se posa en su compañero, al tiempo que la sed de sangre me invade.

Tengo un deber sagrado y eso es purgar el mundo del mal, sin importar de donde provenga este.

Pocas cosas hay en batalla más peligrosas que intentar abrirse camino ante un muro de escudos formado por defensores enanos, y una de esas pocas cosas es la carga de un paladín enano, pues esta lleva consigo la furia de la tierra y la fuerza irrefrenable de su fe.

Muy pronto ese acólito sentiría en carne propia lo que significa enfrentarse a dicha carga, una carga que sólo podía compararse con una fuerza de la naturaleza y a la que sólo se podía sobrevivir si te quitabas del camino, cosa que él no iba a lograr hacer.

Entre los dos acólitos le estaban dejando el chasis fino. Ariete tenía la presión añadida de que era el último bastión en aquel flanco. Si él caía, Failin quedaría vendido ante dos enemigos bastante tenaces.

¡Failin! ¡El carro elemental!-sugirió, mientras retorcía el filo de Sable en el interior del blando y carnoso humano.

Demonfly y McBones se miraron estupefactas. ¿Qué florecita ni qué ocho cuartos? La semiorca giró el mango para buscar la flor a la que se refería Finn, pero más allá de una marca en forma de ojete arañada en el hueso, no había nada ni remotamente parecido a una flor.

Ambas se encogieron de hombros. La semiorca un poquito más, por eso de tenerlos. Ya se preocuparían luego de las flores. Daisy Sue corrió hacia la maraña de plantas, segura de sus reflejos para evitar ser agarrada por los zarcillos. Y es que en ese sentido la chica había recibido el mejor entrenamiento que se podía recibir al respecto: las manos largas de los peones orcos allá en la granja dónde se crió.

¡Agh! ¡Estas plantuchas me se están metiendo por la cuerda del tanga!

A pesar de las dificultades, y decidida como ella sola, Skully trató de golpear al acólito que estaba en una situación más o menos parecida a la de Daisy Sue. McBones no tenía problemas con las plantas, porque ella no llevaba tanga.

La semiorca se lanza contra la maraña de plantas que rodean a uno de los soldados de la garra. En cuanto las pisa se enredan en sus musculosas piernas y trepan peligrosamente hacia arriba. El soldado la mira con los ojos desorbitados sin entender quien se metería en aquella trampa vegetal tan sólo para arriesgarse a tener un combate. Daisy golpea con Scully Mcbones. Una de las piernas del soldados se quiebra aparatosamente. Tan sólo las ramas que le sujetan evitan que caiga. Tal es el dolor que no consigue devolverle el golpe con su mangual.

Adia se acerca al extremo de la maraña. Su paso es firme y decidido. Sabe que va a hacer. Va a matar a aquella mujer. Va a ejecutarla. Sin prisas carga una flecha y tensa la cuerda del arco. Siente la potencia de la madera, potencia a la espera de ser liberada dando al proyectil la capacidad de atravesar piel, huesos, órganos y músculo.

La mujer de aspecto pálido y ojos enrojecidos la ve venir y la ve apuntarle. Trata de zafarse de las plantas una vez más. No lo consigue. Tan sólo le queda intentar conjurar alguna de sus artes oscuras de nigromante. Pero su cuerpo se estremece de repente y sus labios callan cuando una flecha le atraviesan el corazón...

Ariete, impasible ante el dolor de los golpes que recibe. Extrae el sable del estómago del soldado. Con un poderoso golpe circular, con una única mano cuando la mayoría de los guerreros necesitarían dos, corta el cuello del fanático de la garra esmeralda que tiene en frente. Es un acto de piedad mecánica que termina con el sufrimiento de aquel ser de carne , hueso y sangre. Tal es el horror de lo que contempla su compañero de la garra que yerra el golpe contra el gigante de adamantita temeroso de acercarse demasiado.

Finn intenta indicar la posición aproximada de la situación del vampiro. Teme lo que pueda pasar en el interior de aquella niebla de oscuridad. Mientras Alfrrik intenta degollar al soldado que tiene frente  a él de un solo golpe de su hacha enana. Pero este fanático se mueve con velocidad. Dejándose caer casi de cuclillas deja que el hacha le pase por encima sin apenas rozarle. Con un nuevo gesto ágil golpea al enano en sus botines. El enano nota como varios de sus dedos se rompen y siente la bota inundarse de sangre...Este será, sin duda, un rival a la altura del paladín.

Tus fauces muerden carne. No es carne muerta. Tu visión no te es de utilidad pero si tu olfato. Intentas tirar a tu víctima al suelo para tenerla a tu merced. Pero es más fuerte de lo que te esperabas. Escuchas aleteos y rápidos pasos.

Y de repente, un intenso dolor te invade. Es como una descarga de destrucción que te estremece hasta la última fibra de 

tu cuerpo artificial. No está muerto, pero casi...

¡AUUUUUuuuuu! -Aulla de dolor y de rabia Powaqqatsi, y vuelve a morder. 

Su aullido también le indica a Ch'om, y a sus compañeros, donde está su pelea.  Espera que el zopilote también olfatee y pueda picotear a aquel ser que le acaba de causar tanto daño. 

Está al borde de caer inconsciente.  Si lo hace, el druida sabe que revertirá a su forma original, así que debe aprovechar todo lo que pueda para detener al casi-vampiro. 

Finn percibe la neblina que oscurece todo, sabe que ahí dentro está Powaqqatsi.  Sabe que es casi seguro que el brillo mágico que vio hace un segundo, antes de que la neblina cubriera todo, era aquel escurridizo casi-no-muerto que quiere robarse el squema Cannith. 

Sabe lo que debe hacer, sus ojos se entrecierran, toca su tatuaje en el brazo izquierdo y comienza a sentir el viento mover sus cabellos...

...como cuando estoy en el mar, en cubierta, embarcándome, las velas henchidas, llamando....

El viento invocado por la dracomarca va en dirección a la neblina, para quitarla de ahí y que todos puedan ver lo que se oculta.

¡Arghhh! ¡Maldito imbécil! ¡Te voy a partir en dos! - grito lleno de furia a causa del dolor, al tiempo que levanto el filo de mi alabarda sobre mi cabeza y lo descargo con furia sobre el cráneo del adepto de la garra.

La fuerza y velocidad del golpe hubieran bastado para partir en dos un árbol, pero la diferencia entre los árboles y las personas es que, mientras los primeros no solían moverse de su sitio y los segundos tenían la mala costumbre de apartarse del camino de un arma que se dirigía hacia ellos a toda velocidad.